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Si quieres comenzar a escribir, ¿qué debes hacer?

Si nunca lo intentaste de verdad, ¿cómo sabes que no puedes hacerlo? La mente del ser humano es tan poderosa como traviesa, en especial cuando permites que te dominen las emociones, cuando tomas decisiones basadas en mitos y falsas realidades. O, como en el caso al que me refiero, cuando actúas de tal forma que te sientes protegido en la cómoda zona de confort.

Es triste escuchar los argumentos de algunas personas para justificar por qué no escriben: “Yo no nací para eso”, “Ya estoy muy viejo para aprender”, “Es que no tengo tiempo”, “Cuando me jubile sí le voy a dedicar tiempo a escribir” y muchos otras más. Que no son argumentos, sino excusas fáciles, de esas que la mente expone con rapidez para ayudarnos a salir del paso en este embrollo.

El problema es que se les pasa la vida enredados en esa maraña de justificaciones y, al final, nunca escriben. Y se quedan con la frustración y, lo peor, con la duda. “¿Habría sido un buen escritor?”, se preguntan en silencio una y otra vez, en especial cuando ven a otros que sí lo hacen, que sí se despojaron de los miedos, que superaron las creencias limitantes. Una duda que atormenta.

Hay dos premisas que el ser humano necesita aprender, pero que muchas veces se niega a hacerlo. La primera, la ilimitada capacidad de su inteligencia. ¿Eso qué quiere decir? Que una persona, cualquier persona, está en capacidad de lograr todo lo que se propone, absolutamente todo, siempre y cuando programe su mente para ello. De lo contrario, jamás lo conseguirá.

“No digas no puedo, ni en broma, porque el inconsciente no tiene sentido del humor, lo tomará en serio y te lo recordará cada vez que lo intentes”. Esta genial frase es de Facundo Cabral, el cantautor argentino que tenía mucha autoridad moral para hablar del tema, porque su niñez estuvo llena de carencias y luego pudo darle un vuelco de 180 grados a su vida y vivir bien.

El primer paso para escribir es creer que puedes hacerlo. De hecho, ¡puedes hacerlo! Aprendiste en el colegio y has practicado toda tu vida. El problema radica en que lo hiciste sin una guía, sin un método, solo porque tenías que escribir. Y no lo disfrutas, que es otro componente valioso del proceso: si no lo disfrutas, en algún momento tiras la toalla. Recuerda: programa tu mente y hazlo.

La segunda premisa es tomar acción. ¿Eso qué significa? Trazar un plan, establecer unos objetivos y diseñar una estrategia que te permita alcanzarlos. Objetivos que, por demás, deben ser fáciles de cumplir dentro de un plazo determinado y, también, medibles. El resto es trabajar, con disciplina y constancia, para crear un hábito, para enseñarle a la mente que sí puedes escribir, que disfrutas.

Cuando vas a una academia para aprender a jugar al tenis, sigues el plan establecido por el entrenador y avanzas paso a paso, de lo sencillo a lo más complejo. Cuando quieres aprender a cocinar, te pones en manos de un experto que, igualmente, parte de lo elemental hasta llegar a lo especializado, lo complejo. Vas lentamente, quemando etapas, validando el conocimiento.

En el momento en que quieras escribir, entonces, debes haber aprobado estas dos asignaturas: programar tu mente para el “quiero, puedo y voy a hacerlo” y tener diseñado un plan con objetivos claros y una estrategia que te permita alcanzarlos. El resto, amigo mío, es ejecutar aquella sabia máxima de “La práctica hacer al maestro”. Cuanto más escribas, mejor escritor serás.

Cuando vayas a empezar, tienes que definir el tema. Sí, porque uno de los obstáculos habituales que las personas enfrentan cuando comienzan a escribir es que en su mente hay muchas ideas, buenas ideas, pero tan enredadas como un saco de anzuelos. Entonces, cuando por fin dejan de aplazar y se sientan frente al computador entusiasmados e ilusionados, no saben qué decir. ¡Plop!

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Y no es que haya eso que tantos llaman bloqueo, sino que, simplemente, no hay tema. El origen de este problema es aquella creencia, tan arraigada como falsa, de confiar en lo que llaman musa o inspiración. Que, en más de 30 años dedicado a escribir, no la conozco, nadie me la presentó y, mucho menos, llegó a mí volando como un ángel. Es una bonita fábula, pero no es la realidad.

La realidad es que para escribir necesitamos usar imaginación y creatividad. Que, por supuesto, todos las tenemos, de ahí que el tema del bloqueo no es más que otra excusa fácil. La realidad es que si no tienes perfectamente claro qué vas a escribir, por dónde vas a comenzar, cómo vas a seguir y en dónde quieres terminar, ni siquiera la imaginación y la creatividad te ayudarán.

