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Una historia digna de escribir: tu batalla contra los ladrones de tiempo

Están ahí, silenciosos y malvados. Conviven con nosotros, de día y de noche, y no descansan. Se ríen a carcajadas al ver cómo nos amargan la vida, cómo nos incomodan, cómo echan a perder los sueños que hemos forjado. Lo peor, sin duda, lo peor, es que son una creación propia, surgidos del inmenso poder de la mente e incorporados en nuestra vida diaria en modo de hábitos y creencias.

¿Sabes a qué me refiero? Los conocemos comúnmente como ladrones de tiempo, pero se me antoja que más bien son saboteadores de sueños. O, quizás, lo correcto sea y, en vez de o. Porque son conductas que no solo nos conducen a perder lo único que no podemos recuperar, que es el tiempo, y que también dan al traste con esos proyectos que hemos cultivado en la mente.

Son factores externos, aparentemente, porque su manifestación se da en eso que llamamos el mundo físico. Sin embargo, su origen es interno. Ya lo mencioné: son una fantástica creación de la poderosamente del ser humano. Y digo fantástica porque son algo genial, una maldad genial, casi perfecta. Casi, por fortuna. Porque hay un pequeño resquicio a través del cual podemos escapar.

Son perversos, ciertamente, porque tienen la capacidad de mimetizarse, de adaptarse a todo lo que hacemos, como si fueran camaleones. Silenciosos, malvados y traviesos, los ladrones de tiempo en la mayoría de las ocasiones son la excusa perfecta para no cumplir nuestros sueños. Es algo socialmente establecido, convenido, una regla no escrita, que casi nadie se atreve a retar.

Mi amigo y mentor Álvaro Mendoza suele decir que “el 80 por ciento del éxito de todo lo que hacemos en la vida corresponde a la mentalidad y el restante 20 por ciento, a la práctica”. Si lo piensas detenidamente, es probable que creas, como yo, que ese 80 % es corto. Pero, además, te darás cuenta de cuál es la razón por la cual en tu vida reina el desorden y no obtienes resultados.

Porque, y esta es la manifestación más perversa de estos ladrones de tiempo, en realidad son nuestros peores enemigos, pero los tratamos como si fueran los mejores amigos. Los aceptamos en nuestra vida, los cultivamos, los dejamos hacer travesuras, en fin. El problema, porque siempre hay un problema, es que en algún momento de la vida nos damos cuenta del mal que nos hicieron.

Se manifiestan, además, especialmente en aquellas actividades en las que nos faltan cinco centavitos para el peso: hacer ejercicio, llevar una dieta sana, alejarnos de vicios como el exceso de licor o el consumo de cigarrillo o cortar con las relaciones tóxicas, entre otras. Pero, también, en anhelos como escribir, aprender un nuevo idioma o adquirir hábitos saludables en general.

Por supuesto, nunca es tarde para comenzar a erradicarlos de tu vida. Que no es fácil, sin duda; que necesitarás ayuda, seguramente; que te llevará un buen tiempo, por supuesto. Sin embargo, dado que la vida es un ratico, no tiene sentido, ni perdón, que permitamos que esos ladrones de tiempo echen a perder nuestros sueños. ¡Hay que combatirlos, hay que luchar para derrotarlos!

Por supuesto, para enfrentar a los enemigos lo primero que debemos hacer es identificarlos. Va, entonces, una lista de los principales ladrones de tiempo que nos atacan:

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1.- Procrastinar.
Esta palabrita, que a veces no resulta fácil pronunciar, significa diferir, aplazar, postergar. Es aquel hábito, inconsciente la mayoría de las veces, que impide que comencemos una tarea que es necesaria o, peor, que la abandonemos a mitad del camino. ¿Por qué lo hacemos? Porque nos enfocamos en lo urgente y nos olvidamos de lo importante. Somos muy hábiles para procrastinar.

2.- Las interrupciones.
Que provienen, principalmente, de fuentes como el teléfono celular o el computador. Realmente es una estupidez, porque no hay correo, no hay notificación, no hay mensaje que no pueda esperar. ¡El mundo no se va a acabar si no lo respondes de inmediato! Las interrupciones son un anzuelo fácil en el que nos enganchamos todo el tiempo y son el cáncer de la productividad.

