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Cómo NO caer en la trampa del plural mayestático (nosotros)

El sermón del sacerdote en la iglesia, el discurso del político en la plaza pública, las respuestas del deportista en la rueda de prensa, el comunicado de la empresa y tu conversación habitual están unidas por un hilo conductor. ¿Lo sabías? Es algo inconsciente, algo que aprendimos de los mayores y que se ha reforzado con el uso reiterado en todos los ámbitos de la vida.

¿Sabes a cuál me refiero? Al popularizado uso del plural mayestático o del plural de modestia, una variación del anterior. ¿Sabes en qué consiste? A comunicarnos a través de la tercera persona del plural, el nosotros. Para la mayoría, no solo resulta cómodo, sino que también está la creencia de que evita la primera persona del singular, el yo, que puede llegar a ser odioso.

Lo hacemos de manera automática, tanto porque así programamos nuestro cerebro a punta de repetirlo una y otra vez, como por conveniencia social. El yo, que para algunos es una tentación irresistible, resulta chocante. Aunque sea tu pareja, o tu padre, o tu jefe o un amigo, el yo repetido en algún momento se torna insoportable, desagradable, no se tolera fácil.

En cambio, el nosotros genera menos resistencia. Esta práctica de hablar en tercera persona del plural se conoce como plural mayestático. ¿Sabes por qué? Porque, en la antigüedad, era la forma en que los reyes, emperadores y papas empleaban para dirigirse a sus súbitos, a sus feligreses. Después, sin embargo, su uso se fue extendiendo a las personas del común.

“Estamos orgullosos de ti, hijo”, dice el padre en una expresión que quizás solo refleje su opinión, pero que involucra a otros (mamá, hermanos, familiares, amigos). “Ofrecemos los servicios de marketing digital”, dice el emprendedor, en clara alusión a que el trabajo no lo realiza él solo, sino que cuenta con un equipo que lo respalda. ¿Ves cómo funciona?

“Hablar en primera persona de plural supone que lo que opinamos es compartido y, por tanto, no es exclusivamente nuestro. Esto inconscientemente nos proporciona cierta protección. Si nos equivocamos, no estamos fallando solo nosotros, sino toda la sociedad. Esto concluyó un estudio de Johannes Zimmermann, profesor de Psicología de la Personalidad en la Universidad Kassel, en Alemania.

Por su parte, el psicólogo social James W. Pennebaker, profesor de la Universidad de Texas, en Austin (EE. UU.), Una persona que miente tiende a usar el pronombre ‘nosotros’ sin mencionar ningún pronombre en primera persona de singular”. Como ves, se trata de un tema que no solo es muy interesante, sino que tras bambalinas esconde algo mucho más complejo.

Hablar en tercera persona del plural, como lo dijo Zimmermann, nos brinda una protección: nos libera de la responsabilidad absoluta, la compartimos, aunque esos otros aludidos no se den por enterados. Además, y este es el poder de las palabras que los políticos y autoridades saben emplear, es una forma muy hábil de diluir la carga de las decisiones que tomamos.

Hay otros casos en los que también se utiliza la tercera persona del plural con un sentido positivo, constructivo. Así, por ejemplo, cuando una empresa es objeto de un reconocimiento alude al nosotros para que todos los empleados se sientan involucrados y partícipes del logro. Es decir, quien pronuncia las palabras no quiere adjudicarse él solo los méritos de lo obtenido.

En este caso, hablamos de plural de modestia, que es una expresión muy común entre los deportistas. “Hemos jugado un buen partido”, “Hemos hecho el máximo esfuerzo” y otras frases que involucran tanto a sus compañeros (si se trata de un equipo) o, de otra forma, a quienes lo secundan, como su entrenador, preparador físico, nutricionista o mánayer.

Existe una tercera variante, también muy popular en el lenguaje oral, que se denomina plural sociativo. Es cuando, tal y como lo explica el diccionario de la Real Academia de la Lengua, “se involucra al interlocutor de forma afectiva”. ¿Por ejemplo? “¿Qué tal estamos?”, o “¿Cómo nos fue en la reunión con el cliente?” o “Estamos muy felices de verte, hijo”.

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Como mencioné al comienzo, el uso de la tercera persona del plural es algo inconsciente, algo que aprendimos de los mayores y que se ha reforzado con el uso reiterado en todos los ámbitos de la vida. Sin embargo, al escribir o al transmitir un mensaje con mayor impacto, el copywriting exige que nos dirijamos a un solo lector, a una sola persona. Sí, en singular.

En especial, si la comunicación se realiza a través de internet. Quizás te has dado cuenta de que, cuando asistes a una charla de alguien reconocido en el mercado, el experto siempre se dirige a la audiencia en singular, aunque en la sala o reunión haya 10 o 100 personas. ¿Por qué? Es lo que se conoce como el poder del uno, una estrategia de comunicación muy útil y efectiva.

La primera razón es que cuando hablas como si te dirigieras a una sola persona, no a una audiencia masiva, logras llamar la atención de la mayoría (o quizás de todos, de manera individual). Cada una de esas personas que te escuchan asume inconscientemente que te diriges a ella en particular, se siente involucrada, valorada, presta mayor cuidado a tu mensaje.

