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Mi metodología de 7 pasos para que comiences a escribir hoy

Aquello que es desconocido o que, cuando menos, nos resulta incierto por lo general está acompañado por la desagradable sensación miedo o, cuando menos, de inseguridad. No es algo que podamos evitar, porque es parte de la condición natural del ser humano, y que además está presente en todas y cada una de las actividades que realizamos en nuestra vida, sin excepción.

Cuando somos niños, tenemos incorporado el espíritu aventurero. Uno ingenuo, desprovisto del miedo consciente. Creemos que somos capaces de hacer cualquier cosa, incluidas aquellas que nos resultan desconocidas o que nos resultan inciertas. Las hacemos, simplemente porque todavía no desarrollamos consciencia y, entonces, no percibimos el riesgo o, visto de otro modo, el peligro.

Sucede, por ejemplo, si vas de vacaciones con la familia y en la finca donde se alojan hay una enorme piscina con un trampolín de 1,5, 3 o 5 metros. La alberca, además, tiene una profundidad máxima de 1,80 metros. A pesar de todos esos componentes de riesgo, nos sentimos capaces de tirarnos, en especial si alguien nos reta: lo último que deseamos es que nos tilden de miedosos.

Lo hacemos, con miedo, pero lo hacemos. Al menos una vez, para evitar el escarnio público y ser objetos de burla el resto de nuestra vida. Igual sucede cuando emprendes la aventura de aprender a montar en bicicleta: ¡qué difícil es mantener el equilibrio para no caerte! Pero, claro, te caes una y otra vez y sufres a veces golpes severos. Luego aprendes y solo recuerdas los paseos felices.

¿Moraleja? El ser humano está en capacidad de hacer lo que quiera, cualquier cosa, inclusive lo que le es desconocido o lo que le resulta incierto, a pesar del miedo. Que nunca desaparece, pero que en algún momento deja de ser una amenaza y se convierte en un ameno compañero de viaje, de aventuras. Si lo piensas, verás que esta premisa se aplica a muchos de tus recuerdos felices.

Cuando le ibas a pedir matrimonio a tu esposa, el día que acudiste a la entrevista del que sería tu primer trabajo, aquella inolvidable mañana en la que eras la persona más nerviosa en la sala de partos mientras nacía tu hija o esa vez que lanzaste al mercado el primer producto de tu negocio propio. ¿Recuerdas? Sentías miedo (¿o quizás pánico?), pero siempre lo superaste y lo hiciste.

Una de esas situaciones habituales en las que lo desconocido o lo incierto nos provocan miedo es cuando queremos escribir. Es insólito, porque en esencia todos, absolutamente todos, aprendimos en el colegio. No para ser escritores profesionales, pero sí para escribir cualquier texto general (no especializado). Sin embargo, cuando nos sentamos frente al computador el miedo nos paraliza.

Y el primer efecto es que la mente se pone en blanco, se bloquea. Y comienzan esos pensamientos que te atormentan: “¿Qué hago aquí, si ni siquiera sé qué voy a escribir?”, “Esto no es para mí, no puedo hacerlo” o “Mejor veo Facebook y lo dejo para otra día”. Y dado que el ser humano es práctico y privilegia el instinto de supervivencia, nos escabullimos con rapidez.

Esa decisión, ese atajo, solo nos conduce por el camino de la frustración, aquel en el que nuestros sueños se extinguen o, en el mejor de los casos, mueren de aburrimiento. El problema, porque siempre hay un problema, es que esta incómoda situación se repite una y otra vez, cada vez que lo intentamos. ¿Por qué? Porque de manera inconsciente (¿involuntaria?) repetimos el error.

¿Cuál es el error? Comenzar por el final. ¿Sabes a qué me refiero? A algo que mencioné en un artículo anterior: a que sentarte frente al computador es el último paso del proceso para escribir. ¡El último! Si aceleras el proceso, si pasas por alto alguno de los requisitos previos, el miedo te invadirá, la inseguridad aflorará y, entonces, los pensamientos negativos se adueñarán de ti.

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“No puedo”, principalmente. Y la verdad es que esa es una excusa, una justificacin. Bien porque no estás preparado para comenzar a escribir o bien porque desconoces esto que a continuación voy a enseñarte: qué debes haber completado antes de sentarte a escribir. ¡Atención!: no es una fórmula perfecta, solo una metodología (la que yo utilizo) y que puede ayudarte a comenzar:

1.- Determina el tema. Parece obvio, pero no lo es. No es solo saber a ciencia cierta cuál es la idea de partida, sino el plan completo. ¿A qué me refiero? Qué va a suceder en tu historia o en tu artículo, cuál será el alcance (un texto único o uno con varias entregas) y cuáles son los restantes elementos que debes considerar. Sugiero que lo escribas en una hoja y lo sigas al pie de la letra.

2.- Determina el contexto. En esta nota (te la recomiendo, porque es muy valiosa) te conté cuál es la importancia del contexto: sin él, tu texto es uno más, uno del montón, carece de impacto y pasa al olvido con rapidez. El contexto le da sabor a tu historia, a tu relato, es la característica por la que podrás generar identificación y empatía con tu lector y, por ende, una conexión emocional.