3.- El desorden.
Todos, absolutamente todos, somos desordenados, de una u otra forma, en una u otra actividad. Sin embargo, esa no es excusa válida para quedarnos atrapados ahí. Debemos aprender a priorizar, a planificar las tareas y las actividades que programamos para cada día. Improvisar o ir al ritmo que nos lleve la rutina no solo nos lleva a ser desordenados, sino también, improductivos.

4.- La indecisión.
Desarrollar la habilidad de tomar decisiones es algo que nadie nos enseña y que muchos eluden porque incorpora tanto un riesgo como una responsabilidad (unas consecuencias). Entonces, en muchas ocasiones elegimos quedarnos a mitad del camino, divagando entre el ¿será?, el ¿sí o no?, y no avanzamos. Decidir significa tanto elegir como descartar o, de otra forma, delegar.

5.- La dispersión.
¿Sabes qué significa? “Dividir el esfuerzo, la atención o la actividad, aplicándolos desordenadamente en múltiples direcciones”. En otras palabras, el viejo vicio de ser multitareas, de comenzar varias labores simultáneas sin poder prestar la atención adecuada a ninguna de ellas. Por supuesto, este ladrón de tiempo se traduce en baja productividad, en estrés, en cansancio.

6.- El perfeccionismo.
Este es un ladrón de tiempo clásico cuando se trata de escribir, así sea un simple email, un reporte o un libro. Nunca te termina de gustar lo que haces, crees que te van a criticar por el resultado y te enredas en una patética manía de repetir y repetir, corregir y corregir, revisar y revisar. Algo de nunca acabar, ¡y nunca acabas nada! Aprender algo valioso: es mejor hecho que perfecto.

7.- No fijar límites.
La verdad es que no lo puedes hacer todo. Nadie puede hacerlo todo. Es necesario aprender a fijar límites porque nuestra capacidad operativa es limitada, porque nos cansamos, porque la mente y el cuerpo exigen cambios de actividad. Fija límites para cada tarea y, algo muy importante, en tu rutina incorpora tareas como descanso activo, distracciones, actividad física, lectura, tus hobbies.

8.- La falta de motivación.
Empezamos las actividades sin tener la motivación suficiente, simplemente por obligación, porque “toca llevaras a cabo”. Este es el origen, el caldo de cultivo de los ladrones de tiempo. Sin motivación, te dispersas, te distraes, procrastinas, en fin. La falta de motivación se da, entre otras razones, porque aquello que hacemos no nos gusta, no lo disfrutamos, no nos hace felices.

9.- Desaprovechar los tiempos muertos.
Los tiempos muertos son aquellos minutos (u horas) valiosos en los que podemos realizar dos actividades simultáneas. Por ejemplo, escuchar un audiolibro mientras cocinas o cuando vas al gimnasio. Una queja habitual es aquella de “no tengo tiempo”, “no me alcanza el tiempo”,  pero la verdad es que desperdiciamos mucho tiempo o, también, lo empleamos mal, lo malgastamos.

10.- La falta de formación.
Se aplica a todos los ámbitos y actividades de la vida, pero muy especialmente al de escribir. Nos distraemos o nos frenamos básicamente por falta de formación y/o de información. Porque no tenemos claro qué hacer, una idea, una estructura y, sobre todo, un método. Entonces, le apostamos a la improvisación o, peor todavía, caemos en la trampa de la tal inspiración.

No importa a qué te dediques, o cuánta experiencia tengas, o si eres joven o adulto, un hombre o una mujer. Todos, absolutamente todos, estamos expuestos y, de hecho, somos víctimas de los ladrones de tiempo. Si, además, esto es lo que te impide a escribir, identifica al enemigo y trazar el plan y la estrategia necesarias para combatirlo y vencerlo. Esa, créeme, es una historia digna de escribir…

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¿Qué necesitas para que escribir sea algo agradable y productivo?

