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Sabios consejos de David Ogilvy para escribir textos poderosos

“La buena escritura no es un don natural. Es algo que debes aprender”. Esta genial frase (porque en verdad es GENIAL) la pronunció David Ogilvy, el genio de la publicidad. Por si no lo sabías, una leyenda, considerado ‘el padre de la publicidad moderna’. Un dios para aquellos que se dedican al copywriting de ventas, un revolucionario, creador de anuncios inolvidables.

Su obsesión fue comunicar mensajes capaces de generar acciones específicas en grandes audiencias. Sí, ya sé que esa es la labor de cualquier publicista, la diferencia es que Ogilvy lo logró: no solo sus mensajes eran muy poderosos, sino que con el paso del tiempo se convirtió en un referente y en un modelo que hoy, más de 20 años después de su muerte, es replicado.

Su vida daba para escribir una novela o una película. Nació en West Horsley (Inglaterra), hijo de un escocés y una irlandesa. En su niñez, padeció los rigores de la Gran Depresión, que afectó el negocio de su padre y sus estudios. Ingresó a la Universidad de Oxford, pero no concluyó los estudios: se fue a París, donde comenzó a trabajar como ayudante de cocina.

Fue en la cocina del prestigioso Hotel Magestic Spa, en pleno corazón de la Ciudad Luz. Fue construido en 1905 y parte de su gran atractivo es que se encuentra muy cerca de todas las atracciones que ofrece esta encantadora urbe, en especial, los Campos Elíseos. Un lugar lleno de historia y cuya marca está asociada a la exclusividad, a la elegancia y al refinamiento.

Allí aprendió el significado del servicio y de la excelencia, dos aprendizajes que marcaron su vida y que le permitieron sobresalir muy arriba del promedio. Luego, los caminos de la vida lo llevaron a ser vendedor de hornos, una actividad en la que descubrió su propósito. Eran tan buenos los resultados que obtenía, que la empresa le solicitó que escribiera un Manual de Ventas.

Y fue ese texto, precisamente, por el que lo contrataron en la agencia Mather & Crowther, de Londres, su primer trabajo en publicidad. Poco después, en 1938, pidió ser enviado a Estados Unidos, donde se especializó en la investigación de mercados. En medio de esa aventura, durante un tiempo vivió con los Amish, la comunidad que se resiste a adoptar las comodidades modernas.

Cuando salió de allí, fundó su primera empresa: Ogilvy, Benson & Mather, una agencia que se caracterizaba por mejorar los resultados de sus clientes actuales, en vez de enfocarse en la consecución de nuevos clientes. Fue una idea disruptiva para la época, pero los resultados le dieron la razón: los clientes satisfechos atrajeron nuevos buenos clientes, por los siglos de los siglos…

Durante los casi 25 años (de 1949 a 1973) que estuvo en la agencia, Ogilvy sentó los pilares de su legado que hoy, casi medio siglo más tarde, siguen vigentes. Y no solo eso: aún son la mejor referencia para quienes, en la época de internet y las superpoderosas herramientas de la tecnología digital, se dedican a la publicidad y al mercadeo. Y a vender, por supuesto.

“La gente que piensa bien, escribe bien. La buena escritura no es un don natural. Es algo que debes aprender”, les decía Ogilvy a sus empleados. Y es completamente cierto, a pesar de que hoy abundan los vendehúmo que quieren hacerte creer que necesitas superpoderes o dones especiales para escribir: ¡es MENTIRA! Todos, absolutamente todos, somos un buen escritor en potencia.

El asunto que es solo unos cuantos desarrollamos la habilidad y trabajamos lo que se requiere para hacerlo bien, para hacerlo mejor que el promedio de las personas. ¿Por qué? Seguro hay mil y una razones, pero pienso que la principal es que exige trabajo, disciplina, paciencia y constancia, que son virtudes escasas por estos días. Pero, también se pueden desarrollar.

“Escribe como hablas de manera natural”, era otro de sus postulados. Recuerdo que varios de mis profesores, en la universidad, y de mis jefes y compañeros, cuando comencé mi carrera profesional, me dieron este consejo. El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, fue que nunca me dijeron cómo hacerlo. Lo aprendí en la práctica, haciendo.

