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Cómo la inteligencia emocional garantiza el impacto de tu mensaje

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Los seres humanos somos tan parecidos los unos a los otros, que es fácil caer en las generalizaciones. “Todos los hombres son…”, “Todas las mujeres jóvenes…”. En verdad, los seres humanos somos tan diferentes, únicos y particulares, que a veces es fácil entender por qué nos cuesta tanto relacionarnos los unos con los otros. Esta, sin duda, es una gran paradoja.

Distinto a lo que sucede con el resto de las especies del planeta, los seres humanos tenemos la capacidad de relacionarnos con otros, con el entorno, de manera consciente. Es decir, no producto de un impulso automático, sino de una decisión. Que no siempre responde a lo racional, sino que está estrechamente ligada con las emociones, que son incontrolables y volátiles.

Además, la naturaleza nos dotó con una herramienta increíble y poderosa. ¿Sabes cuál es? La comunicación. Una comunicación que hoy, en pleno siglo XXI, es más fácil que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad. Ninguna generación dispuso de tantas facilidades, de tantos canales, de tantas herramientas, de tantos recursos, incluidos gratuitos, para comunicar.

Pasamos de las señales de humo al lenguaje oral y no verbal, de ahí a la escritura y más adelante, con el concurso de la tecnología, al papel. Que, no sobra decirlo, no solo significó un antes y un después, sino que además abrió la puerta a un universo increíble de posibilidades: la imprenta, el telégrafo, el teléfono, la radio y la televisión hasta llegar a la magia de internet. ¡Maravilloso!

Ha sido una evolución fantástica, pero también, traumática. A pesar de las facilidades actuales, la cotidianidad nos demuestra que cada día es más difícil comunicarnos con otros. De hecho, la gran mayoría de los intentos de conexión se interrumpen o se frustran por cortocircuitos que bien se hubieran podido evitar. Estamos hechos para comunicarnos, pero no sabemos comunicarnos.

Esa es una increíble paradoja. Dolorosa, también. La padecemos cada día, todos los días, en el intento de comunicarnos. Piensa en esas pequeñas discusiones con tu pareja o con tus hijos que, de manera abrupta, escalan a agresivos intercambios. Y lo mismo nos sucede en el trabajo con un compañero o con el jefe, quizás con un amigo, o con el dependiente que te atiende en el banco.

La comunicación, por esencia, tiende a establecer puentes, a crear lazos entre las personas, a construir relaciones a largo plazo. Sin embargo, hay un largo trecho entre la intención y la realidad, del dicho al hecho. Mal haríamos, en todo caso, en achacarle la responsabilidad a la comunicación o a los canales a través de los cuales esta se desarrolla. La verdad es que el resultado depende de cada uno.

¿Eso qué quiere decir? Que los cortocircuitos en la comunicación están determinados tanto por la intención como por la ejecución. Es decir, por las palabras que utilizamos, por el tono en el que las expresamos, por el contexto en que se da esa comunicación. En últimas, el éxito o el fracaso de la comunicación responde a las emociones que experimentamos en ese preciso momento.

O, si no, que levante la mano aquel que respondió agresivamente, de manera impulsiva, pero después se arrepintió. Todos, sin excepción, lo hemos sufrido. Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que a veces, muchas veces, el arrepentimiento no basta, no subsana la agresión. Entonces, nos queda un sinsabor adicional: ¿cómo vamos a hacer para remediar el malestar provocado?

Coincidirás conmigo en que no siempre se puede. A veces, muchas veces, el daño causado ha sido tan grande, llegó tan profundo, que es imposible repararlo. No, al menos, a corto plazo. También es muy frecuente que entren en juego factores volátiles y explosivos como el ego, ese híbrido que oscila entre lo consciente y lo inconsciente y suele hacer travesuras, jugarnos malas pasadas.

Por fortuna, dentro del kit de la configuración original de todos los seres humanos, sin excepción, hay una herramienta que nos ayuda a solucionar esos problemas de comunicación. En realidad, es una habilidad que todos poseemos, pero que solo unos pocos desarrollamos y controlamos de manera consciente. ¿Te imaginas a cuál me refiero? A la escasa y valorada inteligencia emocional.

El término fue introducido por el sicólogo, escritor y periodista estadounidense Daniel Goleman, en 1995, a través del libro del mismo nombre. Goleman, nacido en Stockton (California) en 1946, fue periodista del The New York Times durante 12 años. Allí publicó decenas de reportajes acerca del cerebro y las ciencias del comportamiento. Es una autoridad mundial en el tema de las emociones.

