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La trampa de la segmentación por edad al definir tu avatar

Hace 5 años, en agosto de 2019, llevábamos una vida que, lo creíamos, era feliz. Lejos estábamos de imaginar lo que el destino nos tenía preparado, una suerte de jugada macabra. Hoy, recordamos esos momentos con nostalgia, a sabiendas de las cicatrices que quedaron en el cuerpo y en el alma después de sufrir la pandemia provocada por el COVID-19.

Éramos completamente libres, o eso creíamos. Y pensábamos que teníamos el control de la vida, sin darnos cuenta de que, en últimas, somos las marionetas de esta incierta obra que es la vida. Y que, en consecuencia, estamos sujetos a lo que el caprichoso titiritero decida. Al mirar el espejo retrovisor, nos damos cuenta de que somos distintos, somos otras personas.

Esa es una realidad irrefutable de la vida. Sin embargo, sería un error creer que esos drásticos cambios se producen únicamente cuando nos enfrentamos a algo trágico, como la pandemia. En la dinámica de la vida, esos parteaguas se dan también, por ejemplo, cuando pasamos del colegio a la universidad, cuando nos casamos, cuando tenemos nuestro primer hijo…

Son momentos que marcan un antes y un después. Que nos obligan a cambiar hábitos, a asumir nuevas responsabilidades, a dejar atrás comportamientos que eran normales. Que nos enseñan que estamos en modo aprendizaje todo el tiempo y que la habilidad de vida más valiosa es, precisamente, la capacidad para aceptar los cambios y adaptarnos a ellos.

Hoy, producto de esa y otras tantas vivencias, somos otras personas. Extrañamos a los que se fueron, quizás somos más conscientes de la importancia de la salud mental o de la ayuda que requerimos o de la que podemos brindar a otros. Es probable que comamos más saludable y que nuestras prioridades sean otras, que nos preocupemos menos por lo material.

Lo que quiero que no pierdas de vista es que las personas cambiamos continuamente. Por múltiples razones. A veces, cambios imperceptibles; a veces, drásticos. De una forma sencilla, como que hoy ya no nos gusta aquello que hace un tiempo era, por ejemplo, nuestro alimento preferido. Y, en especial, cambian las prioridades, las necesidades, los deseos y los sueños.

Es algo que todos vivimos y ¿todos sabemos? Lo sabemos porque lo vivimos, pero no le damos la importancia que requiere y lo guardamos en el baúl de los recuerdos. Hasta que la vida, en su infinita sabiduría, nos lo recuerda: nos enfrenta a una situación similar (o a la misma) para que entendamos que cambia, todo cambia. Cada vez que se repite, la dificultad se incrementa.

Como estratega de marketing de contenidos que ayuda a empresarios, emprendedores y profesionales independientes a construir un mensaje de poder, esta es una situación a la que me enfrento con frecuencia. ¿Cómo? Cuando les pregunto acerca de su avatar, el perfil de su cliente ideal. La verdad es que, si tienen alguna definición, esta dista de ser la ideal.

¿Por qué? Básicamente, porque está hecha a partir de las plantillas que pululan en internet y que se enfocan en los datos demográficos. Una fórmula que funcionó en el pasado, en el siglo pasado, cuando el mercado era distinto (no olvides que cambia, todo cambia). Sin embargo, hoy, y no solo como consecuencia de la revolución tecnológica, ese modelo está caduco.

El principal error inducido por esas plantillas es la segmentación por edad. “Mi avatar es una mujer de entre 35 y 50 años”, escucho con frecuencia. ¿Percibes el grave problema? Para una mujer, para la mayoría de las mujeres, entre los 35 y los 50 años ¡hay una vida de diferencia! Es decir, son tantas las experiencias, los aprendizajes, que son una persona muy distinta.

El concepto de segmentación es muy sencillo de aprender, aunque en la práctica se convierte en un obstáculo. Segmentación es, por ejemplo, partir tu torta de cumpleaños y compartirla con tu familia. Una tajada, un trozo, un segmento para cada uno. O cuando determinas la rutina de tu día: un tiempo (segmento) para comer, hacer ejercicio, trabajar, descansar…

¿Cuál es, entonces, el problema con ese tipo de segmentación por edad? Regresemos al ejemplo de la mujer. A los 35 años, quizás, es madre de niños en edad escolar, trabaja de tiempo completo, es esposa y ama de casa. Su vida social se restringe a las reuniones con los compañeros de trabajo y a las celebraciones familiares. Su agenda diaria está copada.

