Es una de las creencias más arraigadas y, también, una de las realidades más malinterpretadas. “Para escribir bien, tienes que leer mucho”, dicen. Sin embargo, son muchísimos los lectores voraces que no se atreven a escribir o que, peor, cuando lo intentan no son capaces. ¿Entonces? Resulta que esta es una afirmación que no se puede tomar de manera literal; así no funciona.
Leer es un hábito saludable, más allá de que te sirva (o no) para escribir. Leer es cultura, es conocimiento, es entretenimiento, es pasión. Sin duda, es un tiempo bien invertido, mucho más provechoso que, por ejemplo, jugar en el celular o ver series de televisión. Por supuesto, cada uno elige lo que desea, lo que más satisfacción le produce y nadie puede juzgarlo: es su vida.
Sin embargo, la ecuación ‘leer mucho = escribir bien’ no es cierta. No literalmente. ¿A qué me refiero? A que no cualquier texto te ayuda en ese proceso. Veámoslo de otro modo: si una persona quiere rebajar de peso, no cualquier régimen alimenticio le sirve, no cualquier dieta va a producir el efecto esperado. Depende de su organismo, de sus hábitos, de qué más implemente.
Porque es bien sabido que no basta con mejorar la alimentación: también hay que dejar el sedentarismo y practicar deporte al menos 3 o 4 veces a la semana bajo supervisión médica. El especialista, según la valoración que realice, te dirá qué tipo de entrenamiento requieres, cuál es la intensidad recomendada y cómo complementarlo con la alimentación y el descanso.
Por eso, lo primero que debes entender es que no se trata de leer cuanto libro llegue a tus manos o cualquier autor. Y veamos otro ejemplo: conozco a varias personas que leyeron todos los libros de Gabriel García Márquez, algunos en más de una ocasión, pero ninguno escribe como lo hacía Gabo. ¿Entonces? La lección es sencilla: esta premisa no se aplica a la ley de causa-efecto.
Como mencioné en algún otro artículo del blog, soy muy mal lector. Es algo que heredé de mi madre: nunca fui capaz de cultivar el hábito y, por supuesto, la razón es que nunca puse el empeño necesario. Siempre había algo que me distraía, siempre encontraba una buena excusa. En la universidad acaso leí uno o dos de los libros que los profesores nos pusieron como tarea.
¿Por qué? Nunca descubrí un género o un autor que me impactara, que me atrapara. Recuerdo que en la adolescencia solía comprar la revista Selecciones, básicamente para leer los reportajes (historias) y las notas de humor, que eran muy buenas. Un buen día, sin embargo, la revista desapareció de las estanterías de los almacenes y regresó años más tarde, pero ya no me atraía.
Como aficionado a los deportes, compraba semanalmente la revista AS, otro buen producto que se esfumó un día cualquiera. Después, esperaba el ejemplar del periódico El Tiempo de los sábados para leer Cronómetro, en la que se publicaban entrevistas, reportajes interesantes y estadísticas, que luego que se convirtieron en mi pasión. Pero, de nuevo, un día no se publicó más.
Como ves, mi relación con la lectura era de amor-odio: apenas algún producto de atrapaba, se acababa. Era como una maldición. Hasta que descubrí en las estanterías de la Librería Nacional los ejemplares de El Gráfico, la histórica revista de deportes de Argentina. Lo malo era que, aunque se publicaba todas las semanas, por alguna razón que nunca supe a Colombia no siempre llegaba.
Eso sí, durante por lo menos dos o tres años la compré cada vez que la encontré. Si bien la mayor parte de sus páginas estaban dedicadas al fútbol, había excelentes crónicas de boxeo (en la pluma del maestro Carlos Irusta), de automovilismo (que, aunque no era mi pasión, me encantaban las notas) y de tenis. Además, las entrevistas eran magistrales, algo que te estallaba la cabeza.
No solo hacía mi mejor esfuerzo por conseguir el ejemplar de cada semana, sino que además sacaba el tiempo necesario para leer la revista de principio a fin. Eran pocos, muy pocos, los artículos que no leía. Por aquella época, ya era periodista de la sección Deportes de El Tiempo y esa lectura marcó mi estilo, que se encontraba en franco proceso de descubrimiento y formación.
