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¿Creas y compartes contenido? Cómo no ser parte de la infoxicación

Vivimos obsesionados con la felicidad, a pesar de que no sabemos exactamente qué es o qué esperamos de ella. Desde la segunda mitad del siglo XX, en el escenario posguerra, la felicidad se convirtió en una premisa, casi en una imposición de la sociedad. Es decir, tenemos que ser felices en todo lo que hagamos, a cualquier precio, en procura de la siempre esquiva vida perfecta.

Este, como puedes suponerlo, es un tema que se debe tomar con pinzas. ¿Por qué? Porque no hay verdades absolutas, no hay sentencias definitivas, no hay punto final. ¿Por qué? Primero, porque no hay una definición exacta de lo que es felicidad y, segundo, porque como seguramente lo has experimentado el concepto de felicidadque tenemos evoluciona, cambia con el tiempo.

Recuerdo que cuando era niño la felicidad era regresar del colegio y salir al parque del vecindario, con mis amigos, a jugar fútbol. Hasta que las sombras de la noche no nos permitieran ver el balón o, quizás, hasta que los padres de alguno de los jugadores nos llamaran al orden. Felicidad también era ir de casa en casa tocando el timbre antes de salir corriendo para evitar que nos reprimieran.

Más adelante, después de cumplir los 18 años, la felicidad era poder elegir por mí mismo, tomar mis propias decisiones. Y, claro, estar con los amigos, reunirnos el viernes o el sábado a escuchar música, cantar y tomarnos unos tragos hasta que amaneciera o, en su defecto, hasta que se nos acabaran las fuerzas. Eran épocas en las que la única premisa era disfrutar la vida al máximo.

Hoy, la felicidad está ligada a otros aspectos. ¿Por ejemplo? Gozar de buena salud, tener paz interior y tranquilidad o pasar tiempo de calidad con personas cercanas en actividades que nos apasionan. También, disfrutar actividades como el trabajo con un propósito que va más allá de recibir un sustento o de ostentar un cargo. Hoy, felicidad es calidad de vida en todas sus manifestaciones.

Aunque no es mi caso, para muchas personas la felicidad está representada por bienes materiales o logros personales. ¿Por ejemplo? Tener casa propia, atesorar riqueza (un carro de lujo, viajes…), ocupar un cargo ‘importante’, ser reconocido y aprobado por otros, conformar una familia (feliz, por supuesto), es decir, encajar tanto como sea posible en el estándar establecido por la sociedad.

El problema, porque siempre hay un problema, es que esa obsesiva búsqueda de la felicidad en la mayoría de las ocasiones es infructuosa. ¿La razón? Primero, porque no sabemos en realidad qué es la felicidad para cada uno de nosotros; segundo, porque quizás apuntamos muy alto y no es posible cumplir con las expectativas; tercero, porque no hacemos lo necesario para alcanzarla.

La buscamos por doquier y no la encontramos. O, quizás, buscamos donde no está o, lo peor, lo que hallamos no nos brinda felicidad. Lo cierto es que en los últimos años, en especial después de los golpes que la vida nos propinó, de mucho sufrimiento y estrés, la obsesión por la felicidad es cada vez mayor. No solo la buscamos con insistencia, sino que también deseamos proveerla.

Y es justo en este punto en el que el tema de la esquiva felicidad se conecta con mi especialidad: la creación de contenidos. ¿De qué forma se relacionan? Dado que la mayoría de las personas no hallan en su interior la felicidad que anhelan, que es donde realmente está, la buscan afuera. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que se arriesgan a caer en manos del mejor postor o vendehúmo.

Especialmente después de lo vivido durante la pandemia, ahora la búsqueda de la felicidad se trasladó a las redes sociales y demás canales digitales. Una buena parte del terrible tsunami de infoxicación al que estamos expuestos, del peligroso discurso de los gurús que lo saben todo y que tienen la ‘solución ideal’ para todo, es la promesa de felicidad que se esconde en sus ofertas.

Un contenido tóxico, una mentira que esconde la avaricia, la velada intención de aprovecharse de la necesidad o el deseo del otro, que abunda en medios de comunicación y que en internet no es exclusivo de marcas o de los autoproclamados expertos, sino también de los temibles influencers. Sí, de los que se lucran vendiendo un modelo de felicidad que ni siquiera ellos experimentan.

Una tendencia, un riesgo, que se ha trasladado al campo de la creación de contenido. ¿De qué manera? Que para vender un producto o un servicio, para conseguir monetizar tu conocimiento si eres un profesional independiente, debes prometer (garantizar) felicidad. ¿El resultado? Cada vez que entras a internet, abres una web o miras tu correo, te abruma el tsunami de promesas de felicidad.

