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Si tu historia carece de estos dos elementos, ¡no sirve!

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Nos dicen, con insistencia, que “la práctica hace al maestro”. Eso quiere decir que, en teoría, una tarea que repetimos muchas veces a largo plazo aprendemos a realizarla correctamente. Sin embargo, la realidad, es decir, la práctica en el mundo real, nos enseña que no siempre es así. De hecho, hay algunas acciones que ejecutamos mal, a pesar de la repetición…

Se trata no solo de un error aprendido a partir de la práctica constante, sino también de uno inducido. ¿A qué me refiero? Al incesante e inclemente bombardeo mediático a través del cual nos quieren controlar. Nos dicen no solo qué hacer, sino cómo, dónde, cuándo y por qué. Como si no hubiera opción, como si fuera el único camino posible, como un mandato.

Un ejemplo: pregonan que “si quieres vender más, tienes que contar historias”. Una afirmación que ya incorpora una mentira: las historias sirven para conectar, para generar identificación y, a partir de ahí, comenzar el proceso de marketing que puede traducirse en una venta. La historia, por sí misma, no vende: lo que vende es la estrategia tras bambalinas.

Otro: “La estructura de una historia incluye la introducción (planteamiento del conflicto), el nudo (o desarrollo de los eventos) y el desenlace (o conclusión)”. Si te limitas a seguir esto paso a paso, tus historias serán patéticamente aburridas y a nadie le interesarán. ¿Por qué? Porque serán repetitivas, monótonas, y no podrás conectar con las emociones.

La verdad es que todas, absolutamente todas las historias, incorporan una introducción, un nudo y un desenlace. Sin estos ingredientes, no serían una historia. Lo que los gurús de las redes sociales y los vendehúmos del storytelling no te dicen es que hay mil y un arcos narrativos (o argumentales) para contar tu historia. Es como armar un rompecabezas.

¿Eso qué quiere decir? Que, en virtud del arco narrativo que elijas, tu historia tendrá un desarrollo distinto, único. Uno que la diferencia de todas las demás, que la hace auténtica y, sobre todo, atractiva. Haz de cuenta que es como una montaña rusa: todas tienen subidas, bajadas, curvas, velocidades, pero cada una es distinta de las demás, es única.

Así, por ejemplo, hay películas o series con un desarrollo lógico o convencional, lineal. Uno que sigue el curso de los hechos, sin alterarlos: solo los narra. Otras, en cambio, comienzan por el final, nos dan una referencia y regresan al punto de partida. Algunas más, en cambio, se inician en un punto intermedio y se desarrollan en un ir y venir en el tiempo.

Recuérdalo: hay mil y un arcos narrativos distintos que puedes utilizar. No siempre tiene que ser el mismo (introducción, nudo y desenlace). Además, aunque utilices varias veces el mismo arco narrativo tu historia será diferente. ¿Por qué? Por los hechos, los personajes, las circunstancias y los aprendizajes (o lecciones). También, por el mensaje que transmite.

Ahora, volvamos al comienzo: a veces, muchas veces, a pesar de repetirlo una y otra vez, lo hacemos mal. Es algo aprendido y, también, inducido. Todos los días, sin excepción, los seres humanos contamos historias. No la gran historia, quizás, sino esos episodios cotidianos de la vida que, sumados, van delineando nuestro camino en este mundo. Son historias al natural.

¿Eso qué significa? Que cuando le cuentas a tu hijo cómo fue tu día, qué hiciste mientras él iba al colegio, no sigues una estructura específica, consciente. Es un relato que surge de las emociones, que a veces es detallado y otras, un viaje fugaz. En esencia, son historias efímeras, de esas que se olvidan rápidamente porque no tienen mayor trascendencia.

Cuando te sientas con un amigo o un colega de trabajo a tomar un café y conversar, haces lo mismo: cuentan historias, intercambian experiencias. Cada uno utiliza tanto su imaginación como su conocimiento y su memoria para darle un toque personal a ese relato. Cada uno echa mano de sus creencias, pensamientos y miedos para sazonar la historia.

Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando te cuentan un chiste. Lo escuchas, te ríes y lo grabas en tu mente. Luego, al día siguiente en el trabajo, en la comida con tu familia o el fin de semana con tus amigos, lo cuentas. Ya no es el mismo chiste, porque le agregas algo, le das tu tono, le pones pimienta con tus gestos, con tu lenguaje no verbal. Es una historia nueva.

La estructura es la misma, el desarrollo es el mismo, pero es una nueva historia. ¿Por qué? Porque tú la cuentas como nadie más puede hacerlo. Lo haces desde las emociones que te despierta ese chiste, desde tu gracia, desde los recuerdos que guardas en tu corazón. Si el mismo chiste lo cuenta otra persona quizás nadie se ría, porque tú marcas la diferencia.

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente.
Los seres humanos amamos las historias porque reflejan lo que nos hace valiosos, lo que somos. Y lo que somos es el fruto de lo vivido, de lo aprendido, de lo sufrido, de lo disfrutado, de lo perdido…

Y eso, justamente, es lo que sucede con las historias. Y es, también, el mensaje que quiero que te lleves con este contenido. Si bien la estructura es necesaria, si bien debes elegir el arco narrativo adecuado, lo que le da poder a tu historia es lo que tú compartes a través de ella. Eso que te hace único y especial, eso que ningún otro ser humano puede hacer como tú.

“Cuando rechazamos una parte de nuestra historia, rechazamos una parte esencial de nosotros mismos, de lo que somos”. Esta frase me la encontré en internet y de inmediato llamó mi atención. Lo que nos hace valiosos como seres humanos es lo que somos, y lo que somos es el fruto de lo vivido, de lo aprendido, de lo sufrido, de lo disfrutado, de lo perdido…

Es el poder de nuestra perspectiva, el mayor poder que poseemos los seres humanos. El poder de nuestra historia de vida, lo más valioso que podemos atesorar. Somos héroes, pero también, villanos. Somos víctimas, pero también, victimarios. Somos ganadores, pero también, perdedores. Somos luz, pero también, sombra. Somos fuente de inspiración ilimitada.

El universo nos ha dotado con un increíble superpoder: nuestros errores, fracasos, creencias, éxitos, logros, aprendizajes, miedos, sueños… También, nuestros aliados, enemigos, rivales, así como las circunstancias que vivimos, las actividades que desarrollamos, las decisiones que adoptamos. Todo esto configura la esencia de nuestra historia de vida.

Los expertos del arte de contar historias en inglés, en Estados Unidos, hablan de struggling and overcoming, de luchar y superar. Es un pilar transversal de su storytelling, sin importar si es una historia de mafia, de negocios, de caballeros espaciales o de jóvenes enamorados. Sin importar si es una película de cine, una serie de televisión, un cómic o una novela escrita.

Si tu historia carece de struggling and overcoming, de lucha y superación, ¡no sirve! O, dicho en otras palabras, a nadie le va a interesar. ¿Por qué? Porque por naturaleza los seres humanos, todos, sin excepción, nos vemos en el espejo de otros. Queremos ser como otros, como el exitoso millonario, como la mujer hermosas que atrae todas las miradas…

Sin embargo, no cualquier millonario, no cualquier mujer hermosa. En especial, queremos ser iguales a los que sufrieron las injusticias de la vida, a los que fueron atacados sin razón, a los que cometieron graves errores que los hicieron caer. Queremos ser iguales a esos que, a pesar de todo y de todos, se levantaron, se sacudieron el polvo, continuaron y… ¡triunfaron!

No es un descubrimiento, por supuesto. Ese es el libreto de las telenovelas, que tanto nos gustan a los latinoamericanos. Es el libreto de las comedias por las que los estadounidenses pasan horas enteras frente al televisor, con las crispetas de maíz y la cerveza a la mano. Es el libreto de sagas como Harry Potter, que nos atrapan en el cine o en las páginas de un libro.

Es el libreto de la vida, en suma. Porque no hay un ser humano que no haya sufrido, que no haya caído, que no haya fracasado, que no se haya equivocado. Todos hemos pasado por esto. Sin embargo, apenas una minoría logra cruzar esa delgada línea que separa el fracaso del éxito, al dolor de la felicidad, en fin. Son esas, justamente, las historias que queremos conocer.

