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Marca personal: cómo ser una ‘love Brand’ con un mensaje poderoso

“Yo confieso, ante Dios Padre todo poderoso y ante ustedes hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”. Esta frase, que los católicos pronunciamos cada vez que asistimos a la santa misa, esconde uno de los problemas más serios a los que nos enfrentamos cada día. ¿Sabes a cuál me refiero? Aquel de transmitir una imagen de perfección que no existe.

“Mostramos éxitos, no fracasos;
alegrías, no decepciones;
fortaleza, no debilidades;
ovaciones, no humillaciones;
aciertos, no errores.
Transmitimos una ilusión que no existe.
Olvidamos lo que aprendemos de ese lado oscuro
que nos empeñamos en ocultar.
No te olvides de ser humano”
.

Esta poderosa reflexión fue publicada en sus redes sociales por mi buen amigo Hyenuk Chu, el gurú de las finanzas y de las inversiones en la Bolsa de Nueva York. Si no lo conoces, si no sabes quién es, date una pasada por sus canales digitales (blog, Facebook, Twitter, Instagram, YouTube o Spotify). Encontrarás muchísimo contenido de alto valor y una revista digital.

Cuando la leí, te lo confieso, me impactó. Si bien procuro ser tan transparente como puedo, porque no tengo nada que esconder y no me avergüenzo de mis errores en virtud de tanto que me enseñaron, me sentí reflejado en esas palabras. Más que parte de la naturaleza humana (no creo que sea así), es la respuesta a hábitos adquiridos, a comportamientos modelados.

Nuestros padres (y sus padres, y los padres de ellos, y así sucesivamente), que en el proceso de educarnos hicieron lo mejor que podían con los recursos de los que disponían, con su ejemplo y con sus dichos nos enseñaron a mostrar lo bueno. Y no está mal, porque cada persona es un universo increíble con mil y una valiosas características que lo hacen único y especial.

Sin embargo, y asumo que coincides conmigo, esta es solo una cara de la moneda. Y todas las monedas, absolutamente todas, tienen dos caras. Y a veces, al menos en algunas de las etapas de la vida, vivimos más fracasos, más decepciones, más humillaciones y cometemos más errores que aciertos, ovaciones, fortaleza alegrías y éxitos. Esa es la dura realidad.

Y es precisamente en esas épocas, llamémoslas difíciles, en las que más tendemos a encerrarnos, a protegernos. Buscamos blindarnos porque, aunque no lo reconozcamos de manera consciente, nos sentimos vulnerables. Y la reacción natural (esta sí) es elevar cuantas barreras sean necesarias para evitar más daño. Barreras que son mecanismos de defensa.

Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que no sirven para nada. De hecho, y lo he experimentado, nos provocan más daño del que pretendemos evitar. ¿Por qué? Porque, como bien lo dijo el amigo Hyenuk, vendemos una imagen falsa, mostramos una cara que no tenemos. En otras palabras, construimos una mentira que tarde o temprano se caerá, y nos caerá encima.

Más en tiempos como los actuales, en los que la base de las relaciones sólidas consiste en ser auténticos, en ser honestos, en construir mensajes poderosos capaces de generar un impacto (ojalá positivo) en la vida de otros. La gente, la mayoría (y me cuento ahí), está cansada de la hipocresía, de los abrazos falsos, de palabras melosas que esconden la envidia y resentimiento.

Olvidamos, quizás, el poder que tiene nuestra marca personal, o dicho de otra manera el poder que tenemos como marca. Todo lo que hacemos, y lo que no hacemos, y la forma en la que lo hacemos transmite un mensaje poderoso. Para bien y para mal. Un mensaje que, si lo permitimos, puede convertirse en un búmeran que se vuelva contra nosotros y nos golpee.

El problema es que no nos damos cuenta, o no sabemos, que somos una marca. Que se construye, se rediseña, se reformula, se nutre, desde el día en que nacemos hasta el día en que morimos. Todo lo que hacemos (y lo que no hacemos) y la forma en que lo hacemos contribuye a crear esa marca personal, que es un mensaje que transmitimos todo el tiempo.

La marca personal es como otros te perciben, el mensaje que transmites, lo que eres y el valor que aportas, el impacto que produces en la vida de otros. La forma en que saludas, cómo te ríes, de qué manera reaccionas a una agresión, cómo tratas a los niños y adultos mayores o a los animales, son mensajes que hablan por ti, que dicen mucho de ti. Es el poder de la marca.

Que tiene beneficios invaluables:

Genera confianza
Genera empatía
Genera autoridad
Genera identificación
Conecta con las emociones de otros

Hoy, por si no lo sabías, lo que la gente compra no es un producto o un servicio. Compra el resultado de lo que tú ofreces, la transformación. En otras palabras, te compra a ti, que ya dejaste atrás las dificultades, que sorteaste los malos momentos y construiste una mejor versión. Te compra a ti, que eres el modelo que otros quieren imitar, que inspira a otros.

Si te conviertes en una marca apreciada por el mercado, tendrás el doble de posibilidades de que tus clientes te recomienden con otras personas de su entorno. Además, estarán dispuestas a pagar lo que les ofreces, aunque sea más costoso que la competencia. Y, si la relación es satisfactoria, si cumples lo que prometes, no dudarán en comprarte otra vez.

No importa si eres médico, abogado, periodista, coach o contador; no importa cuánto tiempo llevas en el mercado o si acabas de llegar. Lo que importa es la marca que construyes, el mensaje que transmites, el impacto que logras. Tu tarea, independientemente de aquello a lo que te dedicas, consiste en convertirte en una love Brand, una marca que enamora.

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Ahora, supongo, te preguntarás cómo ser una marca que enamora. La clave está en la respuesta que ofrezcas a estos interrogantes:

¿Qué te define?
¿Qué hace único?
¿Cuáles son tus valores?
¿Qué te hace valioso?
¿Cuáles son tus principales habilidades?

Si no sabes cómo hallar las respuestas (que no las hay correctas o incorrectas, porque, no lo olvides, tú eres único), este decálogo, sin duda, puede ayudarte. La clave, por supuesto, está en despojarte de los miedos, del ego y responder tan honestamente como sea posible. Al fin y al cabo, no es un examen, sino un ejercicio profesional con el fin de construir tu mejor versión:

1.- Autoconocimiento.
Todo parte de ti, entiéndelo. Lo que recibes es simplemente lo que la vida te retorna tras haberlo compartido con otros. Y para compartirlo necesitas saber quién eres, cómo eres. El autoconocimiento es una apasionante aventura a tus profundidades. ¡No te lo niegues!

2.- Autenticidad.
Nos venden, cada día, decenas de modelos que, nos dicen, debemos imitar si queremos ser felices y/o exitosos. La verdad es que el único camino para ser feliz y exitoso es ser tú mismo, con lo bueno y lo malo. Ser auténtico es lo que te hace único, lo que te hace especial.

3.- Honestidad.
Nadie es perfecto y quizás ese no sea el ideal que persigas. Más bien, sé fiel a tu esencia, a lo que eres, a lo que has logrado construir. Admírate, valórate y quiérete al punto de trabajar cada día en mejorar, en inclinar la balanza del lado de tus fortalezas, sin olvidar tus debilidades.

4.- Consistencia.
La marca, lo mencioné, es una construcción que comienza el día en que naces y termine aquel en el que mueres. No siempre somos conscientes de ello, pero tan pronto tomes el control vas a necesitar consistencia para trabajar, para alcanzar los resultados que te propones.

5.- Constancia.
Un complemento de la anterior. Entiende que la vida no es una carrera de velocidad, un esprint de 100 metros, sino una ultramaratón de resistencia. Un paso a la vez, un paso cada día, con constancia, y pronto verás que estás más cerca del objetivo que del punto de partida.

6.- Coherencia.
No es fácil, pero es posible. Procura que aquello que piensas, aquello que sientes, aquello que dices y aquello que haces esté alineado, que no haya contradicciones profundas. Esta es una característica que blinda tu mensaje, que le da un poder inmenso a tu marca personal.

7.- Propósito.
Debería ser el primero en la lista, pero el orden de los factores no altera el producto. ¿Cuál es tu razón de ser? ¿Por qué llegaste a este mundo? ¿Cuál fue la misión que te encomendaron? ¿Por qué y para quién haces lo que haces? El propósito es el eje transversal de la marca personal.

8.- Mentalidad abierta y de crecimiento.
Enfócate en lo positivo, en lo constructivo, y aléjate de lo tóxico, de lo negativo, de lo destructivo. Aprende que no te conviene estar en todos los lugares, que hay personas de las que debes apartarte. Sé tolerante, paciente y curioso, respetuoso de los otros y de ti mismo.

9.- Capacidad de cambio.
Si te resistes al cambio, no podrás avanzar. Y, lo peor, malgastarás tus energías, tus recursos. Pon en práctica la resiliencia y aprende a adaptarte a las nuevas circunstancias. Ser maleables es una característica que permite a algunos seres humanos sobresalir del montón.

10.- Constante aprendizaje.
Para construir una marca personal poderosa y tu mejor versión requieres aprender cada día, sin falta. Y desarrollar habilidades que fortalezcan y complemente tus talentos. Sé un eterno aprendiz, comparte lo que sabes y luego la vida te devolverá maravillosas recompensas.

Cuando el mercado, los demás, te perciba como una love Brand, una marca personal poderosa, obtendrás grandes beneficios. Primero, podrás vender tus productos o servicios a precios premium; segundo, tus clientes satisfechos te promocionarán y a través del voz a voz atraerán otros buenos clientes; tercero, tus clientes serán fieles y te comprarán una y otra vez.