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Y ese, créeme, es el GRAN SECRETO (el único secreto): si quieres escribir bien (sin importar a qué te refieres), lo único que debes hacer es escribir y escribir. Para comenzar, que suele ser lo más difícil, escribir como hablas es una buena estrategia. Al principio no es fácil, pero no vas a tardar en encontrar el camino. Y olvídate de la excusa de “es que yo hablo muy mal”.

Hay un método muy simple y prácticamente infalible (no sirve, si no lo pruebas): elige un tema que te agrade, en el que te sientas cómodo y del que puedas sostener una conversación fluida, en especial con alguien que poco o nada sabe de ello. Graba una disertación de 3-5 minutos (o la duración que quieras) y luego transcríbela. A la vuelta de unos pocos minutos tendrás un texto.

El siguiente paso es editarlo, pulirlo. ¿Eso qué quiere decir? Eliminar las repeticiones, sustituir las expresiones ordinarias o que puedan rechinar y, por supuesto, asegurarte de que sea legible. Esto significa que cualquier persona, un niño de tercero de primaria o un lego en la materia, lo entienda. Y, claro, que también lo disfrute para que quiera leer más textos tuyos.

Hazlo 5, 10, 20 veces, hasta que adquieras confianza. Por ahí, en el camino, valida una de tus versiones. ¿Qué quiero decir? Pídele a alguien, ojalá ajeno al tema, que lo lea y te dé una retroalimentación honesta, así sea dura. Y no te ofusques, ni te frustres, si te dice que no le gustó o que no lo entendió. En ese caso, pídele que sea explícito por qué, así podrás mejorar.

Otro ejercicio efectivo, que lamentablemente muy pocas personas se animan a realizar hoy, es escribir un diario. ¿Qué es lo mejor de hacerlo? Primero, que no tienes que compartirlo; segundo, que puedes empezar por escribir tan solo un pensamiento y luego un poco más; tercero, que por lo general escribimos experiencias que están ligadas a las emociones.

Y en estas traviesas y caprichosas damas está otro de los secretos de Ogilvy: él creía que la mejor estrategia para vender un producto sin forzar, sin apelar al miedo, era informar al consumidor acerca de las ventajas, de los beneficios. “El consumidor no es idiota. El consumidor es su esposa, no insulte a su inteligencia”, decía. Y, claro, tenía la razón.

Por supuesto, esta estrategia solo es efectiva en la medida en que en verdad conozcas a tu cliente potencial, que hayas definido correctamente a tus avatares. De lo contrario, estás expuesto a caer en la trampa que frustra a muchos: decir más de lo mismo, decir algo que no conecta con las personas a las que dirigen su mensaje, decir algo que no interesa a esa persona.

“Nunca utilices jerga técnica ni palabras rimbombantes”, aconsejaba Ogilvy. La autoridad no surge de palabras que otros no entiendes, sino precisamente de lo contrario: de mensajes que cualquiera puede entender y disfrutar, y que además son útiles. Si tu texto lo entiende un niño, un adulto mayor o alguien con poca educación, ¡es bueno! Cuanto más simple, mejor.

“Asegúrate de que dejas claro lo que esperas de la otra persona”. Un tema en el que fallan muchos de los copywriters actuales: para que tu mensaje sea poderoso y efectivo, debe incorporar UNO Y SOLO UN llamado a la acción. Claro, preciso, sencillo de realizar. Que no se necesite un manual de usuario para ejecutarlo. Ogilvy, sin duda, conocía los secretos de la persuasión.

“La buena escritura no es un don natural. Es algo que debes aprender”. David Ogilvy aprendió a escribir como pocos y, lo mejor, les enseñó a muchos otros. Murió en 1999, a los 88 años, en su casa en Bonnes (Francia). Inmortalizó su nombre como el padre de la publicidad y también es un miembro de honor del olimpo de los copywriters. “Si no vende, no es copyrwriting”, dijo.

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¿Conocías estos 10 beneficios de escribir un diario?

