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El orden del abecedario, la clave para que tus contenidos sean de impacto

El ser humano es muy particular de diversas formas. Una de ellas, de las más llamativas, esa de asumir la vida como una competencia. Y no es por la inmediatez, como nos han hecho creer en los últimos tiempos, porque desde antes de internet ya era así. Nos obsesiona ser los primeros, pero también la idea de ir más rápido, de superar etapas a grandes pasos, o quizás saltarlas.

Cuando somos niños, anhelamos llegar a la edad adulta “lo más rápido posible”. Más allá de que es imposible conseguir que las manecillas del reloj avancen más rápido, o que los días y la semanas sean más cortos, lo único que conseguimos es desperdiciar la oportunidad de valorar y disfrutar el momento, que en últimas es lo único que poseemos. Un aprendizaje doloroso.

Cuando llegamos a la universidad, anhelamos que la vida corra rápido para terminar la carrera y empezar a trabajar. Sin embargo, casi nunca resulta como lo imaginamos y es, entonces, comprendemos que todo tiene un porqué. La vida, en su inmensa sabiduría, ha establecido un orden para las cosas, nos ha marcado un proceso que es necesario cumplir.

¿Hacia dónde va esta reflexión a la que te invito? A que descubras y enfrentes una de las razones por las cuales tu mensaje carece de poder, no genera el impacto que tú deseas. ¿Te imaginas cuál es la razón? Es la misma por la que quieres dejar de ser niño y convertirte en adulto y luego ansías que el tiempo regrese: te saltas las etapas, no respetas el proceso.

Me explico: en el mundo actual, siglo XXI, sin importar si eres un empresario, el dueño de un negocio, un emprendedor o un profesional independiente que monetiza su conocimiento, la premisa es la misma. ¿Sabes cual? Para atraer la atención del mercado, debes establecer un vínculo de confianza y credibilidad, primero, y conectar con las emociones de tu audiencia, después.

¿Cómo se consigue ese objetivo? Si la respuesta que pensaste es “publicidad”, déjame decirte que estás equivocado. La respuesta correcta es COMPARTIR CONTENIDO DE VALOR. Que no es lo mismo que llenar las redes sociales de post sin ton ni son. Que tampoco es, como piensa la mayoría, vender, inclusive a la fuerza. En este caso, también, hay que respetar el proceso.

¿Y cuál es el proceso? Te respondo con un ejemplo muy sencillo: toma un diccionario del idioma español y busca en dónde está la letra V, de vender. En las últimas páginas, ¿cierto? De hecho, es la letra 23 de las 27 que componen el alfabeto. Tras ella solo aparecen la ‘W’, la ‘X’, la ‘Y’ y, por último, la ‘Z’. Ese orden se estableció en el siglo XIV a. C., en el norte de Siria.

Como sabes, la ‘E’ es la quinta letra y la ‘I’, la novena. Claramente, están mucho antes que la ‘V’, ¿cierto? Y créeme que no es casualidad o capricho: es el orden establecido y, sin duda, hay una razón poderosa por la que así se dio. Igual que la vida misma: primero está la niñez, luego llega la adolescencia, avanzamos a la adultez y terminamos en la vejez. ¿De acuerdo?

¿Ya te diste cuenta para dónde voy? La mayoría de las personas, como mencioné, se enfocan y se limitan a vender, a intentar vender. Y lo triste es que no lo consiguen. Por supuesto, no hay una sola razón, sino una variedad de factores de diversa índole. Sin embargo, a nivel de la creación de contenidos, de aportar valor, la explicación es que se saltaron los pasos.

¿Me entiendes? De hecho, por si no lo has percibido, dentro de cada letra se establece el mismo orden. ¿Un ejemplo? Dentro de la ‘V’, primero está ‘Valor’ y luego, ‘Vender’. Y lo repito: no es un capricho, es algo que tiene un sentido, un propósito. Y, no sobra recalcarlo, este es uno de esos casos en los no puedes ir contra la corriente porque nunca la vencerás.

La que te voy a revelar es la fórmula que utilizo cuando creo contenido, tanto para mis clientes como el de mis propiedades digitales (blog, redes sociales, email marketing). ¿Te imaginas cuál es? La verdad, es muy sencilla: debes respetar el orden establecido en el abecedario. ¿Eso qué quiere decir? Que antes de llegar a la ‘V’ de ‘Vender’ debes utilizar otras letras, como la ‘E’ y la ‘I’.

La simple fórmula es un paso a paso que convertirá tus contenidos en mensajes irresistibles. Informar, Educar, Entretener e Inspirar. Fácil, ¿cierto? En la medida en que te concentras en estos cuatro objetivos transmites Valor y, como consecuencia lógica de ello, ¡vendes! Sí, porque vender es la consecuencia directa del valor que aportas al mercado.

¿Lo sabías? La venta no está determinada por el producto (o servicio) que ofreces, por el precio y ni siquiera por los beneficios que aporta. Entonces, ¿por qué? Por el valor que aportas, por el poder de tu propuesta de valor, es decir, por la capacidad de transformación que tu producto (o servicio) posee, por la mejora que va a producir en la vida de tu cliente.

Eso, precisamente, es lo que tienes que comunicar en tu mensaje. Esa, precisamente, es la poderosa razón por la cual DEBES compartir CONTENIDO DE VALOR. Si no lo haces, entonces, el mercado no puede saber, no tiene por qué saber, que no eres ‘más de lo mismo’, un vendehúmo o estafador. Si no lo haces, el mercado no tendrá argumentos para elegirte.

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Piensa lo siguiente: la rueda ya fue inventa. Lo sabías, ¿cierto? Hace siglos, además. Eso significa que no hay que reinventarla o, de otra forma, que ya todo, absolutamente todo, está inventado. ¿Qué cambia, entonces? El valor que tú estás en capacidad de aportar, tu toque personal a ese producto o servicio que ofreces, que surge de tu unicidad, de tu autenticidad.

Un ejemplo: eres coach y te especializas en el tema del liderazgo. ¿Sabes cuántas personas se dedican a lo mismo? Millones, y cada vez son más. Y muchas de ellas, sin duda, son excelentes. Y seguramente muchos acreditan mayor experiencia que tú, son reconocidos en el mercado y son seguidos por una comunidad fiel que disfruta de sus beneficios desde hace tiempo.

Y lo mismo se aplica para cualquier profesión u oficio, porque el mercado está sobresaturado. Por eso, ser visible y conseguir atraer la atención del mercado, de tus clientes potenciales, es cada vez más difícil. Por eso, igualmente, necesitas COMPARTIR CONTENIDO DE VALOR para estar unos escalones arriba de los que no lo hacen, ser visible y generar un mayor impacto.

Ahora, veamos cómo seguir el orden establecido en el abecedario es la clave para conseguir un alto impacto con tus contenidos:

1.- Informar.
Que, no sobra recalcarlo, no significa ‘hablar de ti’, de tus hazañas, de tus bienes y lujos, de tu cuenta bancaria. ¡Nada de eso! Tampoco de las maravillosas característica de tu producto (o servicio). Se trata de brindarle a tu prospecto la información básica que le permita establecer un vínculo de confianza y credibilidad contigo. Es decir, el objetivo es abrir la puerta.

Si tú sabes cuál es el problema o necesidad que inquieta a tu prospecto, debes informarle. Ten en cuenta que la mayoría de los seres humanos no somos conscientes de los males que padecemos. Dile cuáles son las manifestaciones, qué pasará en su vida si no hace nada y, en especial, que entienda que, si ya hay una solución (la que le ofreces), no tiene por qué sufrir.

2.- Educar.
Lo dicho: los prospectos casi nunca saben que tienen un problema y eso que ellos llaman ‘necesidad’ en la mayoría de los casos es más bien un ‘deseo’ (es decir, algo que no necesitan). Y dado que su nivel de ignorancia de ese problema es casi absoluto, tu tarea consiste en darle la información que requiere para identificar las manifestaciones, traerlas al plano consciente.

Además, no olvides lo siguiente: como la mayoría se desboca a vender en frío, a la brava, un prospecto acogerá de buena gana que tú seas distinto, que le aportes algo que desconocía y que muestres preocupación por él. El contenido que educa, así mismo, está enfocado en dar respuesta a sus inquietudes y algo muy importante: rebatir, por anticipado, sus objeciones.

3.- Entretener.
Que, por supuesto, no significa asumir el rol de influencer milenial y dedicarte a bailar o a hacer payasadas en reels o videos de TikTok. ¿Entonces? Los seres humanos normales, como tú o como yo, ingresamos a internet por una de dos razones: buscamos información y/o queremos relajarnos (entretenernos), más en esta era de histeria colectiva en infoxicación.

Entretener, entre otros, tiene los siguientes sinónimos: divertir, recrear, deleitar, agradar, alegrar, aliviar, amenizar o animar. Si tu contenido logra alguno de estos objetivos, ten la seguridad de que tu audiencia lo amará porque se convertirá en un oasis en ese desierto de la infoxicación, los vendehúmo y las mentiras. La premisa: sé auténtico; lo postizo ahuyenta.

4.- Inspirar.
Los consumidores no les compran a las personas que les venden lo que necesitan o lo que desean, sino a aquellas que los inspiran. ¿Lo sabías? Más, en estos momentos en los que los seres humanos vivimos agobiados, estresados, ansiosos, preocupados y temerosos por tantos sucesos adversos que enfrentamos o que nos amenazan. Es decir, sino inspiras, no vendes.

Según el diccionario, inspirar significa “Infundir o hacer nacer en el ánimo o en la mente efectos, ideas”. Infundir, sugerir, despertar o aconsejar son sinónimos. Inspira a través de las historias que den cuenta de tus errores, de tus aprendizajes, de tus pensamientos, de tus reflexiones, de tus sentimientos. Inspirar es la condición indispensable para conectar.

Si tu objetivo es vender, un producto o un servicio o un infoproducto que ayude a otros, entiende que la venta es una consecuencia de lo que haces y, en especial, de lo que aportas con tus contenidos. Si quieres que estos sean de impacto, hazle caso al abecedario: la ‘I’ de Informar e Inspirar y la ‘E’ de Educar y Entretener, y la ‘V’ de Valor, están primero que la ‘V’ de Vender.

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¿Creas y compartes contenido? Cómo no ser parte de la infoxicación

Vivimos obsesionados con la felicidad, a pesar de que no sabemos exactamente qué es o qué esperamos de ella. Desde la segunda mitad del siglo XX, en el escenario posguerra, la felicidad se convirtió en una premisa, casi en una imposición de la sociedad. Es decir, tenemos que ser felices en todo lo que hagamos, a cualquier precio, en procura de la siempre esquiva vida perfecta.

Este, como puedes suponerlo, es un tema que se debe tomar con pinzas. ¿Por qué? Porque no hay verdades absolutas, no hay sentencias definitivas, no hay punto final. ¿Por qué? Primero, porque no hay una definición exacta de lo que es felicidad y, segundo, porque como seguramente lo has experimentado el concepto de felicidadque tenemos evoluciona, cambia con el tiempo.

Recuerdo que cuando era niño la felicidad era regresar del colegio y salir al parque del vecindario, con mis amigos, a jugar fútbol. Hasta que las sombras de la noche no nos permitieran ver el balón o, quizás, hasta que los padres de alguno de los jugadores nos llamaran al orden. Felicidad también era ir de casa en casa tocando el timbre antes de salir corriendo para evitar que nos reprimieran.

