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¿Extensión, formato, canal? Mejor, privilegia la calidad de tu contenido

¿Largo o corto? La respuesta es mucho más sencilla de lo que te imaginas: tanto (corto o largo) como se necesite para transmitir tu mensaje. Olvídate de las pavorosas tendencias que dicen que “la gente ya no lee”, “la gente no tiene tiempo para leer” y otros bulos por el estilo. Porque, la verdad, son solo eso: bulos, mentiras que se levantan como espesas cortinas de humo.

¿Para qué? Para tratar de ocultar la incapacidad de producir un mensaje poderoso que genere un impacto (ojalá positivo) en la audiencia. Los que insisten en que hay que escribir corto, o que los videos deben ser cortos, no tienen mucho que decir o no saben cómo decirlo. Porque la realidad es bien distinta y los ejemplos, que sobran, no tienen discusión. ¿Quieres saber cuáles ejemplos?

Los niveles de lectura se incrementaron durante la pandemia. Era algo de suponer, ¿cierto? Con las personas confinadas en casa, estresadas en medio de un ambiente de incertidumbre y dolor, era inevitable buscar algún escape, un elíxir para la mente. Muchos optaron por la lectura. Lo mejor, ¿sabes que es lo mejor? Que inclusive después de la pandemia los niveles se han sostenido.

Uno más: el auge de las ferias del libro en Latinoamérica. Bogotá (Colombia), Lima (Perú), Buenos Aires (Argentina) y Guadalajara (México) realizan las más importantes y multitudinarias. En cada una de ellas hay más de medio millón de visitantes. Las de Alemania (Fráncfort), Francia (París), India (Nueva Deli) y Estados Unidos (Bookexpo America, en Nueva York) son otras de relevancia.

Son certámenes en los que se ofrecen miles de nuevos títulos y miles más de autores reconocidos. Muchos libros que tienen más de 300 páginas y que se venden, como se dice en Colombia, “como pan caliente”. Ciertamente, hay personas que compran libros que nunca leen, pero la mayoría no es así: de hecho, el público comprador de las ferias es cada vez más joven, nuevos lectores.

Y también hay nuevos escritores, algunos muy buenos. Que comienzan a abrirse paso en esa jungla que es el mercado editorial, que privilegia lo comercial sobre la calidad del contenido. Es decir, la dinámica del mercado se mantiene, la industria no se ha detenido ni está estancada, como aseguran algunos. Y, si tienes dudas, el libro impreso está más vigente que en décadas pasadas.

Otro ejemplo nos lo ofrecen el cine y las series de televisión o streaming. Son industrias que van en alza o que, en el peor de los casos, mantienen una audiencia fiel. Son actividades a las que las personas les dedican tiempo, y no solo durante el fin de semana. En los países latinoamericanos, además, están las telenovelas y los reality shows, que exhiben altas cifras de sintonía.

La verdad detrás de estos ejemplos es que la gente consume el contenido que le interesa en el formato que más le agrada. Lo consume bien sea por necesidad o por gusto. Y, repito, le dedica un tiempo considerable. Que no mide si el resultado de esa experiencia es gratificante, satisfactoria y le brinda un oasis de felicidad en medio de una cotidianidad colmada de dificultades y problemas.

Aquello de “hay que escribir corto, porque la gente no lee”, surgió hace un par de décadas, a raíz de la explosión de internet. Cuando las herramientas y los recursos estuvieron a disposición de cualquiera, no solo de las empresas o de los ricos, se abrieron mil y un portales web. La mayoría no tenía la capacidad de producir buen contenido y se limitaba a publicar decenas de “textos cortos”.

Por supuesto, son portales que ya desaparecieron o que, en el mejor de los casos, son clandestinos (casi nadie los lee). La muestra fehaciente de esta práctica son los medios de comunicación: en sus páginas web publican cientos de notas que ellos llaman noticias, pero que no son más que versiones cortas de rumores, chismes sin fundamento o, peor aún, informaciones distorsionadas.

Por eso, justamente por eso, están sumidos en una profunda crisis, que más que económica es de credibilidad, un valor que se perdió por completo porque las audiencias se cansaron de consumir la pornobasura que publican: no hay espíritu para salir a la calle y hacer reportería como en el pasado, no hay tiempo para la verificación, no hay tiempo para complementar las informaciones.

