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¿Tienes algo valioso para compartir? Aprovéchalo y crea contenido

La mayor dificultad al comenzar a escribir, o generar contenido a través del formato que más te agrade y en el que te sientas más cómodo (también puede ser imagen o voz), es aquella de luchar contra las creencias limitantes. No es fácil, déjame decírtelo, porque aunque establezcas mil y un filtros, aunque bloquees a muchos tóxicos, irremediablemente estás expuesto a la infoxicación.

La estrategia del mercado, por si no lo sabías, es pescar en río revuelto. ¿Cómo? Crear confusión, mandar mensajes contradictorios, generar incertidumbre y, de ser posible, también pánico. Por si no te habías dado cuenta, es la misma estrategia de los gobiernos, de los partidos políticos, de los medios de comunicación que defienden sus intereses amarrados al poder y de los revoltosos.

Esa es la razón por la cual desde hace años internet, no solo las redes sociales, son terreno fértil para la fake-news, para las versiones distorsionadas, para la calumnia y la ofensa. Un terreno que, además, está abonado por la ingenuidad de la audiencia y, da tristeza decirlo, pero es real, por la ignorancia de la audiencia. En internet, es imposible ocultar la falta de educación y conocimiento.

Sin embargo, esta situación no es completamente negativa. ¿Por qué? Porque si eres bueno, si eres constructivo, si tienes un mensaje poderoso y de impacto, si tienes un conocimiento valioso y experiencias que sean útiles para otros, en internet hay una gran oportunidad para ti. Para ti y para cualquiera que sepa cómo transmitir su mensaje y que acepte y respete las reglas del juego.

Porque, sí, internet es una jungla infestada de fieras salvajes, de especies depredadoras, de peligros y riesgos súbitos, pero es posible sobrevivir allí si sabes cómo hacerlo. ¿Entonces, cómo hacerlo? Primero, aporta valor; segundo, sé auténtico; tercero, sé honesto; cuarto, enfócate en servir antes que en vender; quinto, no te creas el dueño de la verdad: sigue aprendiendo.

Ahora, comencemos por el principio. La mejor forma de aportar valor es compartir contenido gratuito. ¡Sí, gratuito! Esa, créeme, es una de las reglas establecidas en internet y tú no la vas a cambiar. Entonces, ¿qué es aportar valor a través de contenido? Todo aquello surgido de tu conocimiento y experiencia, de tus vivencias, pero también de tus valores y principios, que sea útil a otros.

Contenido de valor es el que brinda respuestas a los interrogantes e inquietudes de tu audiencia, de tu lector. El que le ofrece conocimiento y, en especial, contextualización relacionados con los hechos que suceden en su entorno y que, bien sea de manera directa o indirecta, lo afectan. El que lo entretiene y la da la posibilidad de salirse un poco de esa rutina abrumadora y aburrida.

Contenido de valor es el que le brinda herramientas y recursos, algunos gratuitos y otros de pago, para crecer y avanzar en su trabajo, en su negocio. El que le ofrece ángulos, opciones y miradas que él antes no había considerado y que le permiten salir de los atolladeros. El que provoca que se establezca un vínculo de confianza y credibilidad con el autor, el emisor del mensaje, a largo plazo.

Confianza y credibilidad que van de la mano con la autenticidad. Otra terrible epidemia en internet es la de los falsos gurús, los vendehúmo que se promocionan como la solución perfecta para todos los problemas, pero que son incapaces de cumplir sus promesas. O, de otro modo, los que intentan copiar a los que ya fueron exitosos, pero apenas consiguen ser una burda copia.

La autenticidad es requisito sine qua non para ser visible en internet, para posicionarte y llamar la atención del mercado. Un mercado que, no sobra decirlo, hoy urge que las nuevas propuestas no sean más de lo mismo, sino la respuesta a sus inquietudes, problemas y dolores. Autenticidad que, en esencia, significa que nadie espera que seas perfecto, sino transparente, genuino y honesto.

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Ser auténtico es aprovechar tu condición de único y diferente, pero no tienes que reinventar la rueda, que ya existe desde hace siglos. Solo muestra tu esencia, deja que afloren tus principios y valores para generar identificación con las personas que piensan como tú, que tiene ideales similares, sueños parecidos. De la mano de la identificación vendrá, luego, la empatía.

En cuanto a la honestidad, el mercado la asume y la exige, así que no puedes fallar. Se da por sentado que eres honesto, pero tienes que demostrarlo con tus actos, con tus decisiones. No basta presumir honestidad, porque en internet no hay nada oculto: tarde o temprano el mercado conocerá en realidad quién eres y, puedes estar absolutamente seguro, te va a castigar.

No prometas algo que no estés en capacidad de cumplir, cumple tus promesas y, sobre todo, si te equivocas reconócelo y ofrece una solución efectiva (las disculpas no son suficientes). Ten en cuenta algo: en internet queda registrado y grabado cada clic que das, cada comentario, cada interacción, así que no creas que puedes salir ileso si traicionas la confianza del mercado.

En cuarto término, enfócate en servir antes que en vender. La venta, por si no lo sabías, es una consecuencia de tus acciones y decisiones, de tus estrategias. No creas en aquello de que en virtud del poder de las palabras vas a vender más y, entonces, te dedicas a escribir fases manidas que ves por ahí y que, te lo advierto, no sirven, no funcionan. El copy es una buena herramienta, pero no hace milagros.

Especialmente cuando no eres conocido en el mercado, cuando todavía no te posicionaste, cuando las personas a las que puedes ayudar no saben qué haces y todavía no respondiste su pregunta ¿Qué hay aquí para mí?, necesitas generar contenido de calidad. ¿Para qué? Para ser visible, para posicionarte, para generar identificación, para crear confianza y credibilidad.

Aquí, créeme, no vale aquel dilema de qué fue primero, ¿el huevo o la gallina? Sin contenido gratuito, vender será una tarea harto difícil y demorada. Sin contenido, no podrás establecer una relación con el mercado. Sin contenido, el mercado no sabrá si eres distinto o más de lo mismo. Sin contenido, tu propuesta de valor pasará inadvertida y el mercado elegirá a tu competencia.

Aprovecha el contenido, en el formato que más te agrade y acomode, para diferenciarte. Crear contenido de calidad es el sello que identifica a los grandes referentes, sin importar de qué industria. Aportar valor a través de contenido quizás no sea la estrategia más rápida, pero te aseguro que es la más efectiva para nutrir y educar, los pasos previos a vender.

Por último, no creas que eres la última Coca-Cola del desierto. No te creas el dueño de la verdad y, mucha menos, no creas que lo sabes todo. El mundo cambia muy rápido y lo que ayer era una premisa válida hoy no funciona, no sirve. Eso quiere decir que no puedes dejar de aprender, de actualizarte, de desarrollar habilidades; debes mantener una mentalidad abierta y flexible.

Si eres una persona con conocimiento y experiencias valiosas que puedan aportarles valor a otros no te lo guardes, no lo ocultes como si fuera un tesoro: tu responsabilidad es compartirlo. Y en internet encontrarás no solo las oportunidades para hacerlo, sino también unas poderosas herramientas, ayuda idónea (sí, la hay) y los canales necesarios para transmitir tu mensaje.

“Lo que no se comparte, no se disfruta”, es una genial frase que aprendí de un amigo. Es algo que confirmo cada día que pasa, cada contenido que publico. Compartir con otros mi conocimiento, mis experiencias y ayudarlos a conseguir sus metas es la aventura más apasionante en la que me involucré y el trabajo más rentable: la recompensa llega en forma de bendiciones y más oportunidades.

 

 

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El titular: ¿crees que puedes engañar a tu lector sin pagarlo?

El título es una puerta de entrada, pero también puede ser la de salida. ¿Lo sabías? Es uno de los elementos importantes de tu escrito, pero de ninguna manera el más importante o, como dicen por ahí los vendehúmo, “lo único que tu lector ve”. La verdad es que es un anzuelo que atrae la atención en las primeras ocasiones, pero que más adelante pierde preponderancia.

En el marketing, en las relaciones personales o cuando produces contenido y lo compartes en internet, en cualquiera de sus canales, el juego consiste en atraer la atención de la audiencia. Atraerla, en primera instancia, y capturarla, después. Una tarea que se volvió harto complicada en virtud de la competencia: cualquiera puede abrir una web y publicar lo que se le ocurra.

Antes, en el pasado, en el siglo pasado, los medios de comunicación se contaban con los dedos de las manos. Y probablemente sobraban dedos. Hoy, el ecosistema de los medios es una jungla infestada de fieras salvajes, de hienas, de depredadores y de impostores. No solo hay medios, empresas y negocios, sino también otros actores interesados como los partidos políticos.

Este es el origen de esa terrible epidemia de la infoxicación, de las fake-news. Un problema que surge no solo de las intenciones veladas, sino especialmente de la ignorancia, la ingenuidad y el morbo de la audiencia. Una mezcla perversa, por supuesto. Un juego terriblemente riesgoso en el que los medios, empresas y muchos emprendedores decidieron participar y ahora lo pagan caro.