La segunda razón es por el impacto que puedes conseguir. Al hablar en la tercera persona del plural, apelando al nosotros, se le resta poder al mensaje. ¿Por qué? Porque el mensaje se diluye, se divide. Lo más probable es que algunos de la audiencia se distraigan, no entiendan los beneficios de lo que ofreces, piensen que eso es para otros, no para ella. ¿Entiendes?

La tercera razón es por la autoridad. Es, justamente, la fortaleza a la que apelan los políticos o los sacerdotes en su mensaje: esconde el odioso yo, pero tu mensaje sigue investido de poder, de la fuerza necesaria para generar un impacto emocional en la persona que lo escucha. Es como si el emisor fuera el dueño absoluta de esa verdad, como si nadie más lo supiera.

“(Yo) Estoy convencido de que es la mejor decisión”, “(Yo) Creo que no es el momento adecuado para salir de casa” o “(Yo) Pienso que fue mejor tomarme un descanso”. Como ves, en las anteriores frases el Yo siempre está presente, pero tras bambalinas, sin provocar ese rechazo que corta la comunicación, que resulta odioso. Y el mensaje mantiene su poder.

Cuando el Yo está escondido, se consigue un efecto muy poderoso: el mensaje que se emite está blindado, tiene una carga capaz de derribar objeciones y creencias limitantes y, lo mejor, de provocar una reacción. Esa es la magiadel mensaje persuasivo: que no convence (lo que implica vencer una dura resistencia), sino que inspira (una acción voluntaria, decidida).

Dejar de utilizar las diferentes formas de la tercera persona del plural (mayestático, de modestia o sociativo) es prácticamente imposible. En especial, en el lenguaje verbal. Sin embargo, sí podemos aprender a hacer uso del yo escondido, que nos evita enfrentar los problemas de la primera persona del singular (el yo manifiesto) o, peor, caer en su trampa.

Te propongo un ejercicio: durante un día, en todas las comunicaciones e interacciones que tengas con otras personas, procura evitar al máximo el yo manifiesto y haz uso del yo escondido, siguiendo el modelo de las frases enunciadas tres párrafos antes. ¿Cuál es el objetivo? Que percibas el poder de tu mensaje, que te des cuenta cómo cambia el impacto.

Los seres humanos poseemos el poder infinito de la palabra, del lenguaje, pero a veces no nos damos cuenta de ello. Como es algo natural, algo que viene incorporado en nosotros desde la configuración original, quizás no lo valoramos. Y, por otro lado, estamos atrapados en el YO, en el egocentrismo que rompe la empatía, que solo provoca cortocircuitos en la comunicación.

Puedo decirte con conocimiento de causa (fíjate que eliminé el Yo manifiesto), porque lo practico cada día en mi trabajo (¡lo hice de nuevo!), que estás en capacidad de generar un impacto positivo en la vida de otros gracias al poder de las palabras. La clave está en que utilices las correctas y evites la trampa del Yo manifiesto y no abuses del plural mayestático.

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Escribir un blog: 5 razones por las que deberías empezar hoy

Vamos a comenzar por el final, por la creencia más arraigada: escribir y sostener un blog no es para cualquiera. De hecho, son muchas las personas que comienzan, dan unos pocos pasos y después desisten. Y, te lo confieso, ni siquiera para mí es algo complicado, dado que es una de varias responsabilidades que tengo. Sin embargo, no estoy dispuesto a tirar la toalla.

Quizás sabes que soy periodista de profesión, un oficio que ejerzo hace casi 35 años. Aunque he tenido experiencias en radio (como parte de un programa semanal en una universidad) y en televisión (comentarista de torneos de golf para un canal privado), toda mi trayectoria me dediqué a escribir. Es lo que me gusta, lo que mejor sé hacer, por lo que me conocen.

En el año 2012, en uno de mis períodos sin trabajo estable, me lancé a la aventura de intentar que alguna editorial me publicara un libro sobre la historia de los Mundiales de Fútbol. En esos días, se disputaban las eliminatorias a Brasil-2014 y una joven Selección Colombia dirigida por José Pekerman ilusionaba al país con regresar a la Copa Mundo por primera vez desde Francia-1998.

El trabajo que realizaba era una extensa y detallada recopilación estadística, que me iba a servir como base para escribir las historias del libro. Una tarea compleja que exige mucha dedicación, concentración y cuidado, porque un dato mal gestionado cambiar la información. A pesar de que es una labor que me apasiona y disfruto, entendí que necesitaba algo más.

Me di cuenta de que llevaba tres meses dedicado exclusivamente a las estadísticas, sin escribir una letra. Dado que sé perfectamente que escribir bien es un hábito, y que ese finalmente es mi trabajo, no podía darme ese lujo. Entonces, hallé una solución: crear un blog de golf, una de mis especialidades, que le hiciera contrapeso al tema futbolístico, que me tenia absorbido.

Comencé a publicar historias sobre jugadores, campos y figuras de la historia, además de análisis de la actualidad, tanto en Colombia como en el ámbito internacional. Esas notas se leyeron muy bien, eran profusamente compartidas y se generó una interesante dinámica que me enseñó que había un espacio profesional en el que podía desarrollar mi trabajo.

