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Marca personal: cómo ser una ‘love Brand’ con un mensaje poderoso

“Yo confieso, ante Dios Padre todo poderoso y ante ustedes hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”. Esta frase, que los católicos pronunciamos cada vez que asistimos a la santa misa, esconde uno de los problemas más serios a los que nos enfrentamos cada día. ¿Sabes a cuál me refiero? Aquel de transmitir una imagen de perfección que no existe.

“Mostramos éxitos, no fracasos;
alegrías, no decepciones;
fortaleza, no debilidades;
ovaciones, no humillaciones;
aciertos, no errores.
Transmitimos una ilusión que no existe.
Olvidamos lo que aprendemos de ese lado oscuro
que nos empeñamos en ocultar.
No te olvides de ser humano”
.

Esta poderosa reflexión fue publicada en sus redes sociales por mi buen amigo Hyenuk Chu, el gurú de las finanzas y de las inversiones en la Bolsa de Nueva York. Si no lo conoces, si no sabes quién es, date una pasada por sus canales digitales (blog, Facebook, Twitter, Instagram, YouTube o Spotify). Encontrarás muchísimo contenido de alto valor y una revista digital.

Cuando la leí, te lo confieso, me impactó. Si bien procuro ser tan transparente como puedo, porque no tengo nada que esconder y no me avergüenzo de mis errores en virtud de tanto que me enseñaron, me sentí reflejado en esas palabras. Más que parte de la naturaleza humana (no creo que sea así), es la respuesta a hábitos adquiridos, a comportamientos modelados.

Nuestros padres (y sus padres, y los padres de ellos, y así sucesivamente), que en el proceso de educarnos hicieron lo mejor que podían con los recursos de los que disponían, con su ejemplo y con sus dichos nos enseñaron a mostrar lo bueno. Y no está mal, porque cada persona es un universo increíble con mil y una valiosas características que lo hacen único y especial.

Sin embargo, y asumo que coincides conmigo, esta es solo una cara de la moneda. Y todas las monedas, absolutamente todas, tienen dos caras. Y a veces, al menos en algunas de las etapas de la vida, vivimos más fracasos, más decepciones, más humillaciones y cometemos más errores que aciertos, ovaciones, fortaleza alegrías y éxitos. Esa es la dura realidad.

Y es precisamente en esas épocas, llamémoslas difíciles, en las que más tendemos a encerrarnos, a protegernos. Buscamos blindarnos porque, aunque no lo reconozcamos de manera consciente, nos sentimos vulnerables. Y la reacción natural (esta sí) es elevar cuantas barreras sean necesarias para evitar más daño. Barreras que son mecanismos de defensa.

Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que no sirven para nada. De hecho, y lo he experimentado, nos provocan más daño del que pretendemos evitar. ¿Por qué? Porque, como bien lo dijo el amigo Hyenuk, vendemos una imagen falsa, mostramos una cara que no tenemos. En otras palabras, construimos una mentira que tarde o temprano se caerá, y nos caerá encima.

Más en tiempos como los actuales, en los que la base de las relaciones sólidas consiste en ser auténticos, en ser honestos, en construir mensajes poderosos capaces de generar un impacto (ojalá positivo) en la vida de otros. La gente, la mayoría (y me cuento ahí), está cansada de la hipocresía, de los abrazos falsos, de palabras melosas que esconden la envidia y resentimiento.

Olvidamos, quizás, el poder que tiene nuestra marca personal, o dicho de otra manera el poder que tenemos como marca. Todo lo que hacemos, y lo que no hacemos, y la forma en la que lo hacemos transmite un mensaje poderoso. Para bien y para mal. Un mensaje que, si lo permitimos, puede convertirse en un búmeran que se vuelva contra nosotros y nos golpee.

El problema es que no nos damos cuenta, o no sabemos, que somos una marca. Que se construye, se rediseña, se reformula, se nutre, desde el día en que nacemos hasta el día en que morimos. Todo lo que hacemos (y lo que no hacemos) y la forma en que lo hacemos contribuye a crear esa marca personal, que es un mensaje que transmitimos todo el tiempo.

La marca personal es como otros te perciben, el mensaje que transmites, lo que eres y el valor que aportas, el impacto que produces en la vida de otros. La forma en que saludas, cómo te ríes, de qué manera reaccionas a una agresión, cómo tratas a los niños y adultos mayores o a los animales, son mensajes que hablan por ti, que dicen mucho de ti. Es el poder de la marca.

Que tiene beneficios invaluables:

Genera confianza
Genera empatía
Genera autoridad
Genera identificación
Conecta con las emociones de otros

Hoy, por si no lo sabías, lo que la gente compra no es un producto o un servicio. Compra el resultado de lo que tú ofreces, la transformación. En otras palabras, te compra a ti, que ya dejaste atrás las dificultades, que sorteaste los malos momentos y construiste una mejor versión. Te compra a ti, que eres el modelo que otros quieren imitar, que inspira a otros.

Si te conviertes en una marca apreciada por el mercado, tendrás el doble de posibilidades de que tus clientes te recomienden con otras personas de su entorno. Además, estarán dispuestas a pagar lo que les ofreces, aunque sea más costoso que la competencia. Y, si la relación es satisfactoria, si cumples lo que prometes, no dudarán en comprarte otra vez.

No importa si eres médico, abogado, periodista, coach o contador; no importa cuánto tiempo llevas en el mercado o si acabas de llegar. Lo que importa es la marca que construyes, el mensaje que transmites, el impacto que logras. Tu tarea, independientemente de aquello a lo que te dedicas, consiste en convertirte en una love Brand, una marca que enamora.

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Ahora, supongo, te preguntarás cómo ser una marca que enamora. La clave está en la respuesta que ofrezcas a estos interrogantes:

¿Qué te define?
¿Qué hace único?
¿Cuáles son tus valores?
¿Qué te hace valioso?
¿Cuáles son tus principales habilidades?

Si no sabes cómo hallar las respuestas (que no las hay correctas o incorrectas, porque, no lo olvides, tú eres único), este decálogo, sin duda, puede ayudarte. La clave, por supuesto, está en despojarte de los miedos, del ego y responder tan honestamente como sea posible. Al fin y al cabo, no es un examen, sino un ejercicio profesional con el fin de construir tu mejor versión:

1.- Autoconocimiento.
Todo parte de ti, entiéndelo. Lo que recibes es simplemente lo que la vida te retorna tras haberlo compartido con otros. Y para compartirlo necesitas saber quién eres, cómo eres. El autoconocimiento es una apasionante aventura a tus profundidades. ¡No te lo niegues!

