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La negociación, el poder oculto de la verdadera comunicación

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Los seres humanos, aun cuando estamos quietos y en silencio, nos comunicamos todo el tiempo. De hecho, lo que hacemos mientras dormimos dice mucho de cada uno. Se trata de un privilegio único, la característica que nos distingue del resto de las especies del planeta y, quién lo creyera, de manera irónica, fuente principal de muchas de nuestras desventuras.

En efecto, y seguro lo has padecido, somos víctimas de la premisa de “el pez muere por la boca”. O, de otra manera, solemos tropezar más con la lengua, cuando hablamos, que con los pies, cuando caminamos. Decimos cosas que no queríamos decir, o las decimos de una forma distinta a como deseábamos, o las decimos a las personas equivocadas en un mal momento.

Un contrasentido, sin duda, porque el objetivo último de la comunicación es la comunión. Es decir, establecer y fortalecer vínculos o relaciones, intercambiar conocimiento y experiencias que se traducen en valiosos aprendizajes. Sin embargo, hacemos un uso inadecuado de las palabras, de los mensajes; nos comunicamos para destruir, para herir, no para construir.

La comunicación está con el hombre desde que el hombre está en este mundo. Primero, de una forma arcaica para transformarse al ritmo que el ser humano evolucionó. Han pasado miles de años y, aunque parezca increíble, todavía no aprendemos a comunicarnos. O, quizás, todavía no entendemos cuál es el beneficio de esa habilidad que nos hace únicos.

La esencia de la comunicación es el intercambio de ideas, conocimientos y experiencias. Y no solo eso: también, creencias, pensamientos, sentimientos, miedos y sueños. Es tal el valor que le damos a la comunicación, que hablamos con las plantas o los animales, a sabiendas de que no nos pueden responder. Y nos sentimos incómodos con el silencio, nos atemoriza el silencio.

Lo más increíble, sin embargo, es que en la era de la tecnología y la comunicación, un tiempo en el que disfrutamos de herramientas y recursos que no tuvieron otras generaciones, cada vez es más difícil comunicarnos. Porque sí, estamos en contacto, al instante, pero no hay una verdadera comunicación. Y ni hablar de esas conversaciones en las que te dejan en visto.

Es como conversar con una pared o con un árbol. Disponemos de facilidades únicas, que van más allá de lo que habíamos imaginado, pero no sabemos usarlas. O, peor, las usamos mal. Somos reacios a cumplir con ese objetivo básico del intercambio de ideas, conocimientos y experiencias, quizás porque desconocemos que “lo que no se comparte, no se disfruta”.

De igual manera, “lo que no se comparte, no se multiplica (se marchita)”. Lo hacemos, quizás, porque nos cuesta dar (sin esperar a cambio), porque nos enseñan a pedir o a recibir. O, a lo mejor, porque olvidamos que, en esencia, todas las conversaciones son negociaciones. Pero, ojo, sin caer en el error de asumir que una negociación es sinónimo de una transacción.

Negociar entendido como “tratar asuntos públicos o privados procurando su mejor logro”. Con sinónimos como acuerdo, pacto, convenio, ceder, traspasar o transferir. La dinámica es muy sencilla: “yo te doy, tú me das”. Ojalá en la misma medida, aunque en la práctica es difícil, casi imposible. Lo fundamental es que entre las partes haya un ánimo de negociar, de compartir.

Un matrimonio es un ejercicio de negociación. Diario, continuo, en el que la verdadera comunicación es un pilar. Una negociación que, además, cambia con el tiempo porque los seres humanos cambiamos con el tiempo. Hay nuevas prioridades, nuevos miedos, nuevas responsabilidades, nuevas oportunidades. Si no sabes negociar, tu matrimonio puede ser un caos.

