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¡Cuidado!: no creas todo lo que se dice del ‘copywriting’

Son tantas las mentiras que se dicen en torno al copywriting, que a veces pienso que el propio copywriting es una mentira. Sin embargo, no es así, por supuesto que no es así. Se trata, más bien, de una de las técnicas de escritura persuasiva más poderosas que hay y, lo más importante, un recurso del que hoy, en el marketing del siglo XXI, no puedes prescindir. Esa es la realidad.

El problema, porque siempre hay un problema, es que el copywriting se puso de moda. Que, en estos tiempos de revolución digital, se asimila a palabra de Dios. La verdad, simple y llana, es que al copywriting lo podemos considerar el tatarabuelo de internet porque está con nosotros desde hace más de 125 años (como mínimo) y nos ha servido de diversas formas a través de la historia.

Entonces, no es como tantos dicen por ahí, que gracias a internet apareció el copywriting. Lo que sucede, y quizás no lo sabías, es que el copywriting es un buen tipo, modesto y servicial al que no le gusta aparecer en los primeros planos. Conoce sus fortalezas, sabe cuáles son sus poderes y prefiere mantenerse tras bambalinas, no se incomoda porque otros se roben el show.

El copywriting, desde siempre, estuvo ligado a la publicidad, pero también con fuertes lazos con la literatura, con el periodismo y, en esencia, con cualquier especialidad en la que se requiera construir y transmitir un mensaje persuasivo. Lo mejor es que todos los seres humanos usamos el copywriting cada día, aunque la mayoría de las veces lo hacemos de manera inconsciente.

Por ejemplo, si eres padre y tienes problemas para que tu hijo se coma lo que cocinaste, recurres al copywriting. ¿Cómo? Le dices “Hijo, si no te comes el plato que tienes en la mesa, no vas a salir a jugar al parque con tus amigos y tampoco vas a poder ir al entrenamiento del equipo de fútbol”. Palabras más, palabras menos, este es un mensaje que repites con frecuencia, sin darte cuenta.

¿Y cuál es el resultado? Que la mayoría de las veces, casi siempre, tu hijo se come lo que le preparaste. Inclusive, a regañadientes, pero lo consume. ¿Por qué? Porque tu mensaje fue persuasivo, es decir, estaba armado con poderosos argumentos que derribaron sus objeciones y provocaron la acción que tú esperabas. En eso, exactamente en eso, consiste el copywriting.

Desvelemos la primera mentira: el copywriting no es solo para vender. Vender es una de las tantas posibilidades que nos brinda esta poderosa técnica, pero no es la única. Y, a mi juicio, tampoco es la más valiosa. El fin del copywriting es persuadir, es decir, generar acciones específicas por parte del receptor, acciones que, como vimos en el ejemplo anterior, no se limitan al marketing.

Esto significa que cualquier ser humano es, en esencia, un copywriter (de la misma manera que, también, somos storytellers). Cada día, todo el día, emitimos mensajes persuasivos cuando hablamos con los compañeros de trabajo, con el jefe, con nuestra pareja, con los amigos. Y también es copywriting el que hace el sacerdote desde el altar o el médico en su consultorio.

¿Lo sabías? Como lo mencioné en la nota ¿Quieres escribir buenas historias? Lee la Biblia y escucha rancheras, los autores del libro de cabecera de los católicos pueden ser considerados los pioneros del storytelling y, por ende, del copywriting. Sus mensajes no estaban destinados a vender, sino a persuadir, a generar una conducta o una acción específica por parte de los creyentes.

Así mismo, la reflexión del sacerdote después de leer el evangelio es puro copywriting. Un mensaje que nos invita pensar, a meditar, y que nos invita a ejecutar a una acción específica. Un mensaje que, además, nos desvela otra de las poderosas características del copywriting: la conexión con las emociones, con las creencias, con la visión que tenemos de la vida en el plano espiritual.

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En el consultorio médico, no es muy distinto. Llegas allí porque te sientes un poco cansado y el especialista ordena que te practiques unos exámenes de laboratorio. Cuando llevas los resultados, comienza el sermón cargado de copywriting: “Mire, don Carlos, si no se cuida, después la va a pasar muy mal. Tiene que cambiar sus hábitos o, de lo contrario, me va a visitar muy seguido”.

Los médicos se volvieron excelentes dramaturgos, dignos discípulos del maestro del terror Alfred Hitchcock. Con su lenguaje técnico que la mayoría de los seres humanos no comprendemos, y con argumentos que se nos antojan traídos de los cabellos, logran convencernos, consiguen que desaprendamos los malos hábitos y adoptemos unos nuevos, saludables. ¡Puro copywriting!

Desvelemos, entonces, la segunda mentira: no necesitas ser periodista, publicista o escritor para sacar provecho del copywriting. Si lo quieres dominar, si lo vas a utilizar para construir tu mensaje de ventas, requieres conocimiento, preparación y, sobre todo, práctica. Por eso, no creas eso de que es un arte, una frase manida que nos quiere vender la idea de que es un privilegio de pocos.