Nos hace sentir bien saber que otros sufren, lloran, fracasan, se retuercen de dolor y se revuelcan en el barro. Nos alivia saber que otros han padecido cosas peores que nosotros. Nos inspira descubrir que algunas de esas personas superaron las dificultades, cambiaron el rumbo de esas circunstancias negativas y fueron protagonistas de historias con final feliz.

Los seres humanos, todos, amamos el storytelling porque es reflejo de lo que somos, un espejo de lo que somos. Por eso, me decepciona que haya tantas personas, y quizás tú eres una de ellas, que se niegan a abrir su corazón y contar su historia de vida. Que no comparten lo que son y lo que han vivido porque temen sentirse vulnerables, temen ser desaprobadas.

Contamos historias todo el día, todos los días, pero son historias efímeras, sin impacto. Las repetimos sin cesar porque así nos enseñaron, porque así nos dicen que se debe hacer. Pero son historias que carecen de poder porque no involucran struggling and overcoming, no hay lucha y superación. Lo irónico es que disponemos del mejor libreto posible: la vida real.

No eres un ser humano perfecto. No eres un padre perfecto, o un esposo perfecto, o un trabajador perfecto. Nadie lo es. Sin embargo, quienes te conocen, quienes conocen tu historia de vida, tu struggling and overcoming, te aman. Te aceptan y te quieren en su vida. Ese es tu superpoder, ese es tu mayor éxito, ese es tu logro más grande: compártelo y disfrútalo.

P. D.: si aún no te atreves a contar tu historia de vida o si, más bien, no sabes cómo hacerlo, no dudes en contactarme (caredugo@mercadeoglobal.com). Con gusto, te orientaré en el proceso y te ayudaré a obtener la recompensa de inspirar a otros…

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10 pequeños momentos que son una genial fuente de inspiración

El famoso y tristemente célebre bloqueo mental del escritor, o del creador de contenido, no es más que un cerebro mal entrenado o, dicho de otra forma, imaginación dormida. Eso significa que, primero, es responsabilidad de cada uno si esa luz está apagada y, segundo, que hay una solución al alcance de la mano. No importa si A y B se aplican a tu caso: ¡siempre hay solución!

Quizás en la niñez tu padre te llevó a la academia a que aprendieras a jugar tenis, que era su pasión. Su sueño era que te transformaras en un campeón. Dedicaste tiempo y trabajo para convertirte en un buen jugador, llegaste a ser el número uno de tu liga y en tu casa hay un lugar especial en el que exhibes los trofeos de aquella época dorada en la juventud.

Sin embargo, cuando ingresaste a la universidad las prioridades cambiaron. El estudio y el tiempo que pasabas con Claudia, tu novia, no te daban la posibilidad de entrenar con la disciplina requerida. Poco a poco dejaste de practicar hasta que un buen día, en silencio y con dolor, tomaste una decisión radical: guardaste la raqueta y pensaste “no volveré a jugar”.

La vida, sin embargo, es maravillosa y te dio una nueva oportunidad. Años más tarde, eras tú el padre que llevaba a su hijo (Joaquín) a la academia para que aprendiera los secretos de este deporte. Que todavía te apasiona, claro. Al verlo a él entusiasmado y disciplinado en la pista, no pudiste contenerte y al regresar a casa desempolvaste la raqueta. ¡Volverías a jugar!

Fue un sábado en la mañana, según la tradición, pero no resultó como lo esperabas, a pesar de la inmensa ilusión que bullía en tu interior. ¿Por qué? No tardaste más que unos golpes en darte cuenta de que estabas oxidado, de que habías perdido la sensibilidad y de que esa habilidad que antaño dominabas fácilmente ahora parecía una prueba insuperable para ti.

Asumo que entiendes el símil. Cuando le enseñas a tu cerebro o a tu cuerpo a realizar una actividad, cualquiera que sea, inclusive una harto difícil que exige mucho trabajo y constancia, en algún momento logras los objetivos propuestos. Toma unos segundos para recordar y te darás cuenta de que tu cerebro y tu cuerpo hacen lo que tú les enseñas o para lo que los entrenas.