O una amistad. Una relación que, seguro lo sabes, enfrenta retos, a veces difíciles, a lo largo del tiempo. Hay que negociar tiempos, intereses, la participación de otros. Y aprender a adaptarse a los cambios bajo la premisa que, aunque no se encuentren, aunque no se vean, los amigos se comunican todo el tiempo. La comunicación, fluida y honesta, es la base de la negociación.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que nos comunicamos más con la intención de solo decir lo necesario, lo justo. ¿La premisa? No exponernos. Una práctica que va en contravía de la esencia de la comunicación, que como mencioné es la de establecer lazos, puentes, vínculos. Y una vez hecha esta tarea, fortalecerlos, extenderlos, promover el intercambio de beneficios.

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Lo que hay detrás de esa actitud, de esa prevención, es el temor a la vulnerabilidad. En especial, a esa sensación de sentir que los demás nos reprocharán, nos desaprobarán, nos criticarán. Creemos que “si digo solo lo necesario, lo justo” vamos a estar protegidos, pero no es así. El único resultado es que echamos a perder el poder del acto de la comunicación.

En los años 90, uno de los agentes de la CIA ganó notoriedad por su don para persuadir a los sospechosos durante los interrogatorios. Su nombre era Jim Lawler y escribió varios libros acerca de contraespionaje, lucha contra el terrorismo y armas de destrucción masiva. Era un especialista en conseguir una conexión poderosa con otras personas y obtener respuestas clave.

¿Su táctica? Tan sencilla como efectiva: mostraba interés por los sentimientos del otro. Eso que llamamos empatía. Eso, por supuesto, no tiene nada de extraordinario, pues se trata de una capacidad que poseemos todos los seres humanos. ¿Entonces? Exponía su propia vulnerabilidad, contaba sus anécdotas personales y provocaba que los demás le correspondieran.

Al sentirse en el mismo plano que su interrogador, los sospechosos derribaban las barreras y se abrían. Contaban lo que Lawler quería saber y muchos confesaban sus delitos. Conseguía establecer un ambiente de franqueza y de confianza único y hacía que esas personas, reacias a hablar, a declarar, lo hicieran con soltura. Y, por supuesto, no había magia: era el poder de las emociones.

Las emociones, por si no lo sabes, son los cimientos de la civilización humana. El cerebro las reconoce tan bien que las personas las utilizamos para buscar aliados, compañía y parejas. Es a través de las emociones que conectamos con nuestros padres, que establecemos lazos de amistad, que formamos parte de comunidades y, lo mejor, descubrimos un lugar en el mundo.

Irónicamente, nos han enseñado que la vulnerabilidad es ‘mala’, pero no es cierto. De hecho, si no permites que las emociones te dominen, a través de la vulnerabilidad podrás conseguir una conexión genuina con los demás. Genuina y también, poderosa, transformadora. Una de esas conexiones que disfrutas y agradeces porque te brindó una experiencia positiva.

En un mundo en el que padecemos el efecto de hacer mal uso de la tecnología, de los canales digitales, la autenticidad que se desprende de la vulnerabilidad es un elíxir. Cuando exhibes tus emociones con transparencia, verás cómo las otras personas se abren contigo, de manera recíproca. Esa es la negociación, silenciosa y poderosa, que surge de la comunicación real.

Cuando pierdes el temor a sentirte vulnerable, cuando descubres el tesoro que reposa dentro de ti en forma de recuerdos, experiencias y aprendizajes, estás en capacidad de lograr conexiones únicas. Es a través del acto de compartir lo que eres que puedes identificarte con otras personas que han vivido algo parecido, más allá de que la circunstancias fueran distintas.

Esa comunicación genuina, auténtica, derriba las barreras de las diferencias. Es la razón por la cual puedes conversar animadamente, productivamente, con alguien que piensa distinto. Por ejemplo, personas con creencias políticas o religiosas opuestas o acérrimos aficionados a dos equipos rivales en algún deporte. Así pueden comunicarse de manera enriquecedora.

Mientras haya un punto de unión, aunque sea pequeño, es suficiente. Lo demás, eso que algunos llamarán magia, se producirá por cuenta de esa increíble capacidad de los seres humanos de conectar con otros. Cuanto más fluida, libre y espontánea sea la comunicación, cuanto más control tengas de las emociones involucradas, más fructífera será la negociación.

