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¿Qué pasaría en tu vida si internet sufre un colapso prolongado?

La del 5 de marzo de 2024 es una fecha que no debemos olvidar tan rápido. Ese día, quizás lo recuerdas, de manera insólita se produjo un apagón mundial de prácticamente todas las redes sociales. En simultánea, Facebook, Instagram, WhatsApp y TikTok sufrieron un caída que trastornó la rutina habitual de millones de personas, en especial en América.

Muchos pensaron que se trataba de una broma de muy mal gusto, pero no tardaron en darse cuenta de que el problema era real. Lo irónico es que esa fecha se celebra el Día de la Abstinencia Digital, también conocido como de la Desconexión Digital, pero fue una simple casualidad. Fueron más de 6 horas de apagón, suficientes para generar histeria colectiva.

Ni ese día, ni en los meses siguientes, hubo una explicación valedera. Los afectados se miraron unos a otros, se acusaron unos a otros, y las autoridades guardaron prudente silencio. Inclusive, Gmail, el popular servicio de correo electrónico, experimentó problemas. La única red social ajena a esta situación fue X, que se aprovechó para sacar pecho.

Vivimos la era de la comunicación y la era de la tecnología, un momento de la historia que jamás habíamos disfrutado. Nunca hubo tantas, tan poderosas y tan variadas herramientas, que nos facilitan la vida y nos brindan posibilidades que hace pocos años eran una quimera. Sin embargo, episodios como este colapso de marzo de 2024 nos invitan a reflexionar.

¿En qué sentido? Trabajo de la mano de la tecnología desde hace más de 30 años. Comencé mi carrera como periodista escribiendo cuartillas en máquina de escribir convencional y a los pocos meses pasé al Tandy, un pequeño procesador de palabras. Después, a otro procesador más poderoso (el Atex, ¡una maravilla!), la antesala del PC (computador personal).

Hoy, para no alargar el cuento, no solo tengo una variedad de herramientas, sino que también necesito internet para realizar mi trabajo. Ingresé al mundo del trabajo remoto desde hace 15 años, mucho antes de que la pandemia lo convirtiera en una moda. Un estilo que, seguro lo sabes, se soporta en internet y se complementa y fortalece con otras herramientas y recursos.

Dada la gran cantidad de contenido que produzco (y el que he producido durante más de 20 años), todos mis archivos están alojados en la nube. Te podrás imaginar, entonces, qué sucede no cuando se produce un apagón generalizado, sino un corte en el servicio por parte de mi proveedor de internet (algo que, créelo, no es casual ni esporádico). ¡Parálisis total!

Hoy, casi todo se hace a distancia, de manera virtual y, sobre todo, con una alta dependencia de la tecnología. Baste decir que, por ejemplo, aquellos tiempos en los que el valor del oficio del periodismo radicaba en “salir a la calle y hacer reportería” (es decir, hablar en persona con los protagonistas de los hechos), son prehistoria, la era de los dinosaurios.

Hoy, gracias a la tecnología, las entrevistas se realizan por Zoom, los comunicados de prensa llegan a través de WhatsApp y los eventos deportivos se transmiten desde el estudio (cuando no desde la sala de la casa del periodista). Y lo que no se pueda hacer así, a la distancia, se ‘soluciona’ a través de las redes sociales, convertidas en ‘la fuente oficial por excelencia’.

Lo peor es que a nadie le importa, todo el mundo se siente cómodo en ese ambiente y nadie se atreve a llevar la contraria, a intentar hacerlo de otra forma. Mucho menos ‘a la antigua’, es decir, salir a la calle, estar presente en los eventos, hablar en persona con los protagonistas y luego sí aprovechar las maravillas de la tecnología para realizar el mejor trabajo posible.

Este problema, sin embargo, no es exclusivo de los medios de comunicación. De hecho, ellos fueron los últimos que se sumaron a la fiesta. Lo más preocupante es que esta modalidad se impuso en casi todos los ámbitos de la vida, en especial en las relaciones personales y en los negocios (trabajo). Yo no te pasan la carta de despido: te envían un mensaje por WhatsApp.

Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que lo hemos normalizado. Así, por ejemplo, cuando muere un familiar, los amigos ya no van a la funeraria y mucho menos al entierro: te escriben un mensaje o lo publican en redes sociales. Es lo normal, “lo que todo el mundo hace”. Y no solo eso: si te enfermas, para que los demás ‘se preocupen’ por ti debes publicarlo en las RR SS.

Recuerdo la época en la que, como cualquier hincha, iba al estadio a alentar a mi equipo. Cuando anotaba un gol, lo gritaba, lo disfrutaba, me emocionaba y terminaba abrazado con la persona del asiento de al lado (siempre iba solo). Hoy, los hinchas no celebran, sino que prenden el celular, graban la celebración de los jugadores y lo transmiten en vivo.

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¿Pagar una boleta (que no es barata) e ir al estadio para eso? No es lo mío, sin duda. Y lo mismo sucede en los conciertos: antes, cantábamos a grito herido, hasta que la voz se nos agotara, y bailábamos hasta quedar exhaustos. Hoy, de nuevo, el protagonista no es el artista con su repertorio, sino el live, la selfi, lo que se publica en redes sociales. No es lo mío, tampoco.

Desde el siglo pasado, cuando se vislumbraba un mundo en el que la tecnología iba a ser una parte fundamental de la vida cotidiana, se nos dijo que “todo va a ser mejor”. Esa era la ilusión. Sin embargo, la realidad es muy distinta: vivimos una era de la despersonalización de las relaciones, de la cosificación de las relaciones, de las situaciones y hasta de las emociones.

Por la educación que recibí de mis padres, y la influencia de personas con fuertes principios y valores, soy chapado a la antigua. No significa que reniegue de lo moderno, como la tecnología, o que sea negacionista del progreso. Para nada. Solo que todavía disfruto, y mucho, el encanto de esas conversaciones en las que mira a los ojos a tu interlocutor.

Uno de mis planes favoritos, que ya no puedo disfrutar tan seguido porque me quedé sin partners, es aquel de tomar café y conversar. Almorzar y conversar, tomar unas cervezas frías y conversar. O, simplemente, conversar. Claro, si por ahí aparece algo de la música de antes, de la de verdad, no tengo problema alguno en dejar de conversar y comenzar a cantar.

No me convertí en comunicador social por casualidad o por descarte. Examiné más opciones (Derecho, Administración de Empresas, Psicología), pero me decanté por la que, sentía (y siento), más conectada estaba con mi ser, con mi forma de ser. Por fortuna, no me equivoqué, de ahí que mi trabajo es más que un oficio: es mi pasión, mi mejor compañía.

Esa es la razón por la cual mi corazón se arruga cada vez que alguien se acerca a mí y me pide que le diga cómo puede vender más “sin tener que publicar contenido”. Las primeras veces, lo confieso, me quedaba tieso, sin palabras. Ahora puedo asimilar el golpe, pero dentro de mí las emociones se arremolinan como un huracán de categoría 5. ¡Y me quiero morir!

La realidad es que NO existe un escenario en el que sea posible vender sin antes haber creado y compartido contenido de valor. ¡NO ES POSIBLE! ¿Por qué? Porque hoy, distinto a lo que ocurrió hace 2-3 décadas, vender no es el objetivo de tu trabajo, sino consecuencia de él, de tus acciones, de tus decisiones. Y buena parte de tu trabajo es ¡crear contenidos!

¿Por qué? Porque hoy, en especial después de sucesos tan traumáticos como la pandemia causada por el COVID-19, para hacer negocios (vender) o monetizar tu conocimiento como profesional independiente primero debes establecer un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado. No hay grises ni puntos intermedios: si no das confianza, provocas desconfianza.

Entre otras razones, porque el mercado se llenó de especies tóxicas, de depredadores, de vendehúmo, de estafadores… Y todos, alguna vez, fuimos víctimas de ellos. Confiamos en alguien que no lo merecía, en alguien (o en un negocio o una empresa) con el que no había un vínculo de confianza y credibilidad. Como se dice en la calle, dimos papaya y nos cobraron.