Un ejercicio que les recomiendo a mis alumnos del curso A escribir se aprende escribiendo es que, antes de sentarse a escribir, desglosen en una hoja la secuencia de las ideas que van a desarrollar. Que son una guía, pero no una camisa de fuerza. ¿Eso qué quiere decir? Que al final, durante el proceso de creación, hay que improvisar y, entonces, eliminas algunas ideas e incorporas otras.

La clave radica en que sea una verdadera secuencia, con un comienzo claro, un desarrollo lógico y coherente y un final fuerte. No es tan difícil como pueda parecer, pues con la práctica te vas a dar cuenta de que es una herramienta poderosa que, con el tiempo, trabajará automáticamente, es decir, sin necesidad de escribir nada antes. Y no tiene que ser una secuencia demasiado extensa.

Una forma muy sencilla de plantearla es formular varias preguntas que luego vas a responder. Por ejemplo, ¿cuál es el problema que aqueja a al protagonista de mi historia?, ¿cuál fue el origen de ese problema?, ¿cuáles son las principales manifestaciones de ese problema (2 o 3)?, ¿qué ha hecho para solucionarlo?, ¿cuál ha sido la repercusión de ese problema en su vida?

Otra forma práctica es seguir el guion de una película de cine o, inclusive, la letra de una canción. Elige una que te guste mucho, que ojalá la hayas visto más de una vez, y trata de establecer la secuencia del libreto. Si bien cada película es única y no hay un libreto predeterminado, todas tienen una secuencia en particular. Por lo general, el orden de la secuencia es el siguiente:

1.- Planteamiento del problema y contexto de la historia

2.- Agitación del problema

3.- Esbozo de la solución

4.- Búsqueda de ayuda

5.- Solución del problema

6.- Moraleja

Hago énfasis en dos aspectos que la mayoría de los escritores (y con esto me refiero a periodistas, copywriters y demás) omiten: el contexto de la historia, que es el escenario en el que se desarrolla y se dan los sucesos) y la moraleja, que es el mensaje, la lección que esa historia nos enseña. Un escrito sin contexto y sin moraleja carecen de sentido, no tienen peso, no atraen la lectura.

Si nunca lo intentaste de verdad, ¿cómo sabes que no puedes hacerlo? No es que no puedas, que no seas capaz de escribir. Quizás es que no sabes cómo hacerlo. Recuérdalo: mente programada para el sí puedo, plan (con objetivos y estrategia) y práctica constante. Luego, en la medida en que quieras mejorar, necesitarás ayuda profesional idónea para pulir el estilo y mejorar tu escritura.

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¡Cuidado!: el vocabulario afecta tu salud mental y tu negocio

“Es que solo de verlo me da cosa”. Si tienes más de 40 años y vives en algún país de Iberoamérica, seguro que sabes quién dijo esa frase: el querido doctor Chapatín, el tierno y cascarrabias médico, uno de los personajes icónicos del gran comediante mexicano Roberto Gómez Bolaños (q. e. p. d.). Y es, además, una frase que debería convertirse en la principal máxima de un buen escritor.

“Escribe como hablas”. Esa es otra famosa frase, tan antigua como malinterpretada y, sobre todo, mal implementada. Porque, si lo piensas bien, cualquiera puede tomarla de la forma que quiera, que le convenga y, en consecuencia, se pierde el verdadero sentido. Que no es otro que escribir con fluidez, con lenguaje sencillo para que cualquier persona que lea lo pueda comprender.

Lo que pocos perciben es la mentira que hay detrás. ¿Por qué? Porque nadie, absolutamente nadie, escribe como habla. O, mejor: nadie habla como escribe. ¿Por qué? Porque son dos tipos de lenguaje distintos, independientes, que nuestro cerebro gestiona de manera diferente. Entonces, lo primero que debemos hacer es entender que hay normas establecidas para cada caso.

¿Te imaginas que el escritor colombiano Gabriel García Márquez hablara como escribía? Nadie, o casi nadie, le entendería. En cambio, Gabo era un excelente conversador con esa chispa que tiene el hombre caribe, con sus dichos, con sus palabras a las que se les recorta la ese final, con su acento inconfundible. Y será igual con cualquier otro escritor, con el que tú prefieras.

Entre otras razones, porque en el lenguaje verbal utilizamos demasiados modismos que son impropios del lenguaje escrito, utilizamos demasiadas muletillas (repeticiones o frases hechas), utilizamos groserías y coloquialismos poco cultos. Entonces, no, no puedes escribir como hablas, no debes escribir como hablas, en especial si vas a comunicarte con una audiencia, con tus clientes.

De lo que se trata, lo que nunca nos explicaron (tranquilo, yo también caí en la trampa, pero por fortuna pude salir de ella) es de implementar en la escritura el ritmo del lenguaje verbal. Cuando hablamos, sin darnos cuenta (porque es algo natural en el ser humano, inconsciente) utilizamos frases cortas y largas, o medianas, y hacemos énfasis con la entonación en determinadas palabras.

