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El ciclo del miedo: ¿qué es y cómo puedes sacarle provecho?

El miedo es la emoción más estudiada de la historia. Existen miles de estudios que profundizan en ella y nos permiten conocerla bien. ¿Sabes por qué es tan popular el miedo? Porque es muy fácil de transmitir y, sobre todo, de contagiar. Porque, además, los seres humanos somos tierra fértil para los miedos, al punto que creamos y cultivamos una gran cantidad de ellos en nuestra mente.

Lo increíble es que, según diversos estudios recientes, el 91 % de las situaciones o de las cosas que nos producen miedo… ¡no existen! No solo no se han dado (y las estamos anticipando), sino que lo más probable es que no se den (pero las experimentamos, las vivimos). Son miedos infundados, inventados, emociones que cocinamos a fuego lento en nuestra mente y las sufrimos.

El miedo, en palabras sencillas, es una emoción que se manifiesta de múltiples formas para alertarnos de un peligro o riesgo y desencadenar los mecanismos de protección, de supervivencia. Es decir, no es bueno o malo, positivo o negativo: esa es una valoración que cada persona hace en el momento de enfrentarse a una situación determinada en la que se siente en riesgo o peligro.

¿Por ejemplo? Cuando caminas por la calle y ves que se te acerca un perro, grande y de esas razas consideradas de riesgo; cuando tienes pánico (miedo extremo) a las alturas y te subes a un avión, a sabiendas de que estarás allí durante 4-5 horas. O cuando vives con una persona que reacciona de manera agresiva y se sale de casillas fácilmente; cuando tiembla la tierra y el piso se estremece.

Todos los días, sin excepción, nos enfrentamos a situaciones que nos producen miedo. En distintos niveles, por cierto, de ahí que muchas veces ni siquiera lo percibamos. Ahora, también hay que decir que ese miedo, esa reacción instintiva y automática, está determinada en función de lo que cada persona en particular conoce acerca de esa situación, de sus creencias y sus pensamientos.

Por eso, justamente, hay personas que sienten miedo de volar en un avión, mientras que para otras esta es una experiencia que disfrutan al máximo. O, quizás, el miedo a las arañas, o a las serpientes, o a las ratas, animales que para algunos son inofensivos. La razón es que cada uno le da a esa situación, a esa potencial amenaza, a ese riesgo, una valoración distinta, particular.

Ahora, hay algunas cosas que es bueno conocer sobre el miedo:

1.- Es inevitable porque es parte de la naturaleza del ser humano. Además, las raíces de muchos de los miedos que experimentamos están en la cultura, en las creencias populares, en el entorno. Así, entonces, no tiene sentido obsesionarse con la idea de que vas a dejar de sentir miedo

2.- Desde el punto de vista sicológico, sentir miedo es bueno. En algunas circunstancias, el miedo es una ayuda porque activa una respuesta rápida que puede evitarnos males mayores. Es decir, la voz de alarma, la reacción instintiva, es natural: lo malo, lo negativo, surge con las valoración

3.- El miedo nos saca de la zona de confort, de lo conocido y controlable. De ahí que no nos guste, que por lo general nos resulte desagradable o incómodo. Por eso, hay miedos que se diluyen o que desaparecen en la medida en que la situación de riesgo se vuelve familiar, ya no nos atemoriza

4.- El miedo llega, se transforma, cambia, se va, desaparece. ¿Lo sabías? Quizás eres consciente de esto, pero es la realidad. El miedo, como todas sus manifestaciones, nos incomodan en la medida en que les prestemos atención, que les demos importancia. Si no es así, entonces, se evapora

También, y aunque no es una sentencia definitiva (porque las teorías evolucionan, cambian, lo sabemos), se establece que hay tres tipos de miedos:

1.- El miedo natural. Es aquel que sentimos todos los seres humanos como especie, que está incorporado en nuestra configuración de origen y, por lo tanto, no lo podemos eliminar. Es esa alerta temprana que se activa cuando nos enfrentamos a lo desconocido o lo que nos atemoriza

2.- El miedo aprendido. A mi juicio, el miedo más peligroso porque es el que desarrollamos nosotros mismos, el que cultivamos con esmero, al que le tenemos mucho respeto. Surge, por lo general, de lo que nos enseñan en casa, en el entorno cercano, y también de las vivencias

3.- El miedo proyectado. Es aquel que generamos en los demás o que los demás producen en nosotros. ¿Por ejemplo? El que nos llega a través de los medios de comunicación o las redes sociales, el que se origina en rumores y el que nos involucra sin querer (como la pandemia)

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Desde siempre, el miedo está presente en la vida del ser humano porque es la emoción clásica, la respuesta automática, cuando nos enfrentamos a lo desconocido o, como lo mencioné, a lo que nos resulta incómoda. Y es también una de las herramientas predilectas de los estrategas de marketing y copywriters, algunos de los cuales son dignos discípulos del rey del terror Alfred Hitchcock.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que Hitchcock murió en 1980 (hace más de 40 años) y la última de sus películas fue producida en 1976 (Family plot). Y con el paso del tiempo no solo su legado se ha ido diluyendo, sino que los gustos y los intereses de los aficionados al cine cambiaron. Y, puedes imaginarlo, el terror (sinónimo de miedo y dolor) cayó varios puestos en el escalafón.

Un estudio de Cloudwards, que analizó los gustos de los espectadores en distintos canales de streaming (Netflix, Hulu, HBO, Amazon, Disney, Google y iTunes) estableció que el género favorito en cine y televisión en línea es el drama. Como dato destacado, el romance y los thrillers cayeron en la preferencia, mientras que otros como la comedia y la acción escalaron posiciones.

El estudio se realizó en 91 países y allí el 30,8 % de los consultados eligió el drama como su género favorito. Las películas de acción y las animadas comparten el segundo puesto, empatadas con un 25,3 %. Comedia (cuarto), crimen (quinto), ciencia ficción (sexto), fantasía (séptimo), terror (octavo) y western (lejano oeste, noveno), siguen en el listado. El terror sigue, pero disminuido.

Y, si lo piensa, es razonable. ¿Por qué? Creo que una buena explicación es que la realidad superó a la ficción. Es decir, lo que vivimos en el día a día es más terrorífico que cualquier película, inclusive la obra maestra de Alfred Hitchcock. No hay que ir muy atrás para constatarlo: lo que vivimos en la pandemia, con millones de muertes, confinamiento, caos emocional, afectación de la salud mental.

Para colmo, a diferencia de las películas, en la vida real los malos sí ganan, se salen con la suya e imponen su ley de terror. Y ya hay suficiente miedo, exagerado dolor. ¡No queremos más!, así sea en la ficción, así sepamos que tan solo se trata de una película. El problema es que nuestro cerebro, maravilloso y genial como es, no sabe distinguir entre la realidad y la ficción.

Y cae en la trampa. Como sucede cada vez que recibe un mensaje a través de redes sociales o de algún otro canal masivo, dentro o fuera de internet. Por eso, somos propensos a creer en noticias falsas (fake news), en timos o, cuando menos, en manos de los vendehúmo que solo quieren nuestro dinero (y se esfuman como por arte de magia tan pronto como lo consiguen).

Ahora, si tú eres dueño de una empresa, un negocio; si eres emprendedor o un profesional independiente que monetiza su conocimiento, debes entender que la vieja estrategia de transmitir miedo está mandada a recoger. Ya no conecta con las emociones y la razón es simple, pero también es muy poderosa: el miedo PARALIZA, INMOVILIZA. Además, nadie COMPRA un DOLOR.

Cuando el cerebro recibe el estímulo, reacciona de manera instintiva. Afloran los miedos, las creencias limitantes, los prejuicios, los hábitos y toda aquella información que aprendimos de las experiencias vividas. Son las manifestaciones de esa emoción (miedo/dolor) que, en la práctica, actúan como un mecanismo de defensa, como un bloqueo que esperamos nos proteja de una amenaza.