Más adelante, después de cumplir los 18 años, la felicidad era poder elegir por mí mismo, tomar mis propias decisiones. Y, claro, estar con los amigos, reunirnos el viernes o el sábado a escuchar música, cantar y tomarnos unos tragos hasta que amaneciera o, en su defecto, hasta que se nos acabaran las fuerzas. Eran épocas en las que la única premisa era disfrutar la vida al máximo.

Hoy, la felicidad está ligada a otros aspectos. ¿Por ejemplo? Gozar de buena salud, tener paz interior y tranquilidad o pasar tiempo de calidad con personas cercanas en actividades que nos apasionan. También, disfrutar actividades como el trabajo con un propósito que va más allá de recibir un sustento o de ostentar un cargo. Hoy, felicidad es calidad de vida en todas sus manifestaciones.

Aunque no es mi caso, para muchas personas la felicidad está representada por bienes materiales o logros personales. ¿Por ejemplo? Tener casa propia, atesorar riqueza (un carro de lujo, viajes…), ocupar un cargo ‘importante’, ser reconocido y aprobado por otros, conformar una familia (feliz, por supuesto), es decir, encajar tanto como sea posible en el estándar establecido por la sociedad.

El problema, porque siempre hay un problema, es que esa obsesiva búsqueda de la felicidad en la mayoría de las ocasiones es infructuosa. ¿La razón? Primero, porque no sabemos en realidad qué es la felicidad para cada uno de nosotros; segundo, porque quizás apuntamos muy alto y no es posible cumplir con las expectativas; tercero, porque no hacemos lo necesario para alcanzarla.

La buscamos por doquier y no la encontramos. O, quizás, buscamos donde no está o, lo peor, lo que hallamos no nos brinda felicidad. Lo cierto es que en los últimos años, en especial después de los golpes que la vida nos propinó, de mucho sufrimiento y estrés, la obsesión por la felicidad es cada vez mayor. No solo la buscamos con insistencia, sino que también deseamos proveerla.

Y es justo en este punto en el que el tema de la esquiva felicidad se conecta con mi especialidad: la creación de contenidos. ¿De qué forma se relacionan? Dado que la mayoría de las personas no hallan en su interior la felicidad que anhelan, que es donde realmente está, la buscan afuera. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que se arriesgan a caer en manos del mejor postor o vendehúmo.

Especialmente después de lo vivido durante la pandemia, ahora la búsqueda de la felicidad se trasladó a las redes sociales y demás canales digitales. Una buena parte del terrible tsunami de infoxicación al que estamos expuestos, del peligroso discurso de los gurús que lo saben todo y que tienen la ‘solución ideal’ para todo, es la promesa de felicidad que se esconde en sus ofertas.

Un contenido tóxico, una mentira que esconde la avaricia, la velada intención de aprovecharse de la necesidad o el deseo del otro, que abunda en medios de comunicación y que en internet no es exclusivo de marcas o de los autoproclamados expertos, sino también de los temibles influencers. Sí, de los que se lucran vendiendo un modelo de felicidad que ni siquiera ellos experimentan.

Una tendencia, un riesgo, que se ha trasladado al campo de la creación de contenido. ¿De qué manera? Que para vender un producto o un servicio, para conseguir monetizar tu conocimiento si eres un profesional independiente, debes prometer (garantizar) felicidad. ¿El resultado? Cada vez que entras a internet, abres una web o miras tu correo, te abruma el tsunami de promesas de felicidad.

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Que, quizás lo has comprobado, en el 99,99 por ciento de los casos son falsas, puro humo, flagrantes mentiras. Sin embargo, dado que se convirtió en una tendencia, que “todo el mundo lo hace”, que “hay gente que lo compra”, son cada vez más los creadores de contenidos que caen en la trampa. Entonces, se dedican a vender su estilo de vida feliz, perfecta y revelan sus secretos.

Y, claro, por eso estamos como estamos, ¡mal! Por eso, todos los canales de comunicación, dentro y fuera de internet, son cloacas infestadas de especies depredadoras, colmadas de basura en sus múltiples manifestaciones. Por eso, también, ser auténtico, ser distinto, no caer en la trampa, es el camino más seguro (no más corto) para conectar con otros, para disfrutar el privilegio de ayudar a otros.

No necesitas ser el nuevo “gurú de la felicidad”. De hecho, cuando entras en ese terreno asumes un riesgo que puede costarte caro. Además, ten en cuenta esto: no puedes vender felicidad, no puedes garantizar felicidad dado que esto no es lo mismo para todos o, peor, que la mayoría de las veces no es lo que pensamos. Creemos que está en algo, en alguien, y luego vemos que no es así.

¿Por ejemplo? Son muchas las personas que piensan que el dinero hace la felicidad y dedican su vida a producir tanto dinero como sea posible. Con suerte, algunos obtiene una gran cantidad, más de lo que necesitan, pero no son felices. En su vida hay vacíos que el dinero o lo material no están en capacidad de llenar. O, quizás, le apuesta a un trabajo, un cargo específico, un auto, una pareja.

Y eso, justamente, es lo que nos vende la mayoría de los creadores de contenido. Fórmulas ideales, libretos perfectos, plantillas mágicas, pócimas y otros menjurjes que, por supuesto, no funcionan. Avisos, post, reels, videos y más que pregonan la felicidad en cualquier manifestación. Promesas que no se pueden cumplir, artimañas diseñadas exclusivamente para quedarse con tu dinero.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que son tantos mentirosos, tantos vendehúmo, tantos estafadores disfrazados de creadores de contenido que el mercado ya no sabe en quién creer. Es decir, los buenos, los honestos, los que nos preocupamos por brindar una solución a la necesidad del mercado, pagamos el precio de los que se aprovechan del dolor y del deseo de otros.

Ahora, como sabes, toda moneda tiene dos caras. Y esta situación no es la excepción. ¿Cuál es la cara positiva? Que en ese ambiente enrarecido, turbio, hay una oportunidad para los que somos profesionales de la creación de contenidos. ¡El mercado clama a gritos por nuestra ayuda!, ¿lo sabías? Allá afuera de la jungla digital, de la selva mediática, hay personas que te necesitan.

Sí, necesitan tu mensaje, tu conocimiento, el aprendizaje de tus experiencias y errores, tu pasión, tu vocación de servicio, tu empatía. Necesitan que les cuentes cómo superaste tus problemas y cómo puedes ayudarlos a solucionar los suyos. Necesitan que les digas de manera genuina que son personas valiosas, que les indiques cuál camino tomar y, sobre todo, que las inspires a actuar.

Algo que debes entender, si eres empresario, emprendedor, dueño de un negocio o un profesional independiente que monetiza su conocimiento es que no eres la solución perfecta, no tienes la solución perfecta. En el mejor de los casos, eres un privilegiado si la vida te da la oportunidad de brindarles a otros una solución a un problema o necesidad o puedes satisfacer un deseo.

Uno nada más. Después, quizás, si le has brindado una experiencia satisfactoria, si has cumplido tus promesas, si has sido generoso al compartir tu conocimiento, te dé la oportunidad de ayudarlo una vez más. Quizás. Eso, sin embargo, solo será posible si lo que les has dado supera con creces las expectativas iniciales que esa persona tenía, lo que esperaba de ti. ¿Qué hacer para lograrlo?

Olvídate de las tendencias, de los gurús, de los vendedores de promesas que no van a cumplir y enfócate en ofrecer tanto valor como sea posible a través de tu contenido. Informa (pocos, casi nadie, lo hacen), educa (pocos, casi nadie, lo hacen), entretén y, sobre todo, inspira. Tu contenido puede iluminar los caminos oscuros que transitan otros: tu responsabilidad es compartirlo.

Regresemos al comienzo: la felicidad no es algo que puedas vender, que puedas transferir a otros. se trata, sobre todo, de una construcción propia. Sin embargo, estamos en capacidad de brindar una valiosa ayuda a través del contenido, con mensajes que cambien el chip, que empoderen y aporte valor. Mensajes que no sean “más de lo mismo”, que no nos lleven a caer en la trampa.

Los seres humanos, todos, actuamos en función de lo que conocemos y de lo que pensamos, de aquello en lo que creemos. Por eso, el buen contenido es tan importante y necesario en especial en momentos en los que el tsunami de la infoxicación, de las noticias falsas, amenaza con arrasarnos. Compartir valor con otros a través del contenido, ayudar a otros, ¡eso es la felicidad!

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¿Quieres blindar tu mensaje? Cultiva y fortalece la confianza

“Si a las personas les gustas, te escucharán; pero, si confían en ti, harán negocios contigo”. ¿Conocías esta frase? Se le atribuye a Zig Ziglar, un escritor, vendedor y orador estadounidense. Falleció en 2012, pero nos dejó un legado representado en sus libros (Pasos hacia la cima, Superando la cima, La guía fácil del éxito o Pequeño libro de instrucciones del éxito, entre otros).

A pesar de que su infancia fue marcada por el traslado de su ciudad natal por motivos laborales de su padre y la prematura muerte de su padre y de una hermana menor, en tan solo dos días, logró enderezar el camino, torcer la tendencia negativa y, lo mejor, influir en la vida de millones con el poder del mensaje. Lo difundió a través de libros, primero, y de seminarios motivacionales, después.

Si realizas una simple búsqueda en internet, Mr. Google te ofrecerá cientos de frases atribuidas a este personaje, inspiradoras y reflexivas. “No hay ascensor hacia el éxito, tienes que tomar las escalaras”, es una de ellas, que se aplica a la perfección al mensaje que quiero transmitirte en este artículo. ¿Por qué? Para que no caigas en la trampa de tomar un atajo y ruedes por el precipicio.

Los seres humanos, en especial en estos tiempos modernos frenéticos, histéricos y mediáticos, sufrimos un mal terrible: la falta de paciencia. O, dicho de otra forma, la ansiedad por ir más rápido de lo que la vida nos lleva o, sobre todo, saltarnos los pasos intermedios y llegar directo del punto A al punto B. Es un mal que se manifiesta en todas las actividades que realizamos en la vida.

Queremos competir en una maratón de 42 kilómetros cuando apenas comenzamos a caminar, aun tambaleándonos, cayéndonos. Se nos quema el arroz, pero queremos ser chefs de un restaurante Estrella Michelin. Acabamos de conocer a una persona, que nos agradó, y comenzamos a hacer planes a largo plazo sin saber, siquiera, si la relación va a prosperar. Y así sucesivamente…

Nos cuesta aceptar que la vida es un proceso, un paso a paso. Por eso, por ejemplo, cada semana tiene siete días y, por más que lo desees, después del lunes siempre vendrá el martes y, luego, el miércoles. Aunque tú desde el lunes estés en modo fin de semana, pensando en lo que harás el viernes por la noche, en el paseo con los amigos el sábado, tendrás que armarte de paciencia.

Esta es una situación a la que nos enfrentamos, sobre todo, cuando la tecnología está de por medio. ¿Por qué? Porque anhelamos que todo, absolutamente todo lo que deseamos, esté a tan solo unos clics (o uno) de distancia. El bienestar, el amor, la riqueza, el éxito, todo. Asumimos la vida como si fuera sencillo tocar una tecla y comenzar a recibir aquello con lo que soñamos.

Pero, claro, ya sabes que no es así, así no funciona. No en vano estuviste durante nueve meses en el vientre de tu madre: si el proceso se hubiera adelantado de forma artificial, es muy probable que no estarías aquí en este mundo. Por eso, también, la vida nos lleva por un camino en el que es necesario vivir (disfrutar) y superar distintas etapas: niñez, adolescencia, adultez, vejez, en fin.

