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DANA de Valencia-2024: la peor de las tragedias fue la desinformación

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Nunca somos más vulnerables los seres humanos que cuando nos enfrentamos a una situación inesperada y trágica. Lo ocurrido durante la pandemia provocada por el COVID-19 es clara muestra de esto. Sin embargo, es un fenómeno que se repite sin cesar cuando sufrimos por un huracán, un terremoto, un incendio, una inundación o algún otro desastre natural. Es el curso de la vida.

La razón es muy simple: nadie puede frenar un terremoto, nadie puede contener la erupción de un volcán, nadie puede sentirse inmune al efecto de un virus como el COVID-19. Son situaciones que se salen de nuestro control y que, además, exponen nuestras carencias o debilidades. Son de esos escenarios en los que se nos mueve el suelo y quedamos a merced de las circunstancias.

Y no solo eso. Son momentos en los que, casi como norma establecida, nos desbordan las emociones. Afloran el pánico, la impotencia, la ira, la ansiedad, la desesperación, la impaciencia, la intolerancia, la frustración y la vergüenza, entre otras. Nos recuerdan que somos finitos y estamos expuestos a esa eventualidad de que “la vida cambia en un segundo…”.

Como les ocurrió a los habitantes de la provincia de Valencia, en España, en la mañana del martes 29 de octubre de 2024. ¿Recuerdas qué sucedió? La trágica DANA, que produjo al menos 224 muertes (según datos oficiales) y daños estimados en no menos de 4.500 millones de euros. Lo peor, ¿sabes qué fue lo peor? Que, como muchas otras, fue una tragedia que se pudo evitar.

Un poco de contexto: entre los meses de septiembre y octubre, las fuertes precipitaciones son habituales en España. Esa vez, sin embargo, se batieron todos los registros: cayeron 500 litros de agua por metro cuadrado, una exageración. Además, hubo lugares en los que en unas pocas horas llovió más de lo que llueve durante un año completo. El riesgo, en suma, era inevitable.

Según los expertos, la tragedia ocurrió, entre otras razones, porque las precipitaciones saturaron rápidamente los suelos. Entonces, se generaron crecidas súbitas en torrentes, cauces y ramblas que se desencadenaron en pocas horas, lo que limitó el tiempo de respuesta”. Desde temprano, ciudadanos mostraron en redes sociales una lengua de barro y agua que avanzaba sin control.

Y aquí es cuando comienza a enredarse la pita. Que “yo avisé”, que “no hicieron caso”, que “no hubo notificación”, en fin. Mil y una versiones contradictorias, mil y una excusas que no logran ocultar la innegable negligencia de la autoridades. Algo ilógico e inaceptable para estos tiempos modernos de hiperconexión, en los que un aviso a tiempo puede salvar vidas.

En noviembre de 1985, exactamente en la noche del miércoles 13, una avalancha que se originó por la erupción del volcán Nevado del Ruiz, arrasó con Armero. Esa población, que tenía unos 29.000 habitantes, fue literalmente borrada del mapa por los cuatro lahares (flujos de lodo, tierra y escombros) que se desprendieron de la montaña. Chinchiná y Villamaría también se afectaron.

A pesar de que el gobierno colombiano había recibido alertas de una actividad inusual del volcán, que llevaba 69 años dormido, no se tomaron las precauciones. Por supuesto, eran otras épocas y la capacidad de reacción era muy limitada. Además, pocos les dieron crédito a las alertas y, por eso, la fatídica avalancha los tomó a todos por sorpresa. Hubo más de 25.000 muertos.

En Valencia, la Agencia Estatal de Meteorología emitió una alerta en la mañana de ese día. Ya llovía y estaba claro que más de lo normal, más de lo esperado. La comunicación daba cuenta de “un nivel de riesgo muy alto para la población”, pero nadie la tomó en serio. Las autoridades locales, de hecho, se pronunciaron al final de la tarde, cuando la riada ya había causados grandes estragos.

