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La pereza, además de un pecado capital, es una de tantas verdades hechas a partir de la reiteración que nos sirve como una plácida zona de confort. Aunque nos provoque un poco de sonrojo, debemos admitir que los seres humanos, todos, somos perezosos. Es decir, en determinadas circunstancias somos flojos, holgazanes para cumplir con algunas tareas.
Es lo que está detrás de aquellas máximas “no puedo”, “no nací para esto”, “lo he intentado y no lo conseguí” y otras más que aprendemos a partir del ejemplo de otros. Frases fáciles que creemos nos van a liberar de la responsabilidad, y de hecho a veces así es. Sin embargo, casi nunca nos despoja de la culpa, que la cargamos como una pesada lápida. Es algo agotador.
Nos rendimos fácil, es la verdad. Renunciamos a nuestros sueños sin darnos cuenta de que son más que una ilusión. ¿A qué me refiero? Cumplir un sueño puede llegar a cambiar el rumbo de tu vida. Entre otras razones, porque es la demostración de que “sí puedes”, “de que sí naciste para conseguir lo que quieras”. Esta, como cualquier moneda, tiene dos caras.
Lo que sucede es que no todos estamos dispuestos a pagar el precio que corresponde. Porque nada es gratis en la vida, en especial, lo bueno. Aprender un segundo idioma implica un esfuerzo, disciplina, trabajo y disposición. Hay algunos más sencillos de aprender porque son afines a tu lengua nativa, pero es posible aprender cualquier idioma, sin limitación.
De hecho, hay personas que dominan a la perfección (hablado y escrito) más de 10 idiomas. O, quizás, conoces a alguien que es muy bueno (mejor que el promedio) en varios deportes, lo que implica aprender los fundamentos de la técnica y ponerlos en práctica. El mensaje que te quiero transmitir es que los seres humanos disponemos de lo necesario para aprender.
Y cuando digo “lo necesario” no significa que ya lo sabemos todo, sino que lo podemos aprender todo. Y no solo eso: con dedicación, disciplina y trabajo, podemos ser buenos en lo que nos propongamos. No hay más límites que aquellos que te imponen tu mente, los hábitos adquiridos y tus miedos. Sin embargo, a estos rivales los puede vencer.
Una de las manifestaciones más comunes de esta creencia limitante es aquella de pensar, y asumir, que no somos creativos. O, en otras palabras, que la creatividad es un don especial que les fue concedido a unos pocos. Y no es cierto: todos, sin excepción, somos creativos, aunque en distintas áreas o tareas. Lo primordial es descubrir en cuál, y aprovecharla.
El diccionario nos dice que creatividad es “la facultad de crear” y nos ofrece como sinónimos “inventiva”, “imaginación”, “ingenio” y la tristemente malinterpretada y nunca comprendida “inspiración”. A primera vista, sin embargo, el diccionario no nos dice lo más importante. ¿Sabes a qué me refiero? A que se trata de una capacidad innata, de una habilidad.
Ya lo había mencionado antes: todos los seres humanos, sin excepción, podemos aprender lo que queramos. Y no solo eso: también podemos ser muy buenos en esa actividad, sea cual sea. Pintar, cantar, correr, nadar, escribir, interpretar datos, diseñar, cocinar, enseñarles a otros, en fin. No hay límites, repito. Sin embargo, la clave está en la palabra facultad.
¿Sabes cuál es su significado? “Poder o derecho para hacer algo”, así como “Aptitud, potencia física o moral”, cuyos sinónimos son “capacidad”, “inteligencia” y “talento”, entre otros. Entonces, descubrimos algo que, a mi parecer, es superpoderoso: la creatividad, esa facultad que muchos creen es un don, en realidad se trata de una decisión, de una elección.
Es decir, tú eliges en qué quieres ser creativo. O, de otra forma, tú pones los límites. Si tú decides ser creativo para aprender inglés, lo harás y seguramente en un nivel superlativo, al punto de no desmerecer ante un nativo. O, quizás, eliges ser un muy buen diseñador y lo consigues a partir de tu aprendizaje, de tu dedicación, de tu disciplina, de tu creatividad.
Ahora, te voy a revelar un secreto que seguramente desconoces y que, si lo aprovechas, si lo sabes adaptar a tu trabajo creativo, cambiará los resultados (y quizás cambie también tu vida). Vamos: la creatividad es producto de un método. A lo mejor piensas “es lógico” o, más bien, “es una locura”. No importa cuál opción tomes, porque te daré un ejemplo irrefutable.
Uno de los seres humanos que fue etiquetado como genio, como creativo en nivel superlativo, fue Walt Disney. No tengo que decirte quién fue, porque todos lo disfrutamos desde la niñez con sus maravillosas creaciones. Su habilidad se manifestaba a través de dibujos animados, de caricaturas, que fueron la base de sus películas. Ese era el insumo, pero faltaba más.