No es que un día eres una niña que juega con muñecas (si todavía hay alguna que lo haga) y al día siguiente eres la CEO de una compañía, con 30 años de experiencia. La vida no funciona así, está claro. El mensaje es sencillo: hay que cumplir el proceso, con actitud positiva, de aprendizaje, a sabiendas de que esos serán los cimientos que te permitirán construir tu mejor versión.

Y que, además, te proporcionarán un beneficio invaluable: forjar confianza. Que, quizás lo sabes, es uno de los pilares de las relaciones en todos los ámbitos de la vida. De hecho, y es probable que lo hayas experimentado, los conflictos en que nos envolvemos surgen, principalmente, de la falta de confianza o de la desconfianza. Piensa, por ejemplo, en algún altercado vivido con un familiar.

Recuerda la primera frase de este artículo: “Si a las personas les gustas, te escucharán; pero, si confían en ti, harán negocios contigo”. Puedes cambiar el “harán negocios” por “serán tus amigos”, “te apoyarán en el trabajo”, “te elegirán como pareja”, “te admirarán y te seguirán”. Cambia el escenario pero la esencia es la misma: la confianza es la base del éxito en la vida.

Más en estos momentos en los que el mundo se resquebraja, entre otras razones, por la falta de confianza, por la desconfianza. En otras palabras: ya casi nada, casi nadie, es confiable. Por eso, justamente, las relaciones son cada vez más difíciles: nos cuesta confiar en los demás. Sin este vínculo, tarde o temprano habrá un cortocircuito. Sin confianza, la vida será un campo de batalla.

Lo padecemos todos los días: internet y los demás canales comunicación son focos de infoxicación, de intolerancia, de múltiples manifestaciones de agresividad y violencia. El ciudadano desconfía de quien dice representar sus intereses y, también, de las marcas y de las instituciones. ¿Y lo peor? Los seres humanos desconfiamos de los seres humanos, algo así como una epidemia silenciosa.

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Por fortuna, contra esta enfermedad hay un antídoto efectivo: el mensaje empoderado. La verdad, muchas de las situaciones que nos agobian en el día a día son producto del miedo que nos infunden a través del bombardeo mediático, de la confusión que siembran con mensajes que son contradictorios y/o basados en manipulaciones y distorsiones de la realidad. Sí, esa es la verdad.

¿Y por qué ocurre esto? Porque quienes tenemos el privilegio y el poder de un mensaje distinto, positivo, constructivo, inspirador, guardamos silencio. Tenemos la capacidad para cambiar esta realidad, para cambiar el mundo, pero elegimos callar. Y luego, claro, pagamos las consecuencias. Por eso, es necesario espabilar, darnos cuenta de que podemos ser agentes de transformación.

En la vida, como lo mencioné antes, todo gira en torno a la confianza. No olvides la frase de Zig Ziglar. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Las personas, la mayoría de las personas, están en la búsqueda de confianza de parte de otras personas, de las instituciones, de las figuras públicas, en fin. Y no las encuentran, porque no hay lay o porque son escasas. ¿Comprendes cuál es el reto?

¿Sabes cuál es la razón por la cual muchas personas son adictas a los memes y a los videos ridículos? Porque buscan algo positivo, constructivo e inspirador que los saque del caos de la realidad y… ¡no lo encuentran! Se estrellan con más violencia, más sangre, más morbo, más miedo, más mentiras, más manipulaciones, más pornomiseria. “La risa, remedio infalible”, pregona la revista Selecciones.

Con tu conocimiento, con tus experiencias, con el aprendizaje de tus errores, con tu pasión, con tu vocación de servicio, tú puedes ser el que provoque esa risa, el oasis en medio del árido desierto del caos. Además, quizás lo sabes, cuentas con la más poderosa herramienta para generar un impacto positivo en la vida de otros. ¿Sabes a cuál me refiero? Al mensaje inspirador y poderoso.

Es cierto que ahora, cuando millones de personas descubrieron que internet era un canal mucho más poderoso que el hecho de publicar memes, fotos y videos caseros en redes sociales, cuando la irrupción de la inteligencia artificial nos permite realizar de manera sencilla y económica una gran variedad de tareas que hace un corto tiempo eran engorrosas y costosas, la competencia abunda.

Sin embargo, y eso quizás lo has notado, la mayoría es basura, literalmente. Pornobasura o pornomiseria. Contenidos que producen asco, que denigran del ser humano, que no solo no nos arrancan una sonrisa, sino que nos producen más ansiedad, más tristeza. Esa, sin duda, es una oportunidad para quienes podemos hacer algo distinto, podemos generar contenido de calidad.

¿Aceptas el reto? Las condiciones para triunfar son sencillas:

1.- Ten en cuenta que te comunicas con personas, es decir, con otros seres humanos. Eso significa que lo importante no es la tecnología, el canal que utilizas o el formato que eliges: lo que en verdad importa, lo que te permitirá trascender, será el poder de tu mensaje. Que informe, eduque, nutra y entretenga a quien lo consume, que recompense el tiempo que esa persona le dedica.

2.- Una de las miserias del contenido actual de internet es que la mayoría son ‘más de lo mismo’, otra versión del mismo patético payaso que nada aporta. El clon del clon del clon, aquellos adictos a las plantillas que solo repiten el mismo discurso. La autenticidad no solo te hará único, sino que te destacará, como la luz en la oscuridad, y te visibilizará, provocará que llames al atención.

3.- No tienes que ser un escritor consagrado, un presentador de noticias o un locutor para crear contenido de valor. Recuerda: lo que a la gente le interesa es el valor del contenido que transmites. Lo demás es accesorio. Así mismo, ten en cuenta que “la práctica hace al maestro”. Cuanto más lo hagas, cuanto más desarrolles la habilidad (cualquiera que sea), tus resultados serán mejores.

4.- No te límites a un formato o a un canal. En mi caso, mi mayor fortaleza es el contenido escrito, pero produzco piezas gráficas y próximamente incursionaré (¡es una promesa!) en otros formatos (video y audio). Esa variedad de habilidades te permitirá reforzar el poder de tu mensaje y también llegar a más personas porque, recuerda, “entre gustos no hay disgustos”. Exprime tu potencial.

5.- Aprovecha las herramientas que te brinda la tecnología sin perder de vista, de nuevo, que lo realmente importante y valioso eres tú, tu mensaje. Convierte a la inteligencia artificial en tu socio estratégico, en tu asistente personal: son muy pocas las tareas que no puedes realizar con ella. Aprender a manejar estas herramientas te proporcionará una gran ventaja competitiva.

“Cuando la confianza es alta, la comunicación es fácil, instantánea y efectiva”, dice el autor, empresario y conferencista Stephen R. Covey, autor de, entre otros libros, Los siete hábitos de la gente altamente efectiva. Una persona confiable, genuina y auténtica no solo encarna un mensaje más poderoso, sino que, además, en estos tiempos modernos es un exclusivo tesoro. ¿Aceptas el reto?

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El contenido, la herramienta más poderosa para impactar la vida de otros

¿Cómo te fue en 2023 en tu empresa, negocio, emprendimiento o como profesional independiente sin producir y compartir contenido de calidad? No te apures, conozco bien la respuesta: ¡no creas y compartes contenido propio, solo te dedicas a vender (a intentar vender, de hecho). Es una realidad del mercado, uno de los puntos débiles, y también una fortaleza de los exitosos.

Creemos, porque así nos lo enseñaron, que “hacer negocios (o marketing) es vender”, pero no es cierto. Esa fue una concepción popular durante décadas en el siglo pasado. Sin embargo, lo que se impone hoy es distinto: hacer negocios (o marketing) va más allá inclusive de satisfacer necesidades básicas de los consumidores, o sus deseos más fervientes, y consiste en servir.

Cuanto más sirvas, es decir, cuanto más ayudes a otras personas con lo que haces, con tus productos o servicios, con tu conocimiento, más venderás. ¡Esa es la premisa! A eso, justamente, se dedican las marcas, negocios y personas que lideran el mercado, las más influyentes: ayudan a otros. Las ventas, el dinero, llegarán después como una consecuencia lógica de tus acciones.

Ahora, algo que quizás ya sabes o has experimentado: no basta con tener “el mejor producto” del mercado, o “el mejor servicio” al “mejor precio”… No basta. Porque si el mercado no se entera, si tus clientes potenciales no sabes que existes y qué ofreces, ¡nadie te comprará! Será el secreto mejor guardado, una especie de tesoro escondido, y todo lo que hagas será en vano.

El juego del marketing en el siglo XXI consiste en ser visible a la porción del mercado a la que puedes servir con aquello que ofreces, en posicionarte en la mente de esos clientes potenciales para que piensen en ti, y solo en ti, cuando esa necesidad apremie. Y, por último, en comunicar el mensaje adecuado a través del cual puedas conectar con las emociones de esas personas y persuadirlas.

En últimas, entonces, hacer marketing (o vender) es crear y comunicar el mensaje que tu audiencia potencial quiere escuchar. Mensaje que, valga recalcarlo, no es “vender, vender, vender”, es decir, manipular a partir del miedo y forzar la venta. La venta, repito, es una consecuencia lógica de lo que haces (y de lo que no haces), de cómo lo haces y, en especial, del mensaje que comunicas.

Otra puntualización importante: crear contenido de valor NO es hablar de ti, de los cargos que has ocupado, de las campañas exitosas que has liderado para marcas multinacionales de presupuesto millonario. Tampoco es presumir de los autos o las propiedades que posees o del dinero que hay en tu cuenta bancaria. Y no es tratar de venderte como la solución perfecta, en nuevo gurú.

Eso, créeme, a NADIE le interesa, ¡a nadie! Menos, si no eres visible, sino te posicionaste en la mente de tus clientes potenciales y si tu mensaje no llegó a las personas correctas (es decir, a las que padecen el problema que tú puedes solucionar y están interesadas en esa solución). ¿O es que a ti te interesa saber los pormenores de la vida del vecino huraño con el que nunca cruzas palabra?

El objetivo del contenido de valor es atraer la atención de esas personas que están ahí afuera, en el mundo real (NO en redes sociales), primero, y luego despertar su curiosidad. Que en su cerebro se active la pregunta clave, aquella que desvela lo que a esa persona, en realidad, le interesa: ¿Qué hay aquí para mí? Si consigues que esa persona llegue a este punto, habrás ganado una batalla.

Sin embargo, estás lejos de vender. Esa es la realidad. Ese es tan solo el comienzo, el primer paso de la que podría ser una fructífera relación a largo plazo, de un intercambio de beneficios, si los siguientes pasos son los adecuados. ¿Y cuáles son esos pasos? Informar, educar, nutrir y entretener a esa audiencia, a esas personas que atrajiste y a las que les despertaste la curiosidad.

En esa labor, la mejor herramienta es el contenido de valor. No pases por alto la palabra “herramienta”, porque solemos creer que solo sirven o son útiles las que nos proporciona la tecnología. Y no es así, por supuesto. El contenido que aporta valor y llega a las personas que necesitan esa información es más importante que el formato o los canales de difusión.

No te distraigas con esos asuntos que son secundarios. Hay que considerarlos, sí; hay que acertar en la elección, sí; hay que garantizar que la producción sea de calidad (por simple respeto a tu audiencia), pero lo relevante, la razón por la cual tus clientes (potenciales o actuales) consumen ese contenido es porque creen que tiene valor. Es decir, les aporta algo de lo que carecen.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que a veces, la mayoría de las veces, esas personas no saben que necesitan eso que tú les ofreces. De hecho, ni siquiera saben que padecen un dolor porque las manifestaciones son leves o están controladas, así que en este punto del proceso NO te van a comprar. Es más: no te aceptarán que les hables de tu producto o servicio. No todavía.