Ahora, regresemos al comienzo: ¿qué pasaría en tu empresa, en tu negocio, en tu trabajo como profesional independiente si un día internet colapsa? ¿Si no es cuestión de unas horas, sino de días o semanas? ¿Qué pasaría? ¿Qué sería de tus clientes? Recorderis: esto fue lo que sucedió durante la pandemia, la razón por la cual tantos negocios desaparecieron.

La tecnología es necesaria, pero secundaria. Lo realmente importante, lo valioso, lo que nos permite llamar la atención, entablar relaciones, estrechar vínculos, intercambiar beneficios y, sobre todo, dejar una huella y provocar un impacto positivo en la vida de otros es la comunicación, el mensaje que estés en capacidad de crear y compartir. ¡Esa es la verdad!

El gran secreto del éxito de los líderes más influyentes de la historia, los de antes y los de ahora, es su capacidad para comunicarse con impacto. A través de la escritura, del arte, de la música, de la palabra hablada, del baile o de la mímica. No importa cuál sea la expresión de comunicación que elijas, lo realmente importante es el contenido de tu mensaje.

Cuando logras una verdadera conexión emocional con otra persona, no hay apagón que valga, no hay distancia que valga, no hay circunstancias adversas que valgan. Siempre habrá una manera de comunicarse, de estar pendiente el uno del otro, de estrechar y fortalecer la relación, de diversificar el intercambio de beneficios. Ese, créeme, es el poder de la palabra…

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La historia de marca, primera piedra de tu relación con el mercado

¿Qué tienen en común marcas como Apple, Amazon, IBM, Coca-Cola, Microsoft, Disney, Samsung, Verizon, Starbucks o Nike? Lo primero, que son marcas universales, es decir, que son fácilmente reconocibles y recordables en cualquier país del mundo. Segundo, que son algunas de las marcas más valiosas del planeta, de acuerdo con distintos escalafones especializados.

Tercero, todas son parte importante de la vida de los ciudadanos, sin importar el nivel de educación, económico o algún otro factor demográfico como la edad, lugar de residencia o sexo. Cuarto (podrían ser más, pero vamos a limitar las opciones), que son marcas que, a pesar de la condición de líderes del mercado, se enfocan en nutrir y fortalecer la relación con el mercado.

Bien sea porque quieren cultivar la relación con los clientes actuales, con el fin de estimular la recurrencia (la clave del éxito de un negocio, de cualquier negocio), bien porque saben que la estrategia más efectiva para atraer nuevos buenos clientes es conversar con el mercado. Una conversación basada en los cuatro pilares del marketing de contenidos: informar, educar, nutrir e inspirar (fidelizar).

Lo curioso es que, de hecho, y por lo menos durante algún tiempo, quizás unos años, estas empresas podrían sobrevivir sin problemas (es decir, en condiciones normales del mercado) sin nuevos clientes. Les bastan los actuales, que les aportan un margen de rentabilidad por demás envidiable. Sin embargo, esa no es una idea que pase por la cabeza de sus directivos.

¿Por qué? Porque entienden, saben con 1.000 % de seguridad, que esa conversación continua con el mercado es la clave para sostener relaciones a largo plazo. Y no cualquier tipo de relación, sino de aquellas que redundan en un intercambio de beneficios. ¿El secreto para conseguirlo? Saben que no son transacciones, sino relaciones con seres humanos.

Y a los seres humanos, quizás lo sabes, nos gusta que nos consientan, nos apapachen, nos den gusto, nos premien, nos incentiven, nos inspiren. Más que eso: lo necesitamos. Más en estos tiempos frenéticos, en los que la histeria colectiva es un terrible tsunami capaz de arrasar con todo lo que encuentre en su camino. Necesitamos estar en contacto cercano con los demás.

