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Vivimos tan distraídos, tan abstraídos por una realidad de la que queremos escapar, que no nos da el tiempo para ver lo que nos pasa por enfrente de las narices. La naturaleza del ser humano es tan compleja, a veces tan contradictoria, que lo obvio, lo que está ahí a la vista de todo el mundo, de cualquiera que lo quiera ver, es justamente lo que casi nunca vemos.
¿Un ejemplo? Los seres humanos, todos, sin excepción, estamos en la constante búsqueda de la felicidad, de aquello que nos haga felices. Sin importar la idea que tengas de ella, todos estamos en la misma búsqueda. Y, quizás lo sabes, quizás lo has experimentado, tenemos la sensación de que solo unos pocos, unos privilegiados, la consiguen. ¡Qué gran equivocación!
Sí, porque sabemos que tu felicidad es distinta de la del resto de habitantes del planeta. Para no ir muy lejos, es distinta de la de tu pareja, de la de tus hijos, de la de tus padres. Inclusive, es distinta de la que tú anhelabas en la juventud, o cuando tenías 35 años. Igual que la vida, la felicidad está sujeta a la dinámica del cambio constante y varía en cada etapa.
El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que nos dedicamos a buscar la felicidad. ¿Y? Que no tienes que buscarla, porque la felicidad ya está dentro de ti. No es un destino o un punto especifico de tu vida: se refleja en los momentos que disfrutas, en las pequeñas victorias, en los logros y, sobre todo, en lo que hay tras bambalinas de ellos.
Es decir, la felicidad no es un carro nuevo, un cargo específico, un salario, unas comodidades o una pareja o un grupo de amigos. Y, por supuesto, tampoco es el dinero. ¿Por qué no? Porque todos son ocasionales y además están fuera de tu control. Son bienes o personas que un día los puedes perder, porque así es la vida: las cosas y las personas vienen y van.
En cambio, la felicidad verdadera, la real, está dentro de ti. Radica en tu capacidad para disfrutar el momento, para no aferrarte a nada ni a nadie, para entender que tú eres el único responsable de tu felicidad. Lo demás, lo externo (incluidas las personas), es accesorio, mientras que lo interno es tu esencia, es lo que tú eres. Es decir, ¡tú eres tu felicidad!
O tu infelicidad, por cierto. Porque, en últimas, la felicidad es una decisión personal. La tomas o la dejas, la aprovechas o la ignoras, la compartes o la escondes. Así mismo, eres tú quien decide si esa felicidad que está a tu alrededor, en frente de tus narices, la tomas o la dejas, la aprovechas o la ignoras. Y algo importante: cada día es una fuente de felicidad.
Uno de los acontecimientos de mayor impacto mediático en los últimos días es clara muestra de ello. ¿Sabes a cuál me refiero? A la Copa América de fútbol que se desarrolló en estadios de los Estados Unidos y que coronó a Argentina, por segunda vez consecutiva y decimosexta en la historia, como rey continental. Venció por 1-0 a Colombia en la final.
Durante casi un mes, la atención de millones de aficionados a lo largo y ancho de América, así como de cualquier lugar del mundo donde hubiera un hincha, se concentró en el torneo. Que, como era de esperarse, como siempre, dejó una lista de vencedores y vencidos. Estos, los que no cumplieron las expectativas y se despidieron rápido de la ilusión, con pena y sin gloria.
Otros, en cambio, vivieron y disfrutaron la fiesta al máximo. Países poco acostumbrados a ser protagonistas, como Ecuador, Venezuela y Canadá, les robaron protagonismo a otros mucho más reconocidos, como México, Perú o Chile. Y en algunos lugares, como suele suceder en Latinoamérica, los triunfos se convirtieron en fiesta nacional, en orgullo patrio, en felicidad.
Además de los mencionados, Uruguay y, por supuesto, los finalistas Colombia y Argentina. Fue algo increíble, una de esas sensaciones que solo el deporte, en sus múltiples facetas y disciplinas, puede brindar. Un fenómeno social que, de paso, nunca terminará de ser explicado porque tiene la capacidad de transformar la realidad, de ser fuente de felicidad.
Inmersos en una realidad caótica, en la que abundan las dificultades de cualquier índole y escasean las oportunidades, hay razones de más para no ser felices. Y esa, tristemente, es la realidad que vivimos. Hasta que un equipo de fútbol, la selección nacional, nos brinda la felicidad que anhelamos. Nos permite descubrir que la felicidad está al alcance de la mano.
Enfrente de nuestras narices, solo que, por ser algo obvio, no la vemos, no la disfrutamos, no la aprovechamos. Una felicidad que, además, no solo nos cambia el estado de ánimo, sino también, el comportamiento. Se nos olvidan otras preocupaciones, como la del dinero, y no reparamos en cuánto nos cuesta esa felicidad o, quizás, cómo potenciar esa felicidad.
Mientras unos se embriagaban de triunfo y otros pasaban la resaca de la derrota, los medios del continente celebraban a su manera: a través del impacto económico de esa explosión de felicidad. Movidos por el fervor, impulsados por éxtasis del momento, sedientos de gloria y desbordados por las emociones, millones de aficionados se dieron a la tarea de disfrutar y… gastar.
En Colombia, por ejemplo, la incredulidad del comienzo se transformó en un fenómeno social al que hasta el presidente de la República adhirió. Y aunque el equipo dirigido por Néstor Lorenzo no pudo lograr el objetivo, hubo muchos ganadores: los bares, restaurantes, centros comerciales, supermercados y vendedores informales que aprovecharon la ocasión.