Por ejemplo, es probable que en el colegio o en la universidad hayas tenido un profesor con un tono de voz plano, monótono, sin altas y bajas, sin variedad en las entonaciones. Y que, además, para rematar, dictaba una de las materias más complejas y aburridas. ¿El resultado? Sus clases eran una tortura insoportable, interminable, porque su voz te adormecía en 5 minutos.

Y estoy seguro de que eso mismo te ocurre con algunos textos, que los expertos llaman densos: a los pocos minutos te dan unas ganas incontrolables de irte a dormir. Son esos libros o textos que, además, tienen una estructura similar: densa y plana. Entonces, la lectura se torna difícil, no es agradable, no es llamativa. Les falta ritmo, les falta entonación, carecen de un estilo propio.

Otro error común es utilizar un lenguaje demasiado coloquial, propio de lo verbal, en los textos. Es algo que vemos todos los días en los medios de comunicación y que, por supuesto, deja mucho que desear de los periodistas, de los escritores. ¿A qué me refiero? El error más común y más grave, el que más desluce al responsable como profesional y experto, es abusar de la palabra cosa.

Una equivocación elemental que, además, no tiene justificación alguna. ¿Por qué? Porque una de las principales características del idioma español es su riqueza de términos. ¿Sabías que el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) contiene más de 88.000 palabras? Además, cada año la RAE incorpora nuevos términos, por lo que esta cifra cambia permanentemente.

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¿Te parecen insuficientes 88.000 términos como para tener que decir o escribir cosa para referirte a algo que tiene nombre propio? No, por supuesto que no. ¿Conoces algún objeto, animal, color o situación que no tenga una palabra específica para definirla en el español? No, claro que no. Todas, absolutamente todas las cosas tienen un nombre propio en nuestro bello idioma.

Sin embargo, todos los días leemos o escuchamos esperpentos tales como “La cosa está dura”, cuando bien se pudo decir “La situación está dura”. O “Cinco cosas que puedes hacer para bajar de peso”, en vez de “Cinco hábitos que te ayudarán a bajar de peso”. Una de las cualidades del buen hablar, del buen escribir, es la precisión de los términos: utilizar la palabra correcta en cada caso.

Cuando eres un experto, las demás personas te ven como alguien que está en un nivel superior en un tema en especial. Sin embargo, en virtud de esto, también asumen que eres más culto que el promedio, y esta premisa se aplica a los dueños de negocios, para los emprendedores. Por eso, no puedes darte el lujo de comunicarte con un lenguaje excesivamente coloquial, ordinario.

Una de las principales fortalezas de los líderes del mercado es su autoridad. Una autoridad que se refleja no solo con el amplio conocimiento de su área de especialización, sino en nivel de cultura general. Y este se mide, entre otras formas, por la forma en que se comunican, por su estilo. Que, valga aclararlo, no significa utilizar términos rebuscados o poco conocidos, o que ya no se usan.

“Es que solo de verlo me da cosa”, decía el gran doctor Chapatín. Y es cierto: da cosa castigar con esa ligereza al español, un idioma rico y variado, con palabras bellísimas, descriptivas, llenas de magia y encanto. La riqueza léxica de tus mensajes son parte fundamental no solo de tu autoridad, sino también de tu marca personal. Recuerda: eres lo que proyectas, proyectas lo que comunicas.

Lo que más incomoda de este abuso es que denota poco profesionalismo, descuido y, sobre todo, pereza. ¿Por qué? Porque hoy, gracias a la tecnología, es posible llevar contigo, todo el tiempo y a todas partes, el diccionario de la RAE. Que, por supuesto, ya no es ese pesado y voluminoso libro de casi mil páginas, sino una aplicación que instalas en tu celular. Y hay muchos recursos más.

De la misma manera que, por ejemplo, cuidas tu presentación cuando vas a salir con tu pareja o tienes una reunión importante con un cliente, debes entender que la calidad del lenguaje con que te comunicas dice mucho de ti. Para bien o para mal. Cuando es para bien, destacas, brillas con luz propia; cuando es para mal, desentonas, decepcionas, produces una impresión negativa.

Uno de los placeres de la niñez y la juventud, recuerdo, era escuchar a los adultos, a los abuelos, mientras conversaban y contaban historias. Ellos, que en esencia eran muy cultos, que habían leído mucho (porque no había internet), se expresaban de una manera deliciosa, empleaban palabras que la mayoría desconocía y que les daban un toque especial a sus historias.

La riqueza del vocabulario, que es una característica fundamental del estilo, surge de la lectura. Cuanto más leer, cuanto más cultos y cuidadosos son los autores que lees, más aprendes. Sin embargo, también es posible adquirirla a través del uso: escribir y escribir. Con un diccionario al alcance de la mano, bien sea virtual o el pesado libro de papel. Y el hábito de consultarlo, claro.

La pobreza del vocabulario, de otro lado, es un rótulo que desdice de tu autoridad y que pone en entredicho tu conocimiento del tema. Te resta credibilidad, así de simple, así de contundente. Y, algo que quizás no sabes: cuanto más rico sea tu vocabulario, más fácil será escribir o hablar. A mayor cantidad de palabras que utilices regularmente, mayor actividad hay en tu cerebro.

