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10 pequeños momentos que son una genial fuente de inspiración

El famoso y tristemente célebre bloqueo mental del escritor, o del creador de contenido, no es más que un cerebro mal entrenado o, dicho de otra forma, imaginación dormida. Eso significa que, primero, es responsabilidad de cada uno si esa luz está apagada y, segundo, que hay una solución al alcance de la mano. No importa si A y B se aplican a tu caso: ¡siempre hay solución!

Quizás en la niñez tu padre te llevó a la academia a que aprendieras a jugar tenis, que era su pasión. Su sueño era que te transformaras en un campeón. Dedicaste tiempo y trabajo para convertirte en un buen jugador, llegaste a ser el número uno de tu liga y en tu casa hay un lugar especial en el que exhibes los trofeos de aquella época dorada en la juventud.

Sin embargo, cuando ingresaste a la universidad las prioridades cambiaron. El estudio y el tiempo que pasabas con Claudia, tu novia, no te daban la posibilidad de entrenar con la disciplina requerida. Poco a poco dejaste de practicar hasta que un buen día, en silencio y con dolor, tomaste una decisión radical: guardaste la raqueta y pensaste “no volveré a jugar”.

La vida, sin embargo, es maravillosa y te dio una nueva oportunidad. Años más tarde, eras tú el padre que llevaba a su hijo (Joaquín) a la academia para que aprendiera los secretos de este deporte. Que todavía te apasiona, claro. Al verlo a él entusiasmado y disciplinado en la pista, no pudiste contenerte y al regresar a casa desempolvaste la raqueta. ¡Volverías a jugar!

Fue un sábado en la mañana, según la tradición, pero no resultó como lo esperabas, a pesar de la inmensa ilusión que bullía en tu interior. ¿Por qué? No tardaste más que unos golpes en darte cuenta de que estabas oxidado, de que habías perdido la sensibilidad y de que esa habilidad que antaño dominabas fácilmente ahora parecía una prueba insuperable para ti.

Asumo que entiendes el símil. Cuando le enseñas a tu cerebro o a tu cuerpo a realizar una actividad, cualquiera que sea, inclusive una harto difícil que exige mucho trabajo y constancia, en algún momento logras los objetivos propuestos. Toma unos segundos para recordar y te darás cuenta de que tu cerebro y tu cuerpo hacen lo que tú les enseñas o para lo que los entrenas.

¿Entiendes? Esta es una premisa que se aplica a cualquier actividad en la vida. ¡Cualquiera! Sin límites, salvo que tú mismo los impongas como en el caso de la creación de contenido. Es uno de esos momentos en los que las objeciones, las creencias limitantes, los mitos y las mentiras se convierte en una excelente excusa. O, peor, en la justificación para renunciar a tus sueños.

Cuando comencé a escribir, por allá en 1987, carecía de formación más allá lo que había aprendido en las clases de Español en el colegio. Me diferenciaba por mi buena ortografía, pero nada más. No tenía estilo, ni una estructura y tampoco, el hábito. Es decir, comencé de cero. Escribía mal, con incongruencias, con muchas fallas de las que no era consciente.

Además, durante mi niñez y adolescencia, o mi paso por la universidad, fue poco o nada lo que leí. Eso, sin embargo, no fue un obstáculo. Comencé a escribir, a escribir, a escribir. A fallar, a fallar, a fallar, y a corregir. En algún momento, que no puedo determinar con exactitud, me transformé en un buen escritor, uno que producía textos que les agradaban a sus lectores.

El punto de partida del famoso y tristemente célebre bloqueo mental del escritor, o del creador de contenido, obedece a alguna de estas opciones: uno, falta de conocimiento del tema; dos, conocimiento a medias o, de otra forma, falta de información; tres, un cerebro mal entrenado, perezoso, que se niega a activar el chip de la imaginación; cuatro, no ves en tu interior.

Porque, si no lo sabes, todo, absolutamente todo lo que necesitas para comenzar a crear contenidos (independientemente del formato) están dentro de ti. Lo importante, lo valioso, que es la información, los principios, los valores, los sueños, los sentimientos, las reflexiones, las ideas. Lo demás, especialmente lo técnico, lo aprendes en el camino o lo contratas.

Es decir, no hay excusa. Solo tienes que cerrar los ojos, respirar lento y profundo y mirar a tu interior. Abstráete de lo que sucede afuera y concéntrate en todo aquello que ves ahí. Que, seguro, es maravilloso (recuerdos, alegrías, logros) o doloroso (pérdidas, frustraciones). Las pequeñas cosas de tu día a día son una inagotable fuente de ideas para crear contenido.

Pequeñas cosas que por lo general pasan inadvertidas, sin que percibamos su importancia o trascendencia. Situaciones o pensamientos que cada día nos ayudan a construir nuestra vida y que, de acuerdo con el modo en que los gestionemos, nos amargan o nos brindan la felicidad que anhelamos. Y que, aunque no lo parezca, son buenas ideas para crear mensajes de poder.

Antes de mencionarte cuáles son esas fuentes de buenas ideas para la creación de contenido, te invito a hacer una reflexión: lo que tú vives, lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, es lo mismo que viven el resto de seres humanos del planeta. Cambian las circunstancias, los momentos en que se producen y, por supuesto, las consecuencias de cada hecho.

Que, no sobra decirlo, están determinadas por nuestras creencias, miedos, pensamientos y, sobre todo, nuestras emociones. Lo que quiero que te grabes en la mente es que lo que a ti te sucede SÍ (así, en mayúscula) es útil y necesario para otras personas. ¿Por qué? Porque puede ser la respuesta a sus interrogantes, a sus inquietudes; la luz que los conduzca a salir del túnel.

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Vamos, ahora sí, entonces, con esas situaciones fuente de buenas ideas:

1.- La felicidad está en ti. Los seres humanos tendemos a buscar la felicidad en lo material o en los demás, sin darnos cuenta de que está incorporada en el abrazo de tu hijo, la sonrisa de tu pareja, la magia del amanecer, el privilegio de respirar o la satisfacción de ayudar a otro. Dile a tu audiencia cómo experimentas esa felicidad, llama su atención acerca de esos pequeños tesoros.

2.- El pasado ya fue. El ayer, cercano o lejano, suele ser origen de preocupaciones o miedos que nos amargan la vida, el hoy, el presente. El pasado condiciona y determina la forma en que pensamos y actuamos si no somos capaces de cortar ese cordón umbilical. Comparte alguna experiencia en este sentido y sé explicito especialmente en cómo superaste la situación.

3.- Trata a los demás con te gusta que te traten a ti. Vivimos en un mundo frenético, histérico y, sobre todo, particularmente violento. Somos reactivos y hacemos de la agresividad, de la ofensa, un hábito. Todos los hemos sufrido y todos, también, lo hemos provocado. Relata de qué manera esto te afectó y cuenta cómo es la forma en que te gusta ser tratado.

4.- Rendirte es el único fracaso. Por lo general, tenemos pánico del fracaso y, en especial, de lo que piensen los demás cuando fallamos. Sin embargo, la sabiduría de la vida, el aprendizaje más valioso, surge de los errores que cometemos. Comparte alguna situación en la que el resultado no fue el esperado, cómo te sentiste, cómo lo superaste y qué aprendiste.

5.- Lo que piensen y digan de ti no te define. A los seres humanos, a todos, nos afecta la percepción que otros tienen de nosotros. Es algo que nos enseñan en la niñez y que luego nos encargamos de cultivar nosotros mismos. ¿Cuál ha sido esa opinión que te afectó?, ¿de qué forma lo hizo?, ¿ya lo superaste? Compartir esta experiencia ayudará a muchas personas.

6.- Lo que das, regresa a ti. En especial, si lo das de manera generosa y desinteresada, sin esperar nada a cambio. Y regresa convertido en múltiples bendiciones. Es el círculo virtuoso y maravilloso de la vida, que nos enseña que llegamos a este mundo con una sola tarea: la de ayudarnos los unos a los otros. Comparte alguna experiencia que refleje esta situación.

7.- Casi todo mejora con el tiempo. Aunque a veces, muchas veces, la vida nos enseña que la temible Ley de Murphy (“Todo aquello que está más puede empeorar”) es real. Siempre que llovió, escampó y el sol volvió a brillar; después de un momento aciago, la vida te brindó días de felicidad. ¿Recuerdas alguno en especial? Cuéntale a tu audiencia cómo fue el cambio.

8.- Se hace camino al andar. Cada ser humano es único, al igual que la tarea que le fue encomendada a su paso por este mundo. Esa es una realidad incuestionable y, sin embargo, son muchas las personas que viven una vida ajena. ¿Te sucedió a ti en algún momento? O, quizás, ¿conoces a alguien? Tu testimonio puede ser la luz que ilumine el camino de otro.

9.- Lento, pero seguro. Como dicen, “Roma no se construyó en un día”. La vida es un proceso y hay que vivir y, sobre todo, disfrutar cada etapa, sus características, sus oportunidades. Todos, sin embargo, queremos ir más rápido y lo único que logramos es estrellarnos contra el planeta. ¿Cómo fue tu estrellada? ¿Cómo te recuperaste? Sin duda, muchos querrán saber la respuesta.

10.- Atraes lo que sale de ti. “Si te preocupa lo que recibes de la vida, revisa bien lo que tú le ofreces a ella”, reza una frase que abunda en internet. Recibes lo que das, para bien o para mal, un aprendizaje que suele ser doloroso y, muchas veces, complicado. Y todos hemos sido víctimas de esto, así que todos podemos brindar un testimonio valioso. ¿Cuál es el tuyo?

Como ves, esos momentos insignificantes del día a día, si los aprecias en profundidad, son una fuente valiosa de experiencias y aprendizaje que otros necesitan. Entiende, así mismo, que el gran problema del ser humano es encontrar respuesta o explicación a lo que le sucede, de ahí que nuestras vivencias son útiles para otros. No te niegues el privilegio de ayudarlos.