¿Entiendes? Esta es una premisa que se aplica a cualquier actividad en la vida. ¡Cualquiera! Sin límites, salvo que tú mismo los impongas como en el caso de la creación de contenido. Es uno de esos momentos en los que las objeciones, las creencias limitantes, los mitos y las mentiras se convierte en una excelente excusa. O, peor, en la justificación para renunciar a tus sueños.

Cuando comencé a escribir, por allá en 1987, carecía de formación más allá lo que había aprendido en las clases de Español en el colegio. Me diferenciaba por mi buena ortografía, pero nada más. No tenía estilo, ni una estructura y tampoco, el hábito. Es decir, comencé de cero. Escribía mal, con incongruencias, con muchas fallas de las que no era consciente.

Además, durante mi niñez y adolescencia, o mi paso por la universidad, fue poco o nada lo que leí. Eso, sin embargo, no fue un obstáculo. Comencé a escribir, a escribir, a escribir. A fallar, a fallar, a fallar, y a corregir. En algún momento, que no puedo determinar con exactitud, me transformé en un buen escritor, uno que producía textos que les agradaban a sus lectores.

El punto de partida del famoso y tristemente célebre bloqueo mental del escritor, o del creador de contenido, obedece a alguna de estas opciones: uno, falta de conocimiento del tema; dos, conocimiento a medias o, de otra forma, falta de información; tres, un cerebro mal entrenado, perezoso, que se niega a activar el chip de la imaginación; cuatro, no ves en tu interior.

Porque, si no lo sabes, todo, absolutamente todo lo que necesitas para comenzar a crear contenidos (independientemente del formato) están dentro de ti. Lo importante, lo valioso, que es la información, los principios, los valores, los sueños, los sentimientos, las reflexiones, las ideas. Lo demás, especialmente lo técnico, lo aprendes en el camino o lo contratas.

Es decir, no hay excusa. Solo tienes que cerrar los ojos, respirar lento y profundo y mirar a tu interior. Abstráete de lo que sucede afuera y concéntrate en todo aquello que ves ahí. Que, seguro, es maravilloso (recuerdos, alegrías, logros) o doloroso (pérdidas, frustraciones). Las pequeñas cosas de tu día a día son una inagotable fuente de ideas para crear contenido.

Pequeñas cosas que por lo general pasan inadvertidas, sin que percibamos su importancia o trascendencia. Situaciones o pensamientos que cada día nos ayudan a construir nuestra vida y que, de acuerdo con el modo en que los gestionemos, nos amargan o nos brindan la felicidad que anhelamos. Y que, aunque no lo parezca, son buenas ideas para crear mensajes de poder.

Antes de mencionarte cuáles son esas fuentes de buenas ideas para la creación de contenido, te invito a hacer una reflexión: lo que tú vives, lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, es lo mismo que viven el resto de seres humanos del planeta. Cambian las circunstancias, los momentos en que se producen y, por supuesto, las consecuencias de cada hecho.

Que, no sobra decirlo, están determinadas por nuestras creencias, miedos, pensamientos y, sobre todo, nuestras emociones. Lo que quiero que te grabes en la mente es que lo que a ti te sucede SÍ (así, en mayúscula) es útil y necesario para otras personas. ¿Por qué? Porque puede ser la respuesta a sus interrogantes, a sus inquietudes; la luz que los conduzca a salir del túnel.

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Vamos, ahora sí, entonces, con esas situaciones fuente de buenas ideas:

1.- La felicidad está en ti. Los seres humanos tendemos a buscar la felicidad en lo material o en los demás, sin darnos cuenta de que está incorporada en el abrazo de tu hijo, la sonrisa de tu pareja, la magia del amanecer, el privilegio de respirar o la satisfacción de ayudar a otro. Dile a tu audiencia cómo experimentas esa felicidad, llama su atención acerca de esos pequeños tesoros.

