Categorías
General

Por qué es imposible quedarse ‘sin ideas’ o con la ‘mente en blanco’

¿Cómo es posible que un ser humano, cualquiera, diga que ‘se quedó sin ideas’? O, de otra forma, “que no se le ocurre ninguna idea”. Sencillamente, es imposible que esto suceda. Mientras estés vivo, mientras tu cerebro funcione, es imposible que esto suceda. Porque, no lo olvides, inclusive cuando dormimos (y dormimos la tercera parte de la vida), nuestro cerebro permanece activo.

No soy neurólogo, no soy sicólogo, no soy científico, así que no puedo darte un diagnóstico a partir de la ciencia. Tan solo puedo compartir contigo alguno postulado que encuentro en internet (otro cerebro maravilloso) y que confirman que no existe esa carencia de ideas. El cerebro, seguro lo sabes, es un órgano maravilloso, ilimitado, capaz de aprender todo lo que tú le pidas. ¡Todo!

¿Sabes qué hace tu cerebro mientras duermes? Trabaja. Durante el día, especialmente en esta era de la comunicación y de la infoxicación, el cerebro recibe millones de impulso, información que proviene tanto del exterior como del interior. Producto de estos impulsos, las neuronas se acercan y activas las redes que trabajan incansablemente para ayudarnos a procesar y utilizar esos datos.

En la noche, dado que ya ha cesado el bombardeo informativo, las neuronas se separan y permiten que los fluidos cerebrales hagan su tarea. ¿Cuál? Limpiar el cerebro, eliminar todos los residuos metabólicos que nos dejó la actividad diurna. Esta es una labor fundamental para la salud, no solo la de tu cerebro, sino la del resto de tu cuerpo, y posibilita que al día siguiente estés descansado.

Sin embargo, el trabajo nocturno de tu cerebro no termina ahí. De manera simultánea, procesa ese inmenso y variado caudal de información que recibió mientras estabas despierto. ¿Qué hace con esos datos? Los reorganiza, los asocia, los archiva y los consolida en la memoria para que luego los puedas utilizar cuando dispongas. Si esto no sucediera, esa valiosa información se perdería.

El procesamiento y consolidación de la información es, precisamente, lo que nos permite aprender. Como si se tratara de un disco duro, este proceso libera espacio en el hipocampo, la estructura cerebral relacionada con el aprendizaje, y le permite grabar los recuerdos que necesitamos. Esa consolidación requiere un sueño lento que libere capacidad y archive la información con eficacia.

Este procedimiento se traduce en la generación de nuevas conexiones entre las neuronas. Durante la noche, la conectividad se incrementa de tal modo que el cerebro se vuelve más creativo. ¿Lo sabías? Resolver problemas mientras dormimos, comprender de manera novedosa situaciones de la vida o darle una vuelta inesperada a algo que nos preocupa, son experiencias comunes en la noche.

En ese proceso de reorganización de la información recibida durante el día, el cerebro genera nuevas conexiones entre los conceptos y nos lleva a crear ideas que antes no existían. Selecciona información diurna al azar y asocia conceptos que no se relacionan entre sí produciendo ideas absolutamente innovadoras. Ideas que permanecen allí disponibles para lo que las requieras.

¿Ahora entiendes por qué es imposible ‘no tener ideas’? La verdad es que esa es una muy conveniente excusa para justificarnos, para no sentirnos mal, para no aceptar que, tristemente, desaprovechamos el poder de nuestro cerebro por simple pereza. Es duro decirlo, pero es la realidad: nos conformamos con lo mínimo, con lo básico, y no aprovechamos su gran poder.

El cerebro, quizás lo sabes, es un músculo. Y, como tal, se atrofia en la medida en que no lo uses, en que no lo exijas, en que no lo entrenes. De la misma manera que sucede, por ejemplo, con los músculos abdominales, o los de los brazos: se vuelven flácidos, débiles, si no realizamos ejercicios de fortalecimiento, si no los exigimos en el día a día. Los músculos están hechos para trabajar duro.

Y el cerebro no es la excepción, sino la norma. Cuanto más lo exijas, cuanto más lo exprimas, cuanto más lo uses, mayor será el potencial que desarrolle. Está hecho para trabajar duro, más allá de que, si lo educas de esa forma, si lo entrenas de esa forma, también puede ser conformista, mediocre. Lo que tu cerebro te dé dependerá exclusivamente de cómo lo uses, lo alimentes.