Moraleja: los seres humanos somos la especie privilegiada. Disponemos de herramientas, de recursos, de habilidades y de posibilidades que nos hacen únicos. A través de la comunicación genuina, constructiva e inspiradora, se crean sinergias increíbles, transformadoras. Es posible comprender significados ocultos, hallar similitudes y, lo mejor, controlar las emociones.

La clave radica en entender que comunicarnos es un privilegio y una responsabilidad. Es decir, en ser conscientes del uso que le damos, del objetivo de nuestra comunicación, del poder de los mensajes. Aprovechar lo que la vida nos ha dado de manera generosa y compartirlo con otros sin prevenciones, sin dobles intenciones, promoviendo negociaciones ganadoras.

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Sin estas habilidades comunicativas, tus relaciones serán tormentosas

¿Recuerdas cuando eras niño y soñabas con ser abogado? ¿O doctor? ¿O futbolista? ¿O piloto de avión? ¿O, inocentemente, ser como tu papá? Sueños que con los años se diluyeron o, quizás, se transformaron porque en la juventud soñabas con ser chef gourmet, una estrella del rock, un actor de telenovelas o un emprendedor. Lo curioso, lo irónico, fue que la vida te llevó por otros caminos.

Sí, y quizás hoy eres un sicólogo, un comunicador, un coach. Y tu deporte favorito es el golf (el que antes decías “eso es para los viejos”) y lejos quedaron las parrandas de los viernes porque ahora prefieres estar en la paz de tu casa con tus hijos. Y, prepárate, porque es muy probable que la idea que tengas de la vejez ni siquiera se acerque a la realidad que vas a vivir. Quizás será mucho mejor.

Si te das cuenta, así es la vida. A veces, muchas veces, no nos da lo que anhelamos, lo que creemos merecer, y nos entrega algo distinto. Y, si lo piensas, casi siempre fue algo mejor, algo que te convenía más. Solemos decir “la vida me quita y la vida me da”, aunque la verdad es que la vida simplemente nos proporciona las opciones, los caminos, y cada uno elige el que más le gusta.

Que, a la larga, cuando volvemos la vista atrás y vemos la vida en perspectiva, se nos antoja mejor o peor, mejor en algunos aspectos, peor en otros. Sin embargo, eso no es lo que importa en verdad porque lo que en realidad debemos valorar es el aprendizaje. Que, seguramente lo sabes, es lo único que nos queda, lo más valioso que atesoramos y lo que nos permite construir un legado.

Un camino en el que, además, nos hemos convertido en una persona distinta. Sí, distinta de la que nuestro entorno nos decía que íbamos a ser; distinta de la que nos imaginamos en la niñez; distinta de la que éramos hace 10 o 5 años. Piensa, por ejemplo, que todos los seres humanos somos hoy distintos de como éramos antes de la pandemia, un evento que nos cambió, nos obligó a cambiar.

Para bien y para mal, por supuesto. Para la mayoría, cambiaron las prioridades y muchos se dieron cuenta de que su ocupada vida carecía de un propósito. Algunos más reflexionaron acerca de la forma en que vivían su vida y, después de lo padecido, decidieron cambiar el rumbo. Y, algo que no podemos olvidar, nos obligó a todos a cambiar algunos hábitos, a desarrollar nuevas habilidades.

Fue, sin duda, un aprendizaje doloroso, un proceso de adaptación que bien hubiéramos podido realizar sin necesidad de un evento extraordinario como ese. Sin embargo, no hay que olvidar que los seres humanos somos reacios al cambio, nos resistimos a él hasta que los hechos nos fuerzan a hacerlos. Y después nos damos cuenta de que fue positivo, reconocemos que los necesitábamos.

Una premisa que se aplica a prácticamente todo en la vida, especialmente a esas actividades en las que nos relacionamos con otros. La dinámica del cambio, que avanza cada vez más rápido, nos exige desarrollar habilidades para poder responder a los nuevos retos, sobre todo en el ámbito laboral. Lo que ayer nos permitía sobresalir hoy es insuficiente y se requiere algo más, un plus.