Es justamente lo que sucede con nuestro mensaje si está cargado de miedo y dolor: el cerebro, que ya está harto de esta emoción, lo rechaza, levanta las defensas y te induce a alejarte. Como cuando te cruzas con un animal que te produce miedo. Sin embargo, con el fin de llamar la atención de tu cliente potencial, y despertar su curiosidad, tu mensaje de incorporar una dosis de dolor (miedo).

No hay una medida exacta, ni siquiera una sugerida: depende de cada caso, del estado de la relación que has establecido con esa persona, de cuánta confianza exista, del punto del proceso en el que se encuentre. Para que esa dosis de miedo (dolor) te ayude a persuadir a esa persona, la lleve a ejecutar la acción que esperas de ella, debes dominar el ciclo del miedo. ¿Lo conoces?

En una situación de riesgo o peligro potencial, de miedo o dolor, así actúa tu cerebro:

1.- Recibe un estímulo: que puede ser externo o interno y se altera

2.- Anticipa un riesgo: ve una amenaza potencial y se prepara para responder

3.- Activa la emoción: dolor o miedo, o una de sus múltiples manifestaciones

4.- Reacciona físicamente: en el exterior, se nota que algo te afecta, no lo puedes ocultar

5.- Interpreta y responde: procesa la información (estímulo-respuesta) y lo ejecuta

6.- Almacena la vivencia: establece una automatización, una programación que usará en el futuro

7.- Repite la respuesta: cada vez que te enfrentes al mismo estímulo, activa la respuesta procesada

La dosis de miedo (dolor) en tu mensaje será la conveniente sí y solo sí conoce y controlas el ciclo del miedo, cuando estás en capacidad de transformar esa emoción negativa en una positiva. Es decir, una acción que persuada a tu cliente potencial y lo inspire a realizar la acción que esperas de él. Si pierdes el control, si la situación se te sale de las manos, irremediablemente te rechazarán.

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5 errores que no puedes cometer con tu contenido en redes sociales

¿Recuerdas cómo era la vida antes de las redes sociales? La memoria es traicionera y parece que ha pasado toda una vida desde que estos poderosos canales irrumpieron como las joyas de la corona de la revolución digital. Sin embargo, han pasado poco menos de 20 años: en 2004 surgió Facebook, en 2006 lo hizo Twitter (hoy X) y en 2010 fue el turno de Instagram, las precursoras.

Apenas comenzábamos a disfrutar de la magia de internet y descubríamos las maravillas que se podían hacer los motores de búsqueda. De hecho, eran pocas las personas que tenían conexión a internet y la venta de teléfonos celulares despegaba lentamente en nuestros países latinos. Era una época de expansión tecnológica en varios frentes y no imaginábamos lo que iba a ocurrir.

¿Y qué ocurrió? Que esa tecnología que en un comienzo nos generaba desconfianza, a la que no le veíamos utilidad, se transformó en algo imprescindible. Sí, al punto que hay quienes aseguran que no pueden vivir sin ellas. Parece una locura (y quizás lo es), pero la verdad es que nos cuesta desconectarnos de ellas: hasta en el día de descanso o vacaciones les damos una miradita.

De acuerdo con el informe Global Digital Report 2023, de We Are Social y Meltwater, siete de cada diez habitantes del planeta (el 68 %, o 5.440 millones) tienen un teléfono celular. Además, el 59,4 % de los terrícolas (4.760 millones) están activos en las redes sociales. Así mismo, el tiempo promedio de conexión a las redes sociales es de 2h 31m, que se antoja poco y es mucho.

¿Por qué? Si concebimos que un ser humano promedio está despierto entre 14 y 16 horas cada día, significa que pasamos entre el 17,1 y el 15,7 % del día lo dedicamos a ver las redes sociales. Es decir, casi uno de cada cinco minutos. La realidad es que estamos atrapados por ellas, bien sea por actividades ligadas al trabajo o, como en un comienzo, a curiosear, socializar y entretenernos.

En aquellos años 2000, las redes sociales eran un reino exclusivo de las personas. Las empresas y las marcas, la mayoría de ellas, eran escépticas. Como lo fueron una década antes con internet, pero ya sabemos cuál fue el final de la historia: hoy nadie, absolutamente nadie (personas, marcas y empresas) es ajeno a internet y las redes sociales; son parte integral de la vida para todos.

Es justo decir, así mismo, que las redes sociales ya no son lo que eran antes. En sus inicios, estos canales eran un ecosistema joven, pero hoy prácticamente no hay límite de edad para ser usuario. Los mayores de 50 años siguen siendo una porción pequeña, pero este grupo etario no cesa de crecer. Los adultos entre 55 y 64 años se conectan a las redes durante 1h 40m cada día, en promedio.

Por otro lado, cuando todos estábamos enganchados con las redes sociales, cuando compartir contenido se había convertido en un hábito divertido, aparecieron los odiosos algoritmos y dañaron la fiesta. No solo porque cambiaron las reglas de juego (y las cambian con frecuencia), sino especialmente porque limitaron la posibilidad de que nuestras publicaciones sean vistas.

Las que se ven (y cada vez se ven menos) son aquellas que conectan con los intereses de esas personas a las que llamamos amigos de las redes sociales. Así, por ejemplo, si publicas una foto con tu mascota y alguien hace un comentario o le da like, cada vez que publiques algo similar esa persona la verá. Para aquellas que no interactúen con tu contenido, será invisible (no la verán).

¿Por qué se dio este cambio? Porque las empresas que están detrás de las redes sociales ejecutaron una estrategia magistral: nos tiraron el anzuelo, nos enamoraron, nos volvieron adictos a esos canales y, cuando más los disfrutábamos, cambiaron su modelo de negocio. O, mejor dicho, nos mostraron cuál era su negocio: si quieres que te vean, tienes que pagar publicidad (sí o sí).

Cuando pagas un aviso en cualquier red social, eres tú el que define qué publico la ve. ¿Cómo? A través de la segmentación que te permite la herramienta. Puedes ser tan específico como quieras, como necesites. Por supuesto, te verán más personas en función de que… ¡pagues más! Es decir, pasamos de anzuelo de lo gratis a la tiranía del pago por ver. Esa es la realidad actual.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que como resultado de estos cambios en las distintas plataformas digitales, muchos perdieron el norte, quedaron a la deriva. Hoy son barcos errantes, sin un rumbo fijo. En ese descontrol, muchos eligieron los atajos, las fórmulas mágicas, con la ilusión de recuperar los resultados del pasado. Al final, quedaron frustrados y con las manos vacías.

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Estos son los errores más frecuentes al publicar contenido en redes sociales:

1.- Carecer de estrategia.
No sé si estés enterado, pero lo que vende no es la publicidad o el copy (en cualquier formato o canal, incluidas las redes sociales), sino la estrategia. Sin ella, NO VENDERÁS. Por más que pagues publicidad. El objetivo del contenido es atraer desconocidos, decirles quién eres y qué haces, despertar su curiosidad y persuadirlos de darte sus datos. Ahí entrega el testigo al marketing de conversión.

Antes de la venta, los contenidos que publiques deben estar destinados a darte visibilidad, posicionarte y darle motivos al mercado para elegirte como la mejor opción. Es una etapa en la que debes enfocarte en informar, educar y nutrir a tus prospectos. ¿Acerca de qué? De lo que ofreces, de la transformación que experimentarán una vez adquieran lo que les ofreces.

2.- No conocer tu público.
Podría asegurar que es el error más común. Y, también, el más grave. ¿El origen? La mayoría de las marcas, empresas o emprendedores no define su avatar o, peor, lo hace mal: define al cliente caliente, el que está listo para comprar, pero atraen prospectos fríos. Además, no conocen a ciencia cierta su necesidad y, algo muy importante, sus deseos, sus motivaciones. Juegan al tiro al blanco.

