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Copywriting + emociones: la mezcla explosiva de la persuasión

Lo que la mayoría de las personas llaman la magia del copywriting no está en la palabras. Lo lamento si esto que acabas de leer supone una decepción para ti. Pero, es la verdad. Las palabras conectan en el cerebro con nuestro lado racional, que las procesa con el fin de entender el mensaje que transmiten. Sin embargo, difícilmente se traducen en acciones.

¿Dónde, entonces, está la magia del copywriting? En las emociones. Sí, aquellas traviesas, caprichosas y traicioneras señoritas que juegan con nosotros, que nos obligan a actuar de manera impulsiva. Cuando las palabras que utilizamos conectan en el cerebro con aquel lugar secreto donde se esconden las emociones, sucede la magia: se abre la caja de Pandora.

Porque, seguramente lo sabes, seguramente lo has vivido en carne propia, una palabra, la misma palabra, produce efectos disímiles. Es decir, si estás en un salón con un grupo de 10 personas, lo más probable es que esa palabra genere 10 emociones diferentes. ¿Lo ves? Magia. Si no me crees, haz una prueba: comprobarás que el impacto nunca es el mismo.

Si bien es imposible establecer con exactitud el origen del copywriting, se puede convenir que fue a finales del siglo XIX cuando esta técnica de escritura alzó vuelo. Fue de la mano de la publicidad, que se había convertido por aquel entonces en el canal preferido de las marcas para llegar a los clientes potenciales. Sin embargo, hay ejemplo mucho más antiguos.

Lo cierto, en todo caso, es que el copywriting no es hijo de internet, como algunos piensan, y mucho menos de las redes sociales. Tampoco es cierto aquello de que copywriting es una herramienta para vender: más bien, vender es uno de los efectos que se pueden conseguir a través de los textos persuasivos, es decir, enfocados en inducir una acción específica.

Que puede ser una entre mil opciones, no solo vender. ¿Por ejemplo? Escuchar una canción, ver un video, descargar un libro digital, inscribirse a un curso, dejar un comentario, referir a un conocido o, algo muy común en estos tiempos, suscribirse a una lista de correo. Y hay muchas otras alternativas. Entonces, NO, el copywriting no es solo escribir textos para vender.

Hay quienes afirman que los textos persuasivos son originarios de Babilonia y hay registros de que por allá en 1477, es decir, de hace 545 años. Sin embargo, el uso continuo se dio desde finales del siglo XIX en el terreno de la publicidad. Gracias a la efectividad de las campañas, el copywriting comenzó a expandirse, a abarcar más industrias, ganó popularidad y notoriedad.

Y hoy es una herramienta poderosa no solo de las grandes empresas, sino también de los pequeños negocios y de los emprendedores. O de cualquier persona que tenga la necesidad de transmitir un mensaje persuasivo o que, dicho de otra manera, requiera que su audiencia realice una acción determinada. Porque, no lo olvides, el copywriting no es solo para vender.

El diccionario dice que persuadir es “Inducir, mover, obligar a alguien con razones a creer o hacer algo”. Mientras, inducir es “Mover a alguien a algo o darle motivo para ello” o “Provocar o causar algo”, que es también un sentido que se acepta para mover. No comparto lo de “obligar a alguien”, que se antoja más del terreno de la manipulación, un exceso de la persuasión.

Lo que me interesa que te quede claro cuando termines de leer esta nota (ojalá llegues al final y hasta te animes a dejarme un comentario) es que el copywriting es una habilidad que todos, absolutamente todos, necesitamos. Sin importar a qué nos dedicamos, cuál es nuestra profesión o si escribimos a diario: esta técnica es la base del éxito en las relaciones.

Por ejemplo, de padre a hijo. ¿Imaginas cómo cambiaría el resultado de la interacción con tus hijos si en vez de enviar mensajes a su lado racional te diriges al emocional? Cuando te vas por el lado común, el racional, activas los mecanismos de defensa: el berrinche, la pataleta, la negación, la terquedad. Es decir, lo único que consigues es reforzar la conducta inapropiada.

En cambio, por el lado de las emociones, el tema es distinto. ¿Por qué? Porque las emociones son el punto débil del ser humano. ¡De cualquier ser humano! Y más de un niño o jovencito, que son tan emocionales, a los que les cuesta tanto dominar esos impulsos inconscientes. Y lo mismo sucede con tu pareja, tu compañero de trabajo, tu amigo o hasta con tu mascota.

