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La rutina: 5 beneficios para escribir (comenzar, avanzar y terminar)

Si lo intentaras en serio, con compromiso, estoy seguro de que te darías cuenta de cuán fácil es escribir. No como un maestro, no como un escritor consagrado, sí como un ser humano común y corriente que, esto es lo importante, acumula conocimiento y valiosas experiencias que puede compartir con otros. Y lo más doloroso: te pierdes la maravillosa recompensa.

Hay muchas personas que están convencidas de que hay magia en internet. En cierta forma tienen razón, pero no como ellas creen. Me explico: piensan que la magia consiste en que a la vuelta de unos cuantos clics vas a comenzar a ganar millones de dólares o vas a ser famoso y reconocido. Y no es cierto. Nada de eso sucede y, la verdad, es insólito que crean esos cuentos.

La magia de internet es cierta en el siguiente sentido: nunca sabes quién te ve, quién lee tus publicaciones. A veces, muchas veces, porque la gente que nos ve no interactúa, no deja un like o un comentario, asumimos que “nadie lo vio”. Y no necesariamente es así. De hecho, y lo digo por experiencia de más de 25 años publicando en internet, ¡siempre alguien nos ve!

Y, cuidado: cuando digo “alguien nos ve” no hablo en singular, de una sola persona. Son muchas las que nos ven, las que valoran y disfrutan el contenido, más allá de que no estén en disposición de interactuar. La realidad es que publicar en internet, bien sea en una de las redes sociales o en un blog o una página web, cada día es más un acto de fe. ¿Sabes a qué me refiero?

Presumir que “me lee mucha gente” es una mentira, una muestra de prepotencia. Porque, aunque tengas métricas que demuestren que una nota (o varias) fueron leídas por mil, cinco mil o diez mil personas esas cifras en el infinito universo de internet son irrisorias. Esa es la verdad. Ahora, si escribes para ser famoso y tu principal métrica es el ego, está bien.

Sin embargo, en particular, voy por otro camino. Escribo porque mi esencia es transmitir mi mensaje, mi conocimiento, mis experiencias, el aprendizaje de mis errores, para que el camino de otros sea más llevadero. Escribo con la ilusión de que mis textos le sirvan a alguien, al menos para distraerse en medio de una rutina histérica, de una cultura de la infelicidad.

Si sigues con atención mis publicaciones, es probable que varias veces hayas leído que pienso que escribir es una terapia. Lo es para mí. Y me permite, a través de la imaginación, de la creatividad y de la observación y la escucha, crear mundos increíbles (pero creíbles), o historias apasionantes que conectan con las emociones y las activan. Créeme: ¡es algo maravilloso!

Por eso, me cuesta entender que tantas personas, que podrían ayudar a mejora el mundo de otros, de quienes las rodean y de quienes tienen acceso a la magia de internet, no escriban. Y no lo hacen simplemente porque piensan que no poseen talento (lo cual no es cierto), que es difícil (lo cual no es cierto), que no nacieron para ello (lo cual no es cierto) o por pereza (cierto).

En el fondo, en la mayoría de los casos, la razón es sencilla: no saben cómo hacerlo. Que en la práctica se traduce “no tienen un método, una rutina”. Y, sí, tienen razón: sin un método, sin una rutina, escribir es bien complicado. El síndrome de la hoja en blanco acecha todo el tiempo y te embarga la idea de que tu mensaje a nadie le interesa. Es un clásico autosaboteo.

El oficio de escribir es complicado para algunos, para muchos, no por lo que significa en sí, dado que todos aprendemos a escribir en la escuela primaria y escribimos todos los días. Lo es, en esencia, porque nos exige cualidades-valores-habilidades que no abundan o que, dicho de otra forma, muy pocos, solo algunos, nos damos a la tarea de desarrollar y potenciar.

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¿Sabes a cuáles me refiero? Disciplina, en primer término; paciencia, tolerancia, empatía, responsabilidad y una metodología. Una metodología, un método, que está determinada por una rutina. Dicho en otras palabras, el éxito en la tarea de escribir radica en crear una rutina y, de tanto repetirla, convertirla en un hábito. Ahí es cuando se terminan los problemas.

¿Por qué? Porque cuando consigues desarrollar el hábito no solo alcanzaste un logro importante y le enseñaste a tu cerebro lo que quieres que haga, sino que también venciste tus miedos y enterraste las excusas. Además, le ganaste a la resistencia al cambio, que es una de las limitantes más fuertes que existe. Entonces, la tarea consiste en crear un hábito.

Veamos qué nos dice el diccionario sobre hábito: Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas. Por supuesto, la premisa de esa “repetición de actos iguales o semejantes” es conseguir resultados idénticos y los esperados. Un hábito, en otras palabras, es un minisistema.

En cuanto a rutina, el DLE nos dice: “Costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática”, por un lado, y “Secuencia invariable de instrucciones que forma parte de un programa y se puede utilizar repetidamente”, por el otro. Fíjate: son los hábitos (uno o varios simultáneos) los que conforman las distintas rutinas.

Ahora, hay que entender que una rutina no es una camisa de fuerza, es decir, que puede ser modificada, corregida o moldeada, pero tampoco es conveniente cambiarla a cada paso. Y, aunque sea moldeada de lo que hacen otros, lo importante es que responda a tu forma de ser, a tus necesidades y que te permita alcanzar los objetivos propuestos. Si no es así, no sirve.