Desde hace años, se habla de la crisis de los medios, que no es más que una patética cortina de humo. ¿Por qué? Porque es la consecuencia de las decisiones adoptadas para tratar de captar la atención de la audiencia, de los lectores. Fue producto de un cambio de estrategia: privilegiaron la cantidad de lectores (o clics) a costa de la calidad. El remedio resultó peor que la enfermedad.

Ahora, cuando entras a internet y abres una página web, prácticamente cualquiera, no importa si se trata de un medio reconocido y de tradición o de uno nuevo, es muy difícil encontrar contenido de calidad. De hecho, es casi imposible ver contenidos propios, porque se volvió una norma que todos copian a todos. Sin el menor asomo de vergüenza, como si la audiencia no se diera cuenta.

Ahora, las noticias más leídas con las que relatan supuestas infidelidades, supuestos chantajes, supuestos crímenes, supuestas transferencias de futbolistas, supuestas respuestas de las celebridades, en fin. Todo es supuesto, porque nadie confirma nada, porque ningún medio corrobora nada y, en especial, porque eso, dicen, es lo que les garantiza clics y likes.

Esta vergonzosa práctica, conocida como clickbait o clic señuelo, comienza con los titulares. Consiste en apelar constantemente a lo morboso, a lo escandaloso, a lo polémico o, peor aún, a lo engañoso, con tal de conseguir un clic. Durante un tiempo, como es normal, esta metodología les funcionó y consiguió generar tráfico. De paupérrima calidad, por supuesto, pero más tráfico.

El problema, porque siempre hay un problema, es que esa clase de audiencia no conoce límites, es insaciable. Si les ofreces sangre, quiere más sangre; después de dos o tres veces, una masacre de cinco personas ya es normal y pide una de 15 o 20. Y no se conforma con lo sugerido, sino que exige lo explícito, las imágenes cargadas de violencia y/o sexo. Cuantas más publiques, mejor.

Se le apunta a lo viral, que es comida para carroñeros. Ya es difícil, muy difícil, leer o ver algo de calidad, algo propio, algo que sea cierto. Lo peor es que, aunque el contenido que tú produzcas y publiques sí tenga calidad, sí aporte valor, sí esté enmarcado en lo ético, la sangre emanada por otros te salpica. La audiencia, esa misma audiencia que consume clickbaits, luego te castiga.

Porque, no lo olvides, es una audiencia insaciable. Nunca está conforme con lo que le das, siempre está en busca de más y más. Y si tú no se lo das, simplemente voltea la espalda y va a buscarlo a otro lado. Sin embargo, ya dejó su estela, su huella, y tú cargarás con las consecuencias. Es tu credibilidad la que se resquebrajó, eres tú quien perdió la confianza del mercado.

 

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El titular es la puerta de entrada a tu contenido, sea cual fuere el formato o medio elegido, pero también puede ser la de salida. Y esto último es lo más frecuente hoy. ¿Por qué? Porque en un principio es posible atraer la atención de esos cazadores de contenido basura, pero ellos también se dan cuenta rápidamente de que les tendiste una trampa, de que no hay nada que les interese.

El problema es que estos medios, empresas y emprendedores que caen en la trampa del clic fácil están convencidos de que el usuario es tonto, de que no se da cuenta. Y no es así, por supuesto. Sí lo hace, y te castiga. Con su indiferencia, pero también con sus comentarios negativos en las redes sociales, en tu web. Ese es el precio que debes pagar por aceptar este juego de tanto riesgo.

Asumir que tu audiencia, que tu lector, no sabe, no ve o no entiende es uno de los peores errores que puedes cometer cuando produces contenido. Entiende que en internet nada está oculto y, lo más grave, las malas noticias se riegan como pólvora. Además, y este es el mensaje te quiero transmitir en estas líneas, existe la ley de la atracción: recibes lo que das, atraes lo que entregas.

¿Eso qué quiere decir? Exactamente lo que les sucede a los medios, especialmente: publican basura, contenido de muy baja calidad, y de esa misma clase es la audiencia. Cosechan lo que cultivaron, en otras palabras. Y así les ocurre también, tristemente, a muchos emprendedores y escritores que se dejan llevar por la tentación del clic fácil e incurren en prácticas indeseables.

Quítate de la cabeza la idea de que el título debe ser creativo, único o poderoso, porque esos términos dependen de quién los utilice. Es decir, significan algo distinto para cada uno. El mejor título es el que aporta información, el que ya entrega valor sin que el lector haya hecho clic y entrado al contenido. Y no necesitas recurrir a estrategias ordinarias para conseguir el objetivo.

Hay algunas fórmulas que, si no las distorsionas, si no sigues el perverso modelo que se impuso en el mercado. Estas son algunas que pueden ayudarte:

1.- Palabra negativa + acción + palabra clave
Ejemplo: “No cometas estos frecuentes errores al crear tu contenido”

2.- Llamado a la acción + palabra clave + promesa
Ejemplo: “Prueba esta estrategia que hará que tus emails sean más poderosos”

3.- Cómo + acción + palabra clave + promesa
Ejemplo: “Cómo conseguir que tus prospectos se conviertan en clientes”

4.- Número + sustantivo + adjetivo + palabra clave + promesa
Ejemplo: “10 hábitos saludables que debes adquirir para bajar de peso y no volver a subir”

5.- Guía + acción + palabra clave + promesa
Ejemplo: “Descarga la guía completa para crear campañas de email marketing de impacto”

No son estas las únicas fórmulas que existen, pero sí algunas de las más habituales. Como ves, hay elementos comunes como las palabras clave (que suelen ser otro quebradero de cabeza), la promesa y el llamado a acción. Estos elementos son infaltables en tu titular si quieres que sea poderoso, pero ten cuidado de cuáles palabras eliges porque el resultado dependerá de ellas.

Ten en cuenta, además, otro aspecto: antes de escribir, piensa muy bien cuál es el efecto que deseas provocar, el impacto que quieres producir en tu audiencia. La norma es elemental: no publiques nada que a ti no te gustaría leer o ver. Ponte en el lugar de tu audiencia, de tu lector, imagina qué pensarías si tú fueras el receptor del mensaje, y no sobrepases ningún límite.

En este sentido, quizás te ayude una premisa que me enseñaron cuando comenzaba mi carrera: “Si con lo que vas a publicar no vas a hacer un bien, mejor no hagas un mal, no lo publiques”. En el caso de los titulares, aprende algo: el mejor titular es aquel que no engaña a tu lector, el que le aporta valor y lo persuade a tomar la acción que a ti te interesa, es decir, que vea el contenido.

Moraleja: tu audiencia, tu lector, no es tonto, no creas que lo puedes engañar una y otra vez sin que lo perciba. Además, no olvides algo muy importante: el activo más valioso que posees, tanto como empresa como persona, y como escritor, es la confianza y la credibilidad de tu lector. No la dilapides. Enfócate en crear contenido de calidad y verás tu audiencia crece y te lo agradece.

 

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¿Sabías que rutina y disciplina matan talento e inspiración?

Una de las razones por las cuales a tantas personas les resulta difícil el ejercicio de escribir es porque quieren seguir al pie de la letra lo que hacen otros. Se dejan meter en la cabeza la idea de que hay fórmula ideal, o, peor aún, aquella especie perversa de que debes apelar a la tal inspiración, que no es más que una mentira. Ni fórmulas, ni inspiración: la clave es la rutina.

Y esta última palabra, rutina, es el origen del problema. ¿Por qué? Porque según lo que nos enseñan, de lo que asumimos, tenemos una percepción negativa. Decimos que “tenemos una vida rutinaria” para explicar que estamos insatisfechos con lo que hacemos; hablamos de “rutina en el trabajo” para expresar que es algo monótono; hablamos de “relación rutinaria” porque carece de emociones.

Sin embargo, son interpretaciones aprendidas, asumidas. Porque, según el Diccionario de la Lengua Española, rutina significa “Costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática” y “Secuencia invariable de instrucciones que forma parte de un programa y se puede utilizar repetidamente”. Como ves, no hay nada negativo.

En cambio, viendo un poco más profundo, no solo la punta del iceberg, es posible descubrir algunos aspectos positivos. Primero, que la rutina se adquiere, se puede aprender. Eso significa que cualquier persona puede adquirir el hábito de escribir hasta llegar a hacerlo “de manera más o menos automática”. Esto, por supuesto, corta de tajo la teoría de la tal inspiración (otra vez).

Segundo, nos dice que es una “secuencia invariable de instrucciones”. En palabras simples, se trata de un método, de un paso a paso. Es decir, adiós a la improvisación, adiós a la tal inspiración. Escribir es un acto consciente, premeditado, que puedes realizar cuando quieras, donde quieras. Lo puedes hacer a mano, en un computador o, inclusive, como un dictado de voz que luego transcribes.