Algo más: por favor, despójate de esa creencia limitante según la cual “lo que me sucede a mí no le interesa a nadie”. La verdad es que tu historia no solo les interesa a muchos, sino que también les sirve, es un espejo en el que pueden verse o, de otra manera, un modelo de lo que les puede ocurrir si replican tus errores. Eso sería cerrar las puertas de un universo maravilloso.

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Las claves creativas del contenido de impacto para 2024, según Adobe

Parte del bombardeo mediático al que somos sometidos a diario, en especial en esta época de comienzo de año, es el de las tendencias. Los gurús que presumen de la bola de cristal nos dicen cómo, según ellos, va a ser la vida en prácticamente todos los ámbitos. Predicciones que lejos están de ser inocentes, que responden a intereses particulares y por lo general no se cumplen.

El diccionario nos dice que tendencia es “Propensión o inclinación en las personas y en las cosas hacia determinados fines”, por un lado, o “Idea religiosa, económica, política o artística que se orienta en determinada dirección”. Las famosas tendencias no son más que una herramienta de los estrategas de la manipulación para guiarnos hacia un objetivo o comportamiento específicos.

¿Recuerdas la minifalda? A mediados de los años 60, esta diminuta prenda, revolucionaria y contestataria para la época, causó un gran revuelo. Surgió en Inglaterra y por cuenta del cine y la televisión cruzó el Atlántico y en Estados Unidos causó furor. Allí se convirtió en tendencia y en una moda que, hoy todavía, se resiste a desaparecer. Y cada tanto regresa, claro, como una tendencia.

Las tendencias intentan fijarnos un camino: cuantas más personas decidan tomarlo, mejor para quienes crearon y están detrás de ella, de quienes reciben los mayores beneficios (en especial, los económicos). O, quizás, una idea a partir de la cual un político o un partido político establece un mensaje. En Colombia, por ejemplo, el “Nos vamos a volver Venezuela” causó grandes estragos.

Fue una tendencia enarbolada por líderes de opinión, medios de comunicación, catedráticos y ciudadanos del común afines con la ideas de la derecha extrema. Estigmatización, discriminación y polarización fueron algunos de los resultados de ese camino que muchos decidieron seguir. Uno que, con el paso del tiempo, desveló una mentira y dejó traslucir, más bien, intereses ocultos.

Eso, sin embargo, no significa que todas las tendencias sean manipuladoras o perversas, porque las hay positivas. O que tengamos que hacer caso omiso de ellas. Cuando no están revestidas del halo de la manipulación, las tendencias nos sirven para conocer comportamientos predecibles de las personas, del mercado. Que, valga recalcarlo, no son verdades sentadas en piedra, irrefutables.

Son menos subjetivas que la intuición, la simple sospecha o el olfato, que muchas veces son el soporte de las decisiones de personas o negocios. En el mundo actual, especialmente en el nivel de las grandes ligas, las marcas y empresas se toman muy en serio las tendencias. Sí, que son dictadas por ellas mismas en función de sus intereses, pero no están tan contaminadas por la manipulación.

Si bien me confieso contrario a las tendencias, y dudo de la veracidad de la mayoría, hay casos que, sin duda, vale la pena considerar. Por estos días, en internet me encontré una publicación en la que Adobe, el gigante de servicios digitales en la nube, padre de la suite de Photoshop y muchas más aplicaciones fantásticas, expuso las que, a su juicio, serán las “tendencias creativas de 2024”.

¿Qué nos propone Adobe? “Contenidos (básicamente, imágenes) relajantes, creativos, dinámicos y llenos de nostalgia”. ¿De qué se trata? Contenidos que combinan inteligencia artificial (¡claro, no podía ser de otra manera!) y 2D y 3D, entre otros elementos. Sin embargo, no es algo cosmético, estético, porque lo fundamental es el mensaje, el impacto que puedes transmitir con palabras e imágenes.

Veamos un poco de qué se trata cada una de las propuestas de Adobe:

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1.- Contenidos relajantes.
Hoy, más que nunca, después de episodios traumáticos que marcaron nuestra salud mental como la pandemia, sin dejar de lado la agobiante cotidianidad, el ser humano busca paz y tranquilidad. El equilibrio es una prioridad y, a diferencia de lo que sucedía en el pasado, las personas estamos más abiertas a cambios y desapegos si lo que obtenemos a cambio es mayor bienestar general.

En términos de consumo de contenidos, son cada vez más las personas que se incomodan por tanta sangre, tanto dolor, tanta toxicidad. Somos más sensibles a ciertos estímulos negativos o agresivos a los que estábamos acostumbrados o a los que no les prestábamos atención. Hoy, en cambio, nos incomodan y queremos evitarlos, queremos sustituirlos por positivos y constructivos.

“Las marcas pueden aprovechar para incorporar elementos visuales fluidos y relajantes que calman los sentidos”, dice Adobe. A eso le agregaría mensajes que te inviten a reflexionar, a cuestionarte sin juzgarte, a explorar para conectar con tu poder interior y sacar a relucir tu mejor versión. Son contenidos inspiradores, propositivos, que sean fuente de paz y tranquilidad, y de felicidad.

2.- Asombro y alegría.
Hoy, producto de los duros golpes recibidos en los últimos años, y también de la incertidumbre reinante, las personas queremos vivir no solo experiencias nuevas, sino que además sean gratificantes, enriquecedoras y divertidas. Aquello de “la vida es un ratico” dejó de ser el coro de una conocida canción del colombiano Juanes y se convirtió en la premisa de vida de muchos.

Estamos aquí, en este mundo, para aprender y disfrutar, no para sufrir. Si bien lo que sucede a alrededor en la mayoría de las ocasiones es ajeno a nuestro control, también es cierto que la calidad de las experiencias que vivimos está determinada por las elecciones que hacemos, por las decisiones que tomamos. Y queremos consumir mensajes que nos hagan reír, que nos reconforten.

En ese contexto, no solo es crucial el contenido de tu mensaje, sino la forma en que lo emites, lo presentas. El uso de herramientas como la inteligencia artificial y otras más, los videos cortos y las imágenes atractivas te ayudarán a generar un mayor impacto. Por supuesto, lo crucial es el valor que puedas transmitir: sorprende a tu audiencia, rompe esquemas y, sobre todo, ¡sé auténtico!

3.- Dinamismo.
La dinámica de la vida es el cambio, ¿lo sabías? Más en estos tiempos modernos en los que los cambios se suceden con tanta rapidez que a veces no los percibimos, no los disfrutamos. Si bien el ser humano suele resistirse al cambio, a salir de la zona de confort, los últimos acontecimientos nos han enseñado que esa es una necedad: los cambios se darán, aunque nos guste o no.

Si bien es errado decir que los contenidos estáticos están en desuso, la verdad es que los que incorporan dinamismo, con efectos 2D y 3D, son los que mayor impacto generan hoy. Y, no lo olvides, deben ser divertidos, también. En medio de la estresante rutina, de la caótica realidad, el ser humano (¡todos!) busca pequeños oasis que le aporten algo de relax, le arranquen una sonrisa.

Ten cuidado de no sobrepasar el límite de lo agradable: exceso de efectos, más si no son útiles para darle fuerza al mensaje que transmites, es perjudicial. Estos elementos son convenientes si ayudan a que tu mensaje genere un mayor impacto y, además, sirvan para diferenciarte de la competencia. No temas en probar otros formatos, pero tampoco caigas en la trampa de las múltiples identidades.

4.- La nueva nostalgia.
Recordar es vivir, ¿cierto? Más si se trata de recuerdos gratos de la infancia y la juventud, en especial. Lo retro, quizás lo sabes, siempre está de moda, ¡siempre! Reconectar con ese pasado grato y feliz es una de las estrategias de persuasión más efectivas que utilizan las marcas y los líderes que influyen en el pensamiento y, por ende, en el comportamiento de las personas.

Cuando somos sometidos de manera repetida a estímulos negativos, dolorosos, los seres humanos nos aferramos a lo que nos brinda paz, tranquilidad y felicidad. Por eso, recurrimos al baúl de los recuerdos de la memoria, en especial, de los positivos e inspiradores. Esa conexión con el pasado es muy poderosa y, además, inevitable, una tendencia en la que Adobe es toda una experta.

Los contenidos que involucran experiencias a través de las cuales tu audiencia pueda sentirse identificada, y cuyas raíces estén en un pasado de grata recordación, son pertinentes. Lo que no puedes perder de vista es la importancia de la conexión emocional: es a través de ellas que puedes atraer la atención de otras personas. Esa es la gran oportunidad para transferirles valor.

Repito: no soy muy amigo de las tendencias, pero, esta en particular me llamó la atención. ¿Por qué? Porque más que una tendencia para 2024 es una necesidad del mercado en estos momentos en los que la salud mental está golpeada y el bienestar es prioridad. Hay demasiada pornobasura en internet, en los medios, en la vida real, y el único antídoto efectivo es el contenido de calidad.

Este fenómeno de infoxicación, de contenidos tóxicos que nos abruman, sucede en particular porque las personas, como tú, que están en capacidad de generar contenidos de valor, no lo hacen. Por miedo, por pensar que a nadie le interesará, por creer que la gente está muy ocupada y no le prestará atención, por lo que sea: ninguna de estas razones es cierta, es tan solo una excusa…

A este mundo le faltan personas que se despojen de sus miedos, de las prevenciones del qué dirán los demás, y se atrevan a compartir aquello tan valioso que atesoran: su historia, su conocimiento, sus experiencias, el aprendizaje de sus errores y, sobre todo, su mensaje. Más que una tendencia creativa, como las definió Adobe, se me antoja una oportunidad de darle al mundo tu legado. ¿Te animas?

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“Inspiración, ven a mí (por favor…)”: no te lo creas, ¡ella ya está en ti!

Ese es un clamor que escuchamos sin cesar, en especial cuando vamos a comenzar un proceso creativo. Que no se limita a la escritura, sino que abarca también la música, la pintura, la escultura y hasta la cocina. Es decir, todos aquellos en los que la creatividad es un ingrediente básico, el que le da el toque original a tu producción, el que te diferencia del resto.

