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¿Quieres blindar tu mensaje? Cultiva y fortalece la confianza

“Si a las personas les gustas, te escucharán; pero, si confían en ti, harán negocios contigo”. ¿Conocías esta frase? Se le atribuye a Zig Ziglar, un escritor, vendedor y orador estadounidense. Falleció en 2012, pero nos dejó un legado representado en sus libros (Pasos hacia la cima, Superando la cima, La guía fácil del éxito o Pequeño libro de instrucciones del éxito, entre otros).

A pesar de que su infancia fue marcada por el traslado de su ciudad natal por motivos laborales de su padre y la prematura muerte de su padre y de una hermana menor, en tan solo dos días, logró enderezar el camino, torcer la tendencia negativa y, lo mejor, influir en la vida de millones con el poder del mensaje. Lo difundió a través de libros, primero, y de seminarios motivacionales, después.

Si realizas una simple búsqueda en internet, Mr. Google te ofrecerá cientos de frases atribuidas a este personaje, inspiradoras y reflexivas. “No hay ascensor hacia el éxito, tienes que tomar las escalaras”, es una de ellas, que se aplica a la perfección al mensaje que quiero transmitirte en este artículo. ¿Por qué? Para que no caigas en la trampa de tomar un atajo y ruedes por el precipicio.

Los seres humanos, en especial en estos tiempos modernos frenéticos, histéricos y mediáticos, sufrimos un mal terrible: la falta de paciencia. O, dicho de otra forma, la ansiedad por ir más rápido de lo que la vida nos lleva o, sobre todo, saltarnos los pasos intermedios y llegar directo del punto A al punto B. Es un mal que se manifiesta en todas las actividades que realizamos en la vida.

Queremos competir en una maratón de 42 kilómetros cuando apenas comenzamos a caminar, aun tambaleándonos, cayéndonos. Se nos quema el arroz, pero queremos ser chefs de un restaurante Estrella Michelin. Acabamos de conocer a una persona, que nos agradó, y comenzamos a hacer planes a largo plazo sin saber, siquiera, si la relación va a prosperar. Y así sucesivamente…

Nos cuesta aceptar que la vida es un proceso, un paso a paso. Por eso, por ejemplo, cada semana tiene siete días y, por más que lo desees, después del lunes siempre vendrá el martes y, luego, el miércoles. Aunque tú desde el lunes estés en modo fin de semana, pensando en lo que harás el viernes por la noche, en el paseo con los amigos el sábado, tendrás que armarte de paciencia.

Esta es una situación a la que nos enfrentamos, sobre todo, cuando la tecnología está de por medio. ¿Por qué? Porque anhelamos que todo, absolutamente todo lo que deseamos, esté a tan solo unos clics (o uno) de distancia. El bienestar, el amor, la riqueza, el éxito, todo. Asumimos la vida como si fuera sencillo tocar una tecla y comenzar a recibir aquello con lo que soñamos.

Pero, claro, ya sabes que no es así, así no funciona. No en vano estuviste durante nueve meses en el vientre de tu madre: si el proceso se hubiera adelantado de forma artificial, es muy probable que no estarías aquí en este mundo. Por eso, también, la vida nos lleva por un camino en el que es necesario vivir (disfrutar) y superar distintas etapas: niñez, adolescencia, adultez, vejez, en fin.

No es que un día eres una niña que juega con muñecas (si todavía hay alguna que lo haga) y al día siguiente eres la CEO de una compañía, con 30 años de experiencia. La vida no funciona así, está claro. El mensaje es sencillo: hay que cumplir el proceso, con actitud positiva, de aprendizaje, a sabiendas de que esos serán los cimientos que te permitirán construir tu mejor versión.

Y que, además, te proporcionarán un beneficio invaluable: forjar confianza. Que, quizás lo sabes, es uno de los pilares de las relaciones en todos los ámbitos de la vida. De hecho, y es probable que lo hayas experimentado, los conflictos en que nos envolvemos surgen, principalmente, de la falta de confianza o de la desconfianza. Piensa, por ejemplo, en algún altercado vivido con un familiar.

Recuerda la primera frase de este artículo: “Si a las personas les gustas, te escucharán; pero, si confían en ti, harán negocios contigo”. Puedes cambiar el “harán negocios” por “serán tus amigos”, “te apoyarán en el trabajo”, “te elegirán como pareja”, “te admirarán y te seguirán”. Cambia el escenario pero la esencia es la misma: la confianza es la base del éxito en la vida.

Más en estos momentos en los que el mundo se resquebraja, entre otras razones, por la falta de confianza, por la desconfianza. En otras palabras: ya casi nada, casi nadie, es confiable. Por eso, justamente, las relaciones son cada vez más difíciles: nos cuesta confiar en los demás. Sin este vínculo, tarde o temprano habrá un cortocircuito. Sin confianza, la vida será un campo de batalla.

Lo padecemos todos los días: internet y los demás canales comunicación son focos de infoxicación, de intolerancia, de múltiples manifestaciones de agresividad y violencia. El ciudadano desconfía de quien dice representar sus intereses y, también, de las marcas y de las instituciones. ¿Y lo peor? Los seres humanos desconfiamos de los seres humanos, algo así como una epidemia silenciosa.

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Por fortuna, contra esta enfermedad hay un antídoto efectivo: el mensaje empoderado. La verdad, muchas de las situaciones que nos agobian en el día a día son producto del miedo que nos infunden a través del bombardeo mediático, de la confusión que siembran con mensajes que son contradictorios y/o basados en manipulaciones y distorsiones de la realidad. Sí, esa es la verdad.

¿Y por qué ocurre esto? Porque quienes tenemos el privilegio y el poder de un mensaje distinto, positivo, constructivo, inspirador, guardamos silencio. Tenemos la capacidad para cambiar esta realidad, para cambiar el mundo, pero elegimos callar. Y luego, claro, pagamos las consecuencias. Por eso, es necesario espabilar, darnos cuenta de que podemos ser agentes de transformación.

En la vida, como lo mencioné antes, todo gira en torno a la confianza. No olvides la frase de Zig Ziglar. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Las personas, la mayoría de las personas, están en la búsqueda de confianza de parte de otras personas, de las instituciones, de las figuras públicas, en fin. Y no las encuentran, porque no hay lay o porque son escasas. ¿Comprendes cuál es el reto?

¿Sabes cuál es la razón por la cual muchas personas son adictas a los memes y a los videos ridículos? Porque buscan algo positivo, constructivo e inspirador que los saque del caos de la realidad y… ¡no lo encuentran! Se estrellan con más violencia, más sangre, más morbo, más miedo, más mentiras, más manipulaciones, más pornomiseria. “La risa, remedio infalible”, pregona la revista Selecciones.

Con tu conocimiento, con tus experiencias, con el aprendizaje de tus errores, con tu pasión, con tu vocación de servicio, tú puedes ser el que provoque esa risa, el oasis en medio del árido desierto del caos. Además, quizás lo sabes, cuentas con la más poderosa herramienta para generar un impacto positivo en la vida de otros. ¿Sabes a cuál me refiero? Al mensaje inspirador y poderoso.