Tercero, la definición aclara que esa secuencia “forma parte de un programa que se puede utilizar repetidamente”. Esto es muy importante porque nos enseña que si quieres escribir primero tienes que crear el método, la rutina. Al menos, tener una idea básica que después puede reformularse, mejorarse. Pero, repito, si careces de un método y esperas a la tal inspiración, jamás escribirás.

Y eso es, justamente, lo que le sucede a la mayoría de las personas. Se encomiendan a algo que no existe, y que si existiera estaría fuera de su control. La razón es que, muy seguramente, piensan que escribir es un don reservado para unos pocos, un talento escaso, pero no es así. Todos, absolutamente todos, poseemos los dones y el talento, pero no todos los aprovechamos.

Cuando te limitas al talento, a la inspiración o al momento ideal lo más probable es que a la hora de sentarte a escribir, cuando ya estás frente al computador, tu mente está en blanco. No sabes qué hacer, qué escribir y, entonces, acudes a la excusa fácil: “Tengo un bloqueo mental” (otra de las grandes mentiras del mercado). Y procrastinas una y otra vez y nunca consigues empezar.

Lo que quizás no sabes es que disciplina y rutina matan talento e inspiración. El gran talento de los buenos escritores (vamos a llamarlo así) es su disciplina. Pase lo que pase, estén donde estén, no dejan de escribir. Para algunos, se vuelve una obsesión, se torna en una necesidad vital: se sienten mal si no lo hacen, al menos unas páginas, unos párrafos. Solo así pueden incorporar el hábito.

Los escritores hacen su trabajo no por el talento que poseen, sino por el hábito que desarrollaron, por la habilidad que cultivaron, por la disciplina que les permite hacer lo que deben hacer. No en el momento adecuado, no cuando llegue la tal inspiración, no cuando el ambiente sea favorable. No, lo hacen cuando hay que hacerlo, igual que comer, ir al baño, descansar o trabajar.

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La rutina consiste en eso, precisamente en eso: en establecer un método paso a paso que te permita escribir en cualquier momento, en cualquier lugar, en cualquier circunstancia. Además, sin el riesgo del tal bloqueo mental porque tu cerebro ya está preparado, ya sabe qué tiene que hacer. La clave consiste en que no le des oportunidad de escapar, no lo dejes entrar en zona de confort.

Si quieres aprender a jugar al tenis (o cualquier otro deporte), el único camino es que establezcas una rutina: te inscribes en una academia, determinas un plan de acción con tu entrenador, tomas las clases programadas y realizas práctica libre para ver cuánto has aprendido. También vas al gimnasio para fortalecer músculos, comes saludable, te hidratas bien, descansas lo adecuado.

Si consigues que estas tareas se conviertan en un hábito, en una rutina, es decir, las practicas tres o cuatro veces a la semana sí o sí, llueva, truene o relampaguee, al cabo de un tiempo serás un jugador de tenis. Quizás no un profesional campeón de Major, pero sí uno recreativo que juegue bien y, sobre todo, que lo disfrute. Crea el hábito y lo demás vendrá por añadidura.

La buena noticia es que esta premisa se aplica a cualquier actividad de la vida. Al trabajo (no importa a qué te dediques), al deporte, al aprendizaje de un segundo idioma, a una especialización en tu área de conocimiento y, claro, a escribir. Funciona también para cuando quieres dejar atrás un mal hábito como fumar, alimentarte mal, procrastinar o ser tóxico en tus relaciones.

Ahora, hay algo que es importante que entiendas: crear un hábito o una rutina no es algo que se dé de la noche a la mañana, de un día para otro. Tampoco es ese paso a paso se dé sin problemas, sin obstáculos. Se trata de un proceso, que será tan extenso como tú lo quieras (en función de cuánto lo repites hasta automatizarlo), y cuyos resultados dependerán de tu disciplina.

Nos venden la idea de que la diferencia está en el talento, pero no es cierto. El talento lo poseemos todos y todos podemos desarrollarlo en cualquier actividad de la vida, inclusive en la más exigente. Ese, créeme, es el secreto de los exitosos, de los que dejan huella, de los que son referentes de su campo o industria, de los que consiguen sus sueños y marcan la historia.

Son personas que conocen su talento y lo aprecian, pero que también entienden que no es suficiente y, entonces, se dan a la tarea de complementarlo, de ayudarlo. ¿Cómo? Crean un hábito, establecer una rutina de mejoramiento continuo, de aprendizaje permanente. De esta manera, así mismo, tienen control no solo de lo que hacen, sino en especial de los resultados.

Olvídate del talento (que sí lo posees), olvídate de la tal inspiración (que no existe) y, más bien, entiende que con tu conocimiento y experiencias estás en capacidad de ayudar a otros si logras construir un mensaje poderoso. Una buena rutina, además, te permitirá combinar de un modo adecuado tu vida personal con la laboral, sin que exista conflicto, sin que debas sacrificar alguna.

Un apunte final: no puedes, aunque quieras, copiar la rutina de otro. La rutina es algo tan personal como el cepillo de dientes y solo tú puedes saber cuál es la que te conviene, la que te permite ser más productivo, la que te posibilita aprovechar lo que sabes. Crea una rutina y pronto verás cómo ese buen escritor que hay en ti aflora con libertad y, lo mejor, activa y promueve tu imaginación.

 

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Comunicar: no es solo lo que dices, sino lo que otros perciben de ti

Visibilidad, posicionamiento, empatía. Tres palabras muy trajinadas, muchas veces menospreciadas o, quizás, distorsionadas. Tres palabras que encierran la clave del éxito en los negocios y en la vida. Tres palabras cuyo resultado está determinado por el impacto del mensaje que estás en capacidad de compartir con el mercado, por la interacción con tus clientes.

Desde hace poco más de dos décadas, con la aparición de internet y sus poderosas herramientas y recursos, la vida nos cambió. A todos y de manera radical en todas las actividades sin distingo. En especial, en la comunicación con otros seres humanos en cualquier ámbito de la vida. Bien sea en las relaciones personales, en las laborales, en los negocios, con los amigos, con tu pareja.

La de comunicarnos es una habilidad incorporada en todos los seres humanos. Desde el día en que nacemos, nos comunicamos con otros. Lo hacemos a través de señas o de ruidos, más tarde con las palabras cuando nos enseñan a hablar y escribir. Y luego lo hacemos por medio de habilidades como la música (cantar o interpretar), la imagen (fotografía, pintura), el baile o el silencio.

Nos comunicamos todo el tiempo, pero irónicamente casi siempre nos comunicamos mal. ¿Eso qué quiere decir? Que hablamos mucho, demasiado, y escuchamos poco, casi nada. Y en el arte de la comunicación, por si no lo sabías, lo enriquecedor es escuchar. No solo por lo que puedas aprender de otros, sino porque cuando prestas atención estás en capacidad de aportar valor.

Sin embargo, no nos enseñan a escuchar y, en cambio, sí nos enseñan a hablar y hablar. Y lo hacemos como un acto automático, a veces inconsciente, o simplemente como una reacción a lo que escuchamos, a lo poco que escuchamos. Hacemos caso omiso del uso de la razón, de la capacidad de análisis y raciocinio, y nos limitamos a responder. Porque hay que hablar y hablar.

El problema no termina ahí, en todo caso. ¿Por qué? Porque además del lenguaje verbal, aquel que más utilizamos, y del escrito, también están el no verbal, el gestual. Decimos mucho con las expresiones del rostro, con el movimiento de las manos o cualquier otra parte del cuerpo, con una sonrisa o un gesto de desaprobación, por ejemplo. Y decimos mucho, también, con el silencio.

Sí, porque el silencio también es una respuesta, por si no lo sabías. Callamos porque no sabemos qué decir (o no tenemos qué decir), porque queremos evitar decir algo de lo cual más tarde nos vamos a arrepentir o, simplemente, porque es lo más conveniente para el momento. Elegir el silencio como respuesta es una de las actitudes más sabias que puede asumir un ser humano.

Además, decimos mucho con lo que expresamos a través de la ropa que usamos, de la forma en que nos comportamos y reaccionamos (o si no lo hacemos), de cómo nos perciben los demás. Y este, créeme, no es un tema menor. ¿Por qué? Porque la percepción es subjetiva, porque cada uno percibe lo que le conviene y lo interpreta a su acomodo, porque es un estímulo emocional.

Y las emociones, en especial las negativas, quizás ya lo aprendiste, son malas consejeras. La percepción surgida de las emociones es origen de la mayoría de los malentendidos. “Yo creí”, “Me imaginé”, “Asumí que tú me decías…” y otras por el estilo. Es una nefasta cadena: no escuchamos con atención lo que nos dicen, nos dejamos llevar por las emociones y reaccionamos mal.

