La mente del escritor funciona como la cabeza de un cerillo (fósforo): requiere un chispazo para encenderse. Uno pequeño, no una inmensa llamarada, ni una fogata; apenas un chispazo. Una vez se prende la llama, el resto corre por cuenta de la creatividad y de la imaginación de cada uno. Sin embargo, también hay que tener en cuenta otro factor decisivo: el conocimiento, la información.
Cuando un cerillo se frota contra la pared de la cajetilla, una pequeña cantidad de fósforo rojo de la superficie se transforma en fósforo blanco, que es extremadamente volátil y se enciende al entrar en contacto con el oxígeno del ambiente. Es un chispazo fugaz, que dura tan solo unos segundos antes de extinguirse, pero suficiente para conseguir el objetivo de prender algo.
En un post anterior (Cómo una idea, inclusive mediocre, puede ser un texto digno de leer), es falsa aquella creencia tan arraigada de que requieres una gran idea para sentarte a escribir. La verdad, se requiere solo un chispazo, algo que prenda la creatividad, que encienda la imaginación y que active ese abundante arsenal de experiencias que acumulas y el conocimiento que has adquirido.
En la realidad, sin embargo, cuando vamos a encender el cerillo muchas veces lo forzamos de más y provocamos que pierda la cabeza. O, quizás, no contiene la cantidad de fósforo necesaria para generar el chispazo o, suele suceder, ha perdido sus características y ya no sirve. Es exactamente lo mismo que sucede con las ideas: las forzamos, no son suficientes o son inutilizables.
Una idea, por más que sea la gran idea, por sí misma no es suficiente para escribir. Tal y como lo mencioné en aquella nota, se requiere rodearla de otros elementos que nos permiten construir un texto, una historia. El problema es que la mayoría de las veces nos quedamos en la etapa de tratar de encender el cerillo y, si no lo conseguimos, ahí termina el proceso. Es el tal bloqueo mental.
Que no existe, que es mentira, que es solo la manifestación de nuestra incapacidad para prender el cerillo, para provocar el chispazo que active nuestra creatividad e imaginación. Es un proceso que puede darse de dos formas: automático o manual. El automático surge de repetirlo muchas veces, de entrenar la mente para que nos dé buenas ideas, de exigirla para ponerla en marcha.
La salvedad es que ese automático no significa instantáneo. Requieres tiempo, como cuando vas a cocinar arroz: calientas el agua, viertes el arroz y luego, a fuego lento, dejas que se cocine. Con las buenas ideas sucede lo mismo: pueden aparecer en poco tiempo o quizás se hacen rogar y solo se presentan dos horas después, o al día siguiente. Esto, amigo mío, es parte del proceso de escribir.
El modo manual, mientras, nos exige un poco de ayuda. Esto ocurre, por lo general, cuando vamos a escribir de un tema que no dominamos o que abordamos por primera vez. O, también, cuando la mente está cansada, distraída o enfocada en otro tema, por ejemplo, una preocupación. Entonces, ese chispazo no se da, ese cerillo no enciende y tenemos que tomar otro y forzarlo a prender.
¿Cómo? Realizando alguna actividad que nos permita incentivar la imaginación, desbloquear la mente y dar rienda suelta a la creatividad. Lo primero que puedo decirte es que no hay fórmulas, ni libretos, ni magia. Lo que a mí me funciona, quizás a ti no, o te brinda resultados distintos. Lo único que puedes hacer es probar y validar los resultados; si no funciona, probar con otra opción.
Lo primordial es romper el cerco que te mantiene bloqueado. A veces, por ejemplo, basta con salir al jardín y jugar con tu mascota, consentirla unos minutos y quizás tomarte una taza de café o de té. Después de 10 minutos de receso, es probable (probable, no seguro) que tu mente se haya activado y las ideas comiencen a fluir sin inconvenientes. Entonces, es hora de aprovecharla.