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Que, quizás lo has comprobado, en el 99,99 por ciento de los casos son falsas, puro humo, flagrantes mentiras. Sin embargo, dado que se convirtió en una tendencia, que “todo el mundo lo hace”, que “hay gente que lo compra”, son cada vez más los creadores de contenidos que caen en la trampa. Entonces, se dedican a vender su estilo de vida feliz, perfecta y revelan sus secretos.

Y, claro, por eso estamos como estamos, ¡mal! Por eso, todos los canales de comunicación, dentro y fuera de internet, son cloacas infestadas de especies depredadoras, colmadas de basura en sus múltiples manifestaciones. Por eso, también, ser auténtico, ser distinto, no caer en la trampa, es el camino más seguro (no más corto) para conectar con otros, para disfrutar el privilegio de ayudar a otros.

No necesitas ser el nuevo “gurú de la felicidad”. De hecho, cuando entras en ese terreno asumes un riesgo que puede costarte caro. Además, ten en cuenta esto: no puedes vender felicidad, no puedes garantizar felicidad dado que esto no es lo mismo para todos o, peor, que la mayoría de las veces no es lo que pensamos. Creemos que está en algo, en alguien, y luego vemos que no es así.

¿Por ejemplo? Son muchas las personas que piensan que el dinero hace la felicidad y dedican su vida a producir tanto dinero como sea posible. Con suerte, algunos obtiene una gran cantidad, más de lo que necesitan, pero no son felices. En su vida hay vacíos que el dinero o lo material no están en capacidad de llenar. O, quizás, le apuesta a un trabajo, un cargo específico, un auto, una pareja.

Y eso, justamente, es lo que nos vende la mayoría de los creadores de contenido. Fórmulas ideales, libretos perfectos, plantillas mágicas, pócimas y otros menjurjes que, por supuesto, no funcionan. Avisos, post, reels, videos y más que pregonan la felicidad en cualquier manifestación. Promesas que no se pueden cumplir, artimañas diseñadas exclusivamente para quedarse con tu dinero.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que son tantos mentirosos, tantos vendehúmo, tantos estafadores disfrazados de creadores de contenido que el mercado ya no sabe en quién creer. Es decir, los buenos, los honestos, los que nos preocupamos por brindar una solución a la necesidad del mercado, pagamos el precio de los que se aprovechan del dolor y del deseo de otros.

Ahora, como sabes, toda moneda tiene dos caras. Y esta situación no es la excepción. ¿Cuál es la cara positiva? Que en ese ambiente enrarecido, turbio, hay una oportunidad para los que somos profesionales de la creación de contenidos. ¡El mercado clama a gritos por nuestra ayuda!, ¿lo sabías? Allá afuera de la jungla digital, de la selva mediática, hay personas que te necesitan.

Sí, necesitan tu mensaje, tu conocimiento, el aprendizaje de tus experiencias y errores, tu pasión, tu vocación de servicio, tu empatía. Necesitan que les cuentes cómo superaste tus problemas y cómo puedes ayudarlos a solucionar los suyos. Necesitan que les digas de manera genuina que son personas valiosas, que les indiques cuál camino tomar y, sobre todo, que las inspires a actuar.

Algo que debes entender, si eres empresario, emprendedor, dueño de un negocio o un profesional independiente que monetiza su conocimiento es que no eres la solución perfecta, no tienes la solución perfecta. En el mejor de los casos, eres un privilegiado si la vida te da la oportunidad de brindarles a otros una solución a un problema o necesidad o puedes satisfacer un deseo.

Uno nada más. Después, quizás, si le has brindado una experiencia satisfactoria, si has cumplido tus promesas, si has sido generoso al compartir tu conocimiento, te dé la oportunidad de ayudarlo una vez más. Quizás. Eso, sin embargo, solo será posible si lo que les has dado supera con creces las expectativas iniciales que esa persona tenía, lo que esperaba de ti. ¿Qué hacer para lograrlo?

Olvídate de las tendencias, de los gurús, de los vendedores de promesas que no van a cumplir y enfócate en ofrecer tanto valor como sea posible a través de tu contenido. Informa (pocos, casi nadie, lo hacen), educa (pocos, casi nadie, lo hacen), entretén y, sobre todo, inspira. Tu contenido puede iluminar los caminos oscuros que transitan otros: tu responsabilidad es compartirlo.

Regresemos al comienzo: la felicidad no es algo que puedas vender, que puedas transferir a otros. se trata, sobre todo, de una construcción propia. Sin embargo, estamos en capacidad de brindar una valiosa ayuda a través del contenido, con mensajes que cambien el chip, que empoderen y aporte valor. Mensajes que no sean “más de lo mismo”, que no nos lleven a caer en la trampa.