Es cierto que ahora, cuando millones de personas descubrieron que internet era un canal mucho más poderoso que el hecho de publicar memes, fotos y videos caseros en redes sociales, cuando la irrupción de la inteligencia artificial nos permite realizar de manera sencilla y económica una gran variedad de tareas que hace un corto tiempo eran engorrosas y costosas, la competencia abunda.

Sin embargo, y eso quizás lo has notado, la mayoría es basura, literalmente. Pornobasura o pornomiseria. Contenidos que producen asco, que denigran del ser humano, que no solo no nos arrancan una sonrisa, sino que nos producen más ansiedad, más tristeza. Esa, sin duda, es una oportunidad para quienes podemos hacer algo distinto, podemos generar contenido de calidad.

¿Aceptas el reto? Las condiciones para triunfar son sencillas:

1.- Ten en cuenta que te comunicas con personas, es decir, con otros seres humanos. Eso significa que lo importante no es la tecnología, el canal que utilizas o el formato que eliges: lo que en verdad importa, lo que te permitirá trascender, será el poder de tu mensaje. Que informe, eduque, nutra y entretenga a quien lo consume, que recompense el tiempo que esa persona le dedica.

2.- Una de las miserias del contenido actual de internet es que la mayoría son ‘más de lo mismo’, otra versión del mismo patético payaso que nada aporta. El clon del clon del clon, aquellos adictos a las plantillas que solo repiten el mismo discurso. La autenticidad no solo te hará único, sino que te destacará, como la luz en la oscuridad, y te visibilizará, provocará que llames al atención.

3.- No tienes que ser un escritor consagrado, un presentador de noticias o un locutor para crear contenido de valor. Recuerda: lo que a la gente le interesa es el valor del contenido que transmites. Lo demás es accesorio. Así mismo, ten en cuenta que “la práctica hace al maestro”. Cuanto más lo hagas, cuanto más desarrolles la habilidad (cualquiera que sea), tus resultados serán mejores.

4.- No te límites a un formato o a un canal. En mi caso, mi mayor fortaleza es el contenido escrito, pero produzco piezas gráficas y próximamente incursionaré (¡es una promesa!) en otros formatos (video y audio). Esa variedad de habilidades te permitirá reforzar el poder de tu mensaje y también llegar a más personas porque, recuerda, “entre gustos no hay disgustos”. Exprime tu potencial.

5.- Aprovecha las herramientas que te brinda la tecnología sin perder de vista, de nuevo, que lo realmente importante y valioso eres tú, tu mensaje. Convierte a la inteligencia artificial en tu socio estratégico, en tu asistente personal: son muy pocas las tareas que no puedes realizar con ella. Aprender a manejar estas herramientas te proporcionará una gran ventaja competitiva.

“Cuando la confianza es alta, la comunicación es fácil, instantánea y efectiva”, dice el autor, empresario y conferencista Stephen R. Covey, autor de, entre otros libros, Los siete hábitos de la gente altamente efectiva. Una persona confiable, genuina y auténtica no solo encarna un mensaje más poderoso, sino que, además, en estos tiempos modernos es un exclusivo tesoro. ¿Aceptas el reto?

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¿Generar contenido? 10 preguntas que te ayudarán a comenzar ya

“No sé por dónde comenzar”, “No sé qué tipo de contenido debo compartir”, “He publicado contenido en redes sociales, pero no se genera ninguna interacción”. Estas, y otras más, son las explicaciones que suelen darme los clientes cuando les pregunto qué experiencia han tenido con la generación de contenido o, en la mayoría de los casos, por qué no generan contenidos.

El origen del problema es fácil de detectar, difícil de corregir. ¿Por qué? Porque implica un drástico cambio de mentalidad, de chip. El problema de fondo es que la mayoría de las empresas, negocios o emprendedores están convencidos de que su tarea es vender, de que su razón de ser es vender. Sin embargo, no es así. No, al menos, en estos tiempos modernos de la revolución digital.

Así fue en el pasado, en el siglo pasado, cuando la demanda era mayor que la oferta, cuando los consumidores debíamos conformarnos con dos o máximo tres referencias del producto. Y cuando el factor que nos servía para tomar la decisión de compra era el precio o, en algunas ocasiones, la calidad del producto o servicio. Esos tiempos quedaron anclados en la era preinternet.

En aquellos tiempos, el dueño de la empresa o del negocio (todavía los emprendedores no habíamos aparecido) se dedicaba a ofrecer su producto y a mencionar sus características. Que, valga decirlo, servían solo para justificar el precio. Dado que no había demasiada competencia y que los hábitos de los compradores casi nunca cambiaban, vender era una tarea sencilla.

Al menos, en comparación con lo que es hoy. Una era en la que el público está hiperinformado acerca de los productos y servicios, en la que tiene abundante información a unos cuantos clics, en la que existe la cultura de la retroalimentación y la que la oferta supera con creces la demanda. Ah, una era en la que el precio y la calidad del producto ya no son los que dicen la última palabra.

Hoy, vender es la consecuencia de tus acciones, de tus decisiones, de la efectividad de tus estrategias de marketing y, sobre todo, de los mensajes que le emites al mercado. Porque, dado que hay tanta competencia, buena competencia, y de que muchos compiten por precio, que el mercado te elija no es fácil. Puedes ser muy bueno, tener un producto muy bueno, pero no es fácil.

Entonces, hay quienes creen que su tarea consiste en publicar en redes sociales, y listo. Creen que basta con hablar de sí mismos, de sus hazañas y de sus logros (principalmente, los económicos). Creen que van a vender más si hablan maravillas de su producto o servicio, inclusive utilizando testimonios falsos (otra faceta de la infoxicación). Y creen que el consumidor es un gran idiota.

Que, por supuesto, no lo es. Ya sabe que es el protagonista de la historia, sabe que su voz tiene peso y la hace sentir. Sabe que ahora puede elegir lo que desee, lo que más le convenga. Sabe que ya no tiene que estar atado de por vida a una marca. Sabe, además, que antes de que intentes venderle algo tienes que llamar su atención, despertar su curiosidad, nutrirlo y educarlo.

Se trata de un proceso a largo plazo en el que antes de vender necesitas aprobar algunas asignaturas. ¿Cuáles? Visibilidad, posicionamiento, autoridad y, sobre todo, confianza y credibilidad. Son materias indispensables para establecer el vínculo y que ese cliente potencial te abra las puertas de su vida. Luego, después de nutrirlo, educarlo y entretenerlo, le puedes vender.

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Para aprobar exitosamente esas asignaturas previas, debes responder adecuadamente estas 10 preguntas:

1.- ¿Qué hay aquí para mí?
Esta no solo es la pregunta básica del marketing, sino también la pregunta clave en la cabeza de tu cliente potencial. Es lo que quiere saber cuando te conoce: ¿qué puedes hacer por él? La clave de la respuesta está en tu capacidad para transformar su vida, acabar con el dolor que lo aqueja y solucionar el problema que le quita el sueño. Para responder, pregúntate: ¿cómo puedo ayudar a otros?

2.- ¿Por qué debo confiar en ti?
El mercado, tristemente, está lleno de vendehúmos, de tramposos que hacen negocio a costa de los ingenuos. Por eso, tu cliente potencial es desconfiado y necesita que le des argumentos para creer en ti. Que, valga aclararlo, nada tienen que ver con tus títulos, tus cargos, tu dinero, sino cómo en el pasado ayudaste a otros a conseguir lo que deseaban. Sus testimonios valen oro.