Y, lo peor, con mala puntería, por lo que la posibilidad de acierto es mínima. Dado que no saben quién es en realidad su cliente potencial, publican por sospecha, por intuición, lo que a ellos les gustaría consumir. Que, valga decirlo, casi nunca se corresponde con las necesidades e intereses de las personas a las que pueden ayudar. Otra variante: todo es dolor, dolor y más dolor (¡Ay!).

3.- No tener consistencia.
Esta, créeme, es la cualidad más valiosa de una estrategia de contenidos. De nada te sirve publicar dos o tres semanas seguidas, o tres veces una semana, y luego desaparecerte. O, como es habitual en el mercado, aparecer solo cuando van a vender. La consistencia es la clave del éxito de cualquier estrategia y es el combustible que te permite avanzar. Sin ella, el éxito a largo plazo es una ilusión.

No se trata de publicar todos los días, o tres veces a la semana. Quizás una sea suficiente. Eso solo lo puedes determinar tú, en la medida en que conozcas a tu audiencia. Además, no lo olvides: eres tú quien impone las reglas. Eso sí, bajo la premisa de que serás el primer en respetarlas. La clave es que, sin importar la frecuencia, seas consistente y lo que publiques le aporte valor al mercado.

4.- Vender, vender y vender.
No me cansaré de repetirlo: el contenido NO vende; la que vende es la estrategia que hay detrás de ese contenido. Dado que 9 de cada 10 clientes potenciales que tienen contacto contigo en los canales digitales no saben quién eres o qué haces, qué ofreces (esa es la realidad, acéptalo), no puedes salir a vender en frío. Necesitas calentar a tu audiencia, un proceso que requiere paciencia.

Y método, también. Es decir, estrategia. La venta, quizás lo sabes, es una consecuencia de todas las acciones que realizas, de la calidad de la experiencia que le brindas a tu cliente potencial a partir de las interacciones registradas en cualquier canal, dentro o fuera de internet. La venta en frío es al contenido lo que la kryptonita a Superman: le bloquea los superpoderes, lo vuelve algo corriente.

5.- El egocentrismo.
¿En qué consiste? En publicar contenido relacionado exclusivamente con el producto o servicio que se ofrece o, en su defecto, con la marca. Se dedican a ponderar las características, el precio o la forma en que empaquetaron ese producto o servicio. Se vuelve una cantaleta que, con el tiempo, es una retórica que a nadie le interesa, que nadie quiere consumir. Es, créelo, es el acabose.

Entiende que lo única respuesta que le interesa a tu cliente potencial es la respuesta a la pregunta ¿Qué hay aquí para mí? Lo que esa persona quiere saber es cómo la vas a ayudar y, sobre todo, cuál va a ser el resultado de su relación contigo. No te obsesiones con hablar de ti y de tu marca: más bien, que tu obsesión sea ayudar a tu cliente potencial, infórmalo, edúcalo, nútrelo.

Las redes sociales no son la panacea, como proclaman algunos, pero tampoco están mandadas a recoger, como piensan otros. El resultado que obtienes en esos canales, independientemente de cuáles utilizas, está determinado por cómo los aprovechas. Debes conocer las características del ecosistema, explotar sus fortalezas y minimizar sus carencias. Y, claro, evitar estos cinco errores.

Algo más: ten en cuenta que las redes sociales NO son el punto de llegada, sino el de partida. ¿Eso qué quiere decir? Que son tan solo la carnada, el señuelo que muerden tus clientes potenciales, para llevarlos a tus propiedades digitales (blog, web, carta de ventas, email marketing), que son los escenarios en los que podrás desplegar tu estrategia de marketing para convertirlos en clientes.

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¿Cómo saber si ese contenido que voy a publicar le interesa a mi audiencia?

La pregunta del título, lo sé, atormenta a muchos. Algunos, inclusive, sufren pesadillas o, peor, no pueden conciliar el sueño. Un poco porque no poseen una estrategia de marketing de contenidos sólida, que sirva como respaldo para las estrategias de conversión, un poco también porque les da miedo hacer algo distinto a lo que ven en el mercado. Y caen en la tentación de las tendencias.

Que, no sobra decirlo, son una manipulación de los líderes del mercado, a los que solo les sirve que la audiencia y sus competidores se comporten como un rebaño: las ovejas siguen al pastor con sumisión. En la medida en que todos hablen de lo mismo (de la tendencia), nadie se diferenciará y, entonces, en ese escenario el que ya está posicionado tiene más posibilidades de ganar.

Quizás sabes que no tengo formación como copywriter, jamás trabajé en una agencia de publicidad y, lo confieso, durante muchos años creí en el divorcio entre contenido y venta. Entendía, porque eso me enseñaron, que el periodismo, lo mío, iba por un lado y la publicidad, la venta, iba por otro. Se les olvidó decirme que en algún punto del trayecto los caminos confluyen.

Es decir, se vuelven uno solo. Eso lo aprendí hace relativamente poco tiempo, hace casi siete años cuando le di un giro radical a mi trayectoria profesional y me adentré en las profundidades del marketing. Lo irónico, ¿sabes qué fue lo irónico? Que pronto me di cuenta de que lo que había hecho en mi carrera, durante más de 30 años, era vender, aunque, no había vendido nada.

Bueno, nada físico. Pero siempre había vendido mensajes, sensaciones, experiencias y, sobre todo, emociones. Y hubo muchos compradores, cientos, que se engancharon con mis contenidos y se transportaron al escenario de la noticia, del hecho que presencié, a través de mi relato. En vez del camino de la manipulación, el que siguen muchas marcas, había tomado el de la persuasión.

Y no solo fui consciente de esto: también, de que tenía el poder y, sobre todo, el privilegio de causar un impacto positivo en la vida de otros a través de mi mensaje, de mis contenidos. Ahora, entonces, me dedico a ayudar a otras personas, empresario y emprendedores, a construir sus estrategias de marketing de contenidos y sus contenidos para impactar la vida de sus clientes.

Un trabajo apasionante, una oportunidad de crecimiento increíble. Que no estaba en mi radar, valga decirlo. Sin embargo, sé que los caminos de la vida, caprichosa y traviesa, son insondables. Y hay que aceptarlos, más en el caso de caminos que te permiten crecer en lo personal y en lo profesional, que llevan a conocer personas extraordinarias y a vivir experiencias inolvidables.

Además, y de esto se trata este artículo, me abre la puerta para ayudar a quienes producen contenidos, pero no obtienen los resultados que esperan o, mejor, a los que, cualquiera que sea el motivo, no comienzan (o no pudieron hacerlo). Que son la mayoría, valga decirlo. ¿El motivo? No hay uno solo, pero básicamente son los miedos, las creencias limitantes y la falta de herramientas.

Y con esto último no me refiero a la tecnología, que por supuesto es un componente valioso. Aludo a las habilidades necesarias, al conocimiento que se requiere. Lo más importante, sin embargo, es que creas que puedes generar contenido, que confíes en tus dones y talentos y no te dejes llevar por los bulos que abundan en el mercado. Que, en el campo de los contenidos, son abundantes.

La primera, que, para conectar con el mercado, con tus clientes potenciales, necesitas publicar el “contenido perfecto” ¿Y sabes qué? Es mentira, porque el “contenido perfecto” NO EXISTE (sí, en mayúsculas). Porque la perfección no existe, por un lado, y porque lo que entendemos de ella es una percepción personal, es decir, cada uno tiene una idea distinta. ¿Percibes la mentira?

