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Cómo evitar que tu cerebro caiga en la ‘obsolescencia programada’

Si lo quieres ver así, es tanto un gran privilegio como una dificultad (al menos, para algunos). ¿A qué me refiero? Los seres humanos, todos, sin excepción, tenemos tanto el privilegio de aprender cada día y la dificultad (si así la quieres ver) de entender que el aprendizaje nunca termina. Aunque no me lo preguntaste, para mí no hay dualidad: lo interpreto como una maravillosa bendición.

Vivimos la era de la tecnología, con poderosas y sorprendentes herramientas y recursos que nos llegan para mejorar las tareas que realizamos cada día. Desde las sencillas en casa hasta las más complejas en el ámbito laboral. Ciertamente, nunca antes la humanidad disfrutó más, nunca antes la vida fue tan fácil, ni tan cómoda como lo es ahora. ¡Y cada vez será más fácil, más sencilla!

Más allá de que para algunos el manejo de la tecnología y sus herramientas es un desafío, estas nuevas versiones son cada vez más humanas, más intuitivas. Así, por ejemplo, puedes impartirle instrucciones a tu teléfono por voz y él las interpreta y las realiza de inmediato. O la inteligencia artificial generativa, que crea imágenes o textos, entre otros, a partir de instrucciones sencillas.

De nuevo, vivimos la más fantástica era para el ser humano. Lo que para otras generaciones fue un problema o un proceso de aprendizaje, lento, complicado y costoso (especialmente, en términos de tiempo), hoy es fácil. ¿Por ejemplo? Hoy puedes leer o escuchar libros a través de aplicaciones en 1, 3 o 5 horas, del mismo modo que aprendes inglés desde el celular, al ritmo que desees.

 Sin embargo, y aquí está el pero de la historia, esta maravillosa era de la tecnología es también la era de la odiosa obsolescencia programada. ¿Sabes en qué consiste? Es la acción consciente y premeditada de los creadores de productos (sobre todo, de tecnología) para que dejen de servir (o que sus funciones y características se vuelvan obsoletas) tras un determinado tiempo.

Televisores, celulares, computadores y otros electrodomésticos que al cabo de 2-3 años se transforman en un estorbo porque ya no están en capacidad de cumplir a cabalidad las funciones para las que fueron creados. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que no hay un plan B válido. Es decir, la única opción es ir a la tienda y renovar el equipo (esa es la esencia de la obsolescencia).

Durante años, lidié con ese problema principalmente con mis computadores, tanto de escritorio como portátiles. Microsoft, con sus múltiples versiones de Windows, siempre infestadas de mil y un virus, es por mucho el rey de la obsolescencia programada. Una estela que han seguido todos sus partners, todos los que de una u otra manera están involucrados en esos aparatos.

Hace poco más de dos años, me enfrenté a uno de esos problemas. Mi computador, que en teoría estaba “perfecto”, rendía al mínimo con video. Y el video es parte fundamental de mi trabajo, así que no puedo estar limitado. Tuve la posibilidad de dar el salto a los productos Apple y adquirí un Mac mini, primero, y luego un computador de escritorio. ¡Fue la mejor decisión que pude tomar!

Sí, son más costosos; sí, Apple te cobra además por servicios relacionados como aplicaciones (y no es económico); sí, la mayoría de las personas usan PC o dispositivos Android; sí, los periféricos que se requieren para los computadores Apple son exclusivos y costosos. Sí, sí… pero los productos de esta marca son MUCHO mejores que los demás y te olvidas de la obsolescencia programada.

Que también se sufre con esta marca, pero de manera distinta: no es a corto plazo (2-3 años), sino a largo plazo (al menos 10 años). Es decir, tiempo suficiente para que le saques el jugo a esa inversión que realizaste, que a partir de los beneficios que obtienes o, en mi caso, del ROI que recibo a partir de mi trabajo te permite recuperar con creces lo que pagaste por ese dispositivo.

Lo mejor, ¿sabes que es lo mejor? Que las actualizaciones, a diferencia de las de Windows, no están destinadas a corregir fallos de seguridad, de estabilidad del sistema o de funcionamiento. ¿Entonces? Son verdaderas mejores de funciones, ampliación de servicios o cobertura. Es un gana-gana. Y no te cobran más por esas actualizaciones, que por demás se realizan con frecuencia.

Por eso, cada vez que me aparece la notificación “Hay actualizaciones pendientes” no me molesto, como ocurría antes, cuando tenía mi computador Windows. ¿Por qué? Porque sé perfectamente que es un proceso rápido (otro gran beneficio) y, además, positivo. Es decir, algo que sirve, que va a potenciar las características de mi iMac, la va a potenciar y mi trabajo será más agradable.

Es, justamente, lo que sucede con tu cerebro, ¿lo sabías? Sí, como si fuera una computadora, cuando nacemos tiene un disco duro dispuesto para recibir información y unas funciones básicas programadas por defecto. Sin embargo, desde el momento en que llegas a este mundo es tu responsabilidad programarlo, configurarlo con las aplicaciones que te permitan aprovecharlo.

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¿Cuáles son esas aplicaciones? El conocimiento, para comenzar. Que, a diferencia de lo que sucede con un computador, no tiene límites. Puedes almacenar tanto como desees, como seas capaz de adquirir. Puedes, por ejemplo, aprender dos, tres o cinco idiomas. Puedes, también, leer un par de libros al mes o tomar un curso sobre pintura, si esa es la afición que te apasiona y disfrutas.

También están las habilidades, que el diccionario define como “capacidad y disposición para algo”. Eso significa que tenemos más facilidad para aprender unas, pero no cometas el error de pensar que “no estás hecho” para las demás. La diferencia es que las primeras las desarrollarás más rápido y las disfrutarás más, mientras que estas otras requerirán mayor esfuerzo y disciplina de tu parte.

Así mismo, el cerebro se nutre de las experiencias que vivimos cada día. De todas, no solo de las negativas, como solemos pensar. Todo lo que nos ocurre en la vida tiene un porqué, es decir, una razón o un propósito, e incorpora una lección, un aprendizaje. Ese porqué dependerá un poco de tus metas en la vida, de tus planes, mientras que la lección es inevitable, aunque sea dolorosa.

Hay otro componente importante de esa configuración del cerebro: creencias, pensamientos, sentimientos y emociones (amor y miedo y todas sus manifestaciones). Son esas aplicaciones que muchas veces incorporamos de manera inconsciente, impulsiva, y que en la práctica son un problema porque nos distraen, nos consumen tiempo valioso y son perjudiciales a largo plazo.

La vida es como una App Store que nos brinda infinidad de aplicaciones, de programas, de gadgets que podemos instalar en nuestro cerebro y utilizar. No todas son convenientes o productivas, no todas las aprendemos a gestionar, no todas nos brindan los servicios o beneficios prometidos. La clave está en saber cuáles sí y las demás, eliminarlas: hay que liberar espacio para algo útil.

Una de las situaciones incómodas a la que me enfrento a mi trabajo es encontrarme personas que se niegan a ejecutar las “actualizaciones pendientes”. Tristemente, han convertido su cerebro en un dispositivo con fecha de expiración, de caducidad. Le han impuesto una obsolescencia programada que se traduce en que no están en disposición de aprovechar las actualizaciones.

Soy un eterno aprendiz y, además, me encanta enfrentar el reto del aprendizaje. Es decir, no soy de los que se quedan sin responder la pregunta fundamental: aquella de “¿Podré hacerlo?” o “¿Seré capaz de aprenderlo?”. Gracias a esta mentalidad abierta, la vida me ha dado el privilegio de aprender una gran cantidad de cosas que no imaginabao, inclusive, que no estaban en mis planes.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que con frecuencia en mi camino aparece la famosa notificación de “tienes actualizaciones pendientes”. La vida me brinda la posibilidad de aprender más, de vivir nuevas experiencias, de conocer más personas, de explorar otros ámbitos de mi profesión. La vida me abre horizontes infinitos, gratificantes, que refuerzan mi propósito y le dan sentido a cada día.

Y tú, ¿aprovechas las “actualizaciones pendientes?”. En el caso de la creación de contenidos, de las estrategias efectivas para comunicar nuestro mensaje, la experiencia me ha enseñado que son muy pocos los que se atreven a hacer clic en “actualizar todo”. La mayoría, la gran mayoría, funciona con la configuración limitada producto de la temida y odiada obsolescencia programada.

Y, créeme, no es la herramienta que utilizas, o el canal que eliges, o la inteligencia artificial lo que te permitirá aprovechar esto tan valioso que la vida te brinda. El valor no está allí, sino en el poder de tu mensaje que está determinado por lo que sabes, lo que has vivido, lo que has aprendido de tus errores, así como de lo que te apasiona y, por supuesto, del propósito que guía tu vida.

No me canso de repetirlo: tienes todo, absolutamente todo, lo que necesitas para crear un mensaje poderoso que produzca un impacto positivo en la vida de otros. Uno que informe, eduque, entretenga y, sobre todo, inspire. Uno que sea la otra cara de la moneda de la perversa infoxicación y sirva para crear relaciones poderosas, vínculos transformadores e innovadores.

“Tienes actualizaciones pendientes” y, a diferencia de los dispositivos sujetos a la obsolescencia programada que los convierte en chatarra tecnológica en poco tiempo, tu cerebro te permite aprender cada día, todos los días, sin excepción. Cuanto más actualizada esté tu configuración, mejor. Elige bien las aplicaciones que vas a utilizar y, una vez las descargas, ¡aprovéchalas!

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Haz de tu mensaje (conocimiento) el mejor propósito para 2024

Es una pregunta que todos, absolutamente todos, nos formulamos en algún momento de la vida. De hecho, es frecuente cada vez que la vida nos confronta, nos pone contra la pared, nos obliga a nadar contra la corriente. Entendemos que estamos en este mundo por una razón especial, pero no la conocemos, de ahí que la respuesta al gran interrogante de la vida nunca es definitiva.