Lo increíble del caso es que la población, en su mayoría, también hizo caso omiso de las alarmas. Todo el mundo continuó con sus labores cotidianas como si nada pasara, de ahí que había demasiada gente expuesta. Nadie evacuó, prácticamente nadie se protegió. Por eso, cuando Protección Civil envió mensajes de texto a los teléfonos de los ciudadanos, ya era muy tarde.

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente (posa el 'mouse' para seguir)
Sin confianza, las relaciones entre seres humanos, que son la esencia de la vida, carecen de sentido. Esta, por supuesto, es la mayor de las tragedias...

Las preguntas lógicas, que hoy todavía nadie pudo responder, es ¿cómo en estos tiempos de inmediatez algo así pudo suceder? ¿Por qué nadie hizo eco de las alertas? ¿Por qué la gente se expuso al riesgo? Más allá del debate de responsabilidades (gobierno autonómico o central), hoy la tecnología de comunicación y sus poderosas herramientas pueden ayudar a salvar vidas.

Casi un año después de la tragedia, un estudio realizado por la Universidad Politécnica de Valencia (UPV) y Universidad Internacional de Valencia (VIU), nos ofrece algunas luces tenues. Es decir, nos proporcionan elementos de juicio para comprender e interpretar la situación. Y, más que aportar tranquilidad, las conclusiones del estudio revelan un fenómeno perverso tras bambalinas.

Se estableció que tres de cada cuatro noticias emitidas (el 75 %) eran contenidos falsos. Y no solo eso: estaban destinados, de manera consciente, a engañar y provocar caos. Estas noticias se difundieron en redes sociales como X o Instagram y canales de WhatsApp. La mayoría tendía a generar indignación o, peor, miedo o rechazo de la gente hacia las instituciones.

En otras palabras, literalmente, ese 29 de octubre de 2024 en Valencia hubo dos avalanchas: la producida por la naturaleza y la provocada por el ser humano, la de la desinformación. Según el estudio, ese ambiente enrarecido, distorsionado, no solo condicionó la percepción de los hechos, sino que también dificultó la respuesta de las autoridades. La infoxicación alimentó la tragedia.

Germán Llorca-Abad, profesor del departamento de Comunicación Audiovisual, Documentación e Historia del Arte de la UPV, y Alberto E. López Carrión, VIU, analizaron 185 noticias publicadas entre el 28 de octubre (un día antes de los hechos) y el 17 de noviembre. Se concentraron en los diarios nacionales y locales con mayor audiencia, e identificaron 192 bulos de alto impacto.

La mayoría de los contenidos tenían una fuerte carga emocional”, destacó Llorca. En algunos casos, estas falsedades procedieron incluso de periodistas o colaboraciones en programas de televisión. De hecho, el 28 % de esos bulos surgieron de entornos periodísticos, lo que para los autores plantea “serias dudas sobre los filtros editoriales en contextos de crisis”.

Hubo, sin embargo, un descubrimiento insólito. Fue la aplicación, juiciosa, metódica, consciente y efectiva, de un principio de la comunicación estratégica denominado diagonalismo. ¿Sabes en qué consiste? Combina discursos de extrema derecha con mensajes tradicionalmente vinculados a la izquierda, como la crítica al poder institucional o a las élites. En otras palabras, pescar en río revuelto.

¿El objetivo? Conectar con el malestar ciudadano desde múltiples ángulos ideológicos y aprovechar la incertidumbre para reforzar narrativas de desconfianza. Es decir, alimentar la incertidumbre y la zozobra, e impedir que las versiones reales y ciertas tengan eco. Esta estrategia se tradujo en ataques al Gobierno, a organismos científicos y a ONG como Cáritas o Cruz Roja.

Para colmo, los que estaban detrás de esta malévola estrategia contaron con una inesperada y efectiva ayuda : los algoritmos de las redes sociales. ¿Por qué? Porque priorizan los contenidos más virales, no necesariamente los más veraces, amplifican mensajes y favorecen su rápida expansión sin constatar su veracidad, sin establecer si la fuente de origen es confiable.