Las ventajas de crear una rutina se pueden resumir así:

1.- Optimizar el tiempo.
El tiempo es el único activo que no puedes recuperar, así que aprovecharlo es una prioridad. Con una rutina, tu proceso será ordenado y podrás cumplir las metas más fácil y rápido
2.- Mantenerte enfocado.
Las distracciones son el principal enemigo del escritor. Una rutina bien construida, por lo tanto, te ayudará a estar enfocado y, por lo tanto, a avanzar. Por supuesto, requieres disciplina
3.- Calma la ansiedad.
En especial en la primera etapa, cuando no hay experiencia, el escritor novel suele caer en la ansiedad, que es muy mala consejera. Una rutina, sumada a un buen plan de trabajo, la calman
4.- Facilita retomar.
Todos los escritores, sin excepción, tenemos algún momento en el que es necesario parar. Parar y respirar. Con una buena rutina establecida, la tarea de retomar no es un drama
5.- Lo vas a disfrutar.
Y no es una contradicción. Porque tenemos una idea negativa de lo que es una rutina, pero en el caso de la escritura nos ayuda a establecer un ritmo, avanzar y no sufrir en el proceso

Si lo piensas un poco, es lo mismo que sucede en cualquier otra actividad que realices en la vida. Montar en bicicleta, jugar al tenis, leer en casa, cocinar o trabajar. Para todas requieres un método, una rutina que te permita comenzar, avanzar y, finalmente, cumplir los objetivos propuestos. Si lo intentaras en serio, con compromiso, estoy seguro de que te darías cuenta de cuán fácil es escribir…

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Lees, ¿pero no escribes? Te estás privando de la mitad de la diversión

Quizás no lo aprecias como deberías porque es algo que nació en ti, que nació contigo, y entonces lo ves como algo natural. Sin embargo, créeme, es algo extraordinario. De hecho, es un privilegio del ser humano, la única especie del planeta que puede leer y escribir. Lo mejor es qué puedes hacer con ese privilegio, qué impacto recibes y provocas con lo que lees, con lo que escribes.

Si me conoces o has leído algunas de mis publicaciones, sabrás que me gusta llevar la contraria, ir en contravía de lo que hace la mayoría. Y no por capricho (no siempre), sino porque siempre fui así y no solo lo disfruto, sino que además obtengo los resultados que espero. Y mi oficio, por supuesto, es una clara manifestación de esta forma de ser.

¿A qué me refiero? Soy un pésimo lector (podría ser el peor del mundo) y, en cambio, soy un prolífico escritor (escribo casi todos los días). Lo común es que una persona sea buena lectora, pero que le cueste trabajo escribir. No debería ser así, puesto todos, absolutamente todos, aprendemos a leer y a escribir en la escuela primaria y lo hacemos el resto de la vida.

Sí, lo hacemos todo el tiempo. La mayoría de las veces, tristemente, por obligación, es decir, leemos o escribimos para cumplir con los deberes del estudio o del trabajo y muy poco, casi nada, para regocijo propio, por el placer de disfrutar de esas habilidades únicas que nos dio la naturaleza. Y está mal, porque nada de lo que se hace por obligación nos genera felicidad.

Porque felicidad, precisamente, es lo que damos y recibimos cuando escribimos, cuando leemos. Como escritor, es maravillosa la experiencia de saber que hay una persona, tan solo una, que disfruta tu producción. Y más maravillosa aún cuando son miles o millones las que aprecian y agradecen tu escrito. Irónicamente, es algo imposible de describir con palabras.

Como lector, es increíble la experiencia de conectarte con un autor al que no conoces, al que quizás nunca conocerás, pero que a través de sus textos sientes muy cercano. Y no solo eso: se establece una poderosa conexión emocional a través de la empatía, de la identificación, al punto que llegas a vivir sus tramas, a sentirte protagonista de tus historias, de sus relatos.

No sabes, no puedes entender (y no hay forma de explicarlo, tampoco), cómo alguien que no te conoce es capaz de escribir un texto, un libro, que parece hecho especialmente para ti. Como si te hubiera preguntado qué historia querrías leer o cuáles son las emociones que más te conmueven para agitarlas. No sabes por qué conoce a la perfección tus puntos débiles.

Cuando escribes, eres Dios (y perdóname que lo ponga en esos términos). Estás en capacidad de crear el mundo que quieres, los personajes que quieras, las historias que quieras. No hay un límite, porque tu imaginación y tu creatividad no tienen límites. Inclusive, puedes tomar una historia ya escrita y reformarla tantas veces como quieras, de tantas formas como quieras.

Cuando lees, te transportas a increíbles mundos imaginarios que no solo despiertan tu imaginación, sino que te producen emociones diversas. Puedes reír, puedes llorar, puedes enamorarte, puedes sufrir, puedes sentir lástima, puedes ser parte de una celebración. No hay límites, tampoco, en especial cuando puede establecer una conexión con el autor.

Nos dicen que solo puedes escribir si antes has leído mucho, pero no es cierto. Lamento si ataco una creencia tan arraigada. Mi caso particular es clara muestra de ello (y no soy la excepción que confirma la regla). La verdad es que para necesitas estar informado y la información no solo proviene de la lectura: también, de las experiencias, de la observación.

Es algo que me gusta repetir no solo porque es verdad, sino porque derriba uno de los grandes temores del común de las personas: todo lo que necesitas para comenzar a escribir está en ti, dentro de ti. Conocimiento, experiencias, miedos, ilusiones, pasión, imaginación, creatividad y, especialmente, dos habilidades poderosas: observar y escuchar (te recomiendo esta nota).

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Si no escribes, cualquiera que sea la razón que te detiene, no imaginas de cuántas experiencias maravillosas te privas, de cuánto impacto positivo estás en capacidad de provocar en la vida de otros. Cuando escribes y le brindas un poco de felicidad a alguien, tan solo un poco, la vida te recompensa de mil y una formas increíbles. Te lo digo con conocimiento de causa, lo he vivido.

Si no lees, sin necesidad de ser un devorador de libros o cualquier otro tipo de textos, te pierdes la posibilidad de acceder a conocimiento valioso; a experiencias que no has vivido y que te sirven, te permiten conocer algo del mundo y de la vida que no estaba a tu alcance. Te pierdes también la posibilidad de ingresar a universos imaginarios que hacen mejor tu vida.