La música, por si no lo sabías, es otra poderosa forma de copywriting. Muy poderosa, porque además del contenido de la letra incorpora otro elemento persuasivo: la melodía. Hay pocas cosas en el mundo que conecten tan intensamente con las emociones como una canción, que tiene la capacidad de cambiar nuestro estado de ánimo, hacernos llorar o poner a volar la imaginación.

Hay canciones que nos transportan al pasado, que nos permiten revivir recuerdos, felices o dolorosos. Hay canciones que nos empoderan y nos llenan de vitalidad para luchar por lo que anhelamos. Hay canciones que provocan que nuestras emociones afloren en estado puro y nos induzcan a realizar determinadas acciones, una de las cuales es comprar. ¡Puro copywriting!

Desvelemos, entonces, la tercera mentira: copywriting no es escribir frases pomposas, llenas de adjetivos y sentencias lógicas. De hecho, la lógica no funciona en el copywriting, porque está conectada con lo racional, no con lo emocional. Y las frases rimbombantes carecen de poder y su efecto se esfuma con rapidez. Tampoco es jugar las adivinanzas, como hoy hacen los medios.

Cuando más simple y preciso sea tu mensaje, más poderos será, mayor impacto producirá. Esto sí es copywriting. Por eso, ten cuidado al usar palabras tan trilladas como ¡Atención!, ¡Urgente!, Único, Gratis, Exclusivo, Fórmula perfecta, Magia, Tendencias o Secreto, entre otras. En la mayoría de las ocasiones, son falsas promesas: lo que hay detrás de ellas no honra la expectativa creada.

Son tantas las mentiras que se dicen en torno al copywriting, que a veces pienso que el propio copywriting es una mentira. Sin embargo, no es así, por supuesto que no es así. Por fortuna que no es así. Se trata más bien, de un recurso que todos usamos a diario en todas las actividades de la vida, aunque la mayoría de las veces lo hacemos de manera inconsciente. ¡Y esa es clave!

Un buen copywriter es aquel que no solo tiene el conocimiento necesario (que no es ciencia ficción) y que, en especial, en virtud de la práctica ha desarrollado la habilidad de conectar con las emociones de aquellos a quienes comunica su mensaje. Entonces, por favor, no creas las mentiras que se dicen acerca del copywriting y, más bien, aprovecha su poder y disfruta sus beneficios.

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¿Quieres escribir buenas historias? Lee la Biblia y escucha rancheras

En una constructiva, divertida e interesante sala en Clubhouse, de la mano del copywriter colombiano Jhon Villalba (@copy.mastery), uno de los asistentes nos formuló una buena pregunta doble: “¿Quiénes son sus referentes en copywriting y qué libros de copywriting recomiendan?”. Mis respuestas desataron una carcajada generalizada y provocaron sorpresa entre los panelistas.

“El mejor ‘copywriter’ que conozco es José Alfredo Jiménez, el autor y cantante de rancheras, y el libro que recomiendo para aprender a escribir buenas historias es la Biblia”, dije. Otros nombraron a reconocidos referentes como Joseph Sugarman, Ray Edwards, Gary Halbert o Claude Hopkins, que son famosos, dejaron huella y se convirtieron en modelos que muchos intentan emular.

Si alguna vez leíste la sección Quién soy de mi web, sabrás que soy muy mal lector, algo que heredé de mi madre. Tengo muchos muy buenos libros, la mayoría de ellos sobre periodismo, estilo y temas relacionados con mi profesión, más otros de superación personal y marketing, que se encuentran en perfecto estado. ¿Sabes por qué? Porque los compré y nunca los leí.

Sobra decirte que de cuando en cuando, no solo el 31 de diciembre de cada año, hago el firme propósito de adquirir el hábito de la lectura. Sin embargo, no he podido, no he sabido cómo hacerlo. Según las teorías que el imaginario popular acepta como verdades sentadas en piedra, debería ser un muy mal escritor, pero no es así. “Cuanto más leas, mejor escribirás”, nos dicen.

Pero, quizás lo sabes, nunca hay un solo camino para llegar a un destino. Como tampoco ningún camino es una línea recta y ningún trazado es completamente plano. Para escalar una montaña, así sea el Everest, no hay un único sendero: hay varias rutas y tú transitas aquellas por la que te sientas más cómodo o por la que creas que vas a conseguir el objetivo con menos dificultades.

En mi caso, en vez de leer, utilicé ese tiempo en escribir, escribir y escribir. Hasta que me convertí en escritor, hasta que perfeccioné la técnica y desarrollé la habilidad en un nivel muy superior al promedio, hasta que forjé un estilo propio. Y aquí estoy, disfrutando de lo que hago y, en especial, de poder transmitir ese conocimiento y experiencia a quienes desean aprender a escribir mejor.