3.- ¿Qué te hace diferente de la competencia?
Ni se te ocurra responder con las características de tu producto/servicio o con el precio. En este aspecto, la clave es tu propuesta de valor: aquello que te hace único, que solo tú puedes ofrecer y que está ligado a tus valores, a tus principios, a tu conocimiento y experiencias. También tiene que ver con tu pasión, con tu vocación de servicio y, algo muy importante, con el propósito de tu vida.

4.- ¿Cómo sé que no eres más de lo mismo que hay en el mercado?
En parte, esta pregunta se responde en las tres anteriores. ¿Y la otra parte? Tienes que enfocarte en los beneficios, en la capacidad de transformación que incorpora tu producto/servicio, en los resultados que puedes garantizar. Es crucial que tu potencial cliente entienda qué va a recibir, cómo lo va a recibir, en cuánto tiempo empezará a experimentar cambios y qué debe hacer.

5.- ¿Por qué tu producto/servicio es para mí?
Esta, que es una pregunta clave, irónicamente es una asignatura que muchos empresarios y emprendedores no se formulan. Creen, asumen, que su producto/servicio es perfecto o ideal para el mercado y luego se llevan una desagradable sorpresa. Para responderla, debes conocer muy bien a tus avatares, en especial, al frío. La clave: ¿tú comprarías aquello que estás vendiendo?

6.- ¿Cómo sabes que necesito eso que me ofreces?
Otro interrogante que la mayoría no está en capacidad de responder. Ten en cuenta que la mayoría de los prospectos que tocarán tu puerta son fríos y, por ende, no saben que tienen esa necesidad, no sienten ese dolor, no son conscientes del problema que tú le dices les vas a solucionar. Necesitas educarlo, poco a poco, o de lo contrario nunca aceptará tu oferta.

7.- ¿Cómo sabes que lo necesito ya (y no después)?
No puedes asumir que ese cliente potencial necesita tu producto/servicio de inmediato, salvo que sea un prospecto caliente. Si es frío o tibio, tienes que educarlo, nutrirlo, persuadirlo, antes de lanzar una oferta. ¿La clave? El conocimiento que tienes de tu avatar. En este aspecto, puedes echar mano de una poderosa herramienta que te ayudará a convencerlo: el storytelling.

8.- ¿Qué voy a obtener a cambio de mi dinero?
Es una pregunta lógica, ¿cierto? Sin embargo, muchos no están en capacidad de responderla adecuadamente. Por supuesto, la respuesta está determinada por lo que vender, la clase de producto o servicio. Y no solo el número de lecciones y la frecuencia (si es un curso) o lo que incluye la caja, sino el resultado específico. Este es el verdadero disparador de la compra.

9.- ¿Cuáles son los principales beneficios que voy a recibir?
¿Beneficios? Son esos pequeños grandes cambios que tu producto/servicio está en capacidad de producir en la vida de tu cliente potencial. Necesitas ser tan específico, tan gráfico y tan claro con tu mensaje que se active su imaginación y pueda crear en su mente ese escenario ideal al que lo vas a llevar. Que, aún sin haberte comprado, comience a experimentar el cambio positivo.

10.- ¿Cómo va a transformarse mi vida (va a mejorar) gracias a lo que me ofreces?
De qué tan convincente y poderosa sea tu respuesta dependerá, en gran medida, la decisión de compra. Olvídate de rodeos, de eufemismos: ve al grano, directo al grano. En esencia, significa dar un paso adelante en relación con la pregunta anterior. Tienes dos cartas ganadoras: testimonios de tus clientes anteriores y tu garantía, que tienes que cumplir al ciento por ciento, sin dilación.

“No sé por dónde comenzar”, “No sé qué tipo de contenido debo compartir”, “He publicado contenido en redes sociales, pero no se genera ninguna interacción”. Si estos son algunos de los obstáculos que te impiden generar contenido de calidad para el mercado, comienza por comunicar las respuestas a estas 10 preguntas. Luego el mercado te facilitará la tarea con su interacción.

 

 

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5 habilidades clave para comunicarte bien y dejar huella

Todos, absolutamente todos los seres humanos, soñamos con dejar un legado, una huella en este mundo. Tristemente, muchos parten de aquí si haber conseguido ese objetivo o, peor aún, a sabiendas de que su huella, su legado, no fue positivo. Tristemente, esto sucede porque desaprovechamos el poder de una habilidad que es privilegio de nuestra especie: la comunicación.

Una de las grandes lecciones que la vida nos dio en los últimos meses, por cuenta de esta terrible pandemia que no solo nos cambió la rutina, sino que nos arrebató a muchos seres queridos, muchos momentos de felicidad, es aquella de que necesitamos el uno del otro. En otras palabras, desveló el origen de muchos de nuestros problemas: el egocentrismo en cualquier manifestación.

Sí, nos demostró que, mucho que nos pese, si bien llegamos solos a este mundo y de este mundo nos vamos a ir solos, mientras estemos acá, el tiempo que dure esta aventura, necesitamos de los otros. Por supuesto, una real convivencia es imposible si no está soportada en una comunicación honesta, genuina, de doble vía, una comunicación en la que las partes involucradas se benefician.

Tuvimos que aprender a vivir separados de los otros, de esas personas a las que estábamos acostumbrados en la rutina de antes. Por fortuna, la tecnología, bendita ella, nos abrió canales, nos dio oportunidades que 15 o 20 años atrás no existían y sin los cuales el encierro habría sido una tortura mayor. Las aplicaciones de mensajería y las transmisiones en vivo nos salvaron.

¡Literalmente! Sin embargo, no fue suficiente. Porque, supongo que coincidirás conmigo, un tema es conversar con tu familia y tus amigos a través de Zoom o de una videollamada de WhatsApp, o enviar un audio o un video, o publicar un reel o un carrusel en Instagram y otra, bien distinta, es poder dar un abrazo, un beso o tomar de la mano a la otra persona, que está ahí, cerquita.

Lo más doloroso, sin duda, fue haber perdido seres queridos, amigos cercanos, colegas o conocidos sin tener la oportunidad de despedirlos, de acompañarlos a su última morada, sin poder dar un abrazo de condolencias a los deudos. ¡Duro, muy duro! Es un vacío que nunca se va a llenar, un momento que la vida nos arrebató sin explicación y que no es fácil de aceptar.

Una época en la que, además, fuimos víctimas de un mal que ya se había insinuado, pero que en estas circunstancias se desbordó: la infoxicación. Sí, la proliferación de noticias faltas, de versiones distorsionadas y amañadas, pero también la autocensura, la decisión de no publicar informaciones en función de intereses políticos y económicos privando, así, el bienestar de la sociedad libre.

En la vida, y más en tiempos de incertidumbre y de crisis, es imposible encontrar un equilibrio verdadero, un 50/50. La balanza siempre se inclina hacia alguno de sus extremos. Por eso, la comunicación durante este triste período fue tanto una ganadora como una perdedora. A mi modo de ver, el resultado final dependerá, exclusivamente, del uso que le dé cada uno.