2.- Autenticidad.
Nos venden, cada día, decenas de modelos que, nos dicen, debemos imitar si queremos ser felices y/o exitosos. La verdad es que el único camino para ser feliz y exitoso es ser tú mismo, con lo bueno y lo malo. Ser auténtico es lo que te hace único, lo que te hace especial.

3.- Honestidad.
Nadie es perfecto y quizás ese no sea el ideal que persigas. Más bien, sé fiel a tu esencia, a lo que eres, a lo que has logrado construir. Admírate, valórate y quiérete al punto de trabajar cada día en mejorar, en inclinar la balanza del lado de tus fortalezas, sin olvidar tus debilidades.

4.- Consistencia.
La marca, lo mencioné, es una construcción que comienza el día en que naces y termine aquel en el que mueres. No siempre somos conscientes de ello, pero tan pronto tomes el control vas a necesitar consistencia para trabajar, para alcanzar los resultados que te propones.

5.- Constancia.
Un complemento de la anterior. Entiende que la vida no es una carrera de velocidad, un esprint de 100 metros, sino una ultramaratón de resistencia. Un paso a la vez, un paso cada día, con constancia, y pronto verás que estás más cerca del objetivo que del punto de partida.

6.- Coherencia.
No es fácil, pero es posible. Procura que aquello que piensas, aquello que sientes, aquello que dices y aquello que haces esté alineado, que no haya contradicciones profundas. Esta es una característica que blinda tu mensaje, que le da un poder inmenso a tu marca personal.

7.- Propósito.
Debería ser el primero en la lista, pero el orden de los factores no altera el producto. ¿Cuál es tu razón de ser? ¿Por qué llegaste a este mundo? ¿Cuál fue la misión que te encomendaron? ¿Por qué y para quién haces lo que haces? El propósito es el eje transversal de la marca personal.

8.- Mentalidad abierta y de crecimiento.
Enfócate en lo positivo, en lo constructivo, y aléjate de lo tóxico, de lo negativo, de lo destructivo. Aprende que no te conviene estar en todos los lugares, que hay personas de las que debes apartarte. Sé tolerante, paciente y curioso, respetuoso de los otros y de ti mismo.

9.- Capacidad de cambio.
Si te resistes al cambio, no podrás avanzar. Y, lo peor, malgastarás tus energías, tus recursos. Pon en práctica la resiliencia y aprende a adaptarte a las nuevas circunstancias. Ser maleables es una característica que permite a algunos seres humanos sobresalir del montón.

10.- Constante aprendizaje.
Para construir una marca personal poderosa y tu mejor versión requieres aprender cada día, sin falta. Y desarrollar habilidades que fortalezcan y complemente tus talentos. Sé un eterno aprendiz, comparte lo que sabes y luego la vida te devolverá maravillosas recompensas.

Cuando el mercado, los demás, te perciba como una love Brand, una marca personal poderosa, obtendrás grandes beneficios. Primero, podrás vender tus productos o servicios a precios premium; segundo, tus clientes satisfechos te promocionarán y a través del voz a voz atraerán otros buenos clientes; tercero, tus clientes serán fieles y te comprarán una y otra vez.

Dedicado a la comunicación, a la creación de mensajes de impacto, aprendí de la vida que me fue encomendada la misión de transmitir mis conocimientos y experiencias para ayudar a otros. Un privilegio que procuro honrar cada día y por el que trabajo mi marca personal con el fin de ser una love Brand capaz de dejar una huella positiva, un legado, una historia positiva…

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‘Ghostwriting’: ¿qué es, a quién le sirve, quién lo puede hacer?

Es uno de los oficios más antiguos de la historia de la humanidad, superado por unos pocos como la prostitución con el que (ojalá nadie se sienta ofendido) guarda similitudes. En los últimos tiempos, se hizo más visible, pero no caigas en la trampa de creer, como dicen los vendehúmo, que es otro de los hijos naturales de la pandemia. Esa es una mentira.

¿A qué me refiero? Al escritor fantasma, negro literario o ghostwriter. En esencia, se trata de un periodista o escritor que escribe los textos de otros. Pueden ser discursos para políticos o empresarios, libretos para radio o televisión, reportes, biografías o libros. Es un oficio que siempre estuvo ahí, pero fiel a su naturaleza se mantuvo tras bambalinas, escondido.

Una de las manifestaciones más populares de escritura fantasma son las columnas de opinión que publican los diarios, firmadas por reconocidos deportistas (futbolistas, tenistas y muchos más). Por supuesto, ellos no las escribieron. Quizás por no lo saben hacer, quizás porque les tomaría demasiado tiempo, quizás porque entienden que su aporte es su punto de vista.

Hoy, los políticos, empresarios y algunas otras figuras públicas como artistas (cantantes, actores o bailarines) integran un periodista/comunicador en su equipo de trabajo con la intención de que, entre otras labores, sea su voz oficial. Y muchos de los libros, en especial los autobiográficos o inclusive algunos de ciencia ficción, son escritos por ghostwriters.

De eso se trata, precisamente, el ghostwriting: el que llamamos autor, el nombre que aparecerá públicamente, ofrece unas ideas, unos planteamientos, y el periodista o escritor los convierte en un texto digno de leer. La clave es que ese contenido refleje tanto el pensamiento como la voz del protagonista porque, de lo contrario, sería una nota periodística, una entrevista.

Si bien a lo largo de mi trayectoria periodística realicé este trabajo ocasionalmente, solo cuando comencé a escribir de marketing descubrí que era una especialidad valorada. Hoy, es uno de los servicios que más me solicitan y, por supuesto, una interesante fuente de ingresos. Pero, no solo eso: también, una gran vitrina, una labor que me ha dado visibilidad y autoridad.

Veamos cuáles son algunas de las características del oficio de escritor fantasma:

1.- En anonimato.
Es la condición sine qua non. De hecho, el acuerdo incluye (debe incluir) un pacto de confidencialidad. La primera barrera que hay que derribar, entonces, es la del ego: si lo que deseas es reconocimiento y aplausos, no puedes ser escritor fantasma. La satisfacción de realizar un buen trabajo y que los lectores aclamen el contenido es la compensación.

