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¿Quieres escribir y ‘no puedes’? Revisa tu diálogo interior

Todos los seres humanos tenemos una voz interior. Que nos habla todo el tiempo, inclusive cuando estamos dormidos. Que posee inmensa sabiduría y nos puede ayudar en circunstancias apremiantes, pero que es terca y traviesa también, como una adolescente rebelde, y a veces nos mete en problemas, en serios problemas. Lo que más nos cuesta es entender por qué sucede así.

Si lo piensas unos minutos, todo aquello que te propusiste con determinación lo conseguiste. No tan fácil como ir del punto A al punto B, pero lo conseguiste. De manera consciente o inconsciente estableciste un plan de acción, unas estrategias y enfrentaste un proceso que superaste paso a paso hasta llegar al final. Fue cuando te diste cuenta de que no era tan difícil como pensabas.

En la universidad, quizás, algún profesor te puso en calzas prietas con un proyecto final que te demandó tiempo, trabajo, esfuerzo y mucho estudio, además de altas dosis de paciencia en la fase de prueba y error. Tras varias noches de desvelo, en las que la vocecita interna te decía que tiraras la toalla, persististe y lograste sacarlo adelante. Fue un gran logro que te dejó grandes enseñanzas.

Si lo piensas unos minutos, todo aquello que te propusiste con determinación lo conseguiste. En cualquier campo de la vida, en lo personal o en lo profesional. Como cuando a aquella chica con la que después de 10 minutos de conversación parecían amigos de toda la vida y, a pesar de que te lo puso difícil, lograste enamorarla y convertirla en la mujer de tu vida. Fue tu mayor victoria.

El problema, porque siempre hay un problema, es que tristemente los seres humanos estamos más programados para lo negativo que para lo positivo. ¿Por qué? Por el modelo educativo en el que nos criamos y crecimos y que luego, durante la adolescencia y la edad adulta, nosotros mismos nos encargamos de fortalecer, de repetir una y otra vez. Es el poder ilimitado de la mente.

Por ejemplo, aquel día que, en un paseo de fin de semana con tus compañeros de la universidad no fuiste capaz de tirarte a la piscina desde el trampolín más alto, de 7 metros. Retaste a los demás, fuiste el primero es subir, pero tan pronto miraste para abajo el miedo te paralizó. “No puedo”, “No lo hagas”, “Es peligroso”, “No te atrevas”, repetía una y otra vez tu voz interior.

O, quizás, fue cuando el profesor más estricto de la carrera te eligió a ti para que hicieras la presentación oral del trabajo final, una intervención de la que dependía también la nota de tus compañeros. Y, sí, recuérdalo, fuiste un desastre, comenzaste a tartamudear y se te olvidó lo que habían estudiado. Fue una gran decepción y hubo que rogar para lograr otra oportunidad.

Todos los seres humanos tenemos una voz interior que posee inmensa sabiduría, pero que es terca y traviesa también, como una adolescente rebelde. Hasta que entendemos por qué sucede así: es fruto de nuestro diálogo interior. En términos sencillos, es la conversación que sostenemos con nosotros mismos, la permanente charla entre el yo consciente y el yo inconsciente.

Ese diálogo interior está determinado por tus creencias, por tu educación, por tu conocimiento, por tu visión de la vida y del mundo y, de manera muy especial, por tu entorno. Por ejemplo, ese diálogo interior uno si estudiaste en un colegio religioso con monjas o si acudiste a uno mixto de talante liberal. O si eras el único hombre, y el menor, entre cinco mujeres o si eras hijo único.

El problema con el bendito diálogo interno es que es la primera tecla que oprimimos en casi todas las circunstancias de la vida. Dado que nuestro cerebro almacena toda la información, recurrimos a ese archivo para establecer cómo debemos actuar en determinada situación. Es cuando aparece esa voz interior que se expresa según las vivencias similares que experimentó en el pasado.

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Y es, justamente, una de las razones, una de las más poderosas y condicionantes, por las que no puedes escribir. Aunque lo intentes una y mil veces, pesa más ese pasado de frustraciones, de intentos fallidos, que tus ganas de comunicarte por escrito. O, quizás, ni siquiera lo intentas porque asumes que no puedes, porque estás convencido de que careces de lo necesario.

La sicología nos dice que cuando los seres humanos enfrentamos un problema complejo y carecemos de las herramientas necesarias para gestionarlo reaccionamos con ansiedad: es una respuesta automática, un mecanismo de defensa por el que el reto se transforma en amenaza. Por ejemplo, si en la niñez te mordió un perro: cuando estás cerca de uno, la ansiedad se dispara.

Y esta ciencia nos da cuenta de cuatro tipos de diálogo interno que operan como detonantes de la angustia o de la ansiedad en momentos en que nos sentimos amenazados. Son el catastrófico, el autocrítico, el victimista y el autoexigente. La característica común es que todos son negativos y que sus efectos son paralizantes: nos provocan pánico, nos paralizan e impiden que actuemos.

El diálogo interno catastrófico surge de imaginar el peor escenario posible: vemos una tragedia donde no la hay. Por ejemplo, cuando te animas a escribir un párrafo y luego lo lees y piensas que es un desastre y lo borras de inmediato, para que nadie lo pueda ver. O, a lo mejor, lo lees otra vez y te decepcionas porque estás seguro de que si lo muestras a alguien se burlará de ti o te apabullará.

El diálogo interno autocrítico se enfoca en lo negativo. Mejor dicho: todo lo ve negativo. Entonces, aquello que escribiste te parece horrible, solo ves errores y de inmediato te convences de que es una pérdida de tiempo. “Dedícate a otra cosa, que para esto no sirves”, te dices. “De dónde surgió esa loca idea de creerte un escritor”, te lapidas. Es una dura autocensura, una triste sentencia.

El diálogo interno victimista se presenta por lo genera apenas das los primeros pasos. Dado que no confías en ti mismo, ni en tus capacidades, estás a la caza de una excusa que sirva de pretexto para abandonar. “Lo intenté, pero no soy capaz” o “No nací para esto”, te dices. De esta forma, te autoexculpas y te llenas de argumentos para justificar el desenlace inevitable: tiras la toalla.

El diálogo interno autoexigente es, sin duda, algo dañino porque en la búsqueda de la perfección te fijas expectativas que no puedes cumplir, te trazas metas para las cuales no estás preparado y, entonces, fracasas. Y ese fracaso te produce estrés, depresión y lastima tu autoestima. Te sientes lo peor de la Tierra y tu cabeza se llena de reproches, te autoflagelas y castigas tu atrevimiento.

Si lo piensas unos minutos, es probable que la razón por la cual no puedes escribir o, peor, no te animas a intentarlo es porque sostienes un diálogo interno equivocado. Es decir, programaste tu mente con mensaje negativos, limitantes, con excusas que actúan como salvavidas cuando tu voz interior prende las alarmas y te invita a abandonar. No es que no puedas, es que crees que no puedes.

De la misma manera que cuando compras un reloj inteligente o un celular y lo primero que haces es configurarlo a tu gusto, a la medida de tus caprichos y tus deseos, también debes programar tu mente, configurarla en modo voy a escribir, en modo sí puedo hacerlo, en modo voy a encontrar la forma de lograrlo. Tan pronto logres cambiar tu diálogo interior, cambiará también el resultado.

Por supuesto, no es tan fácil como decirlo y hacerlo, algo así como decirte “voy a ser escritor” y sentarte a escribir una novela. No, así no funciona. Requerirás ayuda profesional, una guía, un mentor que ayude a cambiar ese diálogo interior por uno positivo y a identificar tus fortalezas para comenzar a trabajar a partir de ellas. Sin embargo, lo fundamental, es cambiar tu conversación.