Hasta que Goleman expuso su teoría, se concebía que los seres humanos solo poseíamos una inteligencia: la racional, expresada a través del coeficiente intelectual (IQ). Gracias a este, y a por medio de una serie de pruebas estandarizadas, es posible evaluar las capacidades cognitivas. ¿Por ejemplo? La resolución de problemas, el razonamiento lógico y el pensamiento abstracto.

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente (posa el 'mouse' para seguir)
Solo a través de la adecuada gestión de las emociones estamos en capacidad de comunicarnos de manera asertiva y efectiva con otros. ¿Lo mejor? Todos poseemos la habilidad (solo hay que desarrollarla)

Cuando Goleman habló de su inteligencia emocional provocó un sismo de grandes proporciones. Entendimos porqué el IQ, que se centra en la mente racional, no es garantía de éxito o felicidad, como se pensaba. Fue un descubrimiento disruptivo porque desde entonces, hace solo 3 décadas, sabemos que hay otra mente, la emocional, que es tan importante como la otra, o quizás más.

El problema, porque siempre hay un problema, es que asumimos que nos comunicamos desde la mente racional. O, en otras palabras, que somos conscientes del mensaje que emitimos y que tenemos control sobre su impacto. En la práctica, ni lo uno, ni lo otro. La mayoría de las veces, el mensaje es una respuesta automática, inconsciente, capaz de desatar la Tercera Guerra Mundial.

¿Por qué? Porque las palabras incorporan emociones. Y si algo nos cuesta trabajo a los seres humanos, a todos, es la gestión de esas traviesas y traicioneras señoritas. ¿Por qué? Porque no nos lo enseñan, porque no hay fórmulas perfectas, porque no hacemos uso de la capacidad innata que nos permite controlarlas, canalizarlas, aprovecharlas. Y, también, porque somos reactivos.

No porque carezcamos de inteligencia emocional, sino porque no la hemos desarrollado. Porque la habilidad la tenemos todos, viene incorporada en la configuración original. Es que desconocemos qué sentimos, por qué lo sentimos y cómo interpretar esa valiosa información que nos transmite la emoción desencadenada. Desconocemos, en suma, los 5 rasgos de las personas con inteligencia emocional:

1.- Conciencia de sí mismas. Significa que sabes lo que sientes. Porque no es lo mismo sentir ira que frustración, que decepción, que desilusión. Son parecidas y suelen combinarse, pero cada una tiene un trasfondo distinto. Puedes moldear tus percepciones de esa situación específica y dominar tus impulsos a la hora de actuar. Sabes, también, cuál es el efecto de tus emociones

2.- Autogestión. Que también la podemos llamar autodisciplina. Consiste en la capacidad de gestionar tus emociones en esas situaciones que te ponen contra la pared, comprometido. No reaccionas, sino que escuchas, analizas y respondes de manera asertiva. Tu objetivo es tender puentes, superar obstáculos y lograr acuerdos. Esto solo puedes hacerlo si tienes el control.

3.- Motivación (intención). Es decir, la capacidad de utilizar las emociones para alcanzar los objetivos previstos. Pero no solo eso: también, persistir ante las dificultades, a sabiendas de que nada de lo bueno en la vida es fácil. Recuerda: las emociones no son buenas o malas, esa es una valoración que hace cada uno. Son herramientas poderosas que puedes utilizar como quieras.

4.- Empatía. Que no es esa idea tan difundida de “ponerte en el lugar del otro”. Esto es imposible porque no hemos vivido lo que el otro vivió, porque cada uno tiene fortalezas y debilidades únicas y distintas. Se trata, más bien, de estar en capacidad de comprender las emociones del otro y, de manera especial, de responder adecuadamente a ellas. Nos exige compasión y humildad

5.- Habilidades sociales. Las herramientas indispensables para relacionarnos con otros. Si no las usamos, o si las usamos mal, vamos a chocar permanentemente, nuestras comunicaciones van a llevarnos a un cortocircuito. Son necesarias para construir puentes, para crear redes de apoyo mutuo y lograr entendimientos, a pesar de las diferencias, de las creencias, de las experiencias.

Lo que debemos entender, aprender, es que la mente emocional y la racional cooperan entre sí, se complementan. Claro, siempre y cuando no pierdas el control, no te dejes envolver en el espiral de las emociones. Si lo permites, las emociones secuestrarán tu cerebro y quedarás a merced de ellas. También es menester convenir que no podemos ser ciento por ciento racionales.

¿Por qué? Porque, aunque a veces las emociones pueden nublar nuestro juicio, son necesarias para tomar decisiones racionales. Sin ellas, todas las opciones tendrían el mismo valor para nosotros y, entonces, sería imposible decidir. Así, por ejemplo, una acción tan sencilla como elegir un restaurante se convertiría en una interminable comparación de lugares distintos.