Dedicado a la comunicación, a la creación de mensajes de impacto, aprendí de la vida que me fue encomendada la misión de transmitir mis conocimientos y experiencias para ayudar a otros. Un privilegio que procuro honrar cada día y por el que trabajo mi marca personal con el fin de ser una love Brand capaz de dejar una huella positiva, un legado, una historia positiva…

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Escribir un blog: 5 razones por las que deberías empezar hoy

Vamos a comenzar por el final, por la creencia más arraigada: escribir y sostener un blog no es para cualquiera. De hecho, son muchas las personas que comienzan, dan unos pocos pasos y después desisten. Y, te lo confieso, ni siquiera para mí es algo complicado, dado que es una de varias responsabilidades que tengo. Sin embargo, no estoy dispuesto a tirar la toalla.

Quizás sabes que soy periodista de profesión, un oficio que ejerzo hace casi 35 años. Aunque he tenido experiencias en radio (como parte de un programa semanal en una universidad) y en televisión (comentarista de torneos de golf para un canal privado), toda mi trayectoria me dediqué a escribir. Es lo que me gusta, lo que mejor sé hacer, por lo que me conocen.

En el año 2012, en uno de mis períodos sin trabajo estable, me lancé a la aventura de intentar que alguna editorial me publicara un libro sobre la historia de los Mundiales de Fútbol. En esos días, se disputaban las eliminatorias a Brasil-2014 y una joven Selección Colombia dirigida por José Pekerman ilusionaba al país con regresar a la Copa Mundo por primera vez desde Francia-1998.

El trabajo que realizaba era una extensa y detallada recopilación estadística, que me iba a servir como base para escribir las historias del libro. Una tarea compleja que exige mucha dedicación, concentración y cuidado, porque un dato mal gestionado cambiar la información. A pesar de que es una labor que me apasiona y disfruto, entendí que necesitaba algo más.

Me di cuenta de que llevaba tres meses dedicado exclusivamente a las estadísticas, sin escribir una letra. Dado que sé perfectamente que escribir bien es un hábito, y que ese finalmente es mi trabajo, no podía darme ese lujo. Entonces, hallé una solución: crear un blog de golf, una de mis especialidades, que le hiciera contrapeso al tema futbolístico, que me tenia absorbido.

Comencé a publicar historias sobre jugadores, campos y figuras de la historia, además de análisis de la actualidad, tanto en Colombia como en el ámbito internacional. Esas notas se leyeron muy bien, eran profusamente compartidas y se generó una interesante dinámica que me enseñó que había un espacio profesional en el que podía desarrollar mi trabajo.

Cuando Colombia clasificó al Mundial, creé otro blog y escribí historias acerca de los mundiales de fútbol, de las figuras más conocidas de la historia y otros hechos poco familiares para el hincha. Fue increíble, porque obtuve una respuesta muy positiva. En Facebook, en Google, en Twitter y en LinkedIn encontré una audiencia ávida de buenas historias, que las valoró y apreció.

Colombia, quizás lo sabes, cumplió al más destacada actuación de su historia, con un quinto puesto. Cada día publiqué 3-4 historias sobre los partidos disputados y un resumen y cuando jugaba Colombia algo especial. Logré métricas increíbles, inesperadas, que me confirmaron las virtudes de un blog (sin importar la temática) cuando el contenido es útil para otros.

Cuando creé mi página web, a finales de 2020, y desde un comienzo entendí que no la podía destinar exclusivamente a ofrecer servicios. Soy un convencido de la premisa que me enseñó mi amigo y mentor Álvaro Mendoza, de aportar valor por encima de cualquier otro interés. Aportar valor, compartir conocimiento y experiencias, se una luz que ilumine a otros.

Generar un impacto positivo en la vida de otras personas es un privilegio, ¿lo sabías? Es muy probable que sí. Lo que quizás desconoces es que tú también puedes lograrlo y que un blog profesional es una de las herramientas más poderosas con que cuentas para conseguirlo. Y, esto quizás te sorprenda, además de un gran privilegio también es una responsabilidad.

¿Por qué? Como bien dice Álvaro Mendoza, todo aquel que posee un conocimiento valioso y  acumula experiencias enriquecedoras tiene la responsabilidad de compartirlas con otros. Si no lo hace, ese conocimiento y esas experiencias de nada le servirán, perderán su valor”. Y tú, estoy completamente seguro, tienes mucho valor que puedes compartir con otros.

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Es probable que no te animes, o no te interese, escribir un blog sobre tu área de conocimiento, sobre lo que haces en tu trabajo, y está bien. Sin embargo, ese no es el final de la historia. A lo mejor puedes compartir lo que sabes y has vivido en relación con alguna de tus aficiones, de tus pasiones. No te olvides que mis primeros blogs fueron sobre dos aficiones: golf y fútbol.

¿Algún deporte? ¿Cocina? ¿Historia universal? ¿Libros? ¿Música? ¿Mascotas? No importa. Lo que en realidad interesa es que descubras cuál es ese tema del que sabes más que el promedio de las personas, que te apasiona, que te hace feliz hablar de él y que te gustaría compartir con otros. Un tema del cual puedas escribir un post para tu blog al menos una vez por semana.

La clave, créeme, es comenzar. Escribir y publicar un post (1.200 a 1.500 palabras) con un contenido de valor y promocionarlo en redes sociales o WhatsApp. También puedes hacer una versión video y colgarla en un canal de YouTube. Pide a tus amigos y contactos que lo compartan y no olvides algo muy importante: su retroalimentación (la vas a necesitar).

Estas son las cinco razones por las cuales deberías comenzar YA tu blog (profesional o aficionado):

1.- Un propósito.
¿A qué viniste a este mundo? ¿Por qué razón estás aquí? Tu vida tiene un propósito y, créeme, un componente de él es ayudar a otros con las herramientas y recursos que la vida te ha dado. ¿Cuáles? Tu conocimiento y experiencias, las personas que conoces, los errores que cometes. Todo tiene un propósito que, al compartirlo, puede ayudar a otros a avanzar en su camino.

2.- La confianza.
Pocas estrategias te brindan tan buen resultado para darte a conocer, posicionarte y generar la confianza necesaria en el mercado como publicar un blog. Además, ¡es gratis! Publicar contenido de valor con frecuencia te da autoridad, te diferencia del resto (de quienes no lo hacen) y te permite establecer una relación con tu audiencia. Ahora, si prefieres pagar…

3.- Las relaciones.
Uno de los efectos poderosos de publicar en internet es que nunca sabes quién verá tu contenido. Lo planeas, anhelas que sean aquellas personas a las que les interesa o les sirve, pero nunca estás seguro. Lo que sí es seguro es que algunas de ellas, o algunas otras, van a valorar tu aporte y lo agradecerán. Podrás establecer relaciones de intercambio de beneficios.

4.- La comunidad.
Si eres de aquellos a los que se les hincha el pecho porque tienen más seguidores en redes sociales, déjame decirte que estás equivocado. En esencia, se trata de personas a las que solo les interesa lo que ofreces gratis, o que quieren cobijarse bajo tu sombra. Con un blog, mientras, puedes crear una verdadera comunidad y compartir enriquecedoras experiencias.

5.- Es un valioso activo propio.
Las redes sociales pueden desaparecer en cualquier momento y, por si no lo sabes, cada día pierden relevancia, impacto. Además, tienes que someterte a sus reglas. Un blog, en cambio, es un activo propio, que manejas como mejor te parezca, del que tienes absoluto control y que, si conoces de marketing, puede ser la puerta de entrada de un negocio rentable.

Escribir y sostener un blog no es para cualquiera, cierto. No es para quien quiera ser millonario de la noche a la mañana, que no respete el proceso, que no tenga paciencia, que solo piense en sus intereses (y no en lo que necesita su audiencia). No es para quien sea egocéntrico y crea que lo que la vida le dio es para guardarlo, para quien no valore el privilegio de ayudar a otros.

Ten en cuenta algo importante: siempre, siempre, hay público interesado en el contenido de valor. Y algo más: siempre, siempre, hay alguien que necesita aquello que tú sabes, que tú conoces. Y no olvides lo que mencioné antes: tu vida tiene un propósito y este no es otro que compartir lo que sabes, lo que has vivido. Solo de esa manera ese propósito tendrá sentido.

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Escribir, el más poderoso e impactante acto de libertad y rebeldía

“Si hay personas que se incomodan o molestan por lo que digo, ¿qué tal que se enteraran de lo que pienso?”. Este es un pensamiento que con mucha frecuencia da vueltas en mi mente en estos tiempos de cordial hipocresía y en los que la norma es ser políticamente correctos. En especial, ahora que hay tanta gente susceptible, esa que llamamos la generación de cristal.

No cabe duda de que los seres humanos somos una especie muy particular, paradójica. Por mucho tiempo, siglos, padecimos por un modelo de educación patriarcal en el que a veces, muchas veces, no nos era permitido expresarnos o quejarnos. La autoridad y la palabra del padre no se cuestionaban, no se discutían, simplemente se acataban sumisamente y punto.

Sin embargo, los tiempos cambian, a veces para bien, por fortuna. Hoy, sin embargo, nos hemos ido al otro extremo: nadie se calla, todo el mundo quiere hablar, quiere expresar lo que piensa y lo que siente. Además, con una ventaja en relación con el pasado: hay múltiples y poderosas herramientas y canales a través de los cuales podemos comunicarnos.

Tristemente, sin embargo, casi nunca nos comunicamos. Nos limitamos a vomitar sentimientos y emociones (disculpa si la expresión es algo fuerte) escudado en la mal entendida libertad de expresión. Por eso, las redes sociales tienen muy poco de sociales y son más bien fétidas cloacas en las que las personas destilan su resentimiento con la vida, revelan sus dolores.

Por eso, así mismo, internet es un poco como el Lejano Oeste que vemos en las películas de Hollywood. Sí, un lugar sin dios ni ley en el que cada uno hace justicia por su mano. La única diferencia es que las armas no son revólveres o fusiles, sino pensamientos, emociones y la lengua. Las ráfagas vienen y van, sin cesar, y hasta puedes ser víctima de una bala perdida.