¿Entiendes? Conocer y emplear más palabras, las correctas, repercute positivamente en tu salud. Y no se a ti, pero a mí se me antoja un beneficio invaluable. Por eso, te invito a que seas un poco más cuidadoso en la forma en que te comunicas, con otras personas, con tus clientes: erradica ya y para siempre la palabra cosa (s) y recurre al término adecuado para cada ocasión. Tu negocio, tu lector, lo agradecerá…

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Las ‘excusas fáciles’ que te impiden escribir y cómo superarlas

Una de las principales razones por las cuales una persona quiere comenzar a escribir, pero no lo hace, es porque se escuda en lo que llamo el arsenal de excusas fáciles. ¿Sabes a qué me refiero? “Ay, es que ahora no tengo tiempo”, “Ay, es que tengo mucho trabajo”, “Ay, es que ya lo intenté y descubrí que escribir no es lo mío”, “Ay, es que nunca me gusta lo que escribo, es horrible”

¿Las escuchaste alguna vez? ¿Las utilizaste alguna vez? Seguro que sí, en ambos casos. Es producto de ese síndrome de declarase derrotado inclusive antes de haber comenzado, un atajo directo a la zona de confort. Porque las excusas fáciles comienzan justo cuando esa persona se da cuenta de que escribir requiere tiempo, trabajo, dedicación, disciplina, constancia y, sobre todo, un método.

Mi amigo y mentor Álvaro Mendoza utiliza con frecuencia una frase que me gusta mucho: “Roma no se construyó en un día”. Un buen escritor tampoco se hace de la noche a la mañana, de un día para otro. Es un proceso. Y puede ser un largo proceso, de hecho, dependiendo de cuáles sean tus objetivos. Eso, sin embargo, no puede constituirse en un obstáculo para comenzar a escribir.

Por allá en 1987, cuando comencé mi carrera periodística como redactor de Aló, la primera revista nacional de farándula y espectáculo en Colombia, creía que tenía todo para ser exitoso. De hecho, pronto recibí cálidos elogios que reforzaron esa creencia. Hoy, sin embargo, cuando me atrevo a releer esos artículos siento un poco vergüenza y me doy cuenta de cuánto necesitaba aprender.

Por fortuna, he aprendido. Tuve grandes maestros que me lo enseñaron todo, que me compartieron sus secretos, que me criticaron con dureza, pero con honestidad. Por fortuna, sigo aprendiendo, porque hace mucho entendí que este proceso, como la vida misma, nunca termina. Siempre puedes mejorar, siempre puedes explorar nuevos terrenos, siempre puedes corregir.

Que, por supuesto, de ninguna manera significa caer en manos de la obsesión por la perfección, que es otra de las excusas fáciles. Y es un obstáculo muy fácil de derrumbar: nadie, absolutamente nadie, ni siquiera un autor laureado con el premio Nobel, alcanza la perfección. Y a mi juicio esa es una buena noticia, porque significa que no hay un techo, que cada día se puede aprender y mejorar.

La primera cualidad que debe poseer un aspirante a escritor (sin pensar en que sea una profesión) es curiosidad. ¿Y sabes cuál es la buena noticia? Todos, absolutamente todos los seres humanos somos curiosos. El problema es que muchos ponen en segundo plano esa cualidad a medida que crecen. Solo se duerme, hiberna, pero siempre está ahí, lista para cuando quieras utilizarla.

Y la curiosidad implica un irreprimible deseo de descubrir, de probar, de conseguirlo y, además, la férrea voluntad de hacerlo a pesar de los miedos. Que siempre están ahí, pero que no pueden controlarte si tú lo impides. Solo se requiere empezar sin más expectativas que disfrutarlo e ir paso a paso. El aprendizaje vendrá del hábito y de la retroalimentación de tus lectores.

Perder el miedo, o por lo menos aprender a gestionarlo para que no te impida comenzar, significa aceptar que quizás no lo vas a hacer también como esperas. En otras palabras, que vas a escribir mal. Y está bien: así funciona. Pero, no solo para la escritura, sino para cualquier actividad de la vida: al mejor chef se le ahumó el arroz, o se le quemó un huevo. Así es como funciona el proceso.

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Para aprender, primero debes errar. Lo importante, en todo caso, es que descubras el aprendizaje que hay detrás de cada error y lo aproveches para hacerte más fuerte y avanzar. Si aprendes, esa equivocación desaparecerá pronto como por arte de magia y te darás cuenta de que cada vez lo haces mejor, tus lectores notarán la diferencia y te lo harán saber. ¡Ese es el proceso!

Ahora, permíteme que te haga una pregunta: ¿cuál fue la última vez que pensaste que no podías hacer algo y después, cuando te despojaste de los miedos y de las creencias limitantes, lo lograste? Esa, amigo mío, es la actitud que requieres para que comenzar a escribir deje de ser uno de tantos propósitos de Año Nuevo que nunca se cumple, para que sea un sueño hecho realidad.