Robert Dilts, uno de los mayores impulsores de la Programación Neurolingüística, autor de varios libros sobre el tema, y experto en la PNL aplicada a la creatividad, desentrañó el método creativo de Disney. Estableció que contempla tres etapas y junto con su equipo de trabajo se dio a la tarea de aplicar y replicar estos conceptos en el ámbito empresarial.
Estos son los roles o etapas del proceso creativo de Walt Disney:
1.- El soñador.
Walt Disney solía repetir esta frase: “Si puedes soñarlo, puedes crearlo. Recuerda que esto comenzó con un ratón”. El punto de partida de todo proceso creativo, cualquiera, es una idea. Tan solo una idea. Ni siquiera una buena idea, o una genial. Y las ideas, todas, quizás ya lo sabes, están en ti: en tu conocimiento, valores, principios, experiencias y, claro, sueños.
Deja volar la imaginación, libre, caprichosa. Y nútrela, para que te permita generar nuevas y mejores ideas. Lee, haz ejercicio, aliméntate bien, haz lo que te gusta, medita, pasa tiempo de calidad con tu familia y seres queridos, sé generoso con quienes tienes menos que tú. Y algo más: observa, escucha, abre tus sentidos a las experiencias más simples de la vida.
2.- El realista.
La magia de las creaciones de Disney radica, entre otras razones, en que la delgada línea que divide la imaginación de la realidad es difusa unas veces y otras, magistralmente manejada. Todo lo que el hombre ha creado desde siempre incorpora una dosis de realidad y la razón es muy sencilla: nuestro cerebro crea a partir de lo que ya conoce, de lo que le has enseñado.
Otro aspecto que debes considerar: ¿qué tan atractiva es esa idea, esa creación, para otras personas? Y algo más: ¿en ese justo momento cuentas con los recursos necesarios para crear lo que imaginas? ¿Qué hace falta? ¿Cómo lo conseguirás? El proceso creativo de cualquier idea, de una buena idea, requiere un polo a tierra que aporte credibilidad.
3.- El crítico.
Olvídate de caer en la misma trampa en la que se extinguen las buenas ideas. ¿Sabes cuál es? Enamorarte de ella, pensar que es perfecta, asumir que le encantará a todo el mundo. En esta etapa del proceso se trata de mirar tu idea en perspectiva y detectar eventuales vacíos o debilidades que puedan manifestarse más adelante y, lo más triste, echar a perder la idea.
De lo que se trata es de blindar tu idea para que pueda convertirse en el producto creativo que tanto anhelas, el que soñaste. Ponlo a prueba con tu familia, tus amigos, con algunos compañeros de trabajo, con alguien con quien no tengas relación. Validar es fundamental porque nos permite identificar los errores en un escenario que podemos controlar.
¿Eso es todo? No, es la punta del iceberg. ¿A qué me refiero? Siempre se requiere algo más, porque como mencioné al comienzo, la idea, la mejor de las ideas, es tan solo el comienzo. Para que se convierta en una creación que valga la pena compartir, que sea apreciada por quienes la reciben y, en especial, que les aporte valor, se requiere que la rodees bien.
Es decir, que tu creación contemple todos los elementos de una buena historia. Como las de Disney, no lo olvides. Es decir, que esté en capacidad de conectar con las emociones de la audiencia y, no sobra recalcarlo, emocionarla, conmoverla y, sobre todo, inspirarla. Que a través de la identificación cada persona se sienta parte de la historia, quiera ser parte de ella.
Moraleja: la creatividad no es un don y tampoco está determinada por la inspiración. Es una capacidad innata del ser humano, por un lado, y una habilidad que se desarrolla, se potencia, se fortalece, por otro. Las buenas ideas están dentro de ti, pero para que se transformen en creaciones que valgan la pena es necesario cultivarlas, mimarlas, para que la cosecha sea buena.
Y no puedes olvidar algo básico: la mejor idea del mundo se diluirá en el camino si no está respaldada por un plan y una estrategia. Es decir, a quién va dirigido tu mensaje, cuál es el objetivo que persigues, por qué le ha de interesar a otros esa idea (o creación) y cuál es el valor que le aportarás con esa creación. Estos elementos blindarán tu proceso creativo.
Lo que me interesa que aprendas es que un proceso creativo es algo personal, único. Cada uno tiene el suyo y, por más que quieras, no puedes copiar el de otro. Puedes, sí, tomar su modelo y adaptarlo al tuyo, pero recuerda que una creación, cualquiera, surge de esencia. Y eso, precisamente, es lo que la hace valiosa. En este caso, no vale el odioso copy +paste.
Así mismo, me encantaría que entiendas, y aceptes, y pongas en práctica, que dentro de ti hay un genio. ¡Sí, un genio! Que está a la espera de que frotes la lámpara y le asignes una tarea. De eso se trata, precisamente. No olvides lo que dijo Walt Disney: “piensa, sueña, cree y atrévete”. Atrévete porque la vida te brinda un privilegio de ser inolvidable con tu historia.