Por otro lado, no es una buena estrategia permitir que los demás nos juzguen o se formen una idea de nosotros basados en las percepciones, en lo que proyectamos. La clave del éxito en la comunicación radica en la asertividad. ¿Sabes en qué consiste? “Es la habilidad de expresar ideas y pensamientos de modo amable, franco, abierto, directo y adecuado, sin atentar contra los demás”.

La asertividad no es solo lo que se dice, sino las palabras que se utilizan, el tono que se emplea. Esta habilidad (sí, todos la incorporamos, pero tenemos que desarrollarla, ponerla en práctica) parte de la escucha activa (atenta, interesada) y de la respuesta inteligente (no emocional). La asertividad, además, incorpora otro elemento fundamental: la capacidad de negociación.

 

 

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Algo muy importante, así mismo, es entender que la asertividad es el punto medio, el del equilibrio, entre dos extremos. Por un lado, la pasividad, es decir, permitir que otros asuman lo que quieran, lo que les convenga, que interpreten lo que dice. Por otro, la agresividad, que se da cuando reaccionamos instintivamente, emocionalmente, sin pensar, sin medir las consecuencias.

Comunicarnos asertivamente es tanto un privilegio de los seres humanos como una elección. Una elección que parte del autoconocimiento, de identificar y gestionar de manera adecuada las fortalezas y debilidades que nos caracterizan. Cuando somos asertivos, estamos en control de la situación, por crítica o estresante que sea, y podemos tomar una decisión consciente e inteligente.

Cuando escribimos, cuando intentamos transmitir un mensaje, no solo debemos preocuparnos por la ortografía, la gramática, la veracidad de la información y el estilo. Todos estos aspectos son muy importantes, es cierto, pero de nada te sirven si no eres asertivo, si tu mensaje es malinterpretado o distorsionado. No puedes darte el lujo de que los demás entiendan lo que les parezca.

Si asumes el reto de escribir, si aceptas vivir la aventura de escribir, ser asertivo no es una opción, sino una necesidad. Por eso, antes de pensar en qué vas a escribir debes emprender un viaje a tu interior y explorar en las profundidades de tu ser para descubrir, para determinar quién eres, cómo eres, porqué eres así. También, que te gusta (que no), qué te apasiona, qué te da miedo.

Solo a través de ese autoconocimiento profundo y detallado estarás en capacidad de construir un mensaje asertivo poderoso y persuasivo, agradable y llamativo. Que no significa, de ninguna manera, intentar ser perfecto (que nadie lo es), sino aprovechar tus fortalezas, dones y talentos para comunicarte con acierto, es decir, con claridad, con respeto, generando un impacto positivo.

Ser asertivo te permite ser visible, porque te diferencia del resto, del común de las personas que se escudan en un mensaje confuso, en decir lo que otros quieren escuchar. La visibilidad es muy importante en el mundo actual en medio de una globalización que tiende a cortarnos con la misma tijera, a uniformarnos. Si no eres visible, nada de lo que hagas o digas te dará resultado.

Ser asertivo y emitir mensajes claros y precisos, oportunos y adecuados para cada situación, te permite posicionarte en la mente de quienes te escuchan o leen. Cuanto puedes transmitir tu conocimiento y experiencias y este mensaje es de valor para otros, no tardarás en ganarte su atención, el privilegio de su elección. Esas personas querrán que los nutras una y otra vez.

Ser asertivo, por último, es la condición que te permite entender al otro en forma genuina y positiva a través de la empatía. Que no es solo ponerse en el lugar del otro, sino de manera especial comprender el origen de su problema o dolor, escucharlo sin juzgar y tratar de aportar una solución efectiva. La empatía se traduce en un valioso intercambio de beneficios.

La capacidad de comunicarnos con otros a través de la palabra, hablada o escrita, así como de otros lenguajes no verbales, es un privilegio de los seres humanos. A veces, muchas veces, no la aprovechamos o la utilizamos mal porque no somos asertivos. Esto, en últimas, quiere decir que no sabemos quiénes somos, cómo somos; que desconocemos nuestras fortalezas y debilidades.

El autoconocimiento es una luz que nos guía por caminos seguros, que nos ayuda a evitar atajos y a superar dificultades. También es la base del proyecto de vida, sin importar lo que esto signifique para ti, pues puedes trazar metas, fijar objetivos, diseñar una estrategia de acuerdo con tus posibilidades, con tus capacidades. Y, claro, emitir mensajes asertivos, poderosos y de impacto.

 

 

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Descubre y activa tu ‘héroe interno’ para saber qué clase de escritor eres

Todos los seres humanos, absolutamente todos, llevamos dentro un héroe que se manifiesta de diversas formas. Por ejemplo, la fortaleza que exhibimos en situaciones dolorosas como una pérdida o una ruptura sentimental. También, esa dosis adicional de resistencia que aparece cuando las fuerzas están a punto de extinguirse, cuando estamos a punto de tirar la toalla.

En virtud del poder ilimitado de la mente, cada ser humano es un arsenal interminable de recursos, de herramientas. El problema, porque siempre hay un problema, es que nos acostumbramos a utilizar unas pocas, las básicas, y nos olvidamos del resto. Es lo mismo que sucede cuando compras un nuevo teléfono celular: aprovechamos muy pocas de sus funciones.

¿Por qué? En esencia, porque los seres humanos somos muy cómodos y, tanto por lo que nos enseñan como por el ejemplo que recibimos, tendemos a realizar el menor esfuerzo posible. En todo, absolutamente en todo lo que hacemos. Nos cuesta salir de la zona de confort porque entendemos que significa un esfuerzo adicional, adquirir conocimiento o desarrollar una habilidad.

“No tengo tiempo”, “Ahora estoy ocupado”, “Quizás más tarde”, “La próxima semana”, “En este momento tengo otros intereses” y otras más son las disculpas que esgrimimos. Lo hacemos de manera automática, sin caer en cuanta que carecen de peso o, peor, de lo que nos perdemos por haber asumido esa actitud de comodidad. Lo hacemos para no ser desaprobados por los demás.

Todos los seres humanos, absolutamente todos, llevamos dentro un héroe, un superhéroe. Que es distinto del de otras personas porque está condicionado especialmente por nuestros principios y valores, por nuestros dones y talentos y, también, por el ambiente en el que crecimos y en el que vivimos. Está siempre ahí, aunque no lo percibas, a la espera de que lo llames a actuar.

Ese superhéroe interior es una fuerza que, tristemente, fruto de la enseñanza que recibimos, solo utilizamos en momentos de aprieto, en circunstancias negativas. Lo invocamos cuando ya no nos queda otra opción, cuando sentimos que estamos perdidos. Así mismo, creemos que es algo que está fuera de nosotros, como un ser superior, un ser querido fallecido o, por ejemplo, un ángel.

Y ese, sin duda, es un grave error. ¿Por qué? Porque debes entender que todo lo que necesitas para ser exitoso, para ser feliz, para conseguir lo que deseas (cualquier cosa que esto signifique) está dentro de ti. Ya viene incorporado en ti cuando naces, en la configuración por defecto. Sin embargo, lo dejamos oculto, lo menospreciamos porque desconocemos sus grandes poderes.

Ahora, es menester saber, así mismo, que todo superhéroe incorpora un antihéroe. Recuerda que todas las monedas, absolutamente todas, tienen dos caras y los seres humanos no somos la excepción de la regla. El antihéroe, a diferencia del superhéroe, está más presente a través de las creencias, de los pensamientos, de las emociones: se manifiesta, en especial, con los miedos.

El antihéroe que hay en ti es esa voz interior que te frena, que te condiciona, que te convence de no entrar en acción, de no salir de tu zona de confort, de no hacer nada. También, y de manera muy especial, son todos aquellos pensamientos y mensajes que están grabados en nuestra mente y que nos dicen “No puedes”, “Eso no es para ti”, “No te lo mereces” y otros por el estilo.

La vida, entonces, es una incesante lucha entre el superhéroe y el antihéroe. Una lucha que, no sobra recalcarlo, solo termina el día en que dejas este mundo. ¿Cuál resulta vencedor? Aquel que tú elijas, aquel rol que prefieras protagonizar. El resultado de tu vida, lo que obtengas de ella en cada una de las actividades que realices, está condicionado por el quién triunfa en esa batalla.

 

 

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El superhéroe, como mencioné, está estrechamente ligado a quien eres, a cómo eres, a lo que te enseñaron, a la clase de mensajes con que fue programado tu cerebro en la niñez. Algunos nacimos para ser Supermán; otros, para encarnar a Batman; algunos, para ser el Hombre Araña y otros, para personificar a la Mujer Maravilla. Su propósito, su misión y sus poderes son diferentes.

¿Cómo saber, entonces, qué tipo de superhéroe hay dentro de ti? La clave está en el autoconocimiento, en saber cuáles son tus fortalezas y tus debilidades. Esta es una premisa que se aplica a todas las actividades en la vida, porque si bien los seres humanos en esencia tenemos las mismas capacidades, también es cierto que algunas habilidades se nos dan más fácil que otras.

