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5 errores que no puedes cometer con tu contenido en redes sociales

¿Recuerdas cómo era la vida antes de las redes sociales? La memoria es traicionera y parece que ha pasado toda una vida desde que estos poderosos canales irrumpieron como las joyas de la corona de la revolución digital. Sin embargo, han pasado poco menos de 20 años: en 2004 surgió Facebook, en 2006 lo hizo Twitter (hoy X) y en 2010 fue el turno de Instagram, las precursoras.

Apenas comenzábamos a disfrutar de la magia de internet y descubríamos las maravillas que se podían hacer los motores de búsqueda. De hecho, eran pocas las personas que tenían conexión a internet y la venta de teléfonos celulares despegaba lentamente en nuestros países latinos. Era una época de expansión tecnológica en varios frentes y no imaginábamos lo que iba a ocurrir.

¿Y qué ocurrió? Que esa tecnología que en un comienzo nos generaba desconfianza, a la que no le veíamos utilidad, se transformó en algo imprescindible. Sí, al punto que hay quienes aseguran que no pueden vivir sin ellas. Parece una locura (y quizás lo es), pero la verdad es que nos cuesta desconectarnos de ellas: hasta en el día de descanso o vacaciones les damos una miradita.

De acuerdo con el informe Global Digital Report 2023, de We Are Social y Meltwater, siete de cada diez habitantes del planeta (el 68 %, o 5.440 millones) tienen un teléfono celular. Además, el 59,4 % de los terrícolas (4.760 millones) están activos en las redes sociales. Así mismo, el tiempo promedio de conexión a las redes sociales es de 2h 31m, que se antoja poco y es mucho.

¿Por qué? Si concebimos que un ser humano promedio está despierto entre 14 y 16 horas cada día, significa que pasamos entre el 17,1 y el 15,7 % del día lo dedicamos a ver las redes sociales. Es decir, casi uno de cada cinco minutos. La realidad es que estamos atrapados por ellas, bien sea por actividades ligadas al trabajo o, como en un comienzo, a curiosear, socializar y entretenernos.

En aquellos años 2000, las redes sociales eran un reino exclusivo de las personas. Las empresas y las marcas, la mayoría de ellas, eran escépticas. Como lo fueron una década antes con internet, pero ya sabemos cuál fue el final de la historia: hoy nadie, absolutamente nadie (personas, marcas y empresas) es ajeno a internet y las redes sociales; son parte integral de la vida para todos.

Es justo decir, así mismo, que las redes sociales ya no son lo que eran antes. En sus inicios, estos canales eran un ecosistema joven, pero hoy prácticamente no hay límite de edad para ser usuario. Los mayores de 50 años siguen siendo una porción pequeña, pero este grupo etario no cesa de crecer. Los adultos entre 55 y 64 años se conectan a las redes durante 1h 40m cada día, en promedio.

Por otro lado, cuando todos estábamos enganchados con las redes sociales, cuando compartir contenido se había convertido en un hábito divertido, aparecieron los odiosos algoritmos y dañaron la fiesta. No solo porque cambiaron las reglas de juego (y las cambian con frecuencia), sino especialmente porque limitaron la posibilidad de que nuestras publicaciones sean vistas.

Las que se ven (y cada vez se ven menos) son aquellas que conectan con los intereses de esas personas a las que llamamos amigos de las redes sociales. Así, por ejemplo, si publicas una foto con tu mascota y alguien hace un comentario o le da like, cada vez que publiques algo similar esa persona la verá. Para aquellas que no interactúen con tu contenido, será invisible (no la verán).

¿Por qué se dio este cambio? Porque las empresas que están detrás de las redes sociales ejecutaron una estrategia magistral: nos tiraron el anzuelo, nos enamoraron, nos volvieron adictos a esos canales y, cuando más los disfrutábamos, cambiaron su modelo de negocio. O, mejor dicho, nos mostraron cuál era su negocio: si quieres que te vean, tienes que pagar publicidad (sí o sí).