Por eso, justamente por eso, un mensaje persuasivo apunta a las emociones. Porque su fin es conseguir una acción específica, una sola, que redunde en un intercambio de beneficios. Y esto último es muy muy importante: intercambio. No como en la manipulación, en la que solo una de las partes termina ganando, se impone a la fuerza; no, hay intercambio de beneficios.

Por otro lado, y esta es otra de las poderosas razones por las cuales todos necesitamos aprender y poner en práctica el copywriting, en el ámbito de los negocios, dentro o fuera de internet, la compra es la respuesta a un impulso emocional. Después, solo después, lo justificamos a través de la razón: “Es justo lo que estaba buscando”, “Me lo merezco” y más.

Esa es la explicación por la cual cuando pasas por un almacén o navegas en internet y ves un producto que llama tu atención de inmediato te enamoras. Sientes un impulso incontrolable y unas ansias terribles de obtenerlo. Y no quedas satisfecho hasta que lo logras. Cueste lo que cueste, así implique un sacrificio. Al fin y al cabo, a todos nos encanta darnos algún gustito.

Lo que hace el copywriting, su magia, es utilizar las palabras adecuadas para conectar con los disparadores de las emociones, también conocidos como gatillos mentales. ¿Sabes cuáles son? Son aquellos recuerdos guardados en el subconsciente que se activan cuando el cerebro recibe un mensaje o, dicho de otra manera, es una respuesta automatizada a un impulso específico.

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Ya sabes que el cerebro es genial y por su cuenta realiza acciones necesarias antes de que tú le des la orden. Te facilita la vida: apenas recibe la información (el mensaje), la filtra, busca el recuerdo correspondiente y activa la respuesta emocional adecuada. De acuerdo con el estímulo recibido, libera la emoción correspondiente, la misma que sentiste otras veces.

En palabras sencillas, tu cerebro toma decisiones antes de que lleguen a la consciencia. Por eso, por ejemplo, te ríes al escuchar un chiste, o lloras durante la boda de tu mejor amigo, o sientes miedo cuando te enfrentas a algo desconocido. Estos estímulos interpretados por el inconsciente son los disparadores (gatillos) emocionales, el objetivo del copywriting.

Ahora, veamos cuáles son los disparadores emocionales más comunes a los que apela el copywriting para inducir una acción determinada:

1.- Dinero.
Todos queremos ganar dinero, mucho dinero. Y cuanto más rápido y más fácil, mejor. Tu mensaje debe decir claramente cómo se conseguirá y ser creíble, con el menor riesgo.

2.- Sexo.
Sí, la tentación de la carne nos hace débiles. Pero no solo las relaciones, el contacto físico, sino lo que nos haga sentir mejor: ropa, un auto, un corte de pelo, un cuerpo contorneado, en fin.

3.- Estatus.
Uno muy poderoso. Nos encanta aparentar, sentirnos superiores. Que los demás sepan que ganamos mucho dinero, que lucimos ropa de marca, que ocupamos un cargo importante

4.- Salud.
Claro, no todo es frivolidad o material. Estar saludables es una prioridad, en especial en estos tiempos. Lo que contribuya a fortalecerla o solucione un problema es de nuestro interés.

5.- Evitar un dolor.
No solo el dolor físico, sino el que se desprende de una situación incómoda, una culpa o un rechazo, por ejemplo. Es uno de los disparadores emocionales más utilizados en copywriting.

6.- Creencias.
Religiosas, políticas o aquellas conectadas con un propósito o un estilo de vida o algo que nos brinde placer (el deporte). Son poderosas, una gran fuerza que no tiene explicación racional.

7.- Ocio (placer).
¿Quién no quiere disfrutar la vida? Vacaciones, lugares idílicos y paradisíacos, buena comida, playa, brisa y mar… También, tranquilidad, todo lo que esté conectado con nuestras pasiones.

8.- Resentimiento.
Encontrar revancha de las situaciones que nos provocaron dolor, de las personas que nos hicieron daño o de las pérdidas inesperadas son impulsos que nos movilizan con facilidad.

9.- Miedo.
Una de las dos emociones básicas, y todas sus manifestaciones. El miedo a perder algo es más poderoso que el deseo de tener algo. Además, involucra a las personas cercanas a nosotros.

10.- El amor.
¡Por supuesto! El amor y todas sus manifestaciones. ¿Quién no ha hecho una locura por amor? Hacer felices a los demás es un objetivo por el que estamos dispuesta a hacer lo que sea.