Los seres humanos, quizás por nuestra naturaleza, también porque es lo que nos enseñan en la niñez y lo que reforzamos durante el resto de la vida, nos obsesionamos con buscar lo que ya poseemos. La versión más perversa es que nos obsesionamos con comprar algo inmaterial que nadie puede ofrecernos: la salud, la felicidad, el amor, la paz, la imaginación y la creatividad.

Todos nacemos saludables, en esencia. Inclusive, las personas con algún tipo de discapacidad pueden vivir una vida normal si consiguen adaptarse. Lo demás, la conservación de esa salud, depende de cada uno: de los hábitos que adquirimos, de nuestro comportamiento, de cuánto amamos y respetamos nuestro cuerpo, de cuánto lo cuidamos, lo cultivamos, lo potenciamos.

Todos tenemos mil y un motivos cada día para ser felices. Sin embargo, son muy pocos los que aseguran ser felices. El problema es que nos dicen que la felicidad es un destino, y no es así; nos dicen que la felicidad es un estado, y no es así. La verdad (al menos, así lo creo), es que la felicidad es una actitud que nos permite disfrutar la vida, inclusive en los momentos difíciles.

Todos nacemos rodeados de amor, fruto del amor. Y tenemos la posibilidad de brindar amor. De mil y una forma, en todas y cada una de las situaciones de la vida. Amor de padres, amor de hijos, amor de hermanos, amor de amigos, amor de cuidadores (de nuestras mascotas, por ejemplo), amor en general, que se disfraza de caridad, de generosidad, de solidaridad.

Todos tenemos tanta paz como deseemos. Por supuesto, hay circunstancias que no es posible controlar, que se presentan como aprendizajes camuflados que encierran alguna lección para nosotros. Luego, esa paz dependerá de la calidad de personas las que te rodees, de que te alejes de personas y ambientes tóxicos que nada te aportar, que seas tu propia prioridad.

Y, ya lo supondrás, todos tenemos imaginación y creatividad. Y no una dosis limitada, ¡sino toda la que es posible atesorar! La imaginación y la creatividad están ahí, son parte de la configuración de origen de todos los seres humanos, pero cada uno tiene que encontrar cómo se manifiesta, cuál es la habilidad que te permitirá generar un impacto positivo con ellas.

¿Entiendes? No tienes que salir a buscarlas en ninguna parte. Nadie te venderá imaginación o creatividad, nadie te las transferirá, porque ya están en ti. De hecho, y esto es importante que lo comprendas, nadie te enseñará a ser imaginativo o creativo: tú, solo tú, podrás descubrir para qué te sirven, cómo utilizarlas. La premisa es que sea en beneficio de otros.

Cuando una persona me pide que le ayude a escribir, lo primero que me interesa que esté claro es que ya sabe escribir. Es decir, no vamos a partir de cero, sino que vamos a identificar en qué punto del proceso se encuentra, cuáles son las virtudes que tiene y, por supuesto, las dificultades que le impiden avanzar. Por lo general, más que dificultades se trata de miedos.

Miedo a fracasar, miedo a quedarse a mitad del camino, miedo a que lo que escribes no le guste a nadie, miedo a la crítica negativa, miedo a que a nadie le interese… Lo primero que hay que entender es que escribir es una aventura llena de riesgos: solo los que están en capacidad de asumir, de vencerlos, pueden escribir textos, contenidos u obras dignas de leer y recordar.

Pero, volvamos al comienzo: la inspiración no llega a ti porque ya está en ti. No necesitas ir a buscarla en ningún lado, porque ya la tienes. Está en todos y cada uno de los gratos recuerdos de tu niñez, en los momentos inolvidables que has vivido con tus amigos, en los instantes felices que experimentaste con tu familia, en las risas que compartes cada día con tus hijos.

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Está, así mismo, en esos logros que tanto te costaron y de los cuales te sientes muy orgulloso, o en el conocimiento que has adquirido gracias a tu disciplina y disposición para aprender. O en los maravillosos libros que has leído desde la niñez, o en las canciones que escuchas y que te transportan a escenarios increíbles o en las series y películas que has visto una y otra vez

El problema con la imaginación y la creatividad es que creemos, porque así nos lo enseñan, que están ligadas a algo extraordinario. Y la verdad es distinta: las mejores ideas, aquellas que marcan la diferencia y que atraen la atención, son aquellas que están ligadas a lo que tantas veces pasamos por alto: los pequeños detalles y las emociones. ¿Habías caído en cuenta?

Todo, absolutamente todo lo que está a tu alrededor, lo que sucede a tu alrededor, es una inagotable fuente de imaginación y creatividad. Sin embargo, lo más valioso se encuentra en los detalles y en las emociones. Para apreciar y aprovechar los detalles debes usar estas dos habilidades: observar y escuchar. Te ayudarán a activar tu imaginación y tu creatividad.

Las emociones son tan poderosas que condicionan lo que pensamos y lo que creemos, en consecuencia, también lo que hacemos. Cuando estamos alegres y confiados, nos sentimos invencibles; mientras, en medio de la tristeza y la confusión somos vulnerables. Cuando la vida nos sonríe con salud, bienestar y prosperidad, los miedospasan a un segundo plano.

Mentiría si te dijera que es posible dominar las emociones: nadie lo hace. Sin embargo, sí es posible aprender a tomar distancia de ellas, abstraerte de su entorno. Así, les quitarás el poder que ejercen sobre ti, evitarás que jueguen contigo. Esa, créeme, es una de las habilidades que un buen escritor (o cualquier otro creativo, sin importar la especialidad) debe aprender.

Las emociones que experimentas en las diferentes circunstancias de tu vida son una increíble e ilimitada fuente de inspiración y creatividad, siempre y cuando no te dejes llevar por ellas. Si puedes verlas en perspectiva, te servirán para ver esos pequeños detalles que los demás omiten, para descubrir los secretos que esconden esas situaciones debajo de lo obvio.

No pretendas que la inspiración, la musa o como la quieras llamar, llegue a ti y te ilumine. Eso no va a ocurrir. Es una mentira que se ha propagado con el fin de venderte productos que, en teoría, te van a permitir inspirarte. Sin embargo, repito: es una mentira. La inspiración está dentro de y solo tienes que descubrir cómo activarla, tomar control de ella y aprovecharla.

Tu tarea consiste en saber qué te inspira: ¿la música? ¿La lectura? ¿El deporte? ¿El cine? ¿Una actividad al aire libre? ¿Jugar con tu mascota? ¿Salir con tus amigos a tomar cerveza? ¿Estar con tu pareja? ¿Caminar solo por un parque? ¿Meditar? ¿Conversar con tus padres o con tus abuelos? ¿Ayudar a tus hijos con las tareas escolares? ¿Qué es, en últimas, lo que te inspira?

La buena noticia es que no es una sola actividad, no hay una sola fuente. De hecho, lo más probable es que sea una combinación de varios o, por qué no, de todas las anteriores (y, claro, de algunas más que solo tú conoces). Una vez lo hayas identificado, enfócate en las emociones que experimentas en esas situaciones, en los pequeños detalles que la mayoría omite.

Una pista: eso que tantos llaman inspiración no es más que una oportunidad. Si la dejas ir, tienes que crear una nueva, propiciar otra. Pero, por favor, no olvides lo importante: la imaginación y la creatividad están en ti, así que cuanto mayor sea tu autoconocimiento, mayor será la información que obtendrás de ese apasionante viaje a lo más profundo de tu interior.

La próxima vez que te den ganas de invocar a la tal inspiración (que no existe), más bien despójate de los miedos y acepta la aventura de explorar en tu vida (pasado y presente) y en tus sueños e ilusiones (futuro). Profundiza tanto en lo doloroso, como en lo que te produjo placer, en lo que te hizo llorar y lo que te provocó felicidad. Luego, deja correr la imaginación

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Te comparto la clave de mi éxito como escritor (y no es talento)

Comenzar a escribir sin que el proceso termine en una rápida frustración o que se convierta en una tortura es una de las tareas más difíciles para cualquier persona. Algo que, en términos normales, no debería ocurrir, en virtud de que a todos, absolutamente a todos, nos enseñan a escribir en la escuela primaria. Y, además, porque escribimos todos los días de nuestra vida.

Mi amigo y mentor Álvaro Mendoza suele decir que una vez que aprendes a montar en bicicleta, jamás se te olvida. Aunque pasen años sin pedalear, cuando retomas es como la primera vez: después de unos cuantos metros de recorrido, eres un experto”. Con la escritura sucede exactamente lo mismo: una vez que aprendiste, nunca vas a olvidar cómo hacerlo.

Por eso, resulta insólito y prácticamente inaceptable que alguna persona, un adulto que cursó la primaria, la secundaria, que se formó en la universidad y que eventualmente tiene un título de un grado superior (maestría, diplomado, especialización) te diga “yo no sé escribir”. Cuando escucho esas cuatro palabras, de inmediato viene a mi cabeza la pregunta obvia. ¿Sabes cuál?

¿Cómo hiciste, entonces, para aprobar todas las materias en ese recorrido? ¿Cómo hiciste para estudiar?Porque una buena parte del estudio consiste en tomar notas, en escribir ensayos o informes, en responder exámenes o pruebas (las orales son menos frecuentes). ¿Si en verdad no sabes escribir, cómo aprobaste? Ahora, algo distinto es que no eres un escritor profesional.

Y no necesitas serlo, vamos a dejarlo claro. De la misma manera que, por ejemplo, no tienes que ser profesional del tenis y vencer a Roger Federer para disfrutar el juego los fines de semana con la familia o los amigos. Ni tienes que ser un chef laureado con estrellas Michelin para preparar un delicioso asado, un lomo al trapo o un rico arroz para tus invitados.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que nos han metido en la cabeza la idea de que “tienes que escribir muy bien”. Y ese “muy bien” es mejor que Gabriel García Márquez. Y no, no lo vas a conseguir. Aunque te esfuerces mucho, aunque trabajes mucho, aunque dediques mucho tiempo, no lo vas a conseguir. Esa es la cruda realidad.