Por ejemplo, todos podemos cantar. Sin embargo, no todos podemos ser cantantes profesionales porque no desarrollamos la habilidad. Todos podemos practicar el tenis, pero no todos podemos ser competitivos porque no tenemos la disciplina y la constancia para entrenar. Todos podemos escribir, pero no todos somos escritores porque la mayoría solo escribe cuando es indispensable.

¿Entiendes? Todos incorporamos un buen escritor, pero eso no significa, de manera alguna, que vayamos a ser profesionales de la escritura. Quizás, nada más, aficionados o recreativos, pero hacerlo bien y, sobre todo, estar en capacidad de transmitir un mensaje poderoso, de generar un impacto positivo en la vida de otras personas con nuestro conocimiento y experiencias.

Una de las dificultades que enfrentamos cuando queremos comenzar a escribir es que desconocemos cuál es nuestra personalidad, a qué superhéroe personificamos. Pensamos que tenemos la capacidad de ser novelistas, pero quizás estamos hechos para escribir cuentos cortos; le apuntamos a la poesía, pero nuestros dones y talentos nos conducen a los relatos románticos.

Por supuesto, cualquier ser humano está en capacidad de escribir lo que le plazca, cualquier género o estilo. Por supuesto, así mismo, habrá algunos que se le den más fácil y otros que van a requerir mayor esfuerzo y, sobre todo, preparación. Como dice el dicho “Si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos”: identifica cuál es tu personalidad como escritor y aprovéchala.

Saber qué superhéroe hay dentro de ti, conocer sus poderes y sus debilidades, su propósito y misión, te ayudará a comenzar a escribir y a definir tu estilo. ¿Cómo? Aprovechando tus fortalezas, entendiendo cuáles son tus limitaciones, estableciendo cuáles son tus enemigos y, algo crucial, qué espera el mundo de ti. Además, sabrás cómo debes actuar en cada situación que enfrentes.

Descubrir y activar tu héroe interno es uno de los primeros pasos que debes dar cuando vas a escribir. De esa forma, podrás desarrollar tu estilo, entender cuál es el tipo de escrito que mejor va contigo, con tus dones y talentos, con tu personalidad. Además, y por supuesto que no es un dato menor, te permitirá disfrutar más la escritura y te ayudará a transmitir un mensaje de impacto.

El peor error que cualquier persona puede cometer a la hora de escribir es pretender copiar a otro, por más exitoso que este sea. Ser únicos y diferentes nos hace valiosos, de ahí que sea una necedad renegar de los dones y talentos que poseemos por imitar un modelo ajeno. Es a partir del autoconocimiento de las fortalezas y debilidades que nuestro mensaje tiene poder e impacto.

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¿Cuánto de ti, de tu experiencia, debe haber en tus textos?

Una de las razones por las que a tantas personas les resulta difícil escribir es porque les cuesta tomar decisiones. No importa si son escritores profesionales o aficionados, si escriben un reporte para la junta directiva de su empresa, un ensayo o un libro. No importa si son novatos o, más bien, experimentados que publicaron anteriormente. No importa: todos estamos expuestos al riesgo.

¿Cuál riesgo? El de tomar las decisiones equivocadas. Escribir es una habilidad incorporada en todos los seres humanos, pero solo unos cuantos nos damos a la tarea de desarrollarla, de potenciarla, de sacarle el máximo provecho. Que, por supuesto, no significa ser un escritor profesional, sino estar en capacidad de transmitir un mensaje poderoso que cause impacto.

Una habilidad que, valga recalcarlo, no vale por sí misma, no es suficiente. Es como aprender a montar en bicicleta, a cocinar, a pintar, a cantar o a bailar: todos, absolutamente todos, podemos hacerlo. Algunos, con gran maestría; otros, apenas para divertirnos y pasar un rato agradable. ¿De qué depende? De cuánto trabajemos en desarrollar esa habilidad y de cómo la rodeemos.

Por supuesto, cada habilidad significa un nivel de aprendizaje distinto al del resto. Por ejemplo, aprender a montar en bicicleta puede tomarte tan solo unos minutos, quizás un par de horas. Cuando ya puedes mantener el equilibrio y la coordinación, estás listo para comenzar la aventura de pedalear, de sentir el golpe de la brisa en tu cara, de llevar tu cuerpo al límite del esfuerzo.

Ahora, si quieres ser un ciclista siquiera recreativo, necesitas complementar con una rutina de ejercicios que te permitan fortalecer los músculos y una de estiramientos para evitar dolores y lesiones. Así mismo, debes aprender a hidratarte adecuadamente y no puedes descuidar la alimentación. También es importante que descanses bien y procures no fumar o beber alcohol.

¿Entiendes? No es solo comprar la mejor bicicleta del mercado y salir a pedalear. De esa forma, pones en riesgo tu salud y, entonces, consigues el efecto contrario al esperado. Otro aspecto que es bueno considerar es cuáles son tus expectativas: cuanto más altas sean, más habilidades debes desarrollar, más tiempo debes dedicar, más esfuerzo debes realizar. Si no, jamás las alcanzarás.

Como ves, son diversas las decisiones que debes adoptar. De cuán acertadas sean estas dependerá el resultado que obtengas. Esa, créeme, es una ley de la vida, una premisa que se aplica a todas las actividades que emprendemos. Una de ellas, por supuesto, la de escribir. Decidir bien, tomar las adecuadas para cada momento, es una habilidad de los buenos escritores, ¿lo sabías?

Decisiones que a veces son simples y que a veces son complicadas. Decisiones que marcan el rumbo y, sobre todo, el impacto de tu texto. Esto es válido para periodismo, literatura o alguna otra área. La decisiones, además, están estrechamente relacionadas tanto con el conocimiento del tema que nos ocupa como con el criterio, una cualidad que lamentablemente no abunda por ahí.

¿Qué es el criterio? De acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, “juicio o discernimiento”. A su vez, juicio es la “Facultad por la que el ser humano puede distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso”, el “Estado de sana razón opuesto a locura o delirio”, la “Acción y efecto de juzgar” y la “Cordura o sensatez”. Y discernimiento es “Distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas”.

En otras palabras, el criterio es (debería ser) tu mejor aliado a la hora de tomar decisiones cuando vas a escribir. Ahora, la mejor forma de poner en práctica el criterio, de tomar buenas decisiones, es partir no de las certezas o de las afirmaciones, (como hace casi todo el mundo), sino de la duda, de la incertidumbre. Eso significa que debes partir de una serie de preguntas que de ten luz.

Por ejemplo, ¿cómo se llamará mi protagonista? ¿Cuál es el asunto sobre el que girará mi historia? ¿Cuál es el contexto en el que esta se desarrollará? ¿Cómo será el antagonista? ¿Quiénes serán los otros actores de tu historia? ¿Cuál es el conflicto principal que se desarrollará? ¿Cuál será el punto bisagra, el antes y después de la historia? ¿Cuál será la moraleja, en mensaje que vas a transmitir?

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Estas y otras más son preguntas que cualquier persona, no solo un escritor profesional, debería formularse y responder antes de sentarse frente al computador a escribir. De hecho, la información que surge de esas respuestas le ayudará a darle forma a su historia, a establecer la estructura. Y, seguro ya lo sabes (si no, te recomiendo que leas esto), la estructura es la clave del éxito.

Una de las preguntas más importantes, una de las decisiones de mayor peso, es aquella de determinar qué tanto de ti vas a incorporar en tu texto. Lo primero que puedo decirte es que no hay una medida ideal o una fórmula perfecta. Es potestad de cada autor. Tampoco se trata de buscar un equilibrio, porque no solo es una tarea harto difícil, sino que a veces no es bueno.

Lo que me interesa es que comprendas que, a diferencia de lo que puedas leer o escuchar por ahí, siempre (¿SIEMPRE!) tiene que haber parte de ti en tu texto. De hecho, quizás no lo sabías, es eso, justamente, lo que lo hace diferente y único: tu visión de la situación que abordas, lo que piensas acerca de ella y, en especial, tus experiencias, lo que has vivido, las lecciones que aprendiste.

Aunque quieras, aunque hagas tu mayor esfuerzo, es imposible escribir al ciento por ciento basados en la realidad. Nadie, absolutamente nadie, lo puede hacer. Siempre, absolutamente siempre, tus textos tendrán algo de ti, mucho de ti. Cuánto, por supuesto, es tu decisión. Lo que sí debes tener en cuenta es que a casi nadie le interesará que el texto exprese tan solo tu versión.

Sin embargo, dado que se supone que escribes de un tema del que posees un nivel de conocimiento superior al promedio, y entonces estás en capacidad de ayudar o enseñar a otros, tu aporte, el aprendizaje surgido de tus errores y experiencias, es valioso. Pero, no te puedes quedar en eso. ¿Por qué? Porque si solo escribes de lo que has vivido, de tus experiencias, el tema se agotará.