Cuando Colombia clasificó al Mundial, creé otro blog y escribí historias acerca de los mundiales de fútbol, de las figuras más conocidas de la historia y otros hechos poco familiares para el hincha. Fue increíble, porque obtuve una respuesta muy positiva. En Facebook, en Google, en Twitter y en LinkedIn encontré una audiencia ávida de buenas historias, que las valoró y apreció.

Colombia, quizás lo sabes, cumplió al más destacada actuación de su historia, con un quinto puesto. Cada día publiqué 3-4 historias sobre los partidos disputados y un resumen y cuando jugaba Colombia algo especial. Logré métricas increíbles, inesperadas, que me confirmaron las virtudes de un blog (sin importar la temática) cuando el contenido es útil para otros.

Cuando creé mi página web, a finales de 2020, y desde un comienzo entendí que no la podía destinar exclusivamente a ofrecer servicios. Soy un convencido de la premisa que me enseñó mi amigo y mentor Álvaro Mendoza, de aportar valor por encima de cualquier otro interés. Aportar valor, compartir conocimiento y experiencias, se una luz que ilumine a otros.

Generar un impacto positivo en la vida de otras personas es un privilegio, ¿lo sabías? Es muy probable que sí. Lo que quizás desconoces es que tú también puedes lograrlo y que un blog profesional es una de las herramientas más poderosas con que cuentas para conseguirlo. Y, esto quizás te sorprenda, además de un gran privilegio también es una responsabilidad.

¿Por qué? Como bien dice Álvaro Mendoza, todo aquel que posee un conocimiento valioso y  acumula experiencias enriquecedoras tiene la responsabilidad de compartirlas con otros. Si no lo hace, ese conocimiento y esas experiencias de nada le servirán, perderán su valor”. Y tú, estoy completamente seguro, tienes mucho valor que puedes compartir con otros.

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Es probable que no te animes, o no te interese, escribir un blog sobre tu área de conocimiento, sobre lo que haces en tu trabajo, y está bien. Sin embargo, ese no es el final de la historia. A lo mejor puedes compartir lo que sabes y has vivido en relación con alguna de tus aficiones, de tus pasiones. No te olvides que mis primeros blogs fueron sobre dos aficiones: golf y fútbol.

¿Algún deporte? ¿Cocina? ¿Historia universal? ¿Libros? ¿Música? ¿Mascotas? No importa. Lo que en realidad interesa es que descubras cuál es ese tema del que sabes más que el promedio de las personas, que te apasiona, que te hace feliz hablar de él y que te gustaría compartir con otros. Un tema del cual puedas escribir un post para tu blog al menos una vez por semana.

La clave, créeme, es comenzar. Escribir y publicar un post (1.200 a 1.500 palabras) con un contenido de valor y promocionarlo en redes sociales o WhatsApp. También puedes hacer una versión video y colgarla en un canal de YouTube. Pide a tus amigos y contactos que lo compartan y no olvides algo muy importante: su retroalimentación (la vas a necesitar).

Estas son las cinco razones por las cuales deberías comenzar YA tu blog (profesional o aficionado):

1.- Un propósito.
¿A qué viniste a este mundo? ¿Por qué razón estás aquí? Tu vida tiene un propósito y, créeme, un componente de él es ayudar a otros con las herramientas y recursos que la vida te ha dado. ¿Cuáles? Tu conocimiento y experiencias, las personas que conoces, los errores que cometes. Todo tiene un propósito que, al compartirlo, puede ayudar a otros a avanzar en su camino.

2.- La confianza.
Pocas estrategias te brindan tan buen resultado para darte a conocer, posicionarte y generar la confianza necesaria en el mercado como publicar un blog. Además, ¡es gratis! Publicar contenido de valor con frecuencia te da autoridad, te diferencia del resto (de quienes no lo hacen) y te permite establecer una relación con tu audiencia. Ahora, si prefieres pagar…

3.- Las relaciones.
Uno de los efectos poderosos de publicar en internet es que nunca sabes quién verá tu contenido. Lo planeas, anhelas que sean aquellas personas a las que les interesa o les sirve, pero nunca estás seguro. Lo que sí es seguro es que algunas de ellas, o algunas otras, van a valorar tu aporte y lo agradecerán. Podrás establecer relaciones de intercambio de beneficios.

4.- La comunidad.
Si eres de aquellos a los que se les hincha el pecho porque tienen más seguidores en redes sociales, déjame decirte que estás equivocado. En esencia, se trata de personas a las que solo les interesa lo que ofreces gratis, o que quieren cobijarse bajo tu sombra. Con un blog, mientras, puedes crear una verdadera comunidad y compartir enriquecedoras experiencias.

5.- Es un valioso activo propio.
Las redes sociales pueden desaparecer en cualquier momento y, por si no lo sabes, cada día pierden relevancia, impacto. Además, tienes que someterte a sus reglas. Un blog, en cambio, es un activo propio, que manejas como mejor te parezca, del que tienes absoluto control y que, si conoces de marketing, puede ser la puerta de entrada de un negocio rentable.

Escribir y sostener un blog no es para cualquiera, cierto. No es para quien quiera ser millonario de la noche a la mañana, que no respete el proceso, que no tenga paciencia, que solo piense en sus intereses (y no en lo que necesita su audiencia). No es para quien sea egocéntrico y crea que lo que la vida le dio es para guardarlo, para quien no valore el privilegio de ayudar a otros.