Una libertad de expresión llevada al extremo y malinterpretada. Palabras e ideas cargadas de dinamita, con un alto poder destructivo que van dejando heridas que, a veces, muchas veces, no es posible sanar. La comunicación, privilegio del ser humano, es empleada con un objetivo contrario al natural: destruye, en vez de construir; lastima, en vez de sanar. ¡Doloroso!

Lo más irónico, sin embargo, es que hay muchas personas, demasiadas personas, que siguen en silencio. Esta vez no impuesto, sino elegido. Personas que hoy, en pleno siglo XXI, tienen miedo de expresarse, de decir lo que piensan y lo que sienten. Lo peor es que por lo general son personas que tiene mucho que decir, mucho por aportar. Pero, eligen el silencio.

Una de las principales manifestaciones de este miedo es aquel “no puedo escribir”, “no sé cómo hacerlo”, “no consigo inspirarme”, “eso no es para mí” y tantas otras excusas que esgrimimos a la hora de escribir o de comunicarnos. Personas que tienen un conocimiento valioso, experiencias enriquecedoras y dones, talentos y pasión, pero no los comparten.

Cuando comencé el proceso de aprendizaje de marketing, mi amigo y mentor Álvaro Mendoza me dijo una frase que me marcó: Cuando una persona tiene conocimiento, experiencia, unos dones y talentos que pueden ayudar a otros, que les pueden servir a otros, tiene la responsabilidad de compartirlos. Quedarse con ellos para sí mismo, guardarlos, es un error”.

Esa premisa se la transmitieron sus padres, primero, y sus mentores, después. Una premisa que le ayudó a descubrir cuál era el propósito de su vida: servir a otros. Desde entonces, se dedicó a educar a las personas que quieren aprender de marketing, se dedicó a transmitir su conocimiento y experiencias, y hoy es conocido como El Padrino del marketing digital.

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Escuchar esa frase fue una revelación. También, un punto de partida. Comprendí que había mucho que, gracias al conocimiento acumulado, de la experiencia atesorada en más de 30 años de trayectoria profesional, podía ofrecerles a otros. Entendí que mis dones y talentos solo tienen sentido cuando puedo aprovecharlos en beneficio de otros, cuando impactan a otros.

Desde entonces, trato de llamar la atención de otros, trato de llamar tu atención. ¿Por qué? Porque tienes que dejar atrás el miedo a decir lo que piensas y lo que sientes, tienes que expresarlo al mundo, gritarlo, si es necesario. No solo experimentarás una increíble sensación de placer, sino que sentirás que tu vida vale la pena, que tiene sentido gracias a tu propósito.

Ese miedo surge porque muchas veces, casi siempre, hay un corto circuito entre aquello que pensamos y lo que expresamos. Recuerda la frase del comienzo de la nota: “Si hay personas que se incomodan o molestan por lo que digo, ¿qué tal que se enteraran de lo que pienso?”. Dentro de nuestra mente no hay espacio para la cordial hipocresía, allí no hay autocensura.

El problema, porque siempre hay un problema, es que nos dejamos llevar por los pensamientos negativos, destructivos, nos dejamos dominar por las emociones. Mientras, en la vida real buscamos la aprobación de otros, queremos ser simpáticos para los otros para evitar que nos rechacen, nos sometemos a vivir en esa contradicción para caerles bien a otros.

Sí, el miedo al rechazo, a quedarnos solos, es la principal causa de ese miedo que nos impide expresarnos, que nos impide escribir o decir lo que pensamos y lo que sentimos. Una segunda razón es la baja autoestima, estar convencidos de que nuestras ideas no valen nada, de que nuestro conocimiento y experiencias a nadie le interesan o, peor aún, a nadie le sirven.

También está, por supuesto, el temor al qué dirán, a hacer el ridículo y ser juzgados, ser señalados por otros. Es una creencia tan arraigada, que nos cuesta decirle te quiero a nuestros padres, a nuestra pareja, a nuestros hijos; nos cuesta decir que algo no nos agrada, que no nos hace felices, por temor a que nos reprueben. Entonces, elegimos la opción fácil: callarnos.

No nos damos cuenta del poder que hay en nuestro interior. El poder del conocimiento, el de las experiencias que nos dejaron valiosas lecciones, el de la pasión que nos mueve, el de las palabras que pueden sanar, que pueden construir. ¡Un poder ilimitado! Nos negamos el derecho a expresarnos (de verdad) libremente y les negamos a otros la ayuda que necesitan.

Escribir, quizás no lo sabías, es el mayor acto de libertad y de rebeldía del ser humano. Cuando escribes, literalmente eres el dueño del mundo, de ese mundo que puedes crear gracias a tu imaginación. Cuando escribes, eres el ser más poderoso del planeta, puedes ser un héroe o un villano, puedes salvar al mundo o encarnar a tu animal favorito. ¡Puedes decir lo que quieras!

Olvídate del qué dirán, olvídate de los miedos, olvídate de la cordial hipocresía, olvídate de encajar en el mundo de otros, olvídate de ser políticamente correcto. Recuerda que solo se vive una vez, recuerda que la única razón por la que estás en este mundo es porque puedes ayudar a otros con tu conocimiento, tu experiencia, tus dones y talentos, con tu mensaje.

“Cuando una persona tiene conocimiento, experiencia, unos dones y talentos que pueden ayudar a otros, que les pueden servir a otros, tiene la responsabilidad de compartirlos. Quedarse con ellos para sí mismo, guardarlos, es un error”. Recuerda, y pon en práctica, esta genial frase de mi amigo y mentor Álvaro Mendoza. Ejerce tu libertad, sé rebelde, ¡escribe!

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Te comparto la clave de mi éxito como escritor (y no es talento)

Comenzar a escribir sin que el proceso termine en una rápida frustración o que se convierta en una tortura es una de las tareas más difíciles para cualquier persona. Algo que, en términos normales, no debería ocurrir, en virtud de que a todos, absolutamente a todos, nos enseñan a escribir en la escuela primaria. Y, además, porque escribimos todos los días de nuestra vida.

Mi amigo y mentor Álvaro Mendoza suele decir que una vez que aprendes a montar en bicicleta, jamás se te olvida. Aunque pasen años sin pedalear, cuando retomas es como la primera vez: después de unos cuantos metros de recorrido, eres un experto”. Con la escritura sucede exactamente lo mismo: una vez que aprendiste, nunca vas a olvidar cómo hacerlo.

Por eso, resulta insólito y prácticamente inaceptable que alguna persona, un adulto que cursó la primaria, la secundaria, que se formó en la universidad y que eventualmente tiene un título de un grado superior (maestría, diplomado, especialización) te diga “yo no sé escribir”. Cuando escucho esas cuatro palabras, de inmediato viene a mi cabeza la pregunta obvia. ¿Sabes cuál?

¿Cómo hiciste, entonces, para aprobar todas las materias en ese recorrido? ¿Cómo hiciste para estudiar?Porque una buena parte del estudio consiste en tomar notas, en escribir ensayos o informes, en responder exámenes o pruebas (las orales son menos frecuentes). ¿Si en verdad no sabes escribir, cómo aprobaste? Ahora, algo distinto es que no eres un escritor profesional.

Y no necesitas serlo, vamos a dejarlo claro. De la misma manera que, por ejemplo, no tienes que ser profesional del tenis y vencer a Roger Federer para disfrutar el juego los fines de semana con la familia o los amigos. Ni tienes que ser un chef laureado con estrellas Michelin para preparar un delicioso asado, un lomo al trapo o un rico arroz para tus invitados.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que nos han metido en la cabeza la idea de que “tienes que escribir muy bien”. Y ese “muy bien” es mejor que Gabriel García Márquez. Y no, no lo vas a conseguir. Aunque te esfuerces mucho, aunque trabajes mucho, aunque dediques mucho tiempo, no lo vas a conseguir. Esa es la cruda realidad.

Sin embargo, eso no quiere decir, de manera alguna, que no puedas ser un buen escritor o que, simplemente, no puedas escribir bien. Puedes hacerlo, eventualmente puedes hacerlo bastante bien, mucho mejor que el promedio de las personas. Claro, necesitas algún aprendizaje especializado y, en especial, práctica, mucha práctica, de la que hace al maestro.

Te confieso algo: por allá en el año 1998, cuando hacía mis primeros pinitos como periodista integrante del equipo de la Revista ALÓ, recién salido de la universidad (no graduado), recibí cálidos elogios por mi trabajo. De hecho, me asignaban con frecuencia los temas más importantes, las entrevistas de personajes como Raphael, Rocío Dúrcal o María Eugenia Dávila.

Y fueron esos escritos los que, además, me abrieron las puertas del periódico El Tiempo, por aquel entonces el más importante del país, el paraíso para un aprendiz de periodista. Hoy, sin embargo, veo esos artículos que me publicaron y siento pena. ¡Me parecen terribles! La redacción es enredada, se nota la inexperiencia y temo haber desaprovechado a los personajes.

Por supuesto, sé que era parte de un proceso. Hoy, cuando me aproximo a los 35 años de trayectoria, he mejorado mi estilo un millón por ciento, me he convertido en un escritor profesional y mis textos despiertan cálidos elogios. Que no me obnubilan, pero que sí me motivan y me indican que algo se ha avanzado en este difícil proceso de ser un escritor.

Algunas personas me dicen que tengo mucho talento (gentileza que les agradezco) y otras más arriesgadas me dicen que hago magia con las palabras (algo que, discúlpenme, no creo posible). Honestamente, creo que mi éxito es haberle hecho caso a Gabo: “Escribir es un 99 por ciento de transpiración y un uno por ciento de inspiración”. Y sí, llevo casi 35 años transpirando.