Está en una fase de exploración, de descubrimiento, ¿recuerdas? Para él, lo importante en ese momento es saciar la curiosidad que despertaste. Entonces, lo que requieres es información. No de tu producto o servicio, no de tu oferta, insisto, sino de cuál es el problema que lo aqueja, de cuáles son las manifestaciones de ese problema o carencia y de cómo puedes (vas a) ayudarlo.

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En ese contexto, ¿qué tipo de contenido debes crear y compartir? Veamos:

1.- Responder lo prioritario. Es decir, las preguntas básicas, obvias, que tu cliente potencial se hace después de que atrajiste su atención y despertaste su curiosidad. Por eso, debes conocer muy bien a tu cliente potencial, saber con exactitud cuál es su problema y, más importante aún, cuáles son las manifestaciones, pues al fin y al cabo son ellas las que tiene que lidiar, las que lo incomodan.

Un ejemplo: eres un vendedor de autos de alta gama, un segmento muy competido y exclusivo. Tu tarea, entonces, consiste en destacar el diferencial de tu producto (seguridad, bajo consumo, confort) y, sobre todo, explicarle a tu cliente potencial por qué es la mejor elección para él y su familia. Olvídate de las características y del precio: enfócate en crearle la necesidad.

2.- Edúcalo. Una tarea que prácticamente nadie cumple. La mayoría se desboca en la intención de vender tan rápido como sea y fracasa. ¿Y por qué? Porque su cliente potencial no está educado, no sabe que tiene problema, no sabe cuál es el problema, no sabe qué hay detrás de esas incómodas manifestaciones de las que desconoce su origen. Responde sus inquietudes y… ¡lo atraparás!

Un ejemplo: eres un coach y tienes un programa para ayudar a los padres en la crianza de sus hijos entre los 5 y los 15 años, un período apasionante y, a la vez, crítico. Identifica los problemas comunes, bríndales consejos prácticos de fácil aplicación y resultados certeros y enséñales que eso de ser padre es un aprendizaje sobre la marcha. ¿La clave? Enfócate en lo positivo y constructivo.

3.- Conexión emocional. Si no logras conectar con las emociones de tu cliente potencial, ¡no le venderás! Ni ahora, ni después. ¿Por qué? Porque la compra, seguro lo sabes, es la respuesta a un estímulo emocional incontrolable. Si apuntas al dolor, a lo racional, ¡no venderás! La motivación de tu cliente es tu gran aliada: hazle saber que su vida será mejor si obtiene lo que le ofreces.

Un ejemplo: eres un consultor inmobiliario que vende proyectos nuevos en La Florida (EE. UU.). Tus clientes son suramericanos que quiere irse a vivir allá, pero tienen miedo por la legalización del estatus, por la adaptación de sus hijos y, sobre todo, por la plusvalía de su inversión. Cuéntales de esos clientes a los que ya ayudaste, que ya viven allí, y de cómo su vida cambió para mejor.

4.- Inspíralo. La inspiración es el punto de partida de la persuasión, es decir, la estrategia a través de la cual consigues que tu cliente potencial realice la acción que tú le propones y que lo beneficia. La inspiración transporta a esa persona al escenario al que prometes llevarla, ese en el que un aspecto de su vida deja de ser un problema y, por lo tanto, es más feliz, su vida es mejor.

Un ejemplo: eres un profesor de idiomas que ofrece cursos por internet, tanto para niños como para adultos. Explícale a tu cliente los beneficios de dominar una segunda lengua, de cómo esta herramienta le abre puertas y le brinda oportunidades valiosas. Enfócate en que entienda que sus hijos estará un par de escalones arriba del resto de su generación y su vida será más feliz.

Este 2023 se nos escapa de las manos y el corazón le abre las puertas a un 2024 que recibimos con ilusión. Por mi parte, el propósito es continuar en esta cruzada de compartir mi conocimiento y experiencia para guiarte en la tarea de construir y transmitir mensajes poderosos que contribuyan a ayudar a otros. Recuerda: lo que la vida te ha regalado carece de sentido si no lo compartes.

Todos, absolutamente todos, tenemos la responsabilidad de utilizar aquello que hemos atesorado, conocimiento y experiencias, para inspirar a quienes no han gozado de la misma buena suerte que nosotros. Generar un impacto positivo en la vida de otros es la tarea más maravillosa que se nos encomendó y el contenido que creas y compartes es la herramienta más poderosa de que dispones.

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La desinformación es la nueva pandemia: ¿existe una solución?

¿Sabías que, de nuevo, estamos en pandemia? No la provocada por el COVID-19, por cierto, que tanto daño causó, que tanto dolor nos infligió. No habrá confinamientos, aunque el uso de los tapabocas no caería mal. ¿Sabes cuál es? La desinformación, un mal que inclusive ha llamado la atención de la Unesco, la organización de la ONU para la educación, la ciencia y la cultura.

“La liberación de la palabra a través de la tecnología digital ha representado un inmenso progreso. Pero las redes sociales también han acelerado y amplificado la difusión de información falsa y la incitación al odio, lo que plantea graves riesgos para la sociedad, la paz y la estabilidad”, alertó la francesa Audrey Azoulay, directora general de la Unesco desde 2017. ¿Te suena familiar?

“Para proteger el acceso a la información, debemos regular sin demora estas plataformas, protegiendo al mismo tiempo la libertad de expresión y los derechos humanos, agregó. Un tema que, seguro lo sabes, no es nuevo: desde hace casi dos décadas comenzó el debate y, de manera triste, se quedó en discusiones bizantinas que poco o nada aportaron (menos, una solución).

En 2015, en declaraciones al diario italiano La Stampa, el catedrático Umberto Eco puso el dedo en la llaga: Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”.

Su queja no terminó ahí: “La televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”, dijo Eco, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2000. “En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control”.

El fenómeno de la desinformación, según Eco, es una degradación del periodismo. “Hace un tiempo se conocía la fuente de las noticias: agencia Reuters, Tas. Con internet no sabes quién habla, no puedes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada. Cualquier web que hable de complots o que se inventen historias absurdas tiene un increíble seguimiento, se quejó.

Recientemente, la Unesco publicó los resultados de una encuesta realizada en 16 países en los que se realizarán procesos electorales en 2024. Esos escenarios, se sabe, se han convertido en un campo de batalla en el que la desinformación reina y la incertidumbre, el miedo y las mentiras vuelan silvestremente. La conclusión es alarmante: el 85 % de los consultados sufre por la desinformación.

El diccionario define este término como “Dar información intencionadamente manipulada al servicio de ciertos fines”. También, “Dar información insuficiente u omitirla”. ¿Se te antoja familiar? Por supuesto, es lo que sufrimos todos los días, pero no solo en las redes sociales, sino a través, también, de los medios de comunicación, que son grandes promotores de la desinformación.

Es justo decir que la desinformación ha existido desde siempre, solo que con las redes sociales y los canales digitales llegó a niveles jamás imaginados. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? El daño que produce, manifiesta tanto a través de la desconfianza como de la falta de credibilidad en las fuentes. Además, y esto es más perverso, que muchas personas se creen las versiones falsas.

“La desinformación está de plena actualidad. Ha entrado de lleno y con fuerza en la vida política, económica y social, en nuestra esfera privada y en nuestro lenguaje habitual. Es un término cuyo concepto aparece asociado a otros, como posverdad, ciberseguridad o injerencias, también de actualidad”, de acuerdo con el Real Instituto Elcano, de España, que pregona valores como la independencia y la transparencia.

Recalca, para que se entienda la complejidad y el alcance del problema, que “el diccionario Oxford declaró ‘post-truth’ palabra del año 2016 y que en 2017 volvió a hacer lo mismo con ‘fake news’”. Señala, así mismo, que “Hoy la revolución digital lo ha cambiado todo y se producen más noticias que nunca y se difunden a mayor escala, mundial o local”. Sin embargo, ese no es el enemigo.

¿A qué me refiero? No es internet, o las redes sociales, o cualquier canal digital, el culpable de la desinformación. Todos ellos son, por decirlo de alguna manera, los “idiotas útiles” que sirven a los intereses perversos y manipuladores de quienes, en realidad, están detrás de la desinformación. Mal haríamos en satanizar la tecnología, cuando el responsable es quien la usa y cómo la usa.

Las redes sociales son la principal fuente de información en casi todos los países, según el estudio de la Unesco. Solo el 50 % de la gente confía en las noticias con las que se topa de bruces en las redes sociales, un porcentaje que escala hasta el 66 % en el caso de la televisión, hasta el 63 % en el caso de la radio y hasta el 57 % en las webs y las apps de noticias. La desconfianza es real.

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Un dato muy interesante y relevante es que a los ciudadanos les preocupa, y mucho la desinformación, pero también el discurso de odio, que se reproduce como por arte de magia. El 67 % de los ciudadanos consultados admiten haber sido confrontados con mensajes de odio en las redes sociales (una proporción que se dispara hasta el 75 % entre los menores de 35 años).

Con este oscuro panorama, hay que darles la razón a quienes afirman que las internet, y en especial las redes sociales, son una cloaca o, cuando menos, un jungla infestada de depredadores. Un mal que llega a niveles de alerta roja en época de elecciones, de tragedias, de hechos con poca o ninguna trascendencia que, sin embargo, se convierte en virales y son el caldo de cultivo.

Lo insólito es que el remedio para este mal, el antídoto para la desinformación, está en internet, en las redes sociales, ¿lo sabías? Me explico: el problema es que hoy circulan en la web más noticias falsas, distorsionadas y manipuladas que noticias reales. Y cuando digo “noticias” me refiero no solo a las originadas por los medios de comunicación, sino a publicaciones de cualquier persona.

¿Cuál es la solución? Hoy, la balanza está inclinada para el lado de la desinformación, es decir, hay más contenidos basados en mentiras, en verdades distorsionados o manipuladas, que en hechos ciertos, en certezas, en datos sustentados. ¿La proporción? Imposible de determinar, pero creo que un 40-60 (información real-desinformación) es bastante optimista, quizás irreal.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que, como se dice popularmente, los buenos somos más, pero los malos son más astutos. O, en otras palabras, los malos saben cómo hacer la tarea que les conviene y los buenos nos quedamos petrificados padeciéndola. O, a lo sumo, maldecimos las redes sociales, aseguramos que internet es una olla podrida y nos resignamos en silencio.

Internet (incluidas las redes sociales, por supuesto) necesita más creadores de contenidos reales, ciertos, veraces y, sobre todo, de valor. ¡De cualquier tema! Desde asuntos tan sencillos como “Así se prepara una lasaña de pollo y champiñones” hasta “Estrategias efectivas para vender más en tu negocio”. Contenido creado por personas honestas, con principios y valores.

No más vendehúmos, no más expertos sabelotodo que solo quieren tu dinero, no más falsos gurús que te engañan y desaparecen. ¡No más! Hay que quitarles el privilegio de ser los reyes de la red, hay que quitarles el espacio que se han ganado con sus bulos, hay que castigarlos con el látigo de la indiferencia hasta que no encuentren eco en sus publicaciones. ¡Esta es una cruzada heroica!