Ten en cuenta algo importante: siempre, siempre, hay público interesado en el contenido de valor. Y algo más: siempre, siempre, hay alguien que necesita aquello que tú sabes, que tú conoces. Y no olvides lo que mencioné antes: tu vida tiene un propósito y este no es otro que compartir lo que sabes, lo que has vivido. Solo de esa manera ese propósito tendrá sentido.

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¿Sabías que tú puedes ser la solución contra el contenido pornobasura?

¿No estás cansado de recibir y ver tanta basura en los medios de comunicación y en internet? ¿No estás cansado de abrir tu bandeja de correo y encontrar decenas de mensajes que nada te aportan, que solo te quitan tiempo valioso? ¿No estás cansado de tropezarte con tanto gurú autoproclamado que, en verdad, no son más que vendehúmos? ¿No estás cansado?

Lo primero que hay que convenir es que el mal no está en las herramientas o los canales, dentro o fuera de internet, sino el uso que se hace de ellas. Tristemente, en procura de los ansiados clics, la tarea de atraer la atención de los consumidores, de las audiencias, se canibalizó, se prostituyó. Hoy, lo que consumimos es básicamente pornobasura.

Si abres la web de un medio de comunicación, el más prestigioso de tu país o el de mayor tradición, verás que noticias, lo que se dice noticias, hay pocas. El resto, la mayoría, son informaciones infladas, distorsionadas, manipuladas para tratar de conseguir clics. Titulares engañosos y/o morbosos que son ofensivos, un insulto a la inteligencia y a la decencia.

Lo peor, sin duda, es que esas perversas publicaciones nos persiguen por doquier y tienen la capacidad de transformarse como si fueran camaleones. Textos, post de redes sociales, videos, audios, infografías, pódcast, reels, historias, webinars…, en fin. Saltan como liebres y ay de ti si haces clic en alguna de ellas, porque la persecución será mucho más que intrusiva.

Que el futbolista equis se pintó el pelo de amarillo, que la modelo ye publicó una foto con prendas sugestivas, que el influencer zeta se dio un beso con un seguidor y su pareja estalló en ira… Es una vulgaridad. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que no hay límites. Cuando crees que ya lo viste todo, que no puede haber algo más perverso, consiguen superarse, por así decirlo.

Lo fácil es decir que son las redes sociales, tristemente convertidas en cloacas sociales por cuyos canales vienen y van los bajos instintos de la humanidad, sus fétidas perversiones. Sin embargo, no es un mal exclusivo de ellas: los medios de comunicación y también muchos de los portales de empresas y profesionales independientes que posan de independientes.

¿No estás cansado de recibir y ver tanta basura en los medios de comunicación y en internet? Honestamente, yo sí estoy cansado. De hecho, desde hace años. Como muchos, quizás como tú, durante un tiempo consumí esa pornobasura como si no hubiera una solución. Hasta que un día un amigo me enseñó cómo podía blindarme contra esta y sacar lo tóxico de mi vida.

¿Qué hice? Primero, dejé de ver noticieros, ¡TODOS!, y cualquier otro de esos programas de televisión que llaman de opinión, pero que en realidad son de manipulación. También corté mis relaciones con los periódicos, tanto en formato impreso como digital. Y, por último, hice una radical limpieza de mis redes sociales, eliminando todo aquello con tufillo tóxico.

Cualquiera podría decir que vivo aislado de la realidad, que no me entero de lo que sucede, pero no es así. Como periodista, y además en función del trabajo que realizo para otras personas, una de mis obligaciones es estar bien informado. Solo aprendí a seleccionar las fuentes, a decantar los canales a través de los cuales consumo la información que requiero.

Ciertamente, por fortuna, todavía hay fuentes confiables, páginas web y medios que hacen un buen trabajo. Sobre todo, de buen gusto, respetuoso y alejado de las prácticas de distorsión y manipulación tan comunes. Personas y empresas que saben que tienen un privilegio, pero que este va atado a una responsabilidad y procuran honrarla ayudando a sus consumidores.

El problema de fondo, porque sabes que siempre hay un problema, es que la mayoría de las personas eligió el camino fácil. ¿Sabes cuál es? Aquel de pensar que la guerra contra esta infoxicación, contra la pornobasura que pulula se publica en internet y en los medios, está perdida. No solo no es así, sino que además este momento significa una gran oportunidad.

Lo ocurrido en los últimos años, por cuenta de la inusual situación a la que nos enfrentó la pandemia, provocó una explosión de las oportunidades. Por ejemplo, muchas personas que no sabían qué era Zoom ahora no solo realizan reuniones de trabajo a través de esa plataforma, sino que también la utilizan para comunicarse con familiares y amigos, o para capacitarse.

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Además, miles de personas que perdieron su trabajo en este período encontraron en internet un escenario ideal para rediseñar su vida, para tomar un camino distinto al anterior, que no las satisfacía. Igualmente, niños y jóvenes se dieron cuenta de que internet y los dispositivos digitales no son solo para jugar, sino que son una poderosa herramienta de aprendizaje.

Una de las lecciones maravillosas que nos deja este doloroso período es que la misión que nos fue encomendada al llegar a este mundo fue la de ayudar a otros. Aunque a veces no nos damos cuenta, o volteamos a mirar para otro lado, son muchas las personas que necesitan ayuda, de muchas formas: que las escuchen, que las valoren, que no las dejen solas.