Cuando pagas un aviso en cualquier red social, eres tú el que define qué publico la ve. ¿Cómo? A través de la segmentación que te permite la herramienta. Puedes ser tan específico como quieras, como necesites. Por supuesto, te verán más personas en función de que… ¡pagues más! Es decir, pasamos de anzuelo de lo gratis a la tiranía del pago por ver. Esa es la realidad actual.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que como resultado de estos cambios en las distintas plataformas digitales, muchos perdieron el norte, quedaron a la deriva. Hoy son barcos errantes, sin un rumbo fijo. En ese descontrol, muchos eligieron los atajos, las fórmulas mágicas, con la ilusión de recuperar los resultados del pasado. Al final, quedaron frustrados y con las manos vacías.

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Estos son los errores más frecuentes al publicar contenido en redes sociales:

1.- Carecer de estrategia.
No sé si estés enterado, pero lo que vende no es la publicidad o el copy (en cualquier formato o canal, incluidas las redes sociales), sino la estrategia. Sin ella, NO VENDERÁS. Por más que pagues publicidad. El objetivo del contenido es atraer desconocidos, decirles quién eres y qué haces, despertar su curiosidad y persuadirlos de darte sus datos. Ahí entrega el testigo al marketing de conversión.

Antes de la venta, los contenidos que publiques deben estar destinados a darte visibilidad, posicionarte y darle motivos al mercado para elegirte como la mejor opción. Es una etapa en la que debes enfocarte en informar, educar y nutrir a tus prospectos. ¿Acerca de qué? De lo que ofreces, de la transformación que experimentarán una vez adquieran lo que les ofreces.

2.- No conocer tu público.
Podría asegurar que es el error más común. Y, también, el más grave. ¿El origen? La mayoría de las marcas, empresas o emprendedores no define su avatar o, peor, lo hace mal: define al cliente caliente, el que está listo para comprar, pero atraen prospectos fríos. Además, no conocen a ciencia cierta su necesidad y, algo muy importante, sus deseos, sus motivaciones. Juegan al tiro al blanco.

Y, lo peor, con mala puntería, por lo que la posibilidad de acierto es mínima. Dado que no saben quién es en realidad su cliente potencial, publican por sospecha, por intuición, lo que a ellos les gustaría consumir. Que, valga decirlo, casi nunca se corresponde con las necesidades e intereses de las personas a las que pueden ayudar. Otra variante: todo es dolor, dolor y más dolor (¡Ay!).

3.- No tener consistencia.
Esta, créeme, es la cualidad más valiosa de una estrategia de contenidos. De nada te sirve publicar dos o tres semanas seguidas, o tres veces una semana, y luego desaparecerte. O, como es habitual en el mercado, aparecer solo cuando van a vender. La consistencia es la clave del éxito de cualquier estrategia y es el combustible que te permite avanzar. Sin ella, el éxito a largo plazo es una ilusión.

No se trata de publicar todos los días, o tres veces a la semana. Quizás una sea suficiente. Eso solo lo puedes determinar tú, en la medida en que conozcas a tu audiencia. Además, no lo olvides: eres tú quien impone las reglas. Eso sí, bajo la premisa de que serás el primer en respetarlas. La clave es que, sin importar la frecuencia, seas consistente y lo que publiques le aporte valor al mercado.

4.- Vender, vender y vender.
No me cansaré de repetirlo: el contenido NO vende; la que vende es la estrategia que hay detrás de ese contenido. Dado que 9 de cada 10 clientes potenciales que tienen contacto contigo en los canales digitales no saben quién eres o qué haces, qué ofreces (esa es la realidad, acéptalo), no puedes salir a vender en frío. Necesitas calentar a tu audiencia, un proceso que requiere paciencia.

Y método, también. Es decir, estrategia. La venta, quizás lo sabes, es una consecuencia de todas las acciones que realizas, de la calidad de la experiencia que le brindas a tu cliente potencial a partir de las interacciones registradas en cualquier canal, dentro o fuera de internet. La venta en frío es al contenido lo que la kryptonita a Superman: le bloquea los superpoderes, lo vuelve algo corriente.

