8 acciones efectivas para humanizar tu relación con el mercado

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Desde niño, siempre tuve afinidad con la tecnología. Que, por supuesto, era muy distinta de la actual. Mi primer juguete fue un radio de mesa, de aquellos que se conectaban a la corriente eléctrica y, cuando los encendías, se tomaban unos segundos en funcionar. ¿Por qué? Porque en su interior contenían unos tubos que necesitaban calentarse.

Los más antiguos incorporaban un mueble y por su tamaño casi siempre estaba en la sala. Su parlante (bocina) no era muy potente y el sonido, deficiente. Era lo que había, sin embargo. Luego apareció el radio transistor, mucho más pequeño, de baterías (pilas) y portátil. Fue inventado en 1947, pero en Colombia no era fácil de conseguir y también era costoso.

Con el paso del tiempo, los transistores se hicieron cada vez más pequeños hasta llegar a ser de bolsillo. Ah, y con un avance significativo: podían escucharse con audífono (en singular, porque no había emisoras de FM, con sonido estéreo). Y después, a finales de los 70, llegó el walkman, maravillosa combinación de radio (AM/FM) y grabadora/reproductora de casete.

El sonido era estéreo, incorporaba los audífonos y la calidad del sonido era sobresaliente. ¡Una experiencia fantástica para el usuario!, además porque permitía privacidad. Era el medio ideal para escuchar música y enterarse de las noticias. En aquel tiempo, en Colombia la televisión comenzaba emisión a las 5 p. m. y no había una amplia oferta de noticieros.

La radio era magia, la magia de la inmediatez. Cada vez que sucedía algo, lo primero que hacíamos era prender la radio. Que, ¡oh, maravilla!, transmitía en directo. Durante todo el tiempo que fuera necesario, horas continuas. Y ese pequeño aparato era también tu compañero en el estadio o para escuchar los partidos de fútbol o las carreras de ciclismo.

Más adelante, ya en los 90, los procesadores de palabras, primero, y los computadores, después, fueron mis fieles compañeros, en función del trabajo. A ellos se unieron las cámaras fotográficas, las grabadoras, los computadores portátiles y el celular. Y, claro, internet, la maravilla de la conexión virtual que potencia las herramientas de inteligencia artificial.

En pocas palabras, no concibo mi vida sin la tecnología. Que no solo me facilita las tareas, sino que fundamentalmente me permite transmitir mi mensaje, compartir mis contenidos con otras personas sin importar dónde se encuentren. Y no solo eso: interactuar con ellas o quizás compartir una charla o dictarles un curso, o ser miembros de una comunidad virtual.

Como mencioné al comienzo, desde niño tengo afinidad con la tecnología. Sin embargo, a diferencia de otras personas, el motivo es que me acerca a otros seres humanos. Y no solo eso: también me da la posibilidad de compartir con ellas mi conocimiento, mis experiencias y el aprendizaje de mis errores; me permite ofrecerles mis servicios y nutrirme de ellos.

Hoy, estoy convencido de que lo mejor no es la tecnología, sino el contacto con las personas. Lo que más disfruto de mi trabajo es conversar con ellas, conocerlas, escucharlas, recibir su retroalimentación. Que, valga mencionarlo, es un acervo de información invaluable que me da la posibilidad de aprender, de conectar con sus necesidades y deseos, ayudarlas.

Lo que valoro y agradezco de mi trabajo, de mi profesión, es la oportunidad de conectarme e interactuar con otras personas. Sin importar que están en otro país, a miles de kilómetros y en un huso horario distinto. Sí, es una posibilidad que nos brinda la tecnología con sus poderosas herramientas y recursos, que son un intermediario indispensable hoy.

Lo importante, lo que hace que mi trabajo valga la pena, lo que me nutre como persona y como profesional, esa ganancia que jamás estaría dispuesto a negociar es interactuar con otros. Porque si bien se concibe que vivimos la era de la tecnología, también es la era de la comunicación, que es un privilegio que nos fue concedido a los seres humanos.

Por eso, me preocupo de que mi trabajo sea más humano. Si bien la tecnología me brinda un servicio prácticamente insustituible (dado que necesito de internet), son las personas con las que me relaciono, las que solicitan mis servicios y se benefician con ellos, las que me brindan una valiosa retroalimentación de los contenidos compartidos.

Solo mientras la prioridad, el foco y el fin de mi trabajo sea promover un intercambio de beneficios, valdrá la pena. El día que la tecnología, las herramientas o los canales sean lo más importante lo mejor que puedo hacer es cambiar de oficio. ¿Por qué? Porque, aunque pueda realizar una labor más rentable, más estable, no estará conectada con mi propósito.

Hoy, tristemente, veo en el mercado, así como en empresas y personas que han sido mis clientes, un enfoque en los canales (principalmente, redes sociales), en las herramientas (obsesión por el cada vez más inútil SEO) y las ventas. Es claro que no somos una ONG o una entidad de beneficencia, pero entiendo que la venta es tan solo una consecuencia.

Por eso, mi prioridad es humanizar mi labor, mi comunicación, mi mensaje. Porque, más allá de un propósito personal, se trata también de una exigencia del mercado. Hoy, en especial después de acontecimientos dolorosos, los consumidores no quieren relacionarse con marcas, sino con personas, con seres humanos de carne y hueso, sensibles como ellos.