La satisfacción personal, que poco o nada tiene que ver con el ego (vale la pena aclararlo de una vez), es uno de los ingredientes indispensables de la fórmula del ¡sí puedo! Dicho de otra manera, si aquello que haces, sea lo que sea, no lo disfrutas, no es un tiempo que consideras bien invertido, tarde o temprano lo vas a dejar. Es la triste historia del ser humano.

¿Por qué? Porque nos han enseñado que aprender está relacionado con sacrificio, con esfuerzo, con trabajo, términos que asumimos con una carga negativa. Que, por supuesto, no la tienen. No se trata de renunciar a, ni de perder algo, sino de priorizar. ¿Entiendes? De ser consciente de lo que en realidad es importante para ti, de lo que quieres en tu vida.

Para ser una persona saludable, por ejemplo, nos han vendido el tema de las dietas, que ya sabemos no funcionan y, más bien, derivan en daños colaterales. También, el del ejercicio casi profesional, con sesiones diarias de 45-90 minutos en el gimnasio, como si no hubiera mañana. Sin embargo, hay una fórmula más sencilla y, sobre todo, más efectiva: los buenos hábitos.

El problema con los buenos hábitos es que no nos los enseñan, no nos los cultivan. Una buena alimentación, la supervisión médica adecuada y una vida alejada del sedentarismo y malos hábitos como el cigarrillo, el excesivo consumo de licor, el estrés o el mal descanso, entre otros, es suficiente. Si nunca lo intentaste, te sorprenderían los resultados que podrías lograr.

Lo que sucede es que los buenos hábitos son menos rentables para la industria del consumismo. Por eso, justamente por eso, nos refuerzan los mensajes surgidos del miedo, de la ignorancia, del patético tienes que ser, como si todos los seres humanos fuéramos iguales. Por eso, justamente por eso, el 99,9 por ciento de las personas fracasa en el intento.

Nos venden la idea, así mismo, de que el esfuerzo es un precio demasiado alto. Es por aquella terrible mentalidad del éxito exprés, de creer que merecemos lo mejor y que es suficiente con rogar a una deidad, a un ser supremo (sea cual fuere la idea que tengas de este) para obtener lo que deseamos. Y si no lo conseguimos, a convencernos de que era porque no lo merecíamos.

Un esquema perverso del que hemos sido víctimas todo el tiempo y que, lo peor, nosotros mismos nos hemos encargado de replicar, de perpetuar. Sin embargo, y esta es la buena noticia, un esquema perverso que podemos frenar, que podemos (¡debemos!) cambiar. Y que, lo mejor, si lo hacemos, nos ofrecerá resultados impactantes en todas las facetas de la vida.

Inclusive, en aquellas actividades que consideramos más difíciles, o lejos de nuestro alcance, o que no son para nosotros, a de esas para las que ‘no nacimos’. Como, por ejemplo, escribir mejor, escribir bien (¿qué tal publicar un libro?). La verdad, toda la verdad, es que el ser humano, cualquier ser humano, nació para hacer lo que quiera, para conseguir lo que quiera.

Si otros pudieron hacerlo, ¿por qué crees que tú NO puedes hacerlo? Es cuestión de disciplina, de establecer un método (incluidos el plan y la estrategia) que te permitan lograr las metas previstas y, en especial, de eliminar de tu mente las terribles creencias limitantes que te frenan. Porque, sí, tristemente, el enemigo está dentro de ti, el obstáculo está dentro de ti.

Tengo que confesarte que escuchar a las personas que acuden a mí en procura de ayuda para eso que llaman aprender a escribir (que no les puedo enseñar, porque ya lo saben hacer), es descubrir esa variedad de creencias limitantes. Que son aprendidas, pero también, cultivadas. Y que, así como se grabaron en tu mente, también pueden ser borradas para siempre.

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Estas son algunas de las más comunes, de las más fuertes:

1.- “Mi historia no le va a gustar a nadie”.
Y eso, ¿cómo lo sabes con tanta certeza? Uno de los aprendizajes básicos y necesarios, cuando quieres escribir o transmitir un mensaje de cualquier índole en cualquier formato, es que no puede agradarle a todo el mundo, nunca serás aprobado por todo el mundo. Y está bien porque así es la vida. Olvídate de las benditas expectativas y concéntrate en lo importante.