¿Sabes cuál es ese interrogante? Sí, ese de ¿cuál es el motivo por el cual llegamos a este mundo? Porque no estamos aquí por casualidad, simplemente porque fuimos el espermatozoide más rápido de la ocasión o porque nos ganamos una suerte de lotería. Todos, absolutamente todos, llegamos a este mundo por una razón y nuestra misión en la vida es, justamente, descubrirla.

Nacemos sin un propósito, ¿lo sabías? Sé que esta es una afirmación que puede reñir con tus creencias, con esos mensajes que están grabados en tu mente desde la niñez. Porque a todos nos dicen que llegamos para esto o lo otro o, quizás, nos trazan un rumbo: “tienes que ser médico (o abogado, o arquitecto, o contador) como tu abuelo, tu padre y tus hermanos”, nos dicen.

Y dócilmente, muchas veces, intentamos recorrer ese camino. Que, tristemente, nos ofrece una alta dosis de dificultades, tropiezos y dolor y casi nunca nos brinda la recompensa que anhelamos. La de ser felices, la de sentirnos realizados con lo que hacemos, la de saber que aportamos un granito de arena para que este mundo sea mejor, la de dejar un legado por el que nos recuerden.

Nacemos sin un propósito y ese, sin duda, al menos para mí, es un gran descubrimiento. ¿Por qué? Porque significa que todo lo que haga en la vida, para bien o para mal, marcará el camino que deba transitar. Es decir, cada día es una aventura, una oportunidad para aprender, para crecer; también, para cristalizar unos sueños y forjar otros y, en especial, gozar del privilegio de ayudar a otros.

A lo largo de la vida, cada día sin excepción, y a partir de aprendizaje surgido sobre todo de los errores que cometemos, descubrimos cuál es nuestro propósito. Es decir, la razón por la cual llegamos a este mundo, el para qué. Un camino en el que adquirimos dogmas, costumbres, hábitos, rituales e ideologías que se manifiestan en nuestras decisiones y comportamiento.

Decisiones y comportamientos que, en últimas, no son más que un mensaje que le transmitimos al mundo sobre quiénes somos y qué hacemos. Sobre lo que sentimos y lo que tememos. Sobre el conocimiento adquirido y las experiencias vividas. Un mensaje que, en esencia, no es un libreto o un script que se aprende de memoria y se recita cada vez que alguien pregunta quiénes somos.

Durante más de 30 años trabajé como periodista en medios de comunicación, empresas y por cuenta propia, como freelance. Un camino en el que enfrenté múltiples dificultades, como el ego, ese virus que nos infecta a todos en algún momento de la vida y que, si lo permitimos, será un enemigo silencioso que echará a perder nuestros sueños. Además, es un pésimo consejero.

No solo te lleva por rumbos equivocados, sino que nubla tus ojos y te impide ver lo que es evidente. Es decir, no ves las oportunidades, no valoras tus capacidades, no entiendes que la vida te dio el privilegio de adquirir conocimiento y vivir experiencias increíbles. Despojarme del ego no fue tarea fácil y en algún momento fue doloroso. Sin embargo, fue necesario y liberador.

¿Por qué? Durante años, porque eso fue lo que me enseñaron en la academia, en los medios y en las empresas, porque así funciona el ambiente, estuve convencido de que eso tan valioso que la vida me había regalado era para mí. Sí, como el regalo que recibes en la Navidad o tu cumpleaños. La verdad, esa es una creencia equivocada, porque nada de eso tiene sentido si no lo compartes.

Lo que no se comparte, no se disfruta, le aprendí hace años a un cliente. Una máxima de vida maravillosa, poderosa, que me sirvió para descubrir mi propósito. ¿Y cuál es? Compartir y disfrutar todo aquello que la vida me dio el privilegio de atesorar. Compartir que, en la práctica, en el día a día de la vida, significa transferirlo a otros para que regrese en forma de múltiples bendiciones.

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Quizás lo has experimentado: cuando enseñas a otros, no solo eres maestro: también eres un aprendiz y, a veces, muchas veces, el que más aprende. Piensa en algo que le hayas enseñado a tus hijos: no solo te queda la satisfacción de ayudarlos, de ver que lo pueden hacer por sí mismos, sino que esa interacción te brinda conocimiento nuevo y valioso que podrás utilizar en el futuro.

Esta, créeme, es una premisa que se aplica a todo en la vida. A cualquier actividad o rama del conocimiento. Desde que descubrí ese propósito, mi trabajo dejó de ser un trabajo convencional y se convirtió en una misión de vida. Que me sirve, además, para ganar dinero, porque así funciona el mundo, porque lo necesito y me ayuda a disfrutar de otras pasiones, a darme recompensas.

El propósito de la vida, ese mensaje trascendente que construimos a lo largo de la vida, surge a partir de los dogmas, costumbres, hábitos, rituales, creencias e ideologías adquiridas. Que, seguro lo sabes, no son estáticas: cambian, se refuerzan, se transforman, se revalúan, en función de lo que vivimos, de lo que aprendemos y, fundamentalmente, de las personas de las que nos rodeamos.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que entendemos mal el propósito, por un lado, y porque el propósito goza de mala fama. ¿Por qué? Lo entendemos mal porque asumimos que es un punto, una meta, y no es así: se trata del proceso. De otra forma, confundimos propósito con deseo, con algo que anhelamos que se dé, pero que casi nunca se cristaliza por nuestra falta de acción.

¿Por ejemplo? Los famosos propósitos de Año nuevo, que no son más que deseos que jamás, o casi nunca, se cumplen. Aprender un nuevo idioma, bajar de peso, leer un libro al mes, viajar o conseguir un trabajo en el que te valoren como persona y profesional. Acaso empezamos con uno de ellos y a los pocos días, o semanas, lo abortamos. Y los renovamos cada 12 meses, sin éxito.

Sin éxito, lamentablemente. ¿Por qué? Porque se quedan como un simple deseo al no estar sustentados en un plan de acción realizable y una estrategia que nos permita llevarlo a cabo. Así mismo, porque la mayoría de las veces no es algo que anhelamos fervientemente, con pasión, y por eso lo abandonamos al primer tropiezo o, quizás, una vez el entusiasmo se esfuma.

El propósito solo puede cumplirse si hay determinación, una actitud que se renueva cada día. Y, por supuesto, acciones efectivas. Que, no sobra decirlo, a veces te significará ganar enemigos gratuitos, la antipatía de algunos y la reprobación de muchos. ¡No les prestes atención! Ese es el indicativo de que vas por el camino correcto, cuando otros, los que no hacen nada, se incomodan.

Un propósito, cualquiera que sea, solo tiene sentido en virtud del conocimiento que adquirimos durante el camino. El conocimiento es el combustible, el alimento que lo nutre, lo fortalece. Y solo se concreta en función de lo que pensamos, tememos, sufrimos, disfrutamos, aprendemos. Un propósito es todo el camino, el proceso, pero también es la meta que nos proponemos alcanzar.

Moraleja: lo que la vida te ha regalado, lo que te ha dado el privilegio de atesorar, no es para ti. Tú eres, simplemente, un instrumento, el intermediario para que ese conocimiento valioso, esas experiencias increíbles, ese aprendizaje de los errores, sea transferido a otros. Que lo necesitan, que lo anhelan, por cierto, porque están en la misma búsqueda que estabas tú hace un tiempo.

Entonces, ¿me aceptas una invitación? Si este año, como todos los años, haces un propósito de Navidad o Año Nuevo que sea el de compartir tu conocimiento, tus experiencias, tu pasión, así como tus creencias y tus emociones, para ayudar a otros. Cuando amas lo que haces, y en especial cuando haces lo que amas, la vida te recompensa de mil y una formas maravillosas. ¡Aprovéchalo!

No te quedes trabado en el tema del formato o la extensión. Comienza por lo más sencillo, por aquel que te resulte más cómodo: audio, video, texto, el que sea. Nutre a tu comunidad, a esas personas que ya creen en ti, con las que hay confianza. Demuéstrales que tienes mucho para ofrecerles y que tu propósito es ayudarlas. Te sorprenderá el impacto que puedes conseguir.

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¿Cómo saber si ese contenido que voy a publicar le interesa a mi audiencia?

La pregunta del título, lo sé, atormenta a muchos. Algunos, inclusive, sufren pesadillas o, peor, no pueden conciliar el sueño. Un poco porque no poseen una estrategia de marketing de contenidos sólida, que sirva como respaldo para las estrategias de conversión, un poco también porque les da miedo hacer algo distinto a lo que ven en el mercado. Y caen en la tentación de las tendencias.

Que, no sobra decirlo, son una manipulación de los líderes del mercado, a los que solo les sirve que la audiencia y sus competidores se comporten como un rebaño: las ovejas siguen al pastor con sumisión. En la medida en que todos hablen de lo mismo (de la tendencia), nadie se diferenciará y, entonces, en ese escenario el que ya está posicionado tiene más posibilidades de ganar.

Quizás sabes que no tengo formación como copywriter, jamás trabajé en una agencia de publicidad y, lo confieso, durante muchos años creí en el divorcio entre contenido y venta. Entendía, porque eso me enseñaron, que el periodismo, lo mío, iba por un lado y la publicidad, la venta, iba por otro. Se les olvidó decirme que en algún punto del trayecto los caminos confluyen.

Es decir, se vuelven uno solo. Eso lo aprendí hace relativamente poco tiempo, hace casi siete años cuando le di un giro radical a mi trayectoria profesional y me adentré en las profundidades del marketing. Lo irónico, ¿sabes qué fue lo irónico? Que pronto me di cuenta de que lo que había hecho en mi carrera, durante más de 30 años, era vender, aunque, no había vendido nada.

Bueno, nada físico. Pero siempre había vendido mensajes, sensaciones, experiencias y, sobre todo, emociones. Y hubo muchos compradores, cientos, que se engancharon con mis contenidos y se transportaron al escenario de la noticia, del hecho que presencié, a través de mi relato. En vez del camino de la manipulación, el que siguen muchas marcas, había tomado el de la persuasión.