Cuando tu mensaje conecta en tu cerebro con alguno de estas disparadores emocionales, de inmediato se genera una respuesta automática que, lo más importante, deriva en una acción. Que no es forzada, sino inspiradapor una emoción. ¿Entiendes ahora el poder que tienen las palabras? Por eso, justamente por eso, todos debemos aprender y usar el copywriting.

Lo que nos dice el mercado es que “apuntes al dolor” de tu cliente potencial, lo agites y luego le des la solución para ese problema. Sin embargo, seguramente ya lo viviste muchas veces en carne propia, el dolor no moviliza, no inspira. Por el contrario, ¡paraliza! El dolor sirve para llamar la atención, en una primera etapa, pero luego tienes que conectar con las emociones.

Que son las que nos movilizan, las que nos inspiran a tomar acción, las que nos llevan a tomar decisiones impulsivas. Como la compra, por ejemplo. Sin embargo, no olvides que esta técnica de escritura llamada copywriting no se utiliza hoy solo para vender, entre otras razones porque limitarla a esa acción sería desaprovechar sus superpoderes. El copywriting es para persuadir.

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Las 4 poderosas herramientas que te harán un buen escritor

Vivimos, gozamos y sufrimos la era de la tecnología. En el curso de no más de 30 años, la vida nos cambió radicalmente y, tal y como lo hemos experimentado en el último año, seguirá cambiando. Una vida en la que la tecnología cada vez tiene más injerencia, más influencia, y que nos enfrenta a un dilema: aprovechar sus enormes beneficios, pero también estar expuestos a su dependencia.

Cuando comencé mi carrera periodística, por allá en agosto de 1987, todavía se trabajaba en las vetustas máquinas de escribir que hoy son reliquias, piezas de museo. Por aquel entonces, en el periódico El Tiempo, el medio más importante del país, ya había algunos computadores que, en esencia, eran nada más procesadores de palabras, porque los PC como tal apenas surgían.

La armada del periódico, el montaje de las páginas antes de enviarlas a impresión, también se hacía de forma manual, pegando las tiras con cera a las páginas maestras. Una experiencia alucinante, fascinante, aquella de ver al armador cortar los textos e irlos pegando con cuidado, con delicadeza, hasta que cada página quedaba armada como si fuera un rompecabezas.

Por allá en 1992/93, la redacción sufrió un cambio drástico, inevitable: las enormes pantallas de los procesadores de palabras fueron remplazadas por computadores personales. Antes, aquellas pantallas debían ser compartidas por el personal de cada sección, mientras que ahora cada uno tenía su computador propio. ¡Maravilloso! No fue un cambio fácil, en especial para los antiguos.

Sí, los periodistas más veteranos, los de libreta de apuntes, para quienes la grabadora ya era algo parecido a un sacrilegio, trabajar en computador le restaba arte al oficio. Por supuesto, fueron ellos los que más sufrieron el proceso de adaptación a la tecnología, que llegó para quedarse. Y unos años más tarde, a finales de los 90, llegó internet y, entonces, ya no hubo marcha atrás.

Lo mejor es que internet no venía solo. Trajo consigo las cuentas de correo electrónico, las redes sociales, la banda ancha, las conexiones wifi, los teléfonos celulares, las tabletas, una cantidad de dispositivos digitales maravillosos. Que nos cambiaron la vida, que nos facilitan la vida, pero que, tristemente, nos complican la vida. No por la tecnología en sí misma, sino por cómo la utilizamos.

La tecnología es maravillosa, de muchas formas, y decir lo contrario sería una necedad. Además, cada día hay nuevos dispositivos o mejoras en los que ya empleamos que los convierten en más funcionales y productivos. Y, algo que no podemos pasar por alto, la gran mayoría de estos dispositivos o sistemas están al alcance de muchos, ya no son un privilegio exclusivo de pocos.

Lo malo es que, como lo ha dicho desde hace tiempo el controvertido escritor estadounidense Nicholas Carr, “Nos estamos volviendo menos inteligentes, más cerrados de mente e intelectualmente limitados por la tecnología”. Estoy casi completamente de acuerdo con él, con la salvedad que, a mi juicio, no es la tecnología la que nos limita, sino el uso que hacemos de ella.

No es el celular el que te convierte en un esclavo de la tecnología: es tu hábito de estar pendiente de redes sociales y demás aplicaciones todo el tiempo, como si el mundo se fuera a acabar porque no leíste un mensaje o no lo respondiste. De la misma forma que poseer un arma no te convierte en un asesino o en un delincuente: es el uso que les damos a la tecnología y a las cosas lo que nos condena.