Te comparto un dato que vi en una nota en internet: la venta de libros impresos, una especie a la que habían declarado en extinción, a la que le habían aplicado los santos óleos, solo cayó un 4 % durante 2020, en plena pandemia. Una sorpresa, en especial para las editoriales, que ya se veían condenadas a desaparecer. Sin embargo, el mercado se pronunció y dictó su sentencia.

¿Por qué te menciono esto? Para que disfrutes el paquete completo. ¿A qué me refiero? A que si te gusta leer, no te quedes solo con el 50 por ciento del privilegio que nos fue concedido a los seres humanos: aprovecha el otro 50 por ciento y escribe. Lo ocurrido en los últimos meses nos enseña lo que podemos recibir y lo que estamos en capacidad de dar a través de estas dos habilidades.

Leer y escribir son un acto de rebeldía, la máxima expresión de libertad del ser humano. Además, es una terapia, un hábito liberador. Durante la pandemia, en medio de la soledad y de la incertidumbre, agobiados por el miedo, acorralados por la muerte, leer y escribir nos permitieron sobrevivir, mantenernos a salvo. Sin leer y escribir, no lo habríamos logrado.

El ocio, en cualquiera de sus manifestaciones, y leer y escribir forman parte de ese universo, nos liberan del estrés, de la tensión y nos permiten soltar las cargas negativas. Así lo han comprobado diversos estudios. El escritor argentino Jorge Luis Borges dijo que de todos los inventos creados por el hombre el libro era el más asombroso, el de mayor impacto en la vida.

Mientras, el sicólogo social estadounidense James Pennebaker determinó que hay efectos positivos en escribir, en especial si lo hacemos acerca de las experiencias traumáticas que hemos vivido. Desde las más insignificantes hasta las que nos provocaron grandes traumas, en especial sobre estas últimas. La escritura es una forma de combatir y vencer a tus miedos.

La argentina Silvia Adela Kohan, filóloga y autora del libro La escritura terapéutica (2013), afirma que “escribir un diario para luchar contra la cobardía, vaya si es un ejercicio saludable para mí. Soy mi propia interlocutora. Me atrevo a escucharme y tomo nota. Desato nudos. Deshago grumos. Me impulsa el deseo irrefrenable de dar un nuevo significado al mundo”.

Hoy, el mundo necesita más personas que se atrevan a aceptar el reto de escribir no solo para compartir su conocimiento y experiencias, sino para hacer más llevadera la vida de quienes no son tan afortunados, de quienes han sido duramente golpeados. Lo mejor de escribir, ¿sabes qué es lo mejor? Que nunca sabes qué impacto puedes generar, pero siempre provocas algo.

Si eres un buen lector, te felicito. Sin embargo, te invito a que termines la tarea, a que te des la oportunidad de escribir y transmitir a otros el poderoso mensaje que hay en ti. No necesitas convertirte en un escritor profesional o algo por el estilo, pues hoy disponemos de increíbles y varias herramientas y oportunidades para comunicarnos con otros, para dejar huella positiva.

La vida me enseñó que “aquello que no se comparte, no se disfruta” y lo compruebo cada día, con cada texto que publico. Me honra y me hace muy feliz saber que al menos hay una persona, tan solo una, que lo aprovecha, que lo valora, que lo agradece. Termina de cerrar el círculo, haz el otro 50 %: descubre y activa el buen escritor que hay en ti: ¡no te arrepentirás!

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4 poderosas razones para comenzar hoy (nunca es tarde)

“¿Ya para qué?”, “A esta edad, no quiero complicarme” o “Lo intenté antes y no fui capaz” son algunas de las excusas que esgrime la mayoría de las personas para justificar una acción o la ausencia de una acción necesaria. Una premisa que se aplica a muchas actividades de la vida: hacer deporte, comer saludable, aprender un segundo idioma, cocinar, leer o escribir.

El ser humano es una criatura tan increíble que desde el primero hasta el último de sus días está en capacidad de aprender. Lo que sea, lo que quiera. Por supuesto, habrá algunas actividades o temas que le demandarán mayor tiempo, más esfuerzo y dedicación. Sin embargo, siempre es posible aprender, a cualquier edad, y más en estos tiempos en los que la tecnología es una aliada.

La premisa es muy sencilla: “¡Nunca es tarde!”. Claro, si quieres aprender a montar en bicicleta a los 65 años, quizás no sea lo más adecuado, quizás estés asumiendo un riesgo innecesario. Sin embargo, hay actividades atemporales que puedes aprender a cualquier edad y que, además, te ofrece la ventaja de que lo haces por placer, porque te hacen sentir bien, porque las disfrutas.

Esas, sin duda, son las mejores. Así mismo, algunas de estas actividades, algunos de estos aprendizajes, nos ofrecen mayores beneficios en la edad adulta. ¿Por ejemplo? La lectura, la escritura, la pintura o la música (aprender a tocar un instrumento), entre otras. No solo porque aprendemos a nuestro ritmo, sin estrés, sino también porque lo hacemos sin ánimo de competir.

Lo hacemos por gusto, porque somos conscientes de los múltiples beneficios que nos brinda para la salud mental, porque en muchas ocasiones representa un sueño postergado. Y lo hacemos sin mayores pretensiones que sentirnos bien, que disfrutarlo, que mantenernos activos, que brindar un ejemplo a los jóvenes para que aprendan a aprovechar el tiempo libre en algo productivo.

Y productivo, por supuesto, nada tiene que ver con ganar dinero, con llegar a ser profesionales de esa actividad. Productivo en el sentido de aprovechar nuestra inteligencia, conocimiento, dones y talentos y experiencias. Productivo en el sentido de evitar caer en la trampa de creer que porque nuestra laboral se terminó tenemos que poner en pausa el ejercicio de las funciones intelectuales.