Casi todos los días, porque casi todos los días escribo. Hasta podría decir que un día sin escribir es un día incompleto. No solo que es mi trabajo, que vivo de ello, sino que, especialmente, lo disfruto. Y mucho. Esta, sin duda, es la clave del éxito: que escribir, para mí, no es un trabajo, no es una obligación, sino un placer, una actividad que me permite expresar lo que soy.

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¿Talento? Todos, absolutamente todos, tenemos el talento. ¿Aprendizaje? Como mencioné al principio, todos, absolutamente todos, aprendemos a escribir en la niñez. Claro, hay un factor determinante que es la práctica continua, pero créeme que no es suficiente. Y tampoco, aunque lo parezca, es lo más importante: este es un rubro reservado para el método.

¿Qué es método? Para comenzar, es mucho más que la rutina, que es indispensable. Nadie, absolutamente nadie, puede escribir si carece de una rutina. Escribir, lo he mencionado antes, es una habilidad incorporada en todos los seres humanos, pero explotada por unos pocos. Una habilidad que exige una rutina que se manifiesta en disciplina, constancia, responsabilidad.

En este apartado, hay varios problemas comunes. Para comenzar, el tema de la tal inspiración, que no existe. Existen, sí, la imaginación y la creatividad, dos poderosos recursos que seguro tú tienes. Sin embargo, son muchos los que se quedan a la espera de la llegada de la musa, que no aparece ni en sueños. Esta, créeme, es tan solo una excusa fácil para justificar los miedos.

En segunda instancia, estos, los miedos. “No puedo hacerlo”, “No sé escribir”, “No tengo tiempo” y otros tantos. Miedos que son muy fáciles de disipar, porque su origen es casi siempre el mismo: que nunca lo intentas. Cuando en verdad le pongas interés, trabajes y te des una oportunidad, verás cómo cambian los resultados. Pero, ¡tienes que comenzar!

En tercer lugar, las benditas expectativas. Que son exageradas, que carecen de sustento. Porque si no has desarrollado la habilidad, si no tienes una rutina establecida, sino has creado tu propio método, más temprano que tarde te vas a frenar, te vas a bloquear. Pero, no porque te falten imaginación o creatividad, sino porque abordas la situación de manera equivocada.

No puedes pretender ser un campeón de tenis después de la primera clase, es claro. Escribir es, de muchas formas, algo similar al golf. ¿Alguna vez lo jugaste? Yo lo hago a nivel recreativo, con un nivel muy discreto, pero lo disfruto. Por eso, justamente por eso: porque es similar al proceso de escribir. Sobre todo, porque es un reto personal, porque el rival eres tú.

En una ronda de golf, puedes dar entre 65 y 140 golpes, si eres muy bueno o muy malo. Sin embargo, cada golpe es distinto, una nueva experiencia. Y pegarás algunos sobresalientes, de esos que no se olvidan, que justifican el tiempo invertido y que hacen olvidar los demás (los malos). Escribir es así: a veces lo haces muy bien y otras, sincera y tristemente mal.

Lo importante es que no te desanimes por los malos golpes (que, por supuesto, no son agradables y es difícil aprender a digerirlos), como tampoco por los malos escritos. En la medida en que perseveres, en que practiques, en que desarrolles la habilidad y tengas una rutina y un método propio, mejorarás. Quizás no llegues a ser un buen jugador, pero mejorarás.

Ah, y no olvides el último componente, que es indispensable: el mentor o el profesor, como prefieras llamarlo. Aunque no quiera ser competitivo, un golfista necesita de vez en cuando tomar unas clases, atender los consejos del profesional. Si eliges hacerlo por tu cuenta y riesgo, de manera intuitiva, te demorarás mucho en avanzar y disfrutarás mucho menos.

Comenzar a escribir sin que el proceso termine en una rápida frustración o que se convierta en una tortura es posible, créeme. Cualquiera lo puede hacer, ¡tú lo puedes hacer!, sin duda. Dejar atrás los miedos, aceptar el reto de escribir, de adentrarme en nuevos géneros y probar formatos distintos me ha permitido ser mejor escritor y, también, una mejor persona.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que a través de la escritura, de mi trabajo como escritor, como periodista, como copywriter, puedo cumplir el propósito de mi vida. No era el único camino para conseguir el objetivo, pero no me cabe duda de que es el más acertado y, como ya lo mencioné, el que más disfruto. Y al fin de cuentas de eso se trata la vida, ¿no?

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Los 8 elementos indispensables de una historia memorable

Sentarnos en el regazo del abuelo (o de la abuela) y, paciente y silenciosamente, escuchar sus historias, sus relatos, sus experiencias, es algo que no se paga con todo el dinero del mundo. Muchos fuimos bendecidos con muchos de estos momentos, en especial durante la infancia, que nos dejaron no solo gratos recuerdos, sino también muy valiosas lecciones de vida.

Contar historias y escuchar historias es algo inherente al ser humano. Por naturaleza, todos, absolutamente todos, somos contadores de historias, lo que en el mundo del marketing se conoce como storytellers. La razón es muy clara: por un lado, todos somos parte de una red de historias y, por otro, estamos rodeados de historiasque componen el rompecabezas de la vida.

No estamos aquí, en este mundo, por casualidad. Cada uno de nosotros es el fruto de una historia entre dos personas, nuestros padres. Y, quizás lo mejor, llegamos para escribir nuestra propia historia y, también, para ser parte de la historia de la vida de otras personas. A veces, de manera fugaz; otras, como protagonistas, como héroes, como lecciones o aprendizajes.

Todo lo que sucede a nuestro alrededor, absolutamente todo, determina nuestra historia, la condiciona. Por ejemplo, el lugar donde nacimos, el país y la ciudad. Porque, por supuesto, no es lo mismo nacer en Bogotá (Colombia) que hacerlo en Seúl (Corea del Sur), en el campo o la ciudad, en las montañas o al borde del mar. Este contexto determina nuestra historia.

Muchos de los factores que nos condicionan están lejos de nuestro alcance. Los que acabo de mencionar, así como la familia y las circunstancias en las que nacemos, las oportunidades de las que disfrutamos. De manera especial, el barrio en el que crecimos (nuestro pequeño mundo), el colegio en el que nos educamos, las amistades y relaciones que forjamos.

Hay, sin embargo, otros factores que determinan nuestra historia y que elegimos de manera consciente o inconsciente. Por ejemplo, los libros que leemos, la música que escuchamos, los lugares a los que viajamos, la comida que disfrutamos, la ropa que vestimos, la profesión que estudiamos, los trabajos que desempeñamos y hasta las mascotas que nos acompañan.

Nada, absolutamente nada, es casual. Aunque no sea una decisión consciente, no es casual. Siempre hay una razón, un porqué. A veces, logramos unir las piezas y armar el rompecabezas, mientras que otras historias quedan abiertas, con cabos sueltos, sin punto final. A veces, nos vemos involucrados en historias que no comprendemos, que pasan rápido, sin dejar huella.

Una de las situaciones tristes de la vida es que muchas personas no saben que son los protagonistas de su propia vida. Y, peor todavía, se limitan a ser actores secundarios de la vida de otros, roles de esos que nadie recuerda, que pasan inadvertidos. Otros, mientras, asumimos el riesgo de ser héroes o villanos, a cambio del privilegio de escribir nuestra propia historia.

Si eres una de esas personas, sabrás que a veces es una comedia con final feliz, pero otras nos involucran en películas de terror que nos hacen sufrir o en dramas que nos producen llanto. Es porque, como mencioné al principio, no estamos solos: hay otras personas, otros actores, que condicionan nuestra historia, que la determinan, que modifican y reescriben el libreto original.

Lo que debemos aprender es que, nos guste o no, estemos de acuerdo o no, todos estamos en este mundo para escribir una historia propia. Una historia que, quizás no lo sabes, puede llegar a ser fuente de inspiración para otros. De hecho, y esto es lo que se me antoja apasionante, cada uno está en capacidad de ser el héroe de la historia de aquellos que nos necesitan.

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Si eres padre, seguramente lo sabes, lo has vivido. Estás conectado emocionalmente, a través de un vínculo muy fuerte, a esa personita que te mueve el piso con sus travesuras, su ternura, su alegría o la cara opuesta (dolor, debilidad). Y haces lo que esté al alcance de tu mano para convertirte en el héroe de su historia, para garantizar que su historia tenga un final feliz.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que puedes replicar esto mismo en todas y cada una de las actividades de tu vida, inclusive, en el ámbito laboral. Especialmente si eres emprendedor, si aprovechas tus dones y talento, tu conocimiento y experiencias, estás en capacidad de generar un impacto positivo en la vida de otros. Puedes convertirte en el gran héroe de sus historias.

Hoy, dado que 9 de cada 10 personas que tocan a tu puerta son prospectos fríos, es decir, que todavía no están en disposición de comprar (y mucho menos quieren que les vendan), tu tarea consiste en educarlos, nutrirlos y entretenerlos. ¿Cómo? A través de contenido de valor, de buenas historias. Que es más fácil de lo que crees si tu historia reúne estos 8 elementos:

1.- Una idea (solo una).
Uno de los errores más frecuentes, y que se puede evitar de una forma sencilla, es que la mayoría de las personas quieren contar tooooodas las historias de su negocio, de su vida, en una sola historia. Y no es conveniente, ni posible. Una buena historia parte de una única idea, precisa, que tiene un principio y un final. El resto de tus ideas déjalas para otras historias.

2.- Un propósito (uno solo).
Una faceta distinta del mismo problema. Hay quienes quieren abarcar mucho y al final no aprietan nada, como dice el dicho. Establece un objetivo que quieras conseguir con esa única idea y preocúpate por alcanzarlo. Un propósito bien definido te ayuda a darle fuerza a tu historia y, además, potencia a los protagonistas, además de que facilita la comprensión.