Es, entonces, el momento del criterio, de tomar buenas decisiones: hasta dónde aportas desde tu experiencia y cuándo comienzas a partir de tu conocimiento y, por supuesto, de la otra fuente de valiosa información: la realidad externa, que es muy importante. Salvo que seas especialista en ciencia ficción, tus textos deben incorporar tanto tu visión como tu mirada al mundo real.

Ahora, es conveniente hacer hincapié en algo fundamental: cuando te digo que escribir a partir de tus experiencias no significa que te limites a tus vivencias, a los sucesos que te ocurrieron. De lo que se trata es de aportar tus reflexiones, tus aprendizajes, que han sido enriquecidos también por las experiencias de otros, lo que otros te enseñaron, así como de lo que leíste acerca del tema.

Cuando decides escribir, asumes un rol fascinante, apasionante: abordar el tema en perspectiva, como si estuvieras fuera del planeta, en el espacio, como si fueras un dios. Ves, percibes, vives, aprendes, incorporas, experimentas; mezclas lo tuyo con lo ajeno, el pasado con el presente (y, claro, con el futuro). Escribir, de muchas formas, es como armar un gran rompecabezas.

Tomar distancia de la realidad (el presente) y mezclarla adecuadamente con el pasado (lo que has vivido, tus experiencias, tu conocimiento, lo que otros te enseñaron) es la fórmula para lograr un impacto con tus textos. Por supuesto, también debes echar mano de tus emociones, que son un ingrediente indispensable, pero sin permitir que se desborden, que tomen el control.

Tu mundo interior, la riqueza que hay en él (tus valores, tus principios, tus dones y talentos, tu pasión y tu propósito) son fundamentales a la hora de escribir. También, lo que sucede a tu alrededor, lo que lee y ves, lo que aprendes de otros, tus reflexiones y pensamientos. La clave, no lo olvides, está en encontrar la justa medida para que tu texto sea interesante y valioso para tus lectores.

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Las 10 preguntas que ayudarán a saber por dónde comenzar tu texto

La cuestión no es que no puedas hacerlo, sino que no sabes cómo hacerlo o, en su defecto, no sabes por dónde comenzar. Esta premisa, que quizás ya la experimentaste, se aplica a todas las actividades de la vida. Desde las más sencillas hasta las más complejas. Una de ellas es la escritura, una asignatura que para muchos significa un objetivo inalcanzable, como escalar el Everest.

Lo realmente difícil es realizar el cambio de chip que se requiere. ¿Por qué? Porque tienes que desaprender las creencias limitantes que grabaron en tu mente y abrirla para desarrollar esa habilidad que es innata en todos los seres humanos. Porque, no me canso de repetirlo, escribir no es un don reservado para unos pocos, sino una habilidad que solo unos pocos desarrollamos.

La primera de esas creencias, la más arraigada, es aquella de que debes ser (en imperativo) un lector voraz. Pero, la realidad nos demuestra que esa no es una ecuación perfecta, es decir, que en ese tema 1+1 no es igual a 2. ¿Por qué? Leer mucho te ayuda de dos formas: te enseña, te nutre de contenido, por un lado, y te ayuda a determinar tu estilo y la temática de la que vas a escribir.

Por ejemplo, si lo que te ilusiona es escribir una novela romántica, de poco o de nada te sirve devorar libros sobre ciencia ficción o asuntos policiacos. No es que no te sirvan nada, cero, sino que su aporte va a ser escaso porque son narrativas diferentes, escenarios diferentes y, sobre todo, lectores diferentes. Para sacarle provecho, tiene que haber afinidad y coherencia.

Veamos un ejemplo: todos los deportistas de alto rendimiento realizan sesiones de gimnasio. Sin embargo, la intensidad y las características de la rutina varían de acuerdo con la disciplina. Algunos ejercicios son similares, pero otros, la mayoría, son específicos de cada deporte. Algunos son de equilibro, de flexibilidad, de resistencia (aeróbicos) o de fuerza, entre otras modalidades.

Lo mismo ocurre en la música: las habilidades requeridas y las rutinas de práctica son distintas para el que toca guitarra, el que interpreta el piano o la trompeta, y así sucesivamente. Por eso, entonces, si tu objetivo es nutrirte para escribir debes elegir bien qué leer: algo que se relacione con tu temática, con el tipo de escrito que vas a realizar, que te aporte conocimiento específico.

Un conocimiento específico que puedes adquirir a través de la lectura y que te servirá como marco teórico, como sustento de tu mensaje. Sin embargo, y esta es otra situación que se repite, no es suficiente. ¿Por qué? Porque no puedes convertirte en repetidor de lo que leíste por ahí, pues eso a nadie le va a interesar. En cambio, tu opinión, tu perspectiva y tu visión sí pueden ser valiosas.

Un conocimiento que, además, te permite delimitar tu mensaje, saber en qué debes enfocarte. Porque no puedes pretender agotar todo tu tema en un solo libro, o artículo. En especial en estos tiempos modernos en los que el frenesí de la rutina diarios nos deja poco tiempo para cultivar el intelecto y en los que las personas privilegian el consumo de lo ligero, de lo rápido.

El proceso de escribir es como aquel de alistar un viaje: para que salga bien debes cumplir un proceso. Primero determinas el rumbo, el lugar al que quieres ir. Fijas las fechas de salida y de regreso y compras el tiquete aéreo. Te aseguras de reservar una habitación en un buen hotel, donde además, puedas disfrutar de la comida y las bebidas, así como de otras comodidades.

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Debes contar con un pasaporte (si viajas al extranjero), eventualmente con una visa, saber qué moneda puedes utilizar en ese país y también qué ropa es la conveniente para ese lugar. Y te presentas en el aeropuerto el día previsto, no antes ni después, con suficiente antelación para evitar inconvenientes en los trámites de abordaje. Por último, disfrutas tu viaje al máximo.

Si alguna tarea no se cumple, te vas a enfrentar a serias dificultades que van a echar a perder la experiencia. Trasladado al ámbito de la escritura, esto significa que antes de sentarte a escribir debes trazar en detalle el mapa de tu texto, el paso a paso de tu mensaje. Sentarse a escribir, no lo olvides, es el último paso del proceso, pero está condicionado por todos los anteriores.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchas personas abordan la escritura de un texto, de cualquier índole, sin siquiera saber qué mensaje van a transmitir, confiados en esa tonta idea de que en algún momento llegará la tal inspiración. A veces, por el conocimiento que tienen del tema o porque partieron de una idea concreta, logran escribir algo digno de leer.

Otra veces, la mayoría, sin embargo, se traban a mitad del camino o, peor aún, se van por entre las ramas y al final el que transmiten es un mensaje confuso, vago, de poco interés. Pensamientos o conjeturas personales que no aportan valor y que no logran captar la atención de los lectores. Por supuesto, no consiguen convertirse en autores best-seller y terminan frustradas, decepcionadas.

Algunas de las preguntas fundamentales que tienes que resolver antes de sentarte a escribir son las siguientes:

1.- ¿Cuál es la idea central de mi texto (artículo, libro)?

2.- ¿Cuál es el mensaje que quiero transmitir, el aprendizaje que quiero compartir?

3.- ¿Cuál es el contexto que ayudará a mi lector a entender la problemática?

4.- ¿Cuáles son los antecedentes del problema (idea central) del texto?

5.- ¿Cuál es tu visión acerca del tema central?

6.- ¿Cuáles son los argumentos que sustentan tu opinión sobre el tema?

7.- ¿Por qué esta problemática (idea central) es de interés para tus lectores?

8.- ¿Cuál es el aporte fundamental de tu texto para tus lectores? ¿Qué van a aprender?

9.- ¿Cuál es la moraleja (reflexión final) que le dará fuerza a tu mensaje?

10.- ¿Este es un tema del que valga la pena escribir o solo es un capricho?

El que establezcas un plan claro, preciso y específico no coarta, de manera alguna, tu creatividad o tu imaginación. Por el contrario, y esto es algo que muchos desconocen, las impulsa, las despierta. Cuando tienes un plan diseñado paso a paso, la mayor ganancia es que te puedes enfocar en lo que es realmente importante: tu historia, tu mensaje. Así, creatividad e imaginación volarán solas.

Y, por supuesto, no tendrás que depender de la tal inspiración, que no existe, y tampoco necesitarás invocar a las musas que andan perdidas en el túnel del tiempo. Cuando una persona dice que tiene problemas para escribir, lo que en realidad nos revela es que carece de una metodología de trabajo o, dicho en otras palabras, que ni siquiera sabe por dónde comenzar.

Se escribe porque se tiene algo que contar, algo que a tu juicio es valioso para otras personas. Entonces, lo primero es definir qué vas a decir y cómo lo vas a decir. Crea la historia (texto) en tu cabeza antes de sentarte frente al computador y escribe, escribe tanto como puedas, sin que se convierta en una rutina o en una exigencia incómoda. Recuerda: la práctica hace al maestro.