La premisa fundamental de la gestión de las emociones es que cada sentimiento es valioso, pero no todas las reacciones son saludables. Así, pues, en lugar de ocultar o desahogar los sentimientos negativos, debemos encontrar técnicas para afrontarlos. Es decir, debemos responsabilizarnos de la situación y evitar que se produzca un cortocircuito del que después tengamos que lamentarnos.

¿Por qué? La gente suele malinterpretar este término, la responsabilidad, como asumir la culpa de lo que sucede. Sin embargo, eso está muy lejos de la verdad. En realidad, es tu capacidad para responder de manera adecuada según las circunstancias. Alasumir la responsabilidad, hallas formas de resolver problemas. Además, adoptas una posición de poder y mejoras tu comunicación.

La reactividad, la otra cara de la moneda, en cambio, te convierte en cautivo de las circunstancias. Enfadarte no te permite arreglar nada y solo empeora la situación. La rabia te daña sicológica y físicamente y te aporta una sensación de desconexión con el universo. Además, rompe los lazos que has establecido con otros y genera heridas que, muchas veces, tardan en sanar o no sanan.

Aunque somos la generación más avanzada de la historia de la humanidad, la que cuenta con más facilidades para disfrutar la vida, no somos la más feliz. Es una terrible paradoja. ¿Por qué? La mayoría de las personas vive en guerra contra todo y contra todos por su incapacidad para gestionar las emociones. O por no haber desarrollado la habilidad de la inteligencia emocional.

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Creatividad y comunicación, habilidades claves para sobrevivir en la era digital

Vivimos una época de grandes desafíos en todos los ámbitos de la vida. El mundo cambia no solo de manera constante, sino también lo hace a gran velocidad y a veces no nos da tiempo ni para acomodarnos, para adaptarnos. Grandes desafíos que, además, nos genera una incertidumbre inmensa que viene acompañada de miedo, de mucho miedo por lo que nos depare el futuro.

Uno de ellos, uno de los más fuertes, de aquellos capaces de quitarnos el sueño y arrebatarnos la tranquilidad, es el de ser reemplazados por las máquinas en el ámbito laboral. Es un temor acuñado desde hace décadas, por cuenta de la ciencia ficción, y que poco a poco se ha hecho realidad en algunos sectores o industrias. La pregunta es: ¿nos subyugarán las máquinas?

Por supuesto, nadie tiene una respuesta contundente para este interrogante. Sin embargo, pienso que eso nunca va a suceder. Muchas de las máquinas que forman parte de nuestra vida diaria son verdaderamente increíbles y poderosas, además de útiles. Nos facilitan algunas tareas y nos permiten lujos como el de estar conectados a internet todo el tiempo desde cualquier lugar.

Una gran variedad de beneficios que también incorporan algunas dificultades. Y no porque estas se deriven directamente de la tecnología, de las herramientas, sino por el uso que les damos a estos recursos. Los seres humanos somos muy cómodos y nos aferramos a todo aquello que nos haga la vida fácil, a veces sin darnos cuenta de que nos causamos un perjuicio a nosotros mismos.

Lo cierto, porque no se trata de una tendencia pasajera, sino de una realidad incontestable, es que el futuro laboral nos exige ser híbridos o “centauros, mitad hombre, mitad máquina”, tal y como lo definió Albert Cañigueral, Conector de la red Ouishare para España y América Latina. Una realidad que, valga recalcarlo, vivimos en el presente: en otras palabras, el futuro es hoy, en el presente.

El trabajador del nuevo ámbito laboral combinará la fuerza o la capacidad de cálculo de los ordenadores con el poder de la improvisación de los seres humanos, en una versión más renacentista del mundo laboral”, agrega Cañigueral. Por supuesto, ese 50/50 es relativo, en la medida en que ese ser humano no se prepare convenientemente, ni aproveche sus fortalezas.

Mientras, Javier Blasco, director de The Adecco Group Institute, asegura que el futuro del trabajo será mucho menos ortodoxo de lo que es ahora, tanto en tiempo como en lugares. Cambiará la forma de organización, no solo con los intereses de la producción, que exigen modificaciones, pero también habrá que adaptarse a las demandas de las personas” en un entorno cambiante.

Sin embargo, y este es el punto crucial de este mensaje que te quiero transmitir, si bien será un entorno más digital y con procesos que se automatizarán, la creatividad será capital, precisamente para diferenciar el impacto del trabajo humano frente al de las máquinas”. No sé a ti, pero a mí me resulta una excelente noticia, y no precisamente porque tema ser sustituido por una máquina.

Los seres humanos, todos, absolutamente todos, poseemos algo que las máquinas jamás tendrán: inteligencia. Además, no hay que perder de vista que, en últimas, las máquinas son una creación del hombre. Pero, eso no es lo importante. Lo importante, lo valioso, es que aún en las situaciones más complicadas, en las circunstancias más adversas, estamos en capacidad de salir airosos.