A esa edad, esa persona posterga otros sueños, otros anhelos, como viajar, practicar algún deporte o estudiar o desarrollar nuevas habilidades. ¡El tiempo no da, no alcanza! Por ende, sus necesidades, sus prioridades, están estrechamente ligadas a lo básico, a lo requerido en el día a día y, también, en función de su entorno cercano, de su pareja y de sus hijos.

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A los 40 años, esa mujer tiene mayores responsabilidades en el trabajo, producto del ascenso que recibió por su gran desempeño. Su jornada laboral se extendió y ahora también debe ocuparse del trabajo aun durante los fines de semana. Sus hijos son adolescentes y una preocupación es el inminente ingreso a la universidad. ¿Vida social?“¿Eso qué es?”, pregunta.

A los 45 años, con los hijos en la universidad, le preocupa que ahora casi no los ve, no comparte con ellos, y siente que “los estoy perdiendo”. El trabajo se ha convertido en una pesada carga que, con el paso del tiempo, es menos agradable. Comienza a pensar que “ya es tarde para…” y, entonces, renuncia a algunos sueños y se conforma con lo que ya tiene.

A los 50 años, la idea del retiro da vueltas por su cabeza. Hace cuentas de qué hace falta para pensionarse y empieza a elaborar planes. El mayor de sus hijos acaba de convertirla en una abuela alcahueta y ahora su principal preocupación es encontrar tiempo libre para disfrutar de su nieta. También debe enfrentar algunos de los achaques propios de la edad madura.

¿Cómo te parece esa cronología? ¿Estás de acuerdo? Cada caso es único, pero mencioné las generalidades. Lo importante, sin embargo, es que entiendas que esa mujer, llamémosla María José, era una a los 35 años y es otra, distinta, a los 50. No mejor, no peor, solo distinta. Distintas prioridades, distintos hábitos, distintas motivaciones, distintas necesidades…

Entonces, a la hora de definir tu avatar, el perfil de tu cliente ideal, no puedes cometer ese común y grave error de realizar una segmentación por edad tan amplia. Si sabemos que 5 años “son toda una vida”, piensa en lo que significan 15 años, o 20. Y tu cliente ideal, no lo olvides, es alguien común y corriente que experimenta estos cambios, que se vuelve otra persona.

Caer en esta trampa de la mala segmentación por edad es muy fácil. Entre otras razones, porque es inducida por el mercado, que nos habla del marketing generacional. Lo que quizás se nos olvida es que entre una generación y otra hay, cuando menos, 10 años de distancia. Los baby boomers, por ejemplo, son personas que nacieron entre 1946 y 1964 (diferencia: 18 años).

Un baby boomer nacido en 1946 es distinto de otro que nació en 1964. O un milenial que nació en 1981 y otro que lo hizo en 1996 (es decir, 15 años de diferencia). Así, por ejemplo, el primer milenial ya estaba en la universidad en el año 2000, mientras que el segundo quizás acababa de ingresar al colegio. Son parte de la misma generación, pero son personas muy distintas.

Por supuesto, no hay fórmulas mágicas o perfectas. Además, porque los límites de la segmentación por edad varían en función del producto o del servicio que ofreces. O de la industria en la que trabajes. Y la segmentación por edad es más o menos importante, relevante, según tu especialidad: más, si eres médico o entrenador personal; menos si eres contador.

¿Entiendes? En mi caso, por ejemplo, utilizo la segmentación por edad para filtrar a mis clientes potenciales. ¿Cómo lo hago? Primero, no trabajo con menores de edad, mis cursos y asesorías no están diseñados para ellos. Segundo, en función del producto o servicio que esa persona en particular me solicite, verifico que posea los conocimientos mínimos requeridos.