2.- Es una especialidad.
¿Eso qué quiere decir? Que no es un oficio que un novato pueda desempeñar. Para llegar a ser un ghostwriter hay que escribir mucho, de muchos temas. Cultura general y mentalidad abierta son cualidades valoradas de estos profesionales, que también deben entender que hay temas que no son convenientes, en los que es mejor no inmiscuirse. El escritor fantasma se hace (no nace).

3.- Requiere un método.
El éxito de un buen ghostwriter no se limita a escribir bien. Se requiere que sepa orientar al autor, ayudarlo a encontrar la información más valiosa y entregarla tan detallada como sea posible. También, tiene que conocer acerca de producción editorial, amén de labores básicas como corrección ortotipográfica y de estilo. Ah, y claro, una metodología estructurada.

4.- La versatilidad.
Si un ghostwriter se especializa en un tema no está mal, por supuesto. Tendrá que ver, eso sí, que sea un nicho atractivo, solicitado, porque de lo contrario ya no es un buen negocio. Sin embargo, es mejor si escribe de varios temas. He sido escritor fantasma de marketing, de marketing gastronómico, de marketing inmobiliario, de relaciones de pareja y desarrollo personal.

5.- La empatía.
Esta es la razón por la que no cualquier periodista o escritor puede ser ghostwriter. Además de deponer el ego (que no es una tarea fácil), hay que hacer realidad aquello de ponerse en los zapatos del otro. Tienes que pensar como piensa el autor, sentir lo que siente el autor, además de expresarte en sus términos, de tal modo que el lector no sospeche acerca de la autoría.

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¿Cómo saber si hay un buen escritor fantasma dentro de ti? Prueba. No hay otra fórmula. Es un ejercicio distinto de todos los demás a los que un periodista o escritor está acostumbrado, pero se aprende. Escucha audios y videos de esa persona, analiza su lenguaje no verbal, identifica las frases o palabras que lo caracterizan y prueba: escribe y valida con quienes lo conocen.

Entiende, así mismo, que nunca podrás conocer ciento por ciento a esa persona (así sea alguien cercano a ti), pero no hace falta. Lo importante, sin embargo, es que los textos que escribas a su nombre reflejen su forma de ser, de pensar, de sentir, sus ideas, sus sueños, sus miedos. El ghostwriter es un instrumento, invisible, y no tiene por qué figurar.

Ahora, veamos la otra cara de la moneda: ¿cuándo necesito a un ghostwriter y qué debo tener en cuenta para contratar al que más me convenga?

1.- Un objetivo claro.
Parece obvio, pero no lo es. La mayoría de las personas te contacta y te dice “quiero escribir un libro”, pero ni siquiera saben de qué tipo. Por muy buen escritor que sea, no hace magia y solo puede producir algo de calidad cuando recibe buena información. Si quieres que alguien escriba algo por ti, no olvides que tú eres el autor, el que se llevará los aplausos o las críticas.

2.- Un convenio claro.
Esto significa que estén detalladamente definidas las tareas de cada uno, las responsabilidades y los plazos de entrega, así como las condiciones económicas. Lo usual es pagar un adelanto de al menos el 50 % del valor total (el resto, al terminar). Si no conoces a esa persona, busca referencias y pídele trabajos anteriores que haya realizado bajo esta modalidad.

3.- Trabajo en equipo.
Esta es una de las claves del éxito. Si el autor paga y desaparece, después también las consecuencias. Un libro es una construcción compleja y requiere el aporte de todos los involucrados. Lo fundamental es que quien contrata brinde tanta información de calidad como sea posible, más allá de que, eventualmente, el ghostwriterdeba complementar, investigar.

4.- Una validación.
No es obligatoria, pero sí conveniente (la recomiendo). ¿En qué consiste? Una vez se establece la estructura del producto (con el índice, sin es un libro), el ghostwriter prepara un modelo de, por ejemplo, capítulo. ¿Para qué? Para que el autor compruebe si se siente reflejado en ese texto, si son sus palabras, sus ideas. Este el momento de corregir y ajustar, no al final.

5.- La confianza.
Aunque tú aparezcas como autor, aunque tú pagues por el trabajo, entiende que el profesional es el ghostwriter. Es decir, no pretendas enseñarle qué decir, cómo decirlo. Tu tarea consiste en validar la información, certificar que lo escrito es cierto, que es el mensaje que deseabas transmitir. El resto (el estilo, los giros literarios, la imaginación) déjalos en sus manos.

Ahora, supongo que te intriga cuánto puede costar contratar a un ghostwriter. La respuesta es que hay muchas variables que se deben considerar, como el tiempo, la dificultad del proyecto, la forma en que el escritor fantasma recibirá la información, cuánta información debe aportar y, por supuesto, la empatía con el autor. Dependerá, también, de la experiencia que acredite.

Cuando una persona me dice que quiere que le ayude a escribir un libro, programo una consultoría estratégica en la que pregunto acerca de todo lo que me interesa saber y respondo todas las inquietudes del cliente potencial. Luego, en función de las variables del proyecto, fijo una cifra. Entiende, eso sí, que dado que es una especialidad la tarifa suele ser un poco más alta.

En Canadá, por ejemplo, cuando el ghotswriter está afiliado a la Asociación de Escritores, el precio mínimo es de 32.000 dólares canadienses. La cifra varía en función, también, de la notoriedad de la persona que va a aparecer como autor: si es muy conocido o famoso, el costo se eleva. ¿Por qué? Porque la responsabilidad del escritor fantasma es mayor, también.

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5 habilidades clave para comunicarte bien y dejar huella

Todos, absolutamente todos los seres humanos, soñamos con dejar un legado, una huella en este mundo. Tristemente, muchos parten de aquí si haber conseguido ese objetivo o, peor aún, a sabiendas de que su huella, su legado, no fue positivo. Tristemente, esto sucede porque desaprovechamos el poder de una habilidad que es privilegio de nuestra especie: la comunicación.