Nada que ver. A mi juicio, la edad madura, cuando ya tienes el poder de decidir en qué empleas tu tiempo, cómo lo manejas, es el momento perfecto para realizar aquellas actividades que, en otro momento de la vida, nos resultó imposible por las responsabilidades, por las ocupaciones, porque había otras prioridades. Y, como lo mencioné unos párrafos atrás, ¡nunca es tarde para comenzar!

Por otro lado, es la oportunidad para disfrutar una de las experiencias más enriquecedoras para el ser humano: transmitir el conocimiento. Que, claro está, no consiste en convertirte en maestro, en crear un curso, sino en comunicar a otros aquello que la vida nos dio el privilegio de aprender. Un conocimiento y unas experiencias que, valga decirlo, pueden ser muy útiles para otras personas.

Uno de los aprendizajes más valiosos que nos dejó el convulso 2020 fue aquel de que necesitamos de los otros, de que nuestra misión prioritaria en la vida es ayudar y cuidar de los otros. Porque, ¿para qué sirven tu conocimiento, tus experiencias, tus dones y talentos, si solo los utilizas para beneficio propio? La lección es tan sencilla como poderosa: lo que no se comparte, no se disfruta.

Por eso, si eres una de tantas personas que desde hace tiempo acuña el sueño de escribir, sin pretensiones de ser profesional, solo por placer, solo porque es un reto personal, ¿qué esperas para comenzar? Recuerda que, para todo aquello que signifique un beneficio para ti y otros, el mejor día para comenzar es hoy. Ayer ya pasó y mañana quizás sea demasiado tarde.

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Estos son cuatro razones por las cuales deberías empezar a escribir:

1.- Las palabras tienen poder. En especial, poder para ayudar, para transformar. No olvides que estamos en la era del conocimiento, que hoy la tecnología es una aliada incondicional que nos ofrece increíbles y poderosas herramientas para transmitir nuestro mensaje. Muchas de ellas, no sobra recalcarlo, son gratis y, además, muy fáciles de utilizar, así que no hay excusa válida.

En el último año, en medio de confinamiento, sin poder disfrutar de la vida social a la que nos habíamos acostumbrado, sin poder compartir con amigos y familiares, percibimos cuánto bien recibimos a través de un “Me haces falta”, de un “Necesito verte”, de un “Cuídate, por favor”, de un “Si me necesitas, aquí estoy para ti”. Es el inmenso poder de la palabra, y de cómo la usemos.

2.- Tienes mucho que decir. Es una triste paradoja: estamos en el siglo de la comunicación y de la tecnología, con poderosas herramientas y canales a través de las cuales podemos transmitir el mensaje que se nos antoje. Sin embargo, al tiempo, estamos en el siglo de las personas solitarias. Y esta, sin duda, es la causa de muchos males actuales, de problemáticas mentales y sociales.

Si algo nos quedó claro desde que las redes sociales, en especial, irrumpieron en nuestra vida hace más de 15 años es que las personas tenían una urgencia de comunicarse con el resto del mundo, una necesidad de ser visibles y reconocidos. Todos, absolutamente todos, tenemos mucho que decir, somos portadores de mensajes valiosos. Nunca hubo tantas facilidades para hacerlo.

3.- Alguien necesita lo que sabes. Una creencia limitante muy poderosa, y muy arraigada, es aquella de creer que lo que te sucede a ti, el conocimiento que posees y la experiencia que acreditas, no tiene valor para los demás. Sin embargo, es falso: te sorprendería comprobar cuántas personas hay por ahí en busca de respuestas, de soluciones efectivas o, cuando menos, de ser escuchadas.

El problema es que nos educaron para pensar en el ‘Yo’ y nos olvidamos del ‘Tú’, del ‘Nosotros’. Los últimos acontecimientos nos dejaron en claro que los demás necesitan de nosotros y que la tarea prioritaria que se nos encomendó es ayudar a otros. Dentro de ti hay un mensaje poderoso que otros requieren con urgencia: no se los niegues. Eres más valioso de lo que piensas.

4.- Escribir es una terapia. Parodiando una imagen popular en redes sociales, Si estás triste, escribe; si estás feliz, escribe; si cortaste con tu pareja, escribe; si necesitas una respuesta, escribe; sea cual sea la situación en la que estés, escribe. Jamás te vas a arrepentir…”. Escribir es un acto de libertad exclusivo del ser humano, una declaración de rebeldía, un capricho y también, un placer.

Escribir activa tu cerebro, lo enfoca en algo específico y hace que te olvides de lo que te preocupa, al menos por un tiempo. Además, gracias a la imaginación y a la creatividad, puedes construir tu mundo propio, tan feliz o tan desastroso como desees. También puedes ser el personaje que quieras, en la fantasía o en la realidad. Escribir, de muchas maneras, es una terapia sanadora.

Nunca es tarde, recuérdalo. No importa la edad que tengas, no importa a qué te dedicas, no importa si acreditas experiencia o si anteriormente fallaste una o varias veces. El ser humano es una criatura tan increíble que desde el primero hasta el último de sus días está en capacidad de aprender. Lo que sea, lo que quiera. Tú decides si te das la oportunidad o si te quedas con la duda…

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Cuando quieres escribir como ‘profesional’, pero eres un ‘amateur’

Desde la niñez, a todos los seres humanos nos programan para que seamos los mejores en todo lo que hagamos: el estudio, el trabajo, las relaciones, los negocios o, inclusive, en los pasatiempos. No basta con disfrutarlo, no basta con sacar algún provecho: tenemos que ser los mejores. El resultado es que esta creencia se convierte en el principal obstáculo, uno a veces insalvable.