Los contenidos son útiles (o inútiles) y pertinentes (o inoportunos). No hay más categorías. Los que reúnen estas dos condiciones (utilidad y pertinencia) son los que aportan valor. Un contenido útil es aquel que le sirve a tu cliente potencial para conocer de su problema, entenderlo y saber que requiere una solución. Es pertinente si, además, le llega en el momento en que tiene la necesidad.

La segunda, que solo tendrás impacto si publicas en determinados canales y a ciertas horas. Y, no, no es así, también es una mentira. Tienes que publicar en aquellos canales donde están tus clientes potenciales y la hora dependerá del lugar donde ellos estén y donde tú te encuentres. Y no hay fórmulas mágicas, porque los seres humanos, seguro lo sabes, somos caprichosos y variables.

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De hecho, aunque tú acostumbres a tu audiencia a publicar a una determinada hora, siempre el mismo día de la semana, no garantiza que te van a ver en ese momento. Recuerda: las personas trabajamos, tenemos una vida personal, nos enfrentamos a problemas, somos distraídas… Si a veces el tiempo y las ocupaciones no nos dan para responderles a los familiares y amigos…

Tercero, el único que sabe con exactitud qué contenido requiere tu audiencia eres tú. Claro, si conoces bien a tu audiencia, si sabes cómo se comporta (para eso son las métricas reales, no las de vanidad) y, sobre todo, si definiste tus avatares, principalmente el prospecto frío (que representa el 90 por ciento del mercado). Si no conoces a tu prospecto, todo lo que publiques será inútil.

Ahora, entonces, regresemos a la pregunta del título: ¿cómo saber si ese contenido que voy a publicar le interesa a mi audiencia? Como mencioné antes, no hay fórmulas perfectas y la razón es muy sencilla: tu audiencia, tus prospectos o tus clientes, son únicos. Aunque les compren a otras personas, a otras empresas, la relación que tienen contigo es única, es decir, no es replicable.

Un ejemplo: tú te comportas de una manera con el banco donde guardas tu dinero; de otra, con el supermercado donde compras los víveres; de otra, con la empresa que te provee los servicios médicos, y así sucesivamente. ¿Por qué? Porque son empresas/personas distintas que te brindan servicios distintos, suplen necesidades distintas. Así somos los seres humanos, todos, sin excepción.

Estas son algunas consideraciones que te permitirán establecer si ese contenido que piensas publicar es el adecuado para tu audiencia:

1.- Es un problema común. Es decir, muchas personas de tu audiencia, muchos de tus prospectos o clientes, lo padecen. ¿Por ejemplo? Educación financiera (o la falta de ella). Otro: carecer de la mentalidad adecuada. Si tu conocimiento y tu experiencia están conectados con esa necesidad específica, si tú también lo sufriste, estás en capacidad de ofrecer contenido útil y pertinente.

2.- Es difícil de solucionar. Hay problemas sencillos y completos, dolores leves y severos. Hay unos con manifestaciones (o síntomas) fácilmente perceptibles y otros, que requieren la mirada de un experto. Si eres especialista en esa necesidad y el problema es complejo, lo que puedas hacer por esas personas que lo padecen será bien valorado. ¿La clave? Información y educación.

3.- Aportas valor. No olvides que la mayoría de las veces que los seres humanos consultamos internet es por una de dos razones: buscamos información o diversión. Es decir, no siempre es porque queremos comprar algo; quizás estamos en la fase de exploración, de investigación. Si tu contenido le ayuda en ese proceso, si lo orienta y le evita caer en manos de un vendehúmo, es de valor.

4.- Eres un experto. Pero, ¡cuidado! La profesión más común es internet es ‘experto’, de modo que ese rótulo ha perdido valor. Sin embargo, si el conocimiento que atesoras, lo que sabes, además de las habilidades que desarrollaste te ponen un escalón arriba del promedio del mercado, tienes el derecho a presumir esa condición. Y, claro, debes ratificarla compartiendo contenido de valor.

5.- Sabes comunicarte. Bueno, la verdad, todos los seres humanos lo hacemos. Sin embargo, a la hora de persuadir a otros para que tomen una acción específica, para convencerlos de que tienen un problema y de que tú les ofreces la solución, se necesita haber pulido la habilidad. No se trata de usar términos raros, sino lo contrario: que cualquiera que te escuche, te entienda y le agrades.

6.- Lo que ofreces sí funciona. Parece obvio, pero no lo es. No en este mercado del siglo XXI que es una jungla infestada de depredadores. Cuando eres honesto y lo que ofreces es en realidad la tan ansiada solución que otros buscan, es más fácil comunicar tu mensaje. Y no solo es más fácil, sino también más poderoso y convincente. El contenido de valor produce un mayor impacto.

Por último, si esto no te ayuda para crear contenido interesante y atractivo para tu audiencia, aún tienes otro camino: realiza una encuesta en redes sociales, WhatsApp o por email. Asiste a eventos presenciales o virtuales en los que se reúnan los referentes de tu mercado y escucha de qué hablan. Y no dejes de lado la opción de reutilizar contenido antiguo que tuvo buena acogida.

El mejor consejo que te puedo brindar, sin embargo, es que no asumas nada. Es decir, TÚ no eres el mercado, TÚ no eres tu cliente potencial. El verdadero genio del marketing es el mercado, no TÚ: ¡consúltalo, escúchalo! Una pista: el punto de partida para crear contenido de valor para tu audiencia es la humildad (y la generosidad) de entender que solo tiene sentido si sirve a otros.

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Contenido de valor: qué es (qué no) y cuáles son sus beneficios

Tras estar en contacto directo durante más de 6 años con clientes, emprendedores, empresarios y profesionales independientes de Latinoamérica y España, creía haber identificado el problema. ¿Cuál problema? Aquel de determinar la razón por la cual a la mayoría del mercado le cuesta generar contenido. Pensé que era una combinación de miedo y del síndrome del impostor.

Que sí, son factores que influyen, pero esa no es la verdadera razón. Entonces, ¿cuál? Que se enfocan exclusivamente en vender o, peor, en tratar de forzar (acelerar) la venta a partir de los contenidos que generan. Y ese, por si no lo sabías, NO es el camino. O, dicho de otra manera, es el final del camino. Y para llegar hasta allá, nos guste o no, hay que recorrer un trecho largo.

Asumo que es un error inducido. Sí, porque sufrimos un incesante bombardeo mediático, a través de múltiples canales, dentro y fuera de internet, enfocados en… ¡vender! “Si usas esta fórmula, venderás más”, “Si compras esta herramienta, venderás más”, “Si sigues este libreto, conseguirás cientos (¿o miles?) de clientes”, “Si publicas en esta plataforma, te lloverá el dinero” y más…

Una variante del error inducido es que intentamos replicar los resultados de nuestros mentores o de los referentes del mercado. ¿Por qué está mal? Porque ellos nos llevan kilómetros de distancia, acreditan mucho recorrido, acumulan un valioso aprendizaje de sus múltiples errores, ya crearon y optimizaron un sistema efectivo que les permita obtener los resultados esperados, y replicarlos.

Es como cuanto tienes 18 o 22 años y te sientas a filosofar de la vida con tu padre, de 62, o con tu abuelo, de 83. La distancia que los separa es inmensa y nunca podrás estar en su mismo nivel. Por el conocimiento, por la experiencia, por las vivencias, por esa sabiduría de vida que solo te pueden dar los años. Lo mejor que puedes hacer es sentarte y, con paciencia, escuchar y aprender.

Te explicaré por qué ese NO es el camino adecuado:

1.- Vender es una consecuencia. ¿Eso qué quiere decir? Que es el final del camino, no el comienzo. O, de otra forma: NO puedes comenzar por la venta. La venta es el resultado de las acciones que llevas a cabo a lo largo del proceso y, sobre todo, de la calidad de información que le brindas a ese cliente potencial. Si no consigues atraer su atención y despertar su curiosidad, no le venderás.