5.- El egocentrismo.
¿En qué consiste? En publicar contenido relacionado exclusivamente con el producto o servicio que se ofrece o, en su defecto, con la marca. Se dedican a ponderar las características, el precio o la forma en que empaquetaron ese producto o servicio. Se vuelve una cantaleta que, con el tiempo, es una retórica que a nadie le interesa, que nadie quiere consumir. Es, créelo, es el acabose.

Entiende que lo única respuesta que le interesa a tu cliente potencial es la respuesta a la pregunta ¿Qué hay aquí para mí? Lo que esa persona quiere saber es cómo la vas a ayudar y, sobre todo, cuál va a ser el resultado de su relación contigo. No te obsesiones con hablar de ti y de tu marca: más bien, que tu obsesión sea ayudar a tu cliente potencial, infórmalo, edúcalo, nútrelo.

Las redes sociales no son la panacea, como proclaman algunos, pero tampoco están mandadas a recoger, como piensan otros. El resultado que obtienes en esos canales, independientemente de cuáles utilizas, está determinado por cómo los aprovechas. Debes conocer las características del ecosistema, explotar sus fortalezas y minimizar sus carencias. Y, claro, evitar estos cinco errores.

Algo más: ten en cuenta que las redes sociales NO son el punto de llegada, sino el de partida. ¿Eso qué quiere decir? Que son tan solo la carnada, el señuelo que muerden tus clientes potenciales, para llevarlos a tus propiedades digitales (blog, web, carta de ventas, email marketing), que son los escenarios en los que podrás desplegar tu estrategia de marketing para convertirlos en clientes.

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¿Dónde termina el marketing de contenidos y comienza la conversión?

La pregunta del título de este artículo afloró hace unos días durante una charla que ofrecí en el Círculo Interno, la comunidad privada de emprendedores de mi amigo y mentor Álvaro Mendoza. Una de esas preguntas que flotan en el viento, silvestres, que todo el mundo se hace en silencio, pero que pocos, o casi nadie, se atreven a formular en público, en voz alta.

Un interrogante por demás oportuno, hasta necesario. Porque en estos tiempos modernos, en los que cualquiera se proclama “la última Coca-Cola del desierto” de internet, como “la solución perfecta”, más vale tener cuidado. Sí, porque de lo negativo que le puede sucederte en la vida es caer en manos de uno de estos vendehúmo que, tan pronto reciben tu dinero, se desaparecen.

Se van y te dejan con la frustración y, claro, con el problema. Que, irónicamente, es fácil de solucionar si no caes en estas trampas, tan populares en la web. Una de ellas, de vieja data, por cierto, la de garantizar que “Publica esto, publica lo otro y venderás más”. Y, al final, los únicos que venden son los que engañan con sus plantillas milagrosas que a la hora de la verdad no sirven.

La verdad es una sola, clara y sencilla: el CONTENIDO NO VENDE. Disculpa las mayúsculas y la negrilla, que pueden ser agresivas, pero es necesario resaltarlo. El mejor copy del mundo, el mejor aviso publicitario del mundo, NO VENDE por sí mismo. Así ha sido siempre, no solo en tiempos de internet. Lo que vende es la calidad del marketing que haces, de las estrategias que utilizas.

O tú crees que Coca-Cola, Apple, Amazon, Ford o Levi’s ¿venden millones de dólares en productos de diversa índole solo por el copy que publican, por el contenido que comparten en redes sociales? Si para ti la respuesta es sí, lamento decirte que estás equivocado. La magia está en los millones de dólares que invierten en publicidad de variados formatos difundida a través de múltiples canales.

Es decir, aquellos anuncios que, como se dice en Colombia, “te aparecen hasta en la sopa del almuerzo”. Los ves en el noticiero de televisión, en tu serie favorita, en Facebook, en Instagram, en YouTube, en el periódico y, por si fuera poco, los escuchas en la radio y hasta en pódcast. Son una verdadera plaga intrusiva, agresiva, de la que no te puedes ocultar, una que no puedes evitar.