Sin embargo, eso no quiere decir, de manera alguna, que no puedas ser un buen escritor o que, simplemente, no puedas escribir bien. Puedes hacerlo, eventualmente puedes hacerlo bastante bien, mucho mejor que el promedio de las personas. Claro, necesitas algún aprendizaje especializado y, en especial, práctica, mucha práctica, de la que hace al maestro.

Te confieso algo: por allá en el año 1998, cuando hacía mis primeros pinitos como periodista integrante del equipo de la Revista ALÓ, recién salido de la universidad (no graduado), recibí cálidos elogios por mi trabajo. De hecho, me asignaban con frecuencia los temas más importantes, las entrevistas de personajes como Raphael, Rocío Dúrcal o María Eugenia Dávila.

Y fueron esos escritos los que, además, me abrieron las puertas del periódico El Tiempo, por aquel entonces el más importante del país, el paraíso para un aprendiz de periodista. Hoy, sin embargo, veo esos artículos que me publicaron y siento pena. ¡Me parecen terribles! La redacción es enredada, se nota la inexperiencia y temo haber desaprovechado a los personajes.

Por supuesto, sé que era parte de un proceso. Hoy, cuando me aproximo a los 35 años de trayectoria, he mejorado mi estilo un millón por ciento, me he convertido en un escritor profesional y mis textos despiertan cálidos elogios. Que no me obnubilan, pero que sí me motivan y me indican que algo se ha avanzado en este difícil proceso de ser un escritor.

Algunas personas me dicen que tengo mucho talento (gentileza que les agradezco) y otras más arriesgadas me dicen que hago magia con las palabras (algo que, discúlpenme, no creo posible). Honestamente, creo que mi éxito es haberle hecho caso a Gabo: “Escribir es un 99 por ciento de transpiración y un uno por ciento de inspiración”. Y sí, llevo casi 35 años transpirando.

Casi todos los días, porque casi todos los días escribo. Hasta podría decir que un día sin escribir es un día incompleto. No solo que es mi trabajo, que vivo de ello, sino que, especialmente, lo disfruto. Y mucho. Esta, sin duda, es la clave del éxito: que escribir, para mí, no es un trabajo, no es una obligación, sino un placer, una actividad que me permite expresar lo que soy.

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¿Talento? Todos, absolutamente todos, tenemos el talento. ¿Aprendizaje? Como mencioné al principio, todos, absolutamente todos, aprendemos a escribir en la niñez. Claro, hay un factor determinante que es la práctica continua, pero créeme que no es suficiente. Y tampoco, aunque lo parezca, es lo más importante: este es un rubro reservado para el método.

¿Qué es método? Para comenzar, es mucho más que la rutina, que es indispensable. Nadie, absolutamente nadie, puede escribir si carece de una rutina. Escribir, lo he mencionado antes, es una habilidad incorporada en todos los seres humanos, pero explotada por unos pocos. Una habilidad que exige una rutina que se manifiesta en disciplina, constancia, responsabilidad.

En este apartado, hay varios problemas comunes. Para comenzar, el tema de la tal inspiración, que no existe. Existen, sí, la imaginación y la creatividad, dos poderosos recursos que seguro tú tienes. Sin embargo, son muchos los que se quedan a la espera de la llegada de la musa, que no aparece ni en sueños. Esta, créeme, es tan solo una excusa fácil para justificar los miedos.

En segunda instancia, estos, los miedos. “No puedo hacerlo”, “No sé escribir”, “No tengo tiempo” y otros tantos. Miedos que son muy fáciles de disipar, porque su origen es casi siempre el mismo: que nunca lo intentas. Cuando en verdad le pongas interés, trabajes y te des una oportunidad, verás cómo cambian los resultados. Pero, ¡tienes que comenzar!

En tercer lugar, las benditas expectativas. Que son exageradas, que carecen de sustento. Porque si no has desarrollado la habilidad, si no tienes una rutina establecida, sino has creado tu propio método, más temprano que tarde te vas a frenar, te vas a bloquear. Pero, no porque te falten imaginación o creatividad, sino porque abordas la situación de manera equivocada.

No puedes pretender ser un campeón de tenis después de la primera clase, es claro. Escribir es, de muchas formas, algo similar al golf. ¿Alguna vez lo jugaste? Yo lo hago a nivel recreativo, con un nivel muy discreto, pero lo disfruto. Por eso, justamente por eso: porque es similar al proceso de escribir. Sobre todo, porque es un reto personal, porque el rival eres tú.

En una ronda de golf, puedes dar entre 65 y 140 golpes, si eres muy bueno o muy malo. Sin embargo, cada golpe es distinto, una nueva experiencia. Y pegarás algunos sobresalientes, de esos que no se olvidan, que justifican el tiempo invertido y que hacen olvidar los demás (los malos). Escribir es así: a veces lo haces muy bien y otras, sincera y tristemente mal.

Lo importante es que no te desanimes por los malos golpes (que, por supuesto, no son agradables y es difícil aprender a digerirlos), como tampoco por los malos escritos. En la medida en que perseveres, en que practiques, en que desarrolles la habilidad y tengas una rutina y un método propio, mejorarás. Quizás no llegues a ser un buen jugador, pero mejorarás.

Ah, y no olvides el último componente, que es indispensable: el mentor o el profesor, como prefieras llamarlo. Aunque no quiera ser competitivo, un golfista necesita de vez en cuando tomar unas clases, atender los consejos del profesional. Si eliges hacerlo por tu cuenta y riesgo, de manera intuitiva, te demorarás mucho en avanzar y disfrutarás mucho menos.

Comenzar a escribir sin que el proceso termine en una rápida frustración o que se convierta en una tortura es posible, créeme. Cualquiera lo puede hacer, ¡tú lo puedes hacer!, sin duda. Dejar atrás los miedos, aceptar el reto de escribir, de adentrarme en nuevos géneros y probar formatos distintos me ha permitido ser mejor escritor y, también, una mejor persona.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que a través de la escritura, de mi trabajo como escritor, como periodista, como copywriter, puedo cumplir el propósito de mi vida. No era el único camino para conseguir el objetivo, pero no me cabe duda de que es el más acertado y, como ya lo mencioné, el que más disfruto. Y al fin de cuentas de eso se trata la vida, ¿no?

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No hay magia, ni fórmulas perfectas: solo haz lo necesario y funcionará

La principal fuente de las dificultades que enfrentamos, en especial al emprender una actividad de la que conocemos pocos, es aquella de dejarnos llevar por lo que dicen otros. Algo que, en estos tiempos de infoxicación y noticias falsas, de autoproclamados gurús de internet, nos obliga a ser cuidadosos, a leer la temible letra pequeña y, en especial, a no creer todo lo que se publica.

El problema, porque siempre hay un problema, es que nos comemos esas versiones que abundan por doquier, no solo en internet, y no tardamos en darnos cuenta del error. Y, claro, la decepción es grande, la frustración es incómoda y la sensación del “no puedo hacerlo” se convierte en un feroz enemigo, difícil de vencer. Es un tema frecuente cuando hablamos de desarrollar la habilidad de escribir.

Porque, y esto no me canso de repetirlo, todos, absolutamente todos los seres humanos que alguna vez pasamos por una escuela primaria, sabemos escribir. Aunque hayas sido el peor alumno de tu curso, aunque tus calificaciones hoy te avergüencen, aunque creas que lo haces muy mal. Y, por supuesto, lo hacemos todos los días en diferentes ámbitos de la vida.

Esta, precisamente, es la primera mentira que hay que derrumbar: si te dicen que te van a enseñar a escribir, sospecha. ¡Ten cuidado! Salvo, claro está, que tu intención sea la de convertirte en un escritor profesional, en alguien que va a vivir de este oficio. En ese caso, debes preocuparte por hallar una escuela reconocida, un mentor que te demuestre que tiene la capacidad para enseñarte.

Porque, y esta es otra de las falacias del mercado, hay muchas personas que reúnen vastos y valiosos conocimientos, que acumulan una meritoria experiencia. Sin embargo, no son capaces de transmitir esos conocimientos a otros, su mensaje carece de empatía, no genera el impacto deseado. Hay que investigar, hay que preguntar, porque corres el riesgo de equivocarte feo.

Otra variante de este problema es que te encuentras con expertos que se conocen la teoría, que la recitan al pie de la letra, pero que en la práctica, en el ejercicio del oficio, presentan carencias grandes. Profesores de marketing que jamás crearon una empresa, que nunca vendieron; periodistas que pasaron fugazmente por un medio, pero que no escriben, no publican nada.

Dado que la escritura es una habilidad, no existe un modo perfecto, ni una estrategia que les funcione a todas las personas. Necesitas unos conocimientos, básicos, que los adquieres en el colegio, y algunos otros más especializados, que solo los puedes obtener de quien ejerza el oficio, de quien esté en el barro ensuciándose las manos. ¿Entiendes? Alguien que sepa escribir.

Así mismo, es fácil confundirse con versiones que te dicen que escribir es fácil y, al tiempo, otras que te ofrecen la versión contraria: que es algo complejo. Lo cierto es que ambos extremos encierran una mentira y algo de verdad. La mentira es que no es un tema de blanco o negro, pues hay muchos matices; la verdad es que depende de tus objetivos, de qué clase de escritor quieras ser.

La escritura, además de una habilidad que cualquier ser humano puede desarrollar tan bien como desee, también es una disciplina. Es decir, no creas eso de que no naciste con talento o, también, de que tienes todo el talento del mundo. Todos los seres humanos, absolutamente todos, nacemos con talento, pero la diferencia está en qué hace cada uno con esos dones que recibió de la vida.

Algunos los trabajamos, los mejoramos, los desarrollamos, los convertimos en algo superlativo, muy por encima del promedio. Es el caso de los deportistas de alto rendimiento: lo que los hace competitivos es el trabajo, la disciplina, la constancia, la perseverancia, el continuo aprendizaje. En especial, el que surge de sus errores. Son los mejores porque trabajan mucho y muy duro.