Una de las experiencias más tóxicas a las que el ser humano se somete es aquella de asumir la vida como una competencia. Sí, esa mentalidad de “tienes que ser el mejor, el número uno”. Por supuesto, casi nunca logramos ese objetivo. Quizás en alguna actividad, sí, pero no en las demás. Entonces, el resultado es que nos frustramos, nos autoflagelamos, nos llenamos de resentimiento.

Lo peor, sin embargo, es que nos convencemos de que somos unos perdedores. Dejamos que el miedo nos invada, permitimos que la mente se llene de pensamientos tóxicos y negativos que, a su vez, condicionan nuestras acciones y decisiones y entramos en una especie de espiral sin fin y la vida se nos convierte en algo insufrible. Entonces, nos rendimos ante la patética sentencia: “¡No puedo!”.

Es algo que vemos con frecuencia en los niños que practican deporte o que realizan alguna actividad artística, como tocar un instrumento musical. Están tan condicionados por aquella idea de ser los mejores, que la mayoría de las veces sucumben a la presión. No porque no sean buenos, porque carezcan de talento o porque no puedan hacerlo mejor, sino porque no están preparados.

Exactamente lo mismo ocurre con las personas que quieren escribir. Comunicarse es una habilidad incorporada en todos los seres humanos. Todos, absolutamente todos, estamos en capacidad de comunicarnos a través del lenguaje verbal (hablar, cantar), del no verbal y del escrito (escribir, pintar). La diferencia, lo sabemos, es que solo algunos desarrollamos esas habilidades.

En otras palabras, algunos desarrollamos unas habilidades y otros, unas diferentes, cuando en realidad deberíamos aprovecharlas todas. Por lo general, desarrollamos aquellas que son necesarias en el ámbito en el que nos desenvolvemos o, de otra forma, solo las desarrollamos cuando son indispensables. La verdad es que siempre son necesarias, siempre son indispensables.

Pero, claro, somos muy hábiles para hacerles el quite, para pasar de agache. Por supuesto, lo más fácil es hablar, entonces desarrollamos parcialmente esa habilidad del lenguaje verbal. Y digo parcialmente porque cuando tenemos que hablar en público, así sean unas pocas personas, o cuando debemos hacer una presentación formal o ir a una entrevista, descubrimos la verdad.

¿Cuál verdad? Que no sabemos comunicarnos bajo presión, en aquellos ambientes o situaciones en las que nos sentimos a la defensiva. Eso, en pocas palabras, significa que aún no desarrollamos esa habilidad, no al máximo. Y si nos referimos al lenguaje escrito, peor. Acaso aprendemos a tomar notas, pero que no nos digan que escribamos una carta, un ensayo o un artículo.

De nuevo, nos enfrentamos a una realidad decepcionante: el dominio que tenemos de esa habilidad es precario. Y, claro, nos vamos por el atajo, por el camino fácil: “¡No puedo!”. Y sí, todos podemos, absolutamente todos. La cuestión, no me canso de repetirlo, es que no sabemos cómo hacerlo, es que no tenemos un método establecido o, peor, tenemos una idea equivocada.

¿Cuál idea? Que debemos escribir perfecto. Y perfecto, lo repito a cada rato, no escribe nadie. Y mucho menos alguien que escribe de manera esporádica, que no tiene un estilo propio, que no ha diseñado un método de trabajo, que no ha determinado una estructura. El problema es que casi todos somos escritores aficionados, pero queremos escribir mejor que un escritor profesional.

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Y, no, así no funciona. Ni para escribir, ni para cualquier otra actividad en la vida. Profesional no es solo aquel al que le pagan por lo que hace, sino especialmente alguien que hace eso todo el tiempo, que todo lo que hace está relacionado con esa actividad específica. Por ejemplo, un deportista: no solo practica su especialidad, sino que va al gimnasio, se alimenta bien, descansa, en fin.

Por mucho que te guste el tenis, por más que practiques una o dos horas tres o cuatro veces a la semana y compitas con tus amigos el fin de semana o en alguna liga o club, jamás llegarás al nivel de Roger Federer o Rafael Nadal. Y no porque carezcas del talento, que seguro lo tienes, sino porque tienes rutina de amateur y ellos son profesionales. Viven para el tenis las 24 horas del día.

Escribir es una habilidad que todos podemos desarrollar, es cierto. Sin embargo, para ser un buen escritor no solo hay que desarrollar la habilidad y practicar constantemente, sino que además debes pagar un precio. ¿Cuál? El de cumplir el proceso. ¿Cuál proceso? El de escribir mal al comienzo y requerir preparación, disciplina, perseverancia y ayuda para aprender a hacerlo bien.

La gran diferencia entre un amateur y un profesional, en cualquier actividad en la vida, radica en que el profesional hace lo que sea necesario para conseguir el objetivo que se propone. Lo que sea necesario. Aunque implique sacrificio y mucho esfuerzo. Aunque signifique renunciar a otras cosas para enfocarse en eso que desea conseguir. Aunque le cueste sudor y lágrimas, muchas lágrimas.

Si en verdad quieres escribir, pero no quieres llegar a ser un profesional, no te exijas como si lo fueras. ¡Olvídate de las benditas expectativas!, a las que me refiero en esta nota. Ser un escritor aficionado no significa, de ninguna manera, estar condenado a ser un mal escritor. Sácate esa creencia limitante de la cabeza, porque es una gran mentira, simplemente una excusa.

Recuerda: hay un buen escritor dentro de ti y solo tienes que hallarlo, activarlo y disfrutarlo. Y tampoco olvides que el talento viene incorporado, pero que además de la habilidad de escribir debes desarrollar estas otras 10, que son complementarias. Lo que sucede es que es más fácil excusarse con el patético “¡No puedo!” que salir de la zona de confort y hacer lo necesario.