Que nos corresponde librarla a todos los buenos, ¡a todos, sin excepción! Es decir, a todos los que a partir del conocimiento acumulado, de las experiencias vividas, de los aprendizajes surgidos de los errores, de nuestros principios y valores, dones y talentos, estamos en capacidad de transformar el mundo. No es ciencia ficción o una idea loca: es una propuesta, un reto, una gentil invitación.

Te sorprendería saber cuántas personas valiosas, aptas para llevar a cabo esta cruzada, no se dan cuenta del poder que poseen, no se dan por enteradas, no se sienten involucradas. Esa es la razón por la cual los malos, los promotores de la desinformación, actúan con impunidad, llevan a cabo sus fechorías una tras otra. Necesitamos que la balanza se incline hacia el lado de los buenos.

A lo largo de más de 36 años como periodista y creador de contenidos, he tenido el privilegio de impactar de manera positiva en la vida de otros. Quizás no generando grandes transformaciones o cambios, pero sí brindándoles un oasis de alegría, de paz, de tranquilidad, de reflexión, o quizás inspirándolos con esos contenidos. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Tú también puedes hacerlo.

Repito: los buenos somos más, pero los malos se notan más. Como decía el gran Facundo Cabral, Los buenos somos mayoría, pero no se nota, porque las cosas buenas son humildes y silenciosas. Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba, hay millones de caricias que construyen la vida. Necesitamos hacer ruido, mucho ruido, para acabar con la desinformación.

¿Te animas? Créeme: tu conocimiento, tus vivencias, tus aprendizajes, tus dones y talentos, son lo que muchas personas buscan, anhelan tener para mejorar su vida. No solo es tu responsabilidad compartirlos, sino que, mientras no lo hagas, te perderás el privilegio de ser agente de transformación positiva, uno de los arquitectos de ese mundo que todos deseamos con ahínco.

La desinformación se combate con información verdadera, con contenido de calidad y, sobre todo, de valor. No esperes que sea tu amigo, o tu vecino, o una empresa, el que empiece. Sé tú el primer eslabón de la cadena, el líder, la inspiración que mueve a otros, a muchos. Se tú el gestor de ese ruido que necesitamos escuchar para callar a los promotores de la desinformación. ¿Te animas?

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¿Extensión, formato, canal? Mejor, privilegia la calidad de tu contenido

¿Largo o corto? La respuesta es mucho más sencilla de lo que te imaginas: tanto (corto o largo) como se necesite para transmitir tu mensaje. Olvídate de las pavorosas tendencias que dicen que “la gente ya no lee”, “la gente no tiene tiempo para leer” y otros bulos por el estilo. Porque, la verdad, son solo eso: bulos, mentiras que se levantan como espesas cortinas de humo.

¿Para qué? Para tratar de ocultar la incapacidad de producir un mensaje poderoso que genere un impacto (ojalá positivo) en la audiencia. Los que insisten en que hay que escribir corto, o que los videos deben ser cortos, no tienen mucho que decir o no saben cómo decirlo. Porque la realidad es bien distinta y los ejemplos, que sobran, no tienen discusión. ¿Quieres saber cuáles ejemplos?

Los niveles de lectura se incrementaron durante la pandemia. Era algo de suponer, ¿cierto? Con las personas confinadas en casa, estresadas en medio de un ambiente de incertidumbre y dolor, era inevitable buscar algún escape, un elíxir para la mente. Muchos optaron por la lectura. Lo mejor, ¿sabes que es lo mejor? Que inclusive después de la pandemia los niveles se han sostenido.

Uno más: el auge de las ferias del libro en Latinoamérica. Bogotá (Colombia), Lima (Perú), Buenos Aires (Argentina) y Guadalajara (México) realizan las más importantes y multitudinarias. En cada una de ellas hay más de medio millón de visitantes. Las de Alemania (Fráncfort), Francia (París), India (Nueva Deli) y Estados Unidos (Bookexpo America, en Nueva York) son otras de relevancia.

Son certámenes en los que se ofrecen miles de nuevos títulos y miles más de autores reconocidos. Muchos libros que tienen más de 300 páginas y que se venden, como se dice en Colombia, “como pan caliente”. Ciertamente, hay personas que compran libros que nunca leen, pero la mayoría no es así: de hecho, el público comprador de las ferias es cada vez más joven, nuevos lectores.

Y también hay nuevos escritores, algunos muy buenos. Que comienzan a abrirse paso en esa jungla que es el mercado editorial, que privilegia lo comercial sobre la calidad del contenido. Es decir, la dinámica del mercado se mantiene, la industria no se ha detenido ni está estancada, como aseguran algunos. Y, si tienes dudas, el libro impreso está más vigente que en décadas pasadas.

Otro ejemplo nos lo ofrecen el cine y las series de televisión o streaming. Son industrias que van en alza o que, en el peor de los casos, mantienen una audiencia fiel. Son actividades a las que las personas les dedican tiempo, y no solo durante el fin de semana. En los países latinoamericanos, además, están las telenovelas y los reality shows, que exhiben altas cifras de sintonía.

La verdad detrás de estos ejemplos es que la gente consume el contenido que le interesa en el formato que más le agrada. Lo consume bien sea por necesidad o por gusto. Y, repito, le dedica un tiempo considerable. Que no mide si el resultado de esa experiencia es gratificante, satisfactoria y le brinda un oasis de felicidad en medio de una cotidianidad colmada de dificultades y problemas.

Aquello de “hay que escribir corto, porque la gente no lee”, surgió hace un par de décadas, a raíz de la explosión de internet. Cuando las herramientas y los recursos estuvieron a disposición de cualquiera, no solo de las empresas o de los ricos, se abrieron mil y un portales web. La mayoría no tenía la capacidad de producir buen contenido y se limitaba a publicar decenas de “textos cortos”.

Por supuesto, son portales que ya desaparecieron o que, en el mejor de los casos, son clandestinos (casi nadie los lee). La muestra fehaciente de esta práctica son los medios de comunicación: en sus páginas web publican cientos de notas que ellos llaman noticias, pero que no son más que versiones cortas de rumores, chismes sin fundamento o, peor aún, informaciones distorsionadas.

Por eso, justamente por eso, están sumidos en una profunda crisis, que más que económica es de credibilidad, un valor que se perdió por completo porque las audiencias se cansaron de consumir la pornobasura que publican: no hay espíritu para salir a la calle y hacer reportería como en el pasado, no hay tiempo para la verificación, no hay tiempo para complementar las informaciones.

Sí, es cierto que hay una audiencia para esos contenidos de mala calidad, pero es inevitable: el mercado es diverso. Pero estoy seguro de que no eres tú uno de ellos (y por eso estás leyendo otro tipo de contenidos). A veces, sin embargo, hay medios que se equivocan, producen informes atractivos, serios y bien documentados. ¿Y sabes qué sucede? La gente los consume.

De nuevo, el tema no es la extensión (¿corto o largo?), sino la calidad del contenido. Una premisa que se aplica a cualquier tipo de contenido que produzcas y publiques. Es innegable que quienes producimos contenido competimos no solo contra otros productores de contenidos (algunos de ellos, muy buenos), sino contra la histeria colectiva que cunde en la cotidianidad de la vida.

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La clave para determinar la extensión de tu contenido, en cualquier formato (video, audio o texto), es el estado de la relación con tu audiencia. Me explico: si las personas que van a consumir tu contenido no te conocen, no saben qué haces, no saben a qué te dedicas y tampoco saben que las puedes ayudar, requieres MÁS contenido (más cantidad, no necesariamente de mayor extensión).

Dado que hoy la competencia es muy grande, no puedes asumir que todo el mundo te conoce y sabe qué haces. Aunque tu empresa está muy posicionada en el mercado o seas el referente de tu industria como emprendedor. Recuerda que “los clientes para toda la vida” son una especie a punto de extinguirse y que, lo más importante, los consumidores cambian sus hábitos.

Si eres nuevo en el mercado o si ofreces un producto/servicio a un nuevo nicho tu estrategia de contenidos debe ser más robusta. MÁS contenido y, a veces, contenidos más extensos. ¿Por qué? Porque se trata de una audiencia fría, que requiere mayor información, que está en fase de exploración, que busca identificar la mejor opción. Además, tiene muchas objeciones.

En el mundo actual, no importa si eres médico, mecánico, escritor, coach, abogado o dueño de un negocio, y vendes algún producto o servicio, la clave del éxito radica en la confianza que estés en capacidad de desarrollar con el mercado, con todos y cada uno de tus clientes. Si confían en ti, te van a comprar, ahora o después; si no logras establecer ese vínculo, solo recibirán lo que des gratis.

¿A partir de qué surge esa confianza? De que el mercado sepa quién eres, qué haces, por qué lo haces (¿cuál es tu propósito?) y cuáles son tus resultados (¿a quién ayudaste antes?). Pero, sobre todo, de ¿cómo puedes ayudar a esas otras personas? ¿Qué les ofreces? ¿Estás capacitado para hacerlo? ¿Lo que ofreces es la verdadera solución al problema que aqueja a esas personas?

Olvídate del dinero (el precio de lo que vendes), que es absolutamente secundario. Si logras convencer al mercado de que eres su mejor opción y de que lo que ofreces es la solución real, el dinero aparecerá. Claro, siempre y cuando esas personas confíen en ti, disipen sus miedos y crean que las quieres ayudar de manera genuina, es decir, que su bienestar es lo que te mueve.

Ahora, ¿cómo crear ese vínculo de confianza? El camino más seguro (no el más corto y tampoco el más económico) es generar contenido de calidad. Corto y largo, en función del nivel de conocimiento que el mercado tenga de ti, como ya lo mencioné. Contenido en diferentes formatos y que, además, cumpla con el objetivo de educar a tu audiencia, entretenerla y nutrirla.

La comunicación con esas personas se basa en contar historias (sí, el famoso storytelling), compartir tus opiniones, demostrarles que tú pasaste por la misma situación en la que se hallan (y explicarles cómo la superaste) y que sabes cómo alcanzar el éxito (o que tienes la solución que están esperando). No es vender, de manera agresiva e invasiva, sino informar, educar y entretener.

Como lo hace un buen libro, o una buena película, o una buena serie, o un pódcast, ¿entiendes? El formato que elijas no es lo importante, más allá de que debes ser consciente de cuál es el que más agrada a tu audiencia, a tus clientes potenciales. Lo que en realidad es relevante es la calidad del contenido que produces, la pertinencia (oportunidad) y, en especial, el valor que transmites.

Una de las premisas, que no la puedes pasar por alto, no la puedes omitir, es aquella de responder las preguntas habituales del mercado, de tu audiencia, y derribar las objeciones frecuentes. Esa es una de las tareas fundamentales del contenido: informar, educar, responder. En la medida en que puedas absolver las inquietudes del mercado, ayudarlos a liberarse de sus miedos, confiarán en ti.

Ahora, ¿qué sucede cuando te lanzas a vender sin compartir contenido de valor? La venta en frío es uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos quienes le ofrecemos algo al mercado. No te la recomiendo: es un proceso que te desgasta, que provoca que malgastes tus recursos y tus energías, en el que te equivocas fácilmente o, peor, corres el riesgo de elegir ir por un atajo.

Es muy probable que te rechacen de plano y, no solo eso: que también te etiqueten como una molestia, como más de lo mismo o, peor, como un tóxico vendehúmo. Ese será el principio y el fin de tu aventura. Un final abrupto y doloroso por el que te reprocharás el resto de tu vida. Y, además, te perderás el privilegio y la oportunidad de ayudar a otros con tu trabajo, tu contenido.

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¿Cómo saber si ese contenido que voy a publicar le interesa a mi audiencia?