Lo cierto, lo innegable, es que necesitamos ser más conscientes de la forma en que nos comunicamos. Con otros y con nosotros mismos. Debemos ser más asertivos, pero también, más compasivos, menos exigentes. Tenemos que desarrollar habilidades complementarias que nos ayuden a potenciar la maravillosa habilidad de la comunicación, privilegio de los seres humanos.

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Estas son cinco de esas habilidades complementarias que, sin duda, nos ayudan a comunicarnos mejor:

1.- Aprender a escuchar.
Desde el momento en que nacemos, a través de la palmadita en la nalga, nos estimulan a expresarnos por la boca. Y se nos queda la maña. Además, rápido aprendemos que cuando más bulla hacemos, cuanto más duro lloramos, cuanto más nos quejamos, mayor es la atención que nos brindan. Y se nos queda la maña, aunque llega el momento en que lo pagamos.

La condición sine qua non para comunicarnos mejor es aprender a escuchar. Con atención, con devoción, con respeto. Escuchar sin interrumpir, escuchar sin juzgar, escuchar sin reacción a través de las emociones (que suelen ser malas consejeras). Recuerda algo que surge de la infinita sabiduría de la naturaleza: nacemos con dos oídos y tan solo un boca. Escucha más, habla menos.

2.- Ser empáticos.
Hoy, en las actuales circunstancias, escuchar no es suficiente. Para que la comunicación en realidad se transforme en un intercambio de beneficios, se requiere la empatía. Que va mucho más allá de la convencional definición de “ponerse en los zapatos del otro” y se adentra en los terrenos de la profunda sensibilidad para entender sin juzgar, sin estigmatizar.

Solo a través de la empatía es posible comprender las razones que hay detrás del comportamiento que a veces malinterpretamos, que a veces nos hace daño. Solo a través de la empatía que comienza con la escucha silenciosa estamos en capacidad de evitar conflictos, de pronunciar palabras de esas que están cargadas con dinamita y de las cuales, seguro, nos vamos a arrepentir.

3.- Preguntar sin juzgar.
Cuando escuchas con atención y preguntas con inteligencia, aprendes, comprendes. Y, sobre todo, evitas emitir juicios cargados de emociones que, por lo general, solo te conducen a duros conflictos, a discusiones bizantinas que no te llevan a ningún lado. Evitas que una sentencia apresurada provoque una herida de esas que duele mucho, tarda tiempo en curar y deja cicatriz.

El mejor conversador, el más sabio interlocutor, no es aquel que habla más, sino aquel que pregunta lo necesario para profundizar el tema, para conocerlo y comprenderlo a fondo. Preguntar sin juzgar y escuchar la respuesta con atención son dos condiciones indispensables para que no se produzca la distorsión del mensaje. Si vas a hablar, que primero sea para preguntar.

4.- Saber interpretar.
Esta, créeme, es una habilidad rara, muy escasa. Más en estos tiempos modernos en los que hemos caído bajo por dejarnos dominar por la tentación de la inmediatez, que en la mayoría de los casos es simple estupidez. Reaccionamos de manera instintiva, emocional, sin pensar un segundo antes de abrir la bocota, sin caer en cuenta de las consecuencias que se pueden derivar.

Interpretar, que significa encontrar el sentido original del mensaje, la explicación profunda de los hechos y de sus circunstancias, de tal modo que podamos tener una comprensión integral, completa. Cuando tenemos la capacidad de interpretar adecuadamente lo que sucede, lo que otros nos comunican, podemos aprender, crecer y, algo importante, aportar nuestra visión.

5.- Saber aportar.
El fin último de la comunicación entre seres humanos es el intercambio de beneficios. ¿Como cuáles? Información, conocimiento, experiencias, sentimientos, emociones, percepciones. La verdadera comunicación, no lo olvides, siempre es un camino de ida y vuelta, un canal de doble vía. Si solo se da en un sentido, no es comunicación, sino un monólogo, seguramente sin valor.

Solo si escuchas con atención, si eres empático, si preguntas para comprender y no para juzgar y si interpretas adecuadamente el mensaje que recibiste podrás aportar algo de valor. Que de eso se trata cuando nos comunicamos, por supuesto. Valor a través de la educación, de las experiencias, de las lecciones que nos dejaron nuestros errores, de los principios y valores que nos inculcaron.

Todos, absolutamente todos los seres humanos, soñamos con dejar un legado, una huella en este mundo. Tristemente, para muchos es una tarea imposible de llevar a cabo porque desaprovechan el poder de una habilidad que es privilegio de nuestra especie: la comunicación. Más que tus obras, es tu mensaje, el impacto de tu comunicación, lo que te permitirá dejar una huella imborrable.

 

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El titular: ¿crees que puedes engañar a tu lector sin pagarlo?

El título es una puerta de entrada, pero también puede ser la de salida. ¿Lo sabías? Es uno de los elementos importantes de tu escrito, pero de ninguna manera el más importante o, como dicen por ahí los vendehúmo, “lo único que tu lector ve”. La verdad es que es un anzuelo que atrae la atención en las primeras ocasiones, pero que más adelante pierde preponderancia.

En el marketing, en las relaciones personales o cuando produces contenido y lo compartes en internet, en cualquiera de sus canales, el juego consiste en atraer la atención de la audiencia. Atraerla, en primera instancia, y capturarla, después. Una tarea que se volvió harto complicada en virtud de la competencia: cualquiera puede abrir una web y publicar lo que se le ocurra.

Antes, en el pasado, en el siglo pasado, los medios de comunicación se contaban con los dedos de las manos. Y probablemente sobraban dedos. Hoy, el ecosistema de los medios es una jungla infestada de fieras salvajes, de hienas, de depredadores y de impostores. No solo hay medios, empresas y negocios, sino también otros actores interesados como los partidos políticos.

Este es el origen de esa terrible epidemia de la infoxicación, de las fake-news. Un problema que surge no solo de las intenciones veladas, sino especialmente de la ignorancia, la ingenuidad y el morbo de la audiencia. Una mezcla perversa, por supuesto. Un juego terriblemente riesgoso en el que los medios, empresas y muchos emprendedores decidieron participar y ahora lo pagan caro.

Desde hace años, se habla de la crisis de los medios, que no es más que una patética cortina de humo. ¿Por qué? Porque es la consecuencia de las decisiones adoptadas para tratar de captar la atención de la audiencia, de los lectores. Fue producto de un cambio de estrategia: privilegiaron la cantidad de lectores (o clics) a costa de la calidad. El remedio resultó peor que la enfermedad.

Ahora, cuando entras a internet y abres una página web, prácticamente cualquiera, no importa si se trata de un medio reconocido y de tradición o de uno nuevo, es muy difícil encontrar contenido de calidad. De hecho, es casi imposible ver contenidos propios, porque se volvió una norma que todos copian a todos. Sin el menor asomo de vergüenza, como si la audiencia no se diera cuenta.

Ahora, las noticias más leídas con las que relatan supuestas infidelidades, supuestos chantajes, supuestos crímenes, supuestas transferencias de futbolistas, supuestas respuestas de las celebridades, en fin. Todo es supuesto, porque nadie confirma nada, porque ningún medio corrobora nada y, en especial, porque eso, dicen, es lo que les garantiza clics y likes.

