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Si alguien te da un consejo, te aconsejo ¡no tragar entero!

A mi juicio, una de las tareas más difíciles para un ser humano es aquella de dar un consejo. Por más que seas un experto en la materia, que seas exitoso, que hayas desarrollado una metodología o hayas implementado un sistema efectivo, dar un consejo es complicado. ¿La razón? Que quien lo recibe asume que el resultado que obtendrá será… ¡tu responsabilidad!

El diccionario nos dice que consejo es “Opinión que se expresa para orientar una actuación de una determinada manera”. Es decir, no es una orden, tampoco es una sentencia: tan solo, una opinión. Eso implica que, al final, la decisión, el camino que se tome, dependerá de la persona que recibe el consejo y, por supuesto, la responsabilidad del resultado será enteramente suya.

Lo que sucede en la práctica es que los seres humanos somos muy cómodos: le trasladamos la responsabilidad a otro para liberarnos de la culpa. Ah, eso sí, si el resultado es favorable fue porque tú lo hiciste bien, por tu talento, por tu capacidad, en fin. Ahora, lo segundo es entender que un consejo es simplemente una orientación, una opción que se te brinda.

Es decir, casi nunca (o nunca) es el único camino. Además, y esto sin duda es lo crucial, el mejor consejo del mundo no es perfecto o ideal para todos, para cualquiera. ¿Por qué? La explicación muy sencilla: el resultado está determinado por factores como conocimiento, experiencia, habilidades y práctica, que varían de persona en persona. No hay una verdad.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que estamos acostumbrados, según lo que nos enseñaron en la niñez, a seguir órdenes o instrucciones. ¡Todo el mundo te da órdenes!, y tu única opción es cumplirlas a rajatabla. ¡Ay de que no lo hagas!, porque la desobediencia se castiga. Entonces, crecemos con la idea de que tenemos que pedir consejo y… ¡seguirlo!

¿Por qué? Porque, primero, quien imparte el consejo se escuda en su sabiduría y asume que el receptor hará caso; segundo, porque quien recibe el consejo asume que el resultado será el que espera porque viene de alguien ‘que sabe’. Y, aunque es posible que las dos premisas sean ciertas, ya sabes que algo va de la teoría a la realidad, a la práctica, que incluye margen de error.

Esto de dar y recibir consejos se ha convertido en una epidemia, en el fuego que alimenta ese terrible fenómeno de la infoxicación. Entras a internet y te abruma la avalancha de consejos que llegan a la bandeja de entrada de tu correo electrónico y que pulula en las redes sociales. Dado que hoy todos y cualquiera son gurús que dice poseer la fórmula del éxito, la comparten.

Y, claro, lo hacen en forma de consejo. En tono imperativo, claro. Es decir, son consejos que se apartan de la definición que nos ofrece el diccionario. Recordémosla: “Opinión que se expresa para orientar una actuación de una determinada manera”. “Si no publicas en tal red social, nadie te verá”, “Si no usas estas palabras, no venderás”, “Si no posteas a esta hora, nadie te verá” y otras especies más.

Lo más curioso, y también lo patético, es que si te tomas la molestia de hacer unos cuantos clics e investigas quiénes son y qué hacen (o han logrado) estos gurús descubrirás que la mayoría son… ¡vendehúmo! En otras palabras: no han sido exitosos en eso que dicen ser o, lo peor, no pueden enseñarte a alcanzar el éxito (o los resultados) que ellos no han obtenido.

Sin embargo, son geniales para dar consejos. En especial, en el ámbito de la creación de contenidos y más ahora que contamos con la ayuda de una variedad de herramientas de la inteligencia artificial. Te sorprendería la cantidad de correos electrónicos y, sobre todo, avisos publicitarios que recibo y me encuentro en internet con sabios consejos para crear contenidos.

Sí, porque no son simples consejos: son sabios consejos (irrefutables, indiscutible). Que, te lo digo con la mano en el corazón, muy probablemente no te funcionarán. ¿Por qué? Porque la de escribir o crear contenidos es una actividad muy personal, que involucra tu esencia. No solo tu conocimiento o experiencia, tu pericia o habilidades, sino tu esencia como ser humano.

Porque, créeme, la clave para que tus contenidos, en el formato que elijas, consiga atraer la atención del mercado y produzca el impacto esperado está en tu esencia. Es decir, en lo que eres, en lo que piensas, en lo que sientes, en el valor que puedes transmitir, en lo que te hace único y valioso. El formato, la estructura que decidas, las palabras que escojas, todo esto es secundario.