2.- Primero, da, antes de pedir. Eso es lo que no te dicen los gurús mediáticos. La principal pregunta que se hace tu cliente potencial es aquella de “¿Qué hay aquí para mí?”. En ese primer contacto, esos primeros pasos del proceso, él está en fase de exploración, de investigación, y para lo último que está dispuesto es para escuchar una oferta. Dale información, apórtale valor.

3.- No sabe quién eres. En este siglo XXI, hacer negocios (intentar vender algo, un producto o un servicio, dentro o fuera de internet) consiste en establecer una relación con el mercado. Con todos y cada uno de tus clientes potenciales. Una relación basada en la confianza y la credibilidad. Antes de que ese vínculo exista, ¡no le venderás! Enfócate en informarle quién eres y qué haces.

4.- Es un prospecto frío. Uno de los caballitos de batalla de los gurús mediáticos es que si tu producto (o servicio) es bueno, “cualquiera te comprará”. Y, no, ¡NO ES CIERTO! El 99 % de las personas que muestran interés en tu mensaje no te conocen, no saben qué hacen o quién eres, no saben que puedes ayudarlas, y cómo, y por ende no te van a comprar. Tienes que calentarlos.

5.- Tu mensaje no impacta. Es decir, no conecta con las emociones de tu cliente potencial. Bien porque no sabe que tiene un problema (o dolor), no sabe que tú puedes ayudarlo, no sabe que necesita ayuda, no sabe que tú tienes la solución. Y dado que tu mensaje se enfoca en la venta, para él son palabras vacías. Quizás el mensaje sea el adecuado, pero no quien lo recibe.

Veamos algunas conclusiones de lo anterior:

1.- No todo el mundo es tu cliente, no cualquiera va a comprar lo que vendes

2.- Antes de intentar vender, debes darte a conocer, ser visible para el mercado

3.- También requieres posicionarte en la mente de tu cliente potencial

4.- No puedes ir en contra de las 3M del marketing (mensaje, mercado, medio), o la pasarás mal

5.- Tu mensaje debe ser el adecuado en función de la temperatura de tu cliente potencial

6.- Solo les venderás a las personas a las que puedas ayudar HOY con tu solución

7.- Tu mensaje será de mayor impacto si lo publicas en los ecosistemas donde están tus prospectos

8.- El contenido que aporte valor te ayudará a ganar la confianza y credibilidad del mercado

9.- Solo si lo que das gratis es de valor, el mercado considerará lo que ofreces a cambio de un pago

10.- Si te enfocas en vender, solo en vender, el contenido que publiques carecerá de valor

Ahora, la pregunta del millón: ¿qué es eso de CONTENIDO DE VALOR? En palabras sencillas, el que ayuda y es útil. NO el que habla de ti y de tus hazañas, de tus propiedades y lujos, de tus hazañas, del monto de tu cuenta bancaria. NO el que se refiere a tu producto o servicio, sus características. NO el que hace promesas que después no se van a cumplir, pero genera falsas expectativas.

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El contenido de valor es:

1.- El que se enfoca en tu cliente potencial, en esa necesidad apremiante que no lo deja dormir tranquilo y en sus deseos/ilusiones. Por supuesto, para generarlo antes debes conocer muy bien a ese prospecto, en especial las manifestaciones de su problema (“dolor”) y sus emociones

2.- El que le brinda la información específica necesaria para darse cuenta, entender y aceptar que tiene un problema que requiere su atención. Esos que llamamos prospectos fríos no saben que tienen un problema y, una vez lo descubren, son reacios a tomar medidas (el miedo los paraliza)

3.- El que genera un vínculo de confianza y credibilidad a partir de la identificación (tú también lo sufriste, pero ya lo superaste) y la empatía (te mueve la intención genuina de ayudarlo). ¿Cómo lo consigue? Tu historia de vida, si logra conectar con las emociones de tu prospecto, lo inspirará

4.- El que lo educa. Como mencioné, tu cliente potencial no sabe que tiene un problema, no sabe qué tan grave es, no sabe cuáles son las consecuencias y, claro, no sabe cómo solucionarlo. Por eso, debes aprovechar tu conocimiento y experiencias para enseñarle el camino que debe seguir

5.- El que lo nutre. ¿Eso qué significa? Es el contenido positivo, constructivo, que dibuja en la mente de tu prospecto el escenario al que lo vas a llevar con la solución que le ofreces. De lo que se trata es de que imagine la transformación que sufrirá su vida, que vea esa ‘nueva vida’

Jay Baer, reconocido estratega de negocios, autor de cinco libros y una de la voces autorizadas del marketing de contenidos, nos dice que “se trata de crear un contenido tan útil que la gente pagaría por él si se le pidiera. Se trata de crear lo que la gente quiere recibir”. De nuevo: contenido de valor es contenido centrado en tu cliente potencial, en el problema que lo aqueja y la solución que le ofreces.

“La práctica de proveer de un valor real —de la misma manera que nuestros amigos de carne y hueso lo hacen— a nuestros potenciales clientes será premiada con su lealtad y apoyo, como acostumbran a hacer con aquellos a quienes respetan. Nuestros amigos (algunos de ellos) son útiles. El contenido útil entra al subconsciente de los consumidores sin necesidad de invitar a la familia SPAM a la fiesta, agrega Baer.

Tú eliges: ¿de qué lado estás? ¿Eres de aquellos que aportan valor con su contenido (informan, educan, nutren y entretienen)? O, más bien, ¿eres uno más de esa desagradable especie del SPAM, el contenido basura, intrusivo, que nada aporta, solo intenta vender? De nuevo: tú eliges. Por supuesto, la elección que hagas tendrá consecuencias, porque el mercado también elige.

Y hoy, como nunca, el mercado quiere que le aporten valor, información veraz, conocimiento útil, experiencias constructivas y, no lo olvides, historias inspiradoras. En la medida en que compartas contenidos de valor, comprobarás cómo cambia la respuesta del mercado: llamarás la atención de prospectos de calidad, despertarás su curiosidad y, entonces, podrás comunicarles tu mensaje.

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Descubre cómo identificar a tu cliente potencial según el tipo de audiencia

“Cliente potencial”. El anhelo máximo, el esquivo objeto del deseo, el culmen de las ilusiones o, quizás, el camino a la perdición. Si eres un empresario, dueño de un negocio, emprendedor o un profesional independiente que vende servicios o productos, lo sabrás. Y, mejor, lo habrás experimentado o sufrido. Porque es un tema que se sufre más de lo que se disfruta, sin duda.

¿Por qué? En gran medida, porque nos dejamos llevar por la corriente del mercado, porque nos dejamos ilusionar por quienes llevan tiempo en el mercado y caemos en la trampa. ¿En cuál trampa? Esa de creer que cualquier persona es tu cliente potencial, primero, o aquella de pensar que las personas a las que les llega tu mensaje están listas para comprar lo que vendes.

Y, la verdad, ni lo uno ni lo otro. No cualquiera, no todo el mundo, puede ser (o es) tu cliente potencial. ¿Por qué? Primero, porque no sufre el dolor o no tiene la necesidad que tú quieres suplir con tu producto o servicio. Segundo, porque quizás aquello que vendes no tiene la capacidad de darle solución definitiva a ese problema o necesidad, y no te lo comprarán.

Tercero, porque ya tomó otro camino, eligió una de tantas opciones que le ofrecía el mercado. Cuarto, porque aunque ese cliente potencial te vio y recibió tu mensaje, no lograste conectar con él, no tuviste la capacidad de generar ese indispensable vínculo de confianza y credibilidad que se requiere para que te elijan. Quinto, porque, simplemente, esa persona no te vio.

