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A veces llegan cartas: ¿te quedaste en los cursos por correspondencia?

Cuando era niño, aquellas lindas épocas en las que no había internet, ni teléfonos celulares, ni Netflix o cualquier otros sistema de televisión por suscripción, épocas en las que se vivía sin la histeria de hoy, solo teníamos a la mano los medios tradicionales. Que, por supuesto, no eran digitales: radio, televisión e impresos tales como periódicos o revistas, principalmente.

Eran también épocas en las que no había Zoom o las otras plataformas de video transmisión en línea, en vivo y en directo, con las que contamos hoy. No había, tampoco, Google o redes sociales y, algo muy importante, el 99,9 por ciento de la educación era presencial. Había un 0,01 por ciento restante, una suerte de educación a distancia, que fue muy popular: cursos por correspondencia.

Dado que en el pasado no existía la culturad del registro detallado de las acciones o novedades, no es posible establecer el origen cierto de esta modalidad. Se estima, sin embargo, que fue Calleb Phillips, un estadounidense profesor de caligrafía, el que dio el primer paso. ¿Cómo? Anunció la apertura de cursos por correspondencia, a través de un aviso en el periódico Boston Gazzette.

Corría el año de 1728, hace casi cuatro siglos, y el mundo era muy distinto a la aldea global que es hoy: se trataba, más bien, de aldeas aisladas y, muchas veces, incomunicadas. Quizás hubo intento previos, pero lamentablemente no están documentados. Este, en cambio, sí lo está y fue posible gracias a que antes, en 1680, se creó en Estados Unidos el Sistema Nacional de Correos o Penny Post.

Lo que Phillips les ofrecía a los lectores de aquel diario era un curso a distancia, con material autodidacta, que les llegaba por correo a sus casas. Además, existía la opción de consultorías personalizadas, obviamente, vía correspondencia. Más adelante, en 1856, en Alemania, Charles Toussaint y Gustav Langescheidt crearon el primer Instituto de Idiomas por correspondencia.

Eran cursos que te ofrecían una pequeña cartilla con todo el contenido necesario, más algunas ayudas. Sin embargo, tenías que interpretar la información (que muchas veces no era clara), tenías que hacer todo el trabajo, no podías realizar preguntas, no tenías la posibilidad de compartir tus experiencias con otros alumnos. Honestamente, no sé cómo podían aprender algo.

En mi niñez, por allá en los años 70, los cursos por correspondencia eran famosos, en especial porque la prestigiosa revista Selecciones del Reader’s Digest (o, simplemente, Selecciones) los ofrecía. De carpintería, de jardinería, de lectura rápida y, claro, de caligrafía, entre muchos otros. Reconozco que siempre tuve curiosidad, aunque jamás me animé a comprar alguno de ellos.

¿Por qué? Porque, honestamente, no creo ser capaz de aprender bajo esa modalidad. Sé que es una creencia limitante, pero soy de esa clase de personas a las que aman el aula, que tiene un gran encanto, y aman el contacto con los compañeros y el profesor. Hoy, no solo dicto charlas y conferencias virtuales, sino que además tengo mi curso ‘A escribir se aprende escribiendo’.

Que no es por correspondencia, por supuesto, sino virtual. A través de la plataforma Zoom, en vivo y en directo, se realizan las sesiones con los estudiantes. Y más que a escribir, como si fuera desde cero, como en el colegio, lo que enseño es a pulir, fortalecer, desarrollar y mejorar la habilidad y brindo herramientas y recursos, técnicas y estrategias, para que la persona puede volar sola.

Y es esta última razón, sin duda, por la cual nunca tomé un curso por correspondencia y, en especial, por la que desconfío y no creo en lo que dicen algunos: que te van a enseñar a escribir a través de plantillas. A mi juicio, y entiendo que puedo estar equivocado y respeto otras opiniones, trabajar con plantillas es contrario (y negativo) a la imaginación, a la creatividad, a la autenticidad.

Si lo que vas a escribir es un texto para un aviso publicitario, sí lo puedes hacer a partir de una plantilla. Sin embargo, será el mismo mensaje de tantos como utilicen esa plantilla específica, que no está hecha para tu cliente, que seguramente no responde a las necesidades y deseos de tus clientes. Por eso, el riesgo de no poder generar el impacto esperado, de no vender, es altísimo.

