4 lados de una historia: comunica para comprender, no para convencer

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Jean-Jacques Rousseau murió en 1778, hace 246 años. Sin embargo, algunas de sus enseñanzas siguen vigentes. Nació en 1712 en Ginebra (Suiza) y se le recuerda como escritor, músico, botánico, naturalista y filósofo. Abogaba por combatir la tiranía a través de la razón y el conocimiento y sus ideales ejercieron una fuerte influencia en la Revolución Francesa.

Si le preguntas a Mr. Google, que lo sabía casi todo antes de la llegada de ChatGPT, pondrá a tu disposición una gran variedad de frases célebres que se le atribuyen a Rousseau. Una de ellas es, precisamente, el motivo de este post: “Siempre hay cuatro lados de la historia: tu lado, su lado, la verdad y lo que realmente ocurrió”. ¿La conocías?Genial, ¿cierto?

Cuando la leí, de inmediato llamó mi atención. Y también le causó gracia, porque no tardé en darme cuenta de que esas 18 palabras resumen el origen de uno de los problemas más complejos a los que se enfrenta el ser humano. ¿Sabes cuál es? El de comunicarse con otros. Comunicarse entendido como conectar, enlazar, empatizar, intercambiar, relacionarse.

El diccionario nos dice que hablar y comunicar son sinónimos. Al primer término lo define como Comunicarse con otra u otras personas por medio de palabras. Otras acepciones son “Tratar, convenir, concertar” y “Razonar, o tratar de algo conversando”. Nos ofrece sinónimos tales como expresar, decir, enunciar, conversar, dialogar o platicar.

De comunicar, mientras, nos dice que es “hacer a una persona partícipe de lo que se tiene” o “conversar, tratar con alguien de palabra o por escrito”. ¿Sinónimos? Informar, notificar, transmitir, revelar, anunciar y compartir, entre otros. Como ves, similares en la teoría, pero seguro sabes, lo has experimentado, se manifiestan distinto en la práctica, en la realidad.

Algo parecido a lo que ocurre con oír y escuchar. En términos estrictos, son lo mismo, pero el segundo término implica “prestar atención a lo que se oye”, una condición que el primero no exige. El problema es que hablamos mucho y comunicamos poco (o casi nada) y también oímos mucho y escuchamos poco (o casi nada). Es una terrible contradicción y una lástima.

Primero, porque vivimos la era de la comunicación, de la tecnología, una etapa que ninguna otra generación disfrutó. Disponemos de increíbles y poderosos canales y herramientas que nos facilitan la vida, que nos permiten estar en contacto con otros de manera inmediata. Segundo, porque en la práctica renegamos del gran privilegio de los seres humanos.

¿Sabes cuál es? El que nos distingue del resto de las especies del planeta: la capacidad para comunicarnos de manera consciente. Un privilegio que no aprovechamos o que utilizamos de manera equivocada. ¿Cómo? Son más las ocasiones en las que nuestro mensaje es fuente de discordia, de provocación, de agresión, de ofensa, que de lo contrario.

Un cortocircuito que, por lo general, es el resultado de nuestras comunicaciones, de nuestros diálogos. Discutimos, peleamos, agredimos más de lo que conversamos, de lo que comunicamos. Ese, por supuesto, es el principal obstáculo al que nos enfrentamos cada día en todos los ámbitos de la vida. Un problema complejo que, por fortuna, tiene solución.

La principal dificultad a la hora de comunicarnos es que los seres humanos, todos, sin excepción, asumimos que tenemos la razón. ¡Estamos seguros de que tenemos la razón! Y no solo eso: queremos, pretendemos, que otros piensen igual que nosotros, que no difieran y que no nos contradigan, aunque quizás tengan la razón. Es el origen de los cortocircuitos.

No es un problema menor, sin duda. Hay estudios que han determinado que los malentendidos surgidos entre empleados y directivos en las empresas, discusiones simples que pasaron a mayores, cuestan hasta 37.000 millones de dólares al año. Y millones de divorcios, de amistades de años que terminan mal, de negocios potenciales que se frustran.

Probablemente porque olvidamos la premisa de Rousseau: “Siempre hay cuatro lados de la historia: tu lado, su lado, la verdad y lo que realmente ocurrió”. Así es en las conversaciones más sencillas como en las complejas. En las que sostienes informalmente con tu pareja o con uno de tus hijos y la que adelantas con un cliente, con tu jefe o con un socio estratégico.

Siempre, sin excepción, cada historia, cada conversación, nos ofrece cuatro lados. Sin embargo, a pesar de que seguramente lo sabemos, en la práctica tendemos a sostener conversaciones sobre nosotros mismos, simplemente por costumbre, porque somos hábiles para dominar el escenario o, lo peor, por ego. En últimas, por un cúmulo de emociones.

Distinto de lo que pensamos, de lo que creemos, los seres humanos somos más emocionales que racionales. Diversas investigaciones han establecido que más del 85 por ciento de las decisiones que tomamos se basan en las emociones del momento, son una respuesta a ellas. Luego le damos cabida a nuestro YO racional para justificarlas.