Eso, precisamente, es lo que nos hace humanos y, además, únicos en este planeta y distintos del resto de las especies. Y eso lo saben empresas como las mencionadas al comienzo. Saben que hoy, cuando la competencia es feroz, cuando son muchos los que están dispuestos a competir por precio (bajo, claro) y cuando hay abundancia de ofertas, la relación es la clave.

Por eso, resulta curioso, contradictorio y triste (sí, todo esto a la vez) que haya tanta gente que se niegue a entablar relaciones con el mercado y se dedique a intentar vender, es decir, a realizar transacciones. Como en el pasado, como en el siglo pasado. Y cuando digo “tanta gente” no solo me refiero a personas, sino también a empresas de todo tipo y a negocios.

Entiendo, porque yo también estoy en el mercado, que no es fácil vender. No solo porque hay más competencia, alguna de ella de calidad, sino también porque los hábitos del consumidor han cambiado. De hecho, pienso que cada vez es más difícil hablar de ‘hábitos’, porque el mercado se mueve a partir de lo gratis, de ‘tendencias’, ‘contenidos virales’ y pornobasura.

Sin embargo, aunque el panorama se antoja desolador, para algunos, apocalíptico, creo que la batalla no está perdida. Mejor aún: es posible ganarla. ¡Sí, ganarla! El problema, porque siempre hay un problema, es que los malos son más. Es decir, el mercado está inundado por las especies tóxicas, depredadores, vendehúmo y expertos que jamás han tenido éxito en nada.

Dominan el mercado porque los buenos miramos para otro lado, hacemos caso omiso y, más bien, nos resguardamos en el facilista papel de víctima. Y no nos damos cuenta de que en realidad somos cómplices. Porque mientras no actuemos, no asumamos el rol protagónico que se espera de nosotros, mientras no alcemos la voz, los malos seguirán haciendo fechorías.

Volvamos al comienzo: si marcas como Apple, Amazon, Microsoft, Coca-Cola, Disney o Nike no compartieran contenidos de valor, historias inspiradoras, con su silencio serían cómplices de las especies tóxicas que llenarían el vacío que ellas dejaron. ¿Entiendes cómo es el juego? Para decirlo en palabras sencilla, “el que calla, otorga”. Entonces, llegó la hora de hacernos oír.

La clave para establecer relaciones con otras personas, con el mercado, es conversar con ellas. Como cuando entras a trabajar a una empresa y comienzas a conversar con tus compañeros para saber quiénes son, qué hacen, para que te cuenten historias y te ayuden. Y, por supuesto, para que sepan quién eres, a qué te dedicas, qué piensas. Es un intercambio de beneficios.

Además de obtener información fidedigna de primera mano, el objetivo primordial de estas conversaciones es blindar la relación con dos valores fundamentales. ¿Sabes cuáles son? La confianza y la credibilidad. Porque, seguro lo has experimentado, lo has sufrido, una relación sin confianza, sin credibilidad, es más frágil que una hoja de papel húmeda: se rompe fácil.

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Esa es la razón por la cual hoy, en el siglo XXI, la venta no es el objetivo primordial de tus estrategias de marketing, sino la consecuencia de ellas. ¿Sabes a qué me refiero? A que solo vendes si lo que haces y cómo lo haces es satisfactorio para el mercado, para tus clientes potenciales. Si lo que les entregas antes de intentar venderles les aporta algún valor.

Y ese es el punto del proceso en el que salta al ruedo mi buen amigo el marketing de contenidos. Una estrategia que es transversal, que está presente en todos y cada uno de los pasos, desde el primero hasta el último. ¿Su objetivo? Informar, educar, entretener e inspirar. O, dicho de otra forma, a partir de esas acciones, crear el vínculo de confianza y credibilidad.

Regresemos al ejemplo del comienzo: mientras venden, millones de productos y millones de dólares, empresas como Coca-Cola, Apple, Amazon, Microsoft o Disney despliegan agresivas campañas de marketing de contenidos. ¿Para qué? Para informar, educar, entretener e inspirar a sus clientes actuales y, simultáneamente, para atraer a otros buenos nuevos clientes.