Otra lección increíble, al menos en mi caso (y ojalá también en el tuyo) es saber que cada uno está en capacidad de hacer algo positivo por otros. Mi amigo Emil Montás, de República Dominicana, dice que “lo que no se comparte, no se disfruta”. Y según mi amigo y mentor Álvaro Mendoza “si no compartes con otros lo que sabes, ese conocimiento no te sirve para nada”.

El objetivo de estas líneas es invitarte a reflexionar acerca de ese mensaje poderoso que hay en ti, que eres tú. No importa qué hagas, a qué te dedicas, cuál es tu profesión u oficio. Todos, absolutamente todos los seres humanos, tenemos algo valioso para compartir con otros, para ayudar a otros. No solo conocimiento, sino también experiencias y sueños.

En los últimos años, los acontecimientos nos han enseñado que no podemos dejar para mañana o para después aquello que le da sentido a nuestra vida. Quizás no haya mañana o después para decirle a tu pareja o a tus padres que los amas; para disfrutar con tu mascota, para abrazar a tus amigos, para reconciliarte contigo mismo y cuidarte, consentirte.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que hoy la tecnología e internet nos permiten transmitir nuestro mensaje de manera sencilla y gratuita. Ni siquiera necesitas una web propia, si eso es lo que te detiene. Hay múltiples canales disponibles y variados formatos para que elijas el que más te acomode, en el que te sientas más cómodo a la hora de compartir tu conocimiento.

En mi caso, escribir es la habilidad que me permite hacerlo. También suelo participar de otras actividades como entrevistas (en video) o eventos virtuales en los que doy charlas relacionadas con mi quehacer, con mi experiencia. Cada una de esas oportunidades me deja un aprendizaje muy valioso y, además, vivencias increíbles a través de la interacción con otras personas.

Aquí entre nos, a través de mis escritos y esas otras actividades no solo le encuentro sentido a lo que soy y a lo que he aprendido, sino que también me siento útil. Sí, gracias a Dios, mi mensaje es una pequeña semilla que cae en tierra fértil y luego germina de mil y una formas maravillosas. Es un inmenso privilegio que disfruto, un compromiso que intento honrar.

Y tú, ¿ya lo intentaste? Si eres habitual seguidor de mis publicaciones, seguramente sabes que pregono que escribir es una terapia, una increíble oportunidad que nos da la vida para dejar un legado positivo en este mundo, una huella en la vida de otros. Sin embargo, si lo que mejor se te da es la voz, haz pódcast; si es la imagen, graba videos. ¡Hay uno ideal para ti!

Además, retomando el problema expuesto en el comienzo de este artículo, es una pequeña contribución para contrarrestar la pornobasura que pulula tanto en internet y como en los medios de comunicación. En la medida en que haya más personas como tú que generen un contenido de calidad, que en verdad aporte valor, será posible ganar esta dura batalla.

Así mismo, y te lo menciono por experiencia, las personas están ávidas de contenido de valor y cuando lo encuentran lo aprecian, lo agradecen. De lo que se trata es de sembrar una semilla que tarde o temprano germinará o, si prefieres verlo de otra manera, aceptar el reto de ser un eslabón de la cadena de transformación positiva de la sociedad, del mundo, de tu vida.

No te niegues ese derecho, no te niegues ese privilegio. No permitas que el miedo al qué dirán o a la crítica te impida compartir con otros ese mensaje poderoso que hay en ti, que eres tú. Y olvídate del síndrome del impostar: nadie pretende que escribas como García Márquez, o que te desenvuelvas ante la cámara como un presentador de noticias o que hables como un orador.

Te propongo, te invito, a que te des la oportunidad de ser una fuente de mensajes positivos, constructivos y transformadores. A que compartas con otros no solo tu conocimiento, sino tus experiencias, el aprendizaje surgido de tus errores y, sobre todo, tu inspiradora historia. Dentro de ti hay un héroe que ha superado mil y una dificultades, y otros quieren ser como tú.

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¿Cómo ser (transmitir) una marca personal poderosa y de impacto?

A mediados de los lejanos años 60, una década que marcó la historia porque se dieron hechos que cambiaron el mundo, un tal Herbert Marshall McLuhan dijo que “el medio es el mensaje”. Eran los años dorados de la televisión en Estados Unidos, adonde este filósofo y catedrático canadiense, nacido en 1911, había llegado a divulgar sus teorías en las aulas universitarias.

Aquella famosa frase, que a los estudiantes de las facultades de Comunicación Social nos querían tatuar por allá en los años 80, fue enunciada en el libro Comprender los medios de comunicación: Las extensiones del ser humano, publicado en 1964. Se refería a la creciente influencia de los medios de comunicación (radio, televisión y cine) en la vida de las personas.

Según McLuhan, lo importante no era en sí el contenido que se transmitía, sino el medio a través del cual la gente lo recibía. En aquellos años, la radio era un objeto imprescindible en los hogares estadounidenses y tanto la televisión como el cine avanzaban a paso acelerado. Destacaba que este fenómeno determinaba los pensamientos y conducta de las personas.