“Mi sensación —por mi propia experiencia y por las de otras personas con las que hablé, además de los estudios que se estaban realizado entonces— era que internet iba a suponer un gran cambio en la manera en que pensamos y leemos, pero tenía dudas sobre si estaba dándole demasiada importancia a esa tendencia. Lamentablemente, los estudios que se han publicado en los últimos años respaldan lo que predije”, afirma Carr.

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“En estos 10 años he analizado interesantes y a la vez aterradoras investigaciones que muestran que, cuando tenemos cerca el teléfono (incluso aunque esté apagado), nuestra capacidad para resolver problemas, concentrarnos e incluso tener conversaciones profundas disminuye. Nos volvemos tan absortos con la información que nos ofrece el celular que hasta cuando no lo usamos estamos pensando en hacerlo”, agrega.

“En términos generales, internet nos brinda información de una manera que debilita nuestra capacidad para prestar atención. Obtenemos una enorme cantidad de información al navegar por internet o al usar el celular, pero nos llega de manera muy fragmentada; muchos pedacitos de información multimedia (sonidos, fotos, imágenes en movimiento, textos) que compiten entre sí, solapándose mutuamente”, explica.

Esta teoría de Carr es particularmente cierta en el tema de la escritura. Hoy, cuando disponemos del conocimiento de calidad a un clic de distancia, se escribe peor que cuando a duras penas teníamos un lápiz y un papel. Los niños sufren por serios problemas de comprensión de lectura y, en general, son incapaces de escribir un ensayo, un relato sencillo. Y no es por la tecnología.

Es porque los educamos mal, porque les decimos que el poder está en el celular, en la tableta, en el reloj inteligente o en cualquier otro dispositivo digital, cuando no es cierto. La verdad es que el poder está en ti, siempre ha estado en ti. Solo que no aprendemos a usarlo, a sacar provecho de él, o simplemente que nos da pereza hacer un mínimo esfuerzo para utilizar esos recursos.

Con frecuencia, alumnos y clientes me preguntan cuáles son las herramientas que les pueden ayudar a escribir. Honestamente, durante mucho tiempo no tuve respuesta para ese interrogante porque, si bien siempre trabajo en un computador, bien podría hacerlo también en una vieja máquina de escribir y estoy completamente seguro de que la calidad de mi trabajo sería igual.

Sin embargo, cuando leí el artículo con las declaraciones de Carr descubrí cuál era la respuesta. Las más poderosas herramientas para escribir (o para cualquier cosa que quieras hacer en la vida) ya están en ti y solo debes apreciarlas, valorarlas y explotarlas. Son inagotables y, además, únicas. Las comparto contigo porque estoy seguro de que desde hoy mismo puedes aprovecharlas:

1.- Tu cerebro. Es el órgano más maravilloso que existe. Ilimitado, apto para el trabajo duro y con una gran virtud: cuanto más lo uses, cuanto más lo alimentes, cuanto más lo aproveches, mejor funciona. Allí está todo lo que necesitas para escribir bien: conocimiento, recuerdos, experiencias e imaginación. No necesita recarga, pues unas pocas horas de descanso son suficientes.

2.- Tu corazón. ¿Qué sería de nosotros sin el corazón? Allí nacen y se albergan las emociones, esas caprichosas, traviesas y divertidas compañeras de viaje. Si bien conocimiento marca diferencia, es tu corazón el que te hace único: tus sentimientos, tu sensibilidad, tu capacidad para sorprenderte y la forma en que reacciones a lo que te sucede. Es la herramienta más poderosa que existe.

3.- Tus experiencias. Todo lo que vives, desde la experiencia más aterradora hasta la más insignificante, es una historia potencial. Aunque no lo creas, lo que te sucede encierra una lección que a otros les sirve, que otros necesitan conocer. Lo que tú vives es modelo para otros, de la misma forma en que tú te inspiras en las vivencias de otros. Tu realidad es el alimento de tu imaginación.

4.- Tus habilidades. Así como, por ejemplo, tu computador viene con aplicaciones geniales por defecto, tú, como ser humano, también fuiste configurado con todas las habilidades necesarias. ¡Todas! El problema está en que te limitas a unas pocas, que menosprecias muchas, que no te das la oportunidad de desarrollar algunas maravillosas como, por ejemplo, la habilidad de escribir.