Y el conocimiento, lo sabemos, requiere tiempo (más edad). No quiere decir, por ejemplo, que un niño o un adolescente no puede aprender sobre storytelling, pero probablemente lo que le voy a enseñar no se ajusta a sus necesidades o posibilidades. Tampoco trabajo con jóvenes cuya prioridad de vida sea ganar dinero de manera fácil, sin esfuerzo y, sobre todo, rápida.

¿Por qué? Porque la creación de contenidos, en especial por escrito, implica un proceso, un aprendizaje que toma tiempo y, sobre todo, práctica, mucha práctica. Entonces, quienes piden resultados inmediatos, fórmulas mágicas,libretos perfectos; quienes son impacientes y son dados a saltarse los pasos, un hábito principalmente de los jóvenes, no son mi cliente ideal.

Conclusión: no hay verdades sentadas, pero sí hay recomendaciones que vale la pena tener en cuenta para no caer en la trampa del error inducido. Mi sugerencia es que cuando utilices la segmentación por edad los lapsos no superen los 3-5 años, para que los comportamientos y los hábitos sean más parecidos, para que los datos sean más precisos. ¿La clave? Prueba y valida.

Algo más: no des nada por hecho. No asumas aquello de “todas las mujeres…”, de “todos los hombres…”, de “todos los jóvenes…”, porque no es así. Tampoco caigas en la trampa de creer que las demás personas son como tú, o que los jóvenes son como tus hijos, o que los nuevos clientes son como los que tuviste en el pasado. Recuerda: cambia, todo cambia…

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La estructura del texto es una guía, ¡no una camisa de fuerza!

A todos los seres humanos nos gusta lo fácil, lo sencillo, lo que nos exige el mínimo esfuerzo. Esta es una premisa que se aplica a cualquier actividad de la vida, pero que no siempre nos ofrece los resultados que deseamos. De hecho, apegarnos a ella, seguir al pie de la letra, muchas veces nos lleva por el camino equivocado, justamente el que queremos evitar: sí, el de las dificultades.

Una de las razones por las cuales la mayoría de las personas no puede comenzar a escribir, o comienza, pero muy pronto se bloquea, es porque quiere seguir el modelo de otros. ¿A qué me refiero? Su prioridad es obtener un libreto ideal, una fórmula mágica, un paso a paso perfecto que puedan seguir y, por supuesto, replicar los resultados positivos de quien lo diseñó. Pero…

Pero, así no funciona. Ni siquiera en el caso de las recetas de cocina, que están pensadas para facilitar la vida de quienes tienen poca o ninguna experiencia. Tan pronto tomas una para preparar un plato y sorprender a toda la familia, empiezan los problemas. ¿Cuáles? No tienes algunos de los ingredientes o, más bien, alguno te produce intolerancia, o no eres hábil en el tema de las medidas.

Después de dos o tres intentos infructuosos, solo hay dos caminos: abandonar y pedir comida a domicilio o, más bien, olvidarte de la receta y seguir tu intuición. Cuando quieres escribir, el peor de los caminos es tratar de imitar lo que hacen otros. ¿Por qué? Porque escribir es algo único y personal, como tu ADN, como tu carácter. No puedes copiarlo de nadie, no puedes ser como nadie.

La escritura, en últimas, no es más que una manifestación externa de lo que tú eres interiormente, de tu forma de pensar, de tus creencias, de tus principios y valores, de tus miedos. Que, por supuesto, son distintos de los del resto del mundo, son únicos. Nadie es igual a ti, ni siquiera tus padres, o tus hermanos, o tus hijos: hay una esencia similar, el ADN, pero cada uno es único.

En mi curso A escribir se aprende escribiendo, por ejemplo, les enseño a mis alumnos varias de las estructuras de copywriting más utilizadas y también les comparto la que empleo, la que diseñé para adaptarme a las necesidades de mis clientes emprendedores y dueños de negocios. ¿Cómo es? Un híbrido de varias estructuras y, en especial, una rara mezcla de periodismo y storytelling.

Ninguna es un libreto ideal, ni una fórmula perfecta, pero todas siguen un paso a paso. Son, por ejemplo, la PAS, la AIDA, la Fórmula de las 4P o la Fórmula Pastor, entre otras. Todas son útiles, según el objetivo que te propongas, según el tipo de texto que necesites escribir. En todo caso, debes entender que la verdadera magia está en ti, en tu creatividad y en tu empatía.