Y no solo fui consciente de esto: también, de que tenía el poder y, sobre todo, el privilegio de causar un impacto positivo en la vida de otros a través de mi mensaje, de mis contenidos. Ahora, entonces, me dedico a ayudar a otras personas, empresario y emprendedores, a construir sus estrategias de marketing de contenidos y sus contenidos para impactar la vida de sus clientes.

Un trabajo apasionante, una oportunidad de crecimiento increíble. Que no estaba en mi radar, valga decirlo. Sin embargo, sé que los caminos de la vida, caprichosa y traviesa, son insondables. Y hay que aceptarlos, más en el caso de caminos que te permiten crecer en lo personal y en lo profesional, que llevan a conocer personas extraordinarias y a vivir experiencias inolvidables.

Además, y de esto se trata este artículo, me abre la puerta para ayudar a quienes producen contenidos, pero no obtienen los resultados que esperan o, mejor, a los que, cualquiera que sea el motivo, no comienzan (o no pudieron hacerlo). Que son la mayoría, valga decirlo. ¿El motivo? No hay uno solo, pero básicamente son los miedos, las creencias limitantes y la falta de herramientas.

Y con esto último no me refiero a la tecnología, que por supuesto es un componente valioso. Aludo a las habilidades necesarias, al conocimiento que se requiere. Lo más importante, sin embargo, es que creas que puedes generar contenido, que confíes en tus dones y talentos y no te dejes llevar por los bulos que abundan en el mercado. Que, en el campo de los contenidos, son abundantes.

La primera, que, para conectar con el mercado, con tus clientes potenciales, necesitas publicar el “contenido perfecto” ¿Y sabes qué? Es mentira, porque el “contenido perfecto” NO EXISTE (sí, en mayúsculas). Porque la perfección no existe, por un lado, y porque lo que entendemos de ella es una percepción personal, es decir, cada uno tiene una idea distinta. ¿Percibes la mentira?

Los contenidos son útiles (o inútiles) y pertinentes (o inoportunos). No hay más categorías. Los que reúnen estas dos condiciones (utilidad y pertinencia) son los que aportan valor. Un contenido útil es aquel que le sirve a tu cliente potencial para conocer de su problema, entenderlo y saber que requiere una solución. Es pertinente si, además, le llega en el momento en que tiene la necesidad.

La segunda, que solo tendrás impacto si publicas en determinados canales y a ciertas horas. Y, no, no es así, también es una mentira. Tienes que publicar en aquellos canales donde están tus clientes potenciales y la hora dependerá del lugar donde ellos estén y donde tú te encuentres. Y no hay fórmulas mágicas, porque los seres humanos, seguro lo sabes, somos caprichosos y variables.

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De hecho, aunque tú acostumbres a tu audiencia a publicar a una determinada hora, siempre el mismo día de la semana, no garantiza que te van a ver en ese momento. Recuerda: las personas trabajamos, tenemos una vida personal, nos enfrentamos a problemas, somos distraídas… Si a veces el tiempo y las ocupaciones no nos dan para responderles a los familiares y amigos…

Tercero, el único que sabe con exactitud qué contenido requiere tu audiencia eres tú. Claro, si conoces bien a tu audiencia, si sabes cómo se comporta (para eso son las métricas reales, no las de vanidad) y, sobre todo, si definiste tus avatares, principalmente el prospecto frío (que representa el 90 por ciento del mercado). Si no conoces a tu prospecto, todo lo que publiques será inútil.

Ahora, entonces, regresemos a la pregunta del título: ¿cómo saber si ese contenido que voy a publicar le interesa a mi audiencia? Como mencioné antes, no hay fórmulas perfectas y la razón es muy sencilla: tu audiencia, tus prospectos o tus clientes, son únicos. Aunque les compren a otras personas, a otras empresas, la relación que tienen contigo es única, es decir, no es replicable.

Un ejemplo: tú te comportas de una manera con el banco donde guardas tu dinero; de otra, con el supermercado donde compras los víveres; de otra, con la empresa que te provee los servicios médicos, y así sucesivamente. ¿Por qué? Porque son empresas/personas distintas que te brindan servicios distintos, suplen necesidades distintas. Así somos los seres humanos, todos, sin excepción.

Estas son algunas consideraciones que te permitirán establecer si ese contenido que piensas publicar es el adecuado para tu audiencia:

1.- Es un problema común. Es decir, muchas personas de tu audiencia, muchos de tus prospectos o clientes, lo padecen. ¿Por ejemplo? Educación financiera (o la falta de ella). Otro: carecer de la mentalidad adecuada. Si tu conocimiento y tu experiencia están conectados con esa necesidad específica, si tú también lo sufriste, estás en capacidad de ofrecer contenido útil y pertinente.

2.- Es difícil de solucionar. Hay problemas sencillos y completos, dolores leves y severos. Hay unos con manifestaciones (o síntomas) fácilmente perceptibles y otros, que requieren la mirada de un experto. Si eres especialista en esa necesidad y el problema es complejo, lo que puedas hacer por esas personas que lo padecen será bien valorado. ¿La clave? Información y educación.

3.- Aportas valor. No olvides que la mayoría de las veces que los seres humanos consultamos internet es por una de dos razones: buscamos información o diversión. Es decir, no siempre es porque queremos comprar algo; quizás estamos en la fase de exploración, de investigación. Si tu contenido le ayuda en ese proceso, si lo orienta y le evita caer en manos de un vendehúmo, es de valor.

4.- Eres un experto. Pero, ¡cuidado! La profesión más común es internet es ‘experto’, de modo que ese rótulo ha perdido valor. Sin embargo, si el conocimiento que atesoras, lo que sabes, además de las habilidades que desarrollaste te ponen un escalón arriba del promedio del mercado, tienes el derecho a presumir esa condición. Y, claro, debes ratificarla compartiendo contenido de valor.

5.- Sabes comunicarte. Bueno, la verdad, todos los seres humanos lo hacemos. Sin embargo, a la hora de persuadir a otros para que tomen una acción específica, para convencerlos de que tienen un problema y de que tú les ofreces la solución, se necesita haber pulido la habilidad. No se trata de usar términos raros, sino lo contrario: que cualquiera que te escuche, te entienda y le agrades.

6.- Lo que ofreces sí funciona. Parece obvio, pero no lo es. No en este mercado del siglo XXI que es una jungla infestada de depredadores. Cuando eres honesto y lo que ofreces es en realidad la tan ansiada solución que otros buscan, es más fácil comunicar tu mensaje. Y no solo es más fácil, sino también más poderoso y convincente. El contenido de valor produce un mayor impacto.

Por último, si esto no te ayuda para crear contenido interesante y atractivo para tu audiencia, aún tienes otro camino: realiza una encuesta en redes sociales, WhatsApp o por email. Asiste a eventos presenciales o virtuales en los que se reúnan los referentes de tu mercado y escucha de qué hablan. Y no dejes de lado la opción de reutilizar contenido antiguo que tuvo buena acogida.

El mejor consejo que te puedo brindar, sin embargo, es que no asumas nada. Es decir, TÚ no eres el mercado, TÚ no eres tu cliente potencial. El verdadero genio del marketing es el mercado, no TÚ: ¡consúltalo, escúchalo! Una pista: el punto de partida para crear contenido de valor para tu audiencia es la humildad (y la generosidad) de entender que solo tiene sentido si sirve a otros.

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Quieres publicar un blog: ¿ya definiste la estrategia? Te digo cómo

Comenzar a escribir un blog es fácil, créeme. Si conoces el tema, si en realidad es algo que te apasiona, si te interesa transmitir un mensaje que pueda servir a otros, es fácil. Si dejas atrás los miedos y no prestas atención a lo que otros te digan, si te asesoras convenientemente en el tema tecnológico (en el que incluyo el diseño), si eres disciplinado y comprometido, es fácil.

Si no fuera fácil, entonces, ¿por qué cada día se publican más de 7,2 millones de entradas en blogs en el mundo? La cifra es revelada por el portal InternetLiveStats.com, especializado en estas mediciones y que, por si no lo sabías, se actualiza en tiempo real. Eso quiere decir que en un mes se publican 216 millones de entradas y en un año, 2.628 millones. ¡Toda una locura!

La verdad, son pocos, si tenemos en cuenta que la población mundial ronda los 8.000 millones de personas. Si la mitad de ellas escribiera una y tan solo una entrada al año, serían 4.000 millones. Son pocos a sabiendas de que hoy la tecnología está al alcance de cualquiera, de que las herramientas son fáciles de usar y de que es posible comenzar con las versiones gratuitas.

En mi caso, por ejemplo, cada semana escribo entre 4 y 6 post para diferentes blogs, incluido el mío. Eso significa entre 208 y 312 entradas al año. Y hay personas que escriben con mayor frecuencia. Por eso, justamente por eso, me resulta inexplicable que haya tantas personas con conocimiento valioso que se nieguen el privilegio de compartirlo con otros, de brindarlo a otros.

Muchos lo intentaron, es cierto, pero tiraron la toalla muy pronto. ¿Por qué? Porque fallaron en lo básico, en lo estructural. Voy a decirlo con una metáfora: comenzaron a construir un rascacielos por el penthouse y se olvidaron de lo más importante: los cimientos. Con buenos cimientos, tú puedes construir una casa de una planta o un gran edificio de 300 pisos.

El problema, poque ya sabes que siempre hay un problema, es que se concentran en lo que es accesorio, secundario. ¿En qué? El diseño de la web, el hosting, el logo de la empresa/negocio, la hora de publicación, el SEO (palabras clave y demás enredos) y, lo peor, en las benditas (¿o malditas?) fórmulas para vender que no funcionan porque cometen el mismo pecado.

“Lo primero es la estrategia. Cuando ya la tengas estructurada, piensa en los demás”, es una frase que suelo escucharle a Álvaro Mendoza, mi amigo y mentor. Una premisa que se aplica también a la labor de escribir un blog. Sin una buena estrategia, no importar dónde alojas tu web; no importa qué tan bonito o moderno es el diseño; no importa si cumples a rajatabla con el SEO.

