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Las 10 preguntas que ayudarán a saber por dónde comenzar tu texto

La cuestión no es que no puedas hacerlo, sino que no sabes cómo hacerlo o, en su defecto, no sabes por dónde comenzar. Esta premisa, que quizás ya la experimentaste, se aplica a todas las actividades de la vida. Desde las más sencillas hasta las más complejas. Una de ellas es la escritura, una asignatura que para muchos significa un objetivo inalcanzable, como escalar el Everest.

Lo realmente difícil es realizar el cambio de chip que se requiere. ¿Por qué? Porque tienes que desaprender las creencias limitantes que grabaron en tu mente y abrirla para desarrollar esa habilidad que es innata en todos los seres humanos. Porque, no me canso de repetirlo, escribir no es un don reservado para unos pocos, sino una habilidad que solo unos pocos desarrollamos.

La primera de esas creencias, la más arraigada, es aquella de que debes ser (en imperativo) un lector voraz. Pero, la realidad nos demuestra que esa no es una ecuación perfecta, es decir, que en ese tema 1+1 no es igual a 2. ¿Por qué? Leer mucho te ayuda de dos formas: te enseña, te nutre de contenido, por un lado, y te ayuda a determinar tu estilo y la temática de la que vas a escribir.

Por ejemplo, si lo que te ilusiona es escribir una novela romántica, de poco o de nada te sirve devorar libros sobre ciencia ficción o asuntos policiacos. No es que no te sirvan nada, cero, sino que su aporte va a ser escaso porque son narrativas diferentes, escenarios diferentes y, sobre todo, lectores diferentes. Para sacarle provecho, tiene que haber afinidad y coherencia.

Veamos un ejemplo: todos los deportistas de alto rendimiento realizan sesiones de gimnasio. Sin embargo, la intensidad y las características de la rutina varían de acuerdo con la disciplina. Algunos ejercicios son similares, pero otros, la mayoría, son específicos de cada deporte. Algunos son de equilibro, de flexibilidad, de resistencia (aeróbicos) o de fuerza, entre otras modalidades.

Lo mismo ocurre en la música: las habilidades requeridas y las rutinas de práctica son distintas para el que toca guitarra, el que interpreta el piano o la trompeta, y así sucesivamente. Por eso, entonces, si tu objetivo es nutrirte para escribir debes elegir bien qué leer: algo que se relacione con tu temática, con el tipo de escrito que vas a realizar, que te aporte conocimiento específico.

Un conocimiento específico que puedes adquirir a través de la lectura y que te servirá como marco teórico, como sustento de tu mensaje. Sin embargo, y esta es otra situación que se repite, no es suficiente. ¿Por qué? Porque no puedes convertirte en repetidor de lo que leíste por ahí, pues eso a nadie le va a interesar. En cambio, tu opinión, tu perspectiva y tu visión sí pueden ser valiosas.

Un conocimiento que, además, te permite delimitar tu mensaje, saber en qué debes enfocarte. Porque no puedes pretender agotar todo tu tema en un solo libro, o artículo. En especial en estos tiempos modernos en los que el frenesí de la rutina diarios nos deja poco tiempo para cultivar el intelecto y en los que las personas privilegian el consumo de lo ligero, de lo rápido.

El proceso de escribir es como aquel de alistar un viaje: para que salga bien debes cumplir un proceso. Primero determinas el rumbo, el lugar al que quieres ir. Fijas las fechas de salida y de regreso y compras el tiquete aéreo. Te aseguras de reservar una habitación en un buen hotel, donde además, puedas disfrutar de la comida y las bebidas, así como de otras comodidades.

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Debes contar con un pasaporte (si viajas al extranjero), eventualmente con una visa, saber qué moneda puedes utilizar en ese país y también qué ropa es la conveniente para ese lugar. Y te presentas en el aeropuerto el día previsto, no antes ni después, con suficiente antelación para evitar inconvenientes en los trámites de abordaje. Por último, disfrutas tu viaje al máximo.

Si alguna tarea no se cumple, te vas a enfrentar a serias dificultades que van a echar a perder la experiencia. Trasladado al ámbito de la escritura, esto significa que antes de sentarte a escribir debes trazar en detalle el mapa de tu texto, el paso a paso de tu mensaje. Sentarse a escribir, no lo olvides, es el último paso del proceso, pero está condicionado por todos los anteriores.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchas personas abordan la escritura de un texto, de cualquier índole, sin siquiera saber qué mensaje van a transmitir, confiados en esa tonta idea de que en algún momento llegará la tal inspiración. A veces, por el conocimiento que tienen del tema o porque partieron de una idea concreta, logran escribir algo digno de leer.

Otra veces, la mayoría, sin embargo, se traban a mitad del camino o, peor aún, se van por entre las ramas y al final el que transmiten es un mensaje confuso, vago, de poco interés. Pensamientos o conjeturas personales que no aportan valor y que no logran captar la atención de los lectores. Por supuesto, no consiguen convertirse en autores best-seller y terminan frustradas, decepcionadas.