Si bien el concepto de inmediatez en aquel entonces era bien distinto al actual, McLuhan llamaba la atención acerca de cómo enterarnos en vivo y en directo de los acontecimientos nos permitía ser protagonistas de los hechos, partícipes de ellos. Eso, argumentaba, impactaba en la forma en que nos relacionábamos con el entorno y moldeaba nuestra vida y sensibilidad

Por supuesto, no faltaron quienes lo tildaran de loco, pero como tantos otras celebridades Marshall fue un avanzado, un pionero, un visionario. Si bien eso de que “el medio es el mensaje” lo involucró en una gran controversia, es por otra famosa frase que lo recordamos hoy, 41 años después de su muerte: es la de “el mundo es una aldea global”.

¿A qué se refería? A que por la marcada influencia de los medios de comunicación, el mundo regresaba a esa lejana época en la que las comunidades vivían en pequeñas aldeas que para ellas eran todo el mundo, ‘su’ mundo. Dado que desconocían el resto, para esas personas el mundo era lo que vivían allí, de la misma manera que los medios nos cuentan ‘la’ realidad.

Lo cierto es que hoy, en pleno siglo XXI, hablamos de un mundo globalizado (ya no una aldea) gracias a la maravillosa tecnología, en especial, a internet. Y lo único que podemos decir es que McLuhan tenía razón: la información que recibimos a través de los medios de comunicación condiciona nuestra vida, la percepción del mundo, lo que hacemos y cómo lo hacemos.

Lejos estaba este visionario canadiense de imaginar algo parecido a las redes sociales, pero es claro que sus postulados no eran descabellados. El tiempo y las acciones de los seres humanos le dieron la razón. Hoy, sin embargo, aquello de “el medio es el mensaje” hay que entenderlo de una manera distinta, porque en la era de internet “el medio es la persona, el mensaje es la persona”.

¿A qué me refiero? Hoy, el individuo, la persona, es la marca, es el negocio, es el mensaje. Vivimos la era de los influencers, aquellas personas supuestamente expertas en un tema y que, en teoría, ejercen influencia sobre audiencias masivas y condicionan sus creencias, sus comportamientos, las persuaden de actuar como ellas, de hacer lo que ellas desean.

Con el desborde de las redes sociales, los influencers se convirtieron en una pesadilla, en una parodia, modelos de vulgaridad, obscenidad y mal gusto. Sin embargo, detrás de tanta basura hay un mensaje poderoso que podemos aprovechar: todos, absolutamente todos los seres humanos, somos un influencer en potencia; todos somos un medio, un mensaje poderoso.

Quizás no sea tu intención convertirte en un influencer al que sigue ciegamente una histérica multitud, y lo entiendo. Sin embargo, es importante que comprendas que hoy, en especial en estos tiempos de incertidumbre en los que hay tantas personas en busca de ayuda idónea, estás en capacidad de ser tú quien marque una influencia positiva y constructiva. ¿Te interesa?

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Debería interesarte, déjame decírtelo. Sin importar cuál es tu profesión o a qué te dedicas, la clave del éxito hoy en el ámbito laboral comienza por la visibilidad. En otras palabras, si no eres visible, no existes. Aunque tengas una poderosa propuesta de valor, aunque tu producto o servicio sea excelente, aunque sea la solución que el mercado espera con ansiedad.

Si no eres visible, tu mensaje difícilmente será conocido por aquellas personas a las que puedes ayudar. Y esto, no lo dudes, se aplica a todas las actividades. Quizás eres un cantante y compositor muy talentoso, pero si el mercado no te ve, nadie escuchará tus canciones y nadie comprará tu producción. Serás clandestino y, por ende, estarás condenado a que te ignoren.

Lo mismo ocurre, por ejemplo, con los profesionales de la salud que angustiosamente esperan en su consultorio la llegada de algún paciente. Pasan las horas y, sin embargo, la puerta no se abre. ¿Resultado? A otra cosa, como se dice popularmente. O, a lo mejor, eres un coach de vida con gran preparación y mucha pasión, pero no consigues quién se interese en tu servicio.

Y así sucesivamente. Es la triste historia de muchas personas, profesionales valiosos, que son invisibles para el mercado. Por fortuna, hay solución. ¿Cuál? Descubrir cuál es tu marca personal y potenciarla. Y ten en cuenta que no digo “construir una marca”, sino “descubrir tu marca”, dos ideas entre las que hay una gran distancia que va más allá de lo semántico.

¿Cuál es la diferencia? Que cada ser humano es, por sí mismo, una marca personal única. Que existe desde el día de tu nacimiento y se construye, se potencia, hasta el día en que muere. Lo que sucede es que muchas personas, la mayoría, desconocen esto o, peor aun, creen lo que pregonan los vendehúmo y tratan de construir una marca personal que es solo una máscara.

¿Por qué? Porque se dedican a imitar a otros, intentan crear un personaje ideal basado en lo que les agrada de otros y resignan lo más poderoso que poseen: su carácter único, ser tal y como son. Y, entonces, proyectan una imagen falsa, se presentan como alguien que no son, y el mercado lo percibe y las descalifica, las etiqueta como un engaño y no les cree.

El concepto de marca personal, que hoy ha cobrado gran relevancia, es relativamente nuevo. Fue acuñado por el escritor y empresario Tom Peters a finales de los 90 y se refiere a cómo cada ser humano está en capacidad de dejar una huella en la mente de otras personas. Una huella que, por supuesto, puede ser positiva o negativa, consciente o inconsciente.