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Y lo mismo se aplica a la escritura. El gran Gabriel García Márquez solía decir que “escribir era 99 % transpiración y 1 % inspiración”. Y lo decía Gabo, el genio de las musas de Macondo. Sin embargo, la mayoría de las personas cree que es lo contrario: 99 % de inspiración y 1 % de trabajo. Y se pasan la vida esperando que la esquiva inspiración llega, y nunca llega. Y nunca escriben.

Escribir es fácil en la medida en que establezcas un método, crees una rutina y tengas la guía adecuada, idónea, de un profesional. Eso implica entender que los cursos exprés, las plantillas y las fórmulas mágicas no sirven, no funcionan. En cambio, sí funciona la buena actitud, la disposición positiva, la capacidad de observación, darle rienda suelta a tu imaginación y crear, trabajar.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que la escritura es una creación noble y siempre te recompensa. Quizás no te vuelvas millonario o famoso, el sueño de muchos, pero siempre tendrás una retroalimentación positiva, siempre habrá personas que amarán tus escritos y querrán leerlos una y otra vez, que esperarán con ansiedad el siguiente. Siempre habrá quien valore tu trabajo.

Otra falacia del mercado, al menos en la actualidad, es que será muy difícil encontrar quién publique tu contenido, tu libro. Si te obsesionas con la idea de que sea una gran editorial y quieres ver tu publicación en los estantes de las librerías y tiendas más famosas. Lo más probable es que te lleves una gran decepción. Sin embargo, debes saber que ese no es el final del camino, no es el único camino.

Hoy existe el esquema de autopublicación por demanda. ¿Sabes en qué consiste? Que solo se imprimen los ejemplares que vendiste. Uno, diez, cien, mil. Y no estás atado a un contrato, no incurres en gastos innecesarios. También están los libros colaborativos (de los que te hablé en esta nota), que son una opción interesante, en especial para quienes comienzan en el oficio.

Ahora, si no quieres escribir un libro, no todavía, hay muchas otras alternativas. Internet, quizás lo sabes, es un universo de oportunidades ilimitadas. Hay una a tu medida, con seguridad. Y para transmitir tu mensaje puedes elegir el o los formatos y canales con los que más cómodo te sientas, aquellos en los que está la audiencia interesada en el contenido de valor que produces.

Puedes abrir un blog, crear un pódcast o un canal en YouTube, o todo al mismo tiempo y alternas el formato de tus publicaciones. Y no tienes que publicar todos los días: una o dos veces a la semana, al comienzo, es suficiente, mientras pierdes el miedo, mientras creas la rutina, mientras estableces el método y, sobre todo, mientras cautivas a la audiencia. Luego, puedes aumentar.

Si estás en la etapa de querer comenzar, pero no sabes cómo hacerlo, el mejor consejo que puedo darte es que busques ayuda profesional, idónea. Aunque no pretendas ser un escritor profesional. Es como cuando quieres aprender a jugar al tenis: acudes a una academia reconocida y te pones en manos de un profesor. Lo mismo si quieres ser cocinero, o bailarín o aprender a dibujar.

Por supuesto, hay algo más que debes entender: hagas lo que hagas, sea cual fuera la actividad que decidas emprender, se trata de un proceso. Y más si eliges la escritura. No te convertirás en un buen escritor de la noche a la mañana, ni en un mes, quizás tampoco en un año. Entre otras razones porque escribir es un oficio que cambia, que es dinámico y se transforma como la vida.

No me canso de insistir en que dentro de ti hay un buen escritor, pero tienes que despertarlo, tienes que activarlo. Y, sobre todo, tienes que ponerlo a trabajar. No hay milagros, no hay magia, y eso a mi modo de ver es una excelente noticia: significa que, si haces lo necesario, en algún momento vas a cumplir el sueño de ser escritor, de escribir, aunque seas tan solo un aficionado.

 

 

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¿Sabías que rutina y disciplina matan talento e inspiración?

Una de las razones por las cuales a tantas personas les resulta difícil el ejercicio de escribir es porque quieren seguir al pie de la letra lo que hacen otros. Se dejan meter en la cabeza la idea de que hay fórmula ideal, o, peor aún, aquella especie perversa de que debes apelar a la tal inspiración, que no es más que una mentira. Ni fórmulas, ni inspiración: la clave es la rutina.

Y esta última palabra, rutina, es el origen del problema. ¿Por qué? Porque según lo que nos enseñan, de lo que asumimos, tenemos una percepción negativa. Decimos que “tenemos una vida rutinaria” para explicar que estamos insatisfechos con lo que hacemos; hablamos de “rutina en el trabajo” para expresar que es algo monótono; hablamos de “relación rutinaria” porque carece de emociones.

Sin embargo, son interpretaciones aprendidas, asumidas. Porque, según el Diccionario de la Lengua Española, rutina significa “Costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática” y “Secuencia invariable de instrucciones que forma parte de un programa y se puede utilizar repetidamente”. Como ves, no hay nada negativo.

En cambio, viendo un poco más profundo, no solo la punta del iceberg, es posible descubrir algunos aspectos positivos. Primero, que la rutina se adquiere, se puede aprender. Eso significa que cualquier persona puede adquirir el hábito de escribir hasta llegar a hacerlo “de manera más o menos automática”. Esto, por supuesto, corta de tajo la teoría de la tal inspiración (otra vez).

Segundo, nos dice que es una “secuencia invariable de instrucciones”. En palabras simples, se trata de un método, de un paso a paso. Es decir, adiós a la improvisación, adiós a la tal inspiración. Escribir es un acto consciente, premeditado, que puedes realizar cuando quieras, donde quieras. Lo puedes hacer a mano, en un computador o, inclusive, como un dictado de voz que luego transcribes.

Tercero, la definición aclara que esa secuencia “forma parte de un programa que se puede utilizar repetidamente”. Esto es muy importante porque nos enseña que si quieres escribir primero tienes que crear el método, la rutina. Al menos, tener una idea básica que después puede reformularse, mejorarse. Pero, repito, si careces de un método y esperas a la tal inspiración, jamás escribirás.

Y eso es, justamente, lo que le sucede a la mayoría de las personas. Se encomiendan a algo que no existe, y que si existiera estaría fuera de su control. La razón es que, muy seguramente, piensan que escribir es un don reservado para unos pocos, un talento escaso, pero no es así. Todos, absolutamente todos, poseemos los dones y el talento, pero no todos los aprovechamos.

Cuando te limitas al talento, a la inspiración o al momento ideal lo más probable es que a la hora de sentarte a escribir, cuando ya estás frente al computador, tu mente está en blanco. No sabes qué hacer, qué escribir y, entonces, acudes a la excusa fácil: “Tengo un bloqueo mental” (otra de las grandes mentiras del mercado). Y procrastinas una y otra vez y nunca consigues empezar.

Lo que quizás no sabes es que disciplina y rutina matan talento e inspiración. El gran talento de los buenos escritores (vamos a llamarlo así) es su disciplina. Pase lo que pase, estén donde estén, no dejan de escribir. Para algunos, se vuelve una obsesión, se torna en una necesidad vital: se sienten mal si no lo hacen, al menos unas páginas, unos párrafos. Solo así pueden incorporar el hábito.

Los escritores hacen su trabajo no por el talento que poseen, sino por el hábito que desarrollaron, por la habilidad que cultivaron, por la disciplina que les permite hacer lo que deben hacer. No en el momento adecuado, no cuando llegue la tal inspiración, no cuando el ambiente sea favorable. No, lo hacen cuando hay que hacerlo, igual que comer, ir al baño, descansar o trabajar.

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La rutina consiste en eso, precisamente en eso: en establecer un método paso a paso que te permita escribir en cualquier momento, en cualquier lugar, en cualquier circunstancia. Además, sin el riesgo del tal bloqueo mental porque tu cerebro ya está preparado, ya sabe qué tiene que hacer. La clave consiste en que no le des oportunidad de escapar, no lo dejes entrar en zona de confort.

Si quieres aprender a jugar al tenis (o cualquier otro deporte), el único camino es que establezcas una rutina: te inscribes en una academia, determinas un plan de acción con tu entrenador, tomas las clases programadas y realizas práctica libre para ver cuánto has aprendido. También vas al gimnasio para fortalecer músculos, comes saludable, te hidratas bien, descansas lo adecuado.

Si consigues que estas tareas se conviertan en un hábito, en una rutina, es decir, las practicas tres o cuatro veces a la semana sí o sí, llueva, truene o relampaguee, al cabo de un tiempo serás un jugador de tenis. Quizás no un profesional campeón de Major, pero sí uno recreativo que juegue bien y, sobre todo, que lo disfrute. Crea el hábito y lo demás vendrá por añadidura.

La buena noticia es que esta premisa se aplica a cualquier actividad de la vida. Al trabajo (no importa a qué te dediques), al deporte, al aprendizaje de un segundo idioma, a una especialización en tu área de conocimiento y, claro, a escribir. Funciona también para cuando quieres dejar atrás un mal hábito como fumar, alimentarte mal, procrastinar o ser tóxico en tus relaciones.

Ahora, hay algo que es importante que entiendas: crear un hábito o una rutina no es algo que se dé de la noche a la mañana, de un día para otro. Tampoco es ese paso a paso se dé sin problemas, sin obstáculos. Se trata de un proceso, que será tan extenso como tú lo quieras (en función de cuánto lo repites hasta automatizarlo), y cuyos resultados dependerán de tu disciplina.

Nos venden la idea de que la diferencia está en el talento, pero no es cierto. El talento lo poseemos todos y todos podemos desarrollarlo en cualquier actividad de la vida, inclusive en la más exigente. Ese, créeme, es el secreto de los exitosos, de los que dejan huella, de los que son referentes de su campo o industria, de los que consiguen sus sueños y marcan la historia.

Son personas que conocen su talento y lo aprecian, pero que también entienden que no es suficiente y, entonces, se dan a la tarea de complementarlo, de ayudarlo. ¿Cómo? Crean un hábito, establecer una rutina de mejoramiento continuo, de aprendizaje permanente. De esta manera, así mismo, tienen control no solo de lo que hacen, sino en especial de los resultados.