Moraleja: no es la tecnología, una aplicación o una plantilla lo que te llevará a ser un buen escritor. Tú ya tienes todo lo que se necesita. Lo mismo que tenía, por ejemplo, Gabriel García Márquez o lo que tiene tu autor favorito. La diferencia está en que ellos sí aprovecharon y potenciaron esos recursos, esas herramientas. La buena noticia es que nunca es tarde para comenzar.

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¿Corto o largo? (A la hora de escribir) El tamaño SÍ importa

Hay dos decisiones fundamentales que un escritor debe tomar en cuanto a la medida de tus textos. La primera está relacionada con la estructura de sus escritos, con el estilo que les quiere dar para crear una marca que lo identifique. La segunda, mientras, tiene que ver con la extensión de los artículos que publica (especialmente si hablamos de internet), de los libros que escribe.

No son decisiones menores y hay que comprender que no es cuestión de decir “voy a hacerlo así” y listo. No es tan sencillo, entre otras razones porque hay muchos bulos y creencias limitantes en torno de estos temas. ¿Como cuáles? Una de ellas, la más perversa, que es una afirmación sin sustento, es que hoy la gente no lee o, dicho de otra forma, lee menos que en el pasado.

Ni lo uno, ni lo otro. La respuesta real es que lee distinto, en formatos distintos y a través de dispositivos distintos. Tuve la oportunidad de acudir a la Feria del Libro de Bogotá, uno de los eventos más importantes del ramo en la región, de manera repetida entre 2014 y 2018, como autor y como invitado, y lo que observé allí desmiente categóricamente esa afirmación.

“Nada que ver”, como decían los jóvenes hace unos años (y ya no son tan jóvenes). Todos los días, no solo los fines de semana, se registraba una masiva concurrencia de estudiantes escolares, adolescentes y jóvenes universitarios que, además, no iban en plan de familia Miranda, como decimos en Colombia (solo a mirar), sino que eran participantes activos y compradores.

Participantes de conversatorios, de lanzamientos y de otras actividades y compradores de ofertas y de las temáticas que les atraen. Que son distintas a las del pasado, valga recalcarlo. Historia, política, sagas juveniles, deporte y textos universitarios, principalmente, que son rubros a los que las editoriales poca atención les prestan porque solo se interesan en promocionar a sus estrellas.

¿Percibes el poder del mensaje oculto? Niños, adolescentes y jóvenes universitarios que acuden masivamente a la Feria y compran libros. Es decir, no son solo digitales, más allá de su afinidad con la tecnología. Y los adultos tampoco se quedan atrás, más allá de que no es fácil sacar tiempo para leer con tranquilidad, porque por lo general están envueltos en una frenética e histérica rutina.

Así mismo, hace unos años, no muchos, se decía que el libro impreso estaba condenado a desaparecer en virtud de la fuerza del libro digital. Sin embargo, fue más un bum que una realidad, en especial porque los dispositivos no son baratos y porque leer en estas pantallas digitales no es para todo el mundo. Y, como en ave Fénix, el viejo, vetusto y empolvado libro se reposicionó.

Puedo afirmar, con un mínimo margen de error, que vivimos el mejor momento de la producción de contenidos, dentro y fuera de internet. Y en diferentes formatos como video y audio, que no es que resucitó, como dicen por ahí, porque nunca estuvo muerto, sino que se revitalizó gracias a nuevas herramientas y mercados, públicos jóvenes que quieren aprender y tienen mucho que decir.

Por eso, más que nunca, desarrollar la habilidad de escribir para transmitir tu conocimiento, para transmitir un mensaje que no esté contaminado y, también, para cumplir tu sueño particular es una necesidad. Y, lo repito porque sé que es importante, sin pretensiones de gran estrella, de ser millonario y famoso. Puede ocurrir, sin duda, pero es el final de la historia, no el comienzo.

Una persona comienza a ser un buen escritor cuando establece una estructura. Que, no sobra recalcarlo, no es algo estático, sino que evoluciona a medida que pasa el tiempo, que hay más aprendizaje y más experiencia. Una estructura que le dé orden a tu escrito, que lo haga fácil de leer y, por supuesto, agradable de leer. Una estructura que, además, te facilite el proceso.