Una idea que tenemos en relación con el cerebro es que él controla nuestra vida, y no es así. ¿Lo sabías? Es el centro de control de tu cuerpo, de los órganos y de los sentidos, pero tu vida la controlas tú y tu cerebro lo controlas (o deberías controlarlo) tú. Es decir, tú eres quien da las órdenes, las instrucciones: el cerebro, con su infinito poder, aprende y ejecuta lo que le pides.

cerebro-ideas

Increíble, ¿cierto? Esa es la razón por la cual puedes hablar (aprender) varios idiomas, o puedes practicar varios deportes con un nivel superior al recreativo. También, por la cual a lo largo de estás en capacidad de adquirir y potenciar múltiples habilidades manuales y cognitivas. El cerebro, como un ilimitado disco duro, almacena y procesa toda la información que le proporciones. ¡Toda!

¿Entiendes? Literalmente, humanamente, es imposible que no se te ocurra una idea, que tu mente “se quede en blanco” cuando vas a crear contenido. ¿Por qué? Tu cerebro está lleno de ellas, de los millones de ideas con que lo has alimentado desde que naciste, con las experiencias que has vivido, con el aprendizaje de los errores que has cometido, con los sentimientos que has tenido.

Veámoslo de otra manera: la mejor biblioteca del mundo, una que tenga la mayor variedad de libros de todos los temas, es inútil si a ella no llegan personas curiosas con ánimo de aprender, de investigar, de profundizar, de explorar. Ese lugar solo tiene sentido si cada día cientos o miles de personas acuden allí para buscar, procesar, interpretar y disfrutar de la información disponible.

Igual que con tu cerebro. Cada interacción que tienes con cualquier persona es una fuente de información que llega a tu cerebro y queda almacenada. Y los mensajes de las canciones, o la moraleja de las películas que ves, o lo que aprendes de los libros que lees o, inclusive, lo que ves en la calle en situaciones en las que no participas. Toda esa información llega a tu cerebro.

Y en las noches, mientras duermes, él la procesa: la organiza, la depura, la cataloga, la organiza y la archiva, es decir, la deja lista, disponible para cuando la requieras. Son miles de millones de ideas almacenadas en ese maravilloso disco duro. Como cuando exploras en tu computador, solo tienes que ir a la carpeta en la que se encuentra la información y hacer clic en el archivo que necesitas.

¿Fácil, cierto? Entonces, ¿por qué insistes en aquello de “no se me ocurre una idea” o “mi mente se quedó en blanco”? Si no lo sabías, te lo informo: ¡es mentira! Simplemente, una excusa para no cargar con la responsabilidad de ese sueño que no arranca, de ese propósito que has revalidado una y mil veces y nunca prospera. Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Todo está dentro de ti.

No tienes que ir a ninguna parte, no necesitas un dispositivo o conexión wifi: así como le preguntas a Mr. Google cuando buscas información acerca de algún tema, acudes a tu cerebro y le pides que te brinde las ideas que ha almacenado. ¿Y sabes qué? Tu cerebro se sentirá halagado, le encantará que le preguntes, porque su misión es ayudarte. Para eso fue creado, y adora el trabajo duro.

Otras terribles mentiras, y muy dolorosas, por cierto, son aquellas de creer que “no soy inteligente” o “no nací para eso”. Eso que llamamos “personas inteligentes” (o más inteligentes que nosotros, que el promedio) en realidad son personas que descubrieron, potencian y aprovechan los poderes de su cerebro. O, dicho de otra manera, personas que tomaron el control de su cerebro.

Una canción, el título de un libro, la frase que escuchaste en una película y se te grabó, el chiste que contó un compañero de trabajo, la reflexión a la que te invita tu mentor o las maravillas de la naturaleza que perciben tus ojos son ideas. No son buenas o malas, solo ideas, es decir, el punto de partida de mensajes, de contenidos valiosos a través de los cuales puedes conectar con otros.

Ahora, algo más: si llegara a suceder (y no sucederá, te lo aseguro) que dentro de los miles de millones de ideas que hay en tu cerebro no encuentras una, solo una, que te sirva para crear un contenido, puedes acudir a tu corazón. Allí, quizás lo sabes, también se encuentra un gran arsenal de ideas, solo que en una forma distinta de la almacenada en el cerebro: son emociones.