Por otro lado, está el asunto de la temperatura de esas personas que reciben tu mensaje, de esos clientes potenciales. En especial cuando somos nuevos en el mercado, es fácil tragarnos ese bulo de que allá afuera, en el mundo real, hay millones de personas ansiosas, impacientes, a la espera de que tú les salves la vida con tu producto o servicio. Y, lástima, no es así.

La vida es maravillosa y generosa, pero no es sencilla ni fácil. Por eso, quizás, nos pone ante el reto de entender a nuestras audiencias más allá ese genérico “cliente potencial”, que no es más que un peligroso atajo. Un atajo que, valga decirlo, se antoja como una autopista llena de autos, con el tráfico atascado, el primer día de verano y miles de personas camino de la playa.

Ahora, ni se me ocurre pensar cómo sería esto de convertir tu conocimiento y experiencias en un infoproducto y tratar de venderlo en una jungla peor que la real. Sí, una en la que cualquier persona es tu “cliente ideal”. La competencia sería mucho más que feroz y asumo que el rey de esa selva sería el precio. Un escenario en el que, honestamente, no me gustaría participar.

Por fortuna, hay otros caminos. Que no son un atajo, que son más largos y que ofrecen una gran variedad de dificultades, pero que a la larga nos brindan también unas satisfacciones impagables. ¿La clave? Entender, aceptar y valorar que, al fin de cuentas, se trata de una relación entre seres humanos, algo que a mi juicio es un privilegio maravilloso.

¿Por qué? Porque nos brinda no solo la oportunidad de compartir con otros lo que la vida nos concedió la oportunidad de aprender y experimentar, lo cual ya es mucho y muy positivo. También nos permite recibir la retroalimentación de nuestros interlocutores, aprender de ellos y establecer vínculos, acuerdos, alianzas, para juntos alcanzar objetivos más ambiciosos.

Ahora, ¿cómo conseguir que nuestro mensaje produzca el impacto que deseamos? ¿Que les llegue a las personas adecuadas, es decir, a las que en realidad podemos ayudar? Se trata de conocer y entender la arquitectura de la audiencia que consume contenidos para darle a cada uno de estos grupos lo que necesita y, lo mejor de todo, en el momento que lo necesita.

El primer grupo de audiencia es la ACTUAL. Sí, aunque no seas un creador de contenido, no publiques con frecuencia, la presencia que ya tienes en internet ha logrado captar la atención de alguien. Tu círculo cercano, tus compañeros de trabajo, colaboradores o personas que han tenido relación contigo o cualquiera que tiene intereses/objetivos comunes a los tuyos.

De la misma manera, si eres una empresa, negocio o profesional independiente activo en internet o algún otro canal fuera de la red, están los suscriptores a tu lista de correo electrónico y, claro, aquellos que en el pasado participaron de algún curso que impartiste o estuvieron en una charla o webinar que ofreciste. Tu tarea básica es nutrirla, cultivarla.

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Un segundo grupo de audiencia es la POTENCIAL. Audiencia, NO clientes. Se trata de personas que encajan muy bien en el estilo de contenido que produces y compartes y que, además, están en posibilidad de conectarse fácilmente contigo a través de su necesidad. No los puedes considerar “clientes potenciales” mientras no logres ganarte su confianza y credibilidad.

Este, créeme, es uno de los errores más frecuentes, y costosos, del mercado: tan pronto vemos que hay un nicho (audiencia) potencial, nos tiramos de cabeza a… ¡vender! Y, claro, la respuesta que recibimos es el rechazo absoluto, el portazo en la cara que recibía una y otra vez el intenso e insistente vendedor puerta a puerta. Sin confianza y credibilidad, no hay venta.

Tu tarea con este grupo, entonces, es darte a conocer, posicionarte, revelar tu propuesta de valor y, una vez esas personas te abran la puerta de tu vida, desplegar tu estrategia de contenidos. Que, por si no lo sabías, incorpora cuatro acciones en la primera etapa del proceso, es decir, hasta que se produce la venta: informar, educar, nutrir y entretener.

La mayoría de las personas, empresas o negocios se concentra en estos dos grupos y dejan de lado los otros dos grupos de audiencia que son, muchas veces, una mina de oro sin explotar. Es claro que son más numerosos, pero también, heterogéneos y, por lo tanto, demandan más esfuerzo, trabajo, inversión y, sobre todo, paciencia, una cualidad que no abunda.

El tercer grupo de audiencia está conformado por los potenciales AMPLIFICADORES. ¿Sabes por qué la mayoría lo ignora? Porque se trata de personas, empresas o canales que muchas  veces no son digitales, es decir, que están fuera de internet. Y, seguro lo sabes, hizo carrera la creencia que “si no es internet, no es nada”. Y no es así, por supuesto y por fortuna, no es así.

¿Por ejemplo? Periodistas y medios de comunicación, sin olvidar los de índole local, que en muchas ciudades y regiones de nuestros países tienen, todavía, poder de influencia. Así mismo, los escritores de nicho y blogueros que publican por su cuenta o a través de los medios de comunicación. Son personas con cautivas y representan una buena oportunidad para ti.

También están los creadores de pódcast y canales de video y los influenciadores (que, por lo menos a mí, no me gustan nada). Y, por último, conferencistas y organizadores de eventos de temáticas relacionadas con la tuya. Como ves, todos son espacios a los que de una u otra forma puedes llegar y en los cuales puedes potenciar tu mensaje a partir de las alianzas.

El cuarto y último grupo de audiencia se denomina COMUNIDAD. Se trata de personas que consumen contenidos relacionados con tu ámbito, con tu quehacer profesional, con el producto o servicio que ofreces, pero que por distintas razones no son “clientes potenciales”. No es fácil acceder a ellas, pero una vez lo consigues puedes recibir múltiples beneficios.

Digamos que son las grandes ligas del mercado, referentes, mentores y líderes que marcan las pautas y determinan tendencias. Si puedes ingresar a este exclusivo círculo, y créeme que no es imposible, estarás en una categoría en la que el resto del mercado, tus verdaderos “clientes potenciales”, te percibirán de otra forma. Y ya sabes que “vender es el juego de la percepción”.

Todos, absolutamente todos, estamos en la búsqueda, a la caza de ese “cliente potencial”. Y muchos, la mayoría, se equivocan al creer que es una entidad, un individuo con características tipificadas. Y no es así: se trata de, por decirlo de alguna manera, de un monstruo de mil cabezas, un camaleón multicolor que cambia, se camufla, se transforma de mil formas.

Una tarea fundamental, indispensable, de cualquier empresa, negocio, emprendedor o profesional independiente que venda un producto o un servicio es aquella de identificar a su público objetivo. Y, a partir de allí, a sus reales clientes potenciales, sin olvidar que el 99 % de ellos son prospectos fríos, es decir, personas que lo desconocen todo acerca de ti.

Entonces, una segunda etapa de esa tarea fundamental, o su complemento, es darte a conocer, hacerte visible, posicionarte y transmitir tu propuesta de valor. Una labor en la que el contenido que produces y publicas persigue cuatro objetivos: informar, educar, nutrir y entretener. Del éxito de esa tarea dependerá que esa audiencia se convierta en “clientes”.

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Marketing de contenidos es el rey: mata publicidad y tráfico orgánico

Es una realidad, una verdad irrefutable, aunque haya marcas que, de manera terca y necia, se empeñen en desconocerlo. ¿A qué me refiero? A que el común de los seres humanos odiamos la publicidad. No solo porque cada vez es más intrusiva, más abusiva, más inoportuna, sino también porque los mensajes que incorpora tristemente son mentiras, manipulaciones.

Desde siempre, la publicidad fue la mano derecha de las empresas, grandes, medianas y pequeñas, dentro y fuera de internet, para llegar a sus potenciales consumidores. De hecho, es el rubro al que destinan la mayor parte de sus presupuestos, en el entendimiento de que, más tarde o más temprano, obtendrán el retorno a esa inversión. Al menos, así funcionaba.