Moraleja: siempre que asumiste un problema o un reto con un diálogo interior positivo, enfocado en tus fortalezas, encontraste una manera de lograr lo que te propusiste. Entonces, deja de pensar que no puedes, que no naciste para esto, porque te repito que hay un buen escritor dentro de ti y tienes que descubrirlo, activarlo y ponerlo a trabajar. Tu voz interior será la primera que lo celebre…

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4 poderosas razones para comenzar hoy (nunca es tarde)

“¿Ya para qué?”, “A esta edad, no quiero complicarme” o “Lo intenté antes y no fui capaz” son algunas de las excusas que esgrime la mayoría de las personas para justificar una acción o la ausencia de una acción necesaria. Una premisa que se aplica a muchas actividades de la vida: hacer deporte, comer saludable, aprender un segundo idioma, cocinar, leer o escribir.

El ser humano es una criatura tan increíble que desde el primero hasta el último de sus días está en capacidad de aprender. Lo que sea, lo que quiera. Por supuesto, habrá algunas actividades o temas que le demandarán mayor tiempo, más esfuerzo y dedicación. Sin embargo, siempre es posible aprender, a cualquier edad, y más en estos tiempos en los que la tecnología es una aliada.

La premisa es muy sencilla: “¡Nunca es tarde!”. Claro, si quieres aprender a montar en bicicleta a los 65 años, quizás no sea lo más adecuado, quizás estés asumiendo un riesgo innecesario. Sin embargo, hay actividades atemporales que puedes aprender a cualquier edad y que, además, te ofrece la ventaja de que lo haces por placer, porque te hacen sentir bien, porque las disfrutas.

Esas, sin duda, son las mejores. Así mismo, algunas de estas actividades, algunos de estos aprendizajes, nos ofrecen mayores beneficios en la edad adulta. ¿Por ejemplo? La lectura, la escritura, la pintura o la música (aprender a tocar un instrumento), entre otras. No solo porque aprendemos a nuestro ritmo, sin estrés, sino también porque lo hacemos sin ánimo de competir.

Lo hacemos por gusto, porque somos conscientes de los múltiples beneficios que nos brinda para la salud mental, porque en muchas ocasiones representa un sueño postergado. Y lo hacemos sin mayores pretensiones que sentirnos bien, que disfrutarlo, que mantenernos activos, que brindar un ejemplo a los jóvenes para que aprendan a aprovechar el tiempo libre en algo productivo.

Y productivo, por supuesto, nada tiene que ver con ganar dinero, con llegar a ser profesionales de esa actividad. Productivo en el sentido de aprovechar nuestra inteligencia, conocimiento, dones y talentos y experiencias. Productivo en el sentido de evitar caer en la trampa de creer que porque nuestra laboral se terminó tenemos que poner en pausa el ejercicio de las funciones intelectuales.

Nada que ver. A mi juicio, la edad madura, cuando ya tienes el poder de decidir en qué empleas tu tiempo, cómo lo manejas, es el momento perfecto para realizar aquellas actividades que, en otro momento de la vida, nos resultó imposible por las responsabilidades, por las ocupaciones, porque había otras prioridades. Y, como lo mencioné unos párrafos atrás, ¡nunca es tarde para comenzar!

Por otro lado, es la oportunidad para disfrutar una de las experiencias más enriquecedoras para el ser humano: transmitir el conocimiento. Que, claro está, no consiste en convertirte en maestro, en crear un curso, sino en comunicar a otros aquello que la vida nos dio el privilegio de aprender. Un conocimiento y unas experiencias que, valga decirlo, pueden ser muy útiles para otras personas.

Uno de los aprendizajes más valiosos que nos dejó el convulso 2020 fue aquel de que necesitamos de los otros, de que nuestra misión prioritaria en la vida es ayudar y cuidar de los otros. Porque, ¿para qué sirven tu conocimiento, tus experiencias, tus dones y talentos, si solo los utilizas para beneficio propio? La lección es tan sencilla como poderosa: lo que no se comparte, no se disfruta.

Por eso, si eres una de tantas personas que desde hace tiempo acuña el sueño de escribir, sin pretensiones de ser profesional, solo por placer, solo porque es un reto personal, ¿qué esperas para comenzar? Recuerda que, para todo aquello que signifique un beneficio para ti y otros, el mejor día para comenzar es hoy. Ayer ya pasó y mañana quizás sea demasiado tarde.

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Estos son cuatro razones por las cuales deberías empezar a escribir:

1.- Las palabras tienen poder. En especial, poder para ayudar, para transformar. No olvides que estamos en la era del conocimiento, que hoy la tecnología es una aliada incondicional que nos ofrece increíbles y poderosas herramientas para transmitir nuestro mensaje. Muchas de ellas, no sobra recalcarlo, son gratis y, además, muy fáciles de utilizar, así que no hay excusa válida.

En el último año, en medio de confinamiento, sin poder disfrutar de la vida social a la que nos habíamos acostumbrado, sin poder compartir con amigos y familiares, percibimos cuánto bien recibimos a través de un “Me haces falta”, de un “Necesito verte”, de un “Cuídate, por favor”, de un “Si me necesitas, aquí estoy para ti”. Es el inmenso poder de la palabra, y de cómo la usemos.

2.- Tienes mucho que decir. Es una triste paradoja: estamos en el siglo de la comunicación y de la tecnología, con poderosas herramientas y canales a través de las cuales podemos transmitir el mensaje que se nos antoje. Sin embargo, al tiempo, estamos en el siglo de las personas solitarias. Y esta, sin duda, es la causa de muchos males actuales, de problemáticas mentales y sociales.

Si algo nos quedó claro desde que las redes sociales, en especial, irrumpieron en nuestra vida hace más de 15 años es que las personas tenían una urgencia de comunicarse con el resto del mundo, una necesidad de ser visibles y reconocidos. Todos, absolutamente todos, tenemos mucho que decir, somos portadores de mensajes valiosos. Nunca hubo tantas facilidades para hacerlo.

3.- Alguien necesita lo que sabes. Una creencia limitante muy poderosa, y muy arraigada, es aquella de creer que lo que te sucede a ti, el conocimiento que posees y la experiencia que acreditas, no tiene valor para los demás. Sin embargo, es falso: te sorprendería comprobar cuántas personas hay por ahí en busca de respuestas, de soluciones efectivas o, cuando menos, de ser escuchadas.

El problema es que nos educaron para pensar en el ‘Yo’ y nos olvidamos del ‘Tú’, del ‘Nosotros’. Los últimos acontecimientos nos dejaron en claro que los demás necesitan de nosotros y que la tarea prioritaria que se nos encomendó es ayudar a otros. Dentro de ti hay un mensaje poderoso que otros requieren con urgencia: no se los niegues. Eres más valioso de lo que piensas.

4.- Escribir es una terapia. Parodiando una imagen popular en redes sociales, Si estás triste, escribe; si estás feliz, escribe; si cortaste con tu pareja, escribe; si necesitas una respuesta, escribe; sea cual sea la situación en la que estés, escribe. Jamás te vas a arrepentir…”. Escribir es un acto de libertad exclusivo del ser humano, una declaración de rebeldía, un capricho y también, un placer.

Escribir activa tu cerebro, lo enfoca en algo específico y hace que te olvides de lo que te preocupa, al menos por un tiempo. Además, gracias a la imaginación y a la creatividad, puedes construir tu mundo propio, tan feliz o tan desastroso como desees. También puedes ser el personaje que quieras, en la fantasía o en la realidad. Escribir, de muchas maneras, es una terapia sanadora.