Lo que amas, lo que odias, lo que te produce miedo, lo que te genera confianza, lo que te ilusiona, lo que te inspira, lo que te hace soñar está allí, en tu corazón. Miles de millones de interacciones con otras personas, vivencias, experiencias o recuerdos que, en esencia, son ideas. ¿La clave para aprovecharlas? Conéctalas con la información que guarda tu cerebro y el resultado será grandioso.

Desde que naces y hasta que mueres, todo, absolutamente todo lo que te sucede, representa una idea susceptible de convertirse en contenido valioso. Lo que hay a tu alrededor, las emociones que sientes o el simple y maravilloso hecho de despertar cada mañana. Todo esto, absolutamente todo, es información que tu cerebro, en su infinita genialidad, guarda para ti, para que las uses (si quieres…).

cerebro-ideas
Categorías
General

5 habilidades clave para comunicarte bien y dejar huella

Todos, absolutamente todos los seres humanos, soñamos con dejar un legado, una huella en este mundo. Tristemente, muchos parten de aquí si haber conseguido ese objetivo o, peor aún, a sabiendas de que su huella, su legado, no fue positivo. Tristemente, esto sucede porque desaprovechamos el poder de una habilidad que es privilegio de nuestra especie: la comunicación.

Una de las grandes lecciones que la vida nos dio en los últimos meses, por cuenta de esta terrible pandemia que no solo nos cambió la rutina, sino que nos arrebató a muchos seres queridos, muchos momentos de felicidad, es aquella de que necesitamos el uno del otro. En otras palabras, desveló el origen de muchos de nuestros problemas: el egocentrismo en cualquier manifestación.

Sí, nos demostró que, mucho que nos pese, si bien llegamos solos a este mundo y de este mundo nos vamos a ir solos, mientras estemos acá, el tiempo que dure esta aventura, necesitamos de los otros. Por supuesto, una real convivencia es imposible si no está soportada en una comunicación honesta, genuina, de doble vía, una comunicación en la que las partes involucradas se benefician.

Tuvimos que aprender a vivir separados de los otros, de esas personas a las que estábamos acostumbrados en la rutina de antes. Por fortuna, la tecnología, bendita ella, nos abrió canales, nos dio oportunidades que 15 o 20 años atrás no existían y sin los cuales el encierro habría sido una tortura mayor. Las aplicaciones de mensajería y las transmisiones en vivo nos salvaron.

¡Literalmente! Sin embargo, no fue suficiente. Porque, supongo que coincidirás conmigo, un tema es conversar con tu familia y tus amigos a través de Zoom o de una videollamada de WhatsApp, o enviar un audio o un video, o publicar un reel o un carrusel en Instagram y otra, bien distinta, es poder dar un abrazo, un beso o tomar de la mano a la otra persona, que está ahí, cerquita.

Lo más doloroso, sin duda, fue haber perdido seres queridos, amigos cercanos, colegas o conocidos sin tener la oportunidad de despedirlos, de acompañarlos a su última morada, sin poder dar un abrazo de condolencias a los deudos. ¡Duro, muy duro! Es un vacío que nunca se va a llenar, un momento que la vida nos arrebató sin explicación y que no es fácil de aceptar.

Una época en la que, además, fuimos víctimas de un mal que ya se había insinuado, pero que en estas circunstancias se desbordó: la infoxicación. Sí, la proliferación de noticias faltas, de versiones distorsionadas y amañadas, pero también la autocensura, la decisión de no publicar informaciones en función de intereses políticos y económicos privando, así, el bienestar de la sociedad libre.

En la vida, y más en tiempos de incertidumbre y de crisis, es imposible encontrar un equilibrio verdadero, un 50/50. La balanza siempre se inclina hacia alguno de sus extremos. Por eso, la comunicación durante este triste período fue tanto una ganadora como una perdedora. A mi modo de ver, el resultado final dependerá, exclusivamente, del uso que le dé cada uno.

Lo cierto, lo innegable, es que necesitamos ser más conscientes de la forma en que nos comunicamos. Con otros y con nosotros mismos. Debemos ser más asertivos, pero también, más compasivos, menos exigentes. Tenemos que desarrollar habilidades complementarias que nos ayuden a potenciar la maravillosa habilidad de la comunicación, privilegio de los seres humanos.