3.- Un contexto (ambiente).
La mayoría de las malas historias que vemos por ahí es la falta de un contexto. Son historias que surgen de la nada y que no llegan a ningún lugar. Es como si fuera una bocanada de humo que se la lleva el viento con rapidez. El contexto es a tu historia lo que los cimientos a un gran rascacielos: el soporte, lo que le da solidez. El contexto explica el porqué de la historia.

4.- Un conflicto (uno solo).
Y, valga decirlo, no tiene que ser de las dimensiones de una Tercera Guerra Mundial. Un conflicto es algo que incomoda a tu protagonista, que le provoca ansiedad, que no lo deja dormir tranquilo. Debe ser uno solo, para que la historia no se disperse, para que no pierda fuerza. Debe tener un origen claro y, algo muy importante, una solución posible.

5.- Protagonista y antagonista.
Es necesario que hay otros actores, pero tu historia debe definir muy bien al protagonista (el bueno) y al antagonista (el malo). Que no pueden ser superhéroes, sino seres de carne y hueso para que la credibilidad de tu historia no se debilite. La rivalidad, el origen del conflicto entre estos dos, debe estar claramente definido y los hechos no deben salir del ámbito de la realidad.

6.- Un héroe.
Que, en ocasiones, puede ser el mismo protagonista. En el ámbito de los negocios, sin embargo, el héroe eres tú, el emprendedor que con su conocimiento, experiencia y pasión está en capacidad de brindarle al mercado, a cada uno de sus clientes, una solución efectiva a su problema, a su dolor. Un héroe creíble que es omnipresente, pero que no asume el rol del protagonista.

7.- Un punto bisagra.
Infaltable. Es el antes y el después de tu historia, aquel momento de la trama en la que el rumbo de tu relato cambia radicalmente y, por supuesto, a favor de tu protagonista. Es ese momento en el que héroe y protagonista se unen para vencer al antagonista, cuando logran la victoria en la batalla final. Es vital que haya coherencia en el relato para justificar este punto.

8.- Final feliz y moraleja.
Una historia sin final feliz no transmite, no emociona, no impacta (y, por ende, no vende). Todos, absolutamente todos, queremos vivir o ser protagonistas de historias felices. Mientras, la moraleja es la lección, el aprendizaje que nos queda de esa situación, la transformación que tu cliente experimentará una vez reciba lo que le ofreces. Una historia sin moraleja no sirve.

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¿Qué haces aquí, si no sabes comunicarte, si no aportas valor?

Es una creencia limitante tan arraigada, que es fácil asumir que nada se puede hacer para derribarla. Sin embargo, si me conoces un poquito, sabes que me gusta llevar la contraria (y, además, que casi siempre me salgo con la mía). Y, por cierto, lo ocurrido en el mundo en los últimos meses, en los dos últimos años, me dice que se trata de una batalla digna de dar.

¿A qué me refiero? A que muchas personas, demasiadas, quizás tú, piensan que no tienen nada de valor para aportarle al mundo, a los demás. Y no es cierto, rotundamente no es cierto. Todos, absolutamente todos los que llegamos a este planeta, estamos en capacidad de hacer algo por los demás. Algo pequeño, que puede parecer insignificante, pero que para alguien es muy valioso.

El poder de las palabras es ilimitado, tanto para bien como para mal. Es algo que, seguramente, habrás comprobado. Enamoras con palabras, pero también puedes desatar una guerra con ellas si eliges las que no son adecuadas. Movilizas a otros con palabras, pero también hay de las que te paralizan, que te dejan congelado. El poder de las palabras es ilimitado, pero no sabemos aprovecharlo.

Uno de los descubrimientos insólitos de los últimos tiempos, en especial desde que comenzó la pandemia en marzo de 2020, es aquel de las dificultades para comunicarnos. Este, que es un privilegio exclusivo de los seres humanos, también es una de las mayores fuentes de problemas, de conflictos. Y este período traumático, con encierro obligatorio incluido, lo ha confirmado.

Es una gran ironía, porque a los seres humanos nos cuesta trabajo quedarnos callados, nos cuesta trabajo no decir o publicar lo que pensamos y lo que sentimos, pero nos cuesta trabajo, mucho trabajo, comunicarnos. Una comunicación verdadera que signifique un intercambio constructivo para los interlocutores y, especialmente, una comunicación verdadera surgida de la escucha activa.

Nos encanta hablar o publicar para llamar la atención, así muchas veces tengamos que arrepentirnos de eso que dijimos, de eso que publicamos. O, por lo menos, que tengamos que sonrojarnos porque fue algo infortunado, inoportuno. Una realidad que lo sucedido durante estos meses de pandemia confirmó porque el encierro incentivó la necesidad de comunicarnos.

La gran ironía del encierro obligado no fue el cambio de rutina, o tener que trabajar desde la casa, o que los niños recibieran sus clases allí mismo. La ironía, la gran ironía, fue que muchos hogares entraron en conflicto, muchas familias se resquebrajaron, muchos matrimonios se acabaron por las dificultades para comunicarnos. ¡Bajo el mismo techo, pero con problemas de comunicación!

Muchas personas, así mismo, sufrieron depresión, se enfermaron y registraron drásticos cambios en su comportamiento, en su forma de relacionarse con otros, porque las agobió la soledad. Una soledad que bien hubiera podido paliarse gracias a las poderosas y recursivas herramientas que la tecnología nos brinda y de las que prácticamente todos disponemos, como el teléfono celular.

Sin embargo, mal haríamos en quedarnos en lo negativo, en lo que hacemos mal. Este duro período también ha servido para reflexionar, para bajar el ritmo y escapar de la frenética rutina en la que estábamos atrapados. O, igualmente, para descubrir que el mundo necesita nuestro mensaje, nuestro conocimiento, el aprendizaje surgido de nuestros múltiples y repetidos errores.

En estos tiemos de pandemia, muchas empresas, muchas grandes empresas, pero también negocios reconocidos y de tradición, cerraron sus puertas para siempre. ¿La razón? No estaban en capacidad de contactar con sus clientes, de comunicarse con sus clientes, porque se habían acostumbrado a abrir las puertas y esperar que estos llegaran. Una realidad dura y triste.

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En estos tiempos de pandemia, así mismo, muchas personas encontraron el tiempo y los canales para comunicarse con otros. Algunos que solo utilizaban internet para responder emails, chatear con los amigos a través de WhatsApp o publicar en Facebook o Instagram descubrieron que hay algo llamado Zoom o, también, una nueva y genial plataforma de audio llamada Clubhouse.

A pesar de que la gente estaba confinada y los establecimientos, cerrados, las editoriales incrementaron la cantidad de títulos. No solo los de formato digital, sino también los físicos, los de papel. ¿Por qué? Porque muchas personas, por fin, dispusieron del tiempo necesario para escribir esos libros que tenían en mente desde hace rato, para cristalizar esos proyectos estancados.

¿Sabes eso qué significa? Que este tiempo de pandemia, estos duros meses de encierro, zozobra, miedo e incertidumbre, no fueron en vano para esas personas. Que en medio de las dificultades hubo quienes no se dieron por vencidos, no se dejaron llevar por la histeria colectiva y, más bien, aprovecharon esta oportunidad que les brindó la vida para transmitir su conocimiento, su pensamiento.

Resulta insólito, por decirlo de alguna manera, pero en medio del encierro la humanidad descubrió la importancia de la comunicación, de comunicarnos unos con otros. No solo enviar mensajes, o memes, o publicar fotos en redes sociales. No. De lo que se trata es de comunicar valor, de aportar valor a través de tu conocimiento, tus experiencias, tus vivencias, tus principios y tus valores.

Este blog que estás leyendo, por ejemplo, surgió en septiembre de 2020 y se ha convertido en un dinámico canal de comunicación con el mercado, contigo. Una herramienta no solo de interacción, sino también de creación. Se abrió para suplir un vacío del mercado y poco a poco ha crecido, ha ampliado sus horizontes, se ha consolidado gracias a que el contenido gusta a otros, sirve a otros.

Tu mensaje, créeme, es un tesoro si lo sabes aprovechar. El mundo está harto de lo mismo de siempre, de los mismos de siempre, que además son la repetición de la repetidera. El mundo está ansioso de nuevas voces, de nuevas visiones; desea conocer otras opciones, otras soluciones. El mundo requiere que más personas como tú alcen la voz y expresen lo que piensan y sienten.

Durante estos últimos meses, los meses de la pandemia, la vida cruzó mi camino con los de otras personas que estaban en misma búsqueda. ¿Cuál? La de vivir su propósito, la de aprovechar los dones y los talentos que nos regaló la naturaleza para hacer algo por este afligido mundo, por quienes estamos en este mundo. Una oportunidad única, quizás irrepetible, que está al alcance de tu mano.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? No tienes que ser un locutor profesional para transmitir valor a través de un pódcast o en una charla de Clubhouse. No tienes que ser un presentador de noticias para grabar un video con buen contenido que enseñe a otros, que les brinde soluciones. Y no, tampoco tienes que ser un escritor reconocido para escribir un texto que valga la pena leer.

Es una creencia limitante muy arraigada esa de que no tienes nada de valor para aportarle al mundo, a los demás. Si eso es lo que piensas, estás completamente equivocado. Todos, absolutamente todos los que llegamos a este planeta, estamos en capacidad de hacer algo por los demás. Algo pequeño, que puede parecer insignificante, pero que para alguien es muy valioso.

Recuerda: el poder de las palabras es infinito. No lo subestimes, ni te subestimes a ti mismo. Y no olvides algo muy poderoso que aprendí de un amigo: lo que no se comparte, no se disfruta. De nada te sirven tu conocimiento y tus experiencias si las guardas solo para ti. Además, te privas de recibir la retroalimentación de otros, la gratitud de otros, que es la recompensa más maravillosa que existe.

 

 

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¿Cuánto de ti, de tu experiencia, debe haber en tus textos?