Hoy, más que un producto o un servicio, sin importar a qué te dedicas, el mercado te compra a ti. ¿Eso qué significa? Que tú eres el producto, tú eres el servicio, tú eres el beneficio que otros quieren comprar, tú eres la transformación que ellos quieren experimentar, el modelo que anhelan ser. Sin embargo, solo podrás transmitir ese mensaje si eres una marca personal.

La marca personal surge del autoconocimiento, de que conozcas con certeza cuáles son tus fortalezas y debilidades. Pero, también, de cuáles sean los objetivos que persigues porque el mensaje que transmitas será determinado por estos. Una marca personal sólida incorpora el desarrollo de nuevas habilidades y habilidades blandas, más allá de tu conocimiento teórico.

A continuación, te comparto tres claves para que, a través de tu mensaje (escrito, en audio o visual), puedas convertirte en una marca personal sólida que te permita ser visible. Ten en cuenta que no se trata de un proceso que no se da de la noche a la mañana, que requiere paciencia y, sobre todo, una estrategia clara con acciones puntuales que sean medibles:

1.- Tú eres el medio y el mensaje.
No te percibas como un anuncio publicitario, sino como una propuesta de valor poderosa que capte la atención del mercado. Todo lo que hagas o digas, así como lo que no hagas y no digas, transmite un mensaje y el mercado lo percibe. La clave, entonces, radica en que tengas el control de lo que dices, lo que haces, para producir el impacto que en realidad te interesa.

2.- Transmite experiencias, no productos (características).
Lo que las otras personas buscan en ti, quieren de ti, es que les enseñes cómo ellas pueden llegar a donde tú estás, que les acortes la curva de aprendizaje y, en especial, que les ayudes a evitar los errores que tú cometiste. Cuenta historias, comparte aquellas experiencias que más te enseñaron, revela cómo superaste las dificultades, explica qué aprendiste de tus errores.

3.- Es cuestión de calidad, no de cantidad.
No tienes que publicar cada día. No por publicar más vas a ser más visible, así no funciona. Lo importante es que aquello que compartes en realidad tenga valor para las personas que lo reciben, les enseñe, las eduque, las entretenga. Define un estilo, sé auténtico y no temas compartir tus ideas. Y ten en cuenta esta premisa: lo que no se comparte, no se disfruta.

La marca personal es tu activo más valioso. No puedes permitir que el mercado, que otras personas, te perciba a su libre albedrío. Elige el mensaje que quieres ser, proyéctalo y sé visible, genera un impacto positivo en la vida de otras personas y ejerce influencia en tu entorno, deja huella. Ya no es como dijo McLuhan: hoy, el medio eres tú, el mensaje eres tú.

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El truco (infalible) para escribir tu historia sin tropiezos

La vida es impredecible, lo sabemos. Sin embargo, desconocemos cuánto más vamos a poderla disfrutar. Los acontecimientos de los últimos años, que nos arrebataron a tantas personas cercanas, a tantas personas valiosas, nos demostraron cuán frágiles somos, cuán expuestos estamos. El mensaje es claro, aunque doloroso: ya conocemos el final que nos espera.

Sí, nuestra presencia es este mundo es limitada, aunque no sabemos cuánto tiempo nos queda. No sé a ti cómo te parece, pero para mí esa es una buena noticia. ¿Por qué? Porque significa que tenemos una oportunidad para vivir la vida, para disfrutarla, para tratar de dejar un legado en este mundo y, en especial, para ser protagonistas de nuestra propia historia.

Porque, y respeto opiniones diferentes, soy de aquellas personas que piensan que no hay un libreto establecido, un destino definido. Sí una tarea, una misión, un propósito, que cada uno cumple, o intenta cumplir, de la mejor manera posible. A veces, se consigue el objetivo y otras más, fallamos en el intento. De eso, precisamente, se trata la vida: de intentarlo una y otra vez.

Creo firmemente en que cada uno escribe su propia historia. Cada día es una hoja en blanco que nos da la posibilidad de escribir algo nuevo, de darle un giro distinto a la historia, de improvisar. Aunque nos obsesionamos con la idea, el pasado ya fue y no lo podemos cambiar; lo único que nos corresponde es aprender de esas experiencias, dejarlas atrás y seguir.

Y el futuro todavía no llegó, no sabemos cómo será. Aunque, conocemos el final, sabemos qué nos espera al final de este viaje. Desconocemos el momento y las circunstancias en las que este terminará, pero tenemos claro cuál será el final de la historia. Lo que nos queda, entonces, es vivirla, disfrutarla al máximo, aprovecharla para escribir una historia inolvidable.

¿Hacia dónde va esta reflexión? A que te des cuenta de que la vida, en su inmensa sabiduría, te enseña cuál es el proceso más conveniente para escribir. El famoso bloqueo mental, que es una mentira, un excelente eslogan de ventas que a muchos les ha permitido hacer dinero con la ignorancia y falta de preparación de otros, surge porque hacemos caso omiso de esto.

¿A qué me refiero? A que cuando te sientas a escribir tu historia es imprescindible que sepas cuál será el final. Un escrito, sin importar si es una noticia de un medio de comunicación, un relato corto, un cuento o un libro (que bien puede ser de ficción o de realidad), no es más que un viaje del punto A al punto B. Para comenzar, necesitas haberlos definido con antelación.