Olvídate del talento (que sí lo posees), olvídate de la tal inspiración (que no existe) y, más bien, entiende que con tu conocimiento y experiencias estás en capacidad de ayudar a otros si logras construir un mensaje poderoso. Una buena rutina, además, te permitirá combinar de un modo adecuado tu vida personal con la laboral, sin que exista conflicto, sin que debas sacrificar alguna.

Un apunte final: no puedes, aunque quieras, copiar la rutina de otro. La rutina es algo tan personal como el cepillo de dientes y solo tú puedes saber cuál es la que te conviene, la que te permite ser más productivo, la que te posibilita aprovechar lo que sabes. Crea una rutina y pronto verás cómo ese buen escritor que hay en ti aflora con libertad y, lo mejor, activa y promueve tu imaginación.

 

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Las 10 preguntas que ayudarán a saber por dónde comenzar tu texto

La cuestión no es que no puedas hacerlo, sino que no sabes cómo hacerlo o, en su defecto, no sabes por dónde comenzar. Esta premisa, que quizás ya la experimentaste, se aplica a todas las actividades de la vida. Desde las más sencillas hasta las más complejas. Una de ellas es la escritura, una asignatura que para muchos significa un objetivo inalcanzable, como escalar el Everest.

Lo realmente difícil es realizar el cambio de chip que se requiere. ¿Por qué? Porque tienes que desaprender las creencias limitantes que grabaron en tu mente y abrirla para desarrollar esa habilidad que es innata en todos los seres humanos. Porque, no me canso de repetirlo, escribir no es un don reservado para unos pocos, sino una habilidad que solo unos pocos desarrollamos.

La primera de esas creencias, la más arraigada, es aquella de que debes ser (en imperativo) un lector voraz. Pero, la realidad nos demuestra que esa no es una ecuación perfecta, es decir, que en ese tema 1+1 no es igual a 2. ¿Por qué? Leer mucho te ayuda de dos formas: te enseña, te nutre de contenido, por un lado, y te ayuda a determinar tu estilo y la temática de la que vas a escribir.

Por ejemplo, si lo que te ilusiona es escribir una novela romántica, de poco o de nada te sirve devorar libros sobre ciencia ficción o asuntos policiacos. No es que no te sirvan nada, cero, sino que su aporte va a ser escaso porque son narrativas diferentes, escenarios diferentes y, sobre todo, lectores diferentes. Para sacarle provecho, tiene que haber afinidad y coherencia.

Veamos un ejemplo: todos los deportistas de alto rendimiento realizan sesiones de gimnasio. Sin embargo, la intensidad y las características de la rutina varían de acuerdo con la disciplina. Algunos ejercicios son similares, pero otros, la mayoría, son específicos de cada deporte. Algunos son de equilibro, de flexibilidad, de resistencia (aeróbicos) o de fuerza, entre otras modalidades.

Lo mismo ocurre en la música: las habilidades requeridas y las rutinas de práctica son distintas para el que toca guitarra, el que interpreta el piano o la trompeta, y así sucesivamente. Por eso, entonces, si tu objetivo es nutrirte para escribir debes elegir bien qué leer: algo que se relacione con tu temática, con el tipo de escrito que vas a realizar, que te aporte conocimiento específico.

Un conocimiento específico que puedes adquirir a través de la lectura y que te servirá como marco teórico, como sustento de tu mensaje. Sin embargo, y esta es otra situación que se repite, no es suficiente. ¿Por qué? Porque no puedes convertirte en repetidor de lo que leíste por ahí, pues eso a nadie le va a interesar. En cambio, tu opinión, tu perspectiva y tu visión sí pueden ser valiosas.

Un conocimiento que, además, te permite delimitar tu mensaje, saber en qué debes enfocarte. Porque no puedes pretender agotar todo tu tema en un solo libro, o artículo. En especial en estos tiempos modernos en los que el frenesí de la rutina diarios nos deja poco tiempo para cultivar el intelecto y en los que las personas privilegian el consumo de lo ligero, de lo rápido.

El proceso de escribir es como aquel de alistar un viaje: para que salga bien debes cumplir un proceso. Primero determinas el rumbo, el lugar al que quieres ir. Fijas las fechas de salida y de regreso y compras el tiquete aéreo. Te aseguras de reservar una habitación en un buen hotel, donde además, puedas disfrutar de la comida y las bebidas, así como de otras comodidades.

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Debes contar con un pasaporte (si viajas al extranjero), eventualmente con una visa, saber qué moneda puedes utilizar en ese país y también qué ropa es la conveniente para ese lugar. Y te presentas en el aeropuerto el día previsto, no antes ni después, con suficiente antelación para evitar inconvenientes en los trámites de abordaje. Por último, disfrutas tu viaje al máximo.

Si alguna tarea no se cumple, te vas a enfrentar a serias dificultades que van a echar a perder la experiencia. Trasladado al ámbito de la escritura, esto significa que antes de sentarte a escribir debes trazar en detalle el mapa de tu texto, el paso a paso de tu mensaje. Sentarse a escribir, no lo olvides, es el último paso del proceso, pero está condicionado por todos los anteriores.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchas personas abordan la escritura de un texto, de cualquier índole, sin siquiera saber qué mensaje van a transmitir, confiados en esa tonta idea de que en algún momento llegará la tal inspiración. A veces, por el conocimiento que tienen del tema o porque partieron de una idea concreta, logran escribir algo digno de leer.

Otra veces, la mayoría, sin embargo, se traban a mitad del camino o, peor aún, se van por entre las ramas y al final el que transmiten es un mensaje confuso, vago, de poco interés. Pensamientos o conjeturas personales que no aportan valor y que no logran captar la atención de los lectores. Por supuesto, no consiguen convertirse en autores best-seller y terminan frustradas, decepcionadas.

Algunas de las preguntas fundamentales que tienes que resolver antes de sentarte a escribir son las siguientes:

1.- ¿Cuál es la idea central de mi texto (artículo, libro)?

2.- ¿Cuál es el mensaje que quiero transmitir, el aprendizaje que quiero compartir?

3.- ¿Cuál es el contexto que ayudará a mi lector a entender la problemática?

4.- ¿Cuáles son los antecedentes del problema (idea central) del texto?

5.- ¿Cuál es tu visión acerca del tema central?

6.- ¿Cuáles son los argumentos que sustentan tu opinión sobre el tema?

7.- ¿Por qué esta problemática (idea central) es de interés para tus lectores?

8.- ¿Cuál es el aporte fundamental de tu texto para tus lectores? ¿Qué van a aprender?

9.- ¿Cuál es la moraleja (reflexión final) que le dará fuerza a tu mensaje?

10.- ¿Este es un tema del que valga la pena escribir o solo es un capricho?

El que establezcas un plan claro, preciso y específico no coarta, de manera alguna, tu creatividad o tu imaginación. Por el contrario, y esto es algo que muchos desconocen, las impulsa, las despierta. Cuando tienes un plan diseñado paso a paso, la mayor ganancia es que te puedes enfocar en lo que es realmente importante: tu historia, tu mensaje. Así, creatividad e imaginación volarán solas.

Y, por supuesto, no tendrás que depender de la tal inspiración, que no existe, y tampoco necesitarás invocar a las musas que andan perdidas en el túnel del tiempo. Cuando una persona dice que tiene problemas para escribir, lo que en realidad nos revela es que carece de una metodología de trabajo o, dicho en otras palabras, que ni siquiera sabe por dónde comenzar.

Se escribe porque se tiene algo que contar, algo que a tu juicio es valioso para otras personas. Entonces, lo primero es definir qué vas a decir y cómo lo vas a decir. Crea la historia (texto) en tu cabeza antes de sentarte frente al computador y escribe, escribe tanto como puedas, sin que se convierta en una rutina o en una exigencia incómoda. Recuerda: la práctica hace al maestro.

Si bien escribir es una actividad eminentemente creativa, requiere un soporte específico: el método, el plan definido paso a paso. El resto, eso que muchos creen que es inspiración, va a llegar por añadidura, pero siempre y cuando ejercites tu memoria, la exijas, la retes. Y, como en cualquier proceso de aprendizaje, el crecimiento y la evolución van de la mano del trabajo…

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4 errores que te llevarán directo a la página en blanco

Inspiración es sinónimo de improvisación y ese, seguramente lo sabes, es el peor camino que puedes seguir cuando quieres escribir una buena historia. Sé muy bien de la buena fama de la que goza la inspiración, una misteriosa y esquiva dama a la que jamás nadie le vio la cara, pero a la que muchos evocan como tabla de salvación cuando se encuentran frente a la hoja en blanco.

Desde siempre, nos han querido vender la idea de que la clave del éxito, tanto en la escritura como cualquier otra actividad de la vida, es la tal inspiración. Y nos ofrecen ejemplos de personas que marcaron huella en sus oficios: Leonardo Da Vinci, Gabriel García Márquez, Tiger Woods, Bill Gates, Oprah Winfrey, Barack Obama, Plácido Domingo, Pablo Neruda o Tom Hanks, entre otros.

Nos dicen que son genios, que están un paso delante del resto de mortales y aseguran que es por cuenta de la tal inspiración. Como si esa característica fuera un privilegio de pocos, como si ellos tuvieran la fórmula secreta de la tal inspiración para crear o alcanzar logros sobresalientes en su respectiva actividad. Y, no, no es así: son seres humanos comunes y corrientes, como tú, como yo.

¿Sabes en qué radica su genialidad? En el trabajo, la persistencia, el enfoque, la mentalidad, en su capacidad para hacer lo justo en el momento indicado, entre otras razones. Su genialidad se manifiesta a través de la disciplina, de la convicción, de la pasión, de la disposición para invertir en sí mismos, en que supieron rodearse de las personas adecuadas y en que jamás se rinden.

Quizás pienses que el listón está demasiado alto, que es imposible llegar adonde llegaron estos personajes que mencioné. Sin embargo, no es así. Como cualquier ser humano, tienes el poder de hacer lo que quieras, de conseguir lo que quieras, de cristalizar el sueño que quieras. El poder está en tu mente: en la medida en que la configures para el éxito, para el sí se puede, lo conseguirás.

