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¡Cuidado!: el vocabulario afecta tu salud mental y tu negocio

“Es que solo de verlo me da cosa”. Si tienes más de 40 años y vives en algún país de Iberoamérica, seguro que sabes quién dijo esa frase: el querido doctor Chapatín, el tierno y cascarrabias médico, uno de los personajes icónicos del gran comediante mexicano Roberto Gómez Bolaños (q. e. p. d.). Y es, además, una frase que debería convertirse en la principal máxima de un buen escritor.

“Escribe como hablas”. Esa es otra famosa frase, tan antigua como malinterpretada y, sobre todo, mal implementada. Porque, si lo piensas bien, cualquiera puede tomarla de la forma que quiera, que le convenga y, en consecuencia, se pierde el verdadero sentido. Que no es otro que escribir con fluidez, con lenguaje sencillo para que cualquier persona que lea lo pueda comprender.

Lo que pocos perciben es la mentira que hay detrás. ¿Por qué? Porque nadie, absolutamente nadie, escribe como habla. O, mejor: nadie habla como escribe. ¿Por qué? Porque son dos tipos de lenguaje distintos, independientes, que nuestro cerebro gestiona de manera diferente. Entonces, lo primero que debemos hacer es entender que hay normas establecidas para cada caso.

¿Te imaginas que el escritor colombiano Gabriel García Márquez hablara como escribía? Nadie, o casi nadie, le entendería. En cambio, Gabo era un excelente conversador con esa chispa que tiene el hombre caribe, con sus dichos, con sus palabras a las que se les recorta la ese final, con su acento inconfundible. Y será igual con cualquier otro escritor, con el que tú prefieras.

Entre otras razones, porque en el lenguaje verbal utilizamos demasiados modismos que son impropios del lenguaje escrito, utilizamos demasiadas muletillas (repeticiones o frases hechas), utilizamos groserías y coloquialismos poco cultos. Entonces, no, no puedes escribir como hablas, no debes escribir como hablas, en especial si vas a comunicarte con una audiencia, con tus clientes.

De lo que se trata, lo que nunca nos explicaron (tranquilo, yo también caí en la trampa, pero por fortuna pude salir de ella) es de implementar en la escritura el ritmo del lenguaje verbal. Cuando hablamos, sin darnos cuenta (porque es algo natural en el ser humano, inconsciente) utilizamos frases cortas y largas, o medianas, y hacemos énfasis con la entonación en determinadas palabras.

Por ejemplo, es probable que en el colegio o en la universidad hayas tenido un profesor con un tono de voz plano, monótono, sin altas y bajas, sin variedad en las entonaciones. Y que, además, para rematar, dictaba una de las materias más complejas y aburridas. ¿El resultado? Sus clases eran una tortura insoportable, interminable, porque su voz te adormecía en 5 minutos.

Y estoy seguro de que eso mismo te ocurre con algunos textos, que los expertos llaman densos: a los pocos minutos te dan unas ganas incontrolables de irte a dormir. Son esos libros o textos que, además, tienen una estructura similar: densa y plana. Entonces, la lectura se torna difícil, no es agradable, no es llamativa. Les falta ritmo, les falta entonación, carecen de un estilo propio.

Otro error común es utilizar un lenguaje demasiado coloquial, propio de lo verbal, en los textos. Es algo que vemos todos los días en los medios de comunicación y que, por supuesto, deja mucho que desear de los periodistas, de los escritores. ¿A qué me refiero? El error más común y más grave, el que más desluce al responsable como profesional y experto, es abusar de la palabra cosa.

Una equivocación elemental que, además, no tiene justificación alguna. ¿Por qué? Porque una de las principales características del idioma español es su riqueza de términos. ¿Sabías que el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) contiene más de 88.000 palabras? Además, cada año la RAE incorpora nuevos términos, por lo que esta cifra cambia permanentemente.

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¿Te parecen insuficientes 88.000 términos como para tener que decir o escribir cosa para referirte a algo que tiene nombre propio? No, por supuesto que no. ¿Conoces algún objeto, animal, color o situación que no tenga una palabra específica para definirla en el español? No, claro que no. Todas, absolutamente todas las cosas tienen un nombre propio en nuestro bello idioma.

