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5 errores que no puedes cometer con tu contenido en redes sociales

¿Recuerdas cómo era la vida antes de las redes sociales? La memoria es traicionera y parece que ha pasado toda una vida desde que estos poderosos canales irrumpieron como las joyas de la corona de la revolución digital. Sin embargo, han pasado poco menos de 20 años: en 2004 surgió Facebook, en 2006 lo hizo Twitter (hoy X) y en 2010 fue el turno de Instagram, las precursoras.

Apenas comenzábamos a disfrutar de la magia de internet y descubríamos las maravillas que se podían hacer los motores de búsqueda. De hecho, eran pocas las personas que tenían conexión a internet y la venta de teléfonos celulares despegaba lentamente en nuestros países latinos. Era una época de expansión tecnológica en varios frentes y no imaginábamos lo que iba a ocurrir.

¿Y qué ocurrió? Que esa tecnología que en un comienzo nos generaba desconfianza, a la que no le veíamos utilidad, se transformó en algo imprescindible. Sí, al punto que hay quienes aseguran que no pueden vivir sin ellas. Parece una locura (y quizás lo es), pero la verdad es que nos cuesta desconectarnos de ellas: hasta en el día de descanso o vacaciones les damos una miradita.

De acuerdo con el informe Global Digital Report 2023, de We Are Social y Meltwater, siete de cada diez habitantes del planeta (el 68 %, o 5.440 millones) tienen un teléfono celular. Además, el 59,4 % de los terrícolas (4.760 millones) están activos en las redes sociales. Así mismo, el tiempo promedio de conexión a las redes sociales es de 2h 31m, que se antoja poco y es mucho.

¿Por qué? Si concebimos que un ser humano promedio está despierto entre 14 y 16 horas cada día, significa que pasamos entre el 17,1 y el 15,7 % del día lo dedicamos a ver las redes sociales. Es decir, casi uno de cada cinco minutos. La realidad es que estamos atrapados por ellas, bien sea por actividades ligadas al trabajo o, como en un comienzo, a curiosear, socializar y entretenernos.

En aquellos años 2000, las redes sociales eran un reino exclusivo de las personas. Las empresas y las marcas, la mayoría de ellas, eran escépticas. Como lo fueron una década antes con internet, pero ya sabemos cuál fue el final de la historia: hoy nadie, absolutamente nadie (personas, marcas y empresas) es ajeno a internet y las redes sociales; son parte integral de la vida para todos.

Es justo decir, así mismo, que las redes sociales ya no son lo que eran antes. En sus inicios, estos canales eran un ecosistema joven, pero hoy prácticamente no hay límite de edad para ser usuario. Los mayores de 50 años siguen siendo una porción pequeña, pero este grupo etario no cesa de crecer. Los adultos entre 55 y 64 años se conectan a las redes durante 1h 40m cada día, en promedio.

Por otro lado, cuando todos estábamos enganchados con las redes sociales, cuando compartir contenido se había convertido en un hábito divertido, aparecieron los odiosos algoritmos y dañaron la fiesta. No solo porque cambiaron las reglas de juego (y las cambian con frecuencia), sino especialmente porque limitaron la posibilidad de que nuestras publicaciones sean vistas.

Las que se ven (y cada vez se ven menos) son aquellas que conectan con los intereses de esas personas a las que llamamos amigos de las redes sociales. Así, por ejemplo, si publicas una foto con tu mascota y alguien hace un comentario o le da like, cada vez que publiques algo similar esa persona la verá. Para aquellas que no interactúen con tu contenido, será invisible (no la verán).

¿Por qué se dio este cambio? Porque las empresas que están detrás de las redes sociales ejecutaron una estrategia magistral: nos tiraron el anzuelo, nos enamoraron, nos volvieron adictos a esos canales y, cuando más los disfrutábamos, cambiaron su modelo de negocio. O, mejor dicho, nos mostraron cuál era su negocio: si quieres que te vean, tienes que pagar publicidad (sí o sí).

Cuando pagas un aviso en cualquier red social, eres tú el que define qué publico la ve. ¿Cómo? A través de la segmentación que te permite la herramienta. Puedes ser tan específico como quieras, como necesites. Por supuesto, te verán más personas en función de que… ¡pagues más! Es decir, pasamos de anzuelo de lo gratis a la tiranía del pago por ver. Esa es la realidad actual.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que como resultado de estos cambios en las distintas plataformas digitales, muchos perdieron el norte, quedaron a la deriva. Hoy son barcos errantes, sin un rumbo fijo. En ese descontrol, muchos eligieron los atajos, las fórmulas mágicas, con la ilusión de recuperar los resultados del pasado. Al final, quedaron frustrados y con las manos vacías.