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Si te has visto con atención estos artículos que comparto contigo, habrás visto que todos los párrafos tienen cuatro líneas. La mayoría de ellos, además, contiene tres frases: una larga, una mediana y una corta. ¿Por qué? Porque escribir es algo muy parecido a bailar un vals o un bolero y para poder disfrutarlo al máximo se requiere un ritmo, una cadencia que ayuda a la legibilidad.

¿Por qué elegí esta estructura? Porque después de múltiples testeos que realicé en su momento, pude determinar que era la que mejores resultados ofrecía: más lectura, mejores comentarios, una experiencia más agradable para los lectores. Además, apta tanto para el formato impreso o para artículos de un blog, como para un libro y, algo importante, de buena lectura en dispositivos móviles.

¿Cómo puedes determinar tu estructura? Solo hay un camino: escribir y escribir. Un poco cada día, todos los días un poco. Y probar diferentes variantes sin caer en el extremo del perfeccionismo o de la autoexigencia. Escribe y compártelo con allegados, con amigos y hasta con desconocidos para que te den una retroalimentación. Corrige, prueba y valida. Y, por supuesto, evita los atajos.

¿Cuáles? Las famosas plantillas, que no te sirven y que, más bien, te causarán un mal. Y ten en cuenta algo crucial: olvídate de esos consejos según los cuales para que te lean en internet debes escribir frases cortas, párrafos cortos y llenar tus artículos de viñetas y emojis. Las viñetas son un recurso, un buen recurso, pero el uso abusivo se torna cansón e incómodo para el lector.

En cuanto a las frases y los párrafos cortos, ¡ten cuidado: son una trampa! El cerebro del ser humano no está programado para leer esas frases sueltas. ¿Por qué? Entre otras razones, porque cuando aprendemos a leer y a escribir en el colegio nos enseña la estructura del párrafo, que es una unidad de contenido con sentido completo. Y en esto último radica la clave: sentido completo.

Cuando rompes esa unidad, cuando partes el párrafo en frases sueltas, se pierde el sentido completo, se pierde la legibilidad. Este es el motivo por el cual hoy los jóvenes presentan tantos problemas de comprensión de lectura y dificultad para escribir. El cerebro no está diseñado, ni programado, para armar ese rompecabezas de frases sueltas y, por eso, no capta el mensaje.

Una estructura coherente, clara y fácil de leer, entonces, es la primera decisión que debe tomar un escritor. Por supuesto, mi consejo es que acudas a ayuda idónea, de personas que lo hacen bien y que demuestran que lo pueden transmitir. Pensarás que es algo demasiado complejo o difícil, pero en la medida en que escribas con frecuencia tu cerebro te guiará y lo hará fácil, porque lo disfruta.

Ahora, en el tema de la extensión de los artículos, en internet también hay mucho mito falso. Te dicen que debes escribir corto porque la gente no lee (que ya sabemos que es mentira), pero también te dicen que para que te lean debes aparecer en los primeros puestos de las búsquedas de Mr. Google. Y esa, amigo mío, es una gran contradicción, ¿lo sabías? Esta es la razón:

El algoritmo de Google no solo se fija en las palabras clave y en el SEO, sino que también entiende de contenido de calidad. Y para él, el contenido de calidad es sinónimo de contenido extenso. De hecho, los artículo que el buscador privilegio tienen alrededor de 2.000 palabras o más. ¿Lo ves? Pero, lo que te dicen en internet es que tus publicaciones no deben sobrepasar las 500 palabras.

Es una mentira. Estos artículos que publico en el blog tienen ente 1.200 y 1.500 palabras, es decir, menos de las que pide Mr. Google. Sin embargo, esa carencia se con un texto de buena calidad, tanto en lo gramatical y ortográfico como en el contenido. Entonces, no te dejes engañar: un artículo de 1.200 palabras en esencia ocupa dos páginas de Word, que no es algo difícil de escribir.

Además, y este es el argumento más importante, estamos en la era del conocimiento. El mercado, las personas, anda en busca de buen contenido, de conocimiento de calidad. En todos los ámbitos, en todos los temas. Y no solamente los autoproclamados expertos, sino personas anónimas que puedan compartir conocimiento y experiencias útiles, que sean empáticos, distintos y positivos.

Los últimos 33 años de mi vida los dediqué a escribir para otros: medios, empresas y personas. A mediados de noviembre de 2020 abrí este blog y la experiencia no puede ser más satisfactoria y enriquecedora. Es algo que tú también puedes hacer, que tú también puedes disfrutar. Recuerda: hoy, por el cambio de hábitos, la gente tiene más tiempo para leer y exige contenido de calidad.

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