¿Qué es la estrategia? El plan, paso a paso, que implementas y ejecutas para cumplir los objetivos que te trazas. También, las acciones que realizarás para medir tus resultados, para saber si vas bien (o estás equivocado) y qué debes corregir. Así mismo, las herramientas y recursos que requieres para ir del punto A al punto B en el tiempo que has determinado.

Son muchos los que comienzan a publicar en internet, no solo un blog, sino también en redes sociales, y se obsesionan con la idea de acumular seguidores y likes. Si los obtienen, creen que van muy bien, pero más temprano que tarde se darán cuenta de su error. Si no los obtiene, entonces, se desesperan y comienzan a ejecutar acciones aisladas, sin ton ni son. Lamentable.

Veamos, pues, los componentes de una buena estrategia de creación de un blog:

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1.- El análisis del mercado.
Es el paso que muchos omiten o que menosprecian. El motivo suele ser que están enamorados de su idea y están convencidos de que la adorará. Debes conocer, con tanta profundidad como sea posible, qué hay en el mercado, cuáles son las opciones mejor valoradas, las más antiguas. Concéntrate en aquellas regiones o países en las que pretendes vender tus servicios.

2.- La competencia.
¿Qué tanta competencia hay? ¿Cuál es la propuesta de valor de cada opción, los servicios que ofrece, los precios? En este punto, el mejor consejo que puedo brindarte es que te conviertas en cliente de esas buenas opciones: compra sus productos y servicios. Testéalos, descubre la calidad del servicio posventa, el seguimiento. ¿Qué tiene que tú no, en qué es mejor que tú?

3.- Tus avatares.
Que, no sobra recalcarlo, son varios, no uno solo. El avatar masculino, el femenino, el público frío y el no avatar (aquel que no es tu cliente), como mínimo. Entiende que no vas a agradarle a todo el mundo, que habrá personas que no estén interesadas en lo que ofreces, que no les va a gustar lo que publicas. Sin embargo, habrá muchas otras que lo adorarán. ¡Encuéntralas!

4.- Propuesta de valor.
¿Qué te hace único y diferente de la competencia? En especial, ¿por qué una persona debe elegirte a ti y no a tu competencia? No cometas el error de creer que la propuesta de valor es un eslogan. Se trata de la capacidad de transformación, inspiración y persuasión incorporada en tu mensaje, en tu producto y/o servicios. La clave: que el mensaje sea poderoso.

5.- El email marketing.
Olvídate de la idea que con publicar en redes sociales es suficiente. El éxito de tu estrategia se determina fundamentalmente de tu capacidad para crear una lista de suscriptores voluntarios que más adelante se conviertan en una comunidad. El email marketing debe ser tu principal aliado para, entre otros objetivos, crear una relación basada en la confianza y la credibilidad.

5.- Canales de promoción.
La mayoría piensa automáticamente en redes sociales, pero hay que tener cuidado. De hecho, he trabajado con clientes que no publican el Facebook o Instagram o que se enfocan en el email marketing. Lo importante es que promociones en aquellos canales en los que en verdad estén tus clientes potenciales, las personas interesadas en lo que publicas, en lo que ofreces.

6.- La frecuencia de publicación.
No porque publiques mucho obtendrás mejores resultados. Mi consejo es que 2-3 veces a la semana son suficientes, en especial cuando estás construyendo una lista. Más que la frecuencia, lo que importa en verdad es que publiques contenido de valor, que aquello que recibe el mercado cumpla con los objetivos primarios de nutrir, educar, entretener y fidelizar.

7.- La temática.
Cuanto más variada sea, mejor. Dentro de tu área de conocimiento y experiencia, claro está, para que tu mensaje sea poderoso y nadie te identifique como un vendehúmo. No te limites a las guías, a las odiosas plantillas o hablar de tus productos o servicios: inspira, invita a la reflexión, haz reír a tu lector, sorpréndelo con tus ideas, encántalo con tu visión del mundo.

8.- El estilo.
Definirlo es muy importante porque le da personalidad a tu marca, lo que te identifica y diferencia del resto de propuestas del mercado. Contempla la extensión de tus escritos, los elementos gráficos que vas a utilizar (y cómo), el tono de tu mensaje y, algo fundamental, la estructura de tus artículos. El estilo hará que el mercado perciba si eres profesional.

9.- El público.
Lo dejé para lo último, pero es de lo prioritario. La estrategia está determinada en función de quién es tu público, de cómo es tu público. Entiende, así mismo, que tus escritos los leerán tanto personas con conocimiento como algunas que quizás sepan muy poco del tema: tu tarea es que todos disfruten lo que leen, que todos aprendan algo, que su tiempo valga la pena.

Fundamental, en este sentido, saber que no escribes para robots (o algoritmos), sino para seres humanos con sentimientos y emociones. Haz que tu mensaje sea inspirador, agradable, empático, que quienes lo reciben queden agradecidos. Por último, no olvides que el mejor negocio del mundo es servir: haz de tus escritos una herramienta para cumplir tu propósito de vida.

Comenzar a escribir un blog es fácil, créeme. Y no necesitas ser periodista o un escritor profesional para crear algo de valor que sea interesante para otros. Despójate del ego, de esa ilusión de ser famoso y reconocido y dedícate a servir con lo más valioso que posees: tu conocimiento, tu experiencia, tu pasión. A esto agrégale una buena estrategia y… ¡triunfarás!

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Según Einstein, te sirve más la imaginación que el conocimiento

“La imaginación es más importante que el conocimiento”. Esta frase me resulta impactante por sí misma, pero es increíblemente disruptiva cuando sabes que fue Albert Einstein el que la pronunció. Porque este físico alemán es considerado el científico más famoso e influyente del siglo XX, en especial por haber desarrollado la Teoría de la relatividad y la fórmula E=mc2.

Aunque nunca fue un estudiante brillante, desde la niñez mostró inclinación por la música y la ciencia. Fue su tío Jacob el que le incentivó esta vocación a través de los libros y despertó la curiosidad a la que se atribuye la genialidad que le valió recibir el Premio Nobel de Física en 1921 y convertirse en uno de los seres humanos más admirados y reconocidos de la historia.

Einstein aseguraba que una imaginación activa es la clave para resolver cualquier problema. Y, seguramente lo sabes, si algún ser humano fue experto en la resolución de problemas ese fue el connotado científico alemán. No sé a ti, pero a mí esta afirmación me resulta una excelente noticia. ¿Por qué? Pues, porque todos los seres humanos somos creativos por naturaleza.

Eso significa, en otras palabras, que estamos en capacidad de resolver cualquier problema. Genial, ¿cierto? Y, también, que las personas que hemos desarrollado la capacidad de la creatividad tenemos una ventaja competitiva sobre aquellas que todavía no se concedieron ese privilegio que nos ofrece la vida, sobre las que se enfocan en acumular conocimiento.

¿Sabes por qué? Porque el conocimiento es limitado, porque nuestra capacidad para adquirir conocimiento es limitada también. En cambio, la imaginación no tiene límites y está disponible en el momento en que la necesites: solo tienes que activarla y aprovecharla. Además, y esto es algo muy poderoso, la imaginación es útil para cualquier actividad que realicemos en la vida.

El cerebro, el órgano más increíble que poseemos, es la fuente de la imaginación. Allí se almacenan la información, las sensaciones, las vivencias, las experiencias y las emociones que se generan producto de la interacción con todo aquello que nos rodea, otras personas o la naturaleza, por ejemplo. Cada contacto deja una información que el cerebro guarda.

Y luego nos permite utilizarla cuando la necesitamos. Información que, además, no es un simple archivo, una recopilación, sino algo dinámico: a partir de ellas estamos en capacidad de crear, de mejorar lo que tenemos, de imaginar otros mundos. Es gracias a la imaginación que vislumbramos un mejor mañana, una vida feliz, y que cristalizamos los sueños, también.

Esta, sin duda, es una de las más grandes diferencias entre el conocimiento y la imaginación: aquel solo nos sirve en los límites de la realidad constatable, palpable, mientras que esta nos da la posibilidad de crear mundos alternos, paralelos a esa realidad. Mundos que, de hecho, pueden ser opuestos a la realidad: quizás tu vida es un caos, pero imaginas que eres feliz.

El poder ilimitado de la mente, aquella fantástica cajita de Pandora de la que surge la imaginación, es de tal dimensión que vivimos tristes, a pesar de que lo tenemos todo: vida, salud, comodidades, personas que nos cuidan y nos aman, trabajo, privilegios…, en fin. Y, por supuesto, lo contrario: puedes carecer de todo lo material y aún así ser muy feliz.

La clave está en qué uso le das a esa imaginación, qué eres capaz de crear. Y, por supuesto, de que no le pongas límites a esa creatividad, que la cultives cada día, que la retes, que la exijas. ¿Cómo? Explorando nuevos escenarios, otros mundos. La música, la lectura, el contacto con la naturaleza y la interrelación con personas que poseen mayor conocimiento te ayudarán.

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El problema, parte del problema, es que nos enfocamos en solo un área de conocimiento, nos comemos el cuento de la especialización y nos cerramos la posibilidad de aprender más sobre más temas. Por ejemplo, ser un médico cardiólogo, pero puedes también conocer sobre cocina, música (interpretar un instrumento), deporte o, inclusive, sicología o marketing.

Esa es una ventaja del conocimiento: no es excluyente, de ninguna manera. Más bien, es complementario. Y lo mejor es que cuanto más abierta sea tu mentalidad, cuanto más variado sea el espectro de tu conocimiento, mayor será también tu imaginación. ¿Por qué? Pues, porque tendrás más de dónde elegir, podrás hablar sobre más temas, con más personas.

Esa, créeme, es una de las características de los buenos escritores. Si prestas atención, si investigas un poco acerca de la vida persona de tus escritores favoritos, encontrarás que hay un hilo conductor: todos son o fueron excelentes conversadores, todos tenían un grupo de allegados con los que sostenían enriquecedoras tertulias. ¡Y de ahí surgían sus textos!

El conocimiento te sirve para comenzar a escribir sobre un tema específico. Sin embargo, es la imaginaciónla que te da la posibilidad de ser un buen escritor, uno que esté por encima del promedio, uno que consiga llamar la atención de los lectores ávidos de contenido de calidad. Por eso, y no solo para escribir, sino para transmitir un mensaje, la imaginación es clave.