3.- Establece la estructura. Un texto, desde un corto email hasta una novela, es un viaje: tiene un comienzo, un trayecto y un final. No es algo lineal, sino que hay curvas, ascensos, descensos, pasos peligrosos, estaciones de descanso o de servicio, en fin. Además, no estás solo, así que se requieren otros actores, principales y secundarios, y algo muy importante: la trama, ¡sí, la trama!

4.- Establece el estilo. El estilo es la característica que, además del contexto, le imprime personalidad a tu contenido. Surge de tus principios y valores, de tu propósito de vida, de cómo ves la vida, de tus creencias, de tu conocimiento y experiencia. El estilo es la voz del autor reflejada en el texto y es el factor que diferencia tu escrito del resto de producciones.

5.- Determina el impacto. ¿Qué quieres transmitir con tu texto? ¿A quién te vas a dirigir? ¿Vas a hacer un llamado a la acción? Si no sabes adónde quieres llegar, nunca llegarás. La estructura no es una camisa de fuerza y la improvisación que surge de la creatividad es bienvenida, pero esto no te da licencia para comenzar sin haber establecido el impacto (mensaje) que transmitirá tu texto.

6.- Determina los vaivenes. Un buen texto incorpora puntos altos y bajos, emociones variadas, eventos sorpresivos, aciertos y errores, obstáculos y dificultades y, por supuesto, el triunfo del bien sobre el mal, un final feliz. No lo olvides: la realidad del común de las personas es caótica, insoportable, y lo que busca en tus textos es un oasis, un elíxir, una vía de escape hacia algo mejor.

7.- No te olvides de la moraleja. Por favor, no te olvides de la moraleja. Es la recapitulación de la idea principal que dio origen a tu texto combinada con el mensaje que deseas transmitir. Son los argumentos que expones para ayudar a tu lector a realizar una adecuada interpretación del contenido que le ofreces. La moraleja cierra el círculo y evita que queden cabos sueltos.

Lo que es desconocido o lo que nos provoca inquietud nos llena de miedo simplemente porque no tenemos un plan para abordarlo, porque asumimos esa situación o ese reto en desventaja. A la hora de escribir, si sigues esta metodología de siete pasos que acabo de exponer estoy seguro de que podrás comenzar y avanzar. Quizás requieras ayuda más tarde, pero al menos habrás comenzado.

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Para escribir, probar y fallar también es la estrategia más efectiva

¿Qué es lo más difícil que intentaste en la vida y al final, a pesar de las dificultades, lo lograste? ¿Cocinar? ¿Aprender un nuevo idioma? ¿Algún deporte? ¿El manejo de un dispositivo digital o de un software específico? No importa en realidad qué haya sido, porque lo único realmente valioso es que lo lograste. Con esfuerzo, con sacrificio, quizás con algo de dolor, pero lo lograste.

Y, de eso estoy seguro, antes de comenzar tenías miedo. Y muchas dudas. Y desconfianza. Sin embargo, ese sueño fue más poderoso y, por eso, las dificultades que enfrentaste en el camino solo fueron eso, dificultades, aprendizajes que te sirvieron para ser más fuerte y seguir adelante. Y estoy seguro, también, de que después de alcanzar ese logro te sientes una mejor persona.

Recuerdo que hace ya casi 15 años, cuando falleció mi santa madre, mis habilidades en la cocina se reducían a preparar huevos (pericos o fritos, sin que se chamuscaran). Una tremenda ironía, porque mi mamá fue una excelente cocinera, al punto que podía descifrar la receta de un plato con solo probarlo y luego cocinarlo. Así, por ejemplo, aprendió a preparar la fanesca ecuatoriana.

¿La probaste al vez? Es deliciosa. Es un guiso a base de granos tiernos y pescado seco, típico de la zona norte de Ecuador, en los límites con Colombia, y que se prepara principalmente durante la cuaresma. Mis padres vivieron en ese país varios años y la señora Elisa, por supuesto, no perdió la oportunidad de aprender a cocinar algunos de los platos autóctonos. Este, una obra de arte.

El caso es que, aunque una cocinera de primera, era muy mala maestra: carecía de paciencia y de tacto para enseñar. Lo único que pude aprender de ella fue la torta de cumpleaños, que una vez le ayudé a cocinar porque a ella no le gustaba la cocina dulce. Por varios años, esta celebración en casa se hizo con mis ponqués, hasta que un día el festejo se transformó en una reunión de amigos.

Por ahí con un amigo alguna vez, de la mano de la cocinera de su casa, la señora Elsa, aprendimos a preparar tostadas francesas (que no es una hazaña) y postre de limón (que ya tenía algo de ciencia). Si mal no recuerdo, ahí terminaba mi sabiduría culinaria. Hasta que mi madre partió a la gloria eterna y me vi cara a cara con un problema inesperado: ¿y ahora qué voy a comer?