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Pero, esa no es mi especialidad, no es un servicio que ofrezca o que me interese. Lo mío es la creatividad, la imaginación, el aprovechamiento del conocimiento y las experiencias que te van a permitir crear un mensaje poderoso que sirva a otros, que les ayude a transformar su vida y, sobre todo, a cumplir sus sueños. Por eso, intento prevenirte acerca de los riesgos que hay en el mercado.

Recientemente, recibí un correo de alguien que ofrecía una lista de libros de copywriting “para que te conviertas en un experto”. Es decir, la versión moderna de los cursos por correspondencia. Y, seguramente, tú, como yo, no conoces un buen carpintero que haya aprendido fuera de un taller, o un mecánico de autos, o un médico que no haya pasado por una Facultad de Medicina.

Estoy convencido de que hay textos que te servirán, que te ayudarán a encontrar tu estilo (a partir de descartar aquellos con los que no te identificas), que te permitirán conocer ejercicios y técnicas que son útiles para desarrollar la habilidad. Sin embargo, de ahí a pensar (o creer) que el resultado es que “te vas a convertir en un copywriter experto” hay una galaxia de distancia. ¡Es MENTIRA!

Si esto fuera así, si esto fuera tan fácil, entonces, ¿por qué no hay ya un Premio Nobel de Literatura que aprendió con plantillas? ¿O uno que leyó 100 libros y escribió su obra maestra? No los busques, porque no los vas a encontrar en la vida real (quizás, sí, en la ficción o en la mente de los vendehúmo). Ten cuidado por favor y, más bien, utiliza estas cuatro poderosas herramientas.

A pesar de tus miedos, de tus creencias limitantes, de la prédica del mercado, tú ya tienes dentro de ti todo, absolutamente todo, lo que se necesita para escribir: tu cerebro, tu corazón, tus experiencias y tus habilidades. Además, como lo he dicho en varias ocasiones, dentro de ti hay un buen escritor: solo tienes que despertarlo, activarlo y disfrutarlo. El resto es comenzar a escribir.

Claro, también necesitarás un método, un plan, la guía de una persona que entienda y comparta tus sueños y que, más allá del dinero que le puedas pagar por sus servicios, esté en capacidad de transmitirte su conocimiento. Porque, te lo advierto, un tema es conocer un tema y otro es poder transmitir el conocimiento. Muchos saben los primero, pocos podemos hacer lo segundo.

Desde hace casi cinco años trabajo con mi amigo y mentor Álvaro Mendoza, director de MercadeoGlobal.com y creador de la comunidad privada de emprendedores Círculo Interno. Él nos transmite su conocimiento, nos comparte sus experiencias, nos brinda sus documentos, nos motiva a leer textos útiles, pero, sobre todo, nos lleva a la acción, a hacer, a aprender a errar.

Esta, créeme, es una premisa que funciona tanto para el marketing como para la escritura. Si Álvaro solo nos entregara plantillas o libros, no tendría casos de éxito, ni uno solo. En cambio, desde hace años sus discípulos lo llaman El Padrino de los negocios en internet, porque los apadrinó, les enseñó, los guio, los aconsejó para que construyeran negocios sólidos y de éxito.

¿Percibes la diferencia? Volvamos al comienzo: en 1728, hace casi 400 años, se documentó el primer curso por correspondencia. Quizás fue un éxito, quizás marcó un hito, pero el mundo, hoy, es muy distinto al de aquel entonces. Si de verdad quieres aprender cómo desarrollar la habilidad de escribir, aléjate de los vendehúmo, de sus plantillas y de sus consejos que no te servirán.

Más bien, te invito a que aceptes una invitación: comienza a escribir un diario. Si no lo haces aún, entiende que es una herramienta poderosa para que le des rienda suelta a tu imaginación, para que aprendas a lidiar con tus miedos. Comenzarás con textos breves y antes de que te des cuenta estarás en capacidad de escribir páginas enteras en las que transmites tu conocimiento y experiencia.

Y ya no querrás detenerte. Querrás, más bien, explorar nuevos recursos y escenarios. Soñarás con ser el autor de un libro y, lo mejor, en el día a día escribirás mejor. Los post en redes sociales, los textos de mensajes instantáneos y tus documentos de trabajo. Será ese el momento en que ese buen escritor que hay en ti se despierte de la siesta y comience a brindarte grandes satisfacciones.

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