En otras ocasiones, quizás es necesario salir de casa porque debes cambiar el ambiente, ver a otras personas, conversar con otras personas. Es bueno que salgas solo, de modo que puedas enfocar tu mente en lo que te interesa. Camina un rato, mira las vitrinas de los almacenes, date un gusto y de pronto entra a una cafetería y pide una bebida. O también puedes entrar a la iglesia y orar.
Esas que te acabo de mencionar son estrategias que a mí me dan buen resultado. Si la idea que busco está muy enredada, el paseo fuera de casa quizás se convierte en ir al centro comercial y caminar sin un plan definido. Siéntate en algún lugar y observa a las personas: qué hacen, cómo están vestidas, cómo se tratan las parejas, qué hacen los niños, qué ruido u olor llama tu atención.
El gran secreto de la creatividad y la imaginación está en la observación. El problema es que no nos enseñan a observar en silencio. Este es un ejercicio divertido que me encanta porque activa mi mente con rapidez y la activa en un punto muy alto. Ver a otros, sus comportamientos, sus gestos y sus actitudes son fuente inagotable de creatividad. La conexión se establece a través de la empatía.
Cuando el tema ya es más complicado, es decir, cuando hay agotamiento mental, la solución tiene que ser radical. Mi mejor terapia es jugar al golf. Son al menos 6 horas entre el antes, el durante y el después del juego en los que la mente está enfocada en algo muy distinto y, además, en un escenario propicio para que la imaginación vuele muy alto: al aire libre, rodeado de naturaleza.
Durante la ronda, converso con mis compañeros de juego o con el cadi, de todo y de nada. Me río, me burlo de los tiros malos de otro, celebro mis pocos tiros buenos y mientras tanto, en segundo plano, dejo que la mente vuele libremente. Escuchar los pájaros, el crujir de las ramas al chocar por efecto del viento, el golpe de los palos a la pelota y la adrenalina del juego son los disparadores.
Puedo decirte que muchas de las buenas ideas que plasmo en mis escritos surgieron en un campo de golf o alrededor de una ronda de juego. Me funciona muy bien en especial cuando se trata de un proyecto nuevo o de un tema que requiere mayor elaboración que, por ejemplo, una nota del blog. ¿Qué? Una carta de ventas, el perfil de un avatar, el copy de una página web o el capítulo de un libro.
Si no juegas golf, mi sugerencia es que des un paseo por un parque cercano a donde vives. Que te sientes, solo o en compañía de tu mascota, a dejar que pase la vida, sin hacer nada más que observar en silencio. Y lleva una libreta en la que puedas anotar las ideas que se te ocurren, para que no se te olviden mientras caminas de regreso a casa. Basta con 15 minutos para cumplir el objetivo.
¿Qué observar? A las personas, principalmente, pero también puedes fijar tu mirada en las mascotas de otros, en los árboles, en los pájaros que revolotean entre las ramas. Intenta abstraerte del ambiente y conectarte con el lugar, a ver qué te transmite. Escribe todas las ideas que puedas y las revisas en casa: verás cómo algunas son desechables y otras, increíbles.
La mente del escritor funciona como la cabeza de un cerillo (fósforo): requiere un chispazo para encenderse. Uno pequeño, no una inmensa llamarada, ni una fogata; apenas un chispazo. Una vez logras prender la llama, apela a tu conocimiento, a la información que posees del tema, y deja que las ideas fluyan. Haz una lista y arma una estructura que te guíe. Repite el proceso una y mil veces.
El 99,99 por ciento de lo que el ser humano aprende es producto de un proceso de observación (o de lectura, o de escucha) que le permite entender el proceso y ejecutarlo. El siguiente paso es probar una y otra vez, y otra más, hasta que se convierta en algo automático que funcione igual de bien cada vez. Recuerda: lo básico es prender la chispa de tu creatividad y tu imaginación.
2 respuestas a «Estrategias para activar y desarrollar la creatividad y la imaginación (I)»
Gracias por compartir tus conocimientos
Ya sabe sumercé en qué debe pensar mientras juega al golfito. Buenas historias…