Por eso, así mismo, es necesario saber cómo puedes desarrollar y cultivar tu imaginación. No olvides que siempre está ahí, dentro de ti, pero es necesario desarrollarla. ¿Cómo hacerlo? La respuesta nos la ofrece el mismo Einstein: “Lo importante es no dejar de hacerse preguntas, no perder nunca la sagrada curiosidad”. Esto, en la práctica, significa ganas de aprender más.

La curiosidad nos lleva al descubrimiento, que es el punto del partida del conocimiento. Fue la curiosidad, precisamente, la que le permitió a Einstein avanzar en sus investigaciones y hallar las respuestas que buscaba para crear sus teorías, sus fórmulas. De no haber sido curioso, de no haberse planteado interrogantes que para otros eran triviales, no habría encontrado las respuestas.

La curiosidad, esa insaciable ansia de adquirir mayor conocimiento sobre más temas, es lo que nos permite llegar a donde otros no habían llegado. Esa, precisamente esa, es la genialidad de personas como Albert Einstein. Y quizás nunca ganes un Premio Nobel o algún galardón como escritor, pero sí puedes llevar tu mensaje a otras personas, puedes transmitirles tu conocimiento.

“Todo el mundo es un genio. Pero, si se juzga a un pez por su habilidad para trepar a un árbol, vivirá toda su vida creyendo que es estúpido”. Si todavía no escribes, si todavía piensas que no eres creativo o que no tienes imaginación, quizás sea porque has enfocado tu atención y tus esfuerzos en actividades que no te exigen estas habilidades más allá del nivel básico.

Quizás no te conozca, quizás nunca te haya escuchado, quizás jamás leí algo que escribiste, pero estoy completamente seguro de que dentro de ti hay un buen escritor. En el peor de los casos, dentro de ti hay un poderoso mensaje, unas valiosas experiencias y un aprendizaje que les sirve a otros. Y tu responsabilidad, tu privilegio, es compartirlo para multiplicarlo.

Nunca dejes de aprender, porque el conocimiento es muy importante. Sin embargo, no te quedes ahí, da el paso de la teoría a la acción, ábrele la puerta a la imaginación y déjala volar libremente. Te llevará a universos maravillosos, a mundos increíbles, te demostrará que posees un gran poder y, lo mejor, podrás ayudar a otros a transformar su vida, dejarás una huella.

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Lees, ¿pero no escribes? Te estás privando de la mitad de la diversión

Quizás no lo aprecias como deberías porque es algo que nació en ti, que nació contigo, y entonces lo ves como algo natural. Sin embargo, créeme, es algo extraordinario. De hecho, es un privilegio del ser humano, la única especie del planeta que puede leer y escribir. Lo mejor es qué puedes hacer con ese privilegio, qué impacto recibes y provocas con lo que lees, con lo que escribes.

Si me conoces o has leído algunas de mis publicaciones, sabrás que me gusta llevar la contraria, ir en contravía de lo que hace la mayoría. Y no por capricho (no siempre), sino porque siempre fui así y no solo lo disfruto, sino que además obtengo los resultados que espero. Y mi oficio, por supuesto, es una clara manifestación de esta forma de ser.

¿A qué me refiero? Soy un pésimo lector (podría ser el peor del mundo) y, en cambio, soy un prolífico escritor (escribo casi todos los días). Lo común es que una persona sea buena lectora, pero que le cueste trabajo escribir. No debería ser así, puesto todos, absolutamente todos, aprendemos a leer y a escribir en la escuela primaria y lo hacemos el resto de la vida.

Sí, lo hacemos todo el tiempo. La mayoría de las veces, tristemente, por obligación, es decir, leemos o escribimos para cumplir con los deberes del estudio o del trabajo y muy poco, casi nada, para regocijo propio, por el placer de disfrutar de esas habilidades únicas que nos dio la naturaleza. Y está mal, porque nada de lo que se hace por obligación nos genera felicidad.

Porque felicidad, precisamente, es lo que damos y recibimos cuando escribimos, cuando leemos. Como escritor, es maravillosa la experiencia de saber que hay una persona, tan solo una, que disfruta tu producción. Y más maravillosa aún cuando son miles o millones las que aprecian y agradecen tu escrito. Irónicamente, es algo imposible de describir con palabras.

Como lector, es increíble la experiencia de conectarte con un autor al que no conoces, al que quizás nunca conocerás, pero que a través de sus textos sientes muy cercano. Y no solo eso: se establece una poderosa conexión emocional a través de la empatía, de la identificación, al punto que llegas a vivir sus tramas, a sentirte protagonista de tus historias, de sus relatos.

No sabes, no puedes entender (y no hay forma de explicarlo, tampoco), cómo alguien que no te conoce es capaz de escribir un texto, un libro, que parece hecho especialmente para ti. Como si te hubiera preguntado qué historia querrías leer o cuáles son las emociones que más te conmueven para agitarlas. No sabes por qué conoce a la perfección tus puntos débiles.

Cuando escribes, eres Dios (y perdóname que lo ponga en esos términos). Estás en capacidad de crear el mundo que quieres, los personajes que quieras, las historias que quieras. No hay un límite, porque tu imaginación y tu creatividad no tienen límites. Inclusive, puedes tomar una historia ya escrita y reformarla tantas veces como quieras, de tantas formas como quieras.

Cuando lees, te transportas a increíbles mundos imaginarios que no solo despiertan tu imaginación, sino que te producen emociones diversas. Puedes reír, puedes llorar, puedes enamorarte, puedes sufrir, puedes sentir lástima, puedes ser parte de una celebración. No hay límites, tampoco, en especial cuando puede establecer una conexión con el autor.

Nos dicen que solo puedes escribir si antes has leído mucho, pero no es cierto. Lamento si ataco una creencia tan arraigada. Mi caso particular es clara muestra de ello (y no soy la excepción que confirma la regla). La verdad es que para necesitas estar informado y la información no solo proviene de la lectura: también, de las experiencias, de la observación.

Es algo que me gusta repetir no solo porque es verdad, sino porque derriba uno de los grandes temores del común de las personas: todo lo que necesitas para comenzar a escribir está en ti, dentro de ti. Conocimiento, experiencias, miedos, ilusiones, pasión, imaginación, creatividad y, especialmente, dos habilidades poderosas: observar y escuchar (te recomiendo esta nota).

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Si no escribes, cualquiera que sea la razón que te detiene, no imaginas de cuántas experiencias maravillosas te privas, de cuánto impacto positivo estás en capacidad de provocar en la vida de otros. Cuando escribes y le brindas un poco de felicidad a alguien, tan solo un poco, la vida te recompensa de mil y una formas increíbles. Te lo digo con conocimiento de causa, lo he vivido.

Si no lees, sin necesidad de ser un devorador de libros o cualquier otro tipo de textos, te pierdes la posibilidad de acceder a conocimiento valioso; a experiencias que no has vivido y que te sirven, te permiten conocer algo del mundo y de la vida que no estaba a tu alcance. Te pierdes también la posibilidad de ingresar a universos imaginarios que hacen mejor tu vida.

Te comparto un dato que vi en una nota en internet: la venta de libros impresos, una especie a la que habían declarado en extinción, a la que le habían aplicado los santos óleos, solo cayó un 4 % durante 2020, en plena pandemia. Una sorpresa, en especial para las editoriales, que ya se veían condenadas a desaparecer. Sin embargo, el mercado se pronunció y dictó su sentencia.

¿Por qué te menciono esto? Para que disfrutes el paquete completo. ¿A qué me refiero? A que si te gusta leer, no te quedes solo con el 50 por ciento del privilegio que nos fue concedido a los seres humanos: aprovecha el otro 50 por ciento y escribe. Lo ocurrido en los últimos meses nos enseña lo que podemos recibir y lo que estamos en capacidad de dar a través de estas dos habilidades.

Leer y escribir son un acto de rebeldía, la máxima expresión de libertad del ser humano. Además, es una terapia, un hábito liberador. Durante la pandemia, en medio de la soledad y de la incertidumbre, agobiados por el miedo, acorralados por la muerte, leer y escribir nos permitieron sobrevivir, mantenernos a salvo. Sin leer y escribir, no lo habríamos logrado.

El ocio, en cualquiera de sus manifestaciones, y leer y escribir forman parte de ese universo, nos liberan del estrés, de la tensión y nos permiten soltar las cargas negativas. Así lo han comprobado diversos estudios. El escritor argentino Jorge Luis Borges dijo que de todos los inventos creados por el hombre el libro era el más asombroso, el de mayor impacto en la vida.

Mientras, el sicólogo social estadounidense James Pennebaker determinó que hay efectos positivos en escribir, en especial si lo hacemos acerca de las experiencias traumáticas que hemos vivido. Desde las más insignificantes hasta las que nos provocaron grandes traumas, en especial sobre estas últimas. La escritura es una forma de combatir y vencer a tus miedos.

La argentina Silvia Adela Kohan, filóloga y autora del libro La escritura terapéutica (2013), afirma que “escribir un diario para luchar contra la cobardía, vaya si es un ejercicio saludable para mí. Soy mi propia interlocutora. Me atrevo a escucharme y tomo nota. Desato nudos. Deshago grumos. Me impulsa el deseo irrefrenable de dar un nuevo significado al mundo”.

Hoy, el mundo necesita más personas que se atrevan a aceptar el reto de escribir no solo para compartir su conocimiento y experiencias, sino para hacer más llevadera la vida de quienes no son tan afortunados, de quienes han sido duramente golpeados. Lo mejor de escribir, ¿sabes qué es lo mejor? Que nunca sabes qué impacto puedes generar, pero siempre provocas algo.

Si eres un buen lector, te felicito. Sin embargo, te invito a que termines la tarea, a que te des la oportunidad de escribir y transmitir a otros el poderoso mensaje que hay en ti. No necesitas convertirte en un escritor profesional o algo por el estilo, pues hoy disponemos de increíbles y varias herramientas y oportunidades para comunicarnos con otros, para dejar huella positiva.