En los años 80, principalmente, nos dijeron que teníamos que desarrollar las habilidades duras. ¿Las recuerdas? Aquellas adquiridas a través del estudio y la experiencia, que nos sirven para obtener resultados satisfactorios a la hora de realizar un trabajo o desempeñar un oficio. Se les conoce también como hard skills y demandaban habilidades técnicas indispensables para el éxito.

En aquel momento, se concibieron estas habilidades duras (después aparecieron más):

1.- Habilidades analíticas (comprensión e interpretación de datos)

2.- Habilidades en tecnologías de la información (investigación, programación)

3.- Conocimientos básicos de computación (email, gestión de redes sociales)

4.- Habilidades de servicio al cliente (respuesta oportuna y resolución de problemas)

5.- Habilidades de presentación (comunicación visual, diseño gráfico)

6.- Gestión de equipos (negociación, finanzas, contratación)

7.- Gestión de proyectos (presupuesto, seguimiento, presentación de propuestas)

8.- Marketing (gestión de embudos, captación de clientes, SEO, SEM)

9.- Escritura (desde lo básico hasta lo especializado como storytelling)

10.- Diseño (producción de piezas gráficas sencillas y especializadas)

Para optar por un buen cargo o un ascenso, debíamos acreditar la mayor cantidad posible de estas habilidades. Al menos, en el nivel básico. Lo curioso es que si hoy vemos el mercado laboral, más de tres décadas después, comprobamos que la mayoría de los empleados NO cumple con estas habilidades duras. Aunque ya no importa tanto, porque pasaron a un segundo plano.

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¿El motivo? En la década de los 2000 nos vendieron la idea de las habilidades blandas, las nuevas joyas de la corona. Son aquellas competencias personales y sociales que facilitan las relaciones humanas y nos permiten desenvolvernos con éxito en cualquier ámbito de la vida, incluido el laboral. A diferencia de las duras, no son un conocimiento teórico, sino, más bien, cualidades.

¿Cuáles son esas habilidades blandas? (hay más, pero estas son las principales):

1.- Gestión del tiempo (capacidad para ser más productivos en menor tiempo)

2.- Pensamiento crítico (analizar, discernir y decidir)

3.- Gestión del estrés (saber poner límites y priorizar la salud)

4.- Habilidades de comunicación (a la escrita, se unen la verbal y la no verbal)

5.- Gestión del cambio (actitud positiva para adaptarse a los nuevos escenarios)

6.- Liderazgo (capacidad para comandar equipos y llevarlos al éxito)

7.- Resiliencia (saber enfrentar las dificultades y salir fortalecidos de ellas)

8.- Creatividad (capacidad para generar ideas innovadoras)

9.- Persuasión (construcción de mensajes que inspiren acciones por parte de otros)

10.- Inteligencia emocional (gestión adecuada de las emociones)

Después de que nos embarcamos en la tarea de acumular créditos académicos que nos permitieran demostrar que poseíamos las habilidades duras, nos cambiaron el libreto. Y, entonces, las habilidades blandas pasaron a ser prioridad para las empresas. ¿El problema? Que, dado que no están delimitadas teóricamente, cada quién las interpreta como quiere, las acomoda a lo que quiere.

Sin embargo, tal y como lo cantaba la gran Mercedes Sosa, “cambia, todo cambia”. Las habilidades blandas se han transformado, han evolucionado, y ahora la prioridad son las power skills o habilidades de poder. Son una combinación de las duras y de las blandas y son las que en realidad forman la base del talento personal y profesional. ¿La clave? Son las que hacen único al trabajador.

¿Cuáles son esas power skills más demandadas por el mercado laboral hoy?