Algunas de las preguntas fundamentales que tienes que resolver antes de sentarte a escribir son las siguientes:

1.- ¿Cuál es la idea central de mi texto (artículo, libro)?

2.- ¿Cuál es el mensaje que quiero transmitir, el aprendizaje que quiero compartir?

3.- ¿Cuál es el contexto que ayudará a mi lector a entender la problemática?

4.- ¿Cuáles son los antecedentes del problema (idea central) del texto?

5.- ¿Cuál es tu visión acerca del tema central?

6.- ¿Cuáles son los argumentos que sustentan tu opinión sobre el tema?

7.- ¿Por qué esta problemática (idea central) es de interés para tus lectores?

8.- ¿Cuál es el aporte fundamental de tu texto para tus lectores? ¿Qué van a aprender?

9.- ¿Cuál es la moraleja (reflexión final) que le dará fuerza a tu mensaje?

10.- ¿Este es un tema del que valga la pena escribir o solo es un capricho?

El que establezcas un plan claro, preciso y específico no coarta, de manera alguna, tu creatividad o tu imaginación. Por el contrario, y esto es algo que muchos desconocen, las impulsa, las despierta. Cuando tienes un plan diseñado paso a paso, la mayor ganancia es que te puedes enfocar en lo que es realmente importante: tu historia, tu mensaje. Así, creatividad e imaginación volarán solas.

Y, por supuesto, no tendrás que depender de la tal inspiración, que no existe, y tampoco necesitarás invocar a las musas que andan perdidas en el túnel del tiempo. Cuando una persona dice que tiene problemas para escribir, lo que en realidad nos revela es que carece de una metodología de trabajo o, dicho en otras palabras, que ni siquiera sabe por dónde comenzar.

Se escribe porque se tiene algo que contar, algo que a tu juicio es valioso para otras personas. Entonces, lo primero es definir qué vas a decir y cómo lo vas a decir. Crea la historia (texto) en tu cabeza antes de sentarte frente al computador y escribe, escribe tanto como puedas, sin que se convierta en una rutina o en una exigencia incómoda. Recuerda: la práctica hace al maestro.

Si bien escribir es una actividad eminentemente creativa, requiere un soporte específico: el método, el plan definido paso a paso. El resto, eso que muchos creen que es inspiración, va a llegar por añadidura, pero siempre y cuando ejercites tu memoria, la exijas, la retes. Y, como en cualquier proceso de aprendizaje, el crecimiento y la evolución van de la mano del trabajo…

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Si quieres comenzar a escribir, ¿qué debes hacer?

Si nunca lo intentaste de verdad, ¿cómo sabes que no puedes hacerlo? La mente del ser humano es tan poderosa como traviesa, en especial cuando permites que te dominen las emociones, cuando tomas decisiones basadas en mitos y falsas realidades. O, como en el caso al que me refiero, cuando actúas de tal forma que te sientes protegido en la cómoda zona de confort.

Es triste escuchar los argumentos de algunas personas para justificar por qué no escriben: “Yo no nací para eso”, “Ya estoy muy viejo para aprender”, “Es que no tengo tiempo”, “Cuando me jubile sí le voy a dedicar tiempo a escribir” y muchos otras más. Que no son argumentos, sino excusas fáciles, de esas que la mente expone con rapidez para ayudarnos a salir del paso en este embrollo.

El problema es que se les pasa la vida enredados en esa maraña de justificaciones y, al final, nunca escriben. Y se quedan con la frustración y, lo peor, con la duda. “¿Habría sido un buen escritor?”, se preguntan en silencio una y otra vez, en especial cuando ven a otros que sí lo hacen, que sí se despojaron de los miedos, que superaron las creencias limitantes. Una duda que atormenta.

Hay dos premisas que el ser humano necesita aprender, pero que muchas veces se niega a hacerlo. La primera, la ilimitada capacidad de su inteligencia. ¿Eso qué quiere decir? Que una persona, cualquier persona, está en capacidad de lograr todo lo que se propone, absolutamente todo, siempre y cuando programe su mente para ello. De lo contrario, jamás lo conseguirá.

“No digas no puedo, ni en broma, porque el inconsciente no tiene sentido del humor, lo tomará en serio y te lo recordará cada vez que lo intentes”. Esta genial frase es de Facundo Cabral, el cantautor argentino que tenía mucha autoridad moral para hablar del tema, porque su niñez estuvo llena de carencias y luego pudo darle un vuelco de 180 grados a su vida y vivir bien.

El primer paso para escribir es creer que puedes hacerlo. De hecho, ¡puedes hacerlo! Aprendiste en el colegio y has practicado toda tu vida. El problema radica en que lo hiciste sin una guía, sin un método, solo porque tenías que escribir. Y no lo disfrutas, que es otro componente valioso del proceso: si no lo disfrutas, en algún momento tiras la toalla. Recuerda: programa tu mente y hazlo.