Esta vergonzosa práctica, conocida como clickbait o clic señuelo, comienza con los titulares. Consiste en apelar constantemente a lo morboso, a lo escandaloso, a lo polémico o, peor aún, a lo engañoso, con tal de conseguir un clic. Durante un tiempo, como es normal, esta metodología les funcionó y consiguió generar tráfico. De paupérrima calidad, por supuesto, pero más tráfico.

El problema, porque siempre hay un problema, es que esa clase de audiencia no conoce límites, es insaciable. Si les ofreces sangre, quiere más sangre; después de dos o tres veces, una masacre de cinco personas ya es normal y pide una de 15 o 20. Y no se conforma con lo sugerido, sino que exige lo explícito, las imágenes cargadas de violencia y/o sexo. Cuantas más publiques, mejor.

Se le apunta a lo viral, que es comida para carroñeros. Ya es difícil, muy difícil, leer o ver algo de calidad, algo propio, algo que sea cierto. Lo peor es que, aunque el contenido que tú produzcas y publiques sí tenga calidad, sí aporte valor, sí esté enmarcado en lo ético, la sangre emanada por otros te salpica. La audiencia, esa misma audiencia que consume clickbaits, luego te castiga.

Porque, no lo olvides, es una audiencia insaciable. Nunca está conforme con lo que le das, siempre está en busca de más y más. Y si tú no se lo das, simplemente voltea la espalda y va a buscarlo a otro lado. Sin embargo, ya dejó su estela, su huella, y tú cargarás con las consecuencias. Es tu credibilidad la que se resquebrajó, eres tú quien perdió la confianza del mercado.

 

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El titular es la puerta de entrada a tu contenido, sea cual fuere el formato o medio elegido, pero también puede ser la de salida. Y esto último es lo más frecuente hoy. ¿Por qué? Porque en un principio es posible atraer la atención de esos cazadores de contenido basura, pero ellos también se dan cuenta rápidamente de que les tendiste una trampa, de que no hay nada que les interese.

El problema es que estos medios, empresas y emprendedores que caen en la trampa del clic fácil están convencidos de que el usuario es tonto, de que no se da cuenta. Y no es así, por supuesto. Sí lo hace, y te castiga. Con su indiferencia, pero también con sus comentarios negativos en las redes sociales, en tu web. Ese es el precio que debes pagar por aceptar este juego de tanto riesgo.

Asumir que tu audiencia, que tu lector, no sabe, no ve o no entiende es uno de los peores errores que puedes cometer cuando produces contenido. Entiende que en internet nada está oculto y, lo más grave, las malas noticias se riegan como pólvora. Además, y este es el mensaje te quiero transmitir en estas líneas, existe la ley de la atracción: recibes lo que das, atraes lo que entregas.

¿Eso qué quiere decir? Exactamente lo que les sucede a los medios, especialmente: publican basura, contenido de muy baja calidad, y de esa misma clase es la audiencia. Cosechan lo que cultivaron, en otras palabras. Y así les ocurre también, tristemente, a muchos emprendedores y escritores que se dejan llevar por la tentación del clic fácil e incurren en prácticas indeseables.

Quítate de la cabeza la idea de que el título debe ser creativo, único o poderoso, porque esos términos dependen de quién los utilice. Es decir, significan algo distinto para cada uno. El mejor título es el que aporta información, el que ya entrega valor sin que el lector haya hecho clic y entrado al contenido. Y no necesitas recurrir a estrategias ordinarias para conseguir el objetivo.

Hay algunas fórmulas que, si no las distorsionas, si no sigues el perverso modelo que se impuso en el mercado. Estas son algunas que pueden ayudarte:

1.- Palabra negativa + acción + palabra clave
Ejemplo: “No cometas estos frecuentes errores al crear tu contenido”

2.- Llamado a la acción + palabra clave + promesa
Ejemplo: “Prueba esta estrategia que hará que tus emails sean más poderosos”

3.- Cómo + acción + palabra clave + promesa
Ejemplo: “Cómo conseguir que tus prospectos se conviertan en clientes”

4.- Número + sustantivo + adjetivo + palabra clave + promesa
Ejemplo: “10 hábitos saludables que debes adquirir para bajar de peso y no volver a subir”

5.- Guía + acción + palabra clave + promesa
Ejemplo: “Descarga la guía completa para crear campañas de email marketing de impacto”

No son estas las únicas fórmulas que existen, pero sí algunas de las más habituales. Como ves, hay elementos comunes como las palabras clave (que suelen ser otro quebradero de cabeza), la promesa y el llamado a acción. Estos elementos son infaltables en tu titular si quieres que sea poderoso, pero ten cuidado de cuáles palabras eliges porque el resultado dependerá de ellas.

Ten en cuenta, además, otro aspecto: antes de escribir, piensa muy bien cuál es el efecto que deseas provocar, el impacto que quieres producir en tu audiencia. La norma es elemental: no publiques nada que a ti no te gustaría leer o ver. Ponte en el lugar de tu audiencia, de tu lector, imagina qué pensarías si tú fueras el receptor del mensaje, y no sobrepases ningún límite.

En este sentido, quizás te ayude una premisa que me enseñaron cuando comenzaba mi carrera: “Si con lo que vas a publicar no vas a hacer un bien, mejor no hagas un mal, no lo publiques”. En el caso de los titulares, aprende algo: el mejor titular es aquel que no engaña a tu lector, el que le aporta valor y lo persuade a tomar la acción que a ti te interesa, es decir, que vea el contenido.

Moraleja: tu audiencia, tu lector, no es tonto, no creas que lo puedes engañar una y otra vez sin que lo perciba. Además, no olvides algo muy importante: el activo más valioso que posees, tanto como empresa como persona, y como escritor, es la confianza y la credibilidad de tu lector. No la dilapides. Enfócate en crear contenido de calidad y verás tu audiencia crece y te lo agradece.

 

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¿Cómo atrapar a los lectores en tus redes (pero, no las sociales)?

Vivimos, cada vez más, en medio de un diálogo de sordos. Muchos que hablan y hablan, aunque tienen poco por decir (o lo que dicen carece de valor). Pocos que saben escuchar y, entonces, no son capaces de entender el mensaje que reciben o, peor, lo confunden, lo distorsionan. Muchos que quieren ser escuchados, que tienen algo valioso que decir, pero no saben cómo hacerlo.

Si eres de aquellos que hablan y hablan, pero no dicen nada, en algún momento tendrás que aceptar que nadie te escucha. Tu mensaje, lamentablemente, no llamó la atención y, aunque grites, aunque utilices parlantes (bocinas) poderosos, aunque hagas mucho ruido, nadie te va a escuchar. O, en el mejor de los casos, te escucharán un rato y después te van a silenciar.

Si eres de los que no saben escuchar, difícilmente podrás apreciar el valor del mensaje que recibes. Quizás sea algo poderoso, quizás sea algo muy útil, quizás sea lo que esperas desde hace rato, pero no lo vas a escuchar porque estás más preocupado por refutar, por controvertir. Es probable que no hayas caído en cuenta de que la naturaleza nos dio dos oídos y una sola boca.

Cualquiera de estos dos que sea tu bando, estás en el lugar equivocado. Cualquiera de estos dos que sea tu bando, solo aportas ruido, más ruido. Y la gente, la mayoría de las personas, está harta del ruido. Quiere huir del ruido. Además, quiere huir de los mensajes vacíos, de los manipulados, de los distorsionados para favorecer una causa ajena, a alguien específico a un interés particular.