Una de las razones por las que a tantas personas les resulta difícil escribir es porque les cuesta tomar decisiones. No importa si son escritores profesionales o aficionados, si escriben un reporte para la junta directiva de su empresa, un ensayo o un libro. No importa si son novatos o, más bien, experimentados que publicaron anteriormente. No importa: todos estamos expuestos al riesgo.

¿Cuál riesgo? El de tomar las decisiones equivocadas. Escribir es una habilidad incorporada en todos los seres humanos, pero solo unos cuantos nos damos a la tarea de desarrollarla, de potenciarla, de sacarle el máximo provecho. Que, por supuesto, no significa ser un escritor profesional, sino estar en capacidad de transmitir un mensaje poderoso que cause impacto.

Una habilidad que, valga recalcarlo, no vale por sí misma, no es suficiente. Es como aprender a montar en bicicleta, a cocinar, a pintar, a cantar o a bailar: todos, absolutamente todos, podemos hacerlo. Algunos, con gran maestría; otros, apenas para divertirnos y pasar un rato agradable. ¿De qué depende? De cuánto trabajemos en desarrollar esa habilidad y de cómo la rodeemos.

Por supuesto, cada habilidad significa un nivel de aprendizaje distinto al del resto. Por ejemplo, aprender a montar en bicicleta puede tomarte tan solo unos minutos, quizás un par de horas. Cuando ya puedes mantener el equilibrio y la coordinación, estás listo para comenzar la aventura de pedalear, de sentir el golpe de la brisa en tu cara, de llevar tu cuerpo al límite del esfuerzo.

Ahora, si quieres ser un ciclista siquiera recreativo, necesitas complementar con una rutina de ejercicios que te permitan fortalecer los músculos y una de estiramientos para evitar dolores y lesiones. Así mismo, debes aprender a hidratarte adecuadamente y no puedes descuidar la alimentación. También es importante que descanses bien y procures no fumar o beber alcohol.

¿Entiendes? No es solo comprar la mejor bicicleta del mercado y salir a pedalear. De esa forma, pones en riesgo tu salud y, entonces, consigues el efecto contrario al esperado. Otro aspecto que es bueno considerar es cuáles son tus expectativas: cuanto más altas sean, más habilidades debes desarrollar, más tiempo debes dedicar, más esfuerzo debes realizar. Si no, jamás las alcanzarás.

Como ves, son diversas las decisiones que debes adoptar. De cuán acertadas sean estas dependerá el resultado que obtengas. Esa, créeme, es una ley de la vida, una premisa que se aplica a todas las actividades que emprendemos. Una de ellas, por supuesto, la de escribir. Decidir bien, tomar las adecuadas para cada momento, es una habilidad de los buenos escritores, ¿lo sabías?

Decisiones que a veces son simples y que a veces son complicadas. Decisiones que marcan el rumbo y, sobre todo, el impacto de tu texto. Esto es válido para periodismo, literatura o alguna otra área. La decisiones, además, están estrechamente relacionadas tanto con el conocimiento del tema que nos ocupa como con el criterio, una cualidad que lamentablemente no abunda por ahí.

¿Qué es el criterio? De acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, “juicio o discernimiento”. A su vez, juicio es la “Facultad por la que el ser humano puede distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso”, el “Estado de sana razón opuesto a locura o delirio”, la “Acción y efecto de juzgar” y la “Cordura o sensatez”. Y discernimiento es “Distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas”.

En otras palabras, el criterio es (debería ser) tu mejor aliado a la hora de tomar decisiones cuando vas a escribir. Ahora, la mejor forma de poner en práctica el criterio, de tomar buenas decisiones, es partir no de las certezas o de las afirmaciones, (como hace casi todo el mundo), sino de la duda, de la incertidumbre. Eso significa que debes partir de una serie de preguntas que de ten luz.

Por ejemplo, ¿cómo se llamará mi protagonista? ¿Cuál es el asunto sobre el que girará mi historia? ¿Cuál es el contexto en el que esta se desarrollará? ¿Cómo será el antagonista? ¿Quiénes serán los otros actores de tu historia? ¿Cuál es el conflicto principal que se desarrollará? ¿Cuál será el punto bisagra, el antes y después de la historia? ¿Cuál será la moraleja, en mensaje que vas a transmitir?

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Estas y otras más son preguntas que cualquier persona, no solo un escritor profesional, debería formularse y responder antes de sentarse frente al computador a escribir. De hecho, la información que surge de esas respuestas le ayudará a darle forma a su historia, a establecer la estructura. Y, seguro ya lo sabes (si no, te recomiendo que leas esto), la estructura es la clave del éxito.

Una de las preguntas más importantes, una de las decisiones de mayor peso, es aquella de determinar qué tanto de ti vas a incorporar en tu texto. Lo primero que puedo decirte es que no hay una medida ideal o una fórmula perfecta. Es potestad de cada autor. Tampoco se trata de buscar un equilibrio, porque no solo es una tarea harto difícil, sino que a veces no es bueno.

Lo que me interesa es que comprendas que, a diferencia de lo que puedas leer o escuchar por ahí, siempre (¿SIEMPRE!) tiene que haber parte de ti en tu texto. De hecho, quizás no lo sabías, es eso, justamente, lo que lo hace diferente y único: tu visión de la situación que abordas, lo que piensas acerca de ella y, en especial, tus experiencias, lo que has vivido, las lecciones que aprendiste.

Aunque quieras, aunque hagas tu mayor esfuerzo, es imposible escribir al ciento por ciento basados en la realidad. Nadie, absolutamente nadie, lo puede hacer. Siempre, absolutamente siempre, tus textos tendrán algo de ti, mucho de ti. Cuánto, por supuesto, es tu decisión. Lo que sí debes tener en cuenta es que a casi nadie le interesará que el texto exprese tan solo tu versión.

Sin embargo, dado que se supone que escribes de un tema del que posees un nivel de conocimiento superior al promedio, y entonces estás en capacidad de ayudar o enseñar a otros, tu aporte, el aprendizaje surgido de tus errores y experiencias, es valioso. Pero, no te puedes quedar en eso. ¿Por qué? Porque si solo escribes de lo que has vivido, de tus experiencias, el tema se agotará.

Es, entonces, el momento del criterio, de tomar buenas decisiones: hasta dónde aportas desde tu experiencia y cuándo comienzas a partir de tu conocimiento y, por supuesto, de la otra fuente de valiosa información: la realidad externa, que es muy importante. Salvo que seas especialista en ciencia ficción, tus textos deben incorporar tanto tu visión como tu mirada al mundo real.

Ahora, es conveniente hacer hincapié en algo fundamental: cuando te digo que escribir a partir de tus experiencias no significa que te limites a tus vivencias, a los sucesos que te ocurrieron. De lo que se trata es de aportar tus reflexiones, tus aprendizajes, que han sido enriquecidos también por las experiencias de otros, lo que otros te enseñaron, así como de lo que leíste acerca del tema.

Cuando decides escribir, asumes un rol fascinante, apasionante: abordar el tema en perspectiva, como si estuvieras fuera del planeta, en el espacio, como si fueras un dios. Ves, percibes, vives, aprendes, incorporas, experimentas; mezclas lo tuyo con lo ajeno, el pasado con el presente (y, claro, con el futuro). Escribir, de muchas formas, es como armar un gran rompecabezas.

Tomar distancia de la realidad (el presente) y mezclarla adecuadamente con el pasado (lo que has vivido, tus experiencias, tu conocimiento, lo que otros te enseñaron) es la fórmula para lograr un impacto con tus textos. Por supuesto, también debes echar mano de tus emociones, que son un ingrediente indispensable, pero sin permitir que se desborden, que tomen el control.

Tu mundo interior, la riqueza que hay en él (tus valores, tus principios, tus dones y talentos, tu pasión y tu propósito) son fundamentales a la hora de escribir. También, lo que sucede a tu alrededor, lo que lee y ves, lo que aprendes de otros, tus reflexiones y pensamientos. La clave, no lo olvides, está en encontrar la justa medida para que tu texto sea interesante y valioso para tus lectores.

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No te obsesiones con ‘la gran historia’: aprovecha las buenas historias

La vida no es una historia. Más bien, es una sucesión, la sumatoria de cientos de miles de historias que se producen sin cesar. A cada minuto, a cada segundo, si has desarrollado la sensibilidad que se necesita para descubrirlas, encontrarás historias dignas de contar. No necesitas ser un escritor o tener un blog o un negocio porque dentro de todos los seres humanos hay un relator innato.

Todas las personas, absolutamente todas, tenemos historias fascinantes para contar. Que no necesariamente están relacionadas con hechos heroicos o sucesos trascendentales, sino más bien con esos pequeños momentos de la vida que dejan huella. Por ejemplo, el recuerdo del día que le diste el primer beso a esa persona que hoy es tu pareja, tu compañero en la aventura de la vida.

Esa, créeme, es una historia digna de contar y que, además, te encantará contar mil y una veces. Sin embargo, tendemos a creer que eso a nadie le importará. Y quizás sea cierto que no tengas que escribir un libro sobre aquel momento, pero para tu pareja, para tu familia, para tus amigos y quienes te aprecian y admiran, ese momento mágico es algo especial que vale la pena revivir.

Haz memoria de cuando eras niño o, más bien, fíjate en lo que hacen tus hijos: te cuentan mil y una veces que fueron los héroes del equipo de su curso porque anotaron el gol que les dio el título en el torneo del colegio. O, quizás, te repitan sin cesar cuán felices están porque obtuvieron una nota sobresaliente en la Feria de la Ciencia con un proyecto que presentaron con sus amigos.

La mayoría de las personas piensan que no saben contar historias o que sus historias no valen la pena simplemente porque están a la espera de la gran historia. Una que trascienda su ámbito y marque un antes y un después en su vida, como la de Aureliano Buendía, uno de los icónicos personajes de Cien años de soledad, la obra cumbre del permio Nobel Gabriel García Márquez.

