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Cómo una idea, inclusive mediocre, puede ser un texto digno de leer

Una idea puede ser el comienzo de tu escrito, de una historia genial o tristemente el final del proceso. Así de sencillo, así de terrible. La de requerir una idea brillante para escribir es una de las creencias limitantes más comunes y más paralizantes que existen, en especial en aquellos que se dejaron convencer de que escribir es un don, algo que los dioses reservaron para unos pocos.

Y, no, no es así. Para nada. Escribir, y no me hartaré de repetirlo, es una habilidad. Y, como tal, es algo que cualquier ser humano puede desarrollar, que tú puedes desarrollar. Por supuesto, no se trata solamente de querer hacerlo, sino de hacer lo necesario para lograrlo. Y entre una y otra hay un largo trecho, pero al final del camino también una recompensa maravillosa. ¿Tú la quieres?

Si el oficio de escribir dependiera de una buena idea, de una idea brillante, prácticamente nadie escribiría. ¿Por qué? Porque la mayoría de las ideas que pasan por nuestra mente son ideas normales, ideas comunes y corrientes. Que, valga aclararlo, no significa que sean malas ideas o ideas desechables. Son ideas, simplemente, ideas que requieren trabajo para cobrar forma.

Por decirlo de una forma sencilla y fácil de entender, una idea es una semilla. No es el árbol, no son los frutos, no son las flores. Es, nada más, la semilla, el comienzo. Una semilla, para germinar y desarrollarse, necesita que la cuides, que la protejas, que le riegues agua y que, especialmente, le des tiempo para madurar. Porque, si no se lo permites, si quieres acelerar el proceso, se va a secar.

Y eso es, precisamente, lo que ocurre con la mayoría de las ideas que pasan por nuestra cabeza. Como estamos convencidos de que solo las buenas ideas, las ideas geniales, pueden convertirse en una buena historia, en un relato digno de leer, en un artículo al que vale la pena dedicarle unos minutos, entonces abortamos el proceso. Y nos quedamos con la duda: “¿Esa era una buena idea?”.

El origen de este mal es el cuento de la tal inspiración, de ese chispazo mágico del que hablan tantos artistas, escritores o, inclusive, deportistas. Que, por supuesto, en el caso del oficio de escribir es una gran mentira, una estrategia de marketing para darles realce a las obras que acaban de salir del horno. Porque, repito, si fuera por la tal inspiración, muy pocos podríamos escribir.

¿Por qué? Porque la inspiración, en realidad, es un instante de iluminación, como un fogonazo, una chispa que se prende, ilumina lo que está a su alrededor y se apaga. En esas condiciones, entonces, ¿cómo escribir una novela, por ejemplo? Se requerirían cientos de instantes de inspiración, miles o millones de esos chispazos, y así no funciona, porque nadie los puede provocar.

Lo que tú (o cualquier ser humano) si puedes provocar es que una idea común y corriente se transforme en una historia brillante, en un gran relato, en un artículo encantador. La idea es como la pasta cuando quieres preparar una lasaña: es el punto de partida. Sin embargo, para que sea una lasaña necesitas carne, pollo, queso, tomate, quizás champiñones y otros condimentos.

Y tienes que saber cómo combinarlos, cómo prepararlos. Y tienes que saber también cómo se debe alistar el molde, a qué temperatura debe estar preparado el horno y cuánto tiempo se demora la cocción. Lo mismo sucede con una idea: ella solita no es nada. Necesita que tú la acompañes, que la rodees de los elementos requeridos, que la cultives y le permitas madurar.

¿Y eso cómo se hace?, te preguntarás. Con paciencia y método, mi querido amigo. Inclusive un avezado periodista de medios, que recibe el dato de un hecho importante y en segundos debe convertirlo en una noticia de primera plana, necesita algunos minutos para digerir la idea, para entender su dimensión, para determinar qué elementos requiere para escribir algo impactante.

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Por supuesto, esa es otra habilidad que se desarrolla con la práctica, con la repetición. Nadie nace aprendido. Algunos lo hacen más fácil y más rápido que otros, pero no porque posean un don o porque sean más inteligentes. Después de un tiempo, además, esa habilidad se convierte en algo automático que se puede llevar a cabo en segundos, pero está lejos de la tal inspiración.

Por lo general, cuando un cliente me pide que escriba un artículo, un correo electrónico o el libreto de un video, puedo demorarme hasta dos días en sentarme frente al computador para escribir. ¿Por qué? Es el tiempo que requiere la idea básica para germinar, para madurar, para transformarse en algo que valga la pena escribir y leer. Terminado ese proceso, ya puedo escribir.

Y lo hago sin bloqueos, en un envión. Funciona así porque, además, en ese tiempo previo hice la investigación que se requería, determiné cuáles son los elementos adicionales que me van a servir para plasmar el mensaje adecuado y, sobre todo, recreé en mi mente esa situación de la que voy a escribir. En otras palabras, les di rienda suelta a la imaginación y a la creatividad para que me ayudaran.