Nunca es tarde, recuérdalo. No importa la edad que tengas, no importa a qué te dedicas, no importa si acreditas experiencia o si anteriormente fallaste una o varias veces. El ser humano es una criatura tan increíble que desde el primero hasta el último de sus días está en capacidad de aprender. Lo que sea, lo que quiera. Tú decides si te das la oportunidad o si te quedas con la duda…

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5 malos hábitos que debes desaprender si quieres escribir

Escribir, lo sabemos, es una habilidad innata del ser humano. De cualquier ser humano, sin excepción. Y esto es importante recalcarlo porque son muchas las personas que creen todavía que se trata de un don con el que han sido bendecidos unos pocos. Por supuesto, no es así. Es una habilidad que cualquiera puede desarrollar, siempre y cuando haga lo que es necesario.

Escribir bien, lo sabemos, es el producto de un hábito, de uno complejo. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua (DRL) define este término como “Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas”. En otras palabras, es hacer algo de la misma forma de manera durante un período determinado.

¿Cuánto tiempo se requiere para crear un hábito? Bueno, la respuesta exacta a esa pregunta no existe. Hay diversas teorías, pero no una verdad revelada. Por supuesto, también depende de qué hábito deseamos incorporar, porque hay algunos que son realmente sencillos y otros, como este de escribir, que son complejos. Y, claro, está condicionado por tu persistencia, tu disciplina.

En 1960, el cirujano plástico estadounidense Maxwell Maltz determinó que se requerían 21 días, pero estudios posteriores establecieron que ese tiempo es insuficiente. ¿Por qué? Porque las neuronas no consiguen asimilar completamente un comportamiento en este período y, entonces, se corre el riesgo de abandonar. De nuevo, depende de qué hábito es el que deseas incorporar.

Más cerca en el tiempo, en 2015, un grupo de científicos de la University College de Londres (Inglaterra), comandado por Jane Wardle, estableció que se requieren 66 días, es decir, poco más de dos meses. Un avance de esta teoría radica en que asegura que tras este tiempo la nueva conducta se mantiene. Una premisa que, lamentablemente, no se aplica al hábito de escribir.

¿Por qué? Porque, como lo mencioné en los primeros párrafos, este de escribir es un hábito complejo. ¿Eso qué quiere decir? Que no es un solo hábito el que debes incorporar para lograr los resultados que te propones, sino varios. ¿Por ejemplo? Establecer un horario en el que eres más productivo, hallar estrategias para activar tu creatividad y tu imaginación y crear un método.

Esos y otros más, pero convengamos en que estos tres son, para comenzar, los más importantes. Son ingredientes imprescindibles de la receta, los que tienen que estar sí o sí para alcanzar los resultados esperados. Y, por supuesto, son también los que marcan la diferencia, los que pueden hacer de tu texto algo sobresaliente, digno de leer, o simplemente algo que no vale la pena.

Ahora bien, recuerda que todas las monedas tienen dos caras y el hábito de escribir es una de ellas. ¿A qué me refiero? A que los benditos hábitos son buenos o malos, positivos o negativos, convenientes o perjudiciales. Los primeros te ayudan y los segundos te frenan. Los primeros los debes incorporar en tu rutina y los segundos, por el contrario, debes evitarlos a toda costa.

Estos son cinco hábitos negativos que tienes que erradicar de tu vida si quieres escribir:

1.- Las distracciones. Asúmelo como un beneficio, no como un sacrificio (que no lo es, por supuesto). En especial cuando eres un escritor novato, una persona que comienza el proceso de establecer una rutina, de adquirir un método de trabajo y de romper con esas creencias limitantes que entorpecen el avance, acabar con las distracciones es una necesidad imperiosa, innegociable.

Haz de cuenta que vas a nadar a la piscina: allí no puedes consultar el celular. O que, más bien, estás en la iglesia, en misa: allí tampoco es posible consultar los mensajes que te llegan. O, quizás, estás en el trabajo en una reunión con los socios estratégicos y eres el responsable de la presentación. El mundo no se va a acabar porque te aísles 20, 30 o 45 minutos, o más de una hora.

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2.- El perfeccionismo. Nadie, absolutamente nadie, escribe perfecto. Ni tú, ni yo, ni un Premio Nobel. Nadie. Escribir, no me canso de repetirlo, es un aprendizaje constante, permanente. Nunca se deja de aprender, nunca se deja de evolucionar. ¿Por qué? Porque hoy no eres la misma persona que fuiste ayer, y dentro de dos meses serás distinto a como eres hoy. ¿Entiendes?

Cambia tu estado de ánimo, tus prioridades, el enfoque acerca de lo que ocurre en tu vida, en fin. Entonces, no te lapides, no te exijas más de lo que en realidad puedes dar: cuando comienzas a escribir, ya lo mencioné en una nota anterior, no lo vas a hacer bien. De hecho, es probable que lo hagas decididamente mal. No importa, es parte del proceso: si persistes, cada vez lo harás mejor.

3.- La tal inspiración. Que no existe, ya te lo dije en esta nota. Es una invento para venderte, una excusa de quienes no tienen un método y un plan a la hora de escribir. Entonces, no pierdas tu tiempo, que es lo más valioso que tienes, esperando que llegue la musa. ¡No va a llegar! En cambio, tú puedes aprender a desarrollar y activar la imaginación y la creatividad.

El problema con la tal inspiración surge de las benditas expectativas: nunca has escrito y quieres que sea una gran obra que te lance a la fama y te haga reconocido y multimillonario. Eso solo ocurre en las películas, acéptalo. En la vida real, y menos si no tienes pretensiones de ser un escritor profesional, debes comenzar con ejercicios sencillos y avanzar poco a poco. Así funciona.

4.- No tienes un ritual (rutina). Producto de lo anterior, de apostarle todo a la inspiración, te sientas frente al computador, ante la hoja en blanco, y no sabes qué escribir. El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que no tienes una rutina adecuada establecida o, de otro modo, que esa rutina no es la conveniente. Por lo general, sucede que quieres comenzar por el final.

¿A qué me refiero? Sentarte frente al computador es lo último que debes hacer antes de comenzar a escribir. ¡Lo último! Antes, debes haber definido el tema, haber investigado lo que fuera menester, haber establecido la estructura y debes haber preparado tu mente con la disposición adecuada. Esto, por supuesto, incluye el ambiente, al que me referí en esta nota.

5.- Las excusas. Sí, amigo mío, las excusas son un hábito adquirido, aprendido, cultivado. Igual que cuando dices que vas a ir al gimnasio, y hasta pagas el primer mes, pero luego no tienes tiempo, o estás demasiado cansado o tienes trabajo. O cuando aplazas el propósito de aprender inglés porque no tienes el dinero, porque este año tienes otras prioridades. Excusas siempre hay.

Sin embargo, créeme, ninguna es válida. Sin en verdad deseas aprender a escribir, aunque no tengas la intención de publicar o de vivir de ello, el mejor día para comenzar es hoy. No hay otro mejor, ¡hoy! Entonces, ¿por qué no cambiar la tendencia? ¿Por qué no dejar atrás las excusas y darte una oportunidad? ¿Qué tal que ahora sí puedas hacer realidad el sueño de escribir?

Moraleja: escribir es tanto una habilidad que todos los seres humanos tenemos y podemos activar y desarrollar como un hábito que necesitamos aprender, cultivar e incorporar en nuestra vida. Para conseguir ese objetivo, sin embargo, es necesario desaprender los malos hábitos que se convierten en los obstáculos que nos impiden avanzar. ¡Pruébalo, sé que tú puedes lograrlo!