Y, no, no sucede así. Esa, la de Aureliano Buendía, es una historia en un millón, es como ganarse el premio mayor de la lotería. Si estás obsesionado con una gran historia, lo único que conseguirás es perder la oportunidad de apreciar las buenas historias que hay a tu alrededor y que merecen ser contadas. La gran historia, además, surge después de que cuentas cientos de buenas historias.

El secreto de un buen contador de historias es que ve buenas historias por doquier, en las situaciones más simples, en aquellas que pasan inadvertidas para la mayoría. Esta, por supuesto, es una habilidad que cualquier ser humano puede desarrollar, siempre y cuando haga uso de dos de los más poderosos recursos que le regaló la naturaleza: ojos y oídos, observar y escuchar.

¿Cómo puedes saber si posees esa habilidad, si ya la desarrollaste? Sal un día de tu casa y ve al parque más cercano; siéntate cerca del lugar donde más personas se hayan concentrado y, por al menos 15 minutos, limítate a escuchar y a observar. Trata de percibir los sonidos, de escuchar las conversaciones, de ver las reacciones a determinados estímulos, de identificar comportamientos.

Si haces la tarea con juicio, no tardarás en darte cuenta de que tu mente se activa con una gran sensibilidad. El resultado es que tu imaginación comienza a volar, recuerdas episodios pasados de tu vida similares a los que acabas de observar y no solo los recreas, sino que creas historias nuevas basadas en esos acontecimientos. Esa es la forma en la que funciona la mente de un escritor.

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Y no porque posea un don o porque tenga un poder especial. Es, simplemente, porque desarrolló la capacidad de traer al plano consciente algo que para la gran mayoría de los seres humanos es inconsciente. Es porque su capacidad de observación y escucha está más afinada, porque aprendió a ver aquellos pequeños detalles que la mayoría pasa por alto, también porque es paciente.

Otra característica distintiva de los buenos contadores de historia es que saben apreciar cuáles son las buenas historias y diferenciarlas del resto, de las que son comunes y corrientes. Por supuesto, y aunque suene a la repetición de la repetidera, no es un don, sino una habilidad. Es como el catador de vino o café, que desarrolla los sentidos del olfato y del gusto en un nivel superlativo.

Tan pronto se encuentran la historia, perciben aquello que la hace distinta, descubren ángulos inéditos para contarla y deleitar a quienes las escuchan, las leen o las ven. Entienden cuál es la mejor forma de transmitirlas para que se transformen en un mensaje poderoso, de valor, que quienes las reciben agradezcan y quieran recordar una y otra vez. Son historias memorables.

Las dos características o cualidades más valiosas y poderosas de un contador de historias son, sin embargo, la capacidad para compartirlas, por un lado, y el propósito que le impregnan a cada una de sus historias, por otro. Por supuesto, las grandes historias, aquellas que dejan huella y se vuelven eternas son aquellas que consiguen reunir estas dos cualidades en un mismo relato.

A los seres humanos nos enseñan a poseer, a atesorar, y nos convertimos en acumuladores compulsivos. Creemos que esos objetos o recuerdos son valiosos en la medida en que estén en nuestro poder, cuando es justamente lo contrario: su valor aumenta cuando los compartimos, cuando se los entregamos a otros. Una historia solo es una gran historia cuando la compartes.

Es como una canción o un libro: adquiere su verdadero valor cuando es escuchada por tu audiencia, cuando tus seguidores se aprenden la letra y la cantan una y otra vez. El libro, cuando lo lees una o varias veces y hablas de él con tu pareja, con tus amigos, y les recomiendas que lo lean también. Tu historia se potencia, su valor se multiplica solo en la medida en que otros la conocen.

Por otro lado, una gran historia es aquella que puede dejar una huella. Hay relatos divertidos o didácticos que nos interesan cuando los escuchamos, pero que rápidamente pasan al olvido. En cambio, una gran historia tiene la capacidad de perdurar en el tiempo cuando cumple un propósito, cuando tiene un para qué definido, cuando es útil a la persona con quien la compartes.

Es el caso de las historias que nos inspiran, que nos llevan a reflexionar, esas que queremos compartir apenas las escuchamos. Como cuando recibes una buena noticia, por ejemplo, que vas a ser padre, y deseas que todo el mundo se entere. O, quizás, cuando el médico te informa que tu padre respondió favorablemente al tratamiento y se curó de la enfermedad que padecía.

La vida no es una historia. Más bien, es una sucesión, la sumatoria de cientos de miles de historias que se producen sin cesar. A cada minuto, a cada segundo. Si consigues desarrollar la habilidad para encontrar las buenas historias, no tardarás en descubrir también las grandes historias. Luego, tu tarea es establecer su propósito y compartirlas porque solo serán valiosas si dejan de ser tuyas.

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Cuando mueras, ¿cómo quieres que te recuerden por tu mensaje?

¿Alguna vez compraste un dolor? Asumo que tu respuesta es un NO contundente, en mayúscula. Primero, porque nadie vende dolor (no hay supermercado o farmacia en la que lo encuentres) y, segundo, porque nadie quiere comprar un dolor. La gente quiere, todos queremos, una solución, precisamente lo contrario al dolor. La gran búsqueda del ser humano es la cura de su dolor.

La realidad cotidiana en el mundo moderno es realmente caótica. Vivimos sometidos a un incesante e inclemente bombardeo mediático que, para colmo, está sobrecargado de noticias falsas. Nos incentivan el miedo, nos distorsionan la realidad y juegan con nuestras emociones, que son vulnerables. Sin embargo, lo sabemos, se trata de un círculo vicioso que solo aumenta el dolor.

El problema, porque siempre hay un problema, es que esta premisa se convirtió en, prácticamente, el único argumento de venta, en el único modelo de copy. Algunos caen, es cierto, porque están tan desesperados que se aferran a cualquier cosa, inclusive a algo que no les va a ayudar. Caen, además, por falta de conocimiento, porque se dejan endulzar el oído con palabras bonitas.

Otros, en cambio, se sienten agredidos y levantan una barrera que bloquea los intentos de quien quiere sacar provecho del miedo. Son aquellos que no venden y luego se quejan: “Internet no funciona”, “Las redes sociales son un engaño” y otras especies que todos conocemos. La verdad, sin embargo, es distinta: el mercado está harto del dolor, que abunda, y clama por las soluciones.

En marketing, hay dos caminos para vender: desde el dolor o el miedo, por un lado, o desde el placer o los beneficios, por el otro. Cada uno elige el que quiera, el que le parezca más efectivo, el que esté alineado con su propósito y con sus principios y valores. Son como el agua y el aceite, las dos caras de la moneda y, por supuesto, dos caminos que te conducen a destinos diferentes.

Uno de los aprendizajes más valiosos que debe incorporar cualquier ser humano cuando va a lanzar un mensaje es entender que la respuesta que recibe es directamente proporcional a lo que emitió. En otras palabras, más sencillas, recibes lo que das o, dicho de otra forma, la vida te regresa lo mismo que tú le entregaste: si das dolor, te da dolor; si das beneficios, te da beneficios.

Es producto de la ley de causalidad porque todo lo que haces genera una respuesta. No hay azar, no hay designios divinos, no hay casualidades: es la ley de la causa y el efecto y, aunque te parezca algo loco, tiene mucho que ver con el copywriting, con los mensajes que salen de ti. Por eso, la primera y más importante decisión que debes adoptar antes de escribir es cuál camino tomarás.

¿El del dolor y el miedo? ¿El del placer y el beneficio? Ten en cuenta que cualquiera que escojas es un camino sin retorno porque el mercado, aquellas personas que reciban tus mensajes, te van a etiquetar, te van a catalogar como fuente de miedo o de placer. Si eres un emprendedor, si le ofreces al mercado un producto o un servicio, esta es una decisión que no puedes tomar a la ligera.

Es habitual que algunos emprendedores me soliciten que revise los textos de su página web, de su carta de ventas o los mensajes que emitieron, por ejemplo, en un webinar. No hace falta leer el texto completo para comprobar cuál es el problema: el copy se enfoca, estrictamente, en el dolor, en exponerlo, en exacerbarlo, en provocarlo. ¿El resultado? Se ahuyenta al cliente potencial.

¿Por qué? Ya lo mencioné: nadie, absolutamente nadie, compra un dolor. Es cierto que esta es una de las estrategias de marketing más efectivas, pero no puede ser la única y, además, hay que ponerle un límite. Además, ten en cuenta que lo único que a las personas les interesa, al menos en un primer momento, es que respondas la pregunta clave, aquella de “¿Qué hay aquí para mí?”.

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Un mensaje basado exclusivamente en el dolor, enfocado en exacerbar el dolor, conseguirá atraer la atención de tu cliente potencial en un comienzo. Sin embargo, una vez superes el umbral de dolor, es decir, esa invisible línea que marca el nivel máximo soportable, se desconectará, ya no querrá saber más de ti. Al final, esta clase de mensajes lo único que provocan es un rechazo.

¿Por qué? Porque harán que la mente active aquellos recuerdos dolorosos, los momentos que nos costó trabajo superar y que, quizás, todavía duelen. Removerán las heridas o abrirán unas nuevas que no sanarán fácilmente. Y nos harán pasar otra vez por esos episodios que deseamos olvidar, que no queremos volver a vivir porque son el origen de las pesadillas que nos impiden dormir.

Cuando tu contenido se enfoca en el dolor, lo único que lograrás será generar acciones de defensa por parte de tu cliente ideal, que no quiere revivir esos episodios. Quizás, por efecto del miedo, porque está desesperado, logres que te compre una vez, pero seguramente no lo hará dos veces. El dolor, entiéndelo, solo produce más dolor. Así funciona en la vida, pero también en copywriting.