Además, hay que considerar otro factor: la práctica hacer al maestro. ¿Eso qué quiere decir? Que, si bien en un comienzo seguir el paso a paso de cada estructura es necesario, después de unas cuantas veces que la utilices ya la incorporarás en tu disco duro y te olvidarás de ella, porque lo harás de forma automática. Será el momento en que también le darás tu toque personal.

¿Qué es eso del toque personal? Que jugarás con las estructuras, las combinarás caprichosamente, las utilizarás arbitrariamente. No será rápido, ni fácil, pero si escribes con disciplina, si desarrollas el hábito, si pruebas una y otra vez, mil y una veces, lo lograrás. Y cuando lo consigas podrás decir con autoridad y sin miedo al qué dirán que eres un escritor. Pero, ese es el final de la historia.

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El comienzo es cuando decides el tema del que vas a escribir. Así como cuando te dispones a cocinar primero reúnes los ingredientes necesarios y te aseguras de que nada falte, de la misma manera en el momento de sentarte frente al computador requieres que estén todos los elementos. Cuando te dispones a escribir, es a escribir: la etapa de investigación ya concluyó.

La habilidad de escribir, como cualquier otra, depende de un método, de las rutinas que sepas implementar. Rutinas que, no sobra decirlo, puedas cumplir una y otra vez sin inconveniente, es decir, que sean sencillas, que no te generen trabajo extra cada vez que quieres comenzar. Y una de las rutinas indispensables para escribir bien es reunir antes toda la información necesaria. ¡Toda!

Suele ocurrir, en todo caso, que mientras escribes te surja una duda, te formules una pregunta que no habías considerado y que te obliga a leer algo, a buscar la ayuda de Mr. Google. Es posible. Sin embargo, esa tiene que ser la excepción, no la norma. Porque si tu método de escritura es picar por allí y picar por allá, el proceso será tormentoso y el resultado, quizás no el que esperas.

¿Por qué? Porque así es imposible concentrarse, porque te distraes frecuentemente, porque no estás enfocado en lo importante, porque en tu cabeza todavía no está creada la historia completa. Entonces, en algún punto te vas a frenar, te vas a confundir, porque no tienes un plan establecido. Es cuando aparece el tal bloqueo mental, que no es más que la ausencia de un método.

Pero, volvamos al tema de la estructura, que es el motivo de esta nota. No hay una estructura perfecta, ninguna. Como en cualquier actividad de la vida, serás más afín con alguna y otra más quizás no te guste, no se acomode a tu estilo. No importa. Lo que sí importa es que cuando te sientes frente al computador tengas claramente definida cuál vas a usar, cuál será el paso a paso.

El otro aspecto que debes entender es que la estructura no es un libreto que tengas que seguir al pie de la letra, no es una fórmula exacta (como las matemáticas), ni tampoco es una camisa de fuerza. Es una guía, simplemente. Porque lo verdaderamente valioso no es cuál estructura utilizas, sino tu creatividad, tu imaginación para desarrollar el tema, tu conocimiento y, claro, tu mensaje.

Y, como supondrás, eso no te lo puedo enseñar yo, no te lo puede enseñar nadie. Si has leído algunos de los artículos que publiqué antes en este blog, seguramente ya te diste cuenta de que mi libreto es distinto al de la mayoría de la oferta de copywriters, que mi libreto es diferente, que mi fórmula es personal. Eso, precisamente, me convierte en una opción valiosa en el mercado.

La estructura, lo repito, es solo una guía. Y es la que tú quieras, la que más se acomode a tus necesidades y posibilidades. Debes comenzar con una sencilla, que te permita desarrollar el hábito, y luego avanzas a medida en que escribes más. Recuerda: la clave del éxito en este proceso es comenzar por lo sencillo, por lo que domines, por lo que puedas controlar sin mayor esfuerzo.

Por último, comprende que el arte de escribir, como el de pintar o el de cantar, implica horas y horas de práctica, de pruebas que nadie ve, que nunca salen a la luz pública, y que son las que, al final, te permiten lograr el objetivo. Un buen artículo es el resultado no de un chispazo, de eso que llamamos inspiración, sino de trabajo: decenas y cientos de borradores, de pruebas impublicables…

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