Los seres humanos, todos, actuamos en función de lo que conocemos y de lo que pensamos, de aquello en lo que creemos. Por eso, el buen contenido es tan importante y necesario en especial en momentos en los que el tsunami de la infoxicación, de las noticias falsas, amenaza con arrasarnos. Compartir valor con otros a través del contenido, ayudar a otros, ¡eso es la felicidad!

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Hay antídoto contra la infoxicación: contenido de valor (si cumple estas 4 premisas)

Una de las realidades más agobiantes de la actualidad es aquella del bombardeo mediático al que nos someten, al que nos sometemos, cada día. Es un tsunami que, nos dicen, es incontrolable y que nos provoca ansiedad, miedo, incertidumbre e inseguridad. Hay ruido, exceso de información y, lo peor, lo más tóxico, mucha infoxicación, es decir, mucha mentira, mucha versión sin sustento.

Decenas de correos electrónicos que no te aportan nada, miles de avisos publicitarios que te persiguen incansablemente, sin piedad, por doquier. Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que somos nosotros los que abrimos la puerta de nuestra vida y permitimos que esa avalancha nos lleve por delante. Es como si abres la ventana de tu habitación en medio de un terrible temporal.

Hace unos años, cansado de esta situación, tomé una de las más sabias decisiones de mi vida: sabia y, además, conveniente. ¿Qué hice? Decidí cerrar todas las ventanas, todas las puertas y todos los canales a través de los cuales esa infoxicación podía llegar a mi vida. Dejé de ver las noticias en la tv, no volví a leer diarios o revistas y realicé una purga de mis redes sociales.

No es que haya quedado desconectado del mundo, sino que filtré los canales a través de los cuales me informo. Que, por supuesto, no son perfectos (ni pretendo que lo sean). Solo que decidí decir no más a la basura mediática, al pornoperiodismo, a los perversos clickbaits. Y, además, recurrí a otras fuentes de información, menos tóxicas, que nos ofrece internet a la vuelta de un clic.

¿El resultado? Tranquilidad y, sobre todo, algo muy importante para mí: salud mental. La lección que aprendí, muy valiosa, por cierto, es que no tienes por qué permitir que otros determinen qué clase de contenidos debesconsumir, como si no hubiera una opción. Y la hay, muchas, y buenas. Como en todo en la vida: tomas lo que quieres, pero después tienes que asumir las consecuencias.

Este es un tema álgido para quienes producimos contenido con la ilusión, con la convicción, de que sea útil para otros. Contenido que eduque, que entretenga, que oriente, que ayude en la cada vez más necesaria tarea de reflexionar acerca de la realidad que nos rodea, la que construimos. Contenido de valor, que no sean letras muertas, más de lo mismo o llover sobre mojado.

El tema no es si produces o no contenido de valor, sino cómo consigues que lo tóxico no te devore, que el tsunami de infoxicación no te pase por encima, que el huracán de clickbaits no te lleve por delante. Es una lucha desigual, injusta, puedes suponerlo. Porque peleas contra monstruos que son poderosos, que cuentan con los recursos necesarios y que además saben cómo jugar.

Jugar con la ignorancia de la mayoría, con la ingenuidad de la mayoría, con el incontrolable deseo de la mayoría de alcanzar el éxito exprés. Con la imperiosa necesidad de quienes con desespero buscan una oportunidad, una que sea buena, una que no sea un engaño más. Con la ilusión de los que cada día se levantan con la disposición de vivir el mejor día de su vida y son vulnerables.

Déjame decirte que es muy fácil caer en la tentación de producir contenido basura. Es una lucha constante, a sabiendas de que a largo plazo eres el único perjudicado: pierdes credibilidad, pierdes la confianza que habían depositado en ti. Es muy fácil caer en la trampa: fíjate en los medios de comunicación tradicionales, que se rindieron al clic fácil en procura de ingresos y lo pagan caro.

¿Por qué? Porque no solo no generan recursos, sino que perdieron a sus buenos clientes y, lo peor, cultivaron una audiencia poco educada, que solo consume lo gratis y que, para colmo, es desagradecida. Lo peor es que muchos (la mayoría) portales nuevos, que bien podrían ser una alternativa, eligieron seguir el mismo camino y son más de lo mismo, basura en medio de la basura.

Son, además, los mismos que pregonan a los cuatro vientos que “la gente ya no lee”, que “la gente prefiere otros formatos como el video o el audio”, que no es más que una mentira disfrazada. ¿Por qué? Porque las cifras de venta de libros impresos o digitales durante los dos últimos años (léase, pandemia) muestran un aumento considerable, independientemente de los demás formatos.