Si bien escribir es una actividad eminentemente creativa, requiere un soporte específico: el método, el plan definido paso a paso. El resto, eso que muchos creen que es inspiración, va a llegar por añadidura, pero siempre y cuando ejercites tu memoria, la exijas, la retes. Y, como en cualquier proceso de aprendizaje, el crecimiento y la evolución van de la mano del trabajo…

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El estilo es tu huella dactilar como escritor: ¿cómo identificarlo?

¿Eres de aquellos que antes de salir de casa te aseguras de estar bien presentado? ¿Eres de los que se toman unos minutos para definir qué ropa lucir o, más bien, coges lo primero que ves en el guardarropa? ¿Te preocupas por cómo te ves y por cómo te ven los demás? ¿Aunque sea un día de fin de semana o de descanso, quieres verte bien, quieres sentirte cómodo?

A pesar de que todos los seres copiamos modelos de éxito, también nos preocupamos por ser únicos y distintos de los demás. En todas y cada una de las actividades de la vida. El primer modelo, el que más impacto nos produce, son nuestros padres. Luego la vida se encarga de poner en nuestro camino tras personas que nos inspiran, de las que queremos tomar algo valioso.

Y, por supuesto, también aparecen en la escena modelos de éxito que elegimos seguir, que los incorporamos en nuestra vida. Por ejemplo, los deportistas triunfadores, que por lo general además encarnan inspiradoras historias de esfuerzo y superación que nos abren las alas y nos motivan a seguir su camino. O un referente de la actividad a la que nos dedicamos, así mismo.

Cuando somos bebés, cuando estamos en esa increíble etapa de descubrir el mundo, la imitación es el método de aprendizaje más poderoso del que disponemos. Copiamos lo que papá y mamá nos dicen, pero también lo que observamos que ocurre a nuestro alrededor. Luego, al crecer, cuando somos autónomos y tomamos nuestras propias decisiones, elegimos qué o a quién modelar.

Más en estos tiempos de internet en los que tenemos acceso inmediato a lo que las figuras públicas y las celebridades publicas en sus redes sociales, en sus páginas web, o lo que publican sobre ellas en los distintos medios de comunicación. Es un incesante bombardeo de modelos que nos invitan a ser seguidos, que ejercen una fuerte influencia en lo que pensamos y lo que hacemos.

Esta es una premisa que se aplica también al campo de la escritura. Cuando en realidad queremos escribir, queremos desarrollar la habilidad para salir del montón y tener la capacidad de transmitir mensajes poderosos, buscamos modelos dignos de imitar. El novelista que nos atrapó cuando éramos jóvenes, el autor que nos cautivó en la universidad o el referente literario de nuestro país.

La tendencia a copiar modelos de éxito es natural en el ser humano. Sin embargo, y esta es una gran paradoja, nunca logramos ser como esas personas a las que admiramos, que nos inspiran. Puedes comprar la ropa y las zapatillas que luce Roger Federer, usar una raqueta de la misma marca, tomar clases con el mismo entrenador y hasta cortarte el pelo como él. Pero…

Pero, nunca serás Roger Federer. Y nunca vas a ganar 20 torneos de Grand Slam como el astro suizo. Como tampoco te convertirás en el mejor futbolista del mundo por calzar los botines de la marca que usa Lionel Messi, o por tomar mate, o por hacer malabares con el balón como él. Y así sucesivamente, con cualquier modelo que pretendas imitar, cualquier figura que desees emular.

Y, a mi juicio, esa es una excelente noticia. ¿Por qué? Porque si algo nos hace valiosos y poderosos a los seres humanos, a cada uno, es la unicidad. ¿Sabes qué significa? La condición de únicos, distintos e irrepetibles. Puedes ser muy parecido a tus padres, seguro heredaste mucho de cada uno, pero eres único porque posees características que ninguno de ellos tiene. ¿Entiendes?

En la escritura, la unicidad se manifiesta a través del estilo. Que, tristemente hay que decirlo, no todos somos capaces de desarrollar, de definir. ¿Por qué? Porque nos dedicamos a imitar a otros, nos limitamos a copiar a otros y nos olvidamos de aquello que nos hace únicos, valiosos y poderosos. El talento, la sensibilidad, los dones que nos regaló la naturaleza, la inteligencia.

El estilo es algo así como la huella dactilar de un escritor: es suyo y diferente del resto de los escritores del mundo. Es la característica que lo identifica, la que provoca que los lectores se enamoren de sus textos y los quieran leer una y otra vez. Es como el tono de voz de tu cantante preferido, que lo identificas rápidamente después de escuchar unas pocas frases.

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El estilo surge de una combinación de factores que podríamos llamar materiales y otros, emocionales. Los materiales son el correcto uso del vocabulario, la ortografía y la gramática, sí como de los diferentes tipos de escritos. Están determinados por el conocimiento, la preparación y la disciplina del escritor, por su capacidad para aprender constantemente, para evolucionar.

Los emocionales, mientras tanto, están conectado con aquello que somos como personas, con nuestras creencias, valores y principios. Por supuesto, con nuestros miedos, con las experiencias que hemos vivido, con las personas o vivencias que dejaron huellas o cicatrices en nuestra vida. Son reflejo de cómo vemos la vida, de cómo percibimos y asumimos nuestro rol en este mundo.

¿Ahora entiendes por qué no puede haber dos estilos iguales? ¿Por qué es una necedad intentar copiar el estilo de algún autor específico? Dos personas pueden acudir a las mismas clases en el mismo colegio, primero, y luego en la universidad. Sin embargo, lo que aprendan, las capacidades que desarrollen, el uso que le den a ese conocimiento será diferente, cada uno elegirá un rumbo diferente, propio.

Ahora, bien, hay algo muy importante que debes tener en cuenta: el estilo no es algo que nació contigo, algo que ya venía incorporado en tu mente. Se trata de una construcción. Que, valga decirlo, es un proceso que jamás termina, porque el estilo, como la vida misma, es dinámico y cambiar de acuerdo con las circunstancias, se adapta a ellas. Y, claro, también por la práctica.

El estilo, en esencia, es un descubrimiento que surge del autoconocimiento. En otras palabras, el estilo es un reflejo no solo de lo que eres como escritor, sino también, como ser humano. Y solo podrás definir tu estilo cuando definas quién eres como persona, cuando conozcas con certeza cuáles son tus fortalezas, tus debilidades, tus miedos, tus ilusiones, tus valores y tus principios.

El estilo es reflejo de la personalidad del escritor, por eso hay estilos serios, divertidos, enredados, rebuscados, indecisos, lacónicos o fuertes: porque así somos los seres humanos. Eso, en todo caso, no significa que si eres una persona seria no puedas ser un gran escritor humorístico, pero está claro que si eres extrovertido y tiene chispa o buen sentido del humor se te dará más fácil.

Una de las primeras tareas que debería llevar a cabo cualquier persona que quiera escribir, en especial cuando desea, por ejemplo, escribir un libro o abrir un blog para publicar dos o tres post a la semana, es aquella de hacer un análisis FODA. Sí, aquella metodología que nos permite establecer cuáles son nuestras fortalezas (F), oportunidades (O), debilidades (D) y amenazas (A).

Es una técnica muy utilizada en el mundo de los negocios que también brinda grandes beneficios en el campo personal. Por ejemplo, nos ayuda a establecer metas a corto, mediano y largo plazo y la estrategia adecuada para cumplir con esos objetivos. En el ámbito empresarial, el análisis FODA es una de las herramientas más poderosas de los líderes a la hora de tomar decisiones.

Para ser un buen escritor, el talento no basta: todos tenemos talento, pero no todos somos buenos escritores. Tampoco basta el conocimiento. El estilo, tu huella dactilar como escritor, es una construcción que parte de tus principios y valores, de tus creencias, de la forma en que ves el mundo, y se forja a través de lo que adoptas de otras personas y, sobre todo, de la práctica.

El estilo no es algo que puedas incorporar, de afuera hacia dentro. De hecho, es justamente al contrario: surge de ti y se manifiesta en el exterior. El estilo no es algo que el mundo te dé a ti, sino lo que tú le brindas al mundo, de ahí que hay escritores cuyo estilo es más agradable, más popular, más impactante. El estilo, además, es la característica que te permite dejar un legado.

Tú, que anhelas ser un buen escritor o que simplemente quieres desarrollar la habilidad para transmitir un mensaje poderoso y de impacto, necesitas identificar y establecer tu estilo, tu huella dactilar como escritor. Para conseguirlo, necesitas llevar a cabo dos tareas: el autoconocimiento, para lo cual el análisis FODA es muy útil, y la práctica constante, es decir, escribir y escribir

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Marketing de contenidos: modela el éxito de los referentes del mercado

¿Sabes cuál es la diferencia entre aquellos que son visibles en internet y logran vender sus productos y servicios y aquellos que no logran conectar con su audiencia y no venden? La respuesta a este interrogante quizás no sea la que esperas, pero es bueno que la conozcas de una vez por todas: los ganadores, los exitosos, los que sobresalen, generan contenido de calidad.