Comienza por el principio. Ese es, sin duda, el consejo más sabio y más poderoso que puedo darte. ¿Y cuál es el principio? Lo fácil, lo sencillo, lo que ya dominas. Si lo que quieres es que tu primera producción escrita sea una obra que te haga famoso, millonario y por la cual te otorguen el Nobel, estás equivocado. Ni siquiera pienses en publicar o en que otros lean: ¡escribe primero para ti!

La escritura, lo diré y lo escribiré muchas veces, es una habilidad y un hábito. En cuanto habilidad, cualquiera la puede desarrollar. Cualquiera, tú la puedes desarrollar. Puedes hacerlo por tu cuenta, de manera autodidacta, o puedes apoyarte en alguien que posea el conocimiento, la experiencia y la capacidad para guiarte en el camino. Me encantaría, claro, si me eliges a mí.

En cuanto hábito, se trata de crear un método que se ajuste a tu medida, a tus condiciones, a tu experiencia, a tus necesidades y posibilidades. Y repetirlo una y otra vez, cada día, al menos por 10 minutos. Comienza por un párrafo, por media página, por una página, por un capítulo. Eso sí, por favor, no cometas el error de copiar al pie de la letra el método de otro y creer que te funcionará.

Escribir es un acto creativo y, por lo tanto, es algo único. Necesitas descubrir el tuyo, crear el tuyo, pero eso solo ocurrirá si comienzas, si perseveras. Puedo compartir contigo mi método, enseñártelo paso a paso, y darte también mis recursos y herramientas, pero eso no te hará un escrito y quizás tampoco te ayude a comenzar. Repito: necesitas descubrir el tuyo, crear el tuyo.

Por último, una realidad que a muchos no les agrada: cada día que pasa sin que comiences, sin que escribas, es un día perdido que jamás recuperarás. El día para comenzar es hoy, solo hoy. No permitas que las excusas fáciles sigan impidiendo que el mundo descubra y disfrute ese buen escritor que hay en ti. Tan pronto establezcas el hábito, verás como la habilidad innata aflora.

Algo que no puedo entender y que me cuesta mucho trabajo aceptar es que haya personas que se nieguen la posibilidad de escribir escudadas en las excusas fáciles. La vida pone a disposición de todos, de cualquiera, lo que necesitamos para ser felices, para conseguir lo que deseamos. Al final, sin embargo, cada uno elige lo que quiere, inclusive en contra de sus propios sueños y posibilidades.

Escribir es un acto autónomo, una declaración de libertad, un privilegio exclusivo de los seres humanos. No es un don, no es un talento escaso, no es una cualidad reservada para unos pocos: es un hábito y si tú tienes la capacidad para incorporarlo a tu vida te aseguro que lo vas a disfrutar. No te escudes en las excusas fáciles: si nunca lo hiciste, ¿por qué no pruebas hoy? ¡Inténtalo!

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Servicios: esto es lo que ofrezco para ti y tu negocio

La primera vez que fui consciente de que tenía que dejar las excusas y ponerme a trabajar en la tarea de crear mi propio negocio fue en el año 2017, con ocasión de Comando Secreto, el grupo élite de emprendedores creado por Álvaro Mendoza y Gus Sevilla. Estaba en el salón Dragonera del Barceló Bávaro Resort, de Punta Cana (República Dominicana), con otros 15 emprendedores.

Era la primera vez que clientes de mi amigo Álvaro Mendoza conocían la verdad. ¿A qué me refiero? A que descubrieron quién era la persona que estaba detrás del contenido que se publica en el blog de MercadeoGlobal.com y de otros productos de su estrategia de marketing de contenidos como la revista, cartas de ventas, libros, e-books o scripts de videos, entre otros.

La clave de lo anterior radica en la palabra descubrieron. ¿Por qué? Porque todos, absolutamente todos, estaban convencidos de que era el propio Álvaro el que generaba tal contenido. Que así fue durante mucho tiempo, durante muchos años, pero desde octubre de 2016 me invitó a ser el director del marketing de contenidos de su negocio y hoy continuamos con esa genial labor.

Sucede que las personas desconocen que detrás de una gran figura, como Álvaro Mendoza lo es en el marketing y los negocios, hay un equipo. Grande o pequeño, pero siempre hay personas que brindan apoyo, que cumplen labores que ese líder no está en capacidad de llevar a cabo o que elige delegar en otros profesionales especializados, como es mi caso con los contenidos.

Si bien para esos emprendedores que durante años habían seguido a Álvaro, que habían comprado algunos de sus productos y que eran (son) fieles seguidores de sus publicaciones esto supuso una pequeña decepción, fue algo fugaz. Después se despertaron la curiosidad y el interés por conocer del tema, por entender cómo funciona una estrategia de marketing de contenidos.