“Las emociones extremas, como la indignación o el miedo, son las que más interacción generan. Y los bulos apelan precisamente a esas emociones”, expresaron los autores del estudio. Quedó claro, asimismo, que los usuarios son exageradamente ingenuos, por un lado, o convencidos, por el otro, si lo que encuentran en los mensajes coincide con sus creencias, principios y valores.

“Es urgente reforzar la alfabetización mediática de la ciudadanía, al tiempo de mejorar los mecanismos institucionales de respuesta informativa. Y es imprescindible exigir mayor transparencia y responsabilidad a las plataformas digitales”, afirmaron. “Si no se actúa con decisión, la próxima emergencia no solo será climática, sino también, informativa”, concluyeron

Ahora, ¿qué podemos aprender de esta experiencia?

1.- El poder de los mensajes. Para bien o para mal, cuando no hay un filtro adecuado es posible distorsionar la realidad con un mensaje específico. Implica una gran responsabilidad tanto por quien emite como por quien recibe, que debe verificar la autenticidad de las fuentes

2.- La jungla salvaje. Los canales digitales, no solo las redes sociales, carecen de medidas efectivas para combatir los bulos y muchas veces son cómplices silenciosos. No se puede creer todo lo que se publica en internet, así que es necesario cuidarse a la hora de replicar contenidos

3.- El valor fundamental. La confianza fue la gran perdedora de esta experiencia. Fue socavada de lado y lado, presa de fuego cruzado. Quedó claro que los ciudadanos ya no creen en nada ni en nadie y que esa circunstancia es el caldo de cultivo para los vendehúmo y los estafadores

4.- El riesgo mediático. En medio del frenesí y de la histeria colectiva, todos queremos respuestas inmediatas. Así, solo incentivamos la aparición de versiones parcializadas, no confirmadas o, lo peor, mentirosas. La falta de rigor para publicar y consumir contenidos es la nueva pandemia

5.- Nadie está exento. Un fenómeno de desinformación como este no es selectivo, no elige a sus víctimas. De hecho, todos, sin excepción, estamos expuestos a caer en la trampa. Y hay que ser conscientes de que tras bambalinas se da un perverso juego de intereses políticos y económicos

Un huracán, un terremoto, un incendio, una inundación o algún otro desastre natural son, sin duda, algo lamentable. Sin embargo, ser víctimas de la desinformación, de la infoxicación y, en especial, de la falta de confianza es peor. Sin confianza, las relaciones entre seres humanos, que son la esencia de la vida, carecen de sentido. Esta, por supuesto, es la mayor de las tragedias…

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La desinformación es la nueva pandemia: ¿existe una solución?

¿Sabías que, de nuevo, estamos en pandemia? No la provocada por el COVID-19, por cierto, que tanto daño causó, que tanto dolor nos infligió. No habrá confinamientos, aunque el uso de los tapabocas no caería mal. ¿Sabes cuál es? La desinformación, un mal que inclusive ha llamado la atención de la Unesco, la organización de la ONU para la educación, la ciencia y la cultura.

“La liberación de la palabra a través de la tecnología digital ha representado un inmenso progreso. Pero las redes sociales también han acelerado y amplificado la difusión de información falsa y la incitación al odio, lo que plantea graves riesgos para la sociedad, la paz y la estabilidad”, alertó la francesa Audrey Azoulay, directora general de la Unesco desde 2017. ¿Te suena familiar?

“Para proteger el acceso a la información, debemos regular sin demora estas plataformas, protegiendo al mismo tiempo la libertad de expresión y los derechos humanos, agregó. Un tema que, seguro lo sabes, no es nuevo: desde hace casi dos décadas comenzó el debate y, de manera triste, se quedó en discusiones bizantinas que poco o nada aportaron (menos, una solución).

En 2015, en declaraciones al diario italiano La Stampa, el catedrático Umberto Eco puso el dedo en la llaga: Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”.