La vida me enseñó que “aquello que no se comparte, no se disfruta” y lo compruebo cada día, con cada texto que publico. Me honra y me hace muy feliz saber que al menos hay una persona, tan solo una, que lo aprovecha, que lo valora, que lo agradece. Termina de cerrar el círculo, haz el otro 50 %: descubre y activa el buen escritor que hay en ti: ¡no te arrepentirás!

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¿Qué haces aquí, si no sabes comunicarte, si no aportas valor?

Es una creencia limitante tan arraigada, que es fácil asumir que nada se puede hacer para derribarla. Sin embargo, si me conoces un poquito, sabes que me gusta llevar la contraria (y, además, que casi siempre me salgo con la mía). Y, por cierto, lo ocurrido en el mundo en los últimos meses, en los dos últimos años, me dice que se trata de una batalla digna de dar.

¿A qué me refiero? A que muchas personas, demasiadas, quizás tú, piensan que no tienen nada de valor para aportarle al mundo, a los demás. Y no es cierto, rotundamente no es cierto. Todos, absolutamente todos los que llegamos a este planeta, estamos en capacidad de hacer algo por los demás. Algo pequeño, que puede parecer insignificante, pero que para alguien es muy valioso.

El poder de las palabras es ilimitado, tanto para bien como para mal. Es algo que, seguramente, habrás comprobado. Enamoras con palabras, pero también puedes desatar una guerra con ellas si eliges las que no son adecuadas. Movilizas a otros con palabras, pero también hay de las que te paralizan, que te dejan congelado. El poder de las palabras es ilimitado, pero no sabemos aprovecharlo.

Uno de los descubrimientos insólitos de los últimos tiempos, en especial desde que comenzó la pandemia en marzo de 2020, es aquel de las dificultades para comunicarnos. Este, que es un privilegio exclusivo de los seres humanos, también es una de las mayores fuentes de problemas, de conflictos. Y este período traumático, con encierro obligatorio incluido, lo ha confirmado.

Es una gran ironía, porque a los seres humanos nos cuesta trabajo quedarnos callados, nos cuesta trabajo no decir o publicar lo que pensamos y lo que sentimos, pero nos cuesta trabajo, mucho trabajo, comunicarnos. Una comunicación verdadera que signifique un intercambio constructivo para los interlocutores y, especialmente, una comunicación verdadera surgida de la escucha activa.

Nos encanta hablar o publicar para llamar la atención, así muchas veces tengamos que arrepentirnos de eso que dijimos, de eso que publicamos. O, por lo menos, que tengamos que sonrojarnos porque fue algo infortunado, inoportuno. Una realidad que lo sucedido durante estos meses de pandemia confirmó porque el encierro incentivó la necesidad de comunicarnos.

La gran ironía del encierro obligado no fue el cambio de rutina, o tener que trabajar desde la casa, o que los niños recibieran sus clases allí mismo. La ironía, la gran ironía, fue que muchos hogares entraron en conflicto, muchas familias se resquebrajaron, muchos matrimonios se acabaron por las dificultades para comunicarnos. ¡Bajo el mismo techo, pero con problemas de comunicación!

Muchas personas, así mismo, sufrieron depresión, se enfermaron y registraron drásticos cambios en su comportamiento, en su forma de relacionarse con otros, porque las agobió la soledad. Una soledad que bien hubiera podido paliarse gracias a las poderosas y recursivas herramientas que la tecnología nos brinda y de las que prácticamente todos disponemos, como el teléfono celular.

Sin embargo, mal haríamos en quedarnos en lo negativo, en lo que hacemos mal. Este duro período también ha servido para reflexionar, para bajar el ritmo y escapar de la frenética rutina en la que estábamos atrapados. O, igualmente, para descubrir que el mundo necesita nuestro mensaje, nuestro conocimiento, el aprendizaje surgido de nuestros múltiples y repetidos errores.

En estos tiemos de pandemia, muchas empresas, muchas grandes empresas, pero también negocios reconocidos y de tradición, cerraron sus puertas para siempre. ¿La razón? No estaban en capacidad de contactar con sus clientes, de comunicarse con sus clientes, porque se habían acostumbrado a abrir las puertas y esperar que estos llegaran. Una realidad dura y triste.

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En estos tiempos de pandemia, así mismo, muchas personas encontraron el tiempo y los canales para comunicarse con otros. Algunos que solo utilizaban internet para responder emails, chatear con los amigos a través de WhatsApp o publicar en Facebook o Instagram descubrieron que hay algo llamado Zoom o, también, una nueva y genial plataforma de audio llamada Clubhouse.

A pesar de que la gente estaba confinada y los establecimientos, cerrados, las editoriales incrementaron la cantidad de títulos. No solo los de formato digital, sino también los físicos, los de papel. ¿Por qué? Porque muchas personas, por fin, dispusieron del tiempo necesario para escribir esos libros que tenían en mente desde hace rato, para cristalizar esos proyectos estancados.

¿Sabes eso qué significa? Que este tiempo de pandemia, estos duros meses de encierro, zozobra, miedo e incertidumbre, no fueron en vano para esas personas. Que en medio de las dificultades hubo quienes no se dieron por vencidos, no se dejaron llevar por la histeria colectiva y, más bien, aprovecharon esta oportunidad que les brindó la vida para transmitir su conocimiento, su pensamiento.

Resulta insólito, por decirlo de alguna manera, pero en medio del encierro la humanidad descubrió la importancia de la comunicación, de comunicarnos unos con otros. No solo enviar mensajes, o memes, o publicar fotos en redes sociales. No. De lo que se trata es de comunicar valor, de aportar valor a través de tu conocimiento, tus experiencias, tus vivencias, tus principios y tus valores.

Este blog que estás leyendo, por ejemplo, surgió en septiembre de 2020 y se ha convertido en un dinámico canal de comunicación con el mercado, contigo. Una herramienta no solo de interacción, sino también de creación. Se abrió para suplir un vacío del mercado y poco a poco ha crecido, ha ampliado sus horizontes, se ha consolidado gracias a que el contenido gusta a otros, sirve a otros.

Tu mensaje, créeme, es un tesoro si lo sabes aprovechar. El mundo está harto de lo mismo de siempre, de los mismos de siempre, que además son la repetición de la repetidera. El mundo está ansioso de nuevas voces, de nuevas visiones; desea conocer otras opciones, otras soluciones. El mundo requiere que más personas como tú alcen la voz y expresen lo que piensan y sienten.

Durante estos últimos meses, los meses de la pandemia, la vida cruzó mi camino con los de otras personas que estaban en misma búsqueda. ¿Cuál? La de vivir su propósito, la de aprovechar los dones y los talentos que nos regaló la naturaleza para hacer algo por este afligido mundo, por quienes estamos en este mundo. Una oportunidad única, quizás irrepetible, que está al alcance de tu mano.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? No tienes que ser un locutor profesional para transmitir valor a través de un pódcast o en una charla de Clubhouse. No tienes que ser un presentador de noticias para grabar un video con buen contenido que enseñe a otros, que les brinde soluciones. Y no, tampoco tienes que ser un escritor reconocido para escribir un texto que valga la pena leer.

Es una creencia limitante muy arraigada esa de que no tienes nada de valor para aportarle al mundo, a los demás. Si eso es lo que piensas, estás completamente equivocado. Todos, absolutamente todos los que llegamos a este planeta, estamos en capacidad de hacer algo por los demás. Algo pequeño, que puede parecer insignificante, pero que para alguien es muy valioso.

Recuerda: el poder de las palabras es infinito. No lo subestimes, ni te subestimes a ti mismo. Y no olvides algo muy poderoso que aprendí de un amigo: lo que no se comparte, no se disfruta. De nada te sirven tu conocimiento y tus experiencias si las guardas solo para ti. Además, te privas de recibir la retroalimentación de otros, la gratitud de otros, que es la recompensa más maravillosa que existe.

 

 

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¿Tienes algo valioso para compartir? Aprovéchalo y crea contenido

La mayor dificultad al comenzar a escribir, o generar contenido a través del formato que más te agrade y en el que te sientas más cómodo (también puede ser imagen o voz), es aquella de luchar contra las creencias limitantes. No es fácil, déjame decírtelo, porque aunque establezcas mil y un filtros, aunque bloquees a muchos tóxicos, irremediablemente estás expuesto a la infoxicación.

La estrategia del mercado, por si no lo sabías, es pescar en río revuelto. ¿Cómo? Crear confusión, mandar mensajes contradictorios, generar incertidumbre y, de ser posible, también pánico. Por si no te habías dado cuenta, es la misma estrategia de los gobiernos, de los partidos políticos, de los medios de comunicación que defienden sus intereses amarrados al poder y de los revoltosos.

Esa es la razón por la cual desde hace años internet, no solo las redes sociales, son terreno fértil para la fake-news, para las versiones distorsionadas, para la calumnia y la ofensa. Un terreno que, además, está abonado por la ingenuidad de la audiencia y, da tristeza decirlo, pero es real, por la ignorancia de la audiencia. En internet, es imposible ocultar la falta de educación y conocimiento.

Sin embargo, esta situación no es completamente negativa. ¿Por qué? Porque si eres bueno, si eres constructivo, si tienes un mensaje poderoso y de impacto, si tienes un conocimiento valioso y experiencias que sean útiles para otros, en internet hay una gran oportunidad para ti. Para ti y para cualquiera que sepa cómo transmitir su mensaje y que acepte y respete las reglas del juego.

Porque, sí, internet es una jungla infestada de fieras salvajes, de especies depredadoras, de peligros y riesgos súbitos, pero es posible sobrevivir allí si sabes cómo hacerlo. ¿Entonces, cómo hacerlo? Primero, aporta valor; segundo, sé auténtico; tercero, sé honesto; cuarto, enfócate en servir antes que en vender; quinto, no te creas el dueño de la verdad: sigue aprendiendo.