Sin embargo, haz de saber que con las características y las cualidades que acabo de mencionar no es suficiente. Si lo fuera, todos seríamos Leonardo Da Vinci, o Gabriel García Márquez, o Tiger Woods, o Tom Hanks, pero, por supuesto, ya sabes que ellos son únicos. El saber es básico y es necesario, así como aprender a desarrollar las habilidades que se requieres para sobresalir.

La diferencia, lo que hace que otras personas se interesen en lo que haces, no obstante, está por otro camino. ¿Sabes cuál? Hacer, tomar acción. El mundo está lleno de personas con inmenso conocimiento, con grandes talentos, con habilidades muy útiles, pero muchas de ellas no se dan cuenta de lo que son y de lo que tienen y, entonces, su valor pasa inadvertido, es invisible.

En la vida, puedes hacer todo lo que te propongas, aprender todo lo que te interese. Además del conocimiento y de las habilidades, necesitas saber cómo hacerlo. Hay dos caminos: el primero, de manera autodidacta, por tu cuenta, pero será más difícil, demandará más tiempo y, seguro, vas a cometer más errores. El segundo, caminar junto con alguien que ya están donde quieres estar.

En el campo de la escritura aficionada, en el que está la gran mayoría de las personas, el fondo de los problemas, en especial aquel terror de la página en blanco, se origina en una serie de errores que son bastante frecuentes. Errores que, aunque se perciban como pequeños, en la práctica son grandes obstáculos que impiden que avances y, sobre todo, que logres los resultados anhelados.

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Estos son los más comunes; si los cometes, es hora de que elijas otro camino:

1.- No sabes de qué escribir. Parece mentira, pero no lo es. La mayoría de las personas que se frena en algún punto del proceso por lo general no tiene claro el tema o, en su defecto, cómo va a desarrollar el tema. O, algo muy común por estos días, abordan temas de los que no saben lo suficiente, simplemente porque es una tendencia, y tras dar unos pocos pasos no saben qué decir.

La idea es el insumo básico de la escritura: si no hay una idea clara, definida, estás sometido a dos dificultades. La primera, te quedas en blanco; la segunda, te vas por las ramas, o sea, comienzas a divagar o, como se dice popularmente, a hablar carreta. Y eso, por supuesto, a nadie le interesa. Cuando tienes clara tu idea, la imaginación se activa y el proceso de escritura será fluido.

2.- No tienes rituales para escribir. ¿Se te antoja curioso? Si lo piensas bien, todas y cada una de las actividades de tu vida en la que eres sobresaliente y logras los objetivos propuestos están respaldadas por un ritual. Por ejemplo, la buena salud: una alimentación adecuada, una rutina de ejercicio, un buen descanso y dedicarte tiempo para ti son hábitos que conforman un ritual.

Para escribir, el ritual comienza por el ambiente, que debe ser tranquilo e inspirador, un lugar con el que te conectes rápidamente y que te permita dejar volar tu imaginación y motive tu creatividad. El horario es otro ritual (tienes que establecer en cuál eres más productivo), lo mismo que el manejo del tiempo: es conveniente hacer pausas activas cada 45 minutos, como mínimo.

3.- Comienzas sin una estructura. Este, a mi juicio, es el error más grave de todos los que puedes cometer en algún momento. ¿Sabes cuál es el origen? La tal inspiración. La creencia de que en algún momento, por obra y gracia del Espíritu Santo, aparecerá esa esquiva musa y los invadirá la genialidad. La verdad, ese es un recurso literario y cinematográfico que no se hace realidad.

La estructura es el plan de viaje de tu texto, el camino que trazas con antelación para poder transmitir el mensaje que deseas. Una buena estructura te permitirá conectar con tus lectores, al mismo tiempo, marcará diferencia con la mayoría de los textos que encuentras dentro y fuera de internet (incluidos los medios de comunicación). La estructura dice qué clase de escritor eres.

4.- Intentar copiar el estilo de otros. Este es uno de esos errores de los que te arrepentirás hasta el último de tus días. ¿Por qué? Porque uno de los factores diferenciadores en la escritura, a mi juicio el de mayor peso, es el estilo. Que es único y surge de tus creencias, de tu visión del mundo, del conocimiento que has adquirido, de las experiencias que has vivido, de los sueños que has forjado.

Es a través del estilo que logras conectar con las emociones de tus lectores o audiencia y también por el que te eligen a ti y no a las mil y una otras opciones del mercado. Tu estilo es personal e intransferible. Intentar copiar el estilo de otro es renegar de tu creatividad, de tu imaginación, de tu talento, de tu habilidad. Un escritor incapaz de desarrollar un estilo propio es más de lo mismo.

“¿Qué tengo que hacer para convertirme en un escritor?”, es una pregunta que me formulan con frecuencia. La respuesta es, primero, debes creértela, creer que la vida te dio todo lo que se requiere para escribir; segundo, tienes que escribir hasta que desarrolles y consolides la habilidad y, especialmente, hasta que encuentres el camino que te ayude a evitar estos cuatro errores.

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Hay una luz al final del túnel y, créelo, puede ser tu mensaje

No te animas a escribir porque te da miedo la crítica, porque temen que la respuesta que recibas sea una descalificación de tu trabajo. No te animas a escribir porque estás convencido de que a nadie le interesa lo que piensas. No te animas a escribir porque no te organizas, tienes otras prioridades y, por ende, no dispones del tiempo para desarrollar la habilidad y cultivar el hábito.

Los seres humanos nos pasamos la vida soñando con hacer cosas, con alcanzar nuestras metas y con obtener logros que premien nuestros esfuerzos. Pasamos días, meses y hasta años pensando en cómo nos haría felices y le rogamos a la vida que nos conceda ese deseo que nos da vueltas en la cabeza. Sin embargo, cuando llega el momento de tomarlo, de aprovecharlo, nos da miedo.

Es cuando nos dejamos llevar por lo que nos dice esa saboteadora voz interior que nos refuerza los temores, las creencias limitantes y preferimos privarnos de aquello que anhelamos antes que enfrentarnos a nuestros fantasmas. Al comienzo nos sentimos bien, creemos que tomamos la decisión acertada, pero pronto descubrimos que no fue así y cargamos con esa frustración.

Que, por supuesto, nos atormenta. En especial, cuando vemos que otras personas cercanas, de nuestra familia o del círculo de amigos o del trabajo, sí cumplen sus sueños, sí obtienen sus logros, sí reciben aquello maravilloso que la vida les ha reservado. Es, entonces, cuando nos castigamos, no reprochamos, nos autoflagelamos porque nos abruma el peso de nuestras debilidades.

“No soy capaz de plasmar en la hoja lo que tengo en la cabeza”, “Tengo muy mala ortografía y me da pena escribir”, “No creo que lo que pienso les interese a otras personas” o “No soy bueno para eso, no nací para ser escritor” son algunas de las excusas más comunes. Que, por supuesto, solo son reflejo de las inseguridades provocadas por el temor al qué dirán, a la desaprobación.

El caso es que siempre tenemos mil y una excusas para no comenzar, para no escribir. Siempre tenemos una justificación válida para procrastinar, dejarlo para después, sin darnos cuenta de que, quizás, no haya un después. El arte de la felicidad en la vida consiste en apreciar, valora y, sobre todo, aprovechar el momento, lo que nos brinda cada momento. Si lo dejamos ir, no volverá.

Lo que hay detrás de tantas creencias limitantes, de tantas telarañas mentales, de tantas excusas es, simplemente, el miedo a hacer el ridículo, a ser descalificados, a ser criticados. Es, en otras palabras, el miedo provocado por lo que conocemos como el síndrome del no experto. ¿Sabes de qué se trata? De ese hábito de no valorarte, de despreciar lo que puedes aportarles a otros.

Una de las lecciones poderosas que la vida nos ha brindado en los últimos tiempos es aquella de entender que necesitamos los unos de los otros. Y no en el sentido material, no en el sentido de recibir dinero a cambio de lo que ofrecemos, sino más bien en el sentido de compañía, de contar con alguien que nos escuche sin juzgarnos, de alguien que nos dé una perspectiva distinta.

La triste realidad es que vivimos rodeados de muchas personas, pero estamos solos, nos sentimos solos. ¿Por qué? Porque cada uno está en lo suyo, porque, como dice el gran Joan Manuel Serrat, “cada loco con su tema”. Y en condiciones normales lo asumimos, lo aceptamos, pero en las actuales circunstancias la vida nos llevó a replantear, a priorizar, a reconocer la equivocación.

Y, lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que muchas personas han encontrado refugio, regocijo y un oasis de paz en el mensaje de otros. En vista de que los gobiernos y los medios de comunicación quedaron solo defienden sus propios intereses, de que se confabulan para sacar provecho de estas situaciones caóticas, muchas personas voltearon a mirar a quienes pueden ayudarlos con interés genuino.

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¿A qué me refiero con esto? No se trata de que sea gratis, de que ofrezcas tus servicios o tus productos sin recibir nada a cambio, porque no somos una ONG. Se trata de que, más allá del dinero o los beneficios que vayas a recibir, lo que te motive sea el genuino interés de ayudar a otros, de compartir tu conocimiento y experiencias para que puedan solucionar sus problemas.

El consumo de contenidos digitales e impresos de calidad (que no abundan, valga decirlo) ha crecido de manera exponencial y sostenida en el último año. En medio de la infoxicación, de un inclemente bombardeo mediático, las personas han buscado alternativas y han encontrado que hay empresas, emprendedores y personas que las escuchan y están capacitadas para ayudarlas.

¿Y tú, de qué lado estás? ¿De los que esperan que pase la pandemia para ver qué hacer? ¿De los que se sentaron a esperar las ayudas del gobierno? ¿De los que tiraron la toalla? O, más bien, ¿del lado de los que vemos en esta situación una oportunidad? ¿De los que le agradecemos a la vida por darnos cada día la posibilidad de seguir avanzando? ¿De los que construimos la vida que anhelamos?