Sí, es cierto que hay una audiencia para esos contenidos de mala calidad, pero es inevitable: el mercado es diverso. Pero estoy seguro de que no eres tú uno de ellos (y por eso estás leyendo otro tipo de contenidos). A veces, sin embargo, hay medios que se equivocan, producen informes atractivos, serios y bien documentados. ¿Y sabes qué sucede? La gente los consume.

De nuevo, el tema no es la extensión (¿corto o largo?), sino la calidad del contenido. Una premisa que se aplica a cualquier tipo de contenido que produzcas y publiques. Es innegable que quienes producimos contenido competimos no solo contra otros productores de contenidos (algunos de ellos, muy buenos), sino contra la histeria colectiva que cunde en la cotidianidad de la vida.

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La clave para determinar la extensión de tu contenido, en cualquier formato (video, audio o texto), es el estado de la relación con tu audiencia. Me explico: si las personas que van a consumir tu contenido no te conocen, no saben qué haces, no saben a qué te dedicas y tampoco saben que las puedes ayudar, requieres MÁS contenido (más cantidad, no necesariamente de mayor extensión).

Dado que hoy la competencia es muy grande, no puedes asumir que todo el mundo te conoce y sabe qué haces. Aunque tu empresa está muy posicionada en el mercado o seas el referente de tu industria como emprendedor. Recuerda que “los clientes para toda la vida” son una especie a punto de extinguirse y que, lo más importante, los consumidores cambian sus hábitos.

Si eres nuevo en el mercado o si ofreces un producto/servicio a un nuevo nicho tu estrategia de contenidos debe ser más robusta. MÁS contenido y, a veces, contenidos más extensos. ¿Por qué? Porque se trata de una audiencia fría, que requiere mayor información, que está en fase de exploración, que busca identificar la mejor opción. Además, tiene muchas objeciones.

En el mundo actual, no importa si eres médico, mecánico, escritor, coach, abogado o dueño de un negocio, y vendes algún producto o servicio, la clave del éxito radica en la confianza que estés en capacidad de desarrollar con el mercado, con todos y cada uno de tus clientes. Si confían en ti, te van a comprar, ahora o después; si no logras establecer ese vínculo, solo recibirán lo que des gratis.

¿A partir de qué surge esa confianza? De que el mercado sepa quién eres, qué haces, por qué lo haces (¿cuál es tu propósito?) y cuáles son tus resultados (¿a quién ayudaste antes?). Pero, sobre todo, de ¿cómo puedes ayudar a esas otras personas? ¿Qué les ofreces? ¿Estás capacitado para hacerlo? ¿Lo que ofreces es la verdadera solución al problema que aqueja a esas personas?

Olvídate del dinero (el precio de lo que vendes), que es absolutamente secundario. Si logras convencer al mercado de que eres su mejor opción y de que lo que ofreces es la solución real, el dinero aparecerá. Claro, siempre y cuando esas personas confíen en ti, disipen sus miedos y crean que las quieres ayudar de manera genuina, es decir, que su bienestar es lo que te mueve.

Ahora, ¿cómo crear ese vínculo de confianza? El camino más seguro (no el más corto y tampoco el más económico) es generar contenido de calidad. Corto y largo, en función del nivel de conocimiento que el mercado tenga de ti, como ya lo mencioné. Contenido en diferentes formatos y que, además, cumpla con el objetivo de educar a tu audiencia, entretenerla y nutrirla.

La comunicación con esas personas se basa en contar historias (sí, el famoso storytelling), compartir tus opiniones, demostrarles que tú pasaste por la misma situación en la que se hallan (y explicarles cómo la superaste) y que sabes cómo alcanzar el éxito (o que tienes la solución que están esperando). No es vender, de manera agresiva e invasiva, sino informar, educar y entretener.

Como lo hace un buen libro, o una buena película, o una buena serie, o un pódcast, ¿entiendes? El formato que elijas no es lo importante, más allá de que debes ser consciente de cuál es el que más agrada a tu audiencia, a tus clientes potenciales. Lo que en realidad es relevante es la calidad del contenido que produces, la pertinencia (oportunidad) y, en especial, el valor que transmites.

Una de las premisas, que no la puedes pasar por alto, no la puedes omitir, es aquella de responder las preguntas habituales del mercado, de tu audiencia, y derribar las objeciones frecuentes. Esa es una de las tareas fundamentales del contenido: informar, educar, responder. En la medida en que puedas absolver las inquietudes del mercado, ayudarlos a liberarse de sus miedos, confiarán en ti.