Detrás de esa excusa lo que hay es una gran comodidad. Prefieres jugar con el celular, ver una serie en la televisión, dormir una siesta o irte a charlas con los amigos en vez de hacer lo necesario para descubrir, activar y disfrutar el buen escritor que hay en ti. Y, por supuesto, está bien, nadie puede juzgarte por eso, es tu elección y es respetable. Pero, si quieres escribir, debes cambiar tu mentalidad.

Escribir, créeme, es un inmenso privilegio exclusivo de los seres humanos. Ninguna otra especie de la naturaleza puede hacerlo. Además de ser un placer hacerlo bien, escribir es una terapia que nos cura de la mayoría de los males modernos de la humanidad: estrés, depresión, angustia, soledad o miedo. Y, no lo olvides, es una apasionante aventura de creación y de autoconocimiento.

Desde la niñez, a todos los seres humanos nos programan para que seamos los mejores en todo lo que hagamos. A la hora de escribir, sin embargo, ese calificativo de ser mejores no existe, no se aplica. Puedes escribir para ti, sin compartirlo con nadie, sin publicarlo en ninguna parte, solo por el gusto de crear, porque te diviertes, porque es un reto, porque te ayuda a ser tu mejor versión.

Si no desarrollaste la habilidad, si no tienes un método, si no encontraste tu estilo, si no practicas, jamás escribirás como un profesional. Entonces, no te lapides, no te autocensures: acepta el reto, vive la aventura sin prevenciones y comienza a escribir. Es un proceso que exige paciencia y una alta dosis de disciplina, pero las recompensas son maravillosas. ¡No te las niegues, disfrútalas!

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Estrategias para activar y desarrollar la creatividad y la imaginación (I)

La mente del escritor funciona como la cabeza de un cerillo (fósforo): requiere un chispazo para encenderse. Uno pequeño, no una inmensa llamarada, ni una fogata; apenas un chispazo. Una vez se prende la llama, el resto corre por cuenta de la creatividad y de la imaginación de cada uno. Sin embargo, también hay que tener en cuenta otro factor decisivo: el conocimiento, la información.

Cuando un cerillo se frota contra la pared de la cajetilla, una pequeña cantidad de fósforo rojo de la superficie se transforma en fósforo blanco, que es extremadamente volátil y se enciende al entrar en contacto con el oxígeno del ambiente. Es un chispazo fugaz, que dura tan solo unos segundos antes de extinguirse, pero suficiente para conseguir el objetivo de prender algo.

En un post anterior (Cómo una idea, inclusive mediocre, puede ser un texto digno de leer), es falsa aquella creencia tan arraigada de que requieres una gran idea para sentarte a escribir. La verdad, se requiere solo un chispazo, algo que prenda la creatividad, que encienda la imaginación y que active ese abundante arsenal de experiencias que acumulas y el conocimiento que has adquirido.

En la realidad, sin embargo, cuando vamos a encender el cerillo muchas veces lo forzamos de más y provocamos que pierda la cabeza. O, quizás, no contiene la cantidad de fósforo necesaria para generar el chispazo o, suele suceder, ha perdido sus características y ya no sirve. Es exactamente lo mismo que sucede con las ideas: las forzamos, no son suficientes o son inutilizables.

Una idea, por más que sea la gran idea, por sí misma no es suficiente para escribir. Tal y como lo mencioné en aquella nota, se requiere rodearla de otros elementos que nos permiten construir un texto, una historia. El problema es que la mayoría de las veces nos quedamos en la etapa de tratar de encender el cerillo y, si no lo conseguimos, ahí termina el proceso. Es el tal bloqueo mental.

Que no existe, que es mentira, que es solo la manifestación de nuestra incapacidad para prender el cerillo, para provocar el chispazo que active nuestra creatividad e imaginación. Es un proceso que puede darse de dos formas: automático o manual. El automático surge de repetirlo muchas veces, de entrenar la mente para que nos dé buenas ideas, de exigirla para ponerla en marcha.

La salvedad es que ese automático no significa instantáneo. Requieres tiempo, como cuando vas a cocinar arroz: calientas el agua, viertes el arroz y luego, a fuego lento, dejas que se cocine. Con las buenas ideas sucede lo mismo: pueden aparecer en poco tiempo o quizás se hacen rogar y solo se presentan dos horas después, o al día siguiente. Esto, amigo mío, es parte del proceso de escribir.

El modo manual, mientras, nos exige un poco de ayuda. Esto ocurre, por lo general, cuando vamos a escribir de un tema que no dominamos o que abordamos por primera vez. O, también, cuando la mente está cansada, distraída o enfocada en otro tema, por ejemplo, una preocupación. Entonces, ese chispazo no se da, ese cerillo no enciende y tenemos que tomar otro y forzarlo a prender.

¿Cómo? Realizando alguna actividad que nos permita incentivar la imaginación, desbloquear la mente y dar rienda suelta a la creatividad. Lo primero que puedo decirte es que no hay fórmulas, ni libretos, ni magia. Lo que a mí me funciona, quizás a ti no, o te brinda resultados distintos. Lo único que puedes hacer es probar y validar los resultados; si no funciona, probar con otra opción.

Lo primordial es romper el cerco que te mantiene bloqueado. A veces, por ejemplo, basta con salir al jardín y jugar con tu mascota, consentirla unos minutos y quizás tomarte una taza de café o de té. Después de 10 minutos de receso, es probable (probable, no seguro) que tu mente se haya activado y las ideas comiencen a fluir sin inconvenientes. Entonces, es hora de aprovecharla.

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En otras ocasiones, quizás es necesario salir de casa porque debes cambiar el ambiente, ver a otras personas, conversar con otras personas. Es bueno que salgas solo, de modo que puedas enfocar tu mente en lo que te interesa. Camina un rato, mira las vitrinas de los almacenes, date un gusto y de pronto entra a una cafetería y pide una bebida. O también puedes entrar a la iglesia y orar.