¿Qué es lo importante? Lo que tú puedes controlar, lo que tú puedes crear. Enfócate en que tu mensaje sea positivo y constructivo, que cualquier persona que lo reciba se beneficie de alguna manera. Nunca sabes en qué situación está esa persona que lo recibe, así que no puedes anticipar el impacto. Escribe, que lo que deba ocurrir ocurrirá, para bien o para mal.

2.- “No sé por dónde empezar”.
Otra habitual excusa que a muchos les funciona bien. “Es que tengo muchas ideas en la cabeza y no puedo elegir solo una de ellas para empezar”, dicen. Si ese es el problema, entonces, no hay ningún problema. ¿Por qué? Porque se trata simplemente de elegir una. Las demás, que pueden ser muy buenas, las dejas para después, para más tarde, para otros mensajes.

Es como cuando abres tu armario y no sabes qué ropa ponerte: ¡elige una cualquiera! El resto permanecerá ahí y la podrás lucir cualquier otro día. Un consejo: escribe (a mano) esas ideas en una hoja, haz una lista, y juega al tin marín, deja que la suerte escoja por ti. O pídele a alguien que le asigne a cada una un número, que determinará el orden en que las utilices.

3.- “Nunca voy a escribir como lo hace…”.
Compararse con otros es el peor error que un escritor, novato o experimentado, puede cometer. ¿Por qué? Porque cada escritor es único, como único es su proceso. No hay fórmulas que le sirvan a todo el mundo, porque el único camino es crear la fórmula que a ti te resulte, esa que puedas replicar con éxito una y otra vez. No puedes imitar y/o copiar a nadie.

Tu trabajo, especialmente en la etapa inicial del proceso, es descubrir qué tipo de escritor hay en ti, qué tipo de temática es la que más se te facilita (y cuál no), cuál es tu estilo. No son respuestas que vayas a recibir de manera inmediata o tajante: es un descubrimiento, entiende, y por lo tanto se dará paso a paso, lentamente. Cuando lo hagas, ¡aprovéchalo al máximo!

4.- “Cometo demasiados errores, soy terrible”.
Si es así, agradécelo. ¿Por qué? Porque el mayor aprendizaje, el más valioso, proviene de los errores. ¡En cualquier campo de la vida, en cualquier actividad! Si no te equivocas, no aprendes. El problema es que intentamos evitar los errores y eso es imposible. Por supuesto, se trata de que, a medida que avanzas, mejores y no repitas siempre los mismos errores.

Estudia, acude a personas con preparación y trayectoria idónea que puedan ayudarte, consulta diversas fuentes (Mr. Google y otras poderosas herramientas digitales te sirven) y practica. Una y otra vez, un día sí y al otro, también. Un poco cada día. Si trabajas bien, con disciplina, notarás que los errores disminuyen, como también disminuye tu prevención a cometerlos.

5.- “Escribo y escribo, pero no termino”.
Esto sucede, principalmente, porque comenzaste sin un plan definido, sin una estructura definida, sin una historia definida. Comenzaste confiado en que la tal inspiración (que no existe, que nadie la ha visto) llegara y te brindara una mano. Y no sucedió, por supuesto. Entonces, escribes y escribes, sin ton, ni son, y te agobias, te llenas de ansiedad.

No me canso de repetirlo, porque es crucial: sentarte frente al computador a escribir es (debe ser) el último paso del proceso, uno que solo puedes dar cuando todos los demás hayan sido cubiertos a cabalidad. De eso se trata, precisamente, el método de trabajo que les permite a los escritores profesionales trabajar aun cuando la cabeza esté en otra parte, en otro planeta.

Cuando te das a la tarea de crear un mensaje, bien sea escrito o en cualquier otro formato, las dificultades aparecerán en la medida en que no erradiques tus creencias limitantes y, sobre todo, en que te dejes llevar por las emociones (traviesas y caprichosas como son). Para que sea exitoso y productivo, el proceso de escribir debe ser consciente, tú debes tener el control.

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