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No busques afuera lo que está dentro de ti (un buen escritor)

Los seres humanos somos una especie curiosa, contradictoria o, simplemente, rara. Una de las tantas manifestaciones de esta situación es que nos desvivimos por hallar afuera lo que ya está dentro de nosotros. ¿Por ejemplo? El amor, la paz, la abundancia, la confianza, la fuerza y, aunque no lo creas, la capacidad para hacer lo que quieres. Cualquier cosa. Al menos, para intentarlo.

¿Alguna vez pensaste que no podías hacer algo y cuando menos te diste cuenta ya lo hacías? Quizás, ¿cocinar?, ¿jugar al tenis?, ¿hablar inglés? Si lo piensas detenidamente durante unos segundos, recordarás muchos logros que en un principio se antojaban inalcanzables y después de un tiempo se habían transformado en logros de los cuales te sientes orgulloso y te hacen feliz.

El problema, porque siempre hay un problema, es que nos enseñan a enfocarnos en lo negativo, en aquello que de lo que carecemos o, peor aún, lo que tienen otros o lo que son otros. El efecto inmediato de ese modelo educativo es que no valoramos lo que somos, les restamos valor a las fortalezas que poseemos y menospreciamos nuestra capacidad, nuestras habilidades.

Además, producto de la cultura cortoplacista que exige resultados inmediatos y, sobre todo, con el menor esfuerzo, no entendemos de procesos y no queremos emprender ninguna tarea o actividad que nos demande tiempo, dedicación y/o disciplina. ¿Cuál es el resultado de esta mentalidad? Que nos perdemos mucho de lo bueno y constructivo que la vida tiene reservado para nosotros.

Especialmente en estos tiempos modernos, en los que padecemos el impacto de una frenética rutina, en los que solo hay tiempo para lo urgente y resignamos lo importante, en los que nos tratan como borregos dóciles, nos manipulan y nos dice qué hacer y cómo hacerlo. La triste realidad es que permitimos que nos programen, que nos traten como si fuéramos autómatas.

Por eso, nos cuesta tanto pensar. Nos cuesta ser creativos, nos cuesta activar la imaginación, nos cuesta revivir esos recuerdos que llevamos en el corazón, en especial los positivos. Por eso, justamente, nos cuesta desarrollar la habilidad de escribir: porque para hacerlo, para potenciarla, requerimos creatividad, imaginación y ese valioso tesoro de experiencias que hemos vivido.

Y las tenemos marginadas, celosamente guardadas en el baúl de los recuerdos, en uno de esos lugares que no solemos frecuentar. Entonces, cuando queremos escribir, cuando necesitamos esa valiosa información que la vida nos regaló, no la encontramos. Y, claro, tomamos el atajo, el camino fácil y corto: “No puedo”, “No sé hacerlo”, “No tengo tiempo”, “Eso es muy difícil”

Algo que la vida me enseñó, a fuerza de golpes, por supuesto, de caer una y otra vez, de errar una y otra vez, fue que la única incapacidad que padecemos es la de una mentalidad de escasez. Nos negamos a recibir aquello maravilloso que la vida nos ofrece, nos convencemos de que hay otras prioridades, nos imponemos límites, nos conformamos con menos de lo que merecemos.

Y, ¿sabes qué es lo más doloroso? Que aquello que nos negamos es lo que más deseamos, lo que más fácil nos resulta. Por ejemplo, desarrollar la habilidad de escribir, que es innata de todos los seres humanos. Que la aprendimos en el colegio, que la practicamos en la universidad y que la requerimos en el ámbito laboral, en cualquier actividad que realicemos. Paradójico, ¿cierto?

La buena noticia, y de ahí el título de este artículo, es que no tienes que buscar afuera lo que ya está dentro de ti. Primero, la habilidad, que como mencioné es parte de la configuración básica de todos los seres humanos. Segundo, la capacidad para desarrollarla, que está condicionada por nuestra disposición y por cualidades que también poseemos: disciplina, constancia y paciencia.

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Fíjate que todavía no hablé de talento, al que le adjudican más indulgencias con avemarías ajenos. ¿Por qué? Porque sí, es necesario, pero insuficiente. ¿O crees que, por ejemplo, que Gabriel García Márquez habría sido quien fue solo en virtud de su talento? ¿Sin disciplina? ¿Sin constancia? ¿Sin paciencia? ¿Sin un método? ¿Sin largas horas de dedicación para pulir su estilo y aprender más?

No, por supuesto que no. De la misma manera que, por ejemplo, un deportista entrena cientos de horas para un competencia dura 10 o menos segundos, como una prueba de 100 metros planos. La primera decisión crucial que debe tomar una persona que quiere escribir es si está dispuesta a hacer lo necesario para conseguir el resultado que espera, que es escribir bien y ser leída.

¿Es lo que deseas? ¿Es lo que siempre soñaste? Entonces, lo primero que debes hacer es firmar un compromiso contigo mismo: no renunciar, hacer lo que sea necesario para cumplir tu sueño. La recompensa, te lo aseguro, es maravillosa. Y el proceso, que a tantos los intimida, puede llegar a ser una aventura divertida, apasionante, increíblemente enriquecedora y hasta reveladora.

No sé cuál sea esa actividad para la cual eres una persona particularmente creativa. Lo que sí sé con absoluta certeza es que esa misma creatividad te sirve para escribir. Es decir, no necesitas otra, no tienes que salir a buscarla donde no está. Lo mismo ocurre en el caso de la imaginación, esa cualidad que ponemos en práctica cada día todo el tiempo, inclusive sin darnos cuenta.

Y, por supuesto, esta premisa se aplica también a esos tesoros que dejaste guardados en el baúl de los recuerdos: tus experiencias. “Ay, Carlos, es que eso que a mí me pasó no le interesa a nadie” suelen decirme mis alumnos y clientes. Y, por supuesto, están terriblemente equivocados. Porque, así no lo percibamos, así no seamos conscientes, todos somos un modelo digno de imitar.

¿En qué sentido? Si, por ejemplo, pasaste por la dolorosa experiencia de perder un hijo, pero lograste superar el dolor y convertir ese episodio en la energía necesaria para convertirte en un mejor ser humano, a cualquier persona que esté en la misma situación le interesará saber cómo lo lograste. Ningún terapeuta podrá hacerlo mejor que tú, salvo que haya vivido esa experiencia.

Así mismo, si fuiste víctima de violencia y maltrato en tu niñez o en alguna relación sentimental, pero con ayuda de un especialista dejaste atrás esos episodios, sanaste las heridas y te diste una nueva oportunidad para disfrutar la vida y ser feliz, nadie mejor que tú para guiar a alguien que transite o haya transitado ese camino. Tienes todo lo que se necesita: la experiencia y la solución.

De igual forma, cuando te atrae la idea de aprender a jugar tenis vas a una academia (de tenis) y te pones en manos de un profesor especializado. O si quieres aprender un nuevo idioma vas a una escuela en la que ya otras muchas personas hayan aprendido. ¿Por qué? Porque nadie mejor que ese profesor, que esos instructores bilingües para ayudarte a alcanzar el objetivo que te propones.

Créeme: tienes todo, absolutamente todo, lo que se requiere para ser un buen escritor. Lo único que quizás te hace falta es un método y una guía para armar el rompecabezas. Eso sí, antes de buscar ayuda especializada (por supuesto, estoy a tus órdenes), recuerda que debes tomar una decisión crucial: ¿estás dispuesto a hacer lo necesario para conseguir el resultado que esperas?