El CONTENIDO NO VENDE; el que vende es el MARKETING, las estrategias que no se ven, que están tras bambalinas, siempre y cuando se cumplan algunas condiciones. ¿Cuáles?

1.- Que el mercado te conozca, sepa qué haces y te elija como su mejor opción. En esa tarea el contenido es tu principal aliado para ser visible, posicionarte y transmitir tu propuesta de valor

2.- Que el mensaje que comunicas produzca el impacto esperado y, en especial, que les llegue a las personas que, en verdad, necesitan aquello que ofreces, tu producto o tu servicio

3.- Que tu oferta le llegue a ese cliente potencial en el momento indicado, es decir, cuando la solución de su problema no da espera, tomó la decisión de compra y te eligió a ti

Aunque no es estrictamente correcto hablar de porcentajes, digamos que el contenido, las estrategias de marketing de contenidos, responde por la primera mitad del recorrido del viaje del cliente y el restante 50 % es función del ‘otro’ marketing. Y la línea que divide estos territorios no solo es clara, sino que es necesario respetarlas para no caer en las temidas zonas de riesgo.

¿Sabes cuáles son? Aquellas en las que, si las mezclas, si las confundes, todas tus estrategias, las de contenidos y las de marketing, pierden poder, carecen del impacto deseado. Por eso, es muy importante saber hasta dónde llega el marketing de contenidos y dónde comienza el ‘otro’ marketing. Aprender la diferencia y aprovecharla es la clave del éxito de los líderes del mercado.

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Las funciones del contenido que publicas son tres, específicamente:

1.- Llamar la atención del mercado al que te diriges

2.- Darte a conocer y enviar el mensaje de tu propuesta de valor (visibilizarte)

3.- Demostrarles a tus clientes potenciales que eres su mejor opción y que efectivamente puedes solucionar el problema que les aqueja

Esto, asumo que lo entiendes, no se cumple con una sola publicación: es una estrategia que toma tiempo para dar resultados. Requiere planificación, método, consistencia, coherencia, disciplina y unas altas dosis de la muy escasa paciencia. Pero, créeme, ¡funciona! Y no ahora, hoy, sino que funciona desde hace más de un siglo, cuando hizo su aparición el marketing de contenidos.

Durante su recorrido, en su 50 %, el marketing de contenidos, todo lo que publicas, debe enfocarse en cumplir tres objetivos fundamentales: educar, nutrir y entretener a tu cliente potencial. ¿En qué momento termina la tarea del marketing de contenidos y comienza la tarea del ‘otro’ marketing? Una vez que ese cliente potencial llega a la ‘tierra prometida’, es decir, a tus propiedades digitales.

¿Por qué educar? Porque el 99,99 por ciento de los clientes a los que consigues atraer, de los que llamas la atención, no saben que tienen un problema, no saben que la solución que ofreces está diseñada para acabar con su dolor. Y van a tomarse un tiempo en darse cuenta, primero, y en aceptar que necesitan ayuda, después. Requieren que les enseñes qué les ocurre, y porqué.

Los contenidos destinados a educar no pueden ir directo al dolor, al corazón del problema. ¿Por qué? Porque la única respuesta que recibirás será el rechazo. Rotundo y absoluto. Es una fase en la que la premisa es abrirle los ojos, despertar su curiosidad y contarle cuáles son las manifestaciones del problema. Solo a través de ellas aceptará que algo no funciona y buscará información.

Un dolor de cabeza, uno fuerte, puede ser la manifestación de varias enfermedades. ¿Por ejemplo? Una gripe, presión arterial alta, una infección cerebral (como meningitis), un tumor, apnea del sueño o riesgo de un aneurisma (accidente cardiovascular). ¿Entiendes? El dolor, el problema real, es más profundo, más serio, más complicado que una de sus manifestaciones.

Pero, ya sabes cómo funciona: salvo casos excepcionales, el médico no te da un diagnóstico definitivo en la primera cita. Te envía a realizarte una variedad de exámenes, quizás te formula algunos medicamentos y te programa una nueva cita de control. Va preparando el camino, te informa de las opciones, responde algunas de tus preguntas para que conozcas sobre tu mal.