Y fueron ellos, precisamente, los que me impusieron el reto. “Tienes que crear tu curso”, “Tienes que montar una página web”, “Debes tener tu propio negocio”, me dijeron. “Sí, en algún momento se dará”, les respondí, aunque honestamente en ese momento no tenía le menor intención de hacerlo. Sin embargo, en su infinita sabiduría, la vida le condujo por ese camino y aquí estamos.

Durante un año, había disfrutado la divertida experiencia de ser un ghostwriter o escritor fantasma, como se llama a las personas que, tras bambalinas, producimos contenido a nombre de otros. Que es una práctica antigua y muy utilizada en los medios de comunicación o en la política. Porque, por supuesto, no creerás, por ejemplo, que un presidente escribe sus propios discursos.

Él fija los lineamientos, señala las ideas que se deben destacar y luego pone la cara, pero tras él hay un equipo de personas que lo escribe, edita y ajusta. El caso es que después de Comando Secreto, aunque seguí (y sigo) ejerciendo esa labor, ya no era invisible. Y comenzaron a aparecer personas, amigos y clientes de Álvaro, que mostraron interés en que colaborara con ellos.

Por diferentes razones, con algunos se pudo y con otros, no. Es la dinámica del mercado. Lo cierto es que con cada uno de ellos viví una enriquecedora etapa del proceso que me permitió consolidar mi trabajo, explorar nuevas opciones y abordar temáticas inéditas. Aprender, poner en práctica y avanzar, una y otra vez, hasta conseguir aterrizar el portafolio de servicios que hoy te ofrezco.

El primer producto que pongo a tu disposición es el curso ‘A escribir se aprende escribiendo’, que de una u otra forma es la razón de ser de todo esto. Una aventura que comenzó de carambola cuando, por allá en febrero de 2019, los miembros del Círculo Interno, la comunidad privada de Álvaro Mendoza, me lo pidieron después de que les dictara una charla sobre copywriting.

Durante 36 horas a lo largo de 12 semanas, te llevo por el apasionante camino de aprender a escribir textos persuasivos. Que no son solo para vender, que no son solo para emprendedores o dueños de negocio, sino para cualquier persona que desee transmitir un mensaje poderoso y generar un impacto positivo en otros. Y aprender a escribir es desarrollar una habilidad y crear un hábito.

Consta de 12 sesiones grupales en vivo, vía Zoom, una a la semana, que podríamos denominar clases teóricas, pero que también incorporan mucho de práctica, de ejemplos. Y, adicionalmente, sesiones individuales de una hora con cada discípulo, estilo coaching uno a uno. Es un espacio extremadamente enriquecedor porque apunta directamente a las necesidades de cada persona.

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El segundo producto es el curso ‘Avatar: del amigo imaginario al cliente real’, que también surgió en el seño del Círculo Interno de Álvaro Mendoza. Definir adecuadamente el perfil del cliente ideal o avatar es una de las tareas más difíciles para un emprendedor y, tristemente, una de las razones por las cuales sus negocios fracasan al cabo de uno o dos años: no logran conectar con el mercado.

La definición, sin embargo, es solo el comienzo. En el curso aprendes cómo lograr que ese perfil frío se transforma en un ser humano real, uno con el que puedes conversar e interactuar y, lo mejor, uno que te permite conversar e interactuar con tu audiencia y con tus clientes. Una vez aprendes a hacerlo, créeme, tu relación con el mercado cambiará. ¡Y tus resultados, también!

Consta de cuatro sesiones grabadas, de dos horas cada una, con todo el contenido que necesitas para crear el perfil de tu avatar (el amigo imaginario) y convertirlo en un cliente real. Además, cada semana se realiza una sesión de preguntas para resolver dudas, responder interrogantes y trabajar en vivo y en directo en los casos de los discípulos. ¡No te lo puedes perder!

Una adecuada estrategia de marketing de contenidos dejó de ser un lujo y se convirtió en una obligación para aquellos negocios o emprendedores que deseen ser exitosos (es decir, vender más y conectar con sus clientes). Ya no es una opción porque solo a través de contenido de valor puedes cumplir con los requisitos indispensables hoy: ser visible, ser reconocible y posicionarte.

La gran ventaja del marketing de contenidos es que se trata de un fabuloso kit de herramientas, pero no las necesitas todas: eliges la que más te guste, la que más se ajuste a tu estilo, la que mejores resultados te ofrezca. Eliges entre aprender cómo crearla, estructurarla y ponerla en práctica y hacerlo tú mismo o dejarme que yo lo haga por ti. ¡Seremos un equipo invencible!

Una de las herramientas poderosas del marketing de contenidos son las cartas de ventas. Y te confieso una anécdota: la primera que Álvaro Mendoza me pidió que le ayudara con una de ellas, mi respuesta fue una pregunta: “¿Qué es una carta de ventas?”. No tenía ni remota idea, jamás había oído ese término. “Si me muestra un modelo o me dice cómo hacerlo, probamos”, le dije.