Porque el escenario, léase el mercado, cambió radicalmente con la aparición de internet. Que se dio, por si no lo recuerdas, hace más de 25 años, a finales del siglo pasado. Lo increíble, lo insólito, es que son muchas las marcas que se manejan de la misma manera que lo hacían entonces. Como si nada hubiera cambiado, como si los consumidores fueran iguales.

Y no lo son, por supuesto. Piensa en tu propio caso: ¿eres el mismo de hace 5 años? ¿De hace 10? No, claro que no. Y si hablamos de hace 25 años, peor todavía. Quizás eras un niño y este tema de la publicidad, de la relación con las marcas, era intrascendente para ti. Además, en esos tiempos, había muchas menos marcas y el mundo no estaba globalizado, ¿recuerdas?

Hoy, prendes el celular y te aparece un aluvión de avisos. Entras a Gmail o cualquiera que sea tu cuenta de correo electrónico y encuentras la bandeja de entrada invadida por mensajes de ventas, por publicidad. Navegas por placer o por necesidad, en busca de información, y te aparecen mil y un avisos. Y ni se te ocurra hacer clic en alguno, porque el efecto es terrible.

Sí, como decimos en Colombia, si haces clic en un aviso esa marca te aparecerá hasta en la sopa. Serás sometido a un bombardeo incesante, inclemente. No solo para que compres, sino después de que compras. Prácticamente no hay escapatoria, más allá de que la tecnología nos brinda la posibilidad de acudir a los bloqueadores (benditos sean), que nos dan un respiro.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que esto de la publicidad se convirtió en un búmeran para las marcas. ¿Entiendes? Aquel objeto que lanzas y en algún momento se devuelve contra ti, y te golpea. Abusaron tanto de este recurso que es la publicidad que hastiaron al mercado, que ahora rechaza abiertamente ¡la publicidad!

Ahora, no se trata de satanizar la publicidad. Es un jugador muy importante en el mundo de los negocios, dentro o fuera de internet. Un jugador indispensable, valga decirlo. ¿Por qué? Para atraer la atención de los clientes potenciales, un negocio, cualquier negocio o empresa, tiene dos opciones: la publicidad (paga), por un lado, y el tráfico orgánico (gratuito), por otro.

Ningún negocio es sostenible a largo plazo actualmente solo con tráfico orgánico. No solo porque a través de esa estrategia tu alcance es limitado, sino que además es lento. Sí es posible conseguir resultados, pero no inmediatos. Salvo que dispongas de suficientes recursos para sobrevivir a largo plazo, y de que seas paciente, el tráfico orgánico es insuficiente.

Entonces, te guste o no, tienes que echar mano de la otra alternativa. Sí, de la publicidad. Aunque no te guste, aunque tan solo escuchar esta palabra te provoque sobresalto. La verdad es que la publicidad, bien hecha (honesta, abierta, enfocada en las necesidades del cliente), es una poderosa herramienta. Porque, sí, hay publicidad bien hecha, publicidad que da resultado.

Sin embargo, tal y como el tráfico orgánico, es insuficiente. ¿Por qué? Porque cada día hay más competencia y, por ende, más publicidad. Y también porque los costos de la publicidad son más altos. Y el alcance (el impacto), cada vez menor. En otras palabras, aunque suene contradictorio, ni el tráfico orgánico (gratuito) ni la publicidad (paga) son suficientes.

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¿Entonces? Si el plan A es insuficiente y el plan B, también, ¡hay que recurrir al plan C! ¿Sabes cuál es? El contenido de valor, las estrategias de marketing de contenidos. Que en la práctica, si se las utiliza bien, si no se abusa de ellas, de sus ventajas, son una mezcla de las virtudes del tráfico orgánico y de la publicidad. No es gratuita, pero tampoco es tan costosa como esta.

Lo irónico es que durante décadas las marcas, las empresas de todos los tamaños, dentro y fuera de internet, renegaron del contenido y le apostaron todos los recursos a la publicidad. O, en su defecto, al tráfico orgánico. Hasta que se dieron cuenta, ¡por fin!, de que estas dos herramientas son insuficientes y no les quedó más remedio que hacer uso del Plan C.

Ahora, entonces, vivimos un bum del contenido, de la generación de contenido. Hoy, las marcas impulsan la creación de contenido, aunque muchas veces este no sea más que publicidad disfrazada, oculta tras la cara bonita o el cuerpo atlético de un influenciador. Ese es el acabose de las aspiraciones de la marca, porque significa el derrumbe de su credibilidad.

El problema es que asumen, están convencidos, de que el contenido es una herramienta para vender, porque así lo dice el mercado, porque hay muchos que lo pregonan. Sin embargo, no es así. El contenido para vender es aquel estrictamente relacionado con la publicidad, con los avisos; el resto del contenido debe enfocarse en educar, entretener, informar y fidelizar.

En la práctica, lo que se ve en internet y en las publicaciones de las marcas, de las empresas y de las personas (emprendedores) es bien distinto: ¡venta, venta, venta! Agresiva, abusiva, intrusiva. ¿El efecto? El rechazo absoluto, el bloqueo total. En vez de ganar el que puede ser un cliente a largo plazo, pierden para toda la vida a quien era un potencial cliente.

¿Por qué? Porque comenten alguno de estos graves errores:

1.- “Mi cliente es igual que yo”.
No, definitivamente, no. Es cierto que todos, en algún momento del proceso, de la vida, fuimos el avatar (cliente potencial) que buscamos, pero ya no. Fue antes, no ahora. Sin embargo, son muchos los que asumen que su necesidad, su deseo, es la misma de su cliente potencial. Y se equivocan feo. Porque sus contenidos carecen de emoción, no generan identificación.

2.- Menosprecian el contenido.
Es decir, creen que cualquier contenido que hable de su marca o de sí mismos servirá para atraer la atención del mercado. Y no es así. De hecho, lo más probable es que la respuesta que reciban sea la opuesta a la que esperan: el rechazo. El contenido es una herramienta poderosa si la sabes utilizar, si la pones en manos de un experto, si te enfocas en tu cliente potencial.

3.- No hay una estrategia.
Publican por publicar, porque “hay que publicar”. Sin saber siquiera si sus clientes potenciales están en ese canal o red, sin medir los resultados. Se dedican a hablar de sí mismos, de sus productos, de sus hazañas, y eso a nadie le interesa. El ROI (retorno de la inversión) del contenido es posible solo cuando este responde a una estrategia coherente.

4.- Seguir las ‘tendencias’.
Que no son más que los intereses que persiguen los grandes, los que, por su poder económico, están en capacidad de manipular el mercado, de distorsionar las necesidades de los clientes. Además, cuando todos hablan de las mismas ‘tendencias’, el impacto se reduce al mínimo y el mercado se cansa rápidamente. Ser diferente y auténtico es cualidades muy bien valoradas.

5.- Vender, vender, vender…
Cuando contenido y publicidad se mezclan, aquel pierde su valor. Y, lo peor, provoca tanto rechazo como esta. No desaproveches la oportunidad que te brinda tu cliente potencial de educarlo, entretenerlo y cultivarlo a través del contenido. Si lo haces bien, es decir, si lo que publicas no es una venta disfrazada, y si tienes lo que él necesita, tarde o temprano comprará.

Es una realidad irrefutable, innegable: los seres humanos odiamos la publicidad. En todas sus formas y presentaciones. En especial, cuando es abusiva, intrusiva y agresiva, como aquella de la que hacen gala tantas empresas y emprendedores. Y ni si te ocurra apostarle todos tus duros al tráfico orgánico porque te llevarás una gran frustración, y lo pagarás caro.