Además, y esto seguramente lo has percibido, unos de esos sabios consejos se contradicen con los otros sabios consejos. Unos te dicen blanco, como si fuera la verdad absoluta, y los otros te pregonan el negro, porque aseguran esa es la verdad absoluta. Y así sucesivamente. Y, quizás lo sabes, lo has experimentado, no hay un solo camino, una fórmula única, un consejo perfecto.

Repito: pocas actividades en la vida de un ser humano tan personales, tan únicas, como la de producir contenidos (en el formato que elijas). Un ejemplo: cuando vas a conversar con tu hijo para enseñarle algo, se lo dirás con tus palabras, con tu estilo, con tu sensibilidad. Ahora, si esa tarea la cumple tu pareja, aunque el objetivo sea el mismo, el procedimiento será distinto.

No hay una fórmula única. Y eso, para mí, es maravilloso. ¡Qué aburrido sería estar sometido a seguir siempre el mismo camino, que además fue trazado por otro! Lo bonito de la vida es disfrutar de la potestad de hacerlo a tu modo, más allá de que te equivoques. Igual, si lo haces, será tu error, tu aprendizaje. De hecho, solo por ese camino (el tuyo) podrás aprender.

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Esa es la razón por la cual son archienemigo de las plantillas, de los libretos establecidos y, por supuesto, del odioso y patético copy + paste. Creo, soy un convencido, de que cada ser humano está en capacidad de crear contenidos valiosos, siempre y cuando no reniegue de su esencia, no caiga en la trampa del “no puedo, no nací para esto” o, peor, “no me inspiré”.

Ahora, ¿quieres que te dé algunos consejos? Recuerda son solo opiniones que te ayudarán a decidir qué camino tomar y qué hacer. Veamos:

1.- Entiende que ya lo tienes todo para crear contenidos que generen un impacto positivo en tu audiencia. Si algo te hace falta, lo aprenderás en el proceso. Lo importante es que aceptes que con lo que tienes ya es suficiente para comenzar. Entonces, ¡manos a la obra!

2.- Determina qué camino quieres seguir. Es decir, cuál será el formato básico que utilizarás para crear tus contenidos. Ten en cuenta que sea uno que facilite tu tarea de reconvertir esos contenidos a otros formatos para ampliar el alcance de tu estrategia. Comienza con uno solo

3.- Entiende y acepta que la estrategia más segura (no más rápida) es aquella de prueba y error. Como dice mi buen amigo y mentor Álvaro Mendoza, “cuanto más rápido te equivoques y más grave sea el error, mayor será el aprendizaje”. Prueba, valida, corrige y vuelve a probar

4.- Establece tu propio estilo. Que, valga decirlo, no surgirá frotando la lámpara ni de la noche a la mañana. El estilo es fruto del trabajo, de producir y producir, probar e innovar, hasta que encuentres el tono y la voz que te identifiquen y, sobre todo, que resalten tu esencia única

5.- Preocúpate, así mismo, por algo muy importante sobre lo que nadie te da consejos: el hábito. No solo de producir contenidos con frecuencia para desarrollar la habilidad, sino para establecer tu propio sistema, uno que te permita replicar tu éxito una y otra vez, y otra vez

6.- Sigue a escritores o creadores de contenidos que te agraden, que te inspiren, de los cuales puedas aprender. Si ofrecen cursos o recursos, obtenlos (aunque tengas que pagar un poco). Mira sus contenidos y trata de identificar aquello que lo hace bueno, distinto; y modélalo

7.- La tarea de la creación de contenidos se asemeja a una ultramaratón: es una prueba de largo aliento. ¿Eso qué significa? Que no verás resultados consistentes a corto plazo, así que no te obsesiones, no te desesperes. Consistencia y persistencia son las claves del éxito

8.- Haz caso omiso de las críticas, que no faltarán y que, en algunos casos, serán despiadadas (y de ellas, muchas serán injustificadas). Tampoco caigas en la trampa del elogio barato que te lleve a creer que todo lo que haces está bien: utiliza las métricas que la tecnología te ofrece

9.- Olvídate de las plantillas, los libretos y los prompts para las aplicaciones de inteligencia artificial generativa. No solo son ‘más de lo mismo’ y te impedirán diferenciarte, sino que además no te servirá para cumplir con éxito la tarea de atraer la atención del mercado

10.- Valórate, agradece y aprovecha los dones y talentos que te fueron concedidos, así como el conocimiento que posees y las experiencias que has vivido, más el aprendizaje de tus errores. Son una mina que, si la sabes explotar, te permitirá conectar con otras personas, e impactarlas

Moraleja: no se trata de hacer caso omiso de los consejos, que pueden ser útiles y necesarios. Pero no puedes depender de ellos y, algo más importante, no todos son para ti, no todos te servirán. Eventualmente, pruébalos y, si ves que no marcan la diferencia, deséchalos. Los que en la práctica te brinden resultados y te permitan avanzar, impleméntalos y aprovéchalos.