Me mostró algunas cartas de ventas que él había escrito, algunas de sus discípulos y clientes y me compartió su estructura de 12 pasos. ¿El resultado? Hoy este es un producto de mi portafolio y ya tuve la oportunidad de escribir algunas, no solo para Álvaro, sino también para otros clientes. ¿Las necesitas? Sí, especialmente si lo que ofreces es un producto o un servicio de alto valor.

El quinto producto que te ofrezco es el email marketing. La más antigua y poderosa herramienta del marketing de respuesta directa, la misma a la que tantas veces le prepararon el entierro y la velaron, pero que cada día cobra más fuerza. ¿Por qué? Porque es el canal de comunicación directo con cada uno de tus clientes, y debes usarlo, aunque también implementes otros canales.

Escribir un buen email es realmente sencillo, pero para la mayoría de las personas es una ciencia oculta. Y lo compruebo cada día, cuando abro mi bandeja de correo y encuentro una cantidad de mensajes ridículos, grotescos o, simplemente, vacíos. Te enseño cómo escribirlos con impacto o, si lo prefieres, diseñamos una estrategia y yo la escribo por ti. Ah, pronto también daré un curso del tema.

Ahora es el turno de mi querido y fiel storytelling, al que tantos pregonan como el mejor vendedor del mundo, cuando en realidad no lo es. ¿Por qué? Si eres de los que creen que una buena historia o un buen artículo de tu blog venderán por ti, estás equivocado. Lo que vende, en realidad, es el marketing que estás en capacidad de hacer, el conjunto de tus estrategias de marketing.

Entre las cuales están, por supuesto, el email marketing, el marketing de contenidos y el storytelling. Este es un tema del que escribiré en profundidad próximamente. Por lo pronto, te ofrezco la asesoría para que comprendas la importancia de las historias, cómo ellas pueden ayudarte en tu negocio y cuál es la estructura básica para que comiences a crearlas y contarlas.

Por último, puedo crear para ti los e-books o lead magnets que te ayuden en tus estrategias y que son fundamentales en tus embudos de ventas. ¿Por qué los necesitas? Porque en el marketing del siglo XXI antes de pedir algo, antes de pretender vender, tienes que dar algo gratis, tienes que aportar valor. Y nada mejor que contenido gratuito y de calidad en formado e-book o reporte.

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Este fue un sueño que se comenzó a gestar en 1997

“No fue fácil llegar hasta aquí”. Esta era una frase que mi amigo Facundo Cabral solía emplear para comenzar sus recitales y que me encanta porque refleja a la perfección cómo ha sido mi proceso. Pero, centrémonos en lo positivo, porque todo lo demás quedó atrás. Y lo positivo es que hoy puedo ofrecerte mi página web, un sueño que, literalmente, se cocinó a fuego lento.

Comencé a trabajar páginas web por allá en el año 1997, cuando internet y, sobre todo, las herramientas y los recursos, eran muy distintos a los actuales. Eran páginas de texto plano (sin formato), no había posibilidad de incluir videos o audios y las fotografías tenían que ser muy pequeñas. Además, para el diseño necesitabas, sí o sí, saber lo básico de código html.

Acababa de terminar mi primera experiencia en la Casa Editorial El Tiempo, como subeditor de la sección Deportes, y mi amigo Álvaro Mendoza me propuso que hiciéramos algo en internet. Él ya estaba cacharreando con ese tema y yo no sabía absolutamente nada. ¡Nada, cero! Sin embargo, me pareció que era una opción atractiva y nos dimos a la tarea de buscar un primer cliente.

Decirte que fue difícil es un piropo: prácticamente nadie sabía qué era internet y eso de crear una página web generaba pánico, en especial porque los costos eran elevados. ¿Por qué? Porque había muy poca demanda y los escasos ingenieros de sistemas que podían ayudar se aprovechaban de eso. La conexión era vía telefónica, inestable, con ruido incorporado y no había proveedores.

Si no había proveedores, entonces, ¿cómo nos conectábamos? A la colombiana: pirateábamos las cuentas de las empresas de amigos o conocidos o, a veces, recurríamos a internet para hallar otras contraseñas. Tocamos muchas puertas y la respuesta siempre fue un NO rotundo y en mayúsculas. Hasta que, cuando ya pensábamos en dejarlo y tirar la toalla, se presentó una oportunidad.

La Federación Colombiana de Patinaje tenía la responsabilidad de organizar un torneo que se llamó la Copa Mundo Patinaje (rimbombante nombre para un torneo que fue prácticamente clandestino) y se animó a crear la web de la entidad. Ninguna federación deportiva en ese momento tenía web, como la mayoría de las empresas. ¡Ni siquiera los medios de comunicación!