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Cuando quieres escribir como ‘profesional’, pero eres un ‘amateur’

Desde la niñez, a todos los seres humanos nos programan para que seamos los mejores en todo lo que hagamos: el estudio, el trabajo, las relaciones, los negocios o, inclusive, en los pasatiempos. No basta con disfrutarlo, no basta con sacar algún provecho: tenemos que ser los mejores. El resultado es que esta creencia se convierte en el principal obstáculo, uno a veces insalvable.

Una de las experiencias más tóxicas a las que el ser humano se somete es aquella de asumir la vida como una competencia. Sí, esa mentalidad de “tienes que ser el mejor, el número uno”. Por supuesto, casi nunca logramos ese objetivo. Quizás en alguna actividad, sí, pero no en las demás. Entonces, el resultado es que nos frustramos, nos autoflagelamos, nos llenamos de resentimiento.

Lo peor, sin embargo, es que nos convencemos de que somos unos perdedores. Dejamos que el miedo nos invada, permitimos que la mente se llene de pensamientos tóxicos y negativos que, a su vez, condicionan nuestras acciones y decisiones y entramos en una especie de espiral sin fin y la vida se nos convierte en algo insufrible. Entonces, nos rendimos ante la patética sentencia: “¡No puedo!”.

Es algo que vemos con frecuencia en los niños que practican deporte o que realizan alguna actividad artística, como tocar un instrumento musical. Están tan condicionados por aquella idea de ser los mejores, que la mayoría de las veces sucumben a la presión. No porque no sean buenos, porque carezcan de talento o porque no puedan hacerlo mejor, sino porque no están preparados.

Exactamente lo mismo ocurre con las personas que quieren escribir. Comunicarse es una habilidad incorporada en todos los seres humanos. Todos, absolutamente todos, estamos en capacidad de comunicarnos a través del lenguaje verbal (hablar, cantar), del no verbal y del escrito (escribir, pintar). La diferencia, lo sabemos, es que solo algunos desarrollamos esas habilidades.

En otras palabras, algunos desarrollamos unas habilidades y otros, unas diferentes, cuando en realidad deberíamos aprovecharlas todas. Por lo general, desarrollamos aquellas que son necesarias en el ámbito en el que nos desenvolvemos o, de otra forma, solo las desarrollamos cuando son indispensables. La verdad es que siempre son necesarias, siempre son indispensables.

Pero, claro, somos muy hábiles para hacerles el quite, para pasar de agache. Por supuesto, lo más fácil es hablar, entonces desarrollamos parcialmente esa habilidad del lenguaje verbal. Y digo parcialmente porque cuando tenemos que hablar en público, así sean unas pocas personas, o cuando debemos hacer una presentación formal o ir a una entrevista, descubrimos la verdad.

¿Cuál verdad? Que no sabemos comunicarnos bajo presión, en aquellos ambientes o situaciones en las que nos sentimos a la defensiva. Eso, en pocas palabras, significa que aún no desarrollamos esa habilidad, no al máximo. Y si nos referimos al lenguaje escrito, peor. Acaso aprendemos a tomar notas, pero que no nos digan que escribamos una carta, un ensayo o un artículo.

De nuevo, nos enfrentamos a una realidad decepcionante: el dominio que tenemos de esa habilidad es precario. Y, claro, nos vamos por el atajo, por el camino fácil: “¡No puedo!”. Y sí, todos podemos, absolutamente todos. La cuestión, no me canso de repetirlo, es que no sabemos cómo hacerlo, es que no tenemos un método establecido o, peor, tenemos una idea equivocada.

¿Cuál idea? Que debemos escribir perfecto. Y perfecto, lo repito a cada rato, no escribe nadie. Y mucho menos alguien que escribe de manera esporádica, que no tiene un estilo propio, que no ha diseñado un método de trabajo, que no ha determinado una estructura. El problema es que casi todos somos escritores aficionados, pero queremos escribir mejor que un escritor profesional.

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Y, no, así no funciona. Ni para escribir, ni para cualquier otra actividad en la vida. Profesional no es solo aquel al que le pagan por lo que hace, sino especialmente alguien que hace eso todo el tiempo, que todo lo que hace está relacionado con esa actividad específica. Por ejemplo, un deportista: no solo practica su especialidad, sino que va al gimnasio, se alimenta bien, descansa, en fin.

Por mucho que te guste el tenis, por más que practiques una o dos horas tres o cuatro veces a la semana y compitas con tus amigos el fin de semana o en alguna liga o club, jamás llegarás al nivel de Roger Federer o Rafael Nadal. Y no porque carezcas del talento, que seguro lo tienes, sino porque tienes rutina de amateur y ellos son profesionales. Viven para el tenis las 24 horas del día.

Escribir es una habilidad que todos podemos desarrollar, es cierto. Sin embargo, para ser un buen escritor no solo hay que desarrollar la habilidad y practicar constantemente, sino que además debes pagar un precio. ¿Cuál? El de cumplir el proceso. ¿Cuál proceso? El de escribir mal al comienzo y requerir preparación, disciplina, perseverancia y ayuda para aprender a hacerlo bien.

La gran diferencia entre un amateur y un profesional, en cualquier actividad en la vida, radica en que el profesional hace lo que sea necesario para conseguir el objetivo que se propone. Lo que sea necesario. Aunque implique sacrificio y mucho esfuerzo. Aunque signifique renunciar a otras cosas para enfocarse en eso que desea conseguir. Aunque le cueste sudor y lágrimas, muchas lágrimas.

Si en verdad quieres escribir, pero no quieres llegar a ser un profesional, no te exijas como si lo fueras. ¡Olvídate de las benditas expectativas!, a las que me refiero en esta nota. Ser un escritor aficionado no significa, de ninguna manera, estar condenado a ser un mal escritor. Sácate esa creencia limitante de la cabeza, porque es una gran mentira, simplemente una excusa.

Recuerda: hay un buen escritor dentro de ti y solo tienes que hallarlo, activarlo y disfrutarlo. Y tampoco olvides que el talento viene incorporado, pero que además de la habilidad de escribir debes desarrollar estas otras 10, que son complementarias. Lo que sucede es que es más fácil excusarse con el patético “¡No puedo!” que salir de la zona de confort y hacer lo necesario.

Detrás de esa excusa lo que hay es una gran comodidad. Prefieres jugar con el celular, ver una serie en la televisión, dormir una siesta o irte a charlas con los amigos en vez de hacer lo necesario para descubrir, activar y disfrutar el buen escritor que hay en ti. Y, por supuesto, está bien, nadie puede juzgarte por eso, es tu elección y es respetable. Pero, si quieres escribir, debes cambiar tu mentalidad.

Escribir, créeme, es un inmenso privilegio exclusivo de los seres humanos. Ninguna otra especie de la naturaleza puede hacerlo. Además de ser un placer hacerlo bien, escribir es una terapia que nos cura de la mayoría de los males modernos de la humanidad: estrés, depresión, angustia, soledad o miedo. Y, no lo olvides, es una apasionante aventura de creación y de autoconocimiento.

Desde la niñez, a todos los seres humanos nos programan para que seamos los mejores en todo lo que hagamos. A la hora de escribir, sin embargo, ese calificativo de ser mejores no existe, no se aplica. Puedes escribir para ti, sin compartirlo con nadie, sin publicarlo en ninguna parte, solo por el gusto de crear, porque te diviertes, porque es un reto, porque te ayuda a ser tu mejor versión.

Si no desarrollaste la habilidad, si no tienes un método, si no encontraste tu estilo, si no practicas, jamás escribirás como un profesional. Entonces, no te lapides, no te autocensures: acepta el reto, vive la aventura sin prevenciones y comienza a escribir. Es un proceso que exige paciencia y una alta dosis de disciplina, pero las recompensas son maravillosas. ¡No te las niegues, disfrútalas!