¿No era lo que esperabas leer, cierto? Sin embargo, esa es la verdad, dura y cruda. ¿Por qué? Porque el contenido es la herramienta más poderosa y efectiva para cumplir a cabalidad con la tarea de generar confianza y credibilidad. No es la única, por cierto, pero sí la más poderosa y efectiva. No es la más rápida, hay que decirlo, pero sí la más poderosa y efectiva que hay.

Mi buen amigo y mentor Álvaro Mendoza, director de MercadeoGlobal.com y conocido como El Padrino porque ha apadrinado a cientos de emprendedores iberoamericanos a lo largo de 23 años de trayectoria, es un apasionado del contenido. Desde cuando comenzó a hacer negocios por internet, por allá en 1998, se posicionó como un gran generador de contenido gratuito.

Su blog es uno de los más antiguos de la red. Además, produce contenido para YouTube, además de Facebook e Instagram, y también tiene un pódcast. Y en los últimos meses se subió al bus de Clubhouse, lidera el Club de Marketing & Negocios y es anfitrión de una concurrida sala todos los días a las 10 de la mañana hora de Miami. Su principal característica es el contenido multiformato.

Esto no es todo: también ha escrito más de 20 libros, varios de ellos en coautoría, y con frecuencia organiza eventos presenciales y virtuales en los que comparte su conocimiento y experiencia. Una de sus frases icónicas es que detrás del éxito de un emprendedor hay dos habiliddes: generación de contenidos y matemáticas, entendiendo estas últimas como las métricas de las estrategias.

Otro referente del mercado es Hyenuk Chu, el Maestro Zen, uno de los discípulos de Álvaro Mendoza. Es experto en inversiones en la Bolsa de Nueva York, organizador de masivos eventos, tanto presenciales como virtuales, y desde hace varios años publica mensualmente su revista Zen Magazine, con entrevistas a prestigiosos hombres de negocios, inversionistas y mucho contenido de valor.

También tiene un activo canal en YouTube y cada día comparte valiosos consejos y experiencias a través de Instagram. Dentro de su equipo también hay una periodista que, además del contenido de la revista, se encarga de la alimentación del blog. Hyenuk entendió claramente la necesidad y, sobre todo, el beneficio de generar contenido de calidad para nutrir a su numerosa comunidad.

Otro buen ejemplo es Emil Montás, también apadrinado por Álvaro. Él es consultor inmobiliario en República Dominicana y experto en segunda vivienda o vivienda de turismo y descanso. No solo es el referente del mercado, sino que además no tiene competidores. Hace años aprendió que era importante especializarse y eligió un mercado que no solo es atractivo, sino poco competido.

A Emil, que es un tipo abierto, conversador, simpático, le encanta el formato de video. Es un escenario en el que se mueve como pez en el agua gracias a su estilo natural, auténtico. En su canal de Instagram, en el que cuenta con varios miles de seguidores, publica contenido casi todos los días, a veces varias veces al día. También tiene un blog y ha publicado un par de libros.

Quizás nunca hayas oído hablar de ellos, pero basta que acudas a Mr. Google para darte cuenta de cómo estos tres referentes del mercado, cada uno en su especialidad, son voraces generadores de contenido. Si tuvieras la oportunidad de preguntarles a qué atribuyen su éxito, seguro te dirán que buena parte responde al fuerte vínculo que establecieron con el mercado gracias al contenido.

Por supuesto, no vayas a creer que ellos comenzaron en el punto en el que están hoy. Al comienzo, publicaban un post a la semana y luego aumentaron la frecuencia y colonizaron otros canales y plataformas. Ha sido un proceso, un largo proceso. No son grandes escritores, tampoco son presentadores de televisión o comentaristas de radio, pero se desenvuelven bien en cada medio.

La buena noticia es que tú también puedes hacer lo mismo, tú también puedes posicionarte como experto en tu nicho y como referente apalancado en una adecuada estrategia de marketing de contenidos. De hecho, si quieres posicionarte, ser visible y llamar la atención de tus potenciales clientes, necesitas generar contenido de valor que te dé a conocer y te diferencie del resto.

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Si bien hace un tiempo la generación de contenido, contar con una estrategia de marketing de contenidos, era una opción, hoy es una necesidad. Si no la implementas, le concedes una gran ventaja a tu competencia. Si no la llevas a cabo, el trabajo de conseguir más y mejores clientes será difícil y costoso. Si no te animas a producir contenido, tu nivel de ventas será limitado.

Para alcanzar el éxito con tu estrategia de marketing de contenidos debes cumplir estos 5 requisitos:

1.- Establecer una estrategia. Parece obvio, pero no lo es. ¿Por qué? Simplemente, porque hay muchos que hacen caso omiso de esto y se dedican a hablar de sí mismo a través de las redes sociales, convencidos de que con esto van a vender más. A la hora de la verdad, sin embargo, lo único que consiguen es ahuyentar a los potenciales clientes y ser catalogados como vendehúmos.

Requieres una estrategia que te permita establecer el mensaje que vas a comunicar, que debe estar alineado con el tipo de cliente al que te vas a dirigir: ¿frío, tibio o caliente? En un principio, el contenido debe enfocarse en darte a conocer, que le mercado sepa quién eres y qué haces. Pero, especialmente, cómo y a quiénes puedes ayudar con el conocimiento y experiencias que atesoras.

2.- Definir tus avatares. Sí, en plural, porque no es uno solo. Es otra tarea que se supone todos la realizan, pero la verdad es distinta. De hecho, aquellos que definen su avatar lo hacen mal o, en el mejor de los casos de manera incompleta. Y, para colmo, una vez la terminan la guardan y nunca la vuelven a consultar, no la actualizan. En pocas palabras, no les sirve absolutamente para nada.

Definir los avatares te sirve no solo para conocer el dolor de tus clientes potenciales y las variadas manifestaciones de este de acuerdo con el punto del proceso de compra en el que se encuentre. También debes determinar qué lo mueve, cuáles son sus aspiraciones, ese sueño que lo moviliza. Recuerda: el miedo paraliza (y nadie compara un dolor), mientras que las aspiraciones movilizan.

3.- Enfocarte en los beneficios. Este es un clásico error: dedicarse a hablar de las características de tu producto o servicio o, también, de ti, de tu hoja de vida, de los cargos que desempeñaste o, lo más común, de la cantidad de seguidores que tienes en las redes sociales. Eso, créeme, a nadie le importa y no te ayudará a vender un dólar. Nadie te comprará porque te creas muy popular.

Un contenido de valor, sin importar el formato que elijas, está enfocado en los beneficios que incorpora aquello que le ofreces al mercado. ¿Qué son los beneficios? Los resultados que va a conseguir, la transformación que va a experimentar, cómo mejorará su vida. ¿Entiendes? Los beneficios están estrechamente relacionados con las aspiraciones de tu cliente potencial.

4.- Sé multiformato. Esta es una de las características más importantes y menos valoradas. La mayoría de las personas cree, porque así se lo dice el mercado, que la clave del éxito de una estrategia de marketing de contenidos radica en estar en todas las redes sociales, y eso no es verdad. Debes estar solo en aquellas en las que están esos clientes a los que deseas llegar.

En cambio, es conveniente que seas multiformato. ¿Eso qué quiere decir? Que, aunque te acomode más un formato que otro, por ejemplo, el video, debes reforzar tu estrategia con contenido escrito y hablado (pódcast). ¿Por qué? Porque no sabes en qué momento y en qué situación está tu cliente cuando recibe tu mensaje y, entonces, debes facilitarle la vida.

5.- Crea contenido evergreen. ¿Sabes de qué se trata? Contenido no perecedero, es decir, que no pierde vigencia. Muchas personas se guían por lo que acontece en el día a día, porque piensan que el contenido actual llama más la atención. Es cierto, sí, pero si te dedicas a producir contenido de coyuntura esta tarea se convertirá en una carga imposible de llevar. Necesitas ser recursivo.

El contenido evergreen tiene la ventaja de que lo puedes reciclar tantas veces como desees con tan solo algunos retoques o una pequeña actualización. Así, no te conviertes en esclavo de la generación de contenido y, además, a los clientes nuevos que llegan a tu negocio les puedes aportar valor a través de esos contenidos que originaste en el pasado y que no pierden vigencia.

Una alternativa para alcanzar el éxito que otros ya lograron es modelar, imitar, las acciones que a ellos les han dado buenos resultados. En esta nota te ofrezco los casos de mis amigos Álvaro Mendoza, Hyenuk Chu y Emil Montás, pero puedes elegir a cualquier otro referente del mercado que más te guste. Lo que no puedes elegir es no contar con una estrategia de marketing de contenidos

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