Esas que te acabo de mencionar son estrategias que a mí me dan buen resultado. Si la idea que busco está muy enredada, el paseo fuera de casa quizás se convierte en ir al centro comercial y caminar sin un plan definido. Siéntate en algún lugar y observa a las personas: qué hacen, cómo están vestidas, cómo se tratan las parejas, qué hacen los niños, qué ruido u olor llama tu atención.

El gran secreto de la creatividad y la imaginación está en la observación. El problema es que no nos enseñan a observar en silencio. Este es un ejercicio divertido que me encanta porque activa mi mente con rapidez y la activa en un punto muy alto. Ver a otros, sus comportamientos, sus gestos y sus actitudes son fuente inagotable de creatividad. La conexión se establece a través de la empatía.

Cuando el tema ya es más complicado, es decir, cuando hay agotamiento mental, la solución tiene que ser radical. Mi mejor terapia es jugar al golf. Son al menos 6 horas entre el antes, el durante y el después del juego en los que la mente está enfocada en algo muy distinto y, además, en un escenario propicio para que la imaginación vuele muy alto: al aire libre, rodeado de naturaleza.

Durante la ronda, converso con mis compañeros de juego o con el cadi, de todo y de nada. Me río, me burlo de los tiros malos de otro, celebro mis pocos tiros buenos y mientras tanto, en segundo plano, dejo que la mente vuele libremente. Escuchar los pájaros, el crujir de las ramas al chocar por efecto del viento, el golpe de los palos a la pelota y la adrenalina del juego son los disparadores.

Puedo decirte que muchas de las buenas ideas que plasmo en mis escritos surgieron en un campo de golf o alrededor de una ronda de juego. Me funciona muy bien en especial cuando se trata de un proyecto nuevo o de un tema que requiere mayor elaboración que, por ejemplo, una nota del blog. ¿Qué? Una carta de ventas, el perfil de un avatar, el copy de una página web o el capítulo de un libro.

Si no juegas golf, mi sugerencia es que des un paseo por un parque cercano a donde vives. Que te sientes, solo o en compañía de tu mascota, a dejar que pase la vida, sin hacer nada más que observar en silencio. Y lleva una libreta en la que puedas anotar las ideas que se te ocurren, para que no se te olviden mientras caminas de regreso a casa. Basta con 15 minutos para cumplir el objetivo.

¿Qué observar? A las personas, principalmente, pero también puedes fijar tu mirada en las mascotas de otros, en los árboles, en los pájaros que revolotean entre las ramas. Intenta abstraerte del ambiente y conectarte con el lugar, a ver qué te transmite. Escribe todas las ideas que puedas y las revisas en casa: verás cómo algunas son desechables y otras, increíbles.

La mente del escritor funciona como la cabeza de un cerillo (fósforo): requiere un chispazo para encenderse. Uno pequeño, no una inmensa llamarada, ni una fogata; apenas un chispazo. Una vez logras prender la llama, apela a tu conocimiento, a la información que posees del tema, y deja que las ideas fluyan. Haz una lista y arma una estructura que te guíe. Repite el proceso una y mil veces.

El 99,99 por ciento de lo que el ser humano aprende es producto de un proceso de observación (o de lectura, o de escucha) que le permite entender el proceso y ejecutarlo. El siguiente paso es probar una y otra vez, y otra más, hasta que se convierta en algo automático que funcione igual de bien cada vez. Recuerda: lo básico es prender la chispa de tu creatividad y tu imaginación.

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¿Conocías estos 10 beneficios de escribir un diario?

Comenzar a escribir es un proceso que a la mayoría de las personas les resulta complicado. El miedo a la hoja en blanco, la certeza de que no podrá hacerlo bien y el pánico a la crítica son, entre otras, las razones que las impiden arrancar. Además, está aquella popular falacia del “tienes que leer mucho antes de poder escribir bien”, que actúa como un freno de mano, un impedimento.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchos quieren empezar por el final. ¿A qué me refiero? Quieren estrenarse con la novela que les permita ganarse el Premio Nobel, una obra maestra que, además, llene sus cuentas bancarias y los convierta en personajes famosos. Es por cuenta de esa idea falsa que nos venden los medios y los vendehúmo que pululan por ahí.

Para mí, escribir es un acto de liberación, de gratitud a la vida por haberme dado el privilegio de desarrollar esta habilidad que disfruto tanto. En años anteriores publiqué tres libros, todos sobre fútbol, y no voy a negarte que ese cuarto de hora de fama fue agradable. El contacto con los lectores, la pasión de los hinchas, su retroalimentación, son una recompensa inconmensurable.

Sin embargo, a lo largo de mi trayectoria aprendí a disfrutar también los pequeños éxitos diarios. Que son anónimos, que no se traducen en entrevistas en los medios, ni en sesiones de firma de libros en una feria. Son escritos que parten de dos objetivos: nutrir de conocimiento a otros, por un lado, y brindar unos minutos de entretenimiento, por otro. Y, créeme, también es maravilloso.

Porque, al final, se trata de eso, ¿no? De aprovechar el don de la comunicación para compartir lo que somos, lo que sabemos, lo que sentimos, lo que nos gusta, lo que nos preocupa, lo que nos apasiona. El beneficio es doble: por un lado, sacar conocimientos y emociones que guardamos y que solo tienen valor si son compartidos; por otro, el privilegio de interactuar con otras personas.

El primer consejo que les doy a mis alumnos del curso A escribir se aprende escribiendo es que, si no lo hacen, comiencen a escribir un diario. Que conste que jamás lo hice, por dos motivos. Primero, porque me enseñaron que era algo propio de una etapa de la vida, la adolescencia, y que estaba relacionado con las mujeres. Segundo, porque en esa época no sabía que quería escribir.