Osvaldo Ardizzone, Julio César Pasquato (Juvenal), Ernesto Cherquis Bialo, Osvaldo Ricardo Orcasitas (O.R.O.), Elías Peruggino, Daniel Arcucci, Diego Borinsky y el ya mencionado Carlos Irusta, entre otros, se convirtieron en mis mejores maestros. Sus crónicas, sus entrevistas, sus análisis eran mi referencia y, sin duda, marcaron mi estilo: me indicaron cuál era el norte.
Mi relación con El Gráfico y sus periodistas fue de amor a primera vista. Como todos los demás productos, un día no volvió a llegar: se podía adquirir la suscripción, pero el envío desde Buenos Aires costaba una fortuna. Sin embargo, esta vez ya el objetivo estaba cumplido: sus páginas fueron, sin duda, las aulas en las que aprendí a contar historias, a hacer buenas entrevistas.
El resto fue practicar y practicar, atreverme a romper esquemas, negarme a seguir el mismo libreto de la mayoría. No fue la literatura, no fue un escritor ganador del Premio Nobel, no fueron los libros los que me ayudaron a ser mejor escritor: fueron revistas como Selecciones, AS, Cronómetro y, especialmente, El Gráfico las que dejaron huella en mi estilo, en mi trabajo.
Lo que quiero que entiendas es que no tienes que sacrificarte leyendo los grandes clásicos de la literatura o las obras completas de grandes autores. No es necesario. Lo será el día que tomes la decisión de ser un novelista, pero además de leer tendrás que estudiar, formarte. No es necesario si lo que quieres es escribir por gusto, mejorar tu nivel de redacción o aumentar tu cultura general.
Para saber qué te conviene leer primero debes establecer de qué quieres escribir. ¿Deportes? ¿Ensayos? ¿Salud? ¿Superación personal? Sea cual sea el tema que elijas, tu primera tarea consiste en buscar autores relacionados con los que te identifiques, que tengan un estilo que te agrade, en el que te veas reflejado y, cuando lees sus escritos pienses “yo quiero escribir así”.
Si lo que deseas es, por ejemplo, crear un blog con temas de desarrollo personal, no necesitas leer a Jorge Luis Borges, a Ernest Hemingway o a Julio Cortázar. Por cultura general, por gusto por la lectura, está bien; para escribir, te lo aseguro, poco o nada te servirán. La ventaja es que hoy en internet tienes acceso a miles de artículos o libros o blogs de autores que sí te van a ayudar.
Insisto: busca uno que te agrade, con el que te identifiques, uno que quieras leer una y otra vez, porque te atrapa, porque te nutre. Léelo sin prisa, degústalo. Procura identificar cómo es la estructura que utiliza, qué tan largas (o cortas) son sus frases, cuál es el ritmo de su escritura, cuáles son los giros sobre los que se desarrollan sus historias, cómo son sus personajes.
Luego, siéntate y escribe. Al comienzo, quizás te resulte difícil, pero no te preocupes porque es parte del proceso. Eso sí: no intentes copiar al autor que te inspira, que te seduce. Identifica las características de su estilo y procura adaptarlas al tuyo, moldéalas a tu forma de pensar. No cometas el error de creer que sus escritos son un libreto, pues en algún momento te bloquearás.
Entiende que se trata, nada más, de una referencia, de un punto de partida. La clave del buen escritor es descubrir y construir su propio estilo. Que, por cierto, es una tarea que nunca termina porque los tiempos cambian, los lectores cambian, los formatos cambian, los medios cambian y, por ende, tus escritos también deben cambiar, adaptarse a esas nuevas necesidades del mercado.
Recapitulemos:
1.- Si quieres desarrollar la habilidad de la escritura, debes leer. Sin embargo, no cualquier tema, no cualquier autor
2.- Necesitas definir cuál es el tema en el que te vas a especializar y buscar uno o dos autores (no más) cuyo estilo te inspire, con el que te identifiques. Lee todo lo que puedas de ellos
3.- La clave está en identificar cuál es su estructura, cómo es la anatomía de sus historias, para luego tratar de incorporarlas a tu estilo
4.- El resto es practicar, escribir, practicar, escribir. Al comienzo no será fácil y seguramente no lo harás bien. Si persistes, mejorarás con el tiempo, hasta que desarrolles tu propio estilo
5.- Entiende que este es un proceso que no se da de la noche a la mañana. Y no hay mejor fórmula que la de prueba y error. No seas demasiado exigente contigo mismo y valora las críticas