Si lo prefieres, puedes escuchar el artículo
Compartir o publicar contenido, bien sea a través de canales digitales o de los medios tradicionales, es un ACTO DE FE. Y no solo ahora, en estos tiempos de hiperconexión; y no solo por las poderosas herramientas que disfrutamos: siempre fue así, y no cambiará. Es un acto de fe porque nunca sabes en si te ven y, algo más importante, cuál es tu impacto.
Solemos pensar, porque así nos lo han enseñado, que el impacto se mide en función de los likes, de los clics o de los comentarios. Si bien cuando publicas en redes sociales debes tener en cuenta esas métricas, la realidad es que no te permiten medir el impacto alcanzado. ¿Por qué? Porque a veces, muchas veces, son reacciones surgidas de las traviesas emociones.
Es decir, el like de tu padre, de tu pareja, de tus amigos, de tus compañeros de trabajo. Es decir, clics hechos más con el corazón que con la razón y que, por lo tanto, no te dan la posibilidad de saber, a ciencia cierta, si ese contenido impactó, si informó, si educó, si entretuvo a esa persona, si la inspiró. En últimas, son clics que no te sirven para nada.
Pero, ¿qué es impacto? El diccionario nos da dos opciones: “Golpe emocional producido por un acontecimiento o una noticia desconcertantes”, por un lado, y “Efecto producido en la opinión pública por un acontecimiento, una disposición de la autoridad, una noticia, una catástrofe”, por el otro. Fíjate que las dos nos llevan por el lado negativo, el de las malas experiencias.
En cambio, el impacto al que me refiero, esa huella o cicatriz que todos podemos dejar en la vida de otros, es positivo, constructivo, empoderador, inspirador. Es decir, el que se produce luego de un intercambio de beneficios, el que surge a partir de compartir tu conocimiento y experiencias. En esencia, el que te permite el privilegio de transformarla vida de otros.
En el pasado, en el siglo pasado, cuando todavía no existían internet y estas maravillosas herramientas del siglo XXI, era muy distinto. De hecho, la medición de las audiencias no era algo que preocupara a las empresas, a los medios: había poca competencia y el mercado se distribuía más por tradición: consumías los mismos medios que les gustaban a tus padres.
Cuando comencé a trabajar en medios, luego de salir de la universidad, por primera vez me preocupé por ese tema del impacto. La mentalidad era distinta porque la premisa básica era publicar ‘las noticias’. No había cabida para más. Y en un país convulso como Colombia hay muchas ‘noticias’. Además, había otro factor que condicionó mi visión del impacto.
¿Cuál? Trabajaba en el medio de comunicación más importante, el de mayor impacto. Recuerdo que la gente solía decir “Si no se publica en El Tiempo, nadie se entera”. Es decir, el impacto estaba garantizado. Sin embargo, eran pocas las ocasiones en las que uno tenía la oportunidad de constatar cuál había sido el alcance real de sus publicaciones, el impacto.
En especial, al comienzo. ¿Por qué? Porque a los novatos, a los jóvenes, no se nos permitía firmar las notas, un privilegio de los consagrados, de los reconocidos. Entonces, publicabas tu noticia y casi nadie sabía que eras el autor: era probable que mucha gente la leyera, pero esas personas no sabían que tú la habías escrito. No te niego que era una pequeña frustración.
Eso cambió cuando, por primera vez, mi nombre apareció en el encabezado de la noticia. No solo me sentí muy orgulloso, sino que supe cómo era eso del impacto: al regresar a casa, esa noche, mi mamá me contó que habían llamado la abuela, unos tíos y algunos amigos para felicitarla. ¡Aunque ninguno eran un aficionado al deporte, habían leído mi noticia!
Más adelante, experimenté el impacto por otra vía: la retroalimentación de los protagonistas de la noticia. Principalmente, deportistas y dirigentes, y cada vez más amigos y familiares de ellos. Aprendí que, a pesar de mi intención, de mi esfuerzo, lo que escribía no le gustaba a todo el mundo; de hecho, había personas que se sentían ofendidas. ¡Los juegos del ego!
Descubrí, entonces, que eso del impacto era cuestión de doble vía. Es decir, que mis escritos podían provocar reacciones positivas, pero también otras negativas. Que, por lo general, se manifestaban a través de críticas destructivas, de apelativos descalificadores. “Ahora ya sabe lo que se siente ser periodista de verdad”, recuerdo que me dijo un compañero de entonces.