Sin embargo, todos los días leemos o escuchamos esperpentos tales como “La cosa está dura”, cuando bien se pudo decir “La situación está dura”. O “Cinco cosas que puedes hacer para bajar de peso”, en vez de “Cinco hábitos que te ayudarán a bajar de peso”. Una de las cualidades del buen hablar, del buen escribir, es la precisión de los términos: utilizar la palabra correcta en cada caso.

Cuando eres un experto, las demás personas te ven como alguien que está en un nivel superior en un tema en especial. Sin embargo, en virtud de esto, también asumen que eres más culto que el promedio, y esta premisa se aplica a los dueños de negocios, para los emprendedores. Por eso, no puedes darte el lujo de comunicarte con un lenguaje excesivamente coloquial, ordinario.

Una de las principales fortalezas de los líderes del mercado es su autoridad. Una autoridad que se refleja no solo con el amplio conocimiento de su área de especialización, sino en nivel de cultura general. Y este se mide, entre otras formas, por la forma en que se comunican, por su estilo. Que, valga aclararlo, no significa utilizar términos rebuscados o poco conocidos, o que ya no se usan.

“Es que solo de verlo me da cosa”, decía el gran doctor Chapatín. Y es cierto: da cosa castigar con esa ligereza al español, un idioma rico y variado, con palabras bellísimas, descriptivas, llenas de magia y encanto. La riqueza léxica de tus mensajes son parte fundamental no solo de tu autoridad, sino también de tu marca personal. Recuerda: eres lo que proyectas, proyectas lo que comunicas.

Lo que más incomoda de este abuso es que denota poco profesionalismo, descuido y, sobre todo, pereza. ¿Por qué? Porque hoy, gracias a la tecnología, es posible llevar contigo, todo el tiempo y a todas partes, el diccionario de la RAE. Que, por supuesto, ya no es ese pesado y voluminoso libro de casi mil páginas, sino una aplicación que instalas en tu celular. Y hay muchos recursos más.

De la misma manera que, por ejemplo, cuidas tu presentación cuando vas a salir con tu pareja o tienes una reunión importante con un cliente, debes entender que la calidad del lenguaje con que te comunicas dice mucho de ti. Para bien o para mal. Cuando es para bien, destacas, brillas con luz propia; cuando es para mal, desentonas, decepcionas, produces una impresión negativa.

Uno de los placeres de la niñez y la juventud, recuerdo, era escuchar a los adultos, a los abuelos, mientras conversaban y contaban historias. Ellos, que en esencia eran muy cultos, que habían leído mucho (porque no había internet), se expresaban de una manera deliciosa, empleaban palabras que la mayoría desconocía y que les daban un toque especial a sus historias.

La riqueza del vocabulario, que es una característica fundamental del estilo, surge de la lectura. Cuanto más leer, cuanto más cultos y cuidadosos son los autores que lees, más aprendes. Sin embargo, también es posible adquirirla a través del uso: escribir y escribir. Con un diccionario al alcance de la mano, bien sea virtual o el pesado libro de papel. Y el hábito de consultarlo, claro.

La pobreza del vocabulario, de otro lado, es un rótulo que desdice de tu autoridad y que pone en entredicho tu conocimiento del tema. Te resta credibilidad, así de simple, así de contundente. Y, algo que quizás no sabes: cuanto más rico sea tu vocabulario, más fácil será escribir o hablar. A mayor cantidad de palabras que utilices regularmente, mayor actividad hay en tu cerebro.

¿Entiendes? Conocer y emplear más palabras, las correctas, repercute positivamente en tu salud. Y no se a ti, pero a mí se me antoja un beneficio invaluable. Por eso, te invito a que seas un poco más cuidadoso en la forma en que te comunicas, con otras personas, con tus clientes: erradica ya y para siempre la palabra cosa (s) y recurre al término adecuado para cada ocasión. Tu negocio, tu lector, lo agradecerá…

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