Ahora, otro aspecto que muchos pasan por alto: el marketing, como casi todo en la vida, es una cuestión de percepción. Por eso, para muchos Apple es “lo mejor” y para otros, “nada especial”. ¿Y sabes cuál es el problema con las percepciones? Que si tú no las limitas, si no las orientas, abres la puerta para que las personas piensen lo que quieran, lo que se les ocurra.

Ese, si te fijas, es el fenómeno de los contenidos virales en internet: se emite un mensaje que llama la atención (vulgar, pornográfico, escandaloso, tendencioso, mentiroso o todas las anteriores) y, dado que al afectado casi nunca se le brinda la oportunidad de defenderse, de dar su versión, la percepción se asume como verdadera y, entonces, surge el caos tóxico.

Y el problema, ¿sabes cuál es el problema? Que muchas personas (y empresas y negocios), la mayoría, asume que el mercado las percibe como buena opción, percibe los beneficios de su producto o servicio, percibe el poder transformación de lo que se le ofrece, percibe que son dignas de confianza y credibilidad…, en fin. Al final, se llevan una desagradable sorpresa.

Eso significa que una de tus tareas primordiales, sin importar si eres una empresa, un negocio, un emprendedor o un profesional que vender sus servicios (conocimiento), es crear contenido de valor con tres objetivos. Primero, conseguir visibilidad; segundo, brindar confianza y credibilidad para entablar una relación a largo plazo; tercero, gestionar tu reputación (percepciones).

De nuevo, y perdona la reiteración, justo lo que hacen gigantes del mercado como Apple, Amazon, Microsoft, Disney, Coca-Cola y más. Lo que quizás no sabes es que la lealtad del mercado, de todos y cada uno de tus clientes, está determinada por tu reputación, es decir, por lo que esas personas crean de ti. Tienes que llenarlos de argumentos, de motivos.

Puedes cumplir ese objetivo de la forma tradicional, la que utiliza la mayoría. ¿Sabes cuál es? El odioso “Yo soy”, “Yo hago”, “Yo soy el mejor”, “Yo vendo XYZ”, “Yo tengo XYZ seguidores” y más Yo, Yo, Yo… O, también, puedes elegir el camino que marcado por los líderes del mercado, por las empresas inolvidables, por aquellas que son universales. Sí, las mencionadas antes.

¿Y cómo lo hacen? Cuentan historia poderosas, historia que inspiran, que contagian. Historias con las que sus seguidores y consumidores se identifican, relato a partir de los que es posible generar confianza y credibilidad para establecer una relación a largo plazo. Es a través de las historias que los consumidores descubren afinidades con las marcas, con sus principios y valores.

Que, valga recalcarlo, es la razón, el argumento que inclina la balanza en los tiempos actuales. Ya no el precio, ya no las características y cada vez menos los beneficios (muy similares en prácticamente todas las ofertas). Entonces, eso significa que antes de hablar de tu producto o servicio, tu mensaje debe enfocarse en comunicar tus principios, tus valores y tu propósito.

¿Ya estableciste la historia de tu marca? ¿Ya elegiste ese mensaje que vas a comunicar? ¿Ya sabes cuál va a ser el tono de ese mensaje? ¿Ya determinaste cuáles son los formatos y canales a través de los cuales lo vas a difundir? Si no tienes una respuesta a estos interrogantes o, peor, si ni siquiera te los formulaste, ya sabes por qué, entonces, el mercado no te elige.

Recuerda: el marketing hoy, en el siglo XXI, consiste en una relación de intercambio de beneficios basada en la confianza y la credibilidad establecidas entre seres humanos. Porque, por favor, no cometas el error de creer que Apple o esas otras marcas son un intangible: detrás de la marca hay seres humanos como tú y como yo, con principios, valores y con un propósito.

Comunicar una historia de marca es el camino más seguro (no el más corto) y de mayor impacto para establecer una relación con el mercado. Es la primera piedra, el punto de partida de un largo camino que te exigirá contar más y nuevas historias, crear contenidos que aporten valor (informen, eduquen, entretengan e inspiren). Es lo que hacen las grandes marcas…

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