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La esencia de la vida radica en la calidad de las relaciones que establecemos. Y esas relaciones están determinadas por la calidad de las conversaciones que se dan entre las personas involucradas. Estudios científicos demuestran que las personas que establecen una conexión humana con los demás tienen más posibilidades de éxito en sus relaciones.

Y esa conexión humana implica empatía, transparencia (honestidad), autenticidad y curiosidad. Es un intercambio, un ida y vuelta, no un camino de una sola vía. Es decir, conversar, comunicarse, no implica imponer tus ideas, o tu criterio. De lo que se trata es de que se dé una confrontación, que significa “carear a dos personas” o “cotejar dos cosas”.

William Jennings Bryan, un destacado político demócrata estadounidense, que fue tres veces candidato presidencial y murió en 1925, hace casi un siglo, dijo: “Dos personas en una conversación equivalen a cuatro hablando. Las cuatro son lo que dice una persona, lo que realmente quería decir, lo que escuchó su interlocutor y lo que creyó haber escuchado.

¿Entiendes? Los cuatro lados de la historia de los que nos habló Rousseau hace 250 años. Entonces, no se trata de una necedad o de un capricho, tampoco es una tendencia o una moda de las redes sociales: es una realidad. Si quieres que tus relaciones sean armónicas y fructíferas, que tus negocios sean rentables, debes aprender a comprender estos cuatro lados.

1.- TU lado.
Que, por lo general, asumimos como ‘la verdad’, como ‘la única verdad’, como ‘toda la verdad’. Y no nos damos cuenta de que, al final, solo es un lado de la historia, una parte, una versión, una opinión. Sin embargo, nos empeñamos en hacerla valer, procuramos que la otra persona asuma nuestra posición, adopte nuestras ideas, que piense igual que nosotros.

El problema es que nos dejamos llevar por las emociones, por la pasión, quizás por el deseo de ayudar a otros, y cruzamos la línea invisible que divide nuestro lado de su lado. Y en ese momento, entonces, entramos al terreno de los cortocircuitos, de los malentendidos. No lo olvides: TU lado es solo una parte, igual de grande y de importante que la parte del otro.

2- SU lado.
Que, no sobra decirlo, es tan válido como el tuyo. Aunque sea opuesto, aunque te ofenda, aunque no te guste ni un poquito. ¡Es válido! Lo que debes aprender, y entender, es que ese lado de la otra persona está determinado por sus creencias, por sus experiencias, por su conocimiento, por sus miedos, por sus emociones. Entonces, lo más normal es disentir.

Que, por supuesto, no significa asumir posiciones irreconciliables, sino lo contrario: hallar puntos de acuerdo. Para entender y aceptar SU lado de la historia, debemos conocer a la otra persona y no solo eso: aceptar también sus limitaciones, vulnerabilidades y, sobre todo, sus emociones. ¿La clave? Escuchar de manera activa, empática, sin juzgar, sin descalificar.

3.- La VERDAD.
Sí, ya sé que es un tema espinoso, arenas movedizas. Sin embargo, es más sencillo de lo que piensas. ¿Por qué? Solo necesitas aceptar que NO hay una VERDAD, una verdad única, incuestionable. O, de otra manera, entender que cada uno tiene su VERDAD, su propia verdad. De nuevo, fundamentada en creencias, miedos, conocimiento, experiencias…

Y, claro, en sus pensamientos y en sus emociones. Un ejemplo: un escenario colmado por 50.000 personas que acuden a un evento deportivo y millones más que lo siguen a través de la televisión o internet. Al final, cada uno tiene su verdad de lo sucedido, porque lo que cada uno vio fue distinto. Si entiendes esta premisa, tus relaciones serán menos traumáticas.

4.- Lo que REALMENTE sucedió.
Que, valga recalcarlo, cada uno lo ve distinto, a partir de su VERDAD. El ejemplo anterior se aplica a la perfección. Por eso, los hinchas al deporte, los que gustan de la política o los que conversan sobre la pareja ideal, difícilmente, por no decir nunca, se pondrán de acuerdo. Y está bien, porque cada uno ve la realidad a partir de su verdad, desde su lado de la historia.

Si vas por la calle, ocurre un accidente y te paras a preguntarles a 10 testigos qué ocurrió, al final tendrás 10 verdades distintas, 10 versiones válidas. Como en cualquier conversación con tus amigos, cuando se reúnen a cenar. O cuando los compañeros del colegio recuerdan los años maravillosos: saber lo que REALMENTE sucedió es armar un gran rompecabezas.

Moraleja: comunicarnos entre seres humanos va más allá, mucho más allá, de emitir mensajes, de conversar. De lo que se trata es de comprendernos. Según el sicólogo clínico estadounidense Jeffrey Bernstein, “Las personas tienen una necesidad innata de ser comprendidas. Esa necesidad de comprensión es más fuerte que la de ser amado”.

Entonces, de lo que se trata es de sostener conversaciones, interacciones, relaciones, enfocadas más en comprenderque en convencer. Esta es una premisa que, si la pones en práctica, te sirve para todas las actividades de la vida, en especial en aquellas, como tu trabajo, en la que tu labor más importante es relacionarte con otros, comunicarte con otros.

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