Una de las grandes lecciones que la vida nos dio en los últimos meses, por cuenta de esta terrible pandemia que no solo nos cambió la rutina, sino que nos arrebató a muchos seres queridos, muchos momentos de felicidad, es aquella de que necesitamos el uno del otro. En otras palabras, desveló el origen de muchos de nuestros problemas: el egocentrismo en cualquier manifestación.

Sí, nos demostró que, mucho que nos pese, si bien llegamos solos a este mundo y de este mundo nos vamos a ir solos, mientras estemos acá, el tiempo que dure esta aventura, necesitamos de los otros. Por supuesto, una real convivencia es imposible si no está soportada en una comunicación honesta, genuina, de doble vía, una comunicación en la que las partes involucradas se benefician.

Tuvimos que aprender a vivir separados de los otros, de esas personas a las que estábamos acostumbrados en la rutina de antes. Por fortuna, la tecnología, bendita ella, nos abrió canales, nos dio oportunidades que 15 o 20 años atrás no existían y sin los cuales el encierro habría sido una tortura mayor. Las aplicaciones de mensajería y las transmisiones en vivo nos salvaron.

¡Literalmente! Sin embargo, no fue suficiente. Porque, supongo que coincidirás conmigo, un tema es conversar con tu familia y tus amigos a través de Zoom o de una videollamada de WhatsApp, o enviar un audio o un video, o publicar un reel o un carrusel en Instagram y otra, bien distinta, es poder dar un abrazo, un beso o tomar de la mano a la otra persona, que está ahí, cerquita.

Lo más doloroso, sin duda, fue haber perdido seres queridos, amigos cercanos, colegas o conocidos sin tener la oportunidad de despedirlos, de acompañarlos a su última morada, sin poder dar un abrazo de condolencias a los deudos. ¡Duro, muy duro! Es un vacío que nunca se va a llenar, un momento que la vida nos arrebató sin explicación y que no es fácil de aceptar.

Una época en la que, además, fuimos víctimas de un mal que ya se había insinuado, pero que en estas circunstancias se desbordó: la infoxicación. Sí, la proliferación de noticias faltas, de versiones distorsionadas y amañadas, pero también la autocensura, la decisión de no publicar informaciones en función de intereses políticos y económicos privando, así, el bienestar de la sociedad libre.

En la vida, y más en tiempos de incertidumbre y de crisis, es imposible encontrar un equilibrio verdadero, un 50/50. La balanza siempre se inclina hacia alguno de sus extremos. Por eso, la comunicación durante este triste período fue tanto una ganadora como una perdedora. A mi modo de ver, el resultado final dependerá, exclusivamente, del uso que le dé cada uno.

Lo cierto, lo innegable, es que necesitamos ser más conscientes de la forma en que nos comunicamos. Con otros y con nosotros mismos. Debemos ser más asertivos, pero también, más compasivos, menos exigentes. Tenemos que desarrollar habilidades complementarias que nos ayuden a potenciar la maravillosa habilidad de la comunicación, privilegio de los seres humanos.

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Estas son cinco de esas habilidades complementarias que, sin duda, nos ayudan a comunicarnos mejor:

1.- Aprender a escuchar.
Desde el momento en que nacemos, a través de la palmadita en la nalga, nos estimulan a expresarnos por la boca. Y se nos queda la maña. Además, rápido aprendemos que cuando más bulla hacemos, cuanto más duro lloramos, cuanto más nos quejamos, mayor es la atención que nos brindan. Y se nos queda la maña, aunque llega el momento en que lo pagamos.

La condición sine qua non para comunicarnos mejor es aprender a escuchar. Con atención, con devoción, con respeto. Escuchar sin interrumpir, escuchar sin juzgar, escuchar sin reacción a través de las emociones (que suelen ser malas consejeras). Recuerda algo que surge de la infinita sabiduría de la naturaleza: nacemos con dos oídos y tan solo un boca. Escucha más, habla menos.

2.- Ser empáticos.
Hoy, en las actuales circunstancias, escuchar no es suficiente. Para que la comunicación en realidad se transforme en un intercambio de beneficios, se requiere la empatía. Que va mucho más allá de la convencional definición de “ponerse en los zapatos del otro” y se adentra en los terrenos de la profunda sensibilidad para entender sin juzgar, sin estigmatizar.

Solo a través de la empatía es posible comprender las razones que hay detrás del comportamiento que a veces malinterpretamos, que a veces nos hace daño. Solo a través de la empatía que comienza con la escucha silenciosa estamos en capacidad de evitar conflictos, de pronunciar palabras de esas que están cargadas con dinamita y de las cuales, seguro, nos vamos a arrepentir.

3.- Preguntar sin juzgar.
Cuando escuchas con atención y preguntas con inteligencia, aprendes, comprendes. Y, sobre todo, evitas emitir juicios cargados de emociones que, por lo general, solo te conducen a duros conflictos, a discusiones bizantinas que no te llevan a ningún lado. Evitas que una sentencia apresurada provoque una herida de esas que duele mucho, tarda tiempo en curar y deja cicatriz.

El mejor conversador, el más sabio interlocutor, no es aquel que habla más, sino aquel que pregunta lo necesario para profundizar el tema, para conocerlo y comprenderlo a fondo. Preguntar sin juzgar y escuchar la respuesta con atención son dos condiciones indispensables para que no se produzca la distorsión del mensaje. Si vas a hablar, que primero sea para preguntar.

4.- Saber interpretar.
Esta, créeme, es una habilidad rara, muy escasa. Más en estos tiempos modernos en los que hemos caído bajo por dejarnos dominar por la tentación de la inmediatez, que en la mayoría de los casos es simple estupidez. Reaccionamos de manera instintiva, emocional, sin pensar un segundo antes de abrir la bocota, sin caer en cuenta de las consecuencias que se pueden derivar.

Interpretar, que significa encontrar el sentido original del mensaje, la explicación profunda de los hechos y de sus circunstancias, de tal modo que podamos tener una comprensión integral, completa. Cuando tenemos la capacidad de interpretar adecuadamente lo que sucede, lo que otros nos comunican, podemos aprender, crecer y, algo importante, aportar nuestra visión.

5.- Saber aportar.
El fin último de la comunicación entre seres humanos es el intercambio de beneficios. ¿Como cuáles? Información, conocimiento, experiencias, sentimientos, emociones, percepciones. La verdadera comunicación, no lo olvides, siempre es un camino de ida y vuelta, un canal de doble vía. Si solo se da en un sentido, no es comunicación, sino un monólogo, seguramente sin valor.