CGCopywriter

Estas son cinco de esas habilidades complementarias que, sin duda, nos ayudan a comunicarnos mejor:

1.- Aprender a escuchar.
Desde el momento en que nacemos, a través de la palmadita en la nalga, nos estimulan a expresarnos por la boca. Y se nos queda la maña. Además, rápido aprendemos que cuando más bulla hacemos, cuanto más duro lloramos, cuanto más nos quejamos, mayor es la atención que nos brindan. Y se nos queda la maña, aunque llega el momento en que lo pagamos.

La condición sine qua non para comunicarnos mejor es aprender a escuchar. Con atención, con devoción, con respeto. Escuchar sin interrumpir, escuchar sin juzgar, escuchar sin reacción a través de las emociones (que suelen ser malas consejeras). Recuerda algo que surge de la infinita sabiduría de la naturaleza: nacemos con dos oídos y tan solo un boca. Escucha más, habla menos.

2.- Ser empáticos.
Hoy, en las actuales circunstancias, escuchar no es suficiente. Para que la comunicación en realidad se transforme en un intercambio de beneficios, se requiere la empatía. Que va mucho más allá de la convencional definición de “ponerse en los zapatos del otro” y se adentra en los terrenos de la profunda sensibilidad para entender sin juzgar, sin estigmatizar.

Solo a través de la empatía es posible comprender las razones que hay detrás del comportamiento que a veces malinterpretamos, que a veces nos hace daño. Solo a través de la empatía que comienza con la escucha silenciosa estamos en capacidad de evitar conflictos, de pronunciar palabras de esas que están cargadas con dinamita y de las cuales, seguro, nos vamos a arrepentir.

3.- Preguntar sin juzgar.
Cuando escuchas con atención y preguntas con inteligencia, aprendes, comprendes. Y, sobre todo, evitas emitir juicios cargados de emociones que, por lo general, solo te conducen a duros conflictos, a discusiones bizantinas que no te llevan a ningún lado. Evitas que una sentencia apresurada provoque una herida de esas que duele mucho, tarda tiempo en curar y deja cicatriz.

El mejor conversador, el más sabio interlocutor, no es aquel que habla más, sino aquel que pregunta lo necesario para profundizar el tema, para conocerlo y comprenderlo a fondo. Preguntar sin juzgar y escuchar la respuesta con atención son dos condiciones indispensables para que no se produzca la distorsión del mensaje. Si vas a hablar, que primero sea para preguntar.

4.- Saber interpretar.
Esta, créeme, es una habilidad rara, muy escasa. Más en estos tiempos modernos en los que hemos caído bajo por dejarnos dominar por la tentación de la inmediatez, que en la mayoría de los casos es simple estupidez. Reaccionamos de manera instintiva, emocional, sin pensar un segundo antes de abrir la bocota, sin caer en cuenta de las consecuencias que se pueden derivar.

Interpretar, que significa encontrar el sentido original del mensaje, la explicación profunda de los hechos y de sus circunstancias, de tal modo que podamos tener una comprensión integral, completa. Cuando tenemos la capacidad de interpretar adecuadamente lo que sucede, lo que otros nos comunican, podemos aprender, crecer y, algo importante, aportar nuestra visión.

5.- Saber aportar.
El fin último de la comunicación entre seres humanos es el intercambio de beneficios. ¿Como cuáles? Información, conocimiento, experiencias, sentimientos, emociones, percepciones. La verdadera comunicación, no lo olvides, siempre es un camino de ida y vuelta, un canal de doble vía. Si solo se da en un sentido, no es comunicación, sino un monólogo, seguramente sin valor.

Solo si escuchas con atención, si eres empático, si preguntas para comprender y no para juzgar y si interpretas adecuadamente el mensaje que recibiste podrás aportar algo de valor. Que de eso se trata cuando nos comunicamos, por supuesto. Valor a través de la educación, de las experiencias, de las lecciones que nos dejaron nuestros errores, de los principios y valores que nos inculcaron.

Todos, absolutamente todos los seres humanos, soñamos con dejar un legado, una huella en este mundo. Tristemente, para muchos es una tarea imposible de llevar a cabo porque desaprovechan el poder de una habilidad que es privilegio de nuestra especie: la comunicación. Más que tus obras, es tu mensaje, el impacto de tu comunicación, lo que te permitirá dejar una huella imborrable.

 

CGCopywriter