1.- Resiliencia

2.- Gestión del tiempo

3.- Liderazgo y gestión de equipos

4.- Comunicación

5.- Adaptación al cambio

6.- Resolución de conflictos

Es probable que hayas notado que las habilidades comunicativas están incluidas en las tres fases de la evolución: duras, blandas y de poder. No debería extrañarnos, porque finalmente la capacidad para comunicarnos conscientemente es lo que nos hace únicos a los seres humanos. Lo irónico es que, quizás porque sabemos que están ahí, no las valoramos o, peor, las despreciamos.

Si algo deberíamos haber aprendido de la pandemia fue que necesitamos de los demás. Haber salido airosos de ese episodio solo fue posible gracias a la acción conjunta, al simple acto de cuidarnos nosotros primero y cuidar de los otros. Y la distancia, el encierro y las emociones nos recordaron el poder de la comunicación, pilar fundamental de las relaciones entre los humanos.

Lo irónico es que hoy, en la era de la comunicación, de la tecnología que nos permite establecer relaciones con otras personas salvando las distancias, la diferencia horaria, el idioma, la cultura y hasta las creencias, comunicarnos es cada vez más difícil. Estamos conectados 24/7, disponemos de aplicaciones maravillosas (y gratuitas) y canales poderosos, pero nos cuesta comunicarnos.

Esa, sin duda, es una de las principales razones por las cuales las relaciones actuales son conflictivas, tóxicas, agresivas, histéricas. Aunque la tecnología nos ha brindado las herramientas más poderosas de la historia de la humanidad, los seres humanos no sabemos usarlas, las usamos mal o, lo peor, renegamos de aquello que nos hace únicos: la capacidad para comunicarnos.

La capacidad que, no sobra recalcarlo, es la mayor cualidad de los líderes más influyentes, de las personas que dejan huella en la vida de otras a través de su trabajo y tanto de las empresas (marcas) y de los profesionales independientes que monetizan su conocimiento. No son buenos vendedores, sino excelentes comunicadores que han desarrollado y potenciado las power skills.

Las principales power skills comunicativas que requieres para sobresalir son las siguientes:

1.- Escucha activa. No es oír, sino escuchar con atención, con actitud curiosa, sin interrumpir, sin cuestionar. Que la otra persona se sienta valorada, apreciada, respetada, algo que agradecerá. Algo importante: la escucha activa no solo a las palabras, sino también a emociones o sentimientos.

2.- Comunicación empática. El siguiente paso tras la anterior. Primero escuchas y luego respondes o das tu opinión bajo las mismas premisas. ¿La clave? Brindar información de valor a través de la cual la otra persona se siente atendida, comprendida y, sobre todo, valorada y respetada.

3.- Pensamiento crítico. Surge de la capacidad para controlar las emociones y evitar las reacciones instintivas. Incorpora la capacidad de analizar la información recibida y ofrecer respuestas efectivas. Es un paso adelante de lo que conocemos como “pensar antes de hablar”.

4.- Retroalimentación efectiva. No somos perfectos y a veces carecemos del conocimiento requerido para realizar ciertas tareas, así que un feedback constructivo nos brinda aprendizaje. Incorpora la habilidad de utilizar las técnicas del mensaje persuasivo y del storytelling.

5.- Hablar en público. Estamos en un mundo hiperconectado en el que las reuniones, virtuales o presenciales, son pan de cada día y en el que, a través de internet, tienes contacto con audiencias masivas que esperan lo mejor de ti. Además, si no quieres ser invisible, necesitas comunicarte.

6.- Aptitudes de negociación. Aunque el objetivo primordial es el intercambio de beneficios, no siempre es fácil lograr acuerdos. Hay que aprender a ceder, a buscar puntos de coincidencia, a construir sinergias que redunden en avances para ambas partes. ¿La clave? Una actitud positiva.

Sin importar cuál es tu profesión, a qué te dedicas o qué labor que desempeñas; si eres una empresa, un negocio, un emprendedor o un profesional independiente, las habilidades comunicativas te permitirán establecer sólidas relaciones a largo plazo, basadas en la confianza y la credibilidad, para lograr lo que deseas. La tecnología brinda las herramientas, pero la magia la pones tú.

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