Es decir, no es que una persona deje de ver videos o escuchar audios porque ahora lee libros. Lo que sucedió es que, en medio del encierro, con más tiempo disponible (porque no sale de su casa), el consumidor decidió aprovecharlo para actividades como la lectura. Por supuesto, lecturas que sean distintas a la basura digital de los medios y las redes sociales, distinto a lo tóxico.

Y en ese escenario en donde nosotros, los demás (los buenos), tenemos una oportunidad. Es el escenario en el que los que no caemos en la tentación y producimos contenido de valor tenemos una oportunidad de darnos a conocer, de posicionarnos, de generar un vínculo de confianza y de credibilidad con el mercado. Una oportunidad que, sin embargo, no todos saben aprovechar.

¿Por qué? Quizás porque no tienen claro qué es contenido de valor. Para entrar en esta categoría, tu contenido, independientemente del formato en el que lo presentes o el medio a través del cual lo compartas a tu audiencia, debe cumplir con las siguientes características:

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1.- Debe ser útil.
Es decir, que le sirva para algún propósito constructivo. Que le enseñe algo sobre un tema de su interés, que le amplíe su visión sobre una situación específica, que le dé nuevos elementos de juicio acerca de un tema/situación. Que le ayude a mejorar alguna habilidad ya incorporada o a adquirir un hábito, que le permita encontrar un modo más fácil y efectivo de hacer sus labores.

Un contenido útil no necesariamente es algo nuevo, novedoso, sino uno que aporte una visión distinta, que responda preguntas que no habían sido resueltas, que plantee retos distintos de los convencionales. Además, y esto cada vez es más relevante, el contenido útil debe estar al alcance de todos, es decir, producido no solo para los expertos, sino para los que saben menos.

2.- Debe ser aplicable.
Un complemento de lo anterior. Además de entretenimiento, lo que la gente busca en internet es información que le ayude a tomar decisiones. De todo tipo, claro, principalmente, de compra. Lo que la gente busca, entonces, es contenido de valor que le dé argumentos de peso para saber cuál es la opción que más le conviene más allá del precio, cuál es la que mayores beneficios le brindará.

Además, y este es un objetivo cada vez de mayor peso, la gente busca contenido que le permita avanzar en su trabajo, en los quehaceres domésticos, en el deporte o cualquiera de las actividades habituales de su vida. Información que le ayude a mejorar, a superar sus límites, a ahorrar tiempo y conseguir mejores resultados, en fin. Consejos prácticos fáciles de aplicar y que en verdad sirvan.

3.- Debe ser inspirador.
Un objetivo del contenido de valor que era importante desde hace tiempo, pero que con la pandemia ganó relevancia. ¿Por qué? Porque en un inesperado y desconocido ambiente de miedo, dolor, sufrimiento, incertidumbre y encierro algunos nos dimos cuenta de que el rumbo de nuestra vida no era el que deseábamos y, entonces, buscamos modelos que nos inspiraran.

Inspiración entendida en el sentido de “enséñame cómo lo hiciste para hacerlo yo”. Pero, y esto no se puede olvidar, también como modelos dignos de imitar, personas, hábitos, comportamientos o propósitos que nos permitan ser mejores seres humanos, en todos los ámbitos de la vida. La realidad nos demostró que hay muchas personas que necesitan ayuda, que necesitan tu ayuda.

4.- Debe ser de impacto.
Esto es fundamental, porque la red y los medios de comunicación tradicionales están llenos de contenido que no aporta valor, que no sirve, que no ayuda. No se trata de intentar cambiar el mundo a través de un texto o cualquier otro contenido, sino de sumar: que esos minutos que una persona de tu audiencia le dedicó bien valgan la penal, que le dejen algo que ella agradezca.

Así como la frágil gota de agua horada la piedra de caer mil y una veces en el mismo lugar, el contenido de valorque tú produces puede generar un impacto positivo y transformador en otros a largo plazo. Es cuestión de método, estrategia y paciencia, de consistencia y perseverancia. La clave, no la olvides, es servir: cuanto más sirvas, cuanto más valor aportes, mejores resultados obtendrás.

La infoxicación, el ruido y lo tóxico nunca van a desaparecer porque son las únicas herramientas de las que disponen aquellos que solo buscan aprovecharse de los que no saben, de los ingenuos o de los ambiciosos que van tras el éxito exprés. Sin embargo, cada vez son más las personas que abren las ventanas de su vida con la ilusión de que a ellas entre el contenido de valor que les dé esperanza.

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