Ahora, comencemos por el principio. La mejor forma de aportar valor es compartir contenido gratuito. ¡Sí, gratuito! Esa, créeme, es una de las reglas establecidas en internet y tú no la vas a cambiar. Entonces, ¿qué es aportar valor a través de contenido? Todo aquello surgido de tu conocimiento y experiencia, de tus vivencias, pero también de tus valores y principios, que sea útil a otros.

Contenido de valor es el que brinda respuestas a los interrogantes e inquietudes de tu audiencia, de tu lector. El que le ofrece conocimiento y, en especial, contextualización relacionados con los hechos que suceden en su entorno y que, bien sea de manera directa o indirecta, lo afectan. El que lo entretiene y la da la posibilidad de salirse un poco de esa rutina abrumadora y aburrida.

Contenido de valor es el que le brinda herramientas y recursos, algunos gratuitos y otros de pago, para crecer y avanzar en su trabajo, en su negocio. El que le ofrece ángulos, opciones y miradas que él antes no había considerado y que le permiten salir de los atolladeros. El que provoca que se establezca un vínculo de confianza y credibilidad con el autor, el emisor del mensaje, a largo plazo.

Confianza y credibilidad que van de la mano con la autenticidad. Otra terrible epidemia en internet es la de los falsos gurús, los vendehúmo que se promocionan como la solución perfecta para todos los problemas, pero que son incapaces de cumplir sus promesas. O, de otro modo, los que intentan copiar a los que ya fueron exitosos, pero apenas consiguen ser una burda copia.

La autenticidad es requisito sine qua non para ser visible en internet, para posicionarte y llamar la atención del mercado. Un mercado que, no sobra decirlo, hoy urge que las nuevas propuestas no sean más de lo mismo, sino la respuesta a sus inquietudes, problemas y dolores. Autenticidad que, en esencia, significa que nadie espera que seas perfecto, sino transparente, genuino y honesto.

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Ser auténtico es aprovechar tu condición de único y diferente, pero no tienes que reinventar la rueda, que ya existe desde hace siglos. Solo muestra tu esencia, deja que afloren tus principios y valores para generar identificación con las personas que piensan como tú, que tiene ideales similares, sueños parecidos. De la mano de la identificación vendrá, luego, la empatía.

En cuanto a la honestidad, el mercado la asume y la exige, así que no puedes fallar. Se da por sentado que eres honesto, pero tienes que demostrarlo con tus actos, con tus decisiones. No basta presumir honestidad, porque en internet no hay nada oculto: tarde o temprano el mercado conocerá en realidad quién eres y, puedes estar absolutamente seguro, te va a castigar.

No prometas algo que no estés en capacidad de cumplir, cumple tus promesas y, sobre todo, si te equivocas reconócelo y ofrece una solución efectiva (las disculpas no son suficientes). Ten en cuenta algo: en internet queda registrado y grabado cada clic que das, cada comentario, cada interacción, así que no creas que puedes salir ileso si traicionas la confianza del mercado.

En cuarto término, enfócate en servir antes que en vender. La venta, por si no lo sabías, es una consecuencia de tus acciones y decisiones, de tus estrategias. No creas en aquello de que en virtud del poder de las palabras vas a vender más y, entonces, te dedicas a escribir fases manidas que ves por ahí y que, te lo advierto, no sirven, no funcionan. El copy es una buena herramienta, pero no hace milagros.

Especialmente cuando no eres conocido en el mercado, cuando todavía no te posicionaste, cuando las personas a las que puedes ayudar no saben qué haces y todavía no respondiste su pregunta ¿Qué hay aquí para mí?, necesitas generar contenido de calidad. ¿Para qué? Para ser visible, para posicionarte, para generar identificación, para crear confianza y credibilidad.

Aquí, créeme, no vale aquel dilema de qué fue primero, ¿el huevo o la gallina? Sin contenido gratuito, vender será una tarea harto difícil y demorada. Sin contenido, no podrás establecer una relación con el mercado. Sin contenido, el mercado no sabrá si eres distinto o más de lo mismo. Sin contenido, tu propuesta de valor pasará inadvertida y el mercado elegirá a tu competencia.

Aprovecha el contenido, en el formato que más te agrade y acomode, para diferenciarte. Crear contenido de calidad es el sello que identifica a los grandes referentes, sin importar de qué industria. Aportar valor a través de contenido quizás no sea la estrategia más rápida, pero te aseguro que es la más efectiva para nutrir y educar, los pasos previos a vender.

Por último, no creas que eres la última Coca-Cola del desierto. No te creas el dueño de la verdad y, mucha menos, no creas que lo sabes todo. El mundo cambia muy rápido y lo que ayer era una premisa válida hoy no funciona, no sirve. Eso quiere decir que no puedes dejar de aprender, de actualizarte, de desarrollar habilidades; debes mantener una mentalidad abierta y flexible.

Si eres una persona con conocimiento y experiencias valiosas que puedan aportarles valor a otros no te lo guardes, no lo ocultes como si fuera un tesoro: tu responsabilidad es compartirlo. Y en internet encontrarás no solo las oportunidades para hacerlo, sino también unas poderosas herramientas, ayuda idónea (sí, la hay) y los canales necesarios para transmitir tu mensaje.

“Lo que no se comparte, no se disfruta”, es una genial frase que aprendí de un amigo. Es algo que confirmo cada día que pasa, cada contenido que publico. Compartir con otros mi conocimiento, mis experiencias y ayudarlos a conseguir sus metas es la aventura más apasionante en la que me involucré y el trabajo más rentable: la recompensa llega en forma de bendiciones y más oportunidades.

 

 

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¿Ya sabes cuál es tu personalidad como escritor? 5 opciones

Una de las primeras tareas que cualquier persona debe cumplir en la primera etapa del proceso de escritura es aquella de determinar qué clase de escritor es. Porque, por si no lo sabías, no hay una sola clase. De hecho, a mí me gusta más hablar de personalidad, porque en últimas lo que eres como escritor es directamente proporcional a lo que eres como persona, como ser humano.

Esa es una de las razones por las cuales a algunas personas se nos da más fácil escribir que a otras. Es lo mismo, por ejemplo, que ocurría en la juventud cuando ibas a una fiesta. A pesar de que me encanta la música, me costaba mucho lanzarme a la pista. ¿Timidez? Seguramente. Sin embargo, con el paso de los años perdí ese temor y, a pesar de que no es lo mío, intento disfrutarlo.

Más que timidez o miedo, pienso que era que no me gustaba hacer el ridículo. Cuando eres joven, te importa mucho el qué dirán, qué piensan los otros de ti. Entonces, exponerte en una pista de baile y descubrir una de tus debilidades no es algo a lo que estés dispuesto. Por eso, quizás, más bien me entretenía conversando, que es una habilidad que se me da muy bien naturalmente.

A escribir nos enseñan a todos en el colegio, en la primaria. Y es una habilidad que ponemos en práctica todos y cada uno de los días de nuestra vida, así sea solo para responder correos electrónicos o enviar mensajes por WhatsApp. Escribimos todos los días. Sin embargo, cuando llega el momento de escribir un informe o un ensayo o un artículo para un blog nos frenamos.

¿Por qué? Porque nos han metido en la cabeza la idea de que escribir es un don, de que es un privilegio que la naturaleza reservó para unos pocos o, simplemente, nos dicen ponen mil y un obstáculos en el camino. Que tienes que leer mucho (¿cuánto es mucho?) y también la idea de que tienes que asumir esta afición como si fueras un profesional, como si fueras a vivir de ello.

No me canso de repetirlo: soy probablemente el peor lector del mundo y, a pesar de ello, soy un excelente escritor (perdón por el autoelogio). Por otro lado, entiendo que no necesitas ser Roger Federer o Novak Djokovic para disfrutar una partida de tenis con tus amigos el fin de semana o tampoco debes ser un catador profesional para degustar un vino en una noche romántica.

La verdad es que puedes ser un buen escritor aficionado. Uno de aquellos que no tiene pretensiones de publicar una gran obra, convertirse en millonario y ser famoso. Puedes escribir un buen libro y autopublicarlo para que esté al alcance de tus familiares y amigos, de tus compañeros de trabajo. Créeme que esa es una experiencia increíble que muchos se niegan por las mentiras que escuchan.

Para escribir, tanto a nivel profesional como aficionado, requieres tres condiciones:

Primero, el conocimiento del tema. Este es el principal obstáculo para la mayoría porque eligen un tema del que creen saber, pero en últimas no saben tanto como creían. Por eso, entonces, se frenan. Pero, y esto es muy importante, con un conocimiento profundo del tema no basta: debe ser algo que, ojalá, te apasione porque la motivación será indispensable durante el proceso.

Segundo, haber desarrollado la habilidad. Como mencioné, todos sabemos escribir, pero para poder escribir mejor, para adquirir la capacidad de transmitir un mensaje de impacto, necesitas mucha práctica. Escribir mal primero, para escribir bien después. Necesitas lo que los pilotos llaman horas de vuelo: muchos borradores fallidos, muchos artículos insulsos, antes de alzar vuelo.

Tercero, requieres saber qué tipo de escritor eres porque, como lo mencioné, no todos somos iguales. De hecho, no todos servimos para los mismos temas: hay novelistas, cuentistas, escritores de relatos cortos, guionistas, en fin. ¿Cuál es tu especialidad? ¿Cuál es tu personalidad como escritor? ¿Cuál es esa área que te apasiona y del que anhelas escribir y transmitir tu mensaje?

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A continuación, te ofrezco cinco personalidades típicas de los escritores que seguramente te ayudarán descubrir cuál es la tuya:

1.- El perfeccionista. Es la mayoría, tristemente. Son, principalmente, lectores voraces que no se permiten ser inferiores a esos grandes autores que leen. Sin embargo, es imposible compararse con ellos, porque quizás careces de la formación, porque no le dedicas el tiempo adecuado, porque has descubierto cuál es tu fortaleza. Pero, por encima de todo, porque quieres ser perfecto.

Y, la verdad, la perfección no existe, ni en la escritura, ni en otra faceta de la vida. A estos escritores nada de lo que hacen los deja satisfechos y cada vez que releen su texto encuentran más errores y quieren mejorar el texto. Y en esa se la pasan, tratando de encontrar un texto perfecto que no van a lograr. Son escritores que viven frustrados y son muy duros consigo mismos.