Su queja no terminó ahí: “La televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”, dijo Eco, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2000. “En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control”.

El fenómeno de la desinformación, según Eco, es una degradación del periodismo. “Hace un tiempo se conocía la fuente de las noticias: agencia Reuters, Tas. Con internet no sabes quién habla, no puedes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada. Cualquier web que hable de complots o que se inventen historias absurdas tiene un increíble seguimiento, se quejó.

Recientemente, la Unesco publicó los resultados de una encuesta realizada en 16 países en los que se realizarán procesos electorales en 2024. Esos escenarios, se sabe, se han convertido en un campo de batalla en el que la desinformación reina y la incertidumbre, el miedo y las mentiras vuelan silvestremente. La conclusión es alarmante: el 85 % de los consultados sufre por la desinformación.

El diccionario define este término como “Dar información intencionadamente manipulada al servicio de ciertos fines”. También, “Dar información insuficiente u omitirla”. ¿Se te antoja familiar? Por supuesto, es lo que sufrimos todos los días, pero no solo en las redes sociales, sino a través, también, de los medios de comunicación, que son grandes promotores de la desinformación.

Es justo decir que la desinformación ha existido desde siempre, solo que con las redes sociales y los canales digitales llegó a niveles jamás imaginados. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? El daño que produce, manifiesta tanto a través de la desconfianza como de la falta de credibilidad en las fuentes. Además, y esto es más perverso, que muchas personas se creen las versiones falsas.

“La desinformación está de plena actualidad. Ha entrado de lleno y con fuerza en la vida política, económica y social, en nuestra esfera privada y en nuestro lenguaje habitual. Es un término cuyo concepto aparece asociado a otros, como posverdad, ciberseguridad o injerencias, también de actualidad”, de acuerdo con el Real Instituto Elcano, de España, que pregona valores como la independencia y la transparencia.

Recalca, para que se entienda la complejidad y el alcance del problema, que “el diccionario Oxford declaró ‘post-truth’ palabra del año 2016 y que en 2017 volvió a hacer lo mismo con ‘fake news’”. Señala, así mismo, que “Hoy la revolución digital lo ha cambiado todo y se producen más noticias que nunca y se difunden a mayor escala, mundial o local”. Sin embargo, ese no es el enemigo.

¿A qué me refiero? No es internet, o las redes sociales, o cualquier canal digital, el culpable de la desinformación. Todos ellos son, por decirlo de alguna manera, los “idiotas útiles” que sirven a los intereses perversos y manipuladores de quienes, en realidad, están detrás de la desinformación. Mal haríamos en satanizar la tecnología, cuando el responsable es quien la usa y cómo la usa.

Las redes sociales son la principal fuente de información en casi todos los países, según el estudio de la Unesco. Solo el 50 % de la gente confía en las noticias con las que se topa de bruces en las redes sociales, un porcentaje que escala hasta el 66 % en el caso de la televisión, hasta el 63 % en el caso de la radio y hasta el 57 % en las webs y las apps de noticias. La desconfianza es real.

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Un dato muy interesante y relevante es que a los ciudadanos les preocupa, y mucho la desinformación, pero también el discurso de odio, que se reproduce como por arte de magia. El 67 % de los ciudadanos consultados admiten haber sido confrontados con mensajes de odio en las redes sociales (una proporción que se dispara hasta el 75 % entre los menores de 35 años).

Con este oscuro panorama, hay que darles la razón a quienes afirman que las internet, y en especial las redes sociales, son una cloaca o, cuando menos, un jungla infestada de depredadores. Un mal que llega a niveles de alerta roja en época de elecciones, de tragedias, de hechos con poca o ninguna trascendencia que, sin embargo, se convierte en virales y son el caldo de cultivo.