Cuando tu contenido se centra en los beneficios, en la transformación que tu producto o servicio puede producir en la vida de tu cliente potencial, la historia es muy distinta. Lo primero es activar el dolor y exacerbarlo sin cruzar el umbral de resistencia y luego, de inmediato, exponer de manera clara y contundente la solución. Que esa persona sepa que, en verdad, puedes ayudarla.

Eso no solo despertará su curiosidad, sino también, su interés. Querrá saber más, de ti y de tu producto, de cómo antes ayudaste a otras personas. Querrá saber cómo será su vida una vez obtenga lo que le ofreces. Se olvidará del dolor y pondrá en marcha su imaginación, que lo transportará a ese estado ideal en el que ese problema que lo inquieta se termina para siempre.

Tu mensaje deberá apuntar a esas emociones positivas, a generar en su mente un estado de placer que sea irresistible, al punto que esa persona te implore que le des lo que tienes para ella. Si no tiene el dinero, hará lo que sea necesario para conseguirlo y te comprará, porque entiende cuál es la recompensa que va a recibir, porque en su mente ya disfruta de los beneficios.

¿Ves la diferencia? Eso es algo que cualquiera quiere comprar, que todos queremos comprar. Sin embargo, hay algo más que debes saber: funciona bien inclusive cuando no se trata de una venta. Es decir, si tu mensaje tiene como objetivo invitar a una reflexión o promover una acción específica como suscribirse a tu lista de correo electrónico, esta fórmula también te será útil.

Con tu conocimiento, con tu experiencia, con los dones y talentos que te dio la naturaleza, estás en capacidad de provocar un impacto en la vida de otras personas. Ese créeme, es un privilegio invaluable. Por eso, cuando estás preparando tu mensaje, sea o no para vender, piensa bien, por favor, antes de tomar una decisión de la que quizás tengas que arrepentirte después.

Recuerdo que cuando comenzaba mi carrera periodística, hace más de 30 años, un compañero me brindó una de las lecciones más poderosas y valiosas que he recibido: “Si con lo que escribes puedes hacer un bien, ¿para qué eliges hacer un mal?”. Es algo que jamás olvidé y que procuro esté presente en mi mente cuando escribo porque mi propósito es generar un impacto positivo.

La vida es muy corta y a veces no es la que soñamos. A pesar de las dificultades, sin embargo, siempre hay una posibilidad de dejar una huella (no una cicatriz) en la vida de otros, en el mundo. Cuando estés decidiendo el tono y el impacto que pretendes provocar con tu mensaje, piensa esto: ¿cómo te gustaría que te recordaran una vez mueras? ¿Desde el dolor o desde el placer?

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5 historias que tu empresa debe contar para enamorar al mercado

Está de moda, pero de lejos no es una moda, ni una tendencia, sino una necesidad. No importa si eres una empresa grande, un negocio mediano o pequeño o un emprendedor unipersonal: si lo que deseas, y necesitas, es conectar con tus clientes potencias y con el mercado tienes que contar historias. En especial, tienes que contar las historias que están relacionadas con tu marca.

En el pasado, en el siglo pasado, la tarea de las marcas era muy sencilla: disponer de un producto o un servicio para ofrecerle al mercado y hacer publicidad para que los potenciales compradores se enteraran. El resto era esperar que llegaran hasta su local para adquirirlo. Así funcionó durante varias décadas, pero sucedió algo que estaba fuera de su control y que cambió el decorado.

¿Sabes a qué me refiero? A la irrupción de internet. Nadie imaginaba lo que iba a suceder después de que la tecnología entró en nuestra vida cotidiana y la transformó. Cambió los hábitos, nos dotó de herramientas poderosas y, lo más importante, cambió los roles. En efecto, el consumidor dejó de ser un agente pasivo y se convirtió en la razón de ser de las empresas, y en el objetivo final.

¿El resultado? Variado y de impacto. Primero, el cliente ahora tiene la sartén por el mango, es el que dice qué quiere, cómo lo quiere. Segundo, las marcas tuvieron que bajarse de su pedestal y entender que cambiaron las reglas del juego. Tercero, se volteó la torta y ahora la oferta supera con creces la demanda, por lo que el consumidor tiene la opción de elegir lo que le plazca.

En el pasado, en el siglo pasado, hacer negocios consistía en realizar una transacción. Que era fría, distante, que se terminaba en el momento en que el comprador pagaba por lo que necesitaba. Hoy, en cambio, se trata de establecer una relación a largo plazo, basada en la confianza y en la credibilidad, para conseguir que esa persona nos compre una y otra vez y sea un evangelizador.

Sí, alguien que en gratitud por lo que recibió, por el beneficio derivado de lo que compró, nos refiere con sus familiares, amigos, conocidos y compañeros del trabajo. Un buen cliente que nos consigue otros buenos clientes, es decir, que se constituye en nuestro primer y mejor vendedor. Uno que se siente parte de la historia de nuestra marca, que es el protagonista de la historia.

La realidad, que muchas empresas desconocen o se niegan a reconocer, es que los clientes ya no compran productos o servicios. Entonces, ¿qué compran? Experiencias. Las que sean agradables, positivas, constructivas, entretenidas y que, además, se conecten con sus valores y principios. Ah, no hay que olvidarlo, aquellas que los inspiren, los motiven a ser mejor y solucionen su problema.

Esta es la razón por la cual una tarea fundamental, inaplazable e indelegable para empresas, negocios o emprendedores es contar historias. Sin embargo, no cualquier historia, porque no se trata de contar por contar, de relleno, simplemente porque otros lo hacen, porque la competencia lo hace. Historias que contribuyan a la experiencia y que fortalezcan la relación con el cliente.

Una historia pertinente humaniza la marca, la acerca al mercado, a sus clientes. Deja de ser algo material y se convierte en algo emocional. ¿Cómo se logra esa transformación? A través de las emociones, que son la gran fortaleza de las historias, que son la gran debilidad del ser humano. Deja de ser propiedad exclusiva del sueño y se comparte con todos y cada uno de los clientes.

La clave del éxito en los negocios en el siglo XXI, sin importar qué haces o a qué te dedicas, si vendes un producto o un servicio, radica en tu capacidad para generar confianza y credibilidad. Si estableces ese vínculo con el mercado, también podrás iniciar una conversación, un interacción que se traduzca en un intercambio de beneficios. Al final, como una consecuencia, está la venta.

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Los consumidores, además, y fue algo que vimos muy marcado durante este 2020 por cuenta de la crisis provocada por pandemia, privilegian las marcas con propósito, aquellas que se identifican con sus principios y valores. La protección del medioambiente, el respeto por los animales, así como por los derechos de las minorías y la diversidad sexual son, entre otros, temas prioritarios.

Las marcas que no se comprometen, que no toman partido, que se hacen las ve la vista gorda con los problemas mundanos son rechazadas de plano por el mercado, que les exige ser activas (casi activistas). En cambio, las marcas proactivas, sensibles y, sobre todo, con empatía para genera un lazo de confianza y credibilidad se ganan un lugar de privilegio en el corazón de los clientes.

Estas son las cinco historias que debes contar para conectar con tus clientes:

1.-El origen de tu empresa. ¿Qué te motivó a crearla? ¿En qué circunstancias? ¿Quién te apoyó? ¿Qué te inspiró para comenzar? ¿Qué dificultades enfrentaste en el camino? ¿Cuántas veces fracasaste y cómo lo superaste? ¿Recuerdas a tu primer cliente? ¿Cómo ha cambiado con el tiempo? Estas y otras preguntas te permitirán darte a conocer y empatizar con el mercado.

2.- El fundador de la empresa. No importa si eres tú mismo, bien contada es una historia que vale la pena compartir. ¿Cómo se originó el sueño de crear una empresa propia? ¿Cómo fue el proceso de cristalizarlo? ¿En qué se parecen tú y tu empresa? ¿Qué sentiste el día que finalmente pudiste comenzar? No se trata de hablar de ti, de tus hazañas, sino de tus motivaciones, de tus objetivos.

3.- Los valores y principios de tu empresa. Como mencioné, hoy el mercado exige saber en qué crees, a quién sigues, hasta dónde estarías dispuesta a llegar en ciertas circunstancias, qué te conmueve o qué no harías ni por todo el dinero del mundo. Esta es la historia que te permite lograr identificación con el mercado, por la que tus clientes van a elegirte a ti, no a la competencia.

4.- Tu propósito. ¿Por qué haces lo que haces? ¿Qué te inspira? ¿Cuál es tu visión de un mundo mejor? ¿Cómo tu marca contribuye en beneficio de la sociedad, de la comunidad? ¿Qué haces cada día para cumplir ese propósito? ¿Cuál es la transformación que pretendes impulsar? El propósito es un sueño que compartes con otras personas y que los convierte en un equipo.

5.- Un día normal. Esta es una historia que casi nadie cuenta, a pesar de que ofrece múltiples beneficios. Lo mejor es que puedes contarla a través de la vida de tus empleados y, de esa forma, generar una conexión emocional y una identificación muy fuertes. El día a día en una empresa o negocio supone dificultades, errores, alegrías y logros, igual que una persona común y corriente.

5+. Un caso de éxito. La gente no compra expectativas, sino resultados. Por eso, nada mejor que contar que ya ayudaste a otros a alcanzar su meta, a cristalizar su sueño. Bien puede ser un cliente o, también, alguno de tus empleados y cómo mejoró su vida desde que se vinculó a tu empresa. Estas historias con rostro humano son muy poderosas e inspiradoras. Si las viviste, ¡cuéntalas!

Cada día más, las empresas, negocios y emprendedores se quejan de cuán difícil es ganarse el corazón de los clientes. Y la razón es que el mensaje que emiten es equivocado, porque centran sus comunicaciones en el yo o en el producto. Afortunadamente, el storytelling les da la opción de corregir ese error y lograr resultados superlativos a través de las historias. Y no es cuento, eh…

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