¿Por qué nutrir? Porque a medida que avanza el proceso, la curiosidad de tu cliente potencial es mayor y, por ende, requiere más información de calidad. Lo que encuentra en internet ya no es suficiente, no colma sus expectativas. Necesita que sea un conocedor, un experto, el que le dé lo que requiere. Y tampoco puede ser cualquier persona: debe ser una acreditada, con autoridad.

Es una fase del proceso en la que tu cliente potencial suele caer presa de la ansiedad, de la desesperación; piensa lo peor, teme lo peor, y lo invade el pánico. No quiere que nadie de su entorno cercano se entere, es probable que sienta vergüenza de su problema y, además, en su mente comienzan los pensamientos negativos, destructivos y tóxicos. ¡Es una pesadilla!

Por eso, tu contenido puede ser la luz al final del túnel para esa persona, el salvavidas que le cae cerca mientras intenta mantenerse a flote en un mar encrespado y rodeado por tiburones. Si es el contenido correcto, le dará una pequeña esperanza, pequeña, pero suficiente para dar la pelea, para resistir. Si consigues guiarlo, si puedes persuadirlo e inspirarlo, hará lo que tú le digas.

¿Y entretener, por qué? A diferencia de lo que nos quieren vender, que la mayoría de las personas consulta internet para comprar, solo para comprar, múltiples estudios nos dicen que son dos los principales objetivos: buscar información y ocio en sus múltiples manifestaciones. Por eso, los memes, los videos de ridículos y de famosos envueltos en polémicas son tan populares.

El mundo moderno, con las maravillas que pone a nuestra disposición y una tecnología poderosa que nos permite acceder a múltiples beneficios con unos pocos clics, suele ser tóxico. La histeria, la euforia, la infoxicación y las benditas expectativas son una carga difícil de llevar. Por eso, buscamos un escape, un oasis en el desierto, y el contenido entretenido es una excelente opción.

Todo el contenido de tipo educación, nutrición y entretenimiento debe enfocarse en atraer la atención de tu cliente potencial, brindarle la información que requiere (sobre ti, tu negocio, lo que haces, cómo puedes ayudarlo, a quién más ayudaste antes y, lo mencionado, su problema). No importa qué formato eliges o qué canal, dentro o fuera de internet, que utilizas para publicarlo.

Lo que importa, lo ÚNICO que importa, es que ese cliente potencial llegue a tus dominios. ¿Cuáles? Tus propiedades digitales (base de datos, carta de ventas, landing page, web, blog) en las que le entregará el testigo al ‘otro marketing’, el de conversión. Será en esas estrategias sobre las que recaerá la responsabilidad de que ese cliente potencial se convierta en un cliente real.

Por último, algo muy importante: que el proceso de conversión sea tarea del ‘otro’ marketing, no significa de manera alguna que la función del marketing de contenidos haya terminado. Solo cambia, porque los contenidos, la información que requiere tu cliente (¡sí, ya es cliente!) es distinta, de otro nivel. La premisa, sin embargo, no cambia: nutrir, educar y entretener.

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La marca (el mensaje) eres tú: 5 claves para potenciarla

¿Sabías que todo lo que haces, y cómo lo haces, es un mensaje poderoso? ¿Y que aquello que no haces también comunica? Es lo que conocemos como personal branding o marca personal. Un concepto que, si le preguntas a Mr. Google, te informará que fue acuñado por Tom Peters, un escritor estadounidense, en el artículo titulado The Brand Called You (La marca llamada tú).

Se publicó en la revista Fast Company, el 31 de agosto de 1997. La idea básica del texto es que cualquier persona, toda persona, debe verse a sí misma como una marca que está en constante competencia con otras marcas (otras personas) en procura de atención. Según Peters, el conocimiento, las experiencias y las habilidades son la base de la marca personal.

Asegura, así mismo, que para influir en el mercado, en otras personas, es indispensable construir una marca personal poderosa, fuerte. Es, precisamente, lo que cada día vemos en personalidades como políticos, artistas (cantantes, escritores, actores) o deportistas, entre otras, que transmiten un mensaje que es consumido por sus seguidores y grandes audiencias.