La pregunta del título, lo sé, atormenta a muchos. Algunos, inclusive, sufren pesadillas o, peor, no pueden conciliar el sueño. Un poco porque no poseen una estrategia de marketing de contenidos sólida, que sirva como respaldo para las estrategias de conversión, un poco también porque les da miedo hacer algo distinto a lo que ven en el mercado. Y caen en la tentación de las tendencias.

Que, no sobra decirlo, son una manipulación de los líderes del mercado, a los que solo les sirve que la audiencia y sus competidores se comporten como un rebaño: las ovejas siguen al pastor con sumisión. En la medida en que todos hablen de lo mismo (de la tendencia), nadie se diferenciará y, entonces, en ese escenario el que ya está posicionado tiene más posibilidades de ganar.

Quizás sabes que no tengo formación como copywriter, jamás trabajé en una agencia de publicidad y, lo confieso, durante muchos años creí en el divorcio entre contenido y venta. Entendía, porque eso me enseñaron, que el periodismo, lo mío, iba por un lado y la publicidad, la venta, iba por otro. Se les olvidó decirme que en algún punto del trayecto los caminos confluyen.

Es decir, se vuelven uno solo. Eso lo aprendí hace relativamente poco tiempo, hace casi siete años cuando le di un giro radical a mi trayectoria profesional y me adentré en las profundidades del marketing. Lo irónico, ¿sabes qué fue lo irónico? Que pronto me di cuenta de que lo que había hecho en mi carrera, durante más de 30 años, era vender, aunque, no había vendido nada.

Bueno, nada físico. Pero siempre había vendido mensajes, sensaciones, experiencias y, sobre todo, emociones. Y hubo muchos compradores, cientos, que se engancharon con mis contenidos y se transportaron al escenario de la noticia, del hecho que presencié, a través de mi relato. En vez del camino de la manipulación, el que siguen muchas marcas, había tomado el de la persuasión.

Y no solo fui consciente de esto: también, de que tenía el poder y, sobre todo, el privilegio de causar un impacto positivo en la vida de otros a través de mi mensaje, de mis contenidos. Ahora, entonces, me dedico a ayudar a otras personas, empresario y emprendedores, a construir sus estrategias de marketing de contenidos y sus contenidos para impactar la vida de sus clientes.

Un trabajo apasionante, una oportunidad de crecimiento increíble. Que no estaba en mi radar, valga decirlo. Sin embargo, sé que los caminos de la vida, caprichosa y traviesa, son insondables. Y hay que aceptarlos, más en el caso de caminos que te permiten crecer en lo personal y en lo profesional, que llevan a conocer personas extraordinarias y a vivir experiencias inolvidables.

Además, y de esto se trata este artículo, me abre la puerta para ayudar a quienes producen contenidos, pero no obtienen los resultados que esperan o, mejor, a los que, cualquiera que sea el motivo, no comienzan (o no pudieron hacerlo). Que son la mayoría, valga decirlo. ¿El motivo? No hay uno solo, pero básicamente son los miedos, las creencias limitantes y la falta de herramientas.

Y con esto último no me refiero a la tecnología, que por supuesto es un componente valioso. Aludo a las habilidades necesarias, al conocimiento que se requiere. Lo más importante, sin embargo, es que creas que puedes generar contenido, que confíes en tus dones y talentos y no te dejes llevar por los bulos que abundan en el mercado. Que, en el campo de los contenidos, son abundantes.

La primera, que, para conectar con el mercado, con tus clientes potenciales, necesitas publicar el “contenido perfecto” ¿Y sabes qué? Es mentira, porque el “contenido perfecto” NO EXISTE (sí, en mayúsculas). Porque la perfección no existe, por un lado, y porque lo que entendemos de ella es una percepción personal, es decir, cada uno tiene una idea distinta. ¿Percibes la mentira?

Los contenidos son útiles (o inútiles) y pertinentes (o inoportunos). No hay más categorías. Los que reúnen estas dos condiciones (utilidad y pertinencia) son los que aportan valor. Un contenido útil es aquel que le sirve a tu cliente potencial para conocer de su problema, entenderlo y saber que requiere una solución. Es pertinente si, además, le llega en el momento en que tiene la necesidad.

La segunda, que solo tendrás impacto si publicas en determinados canales y a ciertas horas. Y, no, no es así, también es una mentira. Tienes que publicar en aquellos canales donde están tus clientes potenciales y la hora dependerá del lugar donde ellos estén y donde tú te encuentres. Y no hay fórmulas mágicas, porque los seres humanos, seguro lo sabes, somos caprichosos y variables.

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De hecho, aunque tú acostumbres a tu audiencia a publicar a una determinada hora, siempre el mismo día de la semana, no garantiza que te van a ver en ese momento. Recuerda: las personas trabajamos, tenemos una vida personal, nos enfrentamos a problemas, somos distraídas… Si a veces el tiempo y las ocupaciones no nos dan para responderles a los familiares y amigos…

Tercero, el único que sabe con exactitud qué contenido requiere tu audiencia eres tú. Claro, si conoces bien a tu audiencia, si sabes cómo se comporta (para eso son las métricas reales, no las de vanidad) y, sobre todo, si definiste tus avatares, principalmente el prospecto frío (que representa el 90 por ciento del mercado). Si no conoces a tu prospecto, todo lo que publiques será inútil.

Ahora, entonces, regresemos a la pregunta del título: ¿cómo saber si ese contenido que voy a publicar le interesa a mi audiencia? Como mencioné antes, no hay fórmulas perfectas y la razón es muy sencilla: tu audiencia, tus prospectos o tus clientes, son únicos. Aunque les compren a otras personas, a otras empresas, la relación que tienen contigo es única, es decir, no es replicable.

Un ejemplo: tú te comportas de una manera con el banco donde guardas tu dinero; de otra, con el supermercado donde compras los víveres; de otra, con la empresa que te provee los servicios médicos, y así sucesivamente. ¿Por qué? Porque son empresas/personas distintas que te brindan servicios distintos, suplen necesidades distintas. Así somos los seres humanos, todos, sin excepción.

Estas son algunas consideraciones que te permitirán establecer si ese contenido que piensas publicar es el adecuado para tu audiencia:

1.- Es un problema común. Es decir, muchas personas de tu audiencia, muchos de tus prospectos o clientes, lo padecen. ¿Por ejemplo? Educación financiera (o la falta de ella). Otro: carecer de la mentalidad adecuada. Si tu conocimiento y tu experiencia están conectados con esa necesidad específica, si tú también lo sufriste, estás en capacidad de ofrecer contenido útil y pertinente.

2.- Es difícil de solucionar. Hay problemas sencillos y completos, dolores leves y severos. Hay unos con manifestaciones (o síntomas) fácilmente perceptibles y otros, que requieren la mirada de un experto. Si eres especialista en esa necesidad y el problema es complejo, lo que puedas hacer por esas personas que lo padecen será bien valorado. ¿La clave? Información y educación.

3.- Aportas valor. No olvides que la mayoría de las veces que los seres humanos consultamos internet es por una de dos razones: buscamos información o diversión. Es decir, no siempre es porque queremos comprar algo; quizás estamos en la fase de exploración, de investigación. Si tu contenido le ayuda en ese proceso, si lo orienta y le evita caer en manos de un vendehúmo, es de valor.

4.- Eres un experto. Pero, ¡cuidado! La profesión más común es internet es ‘experto’, de modo que ese rótulo ha perdido valor. Sin embargo, si el conocimiento que atesoras, lo que sabes, además de las habilidades que desarrollaste te ponen un escalón arriba del promedio del mercado, tienes el derecho a presumir esa condición. Y, claro, debes ratificarla compartiendo contenido de valor.

5.- Sabes comunicarte. Bueno, la verdad, todos los seres humanos lo hacemos. Sin embargo, a la hora de persuadir a otros para que tomen una acción específica, para convencerlos de que tienen un problema y de que tú les ofreces la solución, se necesita haber pulido la habilidad. No se trata de usar términos raros, sino lo contrario: que cualquiera que te escuche, te entienda y le agrades.

6.- Lo que ofreces sí funciona. Parece obvio, pero no lo es. No en este mercado del siglo XXI que es una jungla infestada de depredadores. Cuando eres honesto y lo que ofreces es en realidad la tan ansiada solución que otros buscan, es más fácil comunicar tu mensaje. Y no solo es más fácil, sino también más poderoso y convincente. El contenido de valor produce un mayor impacto.

Por último, si esto no te ayuda para crear contenido interesante y atractivo para tu audiencia, aún tienes otro camino: realiza una encuesta en redes sociales, WhatsApp o por email. Asiste a eventos presenciales o virtuales en los que se reúnan los referentes de tu mercado y escucha de qué hablan. Y no dejes de lado la opción de reutilizar contenido antiguo que tuvo buena acogida.

El mejor consejo que te puedo brindar, sin embargo, es que no asumas nada. Es decir, TÚ no eres el mercado, TÚ no eres tu cliente potencial. El verdadero genio del marketing es el mercado, no TÚ: ¡consúltalo, escúchalo! Una pista: el punto de partida para crear contenido de valor para tu audiencia es la humildad (y la generosidad) de entender que solo tiene sentido si sirve a otros.

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Contenido de valor: qué es (qué no) y cuáles son sus beneficios

Tras estar en contacto directo durante más de 6 años con clientes, emprendedores, empresarios y profesionales independientes de Latinoamérica y España, creía haber identificado el problema. ¿Cuál problema? Aquel de determinar la razón por la cual a la mayoría del mercado le cuesta generar contenido. Pensé que era una combinación de miedo y del síndrome del impostor.

Que sí, son factores que influyen, pero esa no es la verdadera razón. Entonces, ¿cuál? Que se enfocan exclusivamente en vender o, peor, en tratar de forzar (acelerar) la venta a partir de los contenidos que generan. Y ese, por si no lo sabías, NO es el camino. O, dicho de otra manera, es el final del camino. Y para llegar hasta allá, nos guste o no, hay que recorrer un trecho largo.

Asumo que es un error inducido. Sí, porque sufrimos un incesante bombardeo mediático, a través de múltiples canales, dentro y fuera de internet, enfocados en… ¡vender! “Si usas esta fórmula, venderás más”, “Si compras esta herramienta, venderás más”, “Si sigues este libreto, conseguirás cientos (¿o miles?) de clientes”, “Si publicas en esta plataforma, te lloverá el dinero” y más…

Una variante del error inducido es que intentamos replicar los resultados de nuestros mentores o de los referentes del mercado. ¿Por qué está mal? Porque ellos nos llevan kilómetros de distancia, acreditan mucho recorrido, acumulan un valioso aprendizaje de sus múltiples errores, ya crearon y optimizaron un sistema efectivo que les permita obtener los resultados esperados, y replicarlos.

Es como cuanto tienes 18 o 22 años y te sientas a filosofar de la vida con tu padre, de 62, o con tu abuelo, de 83. La distancia que los separa es inmensa y nunca podrás estar en su mismo nivel. Por el conocimiento, por la experiencia, por las vivencias, por esa sabiduría de vida que solo te pueden dar los años. Lo mejor que puedes hacer es sentarte y, con paciencia, escuchar y aprender.

Te explicaré por qué ese NO es el camino adecuado:

1.- Vender es una consecuencia. ¿Eso qué quiere decir? Que es el final del camino, no el comienzo. O, de otra forma: NO puedes comenzar por la venta. La venta es el resultado de las acciones que llevas a cabo a lo largo del proceso y, sobre todo, de la calidad de información que le brindas a ese cliente potencial. Si no consigues atraer su atención y despertar su curiosidad, no le venderás.