Comenzar a escribir es un proceso que a la mayoría de las personas les resulta complicado. El miedo a la hoja en blanco, la certeza de que no podrá hacerlo bien y el pánico a la crítica son, entre otras, las razones que las impiden arrancar. Además, está aquella popular falacia del “tienes que leer mucho antes de poder escribir bien”, que actúa como un freno de mano, un impedimento.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchos quieren empezar por el final. ¿A qué me refiero? Quieren estrenarse con la novela que les permita ganarse el Premio Nobel, una obra maestra que, además, llene sus cuentas bancarias y los convierta en personajes famosos. Es por cuenta de esa idea falsa que nos venden los medios y los vendehúmo que pululan por ahí.

Para mí, escribir es un acto de liberación, de gratitud a la vida por haberme dado el privilegio de desarrollar esta habilidad que disfruto tanto. En años anteriores publiqué tres libros, todos sobre fútbol, y no voy a negarte que ese cuarto de hora de fama fue agradable. El contacto con los lectores, la pasión de los hinchas, su retroalimentación, son una recompensa inconmensurable.

Sin embargo, a lo largo de mi trayectoria aprendí a disfrutar también los pequeños éxitos diarios. Que son anónimos, que no se traducen en entrevistas en los medios, ni en sesiones de firma de libros en una feria. Son escritos que parten de dos objetivos: nutrir de conocimiento a otros, por un lado, y brindar unos minutos de entretenimiento, por otro. Y, créeme, también es maravilloso.

Porque, al final, se trata de eso, ¿no? De aprovechar el don de la comunicación para compartir lo que somos, lo que sabemos, lo que sentimos, lo que nos gusta, lo que nos preocupa, lo que nos apasiona. El beneficio es doble: por un lado, sacar conocimientos y emociones que guardamos y que solo tienen valor si son compartidos; por otro, el privilegio de interactuar con otras personas.

El primer consejo que les doy a mis alumnos del curso A escribir se aprende escribiendo es que, si no lo hacen, comiencen a escribir un diario. Que conste que jamás lo hice, por dos motivos. Primero, porque me enseñaron que era algo propio de una etapa de la vida, la adolescencia, y que estaba relacionado con las mujeres. Segundo, porque en esa época no sabía que quería escribir.

Y tampoco conocía los increíbles beneficios que este hábito aporta. Hay diversos estudios que dan cuenta de los efectos positivos de escribir un diario: se trata de un ejercicio saludable y terapéutico. En su libro La escritura terapéutica, la escritora Silvia Adela Kohan, nacida en Buenos Aires (Argentina) y radicada en Barcelona (España), consigna una gran variedad de argumentos.

“Escribir un diario es un compromiso con la realidad interna y con el fuero externo”, explica, es decir, nos ayuda a conocernos mejor, a explorar en nuestro interior y, también, a relacionarnos con el exterior. “Es una buena herramienta de autoexploración y un maravilloso o un doloroso recordatorio”, agrega. ¿Qué significa? Que escribir nos ayuda a reconciliarnos con la vida.

“Escribo un diario para luchar contra la cobardía, vaya si es un ejercicio saludable para mí. Soy mi propia interlocutora. Me atrevo a escucharme y tomo nota. Desato nudos. Deshago grumos. Me impulsa el deseo irrefrenable de dar un nuevo significado al mundo”, asegura. Cuando escribes, descubres facetas que desconocías, te das cuenta de que eres más valioso de lo que creías.

Mientras, Patricia Fagúndez, sicóloga y escritora también oriunda de Argentina, afirma: El diario íntimo tradicional, que consiste básicamente en contar los acontecimientos y las experiencias cotidianas, favorece sobre todo un proceso catártico, es una escritura que te trae alivio inmediato”. Además, dice, “esta escritura terapéutica incluye una elaboración sicológica, una reflexión”.