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Estos son los errores más frecuentes al publicar contenido en redes sociales:

1.- Carecer de estrategia.
No sé si estés enterado, pero lo que vende no es la publicidad o el copy (en cualquier formato o canal, incluidas las redes sociales), sino la estrategia. Sin ella, NO VENDERÁS. Por más que pagues publicidad. El objetivo del contenido es atraer desconocidos, decirles quién eres y qué haces, despertar su curiosidad y persuadirlos de darte sus datos. Ahí entrega el testigo al marketing de conversión.

Antes de la venta, los contenidos que publiques deben estar destinados a darte visibilidad, posicionarte y darle motivos al mercado para elegirte como la mejor opción. Es una etapa en la que debes enfocarte en informar, educar y nutrir a tus prospectos. ¿Acerca de qué? De lo que ofreces, de la transformación que experimentarán una vez adquieran lo que les ofreces.

2.- No conocer tu público.
Podría asegurar que es el error más común. Y, también, el más grave. ¿El origen? La mayoría de las marcas, empresas o emprendedores no define su avatar o, peor, lo hace mal: define al cliente caliente, el que está listo para comprar, pero atraen prospectos fríos. Además, no conocen a ciencia cierta su necesidad y, algo muy importante, sus deseos, sus motivaciones. Juegan al tiro al blanco.

Y, lo peor, con mala puntería, por lo que la posibilidad de acierto es mínima. Dado que no saben quién es en realidad su cliente potencial, publican por sospecha, por intuición, lo que a ellos les gustaría consumir. Que, valga decirlo, casi nunca se corresponde con las necesidades e intereses de las personas a las que pueden ayudar. Otra variante: todo es dolor, dolor y más dolor (¡Ay!).

3.- No tener consistencia.
Esta, créeme, es la cualidad más valiosa de una estrategia de contenidos. De nada te sirve publicar dos o tres semanas seguidas, o tres veces una semana, y luego desaparecerte. O, como es habitual en el mercado, aparecer solo cuando van a vender. La consistencia es la clave del éxito de cualquier estrategia y es el combustible que te permite avanzar. Sin ella, el éxito a largo plazo es una ilusión.

No se trata de publicar todos los días, o tres veces a la semana. Quizás una sea suficiente. Eso solo lo puedes determinar tú, en la medida en que conozcas a tu audiencia. Además, no lo olvides: eres tú quien impone las reglas. Eso sí, bajo la premisa de que serás el primer en respetarlas. La clave es que, sin importar la frecuencia, seas consistente y lo que publiques le aporte valor al mercado.

4.- Vender, vender y vender.
No me cansaré de repetirlo: el contenido NO vende; la que vende es la estrategia que hay detrás de ese contenido. Dado que 9 de cada 10 clientes potenciales que tienen contacto contigo en los canales digitales no saben quién eres o qué haces, qué ofreces (esa es la realidad, acéptalo), no puedes salir a vender en frío. Necesitas calentar a tu audiencia, un proceso que requiere paciencia.

Y método, también. Es decir, estrategia. La venta, quizás lo sabes, es una consecuencia de todas las acciones que realizas, de la calidad de la experiencia que le brindas a tu cliente potencial a partir de las interacciones registradas en cualquier canal, dentro o fuera de internet. La venta en frío es al contenido lo que la kryptonita a Superman: le bloquea los superpoderes, lo vuelve algo corriente.

5.- El egocentrismo.
¿En qué consiste? En publicar contenido relacionado exclusivamente con el producto o servicio que se ofrece o, en su defecto, con la marca. Se dedican a ponderar las características, el precio o la forma en que empaquetaron ese producto o servicio. Se vuelve una cantaleta que, con el tiempo, es una retórica que a nadie le interesa, que nadie quiere consumir. Es, créelo, es el acabose.

Entiende que lo única respuesta que le interesa a tu cliente potencial es la respuesta a la pregunta ¿Qué hay aquí para mí? Lo que esa persona quiere saber es cómo la vas a ayudar y, sobre todo, cuál va a ser el resultado de su relación contigo. No te obsesiones con hablar de ti y de tu marca: más bien, que tu obsesión sea ayudar a tu cliente potencial, infórmalo, edúcalo, nútrelo.

Las redes sociales no son la panacea, como proclaman algunos, pero tampoco están mandadas a recoger, como piensan otros. El resultado que obtienes en esos canales, independientemente de cuáles utilizas, está determinado por cómo los aprovechas. Debes conocer las características del ecosistema, explotar sus fortalezas y minimizar sus carencias. Y, claro, evitar estos cinco errores.