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Estrategias para activar y desarrollar la creatividad y la imaginación (I)

La mente del escritor funciona como la cabeza de un cerillo (fósforo): requiere un chispazo para encenderse. Uno pequeño, no una inmensa llamarada, ni una fogata; apenas un chispazo. Una vez se prende la llama, el resto corre por cuenta de la creatividad y de la imaginación de cada uno. Sin embargo, también hay que tener en cuenta otro factor decisivo: el conocimiento, la información.

Cuando un cerillo se frota contra la pared de la cajetilla, una pequeña cantidad de fósforo rojo de la superficie se transforma en fósforo blanco, que es extremadamente volátil y se enciende al entrar en contacto con el oxígeno del ambiente. Es un chispazo fugaz, que dura tan solo unos segundos antes de extinguirse, pero suficiente para conseguir el objetivo de prender algo.

En un post anterior (Cómo una idea, inclusive mediocre, puede ser un texto digno de leer), es falsa aquella creencia tan arraigada de que requieres una gran idea para sentarte a escribir. La verdad, se requiere solo un chispazo, algo que prenda la creatividad, que encienda la imaginación y que active ese abundante arsenal de experiencias que acumulas y el conocimiento que has adquirido.

En la realidad, sin embargo, cuando vamos a encender el cerillo muchas veces lo forzamos de más y provocamos que pierda la cabeza. O, quizás, no contiene la cantidad de fósforo necesaria para generar el chispazo o, suele suceder, ha perdido sus características y ya no sirve. Es exactamente lo mismo que sucede con las ideas: las forzamos, no son suficientes o son inutilizables.

Una idea, por más que sea la gran idea, por sí misma no es suficiente para escribir. Tal y como lo mencioné en aquella nota, se requiere rodearla de otros elementos que nos permiten construir un texto, una historia. El problema es que la mayoría de las veces nos quedamos en la etapa de tratar de encender el cerillo y, si no lo conseguimos, ahí termina el proceso. Es el tal bloqueo mental.

Que no existe, que es mentira, que es solo la manifestación de nuestra incapacidad para prender el cerillo, para provocar el chispazo que active nuestra creatividad e imaginación. Es un proceso que puede darse de dos formas: automático o manual. El automático surge de repetirlo muchas veces, de entrenar la mente para que nos dé buenas ideas, de exigirla para ponerla en marcha.

La salvedad es que ese automático no significa instantáneo. Requieres tiempo, como cuando vas a cocinar arroz: calientas el agua, viertes el arroz y luego, a fuego lento, dejas que se cocine. Con las buenas ideas sucede lo mismo: pueden aparecer en poco tiempo o quizás se hacen rogar y solo se presentan dos horas después, o al día siguiente. Esto, amigo mío, es parte del proceso de escribir.

El modo manual, mientras, nos exige un poco de ayuda. Esto ocurre, por lo general, cuando vamos a escribir de un tema que no dominamos o que abordamos por primera vez. O, también, cuando la mente está cansada, distraída o enfocada en otro tema, por ejemplo, una preocupación. Entonces, ese chispazo no se da, ese cerillo no enciende y tenemos que tomar otro y forzarlo a prender.

¿Cómo? Realizando alguna actividad que nos permita incentivar la imaginación, desbloquear la mente y dar rienda suelta a la creatividad. Lo primero que puedo decirte es que no hay fórmulas, ni libretos, ni magia. Lo que a mí me funciona, quizás a ti no, o te brinda resultados distintos. Lo único que puedes hacer es probar y validar los resultados; si no funciona, probar con otra opción.

Lo primordial es romper el cerco que te mantiene bloqueado. A veces, por ejemplo, basta con salir al jardín y jugar con tu mascota, consentirla unos minutos y quizás tomarte una taza de café o de té. Después de 10 minutos de receso, es probable (probable, no seguro) que tu mente se haya activado y las ideas comiencen a fluir sin inconvenientes. Entonces, es hora de aprovecharla.

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En otras ocasiones, quizás es necesario salir de casa porque debes cambiar el ambiente, ver a otras personas, conversar con otras personas. Es bueno que salgas solo, de modo que puedas enfocar tu mente en lo que te interesa. Camina un rato, mira las vitrinas de los almacenes, date un gusto y de pronto entra a una cafetería y pide una bebida. O también puedes entrar a la iglesia y orar.

Esas que te acabo de mencionar son estrategias que a mí me dan buen resultado. Si la idea que busco está muy enredada, el paseo fuera de casa quizás se convierte en ir al centro comercial y caminar sin un plan definido. Siéntate en algún lugar y observa a las personas: qué hacen, cómo están vestidas, cómo se tratan las parejas, qué hacen los niños, qué ruido u olor llama tu atención.

El gran secreto de la creatividad y la imaginación está en la observación. El problema es que no nos enseñan a observar en silencio. Este es un ejercicio divertido que me encanta porque activa mi mente con rapidez y la activa en un punto muy alto. Ver a otros, sus comportamientos, sus gestos y sus actitudes son fuente inagotable de creatividad. La conexión se establece a través de la empatía.

Cuando el tema ya es más complicado, es decir, cuando hay agotamiento mental, la solución tiene que ser radical. Mi mejor terapia es jugar al golf. Son al menos 6 horas entre el antes, el durante y el después del juego en los que la mente está enfocada en algo muy distinto y, además, en un escenario propicio para que la imaginación vuele muy alto: al aire libre, rodeado de naturaleza.

Durante la ronda, converso con mis compañeros de juego o con el cadi, de todo y de nada. Me río, me burlo de los tiros malos de otro, celebro mis pocos tiros buenos y mientras tanto, en segundo plano, dejo que la mente vuele libremente. Escuchar los pájaros, el crujir de las ramas al chocar por efecto del viento, el golpe de los palos a la pelota y la adrenalina del juego son los disparadores.

Puedo decirte que muchas de las buenas ideas que plasmo en mis escritos surgieron en un campo de golf o alrededor de una ronda de juego. Me funciona muy bien en especial cuando se trata de un proyecto nuevo o de un tema que requiere mayor elaboración que, por ejemplo, una nota del blog. ¿Qué? Una carta de ventas, el perfil de un avatar, el copy de una página web o el capítulo de un libro.

Si no juegas golf, mi sugerencia es que des un paseo por un parque cercano a donde vives. Que te sientes, solo o en compañía de tu mascota, a dejar que pase la vida, sin hacer nada más que observar en silencio. Y lleva una libreta en la que puedas anotar las ideas que se te ocurren, para que no se te olviden mientras caminas de regreso a casa. Basta con 15 minutos para cumplir el objetivo.

¿Qué observar? A las personas, principalmente, pero también puedes fijar tu mirada en las mascotas de otros, en los árboles, en los pájaros que revolotean entre las ramas. Intenta abstraerte del ambiente y conectarte con el lugar, a ver qué te transmite. Escribe todas las ideas que puedas y las revisas en casa: verás cómo algunas son desechables y otras, increíbles.

La mente del escritor funciona como la cabeza de un cerillo (fósforo): requiere un chispazo para encenderse. Uno pequeño, no una inmensa llamarada, ni una fogata; apenas un chispazo. Una vez logras prender la llama, apela a tu conocimiento, a la información que posees del tema, y deja que las ideas fluyan. Haz una lista y arma una estructura que te guíe. Repite el proceso una y mil veces.

El 99,99 por ciento de lo que el ser humano aprende es producto de un proceso de observación (o de lectura, o de escucha) que le permite entender el proceso y ejecutarlo. El siguiente paso es probar una y otra vez, y otra más, hasta que se convierta en algo automático que funcione igual de bien cada vez. Recuerda: lo básico es prender la chispa de tu creatividad y tu imaginación.