Aunque sus resultados no se dan a corto plazo, aunque exige paciencia y consistencia, el marketing de contenidos es hoy (y casi siempre lo fue) el arma secreta de las empresas y emprendedores que lideran el mercado en cualquier industria. Lo es siempre y cuando se le utilice bien (no venta) y esté enfocado en las necesidades y deseos del cliente potencial.

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Que el avatar sea tu gran aliado, no tu principal enemigo

“Tienes que definir a tu avatar”, es la premisa que se escucha insistentemente, en tono de urgencia. Cuando estás en el camino de abrir tu negocio o de vender tus productos o servicios dentro o fuera de internet, aparece la voz de alarma: “Tienes que definir a tu avatar”. Podría decirse que nadie, absolutamente nadie, desconoce esta necesidad. Sin embargo…

Sin embargo, son muchas las personas que omiten este paso. O que, en su defecto, lo cumplen solo por salir del paso, solo porque no quede como una tarea pendiente. Rellenan alguna de las cientos de plantillas que se pueden descargar en internet y luego se aseguran de guardarla en un lugar donde es muy probable que no la van a encontrar si algún día quieren consultarla.

El problema, porque siempre hay un problema, es que las consecuencias de esta actitud comienzan a verse, a sentirse, muy pronto. Te sientes solo, como si fueras Robinson Crusoe en una isla abandonada. Emites tus mensajes y te das cuenta de que nadie reacciona a ellos, de que nadie los escucha. Y, lo peor, esperas del mercado una respuesta que no se va a dar. ¡Un dolor de cabeza!

Revisas tus estrategias desde el arranque, paso a paso, y certificas que “todo está bien”. Vuelves a correr tus campañas, vuelves a emitir tus mensajes, pero el resultado es el mismo: no hay respuesta. Entonces, desesperado, acudes a un experto, alguien con mayor experiencia, alguien que ya pasó por esta situación, a sabiendas de que es la última carta que te puedes jugar.

Estás convencido de que esa auditoría te va a brindar respuestas del tipo “Es el precio del dólar”, “Es la situación económica del país”, “Es que el cliente cambió por la pandemia”, “Es que hay demasiada competencia” y tantas otras que buscan el origen del problema donde no está, es decir, afuera. Por supuesto, te causa gran sorpresa y desazón escuchar el diagnóstico.

“Veo dos problemas, o dos variantes del mismo problema”, te dicen. “Por un lado, le apuntas a un cliente ideal que no es tu avatar y, por otro, sospecho que ese avatar está mal definido”. Responde que no, que tú hiciste la tarea, que tienes definido tu avatar, que ese es el avatar correcto, pero cuando buscas aquel documento para sustentar tus afirmaciones no lo encuentras.

Esta situación hipotética ocurre más de lo que tú crees, de lo que el mercado acepta. Y no es exclusiva de empresarios, dueños de empresas o emprendedores. Los médicos, los abogados, los periodistas, los contadores, los coaches y hasta los sacerdotes deberían definir su avatar. Y no solo eso: conocerlo muy bien, no solo sus puntos de dolor, sino especialmente, los de aspiración.

Porque, y esta es otra variante del problema, la mayoría, en función de lo que el mercado enseña, define su avatar en función del dolor, de las necesidades de ese cliente potencial. Entonces, arman todas sus estrategias basadas en ese dolor, en esas necesidades, y luego se estrellan con una realidad que no tomaron en cuenta: a nadie, absolutamente a nadie, le interesa comprar un dolor.

La verdad, la cruda realidad, es que el dolor paraliza, mientras que las aspiraciones movilizan. Sin embargo, esta es una cascarita que muchos pisan y caen. Dolor, dolor y más dolor, como si la vida no nos proporcionara ya suficiente de él. Además, en el mercado ya hay demasiadas ofertas de dolor, de empresas y emprendedores dedicados a aprovechar la mala hora de otros para ganar dinero.

El avatar, por si no lo sabías, es la herramienta de segmentación más poderosa que existe. De hecho, es la que utilizan plataformas como Facebook o Google (los dioses del mercado) para sustentar tus campañas de publicidad paga. La clave de cualquier campaña está en la segmentación y este paso está determinado por las necesidades y aspiraciones de tu avatar.

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Lo que muchas personas desconocen, prácticamente la mayoría, es que todos estamos en el mismo negocio. Sin importar cuál sea tu profesión, a qué te dedicas o si tienes o no un negocio dentro o fuera de internet, todos nos dedicamos a lo mismo. ¿A qué? A conseguir nuevos y mejores prospectos para convertirlos en amigos y a esos amigos transformarlos en clientes.

Si eres odontólogo, necesitas que a tu consultorio lleguen más pacientes. Luego, debes preocuparte por atenderlos bien, por brindarles una experiencia satisfactoria y positiva tanto para que regresen la próxima vez que tengan una molestia como para que te refieran a sus familiares, amigos y conocidos. Y lo mismo se aplica a los abogados, mecánicos, zapateros o panaderos.

Así mismo, hay que entender que una persona no es el mismo cliente para el abogado, para el mecánico, para el zapatero, para el panadero, para el odontólogo, para la tienda de artículos deportivos o para el hotel en la playa. A algunos de ellos recurre estrictamente para suplir una necesidad básica, mientras que en otros caso quiere satisfacer una aspiración de confort.

Eso significa que su percepción, su necesidad, su dolor y las diversas manifestaciones de este, son diferentes en cada caso. Por ende, su comportamiento y sus hábitos de compra son diferentes en cada caso. Al abogado, al mecánico y al odontólogo, por ejemplo, los visitar por obligación y con prevenciones, con temores; al zapatero y al panaderos, porque necesitas una solución específica.

En el caso de la tienda de artículos deportivos y del hotel en la playa, si bien acudes en procura de satisfacer una necesidad (lujo, descanso, placer, aventura), tu mentalidad es diferente. Es positiva, es abierta, no tienes temores y por lo general estás dispuesto a invertir un poco más con tal de obtener un plus satisfactorio. Cuidas los detalles porque quieres que sea una experiencia perfecta.

El error más grave a la hora de definir el avatar es dejarlo en estado de amigo imaginario, que es lo único que consigues con las plantillas que hay en internet. Necesitas convertirlo en un humano, en la representación de un cliente ideal de verdad, de los de carne y hueso. Uno con sentimientos, con una vida normal en la que hay dolor, sí, pero también hay amor, alegría, felicidad y sueños.

Cuando vas a diseñar una estrategia de contenidos, cuando vas a escribir un libro o un post para tu blog, cuando vas a enviar un mensaje al mercado, lo primero que debes hacer es determinar con exactitud quirúrgica quién es tu receptor, quién es tu avatar. Solo así podrás darle lo que en verdad necesita, lo que desea; inclusive, podrás anticiparte a sus deseos y sorprenderlo.

Una de las situaciones más incómodas a las que nos enfrentamos es aquella de encontrar el reglo ideal para mamá o tu pareja. Con el paso de los años, esta tarea se torna complicada, una especie de acertijo indescifrable. ¿Por qué? Porque asumimos que es la misma persona de 10 o 20 años antes, que sus gustos y necesidades son los mismos; es decir, trabajamos un avatar equivocado.

Este del avatar es un tema que a muchos les resulta incómodo o tabú, un tema al que le restan la importancia que tiene y merece. Cualquiera que sea el motivo, tarde o temprano lo pagan. Sin importar a qué se dedican, cuál es su profesión o si venden un producto o servicio dentro o fuera de internet. Si no defines clara y correctamente tu avatar, nada de lo que hagas dará resultado.

Antes de terminar, sin embargo, quiero revelarte otra de las verdades que nadie te cuenta, de las que nadie te habla: cuando hablas de avatar, de uno solo, en singular, ya estás equivocado. En realidad, si quieres hacer bien la tarea, debes referirte a los avatares, en plural, porque son ocho (sí, 8) los que debes definir. Ese, en todo caso, será el tema de un próximo artículo del blog.

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