Algo más: ten en cuenta que las redes sociales NO son el punto de llegada, sino el de partida. ¿Eso qué quiere decir? Que son tan solo la carnada, el señuelo que muerden tus clientes potenciales, para llevarlos a tus propiedades digitales (blog, web, carta de ventas, email marketing), que son los escenarios en los que podrás desplegar tu estrategia de marketing para convertirlos en clientes.

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¿SEO o no SEO? He ahí el dilema: cómo sobrevivir sin caer en la trampa

¿Cuándo fue la última vez que un robot te compró un producto/servicio? ¿En el último año, qué porcentaje de tus ventas correspondió a compras realizadas por un robot o un algoritmo? ¿Qué peso tienen en tus ingresos las compras que Google te hace? Estas preguntas, que a alguno le podrán parecer locas o fuera de contexto, surgen de uno de los mitos más grandes del marketing.

¿Cuál? Que venderás más si apareces en los primeros puestos de las búsquedas de Google. Es una de tantas mentiras que se vistieron de verdad de tanto repetirlas. Sin embargo, no deja de ser una mentira. Porque, y asumo el riesgo de equivocarme y verme en la obligación de rectificar, ninguno de los emprendedores que conozco le ha vendido a un robot o a un algoritmo. ¡Ninguno!

El tema del SEO (Search Engine Optimization, en inglés) se ha convertido en una discusión bizantina y en uno de los debates más inoficiosos del marketing. Y, también, en una camisa de fuerza y una creencia limitante cuando hablamos de copywriting, de generación de contenido. De hecho, hay fieles seguidores/defensores del SEO y, en el otro extremo, furibundos detractores.

En esencia, el SEO es el conjunto de acciones destinadas a mejorar el posicionamiento de una web en la lista de resultados que ofrecen los distintos buscadores y motores de búsqueda, en especial, Google. La premisa básica es que cuanto más visible seas, cuanto más arriba aparezcas, mayor será el impacto que obtengas y mayores serán las posibilidades de que generar tráfico orgánico.

Comencé a producir contenido escrito para internet en 1997, antes de que Google surgiera (apareció el 4 de septiembre de 1998). La irrupción del concepto de SEO no es fácil de establecer, pero sí es claro que no ocurrió antes de 2004 y se demoró unos años en posicionarse. Es decir, por varios años, fue posible publicar en internet sin necesidad de atender los caprichos del algoritmo.

Desde el punto de vista positivo, el SEO llegó para ayudar a los usuarios a encontrar más rápido el contenido confiable y de calidad. Hasta ahí, muy bien. Sin embargo, como suele suceder, no pasó mucho tiempo antes de que esa idea original se distorsionara y el SEO se convirtiera en lo que es hoy: una odiosa y caprichosa dictadura. Que, valga decirlo, cada día recibe menos atención.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchas personas y empresas se dieron a la tarea de seguir al pie de la letra el libreto del SEO para aparecer en los primeros lugares de las búsquedas. Artículos cortos, frases cortas, enlaces externos, palabras clave, intertítulos, títulos llamativos, viñetas, optimización de las URL e inclusión de metadatos, entre otras acciones.

Todo, bajo la premisa, bajo la promesa, de que aparecer en los primeros lugares de las búsquedas no solo garantizaba un alto tráfico orgánico cualificado, sino que a corto plazo de traducía en ventas. Y no fue así. Aun hoy, si realizas una búsqueda sencilla, una noticia o la biografía de algún personaje, verás que casi nunca el buen contenido aparece en los primeros puestos de la lista.

Primero, porque aparecieron los links pagos, es decir, empresas que pagan por aparecer en esos lugares de privilegio. Segundo, porque el robot de Google, su odioso y caprichoso algoritmo, no es tan inteligente para discernir lo que en realidad está bien escrito de aquello que simplemente sigue las pautas establecidas. ¿Entiendes? Tristemente, Google pesca mucho contenido basura.

Tercero, porque al contrario de lo que se pretendía, la dictadura del SEO uniformó la presentación de los contenidos, los cortó a todos con la misma tijera, en vez de diferenciarlos, de seleccionar a los verdaderamente buenos. Esto, además, disparó el patético copy+paste: puedes hallar 2, 3 o 5 artículos exactamente iguales, sin poder determinar cuál es el original. ¡Auchhh!