Por último, hay un largo trecho entre escuchar un consejo y seguirlo. Antes de dar el primer paso, investiga, determina si esa persona que te lo brinda tiene autoridad, si en verdad hace el trabajo que dice hacer, si es bueno, si ya ayudó a otros con ese u otro consejo. Busca comentarios y testimonios de otros para evitar caer en una trampa. ¡No tragues entero!

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4 verdades que te ayudarán a elegir el camino correcto (para ti)

Una de las mayores dificultades que enfrenta una persona, cualquier persona, cuando quiere comenzar a escribir es encontrar la orientación idónea adecuada. Que, da pena reconocerlo, no abunda y mucho menos en internet. De hecho, la red está repleta de información, pero no siempre es información confiable; más bien, te conduce a la infoxicación, a la saturación.

El problema se origina de una creencia equivocada: que alguien puede enseñarte a escribir de la forma en que ella lo hace. Y, no, no es posible. No hay fórmulas mágicas, ni libretos ideales y, mucho menos, plantillas que te permitan aprender a escribir. Hay normas universales que, como es habitual, a algunos les sirven más que a otros y solo tienes que descubrir cuáles son para ti.

¿Por qué algunas funcionan y otras, no?  Porque cada persona es distinta, porque hay niveles de conocimiento diferentes, porque hay niveles de práctica distintos, porque hay hábitos diferentes, porque hay disposiciones distintas. Y, por favor, no te equivoques: esta es una premisa que se aplica a cualquier actividad de la vida, como jugar al tenis o, aprender un segundo idioma, en fin.

Esa es la razón por la cual hay personas que aprenden más rápido, que evolucionan más rápido, que desarrollan la habilidad más rápido. No es, como cree la mayoría de las personas, que son más inteligentes o que tienen un don especial. Se trata, simplemente, de que reúnen factores que les ayudan a acortar la curva de aprendizaje y, también, que son más disciplinadas y persistentes.

El arte de aprender a escribir consiste, como lo he mencionado en publicaciones anteriores, en encontrar, activar y disfrutar el buen escritor que hay dentro de ti. Ese es un proceso en el que alguien con experiencia, con conocimiento y con vocación de servicio (es decir, que no esté interesado exclusivamente en cuánto le vas a pagar) te puede ayudar, asesorarte y guiarte.

A partir de ahí, sin embargo, prácticamente todo depende de ti. Si deseas hacerlo bien, si tu sueño es publicar un libro o vivir de escribir, necesitarás un acompañamiento profesional. Pero, repito, prácticamente todo depende de ti: de tu disciplina, de tu constancia, de tus hábitos, de tu capacidad para seguir aprendiendo, de tu resistencia a las dificultades y de tu mentalidad.

Y esto último, la mentalidad, es crucial. Para escribir o cualquier otra actividad que realices. ¿Por qué? Porque es la que determina el éxito (o el fracaso) en mayor medida. Porque el conocimiento sirve, pero no basta; porque la disciplina sirve, pero no basta; porque la constancia sirve, pero no basta; porque los hábitos sirven, pero no bastan. Lo que marca la diferencia es la mentalidad.

Si tienes mentalidad de escasez, solo verás problemas, dificultades y carencias. Además, creerás todo aquello que te digan que no te sirve y que solo contribuye a generarte más dudas, más miedos. Y te irás al extremo de la búsqueda de la perfección, que no existen, que nadie nunca alcanzó, y será demasiado duro contigo mismo y te exigirás a tal nivel, que nunca lo lograrás.

Si tienes mentalidad de abundancia, en cambio, verás oportunidades, aprendizaje valioso y el terreno propicio para desarrollar tus habilidades, darles rienda suelta a tu creatividad y a tu imaginación y cristalizarás tus sueños. Pero, además, asumirás el proceso con entusiasmo, te comprometerás, lucharás por alcanzar tus objetivos y no te rendirás pase lo que pase.

Por eso, así mismo, debes cuidar la información que recibes y cómo la procesas. Recuerda que una de las razones por las cuales te cuesta escribir (o por la que puedes escribir) es por tu diálogo interior. Y este, por supuesto, está determinado por lo que consumes, por la información a la que tienes acceso. Y, como lo mencioné antes, hay demasiada que no te sirve, que es realmente tóxica.