“Tu marca es lo que dicen de ti cuando no estás presente”, es una frase que se le atribuye a Jeff Bezos, el fundador de Amazon, y que resume a la perfección el sentido de la marca personal. Es, en otras palabras, el impacto (positivo o negativo) que generas en otras personas en cada una de tus interacciones con ellas, la huella que dejas en la vida de otros con tu mensaje.

Desde siempre, en el ámbito de los negocios se habló de marca, pero referida a las empresas, a los negocios, no a las personas. Fue solo después de la irrupción de internet, más el artículo de Peters, cuando se comenzó a hablar de las marcas persona. En un comienzo se concibió como algo exclusivo de los famosos, las figuras públicas reconocidas, pero ahora se generalizó.

¿Eso qué significa? Que todos, absolutamente todos, somos una marca personal. Lo irónico es que muchas personas no lo entienden o no lo perciben así y menosprecian el impacto que están en capacidad de generar. O, peor aún, se dedican a imitar a algún personaje público con la idea de que ellas también serán adoradas, de que el brillo de la estrella las cobijará.

Todos, absolutamente todos, nos convertimos en una marca personal el día en que nacemos y la construimos hasta el día en que morimos. Lo hacemos de manera consciente o inconsciente. Por supuesto, quienes entienden su importancia y trabajan para potenciarla son aquellos que mayores réditos obtienen. Es decir, mayor influencia ejercen sobre los que los rodean.

Hoy, gracias a las poderosas y recursivas herramientas que nos ofrece la tecnología, hay una gran cantidad de influenciadores. Una tendencia que ha ido en crecimiento impulsada por las astronómicas cifras que estos reciben por cuenta de la publicidad y, también, de la cantidad de seguidores que acumulan. La mayoría de ellos, sin embargo, son unos payasos ridículos.

Su virtud, seguramente la única, es saber sacar provecho de los bajos instintos de una audiencia en busca de mecanismos de escape a una realidad agobiante y traumática. Por lo mismo, también son estrellas fugaces que brillan un corto tiempo y luego desaparecen, se extinguen. Bien sea porque entraron en desgracia, bien porque el público se aburrió de ellas.

Hoy, igualmente, no importa a qué te dedicas, qué cargo ocupas o qué tan reconocido eres: todos, absolutamente todos, necesitamos ser una marca personal. Una consciente, una que sea coherente, una que aporte valor a su entorno, una capaz de dejar huella (o legado) en este mundo. Una que, sobre todo, tenga la capacidad de inspirar a otros a ser su mejor versión.

Con tu conocimiento, las experiencias que has vivido, el aprendizaje surgido de tus errores, más los dones y talentos que te regaló la naturaleza, ya eres una marca personal poderosa. ¿Lo sabías? ¿Eres consciente de ello? ¿Lo aprovechas? ¿Ya definiste el mensaje que quieres transmitir? ¿Ya sabes cuál es la marca personal que te identifica y cómo comunicarla?

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Veamos algunas claves que seguro te van a ayudar:

1.- Autenticidad.
¿Sabes por qué son efímeras las marcas personales hoy? Porque son burdas copias de otras marcas. Así de sencillo, así de triste. El mercado te adorará o te odiará, porque esa es la realidad, por ser tú, tú mismo, auténtico. Si te empeñas en ocultar tus defectos o debilidades o, de otro modo, por mostrarte perfecto, tu marca será rechazada por no ser auténtica.

Ya eres distinto, así naciste: un modelo único e irrepetible. No tienes que imitar a nadie, no puedes copiar a nadie. Además, lo que el mercado anhela es encontrar marcas personales poderosas y auténticas que lo puedan inspirar, que sean honestas y coherentes. Si no eres auténtico, no eres una marca personal: tan solo, quizás, puedas llegar a ser una buena copia.