Lo cierto es que, a pesar de las enormes dificultades y limitaciones, la página fue un éxito. Aunque la comunidad de patinaje es reducida, ese canal se convirtió en el número uno de ese deporte en el mundo. Hacíamos transmisiones en línea (que no eran transmisiones y, por supuesto, tampoco eran en línea) y dejamos una huella. Fue una aventura apasionante y de enriquecedor aprendizaje.

Esa fue la primaria. La secundaria corrió por cuenta de la web de El Tiempo, cuando el periódico tomó la decisión de asumir el control editorial de su web que, por aquel entonces, era responsabilidad de Terra. La Copa América de 2001, que organizó Colombia, y el Mundial de fútbol de Corea del Sur y Japón-2002 fueron los cursos de esa etapa. Otra escala y grandes lecciones.

Ese período se complementó con una doble experiencia (con ínterin en El Tiempo) en la Federación Colombiana de Golf. Ya había conexiones de banda ancha, mejores herramientas, cámaras digitales y, la gran novedad, CMS (sistemas de gestión de contenido, ¡adiós el temperamental Dreamweaver). Y también se iniciaba una cultura de información en la web, algo importante.

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Para 2014, la Selección Colombia regresaba a un Mundial después de 16 años, con una generación nueva y joven. Los Pibe Valderrama, Freddy Rincón, Tino Asprilla, René Higuita y demás quedaron en el pasado, tras la eliminación en Francia-1998. Era el tiempo de James Rodríguez, David Ospina, Juan Guillermo Cuadrado y Carlos Bacca, bajo la sabia conducción de José Néstor Pekerman.

Esa coyuntura me ofreció una posibilidad: crear un blog para hacer mi propio cubrimiento del evento. Se antojaba divertido, pero al final fue una terrible locura. De nuevo, fue mi amigo Álvaro Mendoza el que me impulsó y me apoyó. Y de nuevo tenía razón: fue un éxito increíble. Aunque trabajé gratis durante un mes, al 1.000 por ciento, las recompensas fueron extraordinarias.

En especial, el aprendizaje. Que me sirvió mucho para cuando, en octubre de 2016, Álvaro me invitó a colaborar con su empresa MercadeoGlobal.com como director de marketing de contenidos. Algo así como volver al punto de partida, porque si bien acreditaba un buen recorrido en internet, carecía absolutamente de conocimiento (o eso creía, al menos) sobre marketing.

Hubo que reconfigurar el disco duro, porque había muchos términos, demasiados, que en verdad provocaban pánico. Expresiones como embudo de ventas, cartas de ventas, optin y otras más me hacían pensar “¿Qué hago aquí?, ¿cómo carajo se me ocurrió meterme aquí?”. Sin embargo, entendí que era un proceso, que había que ser paciente y perseverante. Además, era un reto.

Y, algo muy muy importante, contaba con el mejor maestro de todos: no en cuanto a mi trabajo, sino en relación con el marketing: el Padrino Álvaro Mendoza, el capo del marketing y los negocios digitales. Él me lo enseñó todo, me lo compartió todo, poco a poco me fue despejando el horizonte y, quizás sin darse cuenta, fue el jardinero que cultivó la semilla que había sembrado.

El último empujoncito me lo dio a mediados de agosto, cuando me invitó a participar de la primera versión virtual del Congreso Somos Emprendedores Digitales, que organiza con su amigo Benlly Hidalgo. ¡Wooowwww! Me sentí como el país que clasificaba por primera vez al Mundial de fútbol y entendí que había llegado mi hora cuando vi el listado de conferencistas: ¡solo estrellas!

Estrellas consagradas, con amplio recorrido, con mucho que mostrar, con un nombre posicionado en el mercado. Entonces, una noche, conversando con mi almohada, supe que había llegado el momento de dar el siguiente paso: no podía entrar a las grandes ligas como un amateur, tenía que hacerlo como un profesional, como lo que soy. Y el eslabón que faltaba era esta página web.

Tras un período de cuatro años tras bambalinas, como ghostwriter, primero, y luego visible dentro del círculo interno de clientes de Álvaro Mendoza, había llegado el día de abrir las alas y alzar el vuelo propio. Que, por supuesto, no significa de ninguna manera dejar atrás o alejarme de aquello que me ha enriquecido tanto, en lo profesional y en lo personal, que me ha dado tantas alegrías.

No se trata de un nuevo camino, sino de un significativo paso en el mismo camino, en el mismo proceso. Un paso de crecimiento, una oportunidad de ofrecer a más personas, de ofrecerte a ti, mi conocimiento y mi experiencia, mis dones y talentos, mi pasión y mi vocación de servicio. Esa es la razón por la que surge CarlosGonzálezCopywriter.com, que ansío que sea tu página web preferida.

No fue fácil llegar hasta acá, amigo Facundo Cabral, pero estoy completamente de que todo cuando viví, cuanto experimenté, cuanto fallé, cuanto aprendí me han preparado para comenzar esta aventura. Una aventura que espero que para ti sea tan enriquecedora y apasionante como lo ha sido para mí. Gracias por estar acá, gracias por cuanto vamos a compartir en adelante.

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