Lo insólito es que el remedio para este mal, el antídoto para la desinformación, está en internet, en las redes sociales, ¿lo sabías? Me explico: el problema es que hoy circulan en la web más noticias falsas, distorsionadas y manipuladas que noticias reales. Y cuando digo “noticias” me refiero no solo a las originadas por los medios de comunicación, sino a publicaciones de cualquier persona.

¿Cuál es la solución? Hoy, la balanza está inclinada para el lado de la desinformación, es decir, hay más contenidos basados en mentiras, en verdades distorsionados o manipuladas, que en hechos ciertos, en certezas, en datos sustentados. ¿La proporción? Imposible de determinar, pero creo que un 40-60 (información real-desinformación) es bastante optimista, quizás irreal.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que, como se dice popularmente, los buenos somos más, pero los malos son más astutos. O, en otras palabras, los malos saben cómo hacer la tarea que les conviene y los buenos nos quedamos petrificados padeciéndola. O, a lo sumo, maldecimos las redes sociales, aseguramos que internet es una olla podrida y nos resignamos en silencio.

Internet (incluidas las redes sociales, por supuesto) necesita más creadores de contenidos reales, ciertos, veraces y, sobre todo, de valor. ¡De cualquier tema! Desde asuntos tan sencillos como “Así se prepara una lasaña de pollo y champiñones” hasta “Estrategias efectivas para vender más en tu negocio”. Contenido creado por personas honestas, con principios y valores.

No más vendehúmos, no más expertos sabelotodo que solo quieren tu dinero, no más falsos gurús que te engañan y desaparecen. ¡No más! Hay que quitarles el privilegio de ser los reyes de la red, hay que quitarles el espacio que se han ganado con sus bulos, hay que castigarlos con el látigo de la indiferencia hasta que no encuentren eco en sus publicaciones. ¡Esta es una cruzada heroica!

Que nos corresponde librarla a todos los buenos, ¡a todos, sin excepción! Es decir, a todos los que a partir del conocimiento acumulado, de las experiencias vividas, de los aprendizajes surgidos de los errores, de nuestros principios y valores, dones y talentos, estamos en capacidad de transformar el mundo. No es ciencia ficción o una idea loca: es una propuesta, un reto, una gentil invitación.

Te sorprendería saber cuántas personas valiosas, aptas para llevar a cabo esta cruzada, no se dan cuenta del poder que poseen, no se dan por enteradas, no se sienten involucradas. Esa es la razón por la cual los malos, los promotores de la desinformación, actúan con impunidad, llevan a cabo sus fechorías una tras otra. Necesitamos que la balanza se incline hacia el lado de los buenos.

A lo largo de más de 36 años como periodista y creador de contenidos, he tenido el privilegio de impactar de manera positiva en la vida de otros. Quizás no generando grandes transformaciones o cambios, pero sí brindándoles un oasis de alegría, de paz, de tranquilidad, de reflexión, o quizás inspirándolos con esos contenidos. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Tú también puedes hacerlo.

Repito: los buenos somos más, pero los malos se notan más. Como decía el gran Facundo Cabral, Los buenos somos mayoría, pero no se nota, porque las cosas buenas son humildes y silenciosas. Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba, hay millones de caricias que construyen la vida. Necesitamos hacer ruido, mucho ruido, para acabar con la desinformación.

¿Te animas? Créeme: tu conocimiento, tus vivencias, tus aprendizajes, tus dones y talentos, son lo que muchas personas buscan, anhelan tener para mejorar su vida. No solo es tu responsabilidad compartirlos, sino que, mientras no lo hagas, te perderás el privilegio de ser agente de transformación positiva, uno de los arquitectos de ese mundo que todos deseamos con ahínco.

La desinformación se combate con información verdadera, con contenido de calidad y, sobre todo, de valor. No esperes que sea tu amigo, o tu vecino, o una empresa, el que empiece. Sé tú el primer eslabón de la cadena, el líder, la inspiración que mueve a otros, a muchos. Se tú el gestor de ese ruido que necesitamos escuchar para callar a los promotores de la desinformación. ¿Te animas?

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