Estas son algunas de las manifestaciones del síndrome del no experto:

1.- Crees que no sabes lo suficiente y, por eso, prefieres mantenerte al margen

2.- Estás convencidos de otros (la mayoría) sabe más que tú y eso te intimida

3.- Piensas que tu conocimiento y experiencias no le aportan nada positivo a otros

4.- Tienes miedo de ofrecer tus servicios porque crees que a nadie le interesarán

5.- Prefieres mantenerte en tu zona de confort, con tal de evitar un eventual fracaso

Si eso es lo que piensas, si eso es lo que crees, si eso es lo que sientes, ¡qué lástima por ti! ¿Por qué? Porque te niegas la maravillosa oportunidad de hacer algo por otros (que es justamente a lo que llegaste a este mundo) y porque te niegas la posibilidad de recibir una retroalimentación que te enriquezca más allá de lo económico (espiritualmente, a nivel de conocimiento, de vivencias).

En medio de esta caos que vivimos, de una realidad frenética y agobiante, hay una luz al final del oscuro túnel. ¿Sabes cuál? El mensaje que puede empoderar a otros, el mensaje transformador que surge de tu conocimiento y de tus experiencias, de tus errores y de cómo enfrentaste y superaste las dificultades que aparecieron en tu camino. El impacto de un mensaje positivo.

Los seres humanos, de manera desinteresada, realizamos pequeñas acciones que, sin que lo percibamos, producen un poderoso impacto positivo en la vida de otros. Una llamada solo para preguntar “¿Cómo estás hoy?”, un mensaje de texto para desear una feliz semana en la que se cumplan tus sueños, un abrazo espontáneo o, sencillamente, un reparador silencio cómplice.

Los seres humanos, todos, estamos en capacidad de ayudar a otros aún sin proponérnoslo, aún sin darnos cuenta. Algo tan sencillo como “A mí me sucedió esto, lo enfrenté así y así fue como lo superé” puede ser justo lo que otros necesitan escuchar, necesitan leer, para salir del problema que los aqueja, para dejar atrás el dolor que los mortifica. La solución, quizás, eres tú y no lo sabes.

Cuando escribes, cuando transmites un mensaje surgido de tu conocimiento y experiencias, del aprendizaje que se desprende de tus errores y de tus aciertos, no sabes cuál será el impacto que este provocará en la vida de otros. De hecho, es posible que nunca sepas si hubo un impacto. No importa: créeme que siempre habrá al menos una persona que agradecerá lo que compartiste.

Recuerda: todos necesitamos de los otros, todos (si queremos) estamos en capacidad de ayudar a otros. Tu mensaje, si es honesto y genuino, desprovisto de intereses particulares, quizás sea la solución que otros esperan ansiosamente, que necesitan urgentemente. Despójate del síndrome del no experto y comienza a disfrutar de los réditos de convertirte en un agente de inspiración y transformación.

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5 malos hábitos que debes desaprender si quieres escribir

Escribir, lo sabemos, es una habilidad innata del ser humano. De cualquier ser humano, sin excepción. Y esto es importante recalcarlo porque son muchas las personas que creen todavía que se trata de un don con el que han sido bendecidos unos pocos. Por supuesto, no es así. Es una habilidad que cualquiera puede desarrollar, siempre y cuando haga lo que es necesario.

Escribir bien, lo sabemos, es el producto de un hábito, de uno complejo. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua (DRL) define este término como “Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas”. En otras palabras, es hacer algo de la misma forma de manera durante un período determinado.

¿Cuánto tiempo se requiere para crear un hábito? Bueno, la respuesta exacta a esa pregunta no existe. Hay diversas teorías, pero no una verdad revelada. Por supuesto, también depende de qué hábito deseamos incorporar, porque hay algunos que son realmente sencillos y otros, como este de escribir, que son complejos. Y, claro, está condicionado por tu persistencia, tu disciplina.

En 1960, el cirujano plástico estadounidense Maxwell Maltz determinó que se requerían 21 días, pero estudios posteriores establecieron que ese tiempo es insuficiente. ¿Por qué? Porque las neuronas no consiguen asimilar completamente un comportamiento en este período y, entonces, se corre el riesgo de abandonar. De nuevo, depende de qué hábito es el que deseas incorporar.

Más cerca en el tiempo, en 2015, un grupo de científicos de la University College de Londres (Inglaterra), comandado por Jane Wardle, estableció que se requieren 66 días, es decir, poco más de dos meses. Un avance de esta teoría radica en que asegura que tras este tiempo la nueva conducta se mantiene. Una premisa que, lamentablemente, no se aplica al hábito de escribir.

¿Por qué? Porque, como lo mencioné en los primeros párrafos, este de escribir es un hábito complejo. ¿Eso qué quiere decir? Que no es un solo hábito el que debes incorporar para lograr los resultados que te propones, sino varios. ¿Por ejemplo? Establecer un horario en el que eres más productivo, hallar estrategias para activar tu creatividad y tu imaginación y crear un método.

Esos y otros más, pero convengamos en que estos tres son, para comenzar, los más importantes. Son ingredientes imprescindibles de la receta, los que tienen que estar sí o sí para alcanzar los resultados esperados. Y, por supuesto, son también los que marcan la diferencia, los que pueden hacer de tu texto algo sobresaliente, digno de leer, o simplemente algo que no vale la pena.

Ahora bien, recuerda que todas las monedas tienen dos caras y el hábito de escribir es una de ellas. ¿A qué me refiero? A que los benditos hábitos son buenos o malos, positivos o negativos, convenientes o perjudiciales. Los primeros te ayudan y los segundos te frenan. Los primeros los debes incorporar en tu rutina y los segundos, por el contrario, debes evitarlos a toda costa.

Estos son cinco hábitos negativos que tienes que erradicar de tu vida si quieres escribir:

1.- Las distracciones. Asúmelo como un beneficio, no como un sacrificio (que no lo es, por supuesto). En especial cuando eres un escritor novato, una persona que comienza el proceso de establecer una rutina, de adquirir un método de trabajo y de romper con esas creencias limitantes que entorpecen el avance, acabar con las distracciones es una necesidad imperiosa, innegociable.

Haz de cuenta que vas a nadar a la piscina: allí no puedes consultar el celular. O que, más bien, estás en la iglesia, en misa: allí tampoco es posible consultar los mensajes que te llegan. O, quizás, estás en el trabajo en una reunión con los socios estratégicos y eres el responsable de la presentación. El mundo no se va a acabar porque te aísles 20, 30 o 45 minutos, o más de una hora.

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2.- El perfeccionismo. Nadie, absolutamente nadie, escribe perfecto. Ni tú, ni yo, ni un Premio Nobel. Nadie. Escribir, no me canso de repetirlo, es un aprendizaje constante, permanente. Nunca se deja de aprender, nunca se deja de evolucionar. ¿Por qué? Porque hoy no eres la misma persona que fuiste ayer, y dentro de dos meses serás distinto a como eres hoy. ¿Entiendes?

Cambia tu estado de ánimo, tus prioridades, el enfoque acerca de lo que ocurre en tu vida, en fin. Entonces, no te lapides, no te exijas más de lo que en realidad puedes dar: cuando comienzas a escribir, ya lo mencioné en una nota anterior, no lo vas a hacer bien. De hecho, es probable que lo hagas decididamente mal. No importa, es parte del proceso: si persistes, cada vez lo harás mejor.

3.- La tal inspiración. Que no existe, ya te lo dije en esta nota. Es una invento para venderte, una excusa de quienes no tienen un método y un plan a la hora de escribir. Entonces, no pierdas tu tiempo, que es lo más valioso que tienes, esperando que llegue la musa. ¡No va a llegar! En cambio, tú puedes aprender a desarrollar y activar la imaginación y la creatividad.

El problema con la tal inspiración surge de las benditas expectativas: nunca has escrito y quieres que sea una gran obra que te lance a la fama y te haga reconocido y multimillonario. Eso solo ocurre en las películas, acéptalo. En la vida real, y menos si no tienes pretensiones de ser un escritor profesional, debes comenzar con ejercicios sencillos y avanzar poco a poco. Así funciona.

4.- No tienes un ritual (rutina). Producto de lo anterior, de apostarle todo a la inspiración, te sientas frente al computador, ante la hoja en blanco, y no sabes qué escribir. El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que no tienes una rutina adecuada establecida o, de otro modo, que esa rutina no es la conveniente. Por lo general, sucede que quieres comenzar por el final.

¿A qué me refiero? Sentarte frente al computador es lo último que debes hacer antes de comenzar a escribir. ¡Lo último! Antes, debes haber definido el tema, haber investigado lo que fuera menester, haber establecido la estructura y debes haber preparado tu mente con la disposición adecuada. Esto, por supuesto, incluye el ambiente, al que me referí en esta nota.

5.- Las excusas. Sí, amigo mío, las excusas son un hábito adquirido, aprendido, cultivado. Igual que cuando dices que vas a ir al gimnasio, y hasta pagas el primer mes, pero luego no tienes tiempo, o estás demasiado cansado o tienes trabajo. O cuando aplazas el propósito de aprender inglés porque no tienes el dinero, porque este año tienes otras prioridades. Excusas siempre hay.

Sin embargo, créeme, ninguna es válida. Sin en verdad deseas aprender a escribir, aunque no tengas la intención de publicar o de vivir de ello, el mejor día para comenzar es hoy. No hay otro mejor, ¡hoy! Entonces, ¿por qué no cambiar la tendencia? ¿Por qué no dejar atrás las excusas y darte una oportunidad? ¿Qué tal que ahora sí puedas hacer realidad el sueño de escribir?

Moraleja: escribir es tanto una habilidad que todos los seres humanos tenemos y podemos activar y desarrollar como un hábito que necesitamos aprender, cultivar e incorporar en nuestra vida. Para conseguir ese objetivo, sin embargo, es necesario desaprender los malos hábitos que se convierten en los obstáculos que nos impiden avanzar. ¡Pruébalo, sé que tú puedes lograrlo!