Solo si escuchas con atención, si eres empático, si preguntas para comprender y no para juzgar y si interpretas adecuadamente el mensaje que recibiste podrás aportar algo de valor. Que de eso se trata cuando nos comunicamos, por supuesto. Valor a través de la educación, de las experiencias, de las lecciones que nos dejaron nuestros errores, de los principios y valores que nos inculcaron.

Todos, absolutamente todos los seres humanos, soñamos con dejar un legado, una huella en este mundo. Tristemente, para muchos es una tarea imposible de llevar a cabo porque desaprovechan el poder de una habilidad que es privilegio de nuestra especie: la comunicación. Más que tus obras, es tu mensaje, el impacto de tu comunicación, lo que te permitirá dejar una huella imborrable.

 

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Comunicar: no es solo lo que dices, sino lo que otros perciben de ti

Visibilidad, posicionamiento, empatía. Tres palabras muy trajinadas, muchas veces menospreciadas o, quizás, distorsionadas. Tres palabras que encierran la clave del éxito en los negocios y en la vida. Tres palabras cuyo resultado está determinado por el impacto del mensaje que estás en capacidad de compartir con el mercado, por la interacción con tus clientes.

Desde hace poco más de dos décadas, con la aparición de internet y sus poderosas herramientas y recursos, la vida nos cambió. A todos y de manera radical en todas las actividades sin distingo. En especial, en la comunicación con otros seres humanos en cualquier ámbito de la vida. Bien sea en las relaciones personales, en las laborales, en los negocios, con los amigos, con tu pareja.

La de comunicarnos es una habilidad incorporada en todos los seres humanos. Desde el día en que nacemos, nos comunicamos con otros. Lo hacemos a través de señas o de ruidos, más tarde con las palabras cuando nos enseñan a hablar y escribir. Y luego lo hacemos por medio de habilidades como la música (cantar o interpretar), la imagen (fotografía, pintura), el baile o el silencio.

Nos comunicamos todo el tiempo, pero irónicamente casi siempre nos comunicamos mal. ¿Eso qué quiere decir? Que hablamos mucho, demasiado, y escuchamos poco, casi nada. Y en el arte de la comunicación, por si no lo sabías, lo enriquecedor es escuchar. No solo por lo que puedas aprender de otros, sino porque cuando prestas atención estás en capacidad de aportar valor.

Sin embargo, no nos enseñan a escuchar y, en cambio, sí nos enseñan a hablar y hablar. Y lo hacemos como un acto automático, a veces inconsciente, o simplemente como una reacción a lo que escuchamos, a lo poco que escuchamos. Hacemos caso omiso del uso de la razón, de la capacidad de análisis y raciocinio, y nos limitamos a responder. Porque hay que hablar y hablar.

El problema no termina ahí, en todo caso. ¿Por qué? Porque además del lenguaje verbal, aquel que más utilizamos, y del escrito, también están el no verbal, el gestual. Decimos mucho con las expresiones del rostro, con el movimiento de las manos o cualquier otra parte del cuerpo, con una sonrisa o un gesto de desaprobación, por ejemplo. Y decimos mucho, también, con el silencio.

Sí, porque el silencio también es una respuesta, por si no lo sabías. Callamos porque no sabemos qué decir (o no tenemos qué decir), porque queremos evitar decir algo de lo cual más tarde nos vamos a arrepentir o, simplemente, porque es lo más conveniente para el momento. Elegir el silencio como respuesta es una de las actitudes más sabias que puede asumir un ser humano.

Además, decimos mucho con lo que expresamos a través de la ropa que usamos, de la forma en que nos comportamos y reaccionamos (o si no lo hacemos), de cómo nos perciben los demás. Y este, créeme, no es un tema menor. ¿Por qué? Porque la percepción es subjetiva, porque cada uno percibe lo que le conviene y lo interpreta a su acomodo, porque es un estímulo emocional.

Y las emociones, en especial las negativas, quizás ya lo aprendiste, son malas consejeras. La percepción surgida de las emociones es origen de la mayoría de los malentendidos. “Yo creí”, “Me imaginé”, “Asumí que tú me decías…” y otras por el estilo. Es una nefasta cadena: no escuchamos con atención lo que nos dicen, nos dejamos llevar por las emociones y reaccionamos mal.

Por otro lado, no es una buena estrategia permitir que los demás nos juzguen o se formen una idea de nosotros basados en las percepciones, en lo que proyectamos. La clave del éxito en la comunicación radica en la asertividad. ¿Sabes en qué consiste? “Es la habilidad de expresar ideas y pensamientos de modo amable, franco, abierto, directo y adecuado, sin atentar contra los demás”.

La asertividad no es solo lo que se dice, sino las palabras que se utilizan, el tono que se emplea. Esta habilidad (sí, todos la incorporamos, pero tenemos que desarrollarla, ponerla en práctica) parte de la escucha activa (atenta, interesada) y de la respuesta inteligente (no emocional). La asertividad, además, incorpora otro elemento fundamental: la capacidad de negociación.

 

 

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Algo muy importante, así mismo, es entender que la asertividad es el punto medio, el del equilibrio, entre dos extremos. Por un lado, la pasividad, es decir, permitir que otros asuman lo que quieran, lo que les convenga, que interpreten lo que dice. Por otro, la agresividad, que se da cuando reaccionamos instintivamente, emocionalmente, sin pensar, sin medir las consecuencias.

Comunicarnos asertivamente es tanto un privilegio de los seres humanos como una elección. Una elección que parte del autoconocimiento, de identificar y gestionar de manera adecuada las fortalezas y debilidades que nos caracterizan. Cuando somos asertivos, estamos en control de la situación, por crítica o estresante que sea, y podemos tomar una decisión consciente e inteligente.

Cuando escribimos, cuando intentamos transmitir un mensaje, no solo debemos preocuparnos por la ortografía, la gramática, la veracidad de la información y el estilo. Todos estos aspectos son muy importantes, es cierto, pero de nada te sirven si no eres asertivo, si tu mensaje es malinterpretado o distorsionado. No puedes darte el lujo de que los demás entiendan lo que les parezca.

