No porque se repita una y otra vez sin cesar, porque esté en la memoria de muchas personas, una mentira se convierte en verdad. Aunque esté muy arraigada en las creencias populares, aunque haya quienes crean que es una verdad sentada sobre piedra, en algún momento la mentira se cae por su propio peso y la verdad sale a flote. Y no creas que sucede solo en las películas y la ficción.
También, en la vida real. Por ejemplo, cuando alguien dice “estoy bloqueado y no puedo escribir”. Se antoja una sentencia, un argumento contundente, pero solo es una mentira. Que surge de los testimonios de algunos escritores y otros artistas famosos que, en algún período de su vida, se enfrentaron a esta eventualidad, pero que está lejos de ser una incapacidad para crear o producir.
En el fondo, lo que sucede es que muchas personas creen que escribir, pintar, cantar, cocinar o cualquier actividad que esté ligada a un proceso creativo depende de lo que llaman inspiración. El Diccionario de la Lengua Española (DLE) define este término, en su tercera acepción, como “El estímulo que anima la labor creadora en el arte o la ciencia”. Como ves, no es un don o algo así.
El premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, uno de los creativos más importantes de la historia, solía decir que sus geniales escritos eran “99 por ciento producto de la transpiración y el restante uno por ciento, de la inspiración”. Es decir, trabajo y más trabajo, investigación, además de conocimiento y sensibilidad. Por supuesto, un poco de magia, un 1 %, no está nada mal.
En 1981, cuando la Academia Sueca le otorgó el Nobel, los periodistas corrieron presurosos a Aracataca, en cercanías de la Sierra Nevada de Santa Marta, a entrevistar a Luisa Santiaga Márquez, la madre del escritor. El objetivo principal era que les contara detalles de la niñez de Gabo, de su crianza, de su juventud y, especialmente, que les revelara el gran secreto.
¿Cuál? La fuente de inspiración del genial escritor. Con el desparpajo habitual de la mujer costeña, les respondió: “¿Inspiración? Lo único que les puedo decir es que Gabo tiene muy buena memoria, porque todo lo que escribe alguien se lo contó”. ¡Plop! Por supuesto, fue una gran decepción para ellos, que no se percataron del detalle importante: antes que escritor, Gabo era un periodista.
La verdad, más que eso: un reportero nato de los de antes, un sabueso de la noticia. Un obsesivo investigador, detallista y paciente, y también un escritor creativo, con una imaginación increíble. Pero, no vayas a cometer otro error común: el de creer que Gabo, o cualquier otro genio de la literatura o el arte, poseía un don. Recuerda: “El 99 % es transpiración y el otro 1 %, inspiración”.
La verdadera magia de Gabo, su secreto, es que estaba muy bien informado. Cada vez que se sentaba frente a la máquina de escribir, en su época de periodista, o del computador, en la de escritor, la historia estaba completa en su cabeza. ¿Eso qué quiere decir? Que ya había procesado toda la información, que ya sabía por dónde comenzar, cómo seguir y adónde quería llegar.
Nada de improvisación, pura información. Uno por ciento de inspiración y 99 % de transpiración, de trabajo. Por supuesto, la imaginación, la creatividad, son parte muy importante del proceso, pero esas capacidades no son exclusivas de Gabo, de Miguel Ángel, de Pablo Picasso o, por ejemplo, de un compositor, de un deportista talentoso como Roger Federer o Tiger Woods.
Eso, por si todavía no te diste cuenta, es una excelente noticia. ¿Por qué? Porque tú, como cualquier otro ser humano, eres creativo, tienes imaginación. Además, si te interesa escribir, estás en capacidad de investigar, de recolectar buena información a través de diversas fuentes; eso también se aprende. Y, por si faltara algún ingrediente, puedes desarrollar esta habilidad.
Porque, en el fondo, escribir es eso: una habilidad. Que, para el caso, Gabo desarrolló, trabajó, pulió y perfeccionó hasta que se convirtió en un escritor superlativo, único. Y, créeme, tú también puedes hacerlo. Quizás no al nivel de Gabo o de algún otro artista reconocido, pero sí en la medida necesaria para escribir un libro. ¡Sí, un libro!, o cualquier otro texto que sea digno de leer.
Es justo decir, sin embargo, que todos los seres humanos estamos expuestos a un eventual bloqueo mental. Aunque hayamos desarrollado la habilidad, aunque tengamos el conocimiento, aunque poseamos la información necesaria, aunque transpiremos mucho en el proceso. Suele ocurrir, principalmente, cuando nos sentamos frente al computador y aún no estamos listos.
¿Eso qué quiere decir? Que no sabemos por dónde comenzar, o cuál será el final, o hay aspectos del texto (o de la historia) que no están definidos. En otros palabras, porque hay cabos sueltos. Y mientras no los ates todos, el bloqueo siempre será una posibilidad latente. Antes de sentarte a escribir, necesitas que todas las piezas del rompecabezas encajen, que no falte ninguna.
El proceso de escribir es, de muchas formas, algo muy parecido a cocinar. Si tienes a mano la receta, si cuentas con todos los ingredientes y sigues el paso a paso lo más probable es que prepares un platillo delicioso. Quizás no sea perfecto, pero podrá comerse sin riesgo de sufrir una indigestión. Quizás después de tres o cuatro intentos, o en el quinto, logras el punto ideal.
El tal bloqueo mental no es más que falta de información, falta de un plan definido, de una historia estructurada y consistente. El tal bloqueo mental no es más que el resultado de un proceso que fue acelerado, que se saltó algún paso. El tal bloqueo mental no es más que la muestra de que te sentaste frente al computador antes de haber armado por completo el rompecabezas.
No basta el conocimiento, no basta el talento, no basta invocar la inspiración: para evitar el tal bloqueo mental tienes que haber creado tu historia, tu relato, completamente en tu cabeza. El ciento por ciento: el 99,9 no sirve, porque en algún momento esa pequeña duda provocará que tu mente quede en blanco. Por supuesto, eso es algo que también se aprende con la práctica.
Puedes comenzar elaborando una lista detallada del paso a paso, como una receta. Estableces la idea de partida y luego, una tras otra, las ideas complementarias que te permiten desarrollar la historia o el relato. Y también el final. No necesitas que esa lista tenga 10 o 100 pasos: con tres o cinco, al comienzo, mientras aprendes e incorporas el hábito, mientras educas tu mente, bastará.
Y, por favor, ni se te ocurra comenzar a escribir pensando en que vas a producir una gran novela, un libro que te signifique un premio. Ve paso a paso, de lo pequeño a lo grande, de lo simple a lo más complejo, de lo que dominas absolutamente a lo que te exige un trabajo de investigación. Eso sí, antes de sentarte a escribir debes haber diseñado el camino que vas a seguir, tu receta.
Por último, no olvides que el hábito hace al monje. Es decir, si solo escribes una vez a la semana o al mes, quizás nunca desarrolles la habilidad o tardes mucho tiempo en alcanzar el objetivo que persigues. Escribe cada día, aunque sea un poco, unos cuantos párrafos, y antes de que te des cuenta se convertirá en una rutina, perderás el miedo y le dirás adiós al tal bloqueo mental.