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Ambiente: 5 condiciones que te ayudarán a ser creativo y productivo

Si no haces lo necesario, si crees que es tan elemental como seguir los tres o cuatro pasos consignados en una plantilla, escribir puede ser una de las labores más difíciles que puedas enfrentar. Y no por la escritura en sí, sino por la experiencia. ¿Por qué? Porque no hay una fórmula exacta, no hay un libreto perfecto: escribir es un acto autónomo, personal e intransferible.

¿Eso qué quiere decir? Que nadie puede copiar a nadie. Cada escritor, aficionado o profesional, debe crear su propio método, su propio estilo, su propio paso a paso. Sí, se puede modelar lo que a otros les ha funcionado, pero tienes que adaptarlo a tu estilo de vida, a tus posibilidades, a tu conocimiento, a tu disciplina y disposición. Debes establecer tu rutina, tus hábitos y tu ambiente.

Esto último es muy importante. MUY importante. Y la mayoría de los escritores aficionados no lo tienen en cuenta, bien porque desconocen su importancia, bien porque no la toman en cuenta. Y, claro, después lo pagan caro y se salen por la puerta fácil: el tal bloqueo mental, que ya sabemos que es una bonita mentira para vender. El verdadero problema, sin embargo, está en otro lado.

Las dificultades a la hora de escribir surgen cuando la persona no se toma muy en serio lo que quiere hacer. Es decir, cuando cree que sentarse a escribir es algo marginal, que puede hacer por salir del paso, en cualquier momento y en cualquier condición. Y no es así. No me canso de repetir esto, porque es crucial: no hay reglas estrictas para todo el mundo, pero sí condiciones mínimas.

Cuando vas a cocinar, por ejemplo, te preocupas de contar con todos los ingredientes necesarios para preparar el platillo que elegiste, de contar con los implementos adecuados, de que no te falte algo que complique el proceso. Además, te pones en modo cocinero y sabes que te vas a concentrar en esa labor durante un período de tu tiempo. Empiezas si todo está dispuesto.

Cuando vas al gimnasio a hacer ejercicio, te preocupas de vestir la ropa adecuada para sentirte muy cómodo y no olvidas llevar una toalla, que siempre se necesita. Además, preparas una bebida para hidratarte y quizás hasta alistas algo de comer, como una fruta o una barra de cereal, para cuando termines tu rutina. Y llevas una muda de ropa para después de ducharte y regresar a casa.

¿Entiendes? Te aseguras de cumplir con las condiciones mínimas. Si, por ejemplo, si vas a cocinar te hace falta un ingrediente o no tienes el recipiente adecuado, tendrás problemas y quizás sea necesario cambiar de planes. Si vas al gimnasio y te llevas unas zapatillas que no son aptas para correr en la cinta de la máquina trotadora, con seguridad tu cuerpo lo notará y se revelará.

Si lo piensas, para cualquier actividad que desarrolles en la vida, laboral o recreativa, ejecutas el mismo plan. Sin embargo, sucede que a la hora de escribir la mayoría de las personas cambia su rutina o, peor aún, no tiene una rutina. Simplemente, toman su computador y se sientan a la espera de que aparezca la tal musa, esa inspiración que ha hecho carrera en el ambiente.

Pero, no aparece. O, quizás, tienes una idea de qué quieres escribir, pero cuando te sientas frente al computador las palabras no salen. Y, créeme, la mayoría de las veces no es el tal bloqueo mental, pero se lo atribuimos a él. La mayoría de las veces es que no has cumplido con las cinco condiciones básicas necesarias para que tu proceso de creación se desarrolle sin problemas.

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Estas son las cinco condiciones básicas que a mí no me pueden faltar cuando voy a escribir:

1.- Mi lugar. Y recalco el mío porque soy de los que un día trabajan en el comedor, al siguiente lo hacen desde la sala, el fin de semana están en la habitación, en fin. Aunque te parezca una banalidad, pero en realidad no lo es. El lugar que eliges para escribir afecta, para bien o para mal, tu capacidad de producción. Tanto puede ayudarte a ser más creativo, como todo lo contrario.

Debe ser cómodo, hecho a tu medida, necesidad y gusto. La decoración y los demás implementos que haya allí deben ser tuyos, elegidos por ti, y conectados con tu personalidad, con tu esencia. Tiene que estar bien iluminado, tanto por luz natural como por artificial, y con buena ventilación: que no sea muy frío o caliente. Que cuando estés allí sientas que ese es tu lugar en el mundo.

2.- La disposición. Esto, te lo aseguro, no lo venden en ningún supermercado. La tienes o no la tienes, así de sencillo. Si no la tienes, olvídate de escribir ese día: dedícate a otra cosa y prueba mañana. ¿Por qué? Porque escribir es una actividad que está estrechamente ligada a tu estado de ánimo, a tus emociones. Si tu cabeza está echa un saco de anzuelos, será muy difícil que escribas.

Por supuesto, buena parte del éxito de un escritor profesional consiste en escribir más allá de su estado de ánimo, lo que implica asumir el control de sus emociones. ¿Se puede lograr? Sí, es algo que se aprende con la práctica. Lo importante es que entiendas que necesitas que tu cabeza y tu corazón estén conectados y en modo escritura para que el proceso fluya con naturalidad.

3.- La rutina (I). Este es requeteimportante. ¿Por qué? Porque el ser humano, no lo olvides, es un animal de costumbres. ¿Eso significa que deberías escribir siempre a la misma hora? En esencia, sí. Cuando desarrolles la habilidad y tengas el control de tu proceso creativo, lo harás a cualquier hora, pero primero tienes que establecer la rutina: hora, lugar, implementos y adicionales.

Necesitas descubrir cuál es tu mejor hora para escribir: ¿en la mañana o al final de la tarde? La única forma de establecerlo es probar y probar para saber en cuál te sientes más cómodo y, sobre todo, eres más productivo. También es conveniente determinar con antelación cuánto tiempo vas a destinar a escribir y haber diseñado un plan de qué quieres hacer. La clave está en el control.

4.- La rutina (II). Comienza con una rutina corta, de 15-20 minutos. Procura escribir tanto como puedas en ese lapso y luego párate y haz algo distinto: toma un café, juega con tu mascota, habla por teléfono, mira tus redes sociales, prepara algo ligero de comer. La idea es despejar la mente, que no se nuble, ni se bloquee. También puedes hacer unos ligeros ejercicios de estiramiento.

Luego puedes retomar otros 15-20 minutos y repetir esta rutina una o dos veces más, para completar una hora u hora y media de producción. Después, a medida que consolidas tu rutina y que desarrollas la habilidad de escribir, incrementas el tiempo. Eso sí, procura hacer una pausa activa al menos cada 45-50 minutos, como máximo: tu cuerpo y tu mente lo agradecerán.

5.- Los accesorios. Particularmente, no tengo ningún problema en que haya ruido en el ambiente en el que escribo. Puedo hacerlo con el televisor prendido o con algo de música (que varía según el estado de ánimo). Puede suceder, también, que elijo el silencio absoluto porque son momentos en los que la mente está extremadamente sensible y debo ayudarla para que se mantenga enfocada.

Así mismo, asegúrate de tener a mano una libreta para anotar ideas, un diccionario (que puede ser virtual) y algo de beber (puede ser agua, café o té, la que más te guste, o las combinas). Y esto es algo de lo que nadie te habla, pero es importante: utiliza ropa cómoda, que no te genere alguna distracción por el calor o el frío. Esto, aunque no lo creas, afecta tu disposición y tu ánimo.