2.- El pasado ya fue. El ayer, cercano o lejano, suele ser origen de preocupaciones o miedos que nos amargan la vida, el hoy, el presente. El pasado condiciona y determina la forma en que pensamos y actuamos si no somos capaces de cortar ese cordón umbilical. Comparte alguna experiencia en este sentido y sé explicito especialmente en cómo superaste la situación.

3.- Trata a los demás con te gusta que te traten a ti. Vivimos en un mundo frenético, histérico y, sobre todo, particularmente violento. Somos reactivos y hacemos de la agresividad, de la ofensa, un hábito. Todos los hemos sufrido y todos, también, lo hemos provocado. Relata de qué manera esto te afectó y cuenta cómo es la forma en que te gusta ser tratado.

4.- Rendirte es el único fracaso. Por lo general, tenemos pánico del fracaso y, en especial, de lo que piensen los demás cuando fallamos. Sin embargo, la sabiduría de la vida, el aprendizaje más valioso, surge de los errores que cometemos. Comparte alguna situación en la que el resultado no fue el esperado, cómo te sentiste, cómo lo superaste y qué aprendiste.

5.- Lo que piensen y digan de ti no te define. A los seres humanos, a todos, nos afecta la percepción que otros tienen de nosotros. Es algo que nos enseñan en la niñez y que luego nos encargamos de cultivar nosotros mismos. ¿Cuál ha sido esa opinión que te afectó?, ¿de qué forma lo hizo?, ¿ya lo superaste? Compartir esta experiencia ayudará a muchas personas.

6.- Lo que das, regresa a ti. En especial, si lo das de manera generosa y desinteresada, sin esperar nada a cambio. Y regresa convertido en múltiples bendiciones. Es el círculo virtuoso y maravilloso de la vida, que nos enseña que llegamos a este mundo con una sola tarea: la de ayudarnos los unos a los otros. Comparte alguna experiencia que refleje esta situación.

7.- Casi todo mejora con el tiempo. Aunque a veces, muchas veces, la vida nos enseña que la temible Ley de Murphy (“Todo aquello que está más puede empeorar”) es real. Siempre que llovió, escampó y el sol volvió a brillar; después de un momento aciago, la vida te brindó días de felicidad. ¿Recuerdas alguno en especial? Cuéntale a tu audiencia cómo fue el cambio.

8.- Se hace camino al andar. Cada ser humano es único, al igual que la tarea que le fue encomendada a su paso por este mundo. Esa es una realidad incuestionable y, sin embargo, son muchas las personas que viven una vida ajena. ¿Te sucedió a ti en algún momento? O, quizás, ¿conoces a alguien? Tu testimonio puede ser la luz que ilumine el camino de otro.

9.- Lento, pero seguro. Como dicen, “Roma no se construyó en un día”. La vida es un proceso y hay que vivir y, sobre todo, disfrutar cada etapa, sus características, sus oportunidades. Todos, sin embargo, queremos ir más rápido y lo único que logramos es estrellarnos contra el planeta. ¿Cómo fue tu estrellada? ¿Cómo te recuperaste? Sin duda, muchos querrán saber la respuesta.

10.- Atraes lo que sale de ti. “Si te preocupa lo que recibes de la vida, revisa bien lo que tú le ofreces a ella”, reza una frase que abunda en internet. Recibes lo que das, para bien o para mal, un aprendizaje que suele ser doloroso y, muchas veces, complicado. Y todos hemos sido víctimas de esto, así que todos podemos brindar un testimonio valioso. ¿Cuál es el tuyo?

Como ves, esos momentos insignificantes del día a día, si los aprecias en profundidad, son una fuente valiosa de experiencias y aprendizaje que otros necesitan. Entiende, así mismo, que el gran problema del ser humano es encontrar respuesta o explicación a lo que le sucede, de ahí que nuestras vivencias son útiles para otros. No te niegues el privilegio de ayudarlos.

Algo más: por favor, despójate de esa creencia limitante según la cual “lo que me sucede a mí no le interesa a nadie”. La verdad es que tu historia no solo les interesa a muchos, sino que también les sirve, es un espejo en el que pueden verse o, de otra manera, un modelo de lo que les puede ocurrir si replican tus errores. Eso sería cerrar las puertas de un universo maravilloso.

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