2.- Primero, da, antes de pedir. Eso es lo que no te dicen los gurús mediáticos. La principal pregunta que se hace tu cliente potencial es aquella de “¿Qué hay aquí para mí?”. En ese primer contacto, esos primeros pasos del proceso, él está en fase de exploración, de investigación, y para lo último que está dispuesto es para escuchar una oferta. Dale información, apórtale valor.

3.- No sabe quién eres. En este siglo XXI, hacer negocios (intentar vender algo, un producto o un servicio, dentro o fuera de internet) consiste en establecer una relación con el mercado. Con todos y cada uno de tus clientes potenciales. Una relación basada en la confianza y la credibilidad. Antes de que ese vínculo exista, ¡no le venderás! Enfócate en informarle quién eres y qué haces.

4.- Es un prospecto frío. Uno de los caballitos de batalla de los gurús mediáticos es que si tu producto (o servicio) es bueno, “cualquiera te comprará”. Y, no, ¡NO ES CIERTO! El 99 % de las personas que muestran interés en tu mensaje no te conocen, no saben qué hacen o quién eres, no saben que puedes ayudarlas, y cómo, y por ende no te van a comprar. Tienes que calentarlos.

5.- Tu mensaje no impacta. Es decir, no conecta con las emociones de tu cliente potencial. Bien porque no sabe que tiene un problema (o dolor), no sabe que tú puedes ayudarlo, no sabe que necesita ayuda, no sabe que tú tienes la solución. Y dado que tu mensaje se enfoca en la venta, para él son palabras vacías. Quizás el mensaje sea el adecuado, pero no quien lo recibe.

Veamos algunas conclusiones de lo anterior:

1.- No todo el mundo es tu cliente, no cualquiera va a comprar lo que vendes

2.- Antes de intentar vender, debes darte a conocer, ser visible para el mercado

3.- También requieres posicionarte en la mente de tu cliente potencial

4.- No puedes ir en contra de las 3M del marketing (mensaje, mercado, medio), o la pasarás mal

5.- Tu mensaje debe ser el adecuado en función de la temperatura de tu cliente potencial

6.- Solo les venderás a las personas a las que puedas ayudar HOY con tu solución

7.- Tu mensaje será de mayor impacto si lo publicas en los ecosistemas donde están tus prospectos

8.- El contenido que aporte valor te ayudará a ganar la confianza y credibilidad del mercado

9.- Solo si lo que das gratis es de valor, el mercado considerará lo que ofreces a cambio de un pago

10.- Si te enfocas en vender, solo en vender, el contenido que publiques carecerá de valor

Ahora, la pregunta del millón: ¿qué es eso de CONTENIDO DE VALOR? En palabras sencillas, el que ayuda y es útil. NO el que habla de ti y de tus hazañas, de tus propiedades y lujos, de tus hazañas, del monto de tu cuenta bancaria. NO el que se refiere a tu producto o servicio, sus características. NO el que hace promesas que después no se van a cumplir, pero genera falsas expectativas.

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El contenido de valor es:

1.- El que se enfoca en tu cliente potencial, en esa necesidad apremiante que no lo deja dormir tranquilo y en sus deseos/ilusiones. Por supuesto, para generarlo antes debes conocer muy bien a ese prospecto, en especial las manifestaciones de su problema (“dolor”) y sus emociones

2.- El que le brinda la información específica necesaria para darse cuenta, entender y aceptar que tiene un problema que requiere su atención. Esos que llamamos prospectos fríos no saben que tienen un problema y, una vez lo descubren, son reacios a tomar medidas (el miedo los paraliza)

3.- El que genera un vínculo de confianza y credibilidad a partir de la identificación (tú también lo sufriste, pero ya lo superaste) y la empatía (te mueve la intención genuina de ayudarlo). ¿Cómo lo consigue? Tu historia de vida, si logra conectar con las emociones de tu prospecto, lo inspirará

4.- El que lo educa. Como mencioné, tu cliente potencial no sabe que tiene un problema, no sabe qué tan grave es, no sabe cuáles son las consecuencias y, claro, no sabe cómo solucionarlo. Por eso, debes aprovechar tu conocimiento y experiencias para enseñarle el camino que debe seguir

5.- El que lo nutre. ¿Eso qué significa? Es el contenido positivo, constructivo, que dibuja en la mente de tu prospecto el escenario al que lo vas a llevar con la solución que le ofreces. De lo que se trata es de que imagine la transformación que sufrirá su vida, que vea esa ‘nueva vida’

Jay Baer, reconocido estratega de negocios, autor de cinco libros y una de la voces autorizadas del marketing de contenidos, nos dice que “se trata de crear un contenido tan útil que la gente pagaría por él si se le pidiera. Se trata de crear lo que la gente quiere recibir”. De nuevo: contenido de valor es contenido centrado en tu cliente potencial, en el problema que lo aqueja y la solución que le ofreces.

“La práctica de proveer de un valor real —de la misma manera que nuestros amigos de carne y hueso lo hacen— a nuestros potenciales clientes será premiada con su lealtad y apoyo, como acostumbran a hacer con aquellos a quienes respetan. Nuestros amigos (algunos de ellos) son útiles. El contenido útil entra al subconsciente de los consumidores sin necesidad de invitar a la familia SPAM a la fiesta, agrega Baer.

Tú eliges: ¿de qué lado estás? ¿Eres de aquellos que aportan valor con su contenido (informan, educan, nutren y entretienen)? O, más bien, ¿eres uno más de esa desagradable especie del SPAM, el contenido basura, intrusivo, que nada aporta, solo intenta vender? De nuevo: tú eliges. Por supuesto, la elección que hagas tendrá consecuencias, porque el mercado también elige.

Y hoy, como nunca, el mercado quiere que le aporten valor, información veraz, conocimiento útil, experiencias constructivas y, no lo olvides, historias inspiradoras. En la medida en que compartas contenidos de valor, comprobarás cómo cambia la respuesta del mercado: llamarás la atención de prospectos de calidad, despertarás su curiosidad y, entonces, podrás comunicarles tu mensaje.

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5 tipos de contenido para conectar con tu audiencia y comenzar a vender

Vender, vender, vender… El 95 por ciento (¿o más?) de los contenidos que vemos en internet tienen un único objetivo: ¡VENDER! Y, lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que la gran mayoría de ellos están cortados con la misma tijera, utilizan el mismo copy (sí, el famoso y odioso copy + paste), las mismas plantillas. Y, claro, obtienen los mismos resultados, mediocres resultados.

Una de las características del mercado del marketing en los últimos años es aquella de que la mayoría elige el atajo, el camino que se antoja más corto, para llegar a la meta. ¿Y cuál es la meta? Vender. Y casi siempre ese atajo es copiar la fórmula perfecta que pregona alguno que dice que vendió miles de dólares, que tiene cientos de miles de clientes, que es un referente…

Quizás sea cierto (quizás), pero lo que sí puedo asegurarte es que no existe la fórmula perfecta. ¿Eso qué quiere decir? Que tú puedes aplicar las estrategias que le permitieron a Elon Musk llegar a ser el hombre más rico del mundo, pero no necesariamente vas a obtener los mismos resultados. Si esa fuera una premisa, ¿por qué nadie ha logrado alcanzar la meta?

Es lo que mi buen amigo y mentor Álvaro Mendoza, de MercadeoGlobal.com, llama “marketing incestuoso”. ¿Eso qué significa? Que, dado que todos hacen lo mismo, que todos utilizan las mismas estrategias, que todos les apuntan a los mismos clientes, nadie va a obtener los resultados esperados. Lo más seguro es que van a saturar el mercado.

Que es realmente lo que sucede hoy. La pandemia provocada por el COVID-19 generó un fenómeno llamativo: personas que solo utilizaban internet para gestionar sus correos o para publicar en redes sociales, encontraron allí una oportunidad laboral. O, por lo menos, se volcaron a buscarla, en vista de que las posibilidades en el ámbito físico se redujeron.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchas de esas personas cayeron en las manos de los depredadores, de los vendehúmo que solo querían apoderarse de su dinero. Y cuando lo consiguieron se esfumaron, desaparecieron como si fuese un acto de prestidigitación. Otros, mientras, lo intentaron, pero se desilusionaron porque querían resultados inmediatos.

Es decir, pensaban que hacer negocios en internet era como ir al casino a apostar, a probar suerte. Y nada más alejado de la realidad. Hoy, gracias a internet, cualquier profesional (médico, abogado, comunicador, contador, odontólogo o coach) puede vender en internet a partir de sus conocimientos, de sus talentos. Cualquier puede, pero pocos lo hacen.

¿Por qué? Porque se enfocan en vender, solo en vender. Y esa no es la forma en que funciona. ¿Por qué? A los seres humanos, a todos sin excepción, nos encanta comprar, es uno de nuestros pasatiempos favoritos, y nos encanta la sensación de felicidad cuando tenemos en las manos aquello que deseábamos. Sin embargo, todos los seres humanos odiamos que nos vendan.

Al menos, de la manera agresiva, directa y, casi siempre, descarada en que lo hacen a través de internet o canales digitales como tu teléfono. Tampoco en esa instancia que llamamos a puerta fría, es decir, antes de que se establezca un vínculo de confianza y credibilidad entre tú y la persona que intenta venderte, antes de que entiendas que tienes esa necesidad puntual.

Que intenten venderte en frío es una de esas incómodas situaciones a las que nos enfrentamos todos los días. Y no solo a través de internet, sino también en el mundo físico. Tan pronto cruzas la puerta de un almacén, sin falta, un dependiente se te lanza a… ¡venderte! Es porque creemos que ese es el modelo de servicio ideal, cuando en realidad nos molesta y ahuyentan.

Así mismo, es menester comprender que la venta es un resultado, una consecuencia, del proceso. Pero, y este es el origen del error, no del proceso de venta, sino de ese proceso de intercambio de información y de experiencias; del proceso de identificación y empatía a través del cual dos seres humanos, inclusive a través de canales virtuales, desarrollan una relación.

Lo primero, lo FUNDAMENTAL, entonces, es la relación. Sin ella, la venta es muy difícil. Sin ella, la venta es incómoda y solo contribuye a levantar más objeciones. Sin ella, la venta se queda en una mera transacción y después tendrás que volver a comenzar de cero para intentar venderle otra vez a esa misma persona. La venta es una consecuencia de la relación.

Ahora, si entras a internet y realizas una simple consulta, hallarás mil y una respuestas, que en esencia son mil y una fórmulas perfectas, que te dicen qué hacer, cómo y cuándo hacerlo. Ah, y con quién hacerlo. Allá tú. Porque fórmulas perfectas no hay, porque solo hay estrategias que a otros les han dado buen resultado y que tú puedes modelar en tu negocio, en tu trabajo.

Una de esas estrategias, transversal en todos los personajes, empresas y negocios que son exitosos, que lideran el mercado y que están en capacidad de influir positivamente en el mercado, es la generación de contenido. Todos, absolutamente todos, crean y comparten contenido de valor. No ese que infla el ego o del que te presenta como un superhéroe; no.

Que es, básicamente, el que recibimos y vemos todos los días en internet y en los medios de comunicación tradicionales. Es aquel subordinado al clic fácil, a los titulares escandalosos y/o morbosos, al intento de convertir en noticia la vida privada de los demás, en fin. Contenido que, al final, no es más que pornobasura, de esa que produce hastío a kilómetros de distancia.