Si asumes el reto de escribir, si aceptas vivir la aventura de escribir, ser asertivo no es una opción, sino una necesidad. Por eso, antes de pensar en qué vas a escribir debes emprender un viaje a tu interior y explorar en las profundidades de tu ser para descubrir, para determinar quién eres, cómo eres, porqué eres así. También, que te gusta (que no), qué te apasiona, qué te da miedo.

Solo a través de ese autoconocimiento profundo y detallado estarás en capacidad de construir un mensaje asertivo poderoso y persuasivo, agradable y llamativo. Que no significa, de ninguna manera, intentar ser perfecto (que nadie lo es), sino aprovechar tus fortalezas, dones y talentos para comunicarte con acierto, es decir, con claridad, con respeto, generando un impacto positivo.

Ser asertivo te permite ser visible, porque te diferencia del resto, del común de las personas que se escudan en un mensaje confuso, en decir lo que otros quieren escuchar. La visibilidad es muy importante en el mundo actual en medio de una globalización que tiende a cortarnos con la misma tijera, a uniformarnos. Si no eres visible, nada de lo que hagas o digas te dará resultado.

Ser asertivo y emitir mensajes claros y precisos, oportunos y adecuados para cada situación, te permite posicionarte en la mente de quienes te escuchan o leen. Cuanto puedes transmitir tu conocimiento y experiencias y este mensaje es de valor para otros, no tardarás en ganarte su atención, el privilegio de su elección. Esas personas querrán que los nutras una y otra vez.

Ser asertivo, por último, es la condición que te permite entender al otro en forma genuina y positiva a través de la empatía. Que no es solo ponerse en el lugar del otro, sino de manera especial comprender el origen de su problema o dolor, escucharlo sin juzgar y tratar de aportar una solución efectiva. La empatía se traduce en un valioso intercambio de beneficios.

La capacidad de comunicarnos con otros a través de la palabra, hablada o escrita, así como de otros lenguajes no verbales, es un privilegio de los seres humanos. A veces, muchas veces, no la aprovechamos o la utilizamos mal porque no somos asertivos. Esto, en últimas, quiere decir que no sabemos quiénes somos, cómo somos; que desconocemos nuestras fortalezas y debilidades.

El autoconocimiento es una luz que nos guía por caminos seguros, que nos ayuda a evitar atajos y a superar dificultades. También es la base del proyecto de vida, sin importar lo que esto signifique para ti, pues puedes trazar metas, fijar objetivos, diseñar una estrategia de acuerdo con tus posibilidades, con tus capacidades. Y, claro, emitir mensajes asertivos, poderosos y de impacto.

 

 

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10 claves para aprovechar el poder de la sicología en tu mensaje

Una de las razones por las cuales a algunas personas les resulta tan difícil la tarea de escribir, inclusive un reporte de trabajo o un post para su blog personal, es porque creen que se trata solo de ser expertos en un tema específico. Y, claro, también poseer un adecuado dominio de las normas de ortografía y gramática. Todo esto es importante, sin duda, pero no es suficiente.

Escribir, no me canso de repetirlo, es una habilidad que cualquier ser humano puede desarrollar. Todos, absolutamente todos, aprendemos a escribir en el colegio, durante la primaria, y escribimos todos los días. Sin embargo, si deseamos avanzar, si deseamos llegar a un nivel superior al promedio, requerimos complementar esa habilidad natural. Hay que rodearla adecuadamente.

El conocimiento, lo sabemos, es el insumo básico. Sin conocimiento, es imposible escribir. O, de otra manera, lo más probable es que tu escrito carezca de profundidad y, por ende, no consiga llamar la atención del mercado. El problema, por siempre hay un problema, es que nos quedamos en el conocimiento técnico, de ese que no conecta con la audiencia, sino que, más bien, la repele.

Esto ocurre porque nos han convencido de que cuanto más funjamos como expertos, mejor nos valorarán. Y no es cierto. Hoy, el conocimiento, incluido el especializado, está al alcance de cualquiera y a unos pocos clics de distancia, inclusive gratuitamente, en internet. Entonces, no tiene sentido enredarse con términos rebuscados y mensajes densos que nadie entiende.

Las experiencias también cumplen una importante labor a la hora de escribir. ¿Por qué? Porque te aportan la información que requieres no solo para darle color a tu escrito, sino también para ser distinto del resto (y no más de lo mismo). Las experiencias te permiten, además, presentar tu visión personal, compartir con tus lectores lo que piensas, pero también lo que sientes.

Y eso, por si no te diste cuenta aún, es algo muy poderoso. De hecho, resulta insólito que son muchas las personas que se niegan el privilegio de escribir simplemente porque, piensan, no tienen nada que contar o, peor, que sus experiencias a nadie le interesan. Y no, no es así, en ninguno de estos dos casos: siempre alguien necesita lo que tú has vivido, tu aprendizaje.

Porque, y esto es importante que lo entiendas, todos vivimos experiencias similares. Que nos llegan en momentos distintos, en circunstancias distintas y que, por supuesto, resolvemos de manera distinta. En otras palabras, el dolor de fondo puede ser el mismo, lo que cambian son las manifestaciones en la vida de cada uno y, también, la respuesta que ofrecemos a esos hechos.

Por ejemplo, todos reaccionamos de una manera distinta a la pérdida de un ser querido. Para algunos es más fácil sobrellevar la situación y seguir adelante con su vida, mientras que para otros es un evento que provoca un traumatismo. O, igualmente, la noticia de que vas a ser padre: unos lo asumen como lo mejor que les pasó en la vida y otros, se llenan de temor por la responsabilidad.

Y así sucede en todas las actividades de la vida, en todas las situaciones a las que nos enfrentamos. Por eso, lo que hemos vivido es tan valioso para otros. Grábalo en tu mente: a la hora de escribir, no basta tu conocimiento; también requieres la valiosa información que surge de tus experiencias y, en especial, lo que aprendiste de esos sucesos. Son lecciones poderosas que puedes transmitir.

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La clave del éxito para que ese mensaje que transmites provoque el impacto que tú esperas, genere la acción que tú le pides a tu cliente (lector), radica en aquello con lo que lo rodeas. En marketing, un contenido tiene que estar bien escrito en dos sentidos. Primero, ortográfica y gramaticalmente; segundo, a nivel de persuasión, para poder conectar con las emociones.