Y tampoco conocía los increíbles beneficios que este hábito aporta. Hay diversos estudios que dan cuenta de los efectos positivos de escribir un diario: se trata de un ejercicio saludable y terapéutico. En su libro La escritura terapéutica, la escritora Silvia Adela Kohan, nacida en Buenos Aires (Argentina) y radicada en Barcelona (España), consigna una gran variedad de argumentos.

“Escribir un diario es un compromiso con la realidad interna y con el fuero externo”, explica, es decir, nos ayuda a conocernos mejor, a explorar en nuestro interior y, también, a relacionarnos con el exterior. “Es una buena herramienta de autoexploración y un maravilloso o un doloroso recordatorio”, agrega. ¿Qué significa? Que escribir nos ayuda a reconciliarnos con la vida.

“Escribo un diario para luchar contra la cobardía, vaya si es un ejercicio saludable para mí. Soy mi propia interlocutora. Me atrevo a escucharme y tomo nota. Desato nudos. Deshago grumos. Me impulsa el deseo irrefrenable de dar un nuevo significado al mundo”, asegura. Cuando escribes, descubres facetas que desconocías, te das cuenta de que eres más valioso de lo que creías.

Mientras, Patricia Fagúndez, sicóloga y escritora también oriunda de Argentina, afirma: El diario íntimo tradicional, que consiste básicamente en contar los acontecimientos y las experiencias cotidianas, favorece sobre todo un proceso catártico, es una escritura que te trae alivio inmediato”. Además, dice, “esta escritura terapéutica incluye una elaboración sicológica, una reflexión”.

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Pero, volvamos al punto que originó este artículo: ¿por qué llevar un diario te ayuda a desarrollar la habilidad de escribir? Las razones son múltiples y estoy seguro de que cuando acabes de leer estas líneas tendrás ganas de comenzar tu diario. Ojalá lo hagas, porque también puedo decirte que ese es, apenas, el primer paso para que despiertes al escritor que hay en ti. Veamos:

1.- Crea un hábito. La escritura, lo he mencionado en otros artículos del blog, es tanto una habilidad como un hábito. Si bien hay una versión popular en internet según la cual un hábito se adquiere en 21 días, los especialistas indican que se requieren al menos tres meses. ¿Qué tal si pruebas? Escribes algo en tu diario durante 90 días y quizás ya no puedas dejar de hacerlo.

2.- Inculca la disciplina. La razón por la cual la mayoría de las personas fracasa en su intento por escribir es que no lo hace con disciplina. Escriben hoy un poquito y retoman tres o cuatro días más tarde, o un mes después. Y así no funciona. Tienes que hacerlo todos los días, ojalá a la misma hora, sin distracciones. Entiende que este es un tiempo para ti, un privilegio que te da la vida.

3.- Organiza el pensamiento. Puedes comenzar a escribir una sola idea y luego otra, y otra más, hasta que llenas una página. Pronto te darás cuenta de que tu cerebro te pide que organices las ideas, de que establezcas una jerarquía, un plan. Si lo haces, verás cómo cada vez es más fácil escribir, cómo las ideas fluyen de manera natural sin que tengas que acudir a las musas.

4.- Te conoces a ti mismo. Este, créeme, es el gran secreto del buen escritor. Cuanto mejor te conozcas, más capacitado estarás para enfrentar tus fantasmas, tus miedos, estarás más en control de la situación. Escribir te permite reconciliarte con tu pasado, perdonar tus errores y aceptarte tal y como eres. Luego, solo luego, será una poderosa herramienta para escribir.

5.- Cultiva la memoria. La vida es una sucesión de momentos, de instantes que quedan grabados en la mente y que no se borran. Quedan ahí guardados, a la espera de que los evoquemos, hasta que nos demos la oportunidad de recordar, de volver a disfrutar aquellos sucesos. Escribir ayuda a rescatarlos, con una increíble opción: podemos recrearlos, mejorarlos, hacer que sean felices.

6.- Estimula la creatividad. Como posiblemente ya leíste en alguna nota publicada, y leerás en otras más, la inspiración es una fábula, un recurso del marketing para vender. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que no la necesitamos porque contamos con algo más poderoso: la creatividad, la imaginación. Tu mente es infinitamente más poderosa que un instante de lucidez: ¡utilízala!

7.- Es una terapia. Si estás triste, escribe; si estás solo, escribe; si estás enfadado, escribe; si estás alegre, escribe; si estás agradecido, escribe. También puedes cantar o bailar, pero para mí no hay terapia más sanadora que escribir. Y quizás lo sea también para ti. Es un ejercicio catártico, un acto de rebeldía, de independencia y libertad: cuando escribes, eres el ser más poderoso del universo.

8.- Es íntimo. No tienes que compartirlo con nadie si no lo deseas, no necesitas la aprobación de nadie para escribir lo que deseas. Puedes hacerlo mal, inclusive, y no importa: nadie te juzgará. Te ayudará a reforzar la autoestima, a entender cómo eres y por qué eres así. Esa aceptación, lo digo por experiencia, tiene una increíble propiedad curativa que te permite ser una mejor persona.

9.- Aprendes a gestionar las emociones. Este, sin duda, es uno de los beneficios más positivos. Porque la gran tragedia de la vida moderna es que el ser humano está supeditado a las emociones, a la histeria colectiva, a los miedos impuestos. Escribir, mientras, te permite luchar con ellos y vencerlos. Recuerda que el papel lo aguanta todo: ira, llanto, dolor, felicidad, amor, odio…

10.- Pierdes el miedo. Como mencioné antes, si quieres escribir, comienza por el principio. ¿Qué es? Lo fácil, lo sencillo, lo que puedas controlar. Hazlo entre 5-15 minutos durante una o dos semanas y luego incrementa a 20-30 minutos. Pronto te darás cuenta de que necesitas escribir, de que te gusta hacerlo y, sobre todo, de que PUEDES HACERLO. ¡Habrás ganado una batalla!

Si finalmente te decides a intentarlo, por favor, cuéntame cómo te va…

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