Según estimativos de las autoridades, de entidades oficiales y privadas, las ventas durante el torneo se incrementaron en hasta un 60 %, aunque hubo sectores con mayores ganancias. En Barranquilla, por ejemplo, donde la selección juega los partidos de la eliminatoria mundialista, el impacto fue mayor. Y ni qué decir en las pequeñas poblaciones de origen de algunos de los jugadores.
A pesar de la frustración por la derrota, muchos agradecieron a través de las redes sociales la experiencia vivida a lo largo de esas tres semanas. Gratitud hacia los jugadores y el técnico por la felicidad proporcionada, una felicidadque les permitió salir de la rutina traumática que los medios de comunicación se empeñan en difundir, en replicar, en distorsionar y manipular.
Al final, fue más una gran alegría que felicidad. ¿Por qué? Porque, como mencioné antes, la verdadera felicidad, la única que podemos disfrutar los seres humanos, está determinada por nuestro interior, no por factores o hechos ajenos, externos, como un equipo de fútbol. Al final, sin embargo, esta circunstancia nos deja una poderosa lección que podemos aprovechar.
¿Sabes a cuál me refiero? Al mensaje que nos transmite esta situación. Me explico: aunque todos sabemos que al final solo uno gana y los demás lloran, todos le apostamos al éxito, a la victoria, con ilusión, con esperanza, con fe. Aunque después nos quede el sinsabor de la derrota y no haya más remedio que volver a la cotidianidad, por un rato fuimos felices.
Ahora, la pregunta que quizás te haces en este momento es ¿qué tiene que ver esta historia con mi especialidad, la creación de contenidos? Pues, ciertamente, mucho. Y es el mensaje que te quiero transmitir a través de este artículo. Porque, no lo dudes, tú también puedes aprovechar el aprendizaje de esta experiencia y ponerlo en práctica en tu negocio u oficio.
Primera lección: el mensaje.
Lo primero es entender qué mueve al ser humano, qué provoca que actúe y participe. Es lo positivo, lo que le brinda alegría y bienestar en alguna de sus manifestaciones. Aquello con lo que se identifica y, además, con lo que puede gritarle al mundo quién es. “El que gana es el que goza”, reza el popular dicho, y esta Copa América fue la confirmación de la premisa.
A través de sus goles, de sus victorias, de su esfuerzo y lucha, los equipos les transmitieron a sus hinchas un mensaje positivo, empoderador, inspirador. Fue maravilloso mientras duró. Por eso, insisto en que tu mensaje debe enfocarse en lo positivo, en lo que brinda bienestar a otros, en cómo puede mejorar su vida o darle alegría por un rato. Olvídate del dolor, del problema.
Segunda lección: la identificación.
Sin distingo de sexo, edad, nivel educativo o poder económico, los hinchas disfrutaron del torneo. Se olvidaron por unas semanas de los problemas, de las diferencias ideológicas, de los sesgos; se apartaron de la manipulación mediática y política y se dedicaron a disfrutar. Lo hicieron identificados por unos colores, por un país, por un sueño del que se sentían parte.
A veces, muchas veces, nuestro mensaje carece de poder porque apuntamos al objetivo equivocado: al dolor, a la necesidad. Y nuestro mensaje se pierde porque las personas que lo escuchan, que lo reciben, no se identifican con lo que les dicen, no sienten ser parte de ese problema y, por ende, no necesitan esa solución que les ofreces. La identificación es la clave.
Tercera lección: lo positivo moviliza.
Mientras, lo negativo, el dolor, el problema y el miedo paralizan. Nunca podrás generar un impacto en tu audiencia, en el mercado, si te dedicas a transmitir aquello de lo que las personas comunes y corrientes huimos. Cuando su equipo perdió y fue eliminado, los hinchas se silenciaron, se hicieron a un lado, volvieron a la rutina y se olvidaron de la Copa América.
Así es el fútbol, pero así también es la vida. Fíjate en el dato del incremento del consumo: la gente no reparó en gastos relacionados con actividades ligadas a aquello que, en ese momento, les daba felicidad. Y no solo eso: invirtieron también en cualquier actividad que les permitiera disfrutar más, compartir más. Si tu mensaje es positivo, movilizará a tu cliente.
Cuarta lección: si te inspira, ¡actúa!
La mayoría del mercado asume que va a vender a través de su mensaje, sin darse cuenta de que esa no es una tarea del contenido, no es uno de sus objetivos. ¿Entonces? El contenido está diseñado para informar, educar, entretener e inspirar, es decir, para movilizar a tu audiencia. Aunque la informes, la eduques y lo entretengas, si no la inspiras, no le vendes.
Lo mencioné antes: los hinchas de aquellos países que no pudieron ser protagonistas pasaron inadvertidos y pronto se desentendieron del torneo. Los otros, en cambio, se conectaron a través de las emociones, se sintieron inspirados por las victorias, por la labor de esos deportistas, y tomaron acción: acompañaron, alentaron, invirtieron tiempo y dinero.
Especialmente en momentos como los actuales, y después de pasar por eventos muy traumáticos, los seres humanos queremos algo distinto. No más dolor, no más sufrimiento, no más miedo. Deseamos, buscamos, paz, tranquilidad, alegría, bienestar en sus múltiples manifestaciones y felicidad, claro. Aunque sea por unos días, bien vale la pena.
Estoy seguro de que tú, que llegaste hasta acá, tienes mucho para aportarle al mundo. Y no solo eso: mucho para brindarles felicidad a otros. Con lo que haces, con tu trabajo, con tus experiencias, con tu conocimiento. Y, sobre todo, con tu mensaje, siempre y cuando elijas el camino de lo que el mercado anhela, de lo que las personas sueñan y quieren: lo positivo.