El gran problema, si perteneces a alguno de estos dos bandos, es que vas en contravía. El mundo, hoy, requiere otra actitud, necesita acabar con más de lo mismo. Eres parte de la solución o eres parte del problema, no hay más alternativas. Por supuesto, se trata de una elección, de una decisión que a veces no es consciente, pero de la que igual tienes que asumir las consecuencias.

Finalmente, hay otro grupo, conformado por quieren ser escuchados, que tienen algo valioso que decir, pero no saben cómo hacerlo. Si eres parte de esta comunidad, no debes preocuparte tanto. Al fin y al cabo, como cualquier ser humano estás en capacidad de aprender lo que quieras, de desarrollar la habilidad que quieras y necesites. Solo necesitas disposición y una buena guía.

Bueno, además de trabajo, de mucho trabajo, porque significa cambiar el chip, alejarte de esos ambientes (y personas) tóxicos que nada te aportan, que te mantienen ocupado en actividades que no son productivas, ni sanas. También debes decirles no a los pensamientos negativos que te invitan a procrastinar, a tirar la toalla, a renunciar a tus sueños, a malgastar tus energías.

Hago énfasis en este punto porque no puedo engañarte, no puede hacerte (como tantos otros) el mal de decirte que es fácil, que es rápido, que con tan solo una plantilla vas a conseguir crear un mensaje poderoso y de impacto. Quizás tengas tanta suerte que lo logres una o dos veces, pero a la tercera te darás cuenta de que nadie te escucha. ¿Por qué? Porque eres más de lo mismo.

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A este punto se llega, básicamente, cuando cometes estos clásicos errores:

1.- Tu mensaje no es claro. No porque hables mucho, porque emitas muchos mensajes o los reiteres vas a conseguir que te presten atención o que te escuchen. Recuerda que vivimos en la era de la infoxicación y de las fake-news, que son una epidemia contagiosa y muy peligrosa. Todos, absolutamente todos, recibimos cientos de mensajes a diario a través de múltiples medios.

Muchos, la mayoría de ellos, solo tienen un objetivo: venderte. A veces, algo que no necesitas o que no tienes interés en adquirir. El problema es que en esa maraña de mensajes se pierden los que sí nos aportan, los que sí tienen valor, los que sí queremos ver (o leer o escuchar). Se pierden porque no saben diferenciarse, porque no son claro, porque van dirigidos a todos y a ninguno.

2.- Tu mensaje es vacío. Está construido a partir de fórmulas manidas, con frases sonoras que carecen de profundidad, que no aportan contenido de valor, palabras que se las lleva el viento. Este es un error costoso porque es como una carga de dinamita que explota la confianza y la credibilidad que debes establecer con el mercado, con todos y cada uno de quienes te escuchan.

Los mensajes vacíos se caracterizan por las frases rimbombantes, por el exceso de adjetivos sin sentido, porque dan vueltas y vueltas, pero nunca aterrizan, nunca te aportan algo. Además, son mensajes imperativos, que intentan promover una acción específica, pero no la justifican. Así mismo, te dicen que la vas a pasar muy mal si no lo haces, quieren convencerte a través del miedo.

3.- Tu mensaje es egocéntrico. Ay, esta es otra epidemia y, lo peor, no hay cura para ella. ¿Por qué? Porque está muy arraigada en nuestros hábitos, tatuada en nuestro cerebro. Desde que somos niños, nos enseñan a hablar desde el YO, desde el odioso yo, y nos lo refuerzan con el ejemplo: todo el tiempo, escuchamos a todos hablar de sí mismos, de sus hazañas y logros.

La verdad, la cruda verdad, es que eso a nadie le interesa. ¡A nadie! Y, lo peor, es que en vez de aportarle valor a tu mensaje se lo resta. Lo que el mundo quiere escuchar, lo que el mundo necesita escuchar, es la solución a los problemas que aquejan a las personas, los que les quita el sueño en las noches. Si te enfocas en hablar de ti, nadie sabrá si en realidad tienes la solución.

4.- Solo quieres vender (y vender). Hay una premisa que muchos desconocen o, peor, pasan por alto: aquella de que a todos los seres humanos nos encanta comprar, pero odiamos que nos vendan. Tanto, que ni siquiera cuando estás en la tienda quieres que te molesten, que alguien llegue a darte un empujoncito cuando ni siquiera sabes qué quieres, no sabes si comprarás.

Los mensajes que se enfocan única y exclusivamente en vender no solo son molestos, sino que producen el efecto contrario al esperado: los repelemos, los bloqueamos, los marcamos como spam. Transmite beneficios, transmite transformación, transmite bienestar y felicidad y verás cómo el mercado querrá escucharte una y otra vez, cómo tus mensajes son bien acogidos.

5.- Tu mensaje no incorpora CTA, ni moraleja. Un poco la consecuencia de todas las anteriores opciones, la sumatoria de ellas. Un mensaje sin call to action (CTA, llamado a la acción) o cuyo CTA sea solo la venta perderá impacto, salvo que sea la solución que el receptor espera y necesita. Sin embargo, la mayoría de las veces es solo un injustificado y poco convincente ahora o nunca.

De igual forma, un mensaje sin moraleja corre el riesgo de ser malinterpretado o distorsionado. La moraleja es la conclusión, la enseñanza, el aprendizaje que nos deja ese mensaje. Y es conveniente que lo hagas tú, conocedor del tema y primer interesado en que tu mensaje produzca el impacto que buscas. La moraleja, además, ata los cabos sueltos y cierra el círculo de tu historia o relato.

Si lo que quieres es atrapar a tu lector (o audiencia) en tus redes (pero, no las sociales), tienes que ser más como un pescador. Requieres conocer tu escenario, tu receptor y preparar la carnada adecuada para que los peces piquen. No es tirar a red a ver qué cae, sino configurar un mensaje poderoso, positivo, creativo e inspirador que ayude a otros, que les aporte valor a otros.

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4 verdades que te ayudarán a elegir el camino correcto (para ti)

Una de las mayores dificultades que enfrenta una persona, cualquier persona, cuando quiere comenzar a escribir es encontrar la orientación idónea adecuada. Que, da pena reconocerlo, no abunda y mucho menos en internet. De hecho, la red está repleta de información, pero no siempre es información confiable; más bien, te conduce a la infoxicación, a la saturación.

El problema se origina de una creencia equivocada: que alguien puede enseñarte a escribir de la forma en que ella lo hace. Y, no, no es posible. No hay fórmulas mágicas, ni libretos ideales y, mucho menos, plantillas que te permitan aprender a escribir. Hay normas universales que, como es habitual, a algunos les sirven más que a otros y solo tienes que descubrir cuáles son para ti.

¿Por qué algunas funcionan y otras, no?  Porque cada persona es distinta, porque hay niveles de conocimiento diferentes, porque hay niveles de práctica distintos, porque hay hábitos diferentes, porque hay disposiciones distintas. Y, por favor, no te equivoques: esta es una premisa que se aplica a cualquier actividad de la vida, como jugar al tenis o, aprender un segundo idioma, en fin.