Ahora, ¿qué sucede cuando te lanzas a vender sin compartir contenido de valor? La venta en frío es uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos quienes le ofrecemos algo al mercado. No te la recomiendo: es un proceso que te desgasta, que provoca que malgastes tus recursos y tus energías, en el que te equivocas fácilmente o, peor, corres el riesgo de elegir ir por un atajo.

Es muy probable que te rechacen de plano y, no solo eso: que también te etiqueten como una molestia, como más de lo mismo o, peor, como un tóxico vendehúmo. Ese será el principio y el fin de tu aventura. Un final abrupto y doloroso por el que te reprocharás el resto de tu vida. Y, además, te perderás el privilegio y la oportunidad de ayudar a otros con tu trabajo, tu contenido.

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Cómo tu mensaje te ayuda a vender mejor y cerrar más ventas

“No se te ocurra pedir matrimonio en la primera cita”. Esta es una premisa muy popular en el ámbito del marketing y los negocios que también se aplica a muchas otras actividades de la vida. Se refiere, básicamente, a que es imprescindible respetar el proceso, el paso a paso, antes de intentar venderle un producto/servicio a una persona a la que acabamos de conocer.

Esto es especialmente cierto para quienes hacemos marketing de respuesta directa o para quienes transmitimos mensajes persuasivos (no destinados a vender, exclusivamente). Sin embargo, lo que vemos en el mercado, cada día, es justamente lo contrario: nos bombardean por doquier con mensajes de venta, que no solo son invasivos, sino también, agresivos.

Producir contenido de calidad para publicarlo en internet, o en algún formato convencional como un impreso, puede generar una gran ansiedad a quien lo escribe. “¿Gustará?”, “¿Provocará el impacto deseado?” o “¿Los clientes potenciales prestarán atención?” son, entre otras, las preguntas que pueden atormentarte. El problema es que no hay una respuesta.

No una sola: hay muchas. Y todas son válidas, todas son ciertas. ¿Por qué? Porque es imposible, literalmente imposible, establecer de antemano si lo que escribes, si ese mensaje que has preparado, va a generar el impacto que deseas. Nadie, absolutamente nadie, lo puede predecir. Y lo mismo sucede, por ejemplo, con una canción o con una película de cine.

Te lo diré de otra manera, muy fácil de entender: escribir, preparar un mensaje (que bien puede ser un video, un pódcast o una imagen) es un apuesta. Sí, como cuando vas al casino o al hipódromo e inviertes unos dólares: crees que vas a ganar, anhelas ganar, pero no sabes a ciencia cierta si lo vas a hacer. De hecho, son más las probabilidades de que pierdas tu dinero.

Sí, en medio de este incesante bombardeo mediático al que nos someten a través de distintos medios, dentro y fuera de internet, es muy probable que tu mensaje se pierda, que no logre atraer la atención de nadie. Es la verdad. Y más si, como les ocurre a tantos negocios, personas y empresas, se enfocan exclusivamente en vender, aun cuando no estés interesado.

Hace unos días, tuvo el privilegio de participar en un evento virtual llamado FÓRMULA DIGITAL, organizado por mi amigo y mentor Álvaro Mendoza. Fueron cinco días de increíble aprendizaje y compartir, en los que pude conocer a personas muy valiosas y, también, dar una charla que, por fortuna, tuvo una gran acogida. Pero, todas, sin excepción, fueron muy buenas.

En una de ellas, Teo Tinivelli nos trasmitió un mensaje poderoso. Él, si no lo conoces, es un experto creador de mensajes virales, especialmente en una de las plataformas digitales más populares del momento: Instagram. Esta vez, preparó la charla titulada “Hacks para lograr tasas de cierre por encima del 60-80 %”. Lo había visto otra vez, pero esta vez se pasó de bueno.

Fueron varios los mensajes poderosos que nos transmitió, pero hubo uno en especial que me llamó la atención y que es el origen de este artículo: “Vender no es lo mismo que cerrar la venta”. Parece obvio, pero no lo es. De hecho, esa diferencia, que para algunos (la mayoría) es sutil, es la razón por la cual nos cuesta tanto trabajo vender, ya sea un producto o un mensaje.