Moraleja: no hay una sola fórmula. Cada uno debe diseñar e implementar la suya, que además debe ser flexible y fácil de adaptar si las condiciones cambian. Lo importante es que ese ambiente en el que te sientas a gusto y puedas ser creativo y productivo. Descubre cuál es el tuyo, fija una rutina que se acomode a tus necesidades y dale rienda suelta a ese buen escritor que hay dentro de ti.

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Cómo hallar y activar el ‘buen escritor’ que hay dentro de ti

En el 99,99 por ciento de los casos, la razón es la misma. La diferencia es que cada uno trata de disfrazarla de una manera que le provoque menos vergüenza. Sin embargo, basta con explorar un poquito en tu interior para descubrir que el obstáculo que te impide cumplir el sueño de escribir es que todavía no aprendiste a lidiar con las benditas expectativas y el temible qué dirán.

Las excusas públicas son “No sé cómo hacerlo”, “Eso no es para mí”, “Lo intenté, pero no soy capaz” o “Soy muy malo para eso”, entre otras. Por supuesto, todas son mentira porque sabemos que escribir no es un don, ni un privilegio de pocos, sino una habilidad que viene incorporada en cualquier ser humano. Todos, absolutamente todos, llevamos un buen escritor en nuestro interior.

La cuestión es cómo hallarlo y, sobre todo, cómo activarlo. Está ahí, créeme, más cerca de lo que piensas, solo que no lo quieres ver. ¿Por qué? Porque si lo encuentras, te quedas sin excusas. Y, además, si lo encuentras, tienes que enfrentar el reto de comenzar a escribir. Que es el momento, entonces, en el que aparecen las benditas (malditas) expectativas y el miedo al qué dirán.

Que no son más que creencias limitantes con las que programaron nuestra mente cuando éramos niños y que después, cuando ya tomamos la rienda de nuestra vida, cuando fuimos conscientes y tomamos nuestras propias decisiones, reforzamos y cultivamos. Para prácticamente todo, no solo para escribir, porque este es un obstáculo recurrente en el camino, y que aparece por doquier.

Por ejemplo, en las relaciones sentimentales. Muchas se echan a perder porque nos generamos una expectativas muy altas que no son satisfechas. O, también, porque esa persona que nos gusta quizás no es de nuestro círculo social o tiene un pasado que no encaja con las expectativas de los que nos rodean. Entonces, para salir del lío, cortamos el vínculo y somos socialmente correctos.

Sucede también en el trabajo, cuando a pesar de las incomodidades que nos provoca la actitud de un compañero o del jefe elegimos ser políticamente correctos para evitar ser señalados, para que no nos hagan a un lado. Entonces, el ambiente se torna tóxico, negativo, poco propicio para el aprendizaje, para desarrollar nuestras habilidades. Lo sabemos, pero aceptamos el sacrificio.

Cuando una persona se atreve a explorar en su interior y toca la puerta de aquel rinconcito donde descansa su yo escritor, se enfrenta a un reto que no todos estamos dispuestos a aceptar. Aquel de confrontar nuestro pasado, nuestros errores; aquel de revivir episodios que creíamos olvidados, pero que aún provocan dolor; aquel de exponernos al mundo, sin protección alguna.

Nos sentimos frágiles y vulnerables, nos sentimos a merced de otros y de su crítica despiadada. Tememos que nos digan que “está mal” o que “no gusta”, como si fueran sentencias irrevocables. Y no es así, por supuesto. De hecho, las críticas, las benditas expectativas y el qué dirán nunca te abandonarán, ni siquiera en caso de que te conviertas en un escritor profesional reconocido.

¿Por qué? Porque siempre habrá personas a las que no les gusta lo que haces, lo que escribes. Y no necesariamente porque esté mal, sino porque sus preferencias van por otro lado. O por ignorancia, o por envidia. Además, como sucede en cualquier actividad de la vida, debes aprender que lo que piensan o dicen otros de ti no te define, ni define tu trabajo. Son sus opiniones, nada más.

El problema, porque siempre hay un problema, es que para evitar esta críticas negativas, la mayoría de las personas consulta la opinión de personas de su círculo íntimo, a sabiendas de que aprobarán su escrito, de que le dirán que está “muy bien”. Y eso, claro, no sirve: es autoengaño. Porque tarde o temprano encontrarás a alguien que te dirá la verdad y eso te dolerá mucho.

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Hay tres realidades con las que tendrás que lidiar cuando decidas escribir:

1.- Lo harás mal (quizás, demasiado mal). Es parte de proceso, porque nadie nace aprendido. Un tema es creer “Yo puedo hacerlo” y otro distinto, “hacerlo”. Si no has desarrollado la habilidad, si eliges un mal tema (del que no conoces lo suficiente), si no tienes un método o una estructura para tus escritos, lo harás mal. Y, por supuesto, no puedes esperar que todos te aprueben.

2.- Ten miedo de los halagos. En especial, si provienen de personas cercanas que no quieren herir tus sentimientos. Ellas te dirán lo que quieres escuchar, pero no lo que necesitas escuchar. Entre uno y otro hay un mundo de distancia. Lo primero no te ayudará a mejorar, lo segundo te hará sentir mal, pero si aprovechas el aprendizaje, si corriges, te enseñará a ser un buen escritor.

3.- No huyas de las críticas. Ese, sin duda, es un flaco favor que te haces. Más bien, elige correctamente las personas a las que les preguntas, aquellas a las que les pides opinión sobre tus escritos. Es importante, muy importante, que sean personas que SÍ escriben, que ya superaron esa etapa en la que tú estás y que, por lo tanto, no te van a engañar. Sin críticas, nunca vas a crecer.

Volvamos un poco atrás: vas a escribir mal, sin duda. El problema no es ese, sino que nunca logres avanzar, que nunca aprendas, que nunca mejores. ¿Cómo hacerlo? Puedes elegir la opción más común, que es leer y leer y luego sentarte a escribir. Eso sí, te advierto: ¡no funciona! En el 99 % de los casos, ¡no funciona! Si así fuera, cualquier lector voraz sería un buen escritor, y no es así.

Lo primero que necesitas es despojarte del miedo a las críticas, divorciarte del patético “¡No puedo!” (porque sí puedes) y aprender cómo hacerlo. ¿Eso qué significa? Comenzar por el principio, es decir, sin la expectativa de que aquello que escribes va a ser un best seller o de que te premien y reconozcan por ello; luego, acude a quienes en verdad pueden ayudarte a escribir.

Sí, escribir mucho, pero no cantidad, sino calidad. Mucho significa “muy seguido”, ojalá todos los días un poco. Quita de tu mente, además, las benditas expectativas y el qué dirán. Escribir mal es parte fundamental del proceso, así haya siempre alguien que lo elogie. Lo importante es que le des una oportunidad a ese buen escritor que hay en ti: encuéntralo, actívalo y ¡disfrútalo!

Estos son recursos publicados en mi blog que te ayudarán a dar el primer paso (el más difícil):

¿Conocías estos 10 beneficios de escribir un diario?

El tal ‘bloqueo mental’ es mentira: ¿cómo comenzar a escribir?

Cómo una idea, inclusive mediocre, puede ser un texto digno de leer

Qué lecturas que sirven para desarrollar la habilidad de escribir

Las otras 10 habilidades que necesitas para escribir bien

Hay un buen escritor dentro de ti, pero tienes que hallarlo y activarlo. Será una aventura increíble, apasionante, en la que tendrás que batallar con las benditas expectativas y el qué dirán. Una vez superes este escollo, tendrás el camino expedito para avanzar. Es, entonces, el momento en el que debes recurrir a la ayuda idónea que te brinde el conocimiento especializado que requerirás.

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