Si nunca lo intentaste de verdad, ¿cómo sabes que no puedes hacerlo? La mente del ser humano es tan poderosa como traviesa, en especial cuando permites que te dominen las emociones, cuando tomas decisiones basadas en mitos y falsas realidades. O, como en el caso al que me refiero, cuando actúas de tal forma que te sientes protegido en la cómoda zona de confort.
Es triste escuchar los argumentos de algunas personas para justificar por qué no escriben: “Yo no nací para eso”, “Ya estoy muy viejo para aprender”, “Es que no tengo tiempo”, “Cuando me jubile sí le voy a dedicar tiempo a escribir” y muchos otras más. Que no son argumentos, sino excusas fáciles, de esas que la mente expone con rapidez para ayudarnos a salir del paso en este embrollo.
El problema es que se les pasa la vida enredados en esa maraña de justificaciones y, al final, nunca escriben. Y se quedan con la frustración y, lo peor, con la duda. “¿Habría sido un buen escritor?”, se preguntan en silencio una y otra vez, en especial cuando ven a otros que sí lo hacen, que sí se despojaron de los miedos, que superaron las creencias limitantes. Una duda que atormenta.
Hay dos premisas que el ser humano necesita aprender, pero que muchas veces se niega a hacerlo. La primera, la ilimitada capacidad de su inteligencia. ¿Eso qué quiere decir? Que una persona, cualquier persona, está en capacidad de lograr todo lo que se propone, absolutamente todo, siempre y cuando programe su mente para ello. De lo contrario, jamás lo conseguirá.
“No digas no puedo, ni en broma, porque el inconsciente no tiene sentido del humor, lo tomará en serio y te lo recordará cada vez que lo intentes”. Esta genial frase es de Facundo Cabral, el cantautor argentino que tenía mucha autoridad moral para hablar del tema, porque su niñez estuvo llena de carencias y luego pudo darle un vuelco de 180 grados a su vida y vivir bien.
El primer paso para escribir es creer que puedes hacerlo. De hecho, ¡puedes hacerlo! Aprendiste en el colegio y has practicado toda tu vida. El problema radica en que lo hiciste sin una guía, sin un método, solo porque tenías que escribir. Y no lo disfrutas, que es otro componente valioso del proceso: si no lo disfrutas, en algún momento tiras la toalla. Recuerda: programa tu mente y hazlo.
La segunda premisa es tomar acción. ¿Eso qué significa? Trazar un plan, establecer unos objetivos y diseñar una estrategia que te permita alcanzarlos. Objetivos que, por demás, deben ser fáciles de cumplir dentro de un plazo determinado y, también, medibles. El resto es trabajar, con disciplina y constancia, para crear un hábito, para enseñarle a la mente que sí puedes escribir, que disfrutas.
Cuando vas a una academia para aprender a jugar al tenis, sigues el plan establecido por el entrenador y avanzas paso a paso, de lo sencillo a lo más complejo. Cuando quieres aprender a cocinar, te pones en manos de un experto que, igualmente, parte de lo elemental hasta llegar a lo especializado, lo complejo. Vas lentamente, quemando etapas, validando el conocimiento.
En el momento en que quieras escribir, entonces, debes haber aprobado estas dos asignaturas: programar tu mente para el “quiero, puedo y voy a hacerlo” y tener diseñado un plan con objetivos claros y una estrategia que te permita alcanzarlos. El resto, amigo mío, es ejecutar aquella sabia máxima de “La práctica hacer al maestro”. Cuanto más escribas, mejor escritor serás.
Cuando vayas a empezar, tienes que definir el tema. Sí, porque uno de los obstáculos habituales que las personas enfrentan cuando comienzan a escribir es que en su mente hay muchas ideas, buenas ideas, pero tan enredadas como un saco de anzuelos. Entonces, cuando por fin dejan de aplazar y se sientan frente al computador entusiasmados e ilusionados, no saben qué decir. ¡Plop!
Y no es que haya eso que tantos llaman bloqueo, sino que, simplemente, no hay tema. El origen de este problema es aquella creencia, tan arraigada como falsa, de confiar en lo que llaman musa o inspiración. Que, en más de 30 años dedicado a escribir, no la conozco, nadie me la presentó y, mucho menos, llegó a mí volando como un ángel. Es una bonita fábula, pero no es la realidad.
La realidad es que para escribir necesitamos usar imaginación y creatividad. Que, por supuesto, todos las tenemos, de ahí que el tema del bloqueo no es más que otra excusa fácil. La realidad es que si no tienes perfectamente claro qué vas a escribir, por dónde vas a comenzar, cómo vas a seguir y en dónde quieres terminar, ni siquiera la imaginación y la creatividad te ayudarán.
Un ejercicio que les recomiendo a mis alumnos del curso A escribir se aprende escribiendo es que, antes de sentarse a escribir, desglosen en una hoja la secuencia de las ideas que van a desarrollar. Que son una guía, pero no una camisa de fuerza. ¿Eso qué quiere decir? Que al final, durante el proceso de creación, hay que improvisar y, entonces, eliminas algunas ideas e incorporas otras.
La clave radica en que sea una verdadera secuencia, con un comienzo claro, un desarrollo lógico y coherente y un final fuerte. No es tan difícil como pueda parecer, pues con la práctica te vas a dar cuenta de que es una herramienta poderosa que, con el tiempo, trabajará automáticamente, es decir, sin necesidad de escribir nada antes. Y no tiene que ser una secuencia demasiado extensa.
Una forma muy sencilla de plantearla es formular varias preguntas que luego vas a responder. Por ejemplo, ¿cuál es el problema que aqueja a al protagonista de mi historia?, ¿cuál fue el origen de ese problema?, ¿cuáles son las principales manifestaciones de ese problema (2 o 3)?, ¿qué ha hecho para solucionarlo?, ¿cuál ha sido la repercusión de ese problema en su vida?
Otra forma práctica es seguir el guion de una película de cine o, inclusive, la letra de una canción. Elige una que te guste mucho, que ojalá la hayas visto más de una vez, y trata de establecer la secuencia del libreto. Si bien cada película es única y no hay un libreto predeterminado, todas tienen una secuencia en particular. Por lo general, el orden de la secuencia es el siguiente:
1.- Planteamiento del problema y contexto de la historia
2.- Agitación del problema
3.- Esbozo de la solución
4.- Búsqueda de ayuda
5.- Solución del problema
6.- Moraleja
Hago énfasis en dos aspectos que la mayoría de los escritores (y con esto me refiero a periodistas, copywriters y demás) omiten: el contexto de la historia, que es el escenario en el que se desarrolla y se dan los sucesos) y la moraleja, que es el mensaje, la lección que esa historia nos enseña. Un escrito sin contexto y sin moraleja carecen de sentido, no tienen peso, no atraen la lectura.
Si nunca lo intentaste de verdad, ¿cómo sabes que no puedes hacerlo? No es que no puedas, que no seas capaz de escribir. Quizás es que no sabes cómo hacerlo. Recuérdalo: mente programada para el sí puedo, plan (con objetivos y estrategia) y práctica constante. Luego, en la medida en que quieras mejorar, necesitarás ayuda profesional idónea para pulir el estilo y mejorar tu escritura.