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Pero, volvamos al punto que originó este artículo: ¿por qué llevar un diario te ayuda a desarrollar la habilidad de escribir? Las razones son múltiples y estoy seguro de que cuando acabes de leer estas líneas tendrás ganas de comenzar tu diario. Ojalá lo hagas, porque también puedo decirte que ese es, apenas, el primer paso para que despiertes al escritor que hay en ti. Veamos:

1.- Crea un hábito. La escritura, lo he mencionado en otros artículos del blog, es tanto una habilidad como un hábito. Si bien hay una versión popular en internet según la cual un hábito se adquiere en 21 días, los especialistas indican que se requieren al menos tres meses. ¿Qué tal si pruebas? Escribes algo en tu diario durante 90 días y quizás ya no puedas dejar de hacerlo.

2.- Inculca la disciplina. La razón por la cual la mayoría de las personas fracasa en su intento por escribir es que no lo hace con disciplina. Escriben hoy un poquito y retoman tres o cuatro días más tarde, o un mes después. Y así no funciona. Tienes que hacerlo todos los días, ojalá a la misma hora, sin distracciones. Entiende que este es un tiempo para ti, un privilegio que te da la vida.

3.- Organiza el pensamiento. Puedes comenzar a escribir una sola idea y luego otra, y otra más, hasta que llenas una página. Pronto te darás cuenta de que tu cerebro te pide que organices las ideas, de que establezcas una jerarquía, un plan. Si lo haces, verás cómo cada vez es más fácil escribir, cómo las ideas fluyen de manera natural sin que tengas que acudir a las musas.

4.- Te conoces a ti mismo. Este, créeme, es el gran secreto del buen escritor. Cuanto mejor te conozcas, más capacitado estarás para enfrentar tus fantasmas, tus miedos, estarás más en control de la situación. Escribir te permite reconciliarte con tu pasado, perdonar tus errores y aceptarte tal y como eres. Luego, solo luego, será una poderosa herramienta para escribir.

5.- Cultiva la memoria. La vida es una sucesión de momentos, de instantes que quedan grabados en la mente y que no se borran. Quedan ahí guardados, a la espera de que los evoquemos, hasta que nos demos la oportunidad de recordar, de volver a disfrutar aquellos sucesos. Escribir ayuda a rescatarlos, con una increíble opción: podemos recrearlos, mejorarlos, hacer que sean felices.

6.- Estimula la creatividad. Como posiblemente ya leíste en alguna nota publicada, y leerás en otras más, la inspiración es una fábula, un recurso del marketing para vender. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que no la necesitamos porque contamos con algo más poderoso: la creatividad, la imaginación. Tu mente es infinitamente más poderosa que un instante de lucidez: ¡utilízala!

7.- Es una terapia. Si estás triste, escribe; si estás solo, escribe; si estás enfadado, escribe; si estás alegre, escribe; si estás agradecido, escribe. También puedes cantar o bailar, pero para mí no hay terapia más sanadora que escribir. Y quizás lo sea también para ti. Es un ejercicio catártico, un acto de rebeldía, de independencia y libertad: cuando escribes, eres el ser más poderoso del universo.

8.- Es íntimo. No tienes que compartirlo con nadie si no lo deseas, no necesitas la aprobación de nadie para escribir lo que deseas. Puedes hacerlo mal, inclusive, y no importa: nadie te juzgará. Te ayudará a reforzar la autoestima, a entender cómo eres y por qué eres así. Esa aceptación, lo digo por experiencia, tiene una increíble propiedad curativa que te permite ser una mejor persona.

9.- Aprendes a gestionar las emociones. Este, sin duda, es uno de los beneficios más positivos. Porque la gran tragedia de la vida moderna es que el ser humano está supeditado a las emociones, a la histeria colectiva, a los miedos impuestos. Escribir, mientras, te permite luchar con ellos y vencerlos. Recuerda que el papel lo aguanta todo: ira, llanto, dolor, felicidad, amor, odio…

10.- Pierdes el miedo. Como mencioné antes, si quieres escribir, comienza por el principio. ¿Qué es? Lo fácil, lo sencillo, lo que puedas controlar. Hazlo entre 5-15 minutos durante una o dos semanas y luego incrementa a 20-30 minutos. Pronto te darás cuenta de que necesitas escribir, de que te gusta hacerlo y, sobre todo, de que PUEDES HACERLO. ¡Habrás ganado una batalla!

Si finalmente te decides a intentarlo, por favor, cuéntame cómo te va…

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