Esa es la razón por la cual hay personas que aprenden más rápido, que evolucionan más rápido, que desarrollan la habilidad más rápido. No es, como cree la mayoría de las personas, que son más inteligentes o que tienen un don especial. Se trata, simplemente, de que reúnen factores que les ayudan a acortar la curva de aprendizaje y, también, que son más disciplinadas y persistentes.

El arte de aprender a escribir consiste, como lo he mencionado en publicaciones anteriores, en encontrar, activar y disfrutar el buen escritor que hay dentro de ti. Ese es un proceso en el que alguien con experiencia, con conocimiento y con vocación de servicio (es decir, que no esté interesado exclusivamente en cuánto le vas a pagar) te puede ayudar, asesorarte y guiarte.

A partir de ahí, sin embargo, prácticamente todo depende de ti. Si deseas hacerlo bien, si tu sueño es publicar un libro o vivir de escribir, necesitarás un acompañamiento profesional. Pero, repito, prácticamente todo depende de ti: de tu disciplina, de tu constancia, de tus hábitos, de tu capacidad para seguir aprendiendo, de tu resistencia a las dificultades y de tu mentalidad.

Y esto último, la mentalidad, es crucial. Para escribir o cualquier otra actividad que realices. ¿Por qué? Porque es la que determina el éxito (o el fracaso) en mayor medida. Porque el conocimiento sirve, pero no basta; porque la disciplina sirve, pero no basta; porque la constancia sirve, pero no basta; porque los hábitos sirven, pero no bastan. Lo que marca la diferencia es la mentalidad.

Si tienes mentalidad de escasez, solo verás problemas, dificultades y carencias. Además, creerás todo aquello que te digan que no te sirve y que solo contribuye a generarte más dudas, más miedos. Y te irás al extremo de la búsqueda de la perfección, que no existen, que nadie nunca alcanzó, y será demasiado duro contigo mismo y te exigirás a tal nivel, que nunca lo lograrás.

Si tienes mentalidad de abundancia, en cambio, verás oportunidades, aprendizaje valioso y el terreno propicio para desarrollar tus habilidades, darles rienda suelta a tu creatividad y a tu imaginación y cristalizarás tus sueños. Pero, además, asumirás el proceso con entusiasmo, te comprometerás, lucharás por alcanzar tus objetivos y no te rendirás pase lo que pase.

Por eso, así mismo, debes cuidar la información que recibes y cómo la procesas. Recuerda que una de las razones por las cuales te cuesta escribir (o por la que puedes escribir) es por tu diálogo interior. Y este, por supuesto, está determinado por lo que consumes, por la información a la que tienes acceso. Y, como lo mencioné antes, hay demasiada que no te sirve, que es realmente tóxica.

¿Cuál es el problema? Que no hay reglas, no hay fórmulas mágicas, ni libretos perfectos. Sin embargo, todos los días recibimos emails y notas que nos dicen qué hacer, cómo hacerlo y, lo peor, nos ofrecen una receta, una plantilla, para convertirnos en un gran escritor. El resultado, ya lo sabemos, es que nada de eso funciona, que son solamente estrategias para vender.

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De la misma forma en que no cualquier lectura que ayudará a escribir mejor (o a desarrollar la habilidad de escribir), tampoco puedes seguir cualquier consejo que leas por ahí. Lo que en verdad necesitas es aprender las técnicas del oficio de la escritura, establecer un método, descubrir tu estilo y practicar, practicar y practicar. La estrategia más conveniente, créeme, es prueba y error.

No es la más agradable, sin duda, pero sé por experiencia que es la más efectiva. En todo caso, para que el proceso no sea interminable, ni insoportable, necesitarás apoyo y ayuda, necesitarás consejos de quienes ya pasaron por la situación en la que tú estás y lograron superarla y, lo mejor, alcanzaron sus sueños. Necesitarás consejos que te ayuden, que te impulsen, que te motiven.

Un buen consejo, para que nos pongamos de acuerdo, es aquel que te ilumina el camino, que te indica cómo lo hicieron otros y te señala qué errores debes evitar. Un buen consejo es como los ingredientes de una receta de cocina: te demuestran qué vas a preparar, pero no limita, de manera alguna, tu creatividad, tu capacidad para incluir algo más, para excluir algo, para crear.

Cuando escuches o leas un consejo para escribir, nunca olvides estas cuatro verdades:

1.- Nadie tiene la última palabra. Es muy importante que entiendas esto, porque así solo puedes evitar que te engañen. Y tampoco creas en las tales tendencias, que a menudo son tendenciosas. Y, por favor, no caigas en la trampa de seguir al gurú de moda, al que promociona la fórmula perfecta. Cuando escuches esas dos palabras, unidas o por separado, debes tener cuidado.

Sigue los consejos de quien se identifique con tus principios y valores, de alguien que te brinde confianza y, especialmente, de quien pueda demostrar fehacientemente que sabe hacer lo que dice que te enseñará y que esté en capacidad de transmitirte su conocimiento. No basta con que sepa recitar la teoría, te ofrezca un arsenal de plantillas o acredite miles de seguidores en redes sociales.

2.- Escribir es un acto creativo personal. Dicho en otras palabras, es un descubrimiento personal, que solo tú puedes realizar. Claro, requerirás ayuda profesional, pero el único que puede descubrir y activar el buen escritor que hay en ti eres tú mismo. La persona que te pueda ayudar es nada más un facilitador, un guía que te enseña el camino correcto y te previene de eventuales errores.

Sin embargo, es imposible que aprendas a escribir como otra persona, igual que otra persona, porque escribir es un acto creativo personal. En ese proceso, delineas tu estilo y poco a poco lo consolidas, lo mejoras (aunque es necesario saber que esa tarea nunca termina). Y también debes aprender a aprovechar tu creatividad e tu imaginación a partir de tus experiencias.

3.- Tienes que crear tu propio método. Estrechamente relacionado con lo anterior, una de las tareas indispensables es establecer tu método de trabajo. Que puede ser parecido al de otro escritor, al de tu maestro, pero debe estar diseñado de acuerdo con tus necesidades, con tus habilidades, con tus posibilidades, con tus hábitos, de ahí que no puedas clonar algún modelo.

Por ejemplo, mi mejor horario para producir es a partir de las 6 de la tarde y casi nunca escribo en las mañanas. Eso, probablemente, no funcione para ti, ¿entiendes? También suelo escuchar música mientras trabajo, pero para ti quizás sea una distracción. Conclusión: tienes que crear tu propio método, uno con el que te sientas cómodo y que, principalmente, te ayude a cumplir tus objetivos.

4.- Debes filtrar los consejos que recibes. No puedes permitir que te contagie la infoxicación, la saturación, o no conseguirás avanzar. Elige un modelo, apégate a él y date una oportunidad. Si después de un tiempo determinas que no es lo que deseabas, que no es para ti, buscas otro. No es el fin del mundo y tampoco significa, de manera alguna, que no puedes ser un buen escritor.

Es, simplemente, parte del proceso de descubrimiento, de autoconocimiento. Es como los padres que quieren que sus hijos adquieran el hábito del deporte y, entonces, los inscriben en escuelas de fútbol, natación, tenis y patinaje, ¡simultáneamente! ¿El resultado? El chiquillo se satura y se produce el efecto contrario al esperado: ese niño odiará el deporte y nunca más querrá practicarlo.

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Cuidado con los vendehúmo de las plantillas: ¡son un engaño!