Antes te decía que el buen escritor tenía que desarrollar habilidades complementarias a la de la escritura. Una de ellas es la sicología, una ciencia que es transversal tanto en la comunicación como en el marketing. La buena noticia es que, sin necesidad de cursar la carrera profesional, todos los seres humanos tenemos algo de sicólogos, aunque sea solo de modo inconsciente.

Si tienes un negocio, si alguna vez lo tuviste, coincidirás en que vender no es fácil. No lo es, entre otras razones, porque no nos enseñan a hacerlo. Seguimos el libreto que otros aplican, pero casi nunca nos funciona y, además, a veces olvidamos que hoy, en pleno siglo XXI, vender es algo muy distinto de lo que era hace 10 o 20 años. ¿Por qué? Porque el consumidor cambió radicalmente.

Es muy probable que hayas escuchado la frase “A todos los seres humanos nos encanta comprar, pero odiamos que nos vendan”. Bien, pues debes saber que es completamente cierta. Por eso, vender es cada vez más difícil, en especial cuando intentas la venta en frío (clientes que no te conocen, que aún no confían en ti) o cuando cometes el error de vender a la fuerza.

Hoy, lo que se impone es vender sin vender. ¿Sabes a qué me refiero? Hoy, lo que a tu cliente le interesa no es lo que vendes, tu producto o servicio, sino lo que eso que ofreces está en capacidad de hacer por él, su poder de transformación. Solo venderás si puedes responder a las preguntas clave del marketing: ¿Qué hay aquí para mí? y ¿Por qué he de elegirte a ti y no a la competencia?

Entonces, necesitas enfocarte en los beneficios de lo que ofreces, en los resultados específicos y comprobables que recibirá tu cliente si te elige a ti, si te compra a ti. En consecuencia, tu mensaje, tu contenido, debe enfocarse en vender sin vender, en persuadirlo (convencerlo) para que acepte tu propuesta. Es justo cuando copywriting y sicología conforman una poderosa alianza a tu servicio.

¿Cómo apoyarte en la sicología para crear un mensaje poderoso e impactante y vender más? A continuación, te relaciono algunas opciones que, sin duda, te serán útiles:

1.- Apunta a las emociones. La compra es una decisión emocional que luego justificamos de manera racional. Si no logras conectar con las emociones, no venderás. Así de sencillo

2.- Ve por el lado positivo. Si intentas vender utilizando el miedo y exacerbando el dolor más de lo necesario, lo único que conseguirás será generar rechazo. Recuerda: nadie compra un dolor

3.- Activa la imaginación. Utiliza el copywriting para conseguir que tu cliente se transporte en su imaginación al escenario ideal, aquel en el que ya solucionó su problema o acabó su dolor

4.- Resalta los beneficios. Olvídate de las características y concéntrate en los beneficios, que te ayudarán a derribar objeciones. El resultado, la transformación, es tu argumento más poderoso

5.- Sé honesto. Explícate a tu cliente que nada en la vida es gratis, que para obtener los beneficios que espera debe aportar lo suyo, pero hazle saber también que valdrá la pena el riesgo

6.- Exhibe autoridad. Si ya ayudaste a otras personas, si ya solucionaste su problema, sus testimonios son oro puro para ti. Te brindan credibilidad y te permiten diferenciarte

7.- Sé empático. Cada vez más, el mercado entiende aquello de experto como vendehúmo porque se da cuenta de que solo le quieres vender: utiliza la empatía para generar confianza y credibilidad

8.- Sé auténtico. Nadie pretende que seas perfecto, porque nadie lo es. Eso sí, el mercado exige que seas tal cual eres, que haya coherencia entre tu discurso y tus acciones

9.- Presiona un poco. Es necesario, por supuesto. Sin embargo, no abuses del recurso de la escasez o de la urgencia, porque puedes perder credibilidad. Siempre hay un límite que no debes superar

10.- Conecta con personas. Un robot (o algoritmo) nunca te va a comprar, así que no trabajes, no escribas, para las máquinas: hazlo para los seres humanos de carne y hueso; te lo recompensarán

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¿SEO o no SEO? He ahí el dilema: cómo sobrevivir sin caer en la trampa

¿Cuándo fue la última vez que un robot te compró un producto/servicio? ¿En el último año, qué porcentaje de tus ventas correspondió a compras realizadas por un robot o un algoritmo? ¿Qué peso tienen en tus ingresos las compras que Google te hace? Estas preguntas, que a alguno le podrán parecer locas o fuera de contexto, surgen de uno de los mitos más grandes del marketing.

¿Cuál? Que venderás más si apareces en los primeros puestos de las búsquedas de Google. Es una de tantas mentiras que se vistieron de verdad de tanto repetirlas. Sin embargo, no deja de ser una mentira. Porque, y asumo el riesgo de equivocarme y verme en la obligación de rectificar, ninguno de los emprendedores que conozco le ha vendido a un robot o a un algoritmo. ¡Ninguno!

El tema del SEO (Search Engine Optimization, en inglés) se ha convertido en una discusión bizantina y en uno de los debates más inoficiosos del marketing. Y, también, en una camisa de fuerza y una creencia limitante cuando hablamos de copywriting, de generación de contenido. De hecho, hay fieles seguidores/defensores del SEO y, en el otro extremo, furibundos detractores.

En esencia, el SEO es el conjunto de acciones destinadas a mejorar el posicionamiento de una web en la lista de resultados que ofrecen los distintos buscadores y motores de búsqueda, en especial, Google. La premisa básica es que cuanto más visible seas, cuanto más arriba aparezcas, mayor será el impacto que obtengas y mayores serán las posibilidades de que generar tráfico orgánico.

Comencé a producir contenido escrito para internet en 1997, antes de que Google surgiera (apareció el 4 de septiembre de 1998). La irrupción del concepto de SEO no es fácil de establecer, pero sí es claro que no ocurrió antes de 2004 y se demoró unos años en posicionarse. Es decir, por varios años, fue posible publicar en internet sin necesidad de atender los caprichos del algoritmo.