Confieso, con un poco de rubor, que aún no termino de entender el SEO y, la verdad, no quiero entenderlo. La calidad de mi contenido no está determinada por las palabras clave, por los intertítulos (casi nunca lo uso), por los enlaces externos o por los metadatos. Mi SEO, que es muy efectivo y genera un impacto positivo, se basa en un concepto que ningún robot puede ofrecer.

CGCopywriter

¿Sabes a qué me refiero? A la empatía, a despertar emociones y activar la imaginación. Lo aseguro por la experiencia de tantos años publicando en internet sobre temas tan variados como deportes (fútbol, golf, tenis, patinaje, bolos), marketing, marketing inmobiliario, espectáculos o desarrollo personal, entre otros. Este SEO, mi SEO emocional, funciona muy bien en todos estos campos.

Por supuesto, utilizo algunas palabras clave, con frecuencia incluyo enlaces externos y sigo unas pocas más recomendaciones del SEO. Como dice mi buen amigo y mentor Álvaro Mendoza, el director de MercadeoGlobal.com, “hay que darles carnada a los buscadores”. Sin embargo, el contenido que producimos para su blog y para el mío está soportado en el SEO emocional.

Y mal no nos va. Jamás, un cliente o un lector se quejó por la falta de metadatos, porque no pudo identificar las palabras clave, porque la extensión era mayor de la recomendada o porque no se utilizaran intertítulos. En cambio, afortunadamente, sí recibimos una retroalimentación positiva, y muy valiosa, por la calidad del contenido, por la utilidad del contenido, por el tono humano del contenido.

Porque de eso se trata, al fin y al cabo, ¿cierto? De que el marketing consiste en establecer una relación a largo plazo que redunde en un intercambio de beneficios entre dos seres humanos. Que en el medio haya máquinas, robots, algoritmos u otras maravillas de la tecnología está bien. Sin embargo, la clave del éxito, el poder del impacto que podemos provocar radica en la empatía.

La tecnología es increíble, necesaria, pero jamás, no hoy, ni en el futuro, podrá emular o superar el impacto de las emociones, de la identificación, de los sentimientos. Esto, amigo mío, es privilegio exclusivo del ser humano. De hecho, mi amigo Blas Giffuni, consultor senior de SEO publicó hace poco un artículo en el que nos “invita a modificar la estrategia de SEO para que esté basada en el usuario”.

Hasta ahora, fiel a mis vieja costumbre de llevar la contraria, me negué a someterme a la dictadura de Mr. Google. Más de 30 años de trayectoria profesional y miles de artículos escritos en diversos medios y plataformas, para públicos distintos, me avalan. En cambio, hay otro factor clave que, a mi juicio, es mucho más valioso y poderoso que el SEO, y a este sí le presto atención: la legibilidad.

¿Sabes en qué consiste? Es la cualidad de un texto que facilita su lectura y, sobre todo, su comprensión. Que no tengas que leer una frase más de una vez para entenderla, que el texto tenga ritmo, es decir, conjugue frases cortas, con otras de mediana y larga extensión. Que haya gatillos emocionales y giros gramaticales que mantengan atrapada la atención de quien lee.

La legibilidad está estrechamente vinculada con la calidad de tu texto: en lo gramatical, en lo ortográfico, en la construcción de tus frases (extensión, variedad), en la longitud de los párrafos o en la utilización de palabras de transición. Esta métrica está incorporada en el Yoast SEO, el plugin más utilizado para adaptarse a las características del SEO para posicionarse en los buscadores.

No es una herramienta perfecta (es un robot, no lo olvides), pero a mi juicio es mucho más útil y confiable que el SEO. Por la forma en que está programada, adora las viñetas (cuyo uso abusivo es un error común que empobrece tu contenido) y se obsesiona con los intertítulos. Es tacaña para darte la aprobación (verde), pero con el color naranja (aceptable) es suficiente. Y no te aterres si te pone rojo.

Mi recomendación es que no caigas en la trampa del SEO, en la tentación de ver tus artículos en los primeros lugares de las listas de los motores de búsqueda. Tus clientes, tus lectores, son seres humanos, no robots. Conectar con ellos a través de las emociones y la empatía es la experiencia de usuario más maravillosa que puede existir, algo la tecnología jamás podrá igualar.

En la medida en que tus clientes o tus lectores conecten con tus textos, aprecien la calidad de tu contenido (que está relacionada también con el contexto, con la profundidad de la información y, de manera especial, con tu creatividad y tu estilo), poco o nada importará en qué lugar apareces en las búsquedas. Ya estarás bien posicionado en donde realmente vale la pena: en el corazón de otro ser humano.

CGCopywriter