Te confieso que, hasta esa charla de Teo, yo también creía que vender y cerrar eran lo mismo. ¡Estaba equivocado!, como seguramente tú también lo estás. Y prácticamente todo el mundo en el mercado. La diferencia, sin embargo, es clara y contundente y, si eres un creador de contenido, te va a gustar. A mí me gustó, porque le da un valor adicional a mi trabajo.

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Comencemos por el final: el cierre. Es aquel momento del proceso en el que se completa la transacción, es decir, cuando tu cliente realiza el pago por el producto o servicio que ofreces. Esa tarea será más fácil en función de lo que hayas hecho durante el proceso, durante la venta. Cuanto más valor hayas aportado, cuanto más hayas ayudado a esa persona, será más fácil.

El cierre de la venta es una consecuencia de todo lo que hagas desde que ese prospecto entró en contacto contigo, con tu empresa/negocio. Un camino, un proceso, que ahora, gracias a nuestro amigo Teo Tinivelli, sabemos que se llama venta. Y que significa generar confianza, crear un vínculo de credibilidad, posicionarte en la mente de tu prospecto, nutrir, educar y entretener.

Y es justamente en ese punto en el que el contenido cobra relevancia. No hay otra forma de generar confianza, de crear un vínculo de credibilidad, de posicionarte en la mente de tu prospecto, de nutrir, educar y entretener que publicar contenido. De relevancia, de aquel que aporta valor sin importar el formato (texto, audio, video, imagen) o el canal en el que lo difundes.

Porque, y esta es otra piedra con la que muchos tropiezan constantemente, lo importante no es el canal, no es el formato, sino el contenido, el valor del contenido. Porque, y seguramente ya lo notaste, un día nos dicen que el éxito es publicar videos, al siguiente nos dicen que es un pódcast, al siguiente que un reel en Instagram, al siguiente que…, en fin. Y no es cierto.

Por supuesto, es importante publicar ese contenido de valor en el medio en el que están tus clientes potenciales y, también, en el formato que ellos más consumen. Si no cumples con esa premisa, corres el riesgo de que tu mensaje se lo lleve el viento, que nadie lo atienda. Como tampoco lo atenderá si ese mensaje que emites no le aporta valor, no le interesa, ni ayuda.

Una arista del problema es que a la mayoría de los seres humanos, incluidos los creadores de contenido, no nos agrada vender, no se nos da bien vender. Es fruto de creencias limitantes, de que nos han enseñado que “vender es malo”, que “vender es manipular” y otras especies tóxicas por el estilo que, por supuesto, no son ciertas. La verdad es que “vender es servir”.

Recuerda: generar confianza, de crear un vínculo de credibilidad, de posicionarte en la mente de tu prospecto, de nutrir, educar y entretener. Cuenta historias, comparte casos de éxito, brinda consejos prácticos y de fácil aplicación, da cuenta de los errores que cometiste para que otros no caigan en ellos. Demuestra interés genuino en ayudar, en servir, no solo en cerrar.

Tú, con el conocimiento atesorado, las experiencias vividas, el aprendizaje surgido de tus errores y tu vocación de servicio, eres un mensaje poderoso. Tienes mucho por decir, por compartir, que resulte de utilidad para otros. No te prives de ese privilegio, no te niegues la oportunidad de recibir la gratitud de aquellos a los que serviste sin esperar nada a cambio.

“No se te ocurra pedir matrimonio en la primera cita”. No solo porque lo más probable es que te respondan con un rotundo no, sino que además puedes cerrar la puerta definitivamente, volverte incómodo o tóxico. Además, y esto para mí es lo más importante, te pierdes la diversión, la alegría del proceso, la experiencia de saber que provocas un impacto positivo.

No son las palabras las que venden, ni las fórmulas de copywriting, sino los beneficios y, en especial, la promesa de una transformación (o la solución definitiva al problema que lo aqueja) que tu prospecto anhela. No te enredes en la tarea de crear textos vendedores, porque la venta, lo sabemos gracias a Teo Tinivelli, es el proceso: el cierre, mientras, es la consecuencia.

De lo que se trata es de cambiar el chip, desaprender aquella vieja creencia limitante que te impide vender, que te hace sentir mal vendiendo. Y entender que, más bien, estás en capacidad de aportar valor, de ayudar a otros, a través de tu contenido, de tu mensaje. Ese, lo repito, es un privilegio que la vida te concede y que bien valdría la pena que lo disfrutes.

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