Desde el punto de vista positivo, el SEO llegó para ayudar a los usuarios a encontrar más rápido el contenido confiable y de calidad. Hasta ahí, muy bien. Sin embargo, como suele suceder, no pasó mucho tiempo antes de que esa idea original se distorsionara y el SEO se convirtiera en lo que es hoy: una odiosa y caprichosa dictadura. Que, valga decirlo, cada día recibe menos atención.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchas personas y empresas se dieron a la tarea de seguir al pie de la letra el libreto del SEO para aparecer en los primeros lugares de las búsquedas. Artículos cortos, frases cortas, enlaces externos, palabras clave, intertítulos, títulos llamativos, viñetas, optimización de las URL e inclusión de metadatos, entre otras acciones.

Todo, bajo la premisa, bajo la promesa, de que aparecer en los primeros lugares de las búsquedas no solo garantizaba un alto tráfico orgánico cualificado, sino que a corto plazo de traducía en ventas. Y no fue así. Aun hoy, si realizas una búsqueda sencilla, una noticia o la biografía de algún personaje, verás que casi nunca el buen contenido aparece en los primeros puestos de la lista.

Primero, porque aparecieron los links pagos, es decir, empresas que pagan por aparecer en esos lugares de privilegio. Segundo, porque el robot de Google, su odioso y caprichoso algoritmo, no es tan inteligente para discernir lo que en realidad está bien escrito de aquello que simplemente sigue las pautas establecidas. ¿Entiendes? Tristemente, Google pesca mucho contenido basura.

Tercero, porque al contrario de lo que se pretendía, la dictadura del SEO uniformó la presentación de los contenidos, los cortó a todos con la misma tijera, en vez de diferenciarlos, de seleccionar a los verdaderamente buenos. Esto, además, disparó el patético copy+paste: puedes hallar 2, 3 o 5 artículos exactamente iguales, sin poder determinar cuál es el original. ¡Auchhh!

Confieso, con un poco de rubor, que aún no termino de entender el SEO y, la verdad, no quiero entenderlo. La calidad de mi contenido no está determinada por las palabras clave, por los intertítulos (casi nunca lo uso), por los enlaces externos o por los metadatos. Mi SEO, que es muy efectivo y genera un impacto positivo, se basa en un concepto que ningún robot puede ofrecer.

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¿Sabes a qué me refiero? A la empatía, a despertar emociones y activar la imaginación. Lo aseguro por la experiencia de tantos años publicando en internet sobre temas tan variados como deportes (fútbol, golf, tenis, patinaje, bolos), marketing, marketing inmobiliario, espectáculos o desarrollo personal, entre otros. Este SEO, mi SEO emocional, funciona muy bien en todos estos campos.

Por supuesto, utilizo algunas palabras clave, con frecuencia incluyo enlaces externos y sigo unas pocas más recomendaciones del SEO. Como dice mi buen amigo y mentor Álvaro Mendoza, el director de MercadeoGlobal.com, “hay que darles carnada a los buscadores”. Sin embargo, el contenido que producimos para su blog y para el mío está soportado en el SEO emocional.

Y mal no nos va. Jamás, un cliente o un lector se quejó por la falta de metadatos, porque no pudo identificar las palabras clave, porque la extensión era mayor de la recomendada o porque no se utilizaran intertítulos. En cambio, afortunadamente, sí recibimos una retroalimentación positiva, y muy valiosa, por la calidad del contenido, por la utilidad del contenido, por el tono humano del contenido.

Porque de eso se trata, al fin y al cabo, ¿cierto? De que el marketing consiste en establecer una relación a largo plazo que redunde en un intercambio de beneficios entre dos seres humanos. Que en el medio haya máquinas, robots, algoritmos u otras maravillas de la tecnología está bien. Sin embargo, la clave del éxito, el poder del impacto que podemos provocar radica en la empatía.

La tecnología es increíble, necesaria, pero jamás, no hoy, ni en el futuro, podrá emular o superar el impacto de las emociones, de la identificación, de los sentimientos. Esto, amigo mío, es privilegio exclusivo del ser humano. De hecho, mi amigo Blas Giffuni, consultor senior de SEO publicó hace poco un artículo en el que nos “invita a modificar la estrategia de SEO para que esté basada en el usuario”.

Hasta ahora, fiel a mis vieja costumbre de llevar la contraria, me negué a someterme a la dictadura de Mr. Google. Más de 30 años de trayectoria profesional y miles de artículos escritos en diversos medios y plataformas, para públicos distintos, me avalan. En cambio, hay otro factor clave que, a mi juicio, es mucho más valioso y poderoso que el SEO, y a este sí le presto atención: la legibilidad.

¿Sabes en qué consiste? Es la cualidad de un texto que facilita su lectura y, sobre todo, su comprensión. Que no tengas que leer una frase más de una vez para entenderla, que el texto tenga ritmo, es decir, conjugue frases cortas, con otras de mediana y larga extensión. Que haya gatillos emocionales y giros gramaticales que mantengan atrapada la atención de quien lee.

La legibilidad está estrechamente vinculada con la calidad de tu texto: en lo gramatical, en lo ortográfico, en la construcción de tus frases (extensión, variedad), en la longitud de los párrafos o en la utilización de palabras de transición. Esta métrica está incorporada en el Yoast SEO, el plugin más utilizado para adaptarse a las características del SEO para posicionarse en los buscadores.

No es una herramienta perfecta (es un robot, no lo olvides), pero a mi juicio es mucho más útil y confiable que el SEO. Por la forma en que está programada, adora las viñetas (cuyo uso abusivo es un error común que empobrece tu contenido) y se obsesiona con los intertítulos. Es tacaña para darte la aprobación (verde), pero con el color naranja (aceptable) es suficiente. Y no te aterres si te pone rojo.

Mi recomendación es que no caigas en la trampa del SEO, en la tentación de ver tus artículos en los primeros lugares de las listas de los motores de búsqueda. Tus clientes, tus lectores, son seres humanos, no robots. Conectar con ellos a través de las emociones y la empatía es la experiencia de usuario más maravillosa que puede existir, algo la tecnología jamás podrá igualar.

En la medida en que tus clientes o tus lectores conecten con tus textos, aprecien la calidad de tu contenido (que está relacionada también con el contexto, con la profundidad de la información y, de manera especial, con tu creatividad y tu estilo), poco o nada importará en qué lugar apareces en las búsquedas. Ya estarás bien posicionado en donde realmente vale la pena: en el corazón de otro ser humano.

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