En las primeras semanas, la señora Aracely, que nos ayuda con las labores domésticas, me dejaba la comida preparada, pero pronto me cansé de comer recalentado. Pasé, entonces, a la fase de los alimentos congelados, pero no tardé en descubrir que la mayoría tenía un sabor distinto al natural y, por eso, me aburrí. ¿Qué salida quedaba? Domicilio, no. ¡Tenía que aprender a cocinar!

Comencé con platos sencillos, con mezclas normales y luego abordé tareas más retadoras: la lasaña, por ejemplo, que me encanta. La primera versión tenía ingredientes de lasaña, sabía a lasaña, pero su apariencia distaba mucho de una verdadera lasaña. Fue como al cuarto o quinto intento que di en el clavo. Y lo mismo sucedió con otros platos, como la tortilla española.

Hoy, fíjate, preparo toda mi alimentación y mi carta menú incluye varios platillos que jamás creí poder preparar. Mi papá, que por culpa del consentimiento de mi mamá es muy exigente con la comida, disfruta lo que cocino. Ahora, por ejemplo, la cena de celebración de Navidad o Año nuevo corre por mi cuenta (lomo al trapo, lasaña, rollo de carne). ¡Finalmente, aprendí!

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¿A dónde voy con esta historia? La idea de compartir esta experiencia contigo surgió cuando vi en internet la siguiente frase: “No olvides que puedes empezar tarde, comenzar de nuevo, estar inseguro, actuar diferente, probar y fallar y, aun así, tener éxito”. Absolutamente genial, ¿cierto? Y, además, resulta perfecta para rebatir la principal objeción que escucho a la hora de intentar escribir.

“No puedo”, es lo primero que me dicen. Y no es cierto: todos podemos. Lo que sucede es que a veces no sabemos cómo hacerlo, no hemos desarrollado la habilidad necesaria, carecemos del conocimiento requerido o no hemos encontrado la ayuda idónea. Como ves, el mensaje es muy distinto, porque el odioso “no puedo” les cierra la puerta a alternativas que, por supuesto, son viables.

Además, como lo he mencionado en artículos anteriores, dentro de ti hay un buen escritor que, como el oso en el invierno, está hibernando a la espera de que los rayos del sol iluminen su camino. No lo olvides: dentro de mí había un buen cocinero (no un chef) que solo afloró cuando las circunstancias lo exigieron. Si crees que no puedes, este artículo, sin duda es para ti.

“Estoy viejo para eso” (una versión de es tarde para empezar) no pasa de ser una excusa fácil. El actor estadounidense Morgan Freeman tenía 50 años cuando, por fin, interpretó un papel que fue aclamado por el público y la crítica. El escritor portugués José Saramago saboreó las mieles del éxito a los 58 años y el compositor italiano Giuseppe Verdi estrenó su obra cumbre a los 74.

“Viejo el viento y todavía sopla”, reza un popular refrán. Si eres de los que acuñaron la creencia de que es tarde para empezar, te recomiendo esta nota: 4 poderosas razones para comenzar hoy (nunca es tarde). Cualquier día es bueno para empezar, pero, sin duda, el mejor es hoy. Y, algo que no puedes pasar por alto, lo peor es quedarte con la incertidumbre, no comprobar que eres capaz.

“Comenzar de nuevo”, mientras tanto, te permite borrar de tu mente la ideal del fracaso. ¿Ya lo intentaste y no funcionó? ¿No resultó como esperabas? Está bien, así es la vida. No siempre a la primera conseguimos lo que deseamos, quizás por falta de conocimiento, porque deseamos llegar a la meta en un solo paso, porque carecemos de paciencia. Que hayas fallado no significa que no puedas.

El único fracaso consiste en renunciar a tus sueños, en dejar que el miedo asuma el control de tus acciones y decisiones y, de esta manera, privarte del privilegio de disfrutar lo que la vida preparó para ti. “Comenzar de nuevo” significa que tienes la disposición necesaria para intentarlo otra vez y que ahora te sientes mejor preparado para recorrer ese camino, para volver a experimentar.

Que estés inseguro es normal, porque toda aquella situación en la que nos vemos vulnerables nos transmite esa sensación. Sin embargo, tan pronto te despojes de las prevenciones, cuando creas en ti y en tus cualidades, en tus capacidades, la inseguridad desaparecerá. Será, entonces, cuando puedas actuar diferente a como lo haces habitualmente, cuando te des cuenta de tus poderes.

Probarás y fallarás, sin duda, porque esa es la secuencia lógica del proceso, porque así es que se aprende. Pero, créeme, si persistes, si no abandonas, vas a tener éxito. Que quizás no significa convertirte en un escritor laureado, pero sí en una persona feliz porque cristalizó un sueño. Y ese será un momento sublime, inolvidable. Y solo lamentarás no haber comenzado mucho antes.

¿Qué es lo más difícil que intentaste en la vida y al final, a pesar de las dificultades, lo lograste? La próxima vez que dudes, “No olvides que puedes empezar tarde, comenzar de nuevo, estar inseguro, actuar diferente, probar y fallar y, aun así, tener éxito”. No importa cuántas veces lo intentaste y cuántas fallaste: si haces lo necesario, escribir dejará de ser un anhelo y se convertirá en una realidad.

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