2.- Mensaje.
No puedes salvar al mundo, así te empeñes. Nadie, en solitario, puede hacerlo. Sin embargo, y esto es maravilloso, todos podemos cambiar algo de nuestro mundo, de nuestro entorno, con pequeñas acciones que generar grandes y profundos cambios. Olvídate de las frases bonitas y sonoras, de los clichés que pululan en internet, de los libretos perfectos que tantos pregonan.

¿Cuál es tu mensaje? Una vez lo hayas definido y lo compartas con las personas correctas, es decir, con aquellas que se identifican con tu propósito de vida y están dispuestas a recorrer el camino contigo, se creará una poderosa cadena de intercambio de beneficios. El poder de tu marca personal es tu mensaje. Lo demás, todo lo demás, es accesorio, segundario o irrelevante.

3.- Tu historia.
No eres un superhéroe y no vas a salvar al mundo, eso está claro. Pero, eso no es un problema. ¿Por qué? Porque tu mayor valor, tu principal activo, es precisamente ser una persona común y corriente que consigue logros extraordinarios, que deja huellas positivas y profundas. Algunos se esfuerzan en mostrarse como víctimas de la vida y solo logran despertar lástima.

Más que saber de tus dificultades, que por supuesto son pertinentes, lo que el mercado quiere saber es cómo las superaste, a qué recurriste (y si funcionó) y quién te ayudó. Y no te olvides de lo más importante: cuál fue el resultado obtenido, es decir, cómo es tu vida hoy, después de sufrir esa transformación. Utiliza tu historia para inspirar a otros a que tomen acción.

4.- Los errores.
Aparecerán en el camino. Y tu tarea no consiste en tratar de evitarlos, porque no lo lograrás, sino en aprender de ellos. Un error no es más que una oportunidad de aprendizaje, una lección que la vida te ofrece para que te des cuenta de algo que no funciona o que haces mal. Es tan solo un llamado de atención, así que no te obsesiones con él y continúa con tu camino.

Las marcas personales poderosas no son perfectas, porque nadie lo es. Son, precisamente, las que han aprendido de sus errores y, lo mejor, han dejado atrás esos acontecimientos y no los cargan consigo. Eso sí: cuanto más rápido te equivoques, más rápido aprenderás y, además, es muy probable que el precio del error sea menor. Aunque te equivoques, cree en ti.

5.- Coherencia.
Con la autenticidad, son las características fundamentales de tu marca personal. Lo que piensas, lo que sientes, lo que dices y lo que haces (y cómo lo haces) debe estar conectado. No puede haber vacío o incoherencias (contradicciones) porque, de lo contrario, tu marca se irá abajo. Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que ser coherentees más fácil de lo que se antoja.

¿Cómo lograrlo? Ser auténtico, tener claro tu mensaje y la forma de transmitirlo y, en especial, dedicarte a servir a otros. Esa es la clave: servir. Cuanto más sirvas, mayor será el impacto positivo que puedas provocar y, por ende, mayor la huella que dejarás. Coherencia + servicio desinteresado son los ingredientes de la fórmula del éxito en cualquier actividad en la vida.

Vivimos la era de las marcas, pero de las marcas personales. Hoy, especialmente si eres de quienes vivimos de nuestro talento y conocimiento, sabes que TÚ ERES LA MARCA. Todo el tiempo encarnamos un mensaje poderoso y todo el tiempo nos vendemos, nos ponemos a disposición de otros. Por eso, es imprescindible trabajar tu marca, desarrollarla y potenciarla.

Tu marca personal te acompañará hasta el último de tus días y, además, cuando tú te vayas de este mundo permanecerá acá, en la memoria de quienes te conocieron, de aquellos con los que tuviste contacto, en los que recibieron tu impacto positivo. No te definen un cargo, un salario, unos bienes o lo que acumulas en redes sociales: lo que te define es tu marca personal.

Moraleja: lo primero es ser consciente de que eres una marca personal y, después, darte a la tarea de trabajar en ella. Cada día. Con consistencia, con disciplina. Siguiendo un plan y unas estrategias específicas. Y, lo más importante: transmitiendo un mensaje poderoso que les aporte valor a otros, que deje huella en su vida, que garantices que serás inolvidable.

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