Las rancheras me gustaron desde niño porque son las canciones preferidas de mi papá y, por supuesto, se escuchaban mucho en cada fecha especial. Y su cantante favorito era justamente José Alfredo Jiménez. Pa’ todo el año, Paloma querida, Juan Charrasqueado, El rey, Ella, El jinete, Serenata huasteca, Amarga Navidad, Amanecí en tus brazos y Si nos dejan siempre sonaban.

Si revisas la letra de cada una de sus canciones, y de muchas otras más, verás que son historias geniales, muy descriptivas y que cumplen con el objetivo primordial del storytelling: conectar con las emociones y despertar la imaginación. En sus temas, José Alfredo Jiménez nos transporta a los escenarios de sus relatos, nos convierte en actores de la trama y nos brinda algún mensaje.

En esta nota, sin embargo, me interesa profundizar en la Biblia. Lo que te voy a decir nada tiene que ver con creencias religiosas, con Dios o con si eres o no un católico practicante; ese no es un asunto mío. Lo mío, lo sabes es enseñarte a escribir, a desarrollar la habilidad de la escritura y para conseguir esos objetivos los textos del libro más vendido de la historia de la humanidad son útiles.

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Aunque no nos damos cuenta, aunque lo aceptamos de muy buena gana porque asumimos que no nos están vendiendo, las historias de la Biblia hacen realidad lo que muchos emprendedores no logran conseguir: exponer y agitar un dolor (a través de las múltiples manifestaciones del pecado), generar una emoción (culpa, generalmente) y llevarnos a una conversión (realizar una acción).

¿Lo habías percibido? Es marketing, marketing del bueno. Además, con un ingrediente adicional: lo que historia no nos diga, el sacerdote en su homilía nos lo brinda, es decir, la interpretación. Sin embargo, las historias en sí mismas son poderosas, muy bien elaboradas y, de lo que casi nadie se da cuenta, cumplen muy bien con el libreto del storytelling, aplican las leyes de la persuasión.

Una de las principales características de los relatos bíblicos es que no se centran en las ideas (que están bajo la superficie), sino en eventos, en hechos puntuales. Nos narran escenas y episodios como los de las series que nos atrapan en Netflix, con una trama muy bien elaborada y un conflicto claro: la amenaza del pecado y el efecto negativo que este produce en nuestra vida.

La mayoría de estas historias reúne los requisitos necesarios para construir un mensaje poderoso: nos ubican en un escenario que nos resulta familiar, porque es muy real; nos presentan un avatar (personaje) creíble que sufre por un dolor (sus pecados) y está en busca de una solución. Y hay un héroe (Dios o un ser supremo) que tiene la capacidad para acabar con el sufrimiento y liberarlo.

Uno de los recursos más impactantes que utilizaron quienes escribieron los relatos bíblicos es el de las parábolas. El grano de mostaza (Mateo 13), La oveja perdida (Lucas 15), La fiesta de bodas (Mateo 22), El hijo pródigo (Lucas 15) o La parábola del sembrador (Marcos 4) son algunos de los ejemplos más reconocidos. Algunos son textos muy cortos, pero hay otras más elaboradas

La mayor virtud de las parábolas es que se narran en un lenguaje muy sencillo, que hasta un niño puede entender, y transmiten un mensaje poderoso. Son historias completas, es decir, con un principio, un desarrollo, un final y, algo muy importante, con moraleja (enseñanza). Además, se enfocan en un tema específico, lo cual evita que la atención se disperse y que el mensaje pierda impacto.

El fin último de las parábolas es didáctico y trasciende el ámbito de la religión. Si conoces estos relatos supongo que habrás notado que encierran lecciones que nos sirven para la vida cotidiana, para cualquiera actividad que desarrollemos porque, en esencia, están enfocadas en construir nuestra mejor versión. Una parábola nos ofrece un escenario, un problema, una solución y una lección.

Si logras escribir textos que sigan ese camino, sin duda, tarde o temprano, te convertirás en un buen escritor. Estoy completamente seguro de que en tu vida hay mil y un episodios simples como los que se relatan en los textos bíblicos y que también encierran poderosas lecciones. Solo debes abrir el baúl de los recuerdos y las experiencias para encontrar esas historias dignas de contar.

Mi invitación es a que la próxima vez que en la iglesia escuches algún texto bíblico lo veas con ojos diferentes: no como un texto religioso, sino como una historia o relato de la que puedes aprender mucho para escribir. También puedes tomar una Biblia en tu casa y revisar alguno de estos textos, identificar su estructura y tratar de replicarla. Si practicas seguido y le pones fe, ¡lo lograrás!

No te olvides de que dentro de ti hay un buen escritor y de que, además, la vida y lo que has vivido son fuente inagotable de historias increíbles que, sin duda, a otros les encantarán. Son historias que no apreciamos, a las que no les damos el valor que tienen o, de otra forma, que no sabemos cómo contarlas. Solo requieres activar la imaginación y, para eso, los textos bíblicos son excelentes.

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