Lo ocurrido en el último año, por cuenta de la pandemia, es muestra de ello. Más allá del invaluable costo de vidas humanas, del inmenso dolor, hemos aprendido a adaptarnos. No ha sido fácil, porque este proceso nos obligó a desaprender y volver a aprender en poco tiempo y sin anestesia. No ha sido fácil porque la incertidumbre crece y el panorama luce sombrío.

Lo que queda claro hasta el momento, en todo caso, es que solo los más resistentes superarán la prueba. Y esa resistencia implica, fundamentalmente, ser inteligentes para enfrentar la coyuntura, para adaptarnos al nuevo escenario y, en especial, para responder a las exigencias de esta realidad cambiante e incierta. Que, por más que nos esforcemos, no sabemos en verdad cómo será.

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Unas de las pocas certezas son, sin embargo, la del teletrabajo y la de una cantidad cada vez más creciente de personas que migrarán al universo digital en busca de oportunidades, de ingresos que con sus trabajos convencionales no pueden obtener. Aunque ambas opciones estaban con nosotros desde hace tiempo, las circunstancias provocaron que su práctica se masificara con rapidez.

La pandemia aumentó el valor de ciertas profesiones, en especial aquellas que tienen un elevado componente intelectual, creativo. En otras palabras, los trabajos que están en riesgo a corto plazo son aquellos operativos, labores repetitivas que no requieren alto conocimiento o preparación académica. Esos, tristemente, son los que podrían llegar a ser sustituidos por las máquinas.

Al respecto, Blasco el baja decibeles al ruido mediático y afirma que “no desaparecerán trabajos, sino tareas” y que permanecerán aquellas en la que los profesionales estén avalados por un adecuado nivel de educación. “El que tenga formación tendrá hasta 5 veces más oportunidades para encontrar trabajo”, aunque aclara que el conocimiento servirá solo si se cambia el chip mental.

Según Javier Creus, fundador de Ideas for Change, el éxito será la recompensa para las personas “orientadas a aprender haciendo y a emprender en equipo. La era de los lobos solitarios quedó atrás y entramos en la de las tribus, las comunidades que potencian las fortalezas de los individuos. Un escenario en el que las habilidades blandas no solo serán requeridas, sino muy bien valoradas.

Algunas de esas habilidades blandas son la creatividad, el pensamiento crítico, el liderazgo y la inteligencia emocional. Tras bambalinas de estas cualidades, por si aún no lo percibiste, esta la habilidad de la comunicación, la capacidad para crear mensajes poderosos, asertivos, positivos y constructivos. Mensajes que sirvan para empoderar a otros y ayudarlos a transformar su vida.

“La creatividad no solo será una de las habilidades más valoradas, sino la que más, porque detrás de ella está la capacidad de improvisar. Y es justamente ese es el valor diferencial del hombre en un entorno cada vez más robotizado o automatizado, asegura Blasco. “Será un valor en todos los sectores, porque cualquier profesión se puede beneficiar de esa creatividad”, aporta Cañigueral.

A veces me da por pensar que todo esto tan doloroso que nos ha tocado vivir en los últimos meses, y que significó un costo elevadísimo en términos de vidas humanas, no era más que un mensaje de la vida para entender que íbamos por el camino equivocado. Y, también, para que de una vez por todas nos demos cuenta de cuán poderosos somos gracias a la inteligencia y el saber.

Una de las labores que más creció en este período, por si no lo sabías, fue la de la generación de contenido, de contenido de calidad. Hay muchas personas que poseen valioso conocimiento, pero son incapaces de transmitirlo, aunque quieran. Otros, en cambio, tenemos la habilidad y la pasión por compartir lo que hemos aprendido, lo que hemos vivido, y eso nos pone un par de escalones arriba en este nuevo escenario.

Esta reflexión, en últimas, no es más que una invitación a que valores el potencial que tienes, que representas. Con tu conocimiento, tus experiencias, tu pasión, tus valores y principios, encarnas un mensaje poderoso que, si lo compartes, puede ayudar a transformar vidas, a mejorar este alicaído mundo. Para mí, ese es un reto que asumo con gran responsabilidad y mucho entusiasmo.

Moraleja: hoy, como quizás jamás había ocurrido, el mundo requiere contenidos de calidad que, además de ser un oasis en medio de la caótica realidad, nos ayuden a ser mejores personas, a construir una mejor versión de nosotros mismos. Créeme que eres un arsenal de poderosas e inspiradoras historias capaces de provocar un pequeño gran cambio en el mundo. ¡Cuéntalas!

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