Para entablar, fortalecer y disfrutar una relación, mientras, se requiere contenido de valor. Que no abunda por ahí, dentro o fuera de internet. Que no se enfoca exclusivamente en la venta, sino en nutrir, en educar, en informar, en entretener. Porque, quizás lo sabes, estos son los objetivos que persigue una persona común y corriente cuando entra a internet.

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Crear contenido de calidad es más fácil de lo que crees, siempre y cuando tomes el camino correcto. ¡Nada de vender!, por supuesto. No se trata de producir mucho, CANTIDAD, sino bueno, CALIDAD. Y variedad, que es muy importante para no aburrir a tu audiencia, para mantener el interés, para llamar su atención con cada una de las propuestas que le ofreces.

Entonces, ¿qué tipos de contenidos debe incluir tu estrategia de comunicación con el mercado, con tu audiencia? Veamos:

1.- Reflexivo.
Quizás te llame la atención que sea la primera opción. Sin embargo, especialmente en los últimos tiempos de incertidumbre y zozobra, ha cobrado fuerza. Porque nos brinda paz, nos ofrece compañía en medio de la soledad, nos permite bajar los decibeles del ruido de la histeria colectiva mundana. Invita a reflexionar a tu audiencia con buen contenido.

2.- Inspirador.
Un poco en la misma línea del anterior. Que tras la reflexión (que es una conversación abierta y honesta contigo mismo) venga la acción, el hacer. El contenido que da cuenta de las duras experiencias de otros, de cómo sortearon las dificultades, de cómo se rediseñaron, nos ayuda a entender que es posible, que nosotros también podemos lograrlo, que lo merecemos.

3.- Educativo.
Internet es, quizás lo has comprobado, la fuente de conocimiento más amplia y democrática que jamás haya existido. Sin embargo, hay de todo como en botica y, tristemente, mucho de eso no es bueno, es pornobasura. Produce contenido educativo de calidad, relacionado con aquello en lo que eres experto, y tu audiencia valorará y agradecerá que lo compartas.

4.- Entretenido.
A diferencia de lo que nos dicen, los seres humanos no nos conectamos a internet para comprar o para trabajar; el objetivo primordial es distraernos, buscar distracciones que nos permitan lidiar con la histeria de la vida diaria. Si tu contenido logra superar el tristemente célebre límite de lo ridículo, que abunda en internet, y además aporta valor, ¡fantástico!

5.- Empático.
Parece obvio, pero no lo es. ¿Por qué? Porque la gran mayoría del contenido que vemos por ahí, dentro y fuera de internet, es de corte ególatra, personas que hablan de sí mismas como un disco rayado. Procura que tu contenido se centre en los intereses, deseos y necesidades de tu audiencia, lo cual no quiere decir que no puedas compartir tu opinión o experiencias.

Muchas personas no crean contenido propio porque no entienden los beneficios y, entonces, se enfocan en vender. Luego, no venden y no saben qué hacer. Y siempre están expuestos al dilema de ¿cómo crear contenido de valor? Olvídate de tu producto o servicio, de una oferta, de vender, y enfócate en aportar valor mezclando los cinco ingredientes que te mencioné.

Ahora, es importante señalar algo: la más poderosa estrategia de contenido requiere tiempo. O, en otras palabras, una estrategia de contenidos, cualquiera, requiere tiempo. No obtendrás resultados de un día para otro, de una semana a la otra. Con consistencia, con disciplina, con temas que estén conectados con tu audiencia, necesitarás al menos seis meses.

¿Demasiado tiempo? A mi juicio, no. Para mí, demasiado tiempo es el que se pierde intentando vender en frío, publicando contenido que no le interesa a nadie, que no conecta con tu audiencia, al que nadie le saca provecho. Eso es perder tiempo, dinero, recursos, y desperdiciar tus talentos, tu conocimiento. ¿Qué tal si pruebas los cinco tipos de contenidos que te propongo?

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Cómo tu mensaje te ayuda a vender mejor y cerrar más ventas

“No se te ocurra pedir matrimonio en la primera cita”. Esta es una premisa muy popular en el ámbito del marketing y los negocios que también se aplica a muchas otras actividades de la vida. Se refiere, básicamente, a que es imprescindible respetar el proceso, el paso a paso, antes de intentar venderle un producto/servicio a una persona a la que acabamos de conocer.

Esto es especialmente cierto para quienes hacemos marketing de respuesta directa o para quienes transmitimos mensajes persuasivos (no destinados a vender, exclusivamente). Sin embargo, lo que vemos en el mercado, cada día, es justamente lo contrario: nos bombardean por doquier con mensajes de venta, que no solo son invasivos, sino también, agresivos.

Producir contenido de calidad para publicarlo en internet, o en algún formato convencional como un impreso, puede generar una gran ansiedad a quien lo escribe. “¿Gustará?”, “¿Provocará el impacto deseado?” o “¿Los clientes potenciales prestarán atención?” son, entre otras, las preguntas que pueden atormentarte. El problema es que no hay una respuesta.

No una sola: hay muchas. Y todas son válidas, todas son ciertas. ¿Por qué? Porque es imposible, literalmente imposible, establecer de antemano si lo que escribes, si ese mensaje que has preparado, va a generar el impacto que deseas. Nadie, absolutamente nadie, lo puede predecir. Y lo mismo sucede, por ejemplo, con una canción o con una película de cine.

Te lo diré de otra manera, muy fácil de entender: escribir, preparar un mensaje (que bien puede ser un video, un pódcast o una imagen) es un apuesta. Sí, como cuando vas al casino o al hipódromo e inviertes unos dólares: crees que vas a ganar, anhelas ganar, pero no sabes a ciencia cierta si lo vas a hacer. De hecho, son más las probabilidades de que pierdas tu dinero.

Sí, en medio de este incesante bombardeo mediático al que nos someten a través de distintos medios, dentro y fuera de internet, es muy probable que tu mensaje se pierda, que no logre atraer la atención de nadie. Es la verdad. Y más si, como les ocurre a tantos negocios, personas y empresas, se enfocan exclusivamente en vender, aun cuando no estés interesado.

Hace unos días, tuvo el privilegio de participar en un evento virtual llamado FÓRMULA DIGITAL, organizado por mi amigo y mentor Álvaro Mendoza. Fueron cinco días de increíble aprendizaje y compartir, en los que pude conocer a personas muy valiosas y, también, dar una charla que, por fortuna, tuvo una gran acogida. Pero, todas, sin excepción, fueron muy buenas.

En una de ellas, Teo Tinivelli nos trasmitió un mensaje poderoso. Él, si no lo conoces, es un experto creador de mensajes virales, especialmente en una de las plataformas digitales más populares del momento: Instagram. Esta vez, preparó la charla titulada “Hacks para lograr tasas de cierre por encima del 60-80 %”. Lo había visto otra vez, pero esta vez se pasó de bueno.

Fueron varios los mensajes poderosos que nos transmitió, pero hubo uno en especial que me llamó la atención y que es el origen de este artículo: “Vender no es lo mismo que cerrar la venta”. Parece obvio, pero no lo es. De hecho, esa diferencia, que para algunos (la mayoría) es sutil, es la razón por la cual nos cuesta tanto trabajo vender, ya sea un producto o un mensaje.

Te confieso que, hasta esa charla de Teo, yo también creía que vender y cerrar eran lo mismo. ¡Estaba equivocado!, como seguramente tú también lo estás. Y prácticamente todo el mundo en el mercado. La diferencia, sin embargo, es clara y contundente y, si eres un creador de contenido, te va a gustar. A mí me gustó, porque le da un valor adicional a mi trabajo.

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Comencemos por el final: el cierre. Es aquel momento del proceso en el que se completa la transacción, es decir, cuando tu cliente realiza el pago por el producto o servicio que ofreces. Esa tarea será más fácil en función de lo que hayas hecho durante el proceso, durante la venta. Cuanto más valor hayas aportado, cuanto más hayas ayudado a esa persona, será más fácil.

El cierre de la venta es una consecuencia de todo lo que hagas desde que ese prospecto entró en contacto contigo, con tu empresa/negocio. Un camino, un proceso, que ahora, gracias a nuestro amigo Teo Tinivelli, sabemos que se llama venta. Y que significa generar confianza, crear un vínculo de credibilidad, posicionarte en la mente de tu prospecto, nutrir, educar y entretener.

Y es justamente en ese punto en el que el contenido cobra relevancia. No hay otra forma de generar confianza, de crear un vínculo de credibilidad, de posicionarte en la mente de tu prospecto, de nutrir, educar y entretener que publicar contenido. De relevancia, de aquel que aporta valor sin importar el formato (texto, audio, video, imagen) o el canal en el que lo difundes.

Porque, y esta es otra piedra con la que muchos tropiezan constantemente, lo importante no es el canal, no es el formato, sino el contenido, el valor del contenido. Porque, y seguramente ya lo notaste, un día nos dicen que el éxito es publicar videos, al siguiente nos dicen que es un pódcast, al siguiente que un reel en Instagram, al siguiente que…, en fin. Y no es cierto.

Por supuesto, es importante publicar ese contenido de valor en el medio en el que están tus clientes potenciales y, también, en el formato que ellos más consumen. Si no cumples con esa premisa, corres el riesgo de que tu mensaje se lo lleve el viento, que nadie lo atienda. Como tampoco lo atenderá si ese mensaje que emites no le aporta valor, no le interesa, ni ayuda.

Una arista del problema es que a la mayoría de los seres humanos, incluidos los creadores de contenido, no nos agrada vender, no se nos da bien vender. Es fruto de creencias limitantes, de que nos han enseñado que “vender es malo”, que “vender es manipular” y otras especies tóxicas por el estilo que, por supuesto, no son ciertas. La verdad es que “vender es servir”.

Recuerda: generar confianza, de crear un vínculo de credibilidad, de posicionarte en la mente de tu prospecto, de nutrir, educar y entretener. Cuenta historias, comparte casos de éxito, brinda consejos prácticos y de fácil aplicación, da cuenta de los errores que cometiste para que otros no caigan en ellos. Demuestra interés genuino en ayudar, en servir, no solo en cerrar.

Tú, con el conocimiento atesorado, las experiencias vividas, el aprendizaje surgido de tus errores y tu vocación de servicio, eres un mensaje poderoso. Tienes mucho por decir, por compartir, que resulte de utilidad para otros. No te prives de ese privilegio, no te niegues la oportunidad de recibir la gratitud de aquellos a los que serviste sin esperar nada a cambio.

“No se te ocurra pedir matrimonio en la primera cita”. No solo porque lo más probable es que te respondan con un rotundo no, sino que además puedes cerrar la puerta definitivamente, volverte incómodo o tóxico. Además, y esto para mí es lo más importante, te pierdes la diversión, la alegría del proceso, la experiencia de saber que provocas un impacto positivo.

No son las palabras las que venden, ni las fórmulas de copywriting, sino los beneficios y, en especial, la promesa de una transformación (o la solución definitiva al problema que lo aqueja) que tu prospecto anhela. No te enredes en la tarea de crear textos vendedores, porque la venta, lo sabemos gracias a Teo Tinivelli, es el proceso: el cierre, mientras, es la consecuencia.

De lo que se trata es de cambiar el chip, desaprender aquella vieja creencia limitante que te impide vender, que te hace sentir mal vendiendo. Y entender que, más bien, estás en capacidad de aportar valor, de ayudar a otros, a través de tu contenido, de tu mensaje. Ese, lo repito, es un privilegio que la vida te concede y que bien valdría la pena que lo disfrutes.

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