Lo irónico es que muchas marcas se niegan a ser más humanas (solo les interesa vender, es decir, tu dinero, no tu bienestar), una actitud que tristemente también es común entre los profesionales independientes que monetizan su conocimiento (o intentan hacerlo). Unas y otros se refugian en la tecnología, en las herramientas, por su incapacidad para relacionarse.

La humanización de las marcas (empresas o personas) es una de las tareas que cumple el contenido. De hecho, el objetivo primordial de una estrategia de marketing de contenidos es establecer vínculos con el mercado, basados en la confianza y la credibilidad. Un vínculo que durante el proceso se traduce en un intercambio de beneficios y redunda en una venta.

Claro, siempre y cuando la experiencia que le hayas brindado a tu cliente, un ser humano, haya sido satisfactoria, agradable. La premisa es muy sencilla, pero muy poderosa: ninguna herramienta tecnológica, ningún robot (o algoritmo) te va a comprar (o te compró), así que no tiene sentido trabajar en función de ella; tu prioridad, no lo olvides, son los seres humanos.

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Estas son 8 acciones de comunicación que te ayudarán a humanizar tu relación con el mercado:

1.- Cuenta tu historia.
A todos, absolutamente a todos, nos gusta saber quién es ese amigo con el que nos relacionamos. Queremos saberlo todo de él. ¿Qué le gusta? ¿Cuáles son sus valores? ¿Y sus principios? ¿Cuál es su propósito? ¿Por qué hace lo que hace? ¿Con qué dificultades se estrelló en el camino? ¿Cuál es el mensaje que me quiere transmitir? ¿Qué tiene para mí?

2.- Confiesa tus errores.
Nadie, absolutamente nadie, es perfecto. Y, de hecho, nadie necesita serlo porque el mercado no cree en esos superhéroes que nunca se equivocaron. Más bien, ese mensaje es origen de desconfianza. Mostrar tus vulnerabilidades, tus limitaciones, tus malas decisiones, le dirá al mercado que tienes la capacidad para levantarte, reponerte y conseguir tus objetivos.

3.- Tu día a día.
No se trata de publicar videos insulsos mientras caminas por la calle, o tomas un café o acaricias a tu mascota. Eso déjalo para los influencers. Como marca (empresa o persona), lo que vale la pena contar de tu día a día es cómo lo haces, con quién lo haces, en dónde lo haces, para quién lo haces. El tras bambalinas del éxito es un mensaje muy persuasivo.

4.- Muestra a tu gente.
Nadie, absolutamente nadie, escaló el Everest en solitario. Todos, absolutamente todos, necesitamos de otros para alcanzar nuestros objetivos y el éxito en la vida. Permite que el mercado conozca a tu equipo, dales el crédito que les corresponde, di cómo cada una de esas personas te complementa, te fortalece. El mercado, sin duda, compensará tu gratitud.

5.- No olvides a tus clientes.
Que, finalmente, son la razón de ser de lo que haces. Puedes, por un lado, ofrecer los testimonios de personas o empresas a las que tus servicios les hayan dado buenos resultados. Es el poder del voz a voz, recomendaciones que podrás aprovechar. Por otro lado, puedes entrevistarlos, que cuenten su historia, cómo los ayudaste, cómo se transformaron.

6.- Brinda soluciones.
Elige un problema (no el gran problema) que enfrenten tus clientes potenciales, uno que sea común, y comparte la solución. Hazlo en video (masterclass), un tutorial en pdf, un e-book… El formato no importa, porque lo verdaderamente valioso es el contenido que ofreces, por un lado, y la generosidad de compartir gratuitamente una solución a un dolor que los aqueja. por otro.

7.- Interactúa.
Fundamental. ¿Cómo puedes hacerlo? Hay muchas alternativas: una encuesta, un reto, un concurso o cualquier otra actividad sencilla, y ojalá divertida, que nada tenga que ver con la venta de un producto o servicios, a través de la cual puedas conectarte con tu audiencia. Haz de cuenta que vas a salir a tomar café o unas cervezas con tus amigos: divertirse, esa es la premisa.

8.- Aporta valor.
Lo más importante, sin duda. Eso significa informar, educar, entretener e inspirar de tantas formas como sea posible. Que, cuando llegue el momento de vender, esas personas tengan una deuda moral contigo en virtud de todo lo que les has compartido, que no puedan negarse a comprarte. Y si no te compran, al menos te queda la satisfacción de cumplir tu propósito.

Moraleja: no me canso de repetirlo porque algo que marcará la diferencia en tu negocio, emprendimiento o profesión: si te enfocas en vender, solo en vender, tarde o temprano tus clientes se irán con la competencia. Enfócate en construir relaciones de intercambio de beneficios a largo plazo y verás cómo las ventas suceden casi sin que te lo propongas.

Si no creas y compartes contenido de valor, construir esa relación será imposible. Porque mientras no haya un vínculo de confianza y credibilidad, el mercado durará de ti. Recuerda que los seres humanos, los de carne y hueso, los sensibles, nos relacionamos a través de la comunicación, de conversar, de interactuar, de compartir valor. No es una elección…

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