“¿Ya para qué?”, “A esta edad, no quiero complicarme” o “Lo intenté antes y no fui capaz” son algunas de las excusas que esgrime la mayoría de las personas para justificar una acción o la ausencia de una acción necesaria. Una premisa que se aplica a muchas actividades de la vida: hacer deporte, comer saludable, aprender un segundo idioma, cocinar, leer o escribir.
El ser humano es una criatura tan increíble que desde el primero hasta el último de sus días está en capacidad de aprender. Lo que sea, lo que quiera. Por supuesto, habrá algunas actividades o temas que le demandarán mayor tiempo, más esfuerzo y dedicación. Sin embargo, siempre es posible aprender, a cualquier edad, y más en estos tiempos en los que la tecnología es una aliada.
La premisa es muy sencilla: “¡Nunca es tarde!”. Claro, si quieres aprender a montar en bicicleta a los 65 años, quizás no sea lo más adecuado, quizás estés asumiendo un riesgo innecesario. Sin embargo, hay actividades atemporales que puedes aprender a cualquier edad y que, además, te ofrece la ventaja de que lo haces por placer, porque te hacen sentir bien, porque las disfrutas.
Esas, sin duda, son las mejores. Así mismo, algunas de estas actividades, algunos de estos aprendizajes, nos ofrecen mayores beneficios en la edad adulta. ¿Por ejemplo? La lectura, la escritura, la pintura o la música (aprender a tocar un instrumento), entre otras. No solo porque aprendemos a nuestro ritmo, sin estrés, sino también porque lo hacemos sin ánimo de competir.
Lo hacemos por gusto, porque somos conscientes de los múltiples beneficios que nos brinda para la salud mental, porque en muchas ocasiones representa un sueño postergado. Y lo hacemos sin mayores pretensiones que sentirnos bien, que disfrutarlo, que mantenernos activos, que brindar un ejemplo a los jóvenes para que aprendan a aprovechar el tiempo libre en algo productivo.
Y productivo, por supuesto, nada tiene que ver con ganar dinero, con llegar a ser profesionales de esa actividad. Productivo en el sentido de aprovechar nuestra inteligencia, conocimiento, dones y talentos y experiencias. Productivo en el sentido de evitar caer en la trampa de creer que porque nuestra laboral se terminó tenemos que poner en pausa el ejercicio de las funciones intelectuales.
Nada que ver. A mi juicio, la edad madura, cuando ya tienes el poder de decidir en qué empleas tu tiempo, cómo lo manejas, es el momento perfecto para realizar aquellas actividades que, en otro momento de la vida, nos resultó imposible por las responsabilidades, por las ocupaciones, porque había otras prioridades. Y, como lo mencioné unos párrafos atrás, ¡nunca es tarde para comenzar!
Por otro lado, es la oportunidad para disfrutar una de las experiencias más enriquecedoras para el ser humano: transmitir el conocimiento. Que, claro está, no consiste en convertirte en maestro, en crear un curso, sino en comunicar a otros aquello que la vida nos dio el privilegio de aprender. Un conocimiento y unas experiencias que, valga decirlo, pueden ser muy útiles para otras personas.
Uno de los aprendizajes más valiosos que nos dejó el convulso 2020 fue aquel de que necesitamos de los otros, de que nuestra misión prioritaria en la vida es ayudar y cuidar de los otros. Porque, ¿para qué sirven tu conocimiento, tus experiencias, tus dones y talentos, si solo los utilizas para beneficio propio? La lección es tan sencilla como poderosa: lo que no se comparte, no se disfruta.
Por eso, si eres una de tantas personas que desde hace tiempo acuña el sueño de escribir, sin pretensiones de ser profesional, solo por placer, solo porque es un reto personal, ¿qué esperas para comenzar? Recuerda que, para todo aquello que signifique un beneficio para ti y otros, el mejor día para comenzar es hoy. Ayer ya pasó y mañana quizás sea demasiado tarde.
Estos son cuatro razones por las cuales deberías empezar a escribir:
1.- Las palabras tienen poder. En especial, poder para ayudar, para transformar. No olvides que estamos en la era del conocimiento, que hoy la tecnología es una aliada incondicional que nos ofrece increíbles y poderosas herramientas para transmitir nuestro mensaje. Muchas de ellas, no sobra recalcarlo, son gratis y, además, muy fáciles de utilizar, así que no hay excusa válida.
En el último año, en medio de confinamiento, sin poder disfrutar de la vida social a la que nos habíamos acostumbrado, sin poder compartir con amigos y familiares, percibimos cuánto bien recibimos a través de un “Me haces falta”, de un “Necesito verte”, de un “Cuídate, por favor”, de un “Si me necesitas, aquí estoy para ti”. Es el inmenso poder de la palabra, y de cómo la usemos.
2.- Tienes mucho que decir. Es una triste paradoja: estamos en el siglo de la comunicación y de la tecnología, con poderosas herramientas y canales a través de las cuales podemos transmitir el mensaje que se nos antoje. Sin embargo, al tiempo, estamos en el siglo de las personas solitarias. Y esta, sin duda, es la causa de muchos males actuales, de problemáticas mentales y sociales.
Si algo nos quedó claro desde que las redes sociales, en especial, irrumpieron en nuestra vida hace más de 15 años es que las personas tenían una urgencia de comunicarse con el resto del mundo, una necesidad de ser visibles y reconocidos. Todos, absolutamente todos, tenemos mucho que decir, somos portadores de mensajes valiosos. Nunca hubo tantas facilidades para hacerlo.
3.- Alguien necesita lo que sabes. Una creencia limitante muy poderosa, y muy arraigada, es aquella de creer que lo que te sucede a ti, el conocimiento que posees y la experiencia que acreditas, no tiene valor para los demás. Sin embargo, es falso: te sorprendería comprobar cuántas personas hay por ahí en busca de respuestas, de soluciones efectivas o, cuando menos, de ser escuchadas.
El problema es que nos educaron para pensar en el ‘Yo’ y nos olvidamos del ‘Tú’, del ‘Nosotros’. Los últimos acontecimientos nos dejaron en claro que los demás necesitan de nosotros y que la tarea prioritaria que se nos encomendó es ayudar a otros. Dentro de ti hay un mensaje poderoso que otros requieren con urgencia: no se los niegues. Eres más valioso de lo que piensas.
4.- Escribir es una terapia. Parodiando una imagen popular en redes sociales, “Si estás triste, escribe; si estás feliz, escribe; si cortaste con tu pareja, escribe; si necesitas una respuesta, escribe; sea cual sea la situación en la que estés, escribe. Jamás te vas a arrepentir…”. Escribir es un acto de libertad exclusivo del ser humano, una declaración de rebeldía, un capricho y también, un placer.
Escribir activa tu cerebro, lo enfoca en algo específico y hace que te olvides de lo que te preocupa, al menos por un tiempo. Además, gracias a la imaginación y a la creatividad, puedes construir tu mundo propio, tan feliz o tan desastroso como desees. También puedes ser el personaje que quieras, en la fantasía o en la realidad. Escribir, de muchas maneras, es una terapia sanadora.
Nunca es tarde, recuérdalo. No importa la edad que tengas, no importa a qué te dedicas, no importa si acreditas experiencia o si anteriormente fallaste una o varias veces. El ser humano es una criatura tan increíble que desde el primero hasta el último de sus días está en capacidad de aprender. Lo que sea, lo que quiera. Tú decides si te das la oportunidad o si te quedas con la duda…