Claro, también están el plan y la estructura. Recuerda las 8 preguntas que te ayudarán a darle estructura a tu texto: debes saber cuáles vas a responder, en qué orden, cuáles no vas a tener en cuenta para ese texto en particular. Así mismo, debes saber cuál será el recorrido de tu relato, es decir, el comienzo, la trama, el conflicto, los personales, el punto bisagra, la transformación y el final.

Podrás decirme que se antoja bastante complejo, pero no es así. Es cuestión de práctica: cuanto más practiques, mejor y más rápido lo harás. No hay otro libreto, no hay fórmulas, no hay magia. A la postre, es algo que se convierte en una rutina, en un paso a paso consciente. Es por lo que una persona común y corriente, con ideas comunes y corrientes pude escribir textos maravillosos.

Recapitulemos:

1.- No necesitas LA GRAN IDEA para comenzar a escribir. Puedes hacerlo, inclusive, a partir de una idea normal o de una idea mediocre

2.- La idea es simplemente el comienzo, el punto de partida, pero es insuficiente. Requieres sumar el resto de elementos, en especial el contexto (al que me referiré en una próxima nota)

3.- Una buena idea sin una buena estructura no llega a ninguna parte. Se necesitan la una a la otra, son complementarias. Sin una buena estructura, una buena idea se marchita

4.- De la misma manera, el plan es indispensable: ¿qué mensaje quieres transmitir?, ¿con qué elementos cuentas para hacerlo?, ¿qué tan profundo será el escrito?…

5.- Así como una semilla no se convierte en árbol y da frutos de la noche a la mañana, de un día para otro, una idea requiere tiempo de maduración para germinar y florecer

6.- Para que una idea se transforme en una gran idea, en una gran historia, requiere que la acompañen otras ideas. Las ideas son como las hormigas: el trabajo en equipo es su poder

7.- Una idea solo te servirá si crees en ella, si la adoptas con convicción. Si tú eres el primero que duda de ella, quizás nunca puedas escribir a partir de esa idea o tu escrito será mediocre

8.- Para el escritor, una idea es como una hija: hay que mimarla, cuidarla, ayudarla, darle soporte, rodearla bien. Si cumples ese objetivo, ella sabrá agradecértelo

9.- Olvídate de la idea de las ideas novedosas: la rueda ya fue inventada, al igual que el agua tibia. Lo que cambia, lo que hace única una idea es lo que haces con ella, cómo la transmites

10.- Recuerda que muchas de las creaciones maravillosas de la humanidad partieron de una idea normal o, inclusive, de un error: no mates tu idea sin haberle dado una oportunidad…

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El tal ‘bloqueo mental’ es mentira: ¿cómo comenzar a escribir?

No porque se repita una y otra vez sin cesar, porque esté en la memoria de muchas personas, una mentira se convierte en verdad. Aunque esté muy arraigada en las creencias populares, aunque haya quienes crean que es una verdad sentada sobre piedra, en algún momento la mentira se cae por su propio peso y la verdad sale a flote. Y no creas que sucede solo en las películas y la ficción.

También, en la vida real. Por ejemplo, cuando alguien dice “estoy bloqueado y no puedo escribir”. Se antoja una sentencia, un argumento contundente, pero solo es una mentira. Que surge de los testimonios de algunos escritores y otros artistas famosos que, en algún período de su vida, se enfrentaron a esta eventualidad, pero que está lejos de ser una incapacidad para crear o producir.

En el fondo, lo que sucede es que muchas personas creen que escribir, pintar, cantar, cocinar o cualquier actividad que esté ligada a un proceso creativo depende de lo que llaman inspiración. El Diccionario de la Lengua Española (DLE) define este término, en su tercera acepción, como “El estímulo que anima la labor creadora en el arte o la ciencia”. Como ves, no es un don o algo así.

El premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, uno de los creativos más importantes de la historia, solía decir que sus geniales escritos eran “99 por ciento producto de la transpiración y el restante uno por ciento, de la inspiración”. Es decir, trabajo y más trabajo, investigación, además de conocimiento y sensibilidad. Por supuesto, un poco de magia, un 1 %, no está nada mal.

En 1981, cuando la Academia Sueca le otorgó el Nobel, los periodistas corrieron presurosos a Aracataca, en cercanías de la Sierra Nevada de Santa Marta, a entrevistar a Luisa Santiaga Márquez, la madre del escritor. El objetivo principal era que les contara detalles de la niñez de Gabo, de su crianza, de su juventud y, especialmente, que les revelara el gran secreto.

¿Cuál? La fuente de inspiración del genial escritor. Con el desparpajo habitual de la mujer costeña, les respondió: “¿Inspiración? Lo único que les puedo decir es que Gabo tiene muy buena memoria, porque todo lo que escribe alguien se lo contó”. ¡Plop! Por supuesto, fue una gran decepción para ellos, que no se percataron del detalle importante: antes que escritor, Gabo era un periodista.