La segunda premisa es tomar acción. ¿Eso qué significa? Trazar un plan, establecer unos objetivos y diseñar una estrategia que te permita alcanzarlos. Objetivos que, por demás, deben ser fáciles de cumplir dentro de un plazo determinado y, también, medibles. El resto es trabajar, con disciplina y constancia, para crear un hábito, para enseñarle a la mente que sí puedes escribir, que disfrutas.

Cuando vas a una academia para aprender a jugar al tenis, sigues el plan establecido por el entrenador y avanzas paso a paso, de lo sencillo a lo más complejo. Cuando quieres aprender a cocinar, te pones en manos de un experto que, igualmente, parte de lo elemental hasta llegar a lo especializado, lo complejo. Vas lentamente, quemando etapas, validando el conocimiento.

En el momento en que quieras escribir, entonces, debes haber aprobado estas dos asignaturas: programar tu mente para el “quiero, puedo y voy a hacerlo” y tener diseñado un plan con objetivos claros y una estrategia que te permita alcanzarlos. El resto, amigo mío, es ejecutar aquella sabia máxima de “La práctica hacer al maestro”. Cuanto más escribas, mejor escritor serás.

Cuando vayas a empezar, tienes que definir el tema. Sí, porque uno de los obstáculos habituales que las personas enfrentan cuando comienzan a escribir es que en su mente hay muchas ideas, buenas ideas, pero tan enredadas como un saco de anzuelos. Entonces, cuando por fin dejan de aplazar y se sientan frente al computador entusiasmados e ilusionados, no saben qué decir. ¡Plop!

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Y no es que haya eso que tantos llaman bloqueo, sino que, simplemente, no hay tema. El origen de este problema es aquella creencia, tan arraigada como falsa, de confiar en lo que llaman musa o inspiración. Que, en más de 30 años dedicado a escribir, no la conozco, nadie me la presentó y, mucho menos, llegó a mí volando como un ángel. Es una bonita fábula, pero no es la realidad.

La realidad es que para escribir necesitamos usar imaginación y creatividad. Que, por supuesto, todos las tenemos, de ahí que el tema del bloqueo no es más que otra excusa fácil. La realidad es que si no tienes perfectamente claro qué vas a escribir, por dónde vas a comenzar, cómo vas a seguir y en dónde quieres terminar, ni siquiera la imaginación y la creatividad te ayudarán.

Un ejercicio que les recomiendo a mis alumnos del curso A escribir se aprende escribiendo es que, antes de sentarse a escribir, desglosen en una hoja la secuencia de las ideas que van a desarrollar. Que son una guía, pero no una camisa de fuerza. ¿Eso qué quiere decir? Que al final, durante el proceso de creación, hay que improvisar y, entonces, eliminas algunas ideas e incorporas otras.

La clave radica en que sea una verdadera secuencia, con un comienzo claro, un desarrollo lógico y coherente y un final fuerte. No es tan difícil como pueda parecer, pues con la práctica te vas a dar cuenta de que es una herramienta poderosa que, con el tiempo, trabajará automáticamente, es decir, sin necesidad de escribir nada antes. Y no tiene que ser una secuencia demasiado extensa.

Una forma muy sencilla de plantearla es formular varias preguntas que luego vas a responder. Por ejemplo, ¿cuál es el problema que aqueja a al protagonista de mi historia?, ¿cuál fue el origen de ese problema?, ¿cuáles son las principales manifestaciones de ese problema (2 o 3)?, ¿qué ha hecho para solucionarlo?, ¿cuál ha sido la repercusión de ese problema en su vida?

Otra forma práctica es seguir el guion de una película de cine o, inclusive, la letra de una canción. Elige una que te guste mucho, que ojalá la hayas visto más de una vez, y trata de establecer la secuencia del libreto. Si bien cada película es única y no hay un libreto predeterminado, todas tienen una secuencia en particular. Por lo general, el orden de la secuencia es el siguiente:

1.- Planteamiento del problema y contexto de la historia

2.- Agitación del problema

3.- Esbozo de la solución

4.- Búsqueda de ayuda

5.- Solución del problema

6.- Moraleja

Hago énfasis en dos aspectos que la mayoría de los escritores (y con esto me refiero a periodistas, copywriters y demás) omiten: el contexto de la historia, que es el escenario en el que se desarrolla y se dan los sucesos) y la moraleja, que es el mensaje, la lección que esa historia nos enseña. Un escrito sin contexto y sin moraleja carecen de sentido, no tienen peso, no atraen la lectura.

Si nunca lo intentaste de verdad, ¿cómo sabes que no puedes hacerlo? No es que no puedas, que no seas capaz de escribir. Quizás es que no sabes cómo hacerlo. Recuérdalo: mente programada para el sí puedo, plan (con objetivos y estrategia) y práctica constante. Luego, en la medida en que quieras mejorar, necesitarás ayuda profesional idónea para pulir el estilo y mejorar tu escritura.