Ahora, lo que sucede entre el punto A y el punto B, si bien debe corresponder a una estructura, a una secuencia lógica y creíble que resulte atractiva para el lector, incorpora una dosis de imaginación, de improvisación. ¿Cuánta? La que tú elijas en cada momento, en cada paso de tu historia. Esa, precisamente, es una de las decisiones que debe tomar un escritor.

Si no está claro en tu mente dónde comienzas y dónde vas a terminar, lo más seguro es que en algún punto del camino te vas a frenar (bloquear). Es normal. Nos sucede a todos, incluidos los que acreditamos experiencia, los que escribimos a diario. El éxito de un escritor, lo he mencionado en otras ocasiones, radica tanto en el método, como en la práctica continua.

El método, valga aclararlo, es una construcción propia. Es decir, no puedes copiar el de otra persona, el de otro escritor, porque lo más seguro es que no te va a funcionar. ¿Por qué? Porque el método no solo incorpora el trabajo que realizas cuando estás frente al computador, la estructura y el estilo de lo que escribes, sino también, y de manera especial, la rutina.

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La rutina contempla aspectos tan diversos como el horario que eliges para escribir (y durante cuánto tiempo lo haces) o el ambiente en el que trabajas, como el paso a paso que sigues a lo largo del proceso. Que, si sigues con atención mis publicaciones, ya sabes que es el antes, el durante y el después del trabajo de escritura. Y te aseguro que el antes es el más importante.

¿Por qué? Porque determina el resultado que obtengas. Volvamos a la tesis del comienzo: solo puedes comenzar a avanzar desde el punto A cuando sabes con exactitud a dónde quieres llegar, es decir, cuál es el punto B. Este, por supuesto, es el final de tu historia, el desenlace, y no puedes improvisarlo, no puedes darte el lujo de esperar a ver cómo resulta.

Cuando conoces el final (el punto B), sabes a dónde vas. Y, entonces, puedes elegir el camino que desees, porque no sobra aclarar que no hay uno solo. Puedes incluir las vicisitudes que te plazcan, agregar o quitar personajes o incidencias sin que la historia pierda impacto o se torne aburrida. Como mencioné antes, lo que sucede entre el punto A y el punto B es secundario.

Un ejemplo: vas a un almacén y compras un rompecabezas de 2.500 piezas para dárselo de regalo de cumpleaños a tu hijo. Son muchos los motivos para escoger, pero te inclinas por uno con un hermoso paisaje con montañas al fondo, naturaleza, animales y una bella casa en la pradera. Sabes que tu hijo lo recibirá encantado porque le gustan los retos y adora el campo.

Armar rompecabezas es una pasión que aprendiste de tu padre y ahora le traspasas a tu hijo. Es un proceso que puede ocuparlos durante varias horas o días y que los obliga a definir una estrategia, un método, para construir la figura. La primera decisión es por dónde comenzar, es decir, cuál va a ser el punto A. El punto B, ya lo conocen: la imagen impresa en la tapa de la caja.

¿Entiendes? Sin esa imagen, armar el rompecabezas sería imposible. No importa cuánto tiempo y esfuerzo demande la tarea, porque sabes que en algún momento la completarás. Llegará ese instante en el que, por fin, puedes poner la ficha 2.500, la última, y celebrar que lo lograste. Elegiste un punto A y sabías cuál era el punto B: entre uno y otro, trabajaste.

El proceso de escribir es exactamente igual: si no sabes por dónde vas a comenzar y en dónde quieres terminar, difícilmente avanzarás. Y, además, dado que tendrás que echar mano de una alta dosis de improvisación (mayor de la deseada), quizás no puedas transmitir claramente el mensaje que te propones. O, probablemente, tu escrito sea confuso, aburrido, poco atractivo.

No me canso de repetirlo porque es una de las claves del éxito de un escritor: la parte más importante del trabajo es la que realizas antes de sentarte frente al computador a escribir. Es la investigación, la planeación, la imaginación, la estructuración del contenido, la construcción de los personajes (con sus respectivos roles) y de los ambientes, la delineación de la trama.

En ese recorrido, puedes improvisar tanto como quieras, siempre y cuando no se altere lo fundamental: el punto A y el punto B. De hecho, y esta es una de las características fascinantes de la escritura, a partir de un mismo punto A y de un mismo punto B puedes escribir tantas historias distintas como quieras, como seas capaz. Es exactamente como la vida real.

Sí, hay un punto A (el día que naciste) y un punto B (el día que dejarás este mundo), pero entre uno y otro puedes contar mil y una historias diferentes. Puedes vivir la vida que llevas o crear un camino distinto, incierto, lleno de aventuras y emociones nuevas. No importa: esa es tu decisión, a sabiendas de que ya conoces el punto B, de que ya sabes cómo termina la historia.

Uno de los trucos útiles para aquellas personas que se animan a escribir, pero no poseen la experiencia necesaria, no han practicado lo suficiente, es comenzar por el final. Eso significa establecer primero el punto B de tu historia y luego determinar el punto A. Luego, deja que la imaginación vuele libremente, nútrela con conocimiento y experiencias y disfruta la escritura…

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