Fueron incontables las ocasiones en las que pude comprobar el impacto de mis publicaciones. Y si bien siempre tuve una intención positiva, aprendí que cada uno toma lo que quiere de la vida. Es decir, a veces, muchas veces, lo que en su origen es bueno, se percibe como malo. Quizás por los juegos del ego (otra vez). Le quité mi atención a lo que no la merecía.
Después llegó internet, que nos dio la posibilidad de entrar en una dimensión desconocida. Lo era entonces y lo es todavía. Sin embargo, es algo muy parecido a la magia, porque si en la era de los medios de comunicación análogos era difícil determinar tu impacto, en la de la red de redes es prácticamente imposible. Y, de nuevo, olvídate de las métricas tradicionales.
La idea que dio origen a este contenido es invitarte a hacer una reflexión: que, si todavía no lo hiciste, seas consciente del impacto que producen tus mensajes, tu comunicación. En todos los ámbitos, como las conversaciones con tu pareja o con tus hijos, en los correos electrónicos de tu trabajo, en las publicaciones que haces en redes sociales. ¡Todas generan un impacto!
Aunque no lo percibas, aunque jamás te enteres, aunque no puedas disfrutarlo, debes saber, debes entender, debes reconocer, que produces un impacto en los demás. Los que están cerca de ti, los que están a miles de kilómetros de ti: es la magia de internet. Cuando aceptas que es algo que está fuera de tu control, créeme que vas a disfrutarlo: ¡serás un héroe anónimo!
A comienzos de 2015 publiqué un libro (el segundo de tres): Santa Fe, la octava maravilla, se llamó. Un homenaje a Santa Fe, uno de los equipos de Bogotá en el fútbol profesional, que se había consagrado campeón a finales de 2014. Era su octava conquista. El libro resumía algunos de los retazos más destacados de la historia del equipo y, por supuesto, la campaña ganadora.
Fueron incontables las experiencias gratificantes con aficionados de todas las edades. En especial, con mujeres y niños. Hubo una, sin embargo, que me indicó que bien había valido el trabajo realizado: un adulto mayor, de más de 70 años, que había visto campeón a Santa Fe en 1948 y llevaba toda la vida esperando un libro que relatara la historia de su equipo amado.
“Gracias por escribirlo”, me dijo emocionado, al borde de las lágrimas, mientras le firmaba el ejemplar que había comprado. Su vida era un poquito mejor gracias a las historias relatadas en esas páginas, de momentos que él había vivido, de muchos que había olvidado. Y también de algunos que desconocía, a pesar de que se consideraba un hincha fiel desde que era niño.
Moraleja: casi nunca sabes la vida de quién tocas, de quién impactas con tus mensajes, con tu comunicación. Sin embargo, puedes estar completamente seguro de que producen un impacto que transforma su vida, que les brinda felicidad, que las hace sentir privilegiadas. Todo lo que haces, todo lo que comunicas, genera un impacto, solo que muchas veces no lo sabemos.
A los seres humanos se nos ha concedido un honor increíble, algo así como un superpoder: tocar vidas, impactarlas. Y la vida, generosa y maravillosa, nos proporciona herramientas poderosas: conocimiento y experiencia, el aprendizaje de nuestros errores. Lo que solemos llamar nuestra historia, que es un acervo ilimitado de recursos para ayudar y servir a otros.
Como consultor de estrategias de marketing de contenidos y alguien que intenta inspirarte a compartir lo que eres, tu mensaje, me sorprende ver cómo tantas personas eligen la única opción fallida. ¿Sabes cuál es? No hacer nada, no compartir nada, quedarse con ese valioso tesoro de conocimientos, experiencias y aprendizaje solo para ellas. ¡Es un gran desperdicio!
Recuerda algo: nada de lo que la vida te dio es gratis o es tuyo. No es gratis porque, de una u otra forma, algo tuviste que hacer para recibirlo. En el caso del conocimiento, tu tiempo, tu esfuerzo, tu interés. Y no es tuyo, sino que te fue prestado o, de otro modo, es un tesoro que te fue entregado para que lo administres, tú eres el instrumento para que llegue a otros.
En consecuencia, es tu DEBER, tu RESPONSABILIDAD, compartir ese tesoro con otros. Tu mensaje, tu conocimiento, tu comunicación, tus experiencias, el aprendizaje de tus errores. Todo aquello que produzca un impacto en la vida de alguien, de un desconocido. Así no te des cuenta, así nunca lo sepas, así no te lo agradezcan. Créeme: la vida se encargará de darte lo que te mereces…