Internet, tristemente, es el reino de los bulos, las fake-news o las noticias falsas. Y cada día es peor, porque no solo los sucesos mediáticos, aquellos que concentran la atención de las personas por su trascendencia, son parte de esta despreciable especie. De hecho, prácticamente nada está exento de esta epidemia de desinformación, que se ha tipificado como la era de la infoxicación.

Una de las variables de esta grave enfermedad es el grave riesgo de sufrir un engaño cada vez que hacemos un clic. Estafas, versiones distorsionadas para favorecer a alguien en particular (o, por el contrario, para perjudicar a alguien) o, simplemente, mentiras que traspasaron la barrera de lo piadoso y entraron en las arenas movedizas de la peligrosa manipulación. Cada clic es un riesgo.

Por desgracia, el tema del copywriting y la escritura es uno de los más contaminados. Pululan los expertos sin preparación, los gurús que se aprendieron un libreto y lo interpretan con brillantez, pero que son incapaces de demostrar que pueden hacer aquello que pregonan. Son muchos los que se presentan como expertos en la materia, pero no pueden pasar del dicho al hecho.

Eso sí, son contundentes para dictar normas, para establecer reglas, para fijar estilos. “Haces esto o nadie te leerá”, “Haces lo otro o nadie te comprará” y otras especies por el estilo. Que, por supuesto, son vulgares mentiras. El problema, porque siempre hay un problema, es que una gran cantidad de incautos o ingenuos caen en sus redes, creen sus mentiras y después lo pagan caro.

Una de estas mentiras que ha hecho carrera es aquella de que “hay que escribir corto porque la gente ya no lee”. No sé qué es más perverso y patético, si el argumento o la justificación. No porque un texto sea corto es mejor, más legible o más atractivo para el lector: lo que en verdad atrapa es la calidad del contenido, el estilo, la autoridad de quien escribe y el valor que aporte.

Por otro lado, aquello de que “la gente ya no lee” es muy fácil de desvirtuar: la industria editorial ha mostrado un claro y constante repunte en los últimos años, especialmente en los textos físicos, en papel. Mientras, las previsiones del bum de los textos digitales, de los e-books, se desinfló. Y es normal: a pesar del avance de los dispositivos digitales, estamos hechos para leer textos en papel.

Y es mentira, claro. Las cifras de ventas de libros impresos han repuntado en los últimos años y, lo mejor, cada día son más las opciones de autopublicación que están disponibles. Y también hay personas de todas las edades que se lanzan a la aventura de escribir y publicar. Además, si fuera verdad eso de que “la gente ya no lee” la industria estaría paralizada, no habría publicaciones.

Lo más triste es que los medios de comunicación impresos, que deberían ser aliados de la buena escritura y los impulsores de la cultura de la lectura son, más bien, sus principales enemigos. Los periodistas de hoy, en general, no saben escribir porque en las universidades no hay quién les enseñe, porque la mayoría de los profesores tampoco escribe. Es un penoso círculo vicioso.

Basta ver las páginas principales de sus versiones web o los titulares del generador de caracteres en los noticieros de televisión para comprobar esta patética realidad. Y como no encuentran la solución, han elegido una opción vergonzosa: la consabida “hagámonos pasito”. Nadie critica a nadie, porque nadie está libre de pecado, y aquel que levante la mano es censurado.

Lo grave ocurre cuando esas personas llegan al ámbito laboral. Sin importar qué estudiaron o en qué empresa trabajan, se presupone que saben escribir. Al fin y al cabo, pasaron por las aulas de un colegio y de una universidad y se graduaron (hagámonos pasito). Pero, la realidad es distinta: tan pronto les piden que elaboren un informe o una carta o un reporte, quedan al descubierto.

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Y estoy seguro de que, si haces un poco de memoria, tú también trabajaste en una empresa en la que las comunicaciones más importantes las escribía la secretaria de gerencia y las firmaba el gerente. Porque, ¡qué horror!, él tampoco sabía escribir. Y ese es, precisamente, el caldo de cultivo de los que dictan normas, establecen reglas, fijan estilos y, lo peor, venden plantillas.

Es un insulto a la inteligencia, a la capacidad innata del ser humano de aprender lo que desee. Además, es un engaño brutal: nadie, absolutamente nadie, aprendió a escribir con plantillas. ¿Por qué? Porque como lo mencioné en un post anterior el proceso de escribir es complejo, nos exige una variedad de habilidades y conocimientos, así como mucha práctica. Y para eso las plantillas no sirven.

¿Por qué no sirven? Porque son un atentado contra las principales y más poderosas herramientas de que dispones: la creatividad y la imaginación. Las cercenan, las inhiben, les cortan las alas. Una plantilla para un escritor es como una jaula para un pajarito: su espacio de acción es muy limitado y cuanto más tiempo pase allí más rápidamente se atrofiarán sus todas habilidades naturales.

Hay una verdad irrefutable que ni siquiera los gurús de las plantillas pueden rebatir: escribir es un acto creativo. Por eso, aquello que suelen llamar el tal bloqueo mental, que es otra gran mentira, se produce cuando la creatividad y la imaginación no fueron activadas, no son ejercitadas. Si no las utilizas, les ocurre como a un músculo: se entumecen, se endurecen y duelen cuando las usas.

Cursos de los que aseguran que te enseñan a escribir hay muchos en internet, ¡demasiados! Y la gran mayoría promete entregarte valiosas plantillas. Cuando los veas, por favor, ¡ten cuidado! Son un engaño y perderás tu dinero y tu tiempo. Y, lo peor, quedarás con la sensación de que no puedes, de que no eres capaz, de que eso de escribir no es para ti, y no hay nada más equivocado.

Cuando te cruces con un curso de copywriting o de escritura, antes de hacer clic en el botón de compra tómate tu tiempo para comprobar que no es un engaño, que no vas a caer en manos de un vendehúmo. ¿Cómo evitarlo? Mira si tiene página web, busca escritos que haya publicado, entra a su blog y lee algunos de sus artículos y presta atención a los comentarios de los usuarios.

Si no tiene web y si no publica escritos, entonces, ¿cómo puede enseñarte a escribir? Mejor dicho, ¿cómo una persona va a enseñarte algo que no sabe hacer? Piénsalo: ¿tomarías clases de culinaria con alguien que no sabe cocinar? ¿Crees que puedes aprender a jugar tenis con un profesor que solo recita el libreto de la teoría y no juega? Nunca te olvides de algo: la práctica hace al maestro.

No me cansaré de repetirlo, porque sé que tarde o temprano comprobarás que es cierto: dentro de ti hay un buen escritor, solo que no lo has descubierto y no lo has activado. Y no lo harás si caes en manos de los vendehúmo de las plantillas, que son un engaño (esto tampoco me cansaré de repetirlo). Aprovecha los dones y talentos que te dio la naturaleza, utiliza tu creatividad e imaginación.

No te arrepentirás, te lo aseguro. De hecho, tan pronto te des la oportunidad, tan pronto dejes atrás los miedos y ya no le prestes atención al qué dirán, tan pronto comiences a escribir te vas a dar cuenta de que es mucho menos difícil de lo que pensabas. De hecho, llegará el momento en que comprobarás que es fácil. Pero, claro, primero tienes que alejarte del riesgo de la infoxicación.

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