La verdad, más que eso: un reportero nato de los de antes, un sabueso de la noticia. Un obsesivo investigador, detallista y paciente, y también un escritor creativo, con una imaginación increíble. Pero, no vayas a cometer otro error común: el de creer que Gabo, o cualquier otro genio de la literatura o el arte, poseía un don. Recuerda: “El 99 % es transpiración y el otro 1 %, inspiración”.

La verdadera magia de Gabo, su secreto, es que estaba muy bien informado. Cada vez que se sentaba frente a la máquina de escribir, en su época de periodista, o del computador, en la de escritor, la historia estaba completa en su cabeza. ¿Eso qué quiere decir? Que ya había procesado toda la información, que ya sabía por dónde comenzar, cómo seguir y adónde quería llegar.

Nada de improvisación, pura información. Uno por ciento de inspiración y 99 % de transpiración, de trabajo. Por supuesto, la imaginación, la creatividad, son parte muy importante del proceso, pero esas capacidades no son exclusivas de Gabo, de Miguel Ángel, de Pablo Picasso o, por ejemplo, de un compositor, de un deportista talentoso como Roger Federer o Tiger Woods.

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Eso, por si todavía no te diste cuenta, es una excelente noticia. ¿Por qué? Porque tú, como cualquier otro ser humano, eres creativo, tienes imaginación. Además, si te interesa escribir, estás en capacidad de investigar, de recolectar buena información a través de diversas fuentes; eso también se aprende. Y, por si faltara algún ingrediente, puedes desarrollar esta habilidad.

Porque, en el fondo, escribir es eso: una habilidad. Que, para el caso, Gabo desarrolló, trabajó, pulió y perfeccionó hasta que se convirtió en un escritor superlativo, único. Y, créeme, tú también puedes hacerlo. Quizás no al nivel de Gabo o de algún otro artista reconocido, pero sí en la medida necesaria para escribir un libro. ¡Sí, un libro!, o cualquier otro texto que sea digno de leer.

Es justo decir, sin embargo, que todos los seres humanos estamos expuestos a un eventual bloqueo mental. Aunque hayamos desarrollado la habilidad, aunque tengamos el conocimiento, aunque poseamos la información necesaria, aunque transpiremos mucho en el proceso. Suele ocurrir, principalmente, cuando nos sentamos frente al computador y aún no estamos listos.

¿Eso qué quiere decir? Que no sabemos por dónde comenzar, o cuál será el final, o hay aspectos del texto (o de la historia) que no están definidos. En otros palabras, porque hay cabos sueltos. Y mientras no los ates todos, el bloqueo siempre será una posibilidad latente. Antes de sentarte a escribir, necesitas que todas las piezas del rompecabezas encajen, que no falte ninguna.

El proceso de escribir es, de muchas formas, algo muy parecido a cocinar. Si tienes a mano la receta, si cuentas con todos los ingredientes y sigues el paso a paso lo más probable es que prepares un platillo delicioso. Quizás no sea perfecto, pero podrá comerse sin riesgo de sufrir una indigestión. Quizás después de tres o cuatro intentos, o en el quinto, logras el punto ideal.

El tal bloqueo mental no es más que falta de información, falta de un plan definido, de una historia estructurada y consistente. El tal bloqueo mental no es más que el resultado de un proceso que fue acelerado, que se saltó algún paso. El tal bloqueo mental no es más que la muestra de que te sentaste frente al computador antes de haber armado por completo el rompecabezas.

No basta el conocimiento, no basta el talento, no basta invocar la inspiración: para evitar el tal bloqueo mental tienes que haber creado tu historia, tu relato, completamente en tu cabeza. El ciento por ciento: el 99,9 no sirve, porque en algún momento esa pequeña duda provocará que tu mente quede en blanco. Por supuesto, eso es algo que también se aprende con la práctica.

Puedes comenzar elaborando una lista detallada del paso a paso, como una receta. Estableces la idea de partida y luego, una tras otra, las ideas complementarias que te permiten desarrollar la historia o el relato. Y también el final. No necesitas que esa lista tenga 10 o 100 pasos: con tres o cinco, al comienzo, mientras aprendes e incorporas el hábito, mientras educas tu mente, bastará.

Y, por favor, ni se te ocurra comenzar a escribir pensando en que vas a producir una gran novela, un libro que te signifique un premio. Ve paso a paso, de lo pequeño a lo grande, de lo simple a lo más complejo, de lo que dominas absolutamente a lo que te exige un trabajo de investigación. Eso sí, antes de sentarte a escribir debes haber diseñado el camino que vas a seguir, tu receta.

Por último, no olvides que el hábito hace al monje. Es decir, si solo escribes una vez a la semana o al mes, quizás nunca desarrolles la habilidad o tardes mucho tiempo en alcanzar el objetivo que persigues. Escribe cada día, aunque sea un poco, unos cuantos párrafos, y antes de que te des cuenta se convertirá en una rutina, perderás el miedo y le dirás adiós al tal bloqueo mental.

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