¿Cuál es el problema? Que no hay reglas, no hay fórmulas mágicas, ni libretos perfectos. Sin embargo, todos los días recibimos emails y notas que nos dicen qué hacer, cómo hacerlo y, lo peor, nos ofrecen una receta, una plantilla, para convertirnos en un gran escritor. El resultado, ya lo sabemos, es que nada de eso funciona, que son solamente estrategias para vender.

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De la misma forma en que no cualquier lectura que ayudará a escribir mejor (o a desarrollar la habilidad de escribir), tampoco puedes seguir cualquier consejo que leas por ahí. Lo que en verdad necesitas es aprender las técnicas del oficio de la escritura, establecer un método, descubrir tu estilo y practicar, practicar y practicar. La estrategia más conveniente, créeme, es prueba y error.

No es la más agradable, sin duda, pero sé por experiencia que es la más efectiva. En todo caso, para que el proceso no sea interminable, ni insoportable, necesitarás apoyo y ayuda, necesitarás consejos de quienes ya pasaron por la situación en la que tú estás y lograron superarla y, lo mejor, alcanzaron sus sueños. Necesitarás consejos que te ayuden, que te impulsen, que te motiven.

Un buen consejo, para que nos pongamos de acuerdo, es aquel que te ilumina el camino, que te indica cómo lo hicieron otros y te señala qué errores debes evitar. Un buen consejo es como los ingredientes de una receta de cocina: te demuestran qué vas a preparar, pero no limita, de manera alguna, tu creatividad, tu capacidad para incluir algo más, para excluir algo, para crear.

Cuando escuches o leas un consejo para escribir, nunca olvides estas cuatro verdades:

1.- Nadie tiene la última palabra. Es muy importante que entiendas esto, porque así solo puedes evitar que te engañen. Y tampoco creas en las tales tendencias, que a menudo son tendenciosas. Y, por favor, no caigas en la trampa de seguir al gurú de moda, al que promociona la fórmula perfecta. Cuando escuches esas dos palabras, unidas o por separado, debes tener cuidado.

Sigue los consejos de quien se identifique con tus principios y valores, de alguien que te brinde confianza y, especialmente, de quien pueda demostrar fehacientemente que sabe hacer lo que dice que te enseñará y que esté en capacidad de transmitirte su conocimiento. No basta con que sepa recitar la teoría, te ofrezca un arsenal de plantillas o acredite miles de seguidores en redes sociales.

2.- Escribir es un acto creativo personal. Dicho en otras palabras, es un descubrimiento personal, que solo tú puedes realizar. Claro, requerirás ayuda profesional, pero el único que puede descubrir y activar el buen escritor que hay en ti eres tú mismo. La persona que te pueda ayudar es nada más un facilitador, un guía que te enseña el camino correcto y te previene de eventuales errores.

Sin embargo, es imposible que aprendas a escribir como otra persona, igual que otra persona, porque escribir es un acto creativo personal. En ese proceso, delineas tu estilo y poco a poco lo consolidas, lo mejoras (aunque es necesario saber que esa tarea nunca termina). Y también debes aprender a aprovechar tu creatividad e tu imaginación a partir de tus experiencias.

3.- Tienes que crear tu propio método. Estrechamente relacionado con lo anterior, una de las tareas indispensables es establecer tu método de trabajo. Que puede ser parecido al de otro escritor, al de tu maestro, pero debe estar diseñado de acuerdo con tus necesidades, con tus habilidades, con tus posibilidades, con tus hábitos, de ahí que no puedas clonar algún modelo.

Por ejemplo, mi mejor horario para producir es a partir de las 6 de la tarde y casi nunca escribo en las mañanas. Eso, probablemente, no funcione para ti, ¿entiendes? También suelo escuchar música mientras trabajo, pero para ti quizás sea una distracción. Conclusión: tienes que crear tu propio método, uno con el que te sientas cómodo y que, principalmente, te ayude a cumplir tus objetivos.

4.- Debes filtrar los consejos que recibes. No puedes permitir que te contagie la infoxicación, la saturación, o no conseguirás avanzar. Elige un modelo, apégate a él y date una oportunidad. Si después de un tiempo determinas que no es lo que deseabas, que no es para ti, buscas otro. No es el fin del mundo y tampoco significa, de manera alguna, que no puedes ser un buen escritor.

Es, simplemente, parte del proceso de descubrimiento, de autoconocimiento. Es como los padres que quieren que sus hijos adquieran el hábito del deporte y, entonces, los inscriben en escuelas de fútbol, natación, tenis y patinaje, ¡simultáneamente! ¿El resultado? El chiquillo se satura y se produce el efecto contrario al esperado: ese niño odiará el deporte y nunca más querrá practicarlo.

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