2.- El sabelotodo. Son aquellos que le perdieron el miedo a escribir y que, aunque carecen de la formación y de la información requerida, producen textos en variedad y cantidad. Sin embargo, son textos sin calidad, sin profundidad, textos efímeros que no consiguen llamar la atención de los lectores y que simplemente reflejan el pensamiento del autor. Su contenido de valor es mínimo.

La forma más fácil de descubrir a este tipo de escritores es que siempre se expresan en primera persona porque están convencidos de que lo importante es lo que ellos piensas, su opinión. Son textos que, además, por lo general tienen una estructura deficiente y, en consecuencia, no logran transmitir un mensaje específico. Por último, son de los que abusan de los adjetivos y la exageración.

3.- El indeciso. Es muy parecido al perfeccionista. Nunca está listo para publicar porque nunca está convencido de la calidad de su escrito. Se demoran una eternidad en comenzar a escribir y más de una eternidad en terminar. O, peor aún, nunca termina, porque después se involucran en un penoso proceso de autocorrección, de revisión indefinida. También terminan frustrados.

El trasfondo de esta personalidad es que los escritores de esta categoría no solo tienen una baja autoestima, sino que además dudan de su capacidad porque carecen de la formación adecuada. Cambian palabras mil y una veces, borran párrafos y los vuelven a escribir, en un proceso que es muy parecido a la carrera de la rata. Su problema es que no tienen estructura, ni metodología.

4.- El experto. Una especie que hoy abunda, en especial en internet especialmente en temas como el deporte y la política. Son exageradamente apasionados y sus textos desvelan graves sesgos que les restan credibilidad e interés. Están adobados, además, por sentencias contundentes, por conclusiones fáciles, por verdades hechas (que muchas veces, en realidad, esconden mentiras).

El escritor experto es muy sensible a las críticas porque piensa que todo lo hace bien y, peor aún, que su opinión es muy importante para todo el mundo y que siempre tiene la razón. Sin embargo, sus argumentos son livianos y por lo general están inspirados en las ideas de otros, en el discurso de otros, no en su propio pensamiento o sus sentimientos y, por eso, es confuso y vacío.

5.- El humilde. Este, te lo aseguro, es el único que puede convertirse en un buen escritor. El que entiende que escribir es un privilegio y también, un proceso. El que entiende que debe formarse, que requiere paciencia y práctica, que necesita autocrítica y autoconocimiento para progresar. El escritor con esta personalidad avanzará lentamente al comienzo y luego se soltará.

Es receptivo, tiene mentalidad abierta y, en especial, es disciplinado tanto en su rutina como en su trabajo. Está en constante aprendizaje, produce constantemente y ha conseguido desarrollar tanto un método como una estructura propias. Aunque tiene dudas (siempre las habrá), no deja de escribir y se preocupa por aprender de otros, por participar en foros y comunidades afines.

Cuando una persona dice que no nació para escribir, una de las excusas más comunes, lo que en realidad nos dice es que desconoce cuál es su personalidad como escritor. Todos, absolutamente todos, tenemos una y solo necesitamos identificarla. Una pista: está ligada a tus creencias, valores y principios, a tus miedos y sesgos, a tus sueños y frustraciones, pero es ¡tu personalidad!, así que disfrútala.

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¡Perdí mi virginidad!, y estoy feliz: te cuento por qué

Después de casi cinco años trabajando en el ámbito del marketing, haciendo mis primeros pinitos como emprendedor, realicé mi primer webinar (Mi Primer Avatar: ¿cómo identificarlo, cómo definirlo?). Que, para quienes estamos en esta a veces incomprendida labor de trabajar en aquello que amamos y, de paso, ofrecer a otros nuestro conocimiento y experiencias, no es poco, no es un logro simple.

La vida no me dio hijos, pero mi profesión sí me brindó algunos. Los libros que publiqué en años anteriores (Colombia Mundial – De Uruguay 1930 a Brasil 2014, Santa Fe, la octava maravilla y Copa América: 100 años, 100 historias) son lo más parecido. Además, es un parto conseguir que alguna editorial se interese en tu producto y, además, encajar en su sistema (esta es la cesárea).

Desde que comencé a trabajar en marketing, por allá en octubre de 2016, una fecha que hoy se antoja lejana, sabía que este momento iba a llegar. No sabía cuándo, pero entendía que iba a llegar, que tenía que llegar. ¿Por qué? Porque tomar la decisión de convertirte en emprendedor va de la mano con salir de tu zona de confort y, especialmente, con no encontrar una parecida.

Por supuesto, cuando comienzas no sabes cuándo va a llegar, ni sabes cómo será el proceso. Tomé un camino quizás más largo (aunque, no exento de dificultades), concentrado en adquirir no solo el conocimiento necesario, sino la experiencia. Y, además, de aprender de las experiencias de los demás, de sus errores, de sus aciertos. Hasta que las circunstancias me trajeron hasta este punto.

La lección más valiosa de este proceso fue, sin duda, aquella de entender que mi conocimiento, mis experiencias, mi propósito y mis dones y talentos de nada sirven si no los aprovecho para ayudar a otros. En otras palabras: solo tienen sentido cuando ayudo a otros, si los utilizo para que otros descubran su potencial y lo aprovechen para lograr sus objetivos, para cristalizar sus sueños.

Y, no sobra decirlo, uno de mis sueños era hacer un webinar y vender uno de mis productos. Cuando te das a la tarea de compartir tu conocimiento, no puedes vivir de los elogios y, mucho menos, de los likes en las redes sociales. Ni los unos, ni los otros, te pagan las cuentas. Además, como dice mi amigo y mentor Álvaro Mendoza, “un emprendimiento no es una ONG”.

No es fácil entender por qué en la primera etapa de tu camino como emprendedor, en la que por lo general el dinero no abunda, tienes que ofrecer algo gratis. Se antoja una contradicción, pero en realidad no lo es. La razón es que si compartes conocimiento y experiencias de valor a otros, si los ayudas, van a pensar “si esto tan poderoso me lo dio gratis, cómo será lo que me dará si le pago”.

Esa, por si no lo sabías, es una de las premisas que mueve al mercado. El problema, porque siempre hay un problema, es que muchos dan valor en un comienzo y luego, cuando venden, se niegan a hacerlo. Bien sea porque no cumplen lo prometido, porque no tienen más que aportar o, simple y tristemente, porque lo único que les interesaba era quedarse con tu dinero.

Por eso, una vez lo obtienen se esfuman, desaparecen como por arte de magia. Por supuesto, cada uno hace lo que considera correcto y cada uno, además, carga con las consecuencias de sus actos y de sus decisiones. De eso se trata la vida. Por eso, así mismo, me tomé un buen tiempo, casi cinco años, en prepararme antes de darme a la aventura de ofrecerte uno de mis productos.

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En este momento, justo en este momento, me siento preparado para aportar más valor a través de mi curso El Avatar: Del Amigo Imaginario Al Cliente Real. Ese, quizás lo sabes, quizás lo sientes, es uno de los mayores dolores del mercado, no solo porque es muy fuerte, sino porque afecta a muchas empresas (inclusive, las grandes), negocios y emprendimientos. ¡Es otra epidemia!

Hoy, en el siglo XXI, el marketing consiste en establecer una relación de intercambio de beneficios con el marcado, con todos y cada uno de tus clientes. Una relación basada en la confianza y la credibilidad, dos valores que surgen de tu genuino interés por ayudar a otros, por aprovechar lo que sabes y lo que has vivido para enseñarles a evitar los costosos errores que tú cometiste.

Hace unos años, como muchos otros, quizás como tú, mi vida entró en crisis. Colapsó poco a poco, tanto en lo personal como en la laboral, y caí en un profundo hoyo del que no fue fácil salir. Por fortuna, después de que había tocado mil y una puertas, por una se entreabrió. Un camino lleno de incertidumbre, en el que el miedo y el recuerdo de los fracasos pasados eran un lastre.

Sin embargo, por cuenta de esa maravillosa e indescifrable ley de equilibrio de la vida (que no es lo mismo que compensación), lo que tanta veces se negó en el pasado poco a poco fue surgiendo en el camino. Oportunidades de valioso aprendizaje, personas que te valoran y que agradecen lo que puedes hacer por ellas, otros emprendedores que te apoyan y, claro, clientes que te contratan.

Gracias a Dios, los que he tenido, los que tengo, son maravillosos. Su confianza y, sobre todo, lo que me han enseñado es invaluable. Durante este proceso, validaron mi conocimiento, mis experiencias, mis metodologías y mis productos; fueron ellos, justamente ellos, los que, aún sin percibirlo, me dieron el empujoncito para llegar a este feliz momento de perder la virginidad.

¿A dónde quiero llegar con esta reflexión que te comparto? A que, por si todavía no lo hiciste, te des cuenta de que el mejor día para comenzar a cumplir tus sueños es hoy. No importa cuál sea ese sueño que te quita la tranquilidad, que no te deja dormir tranquilo; no importa si antes lo intentaste y no funcionó, siempre hay una nueva oportunidad, siempre hay un buen día para comenzar.

Estoy completamente seguro de que tú, que lees estas líneas, posees valioso conocimiento y has vivido experiencias increíbles que ansías transmitirles a otros. Quizás no era tu momento, quizás no había llegado tu momento. A veces no es fácil de explicar, a veces no es fácil de entender. Sin embargo, siempre es posible comenzar. Un sueño solo se extingue cuando dejas de luchar por él.

Cuando empecé a trabajar en marketing, te confieso que no sabía nada, absolutamente nada. De hecho, los términos me asustaban, igual que la autoridad de aquellos a quienes escuchaba. Pero, eso, más que un obstáculo, fue un aliciente: me di a la tarea de aprender, de probar, de errar y volver a probar, hasta que me di cuenta de que había llegado el momento de dar el gran salto.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que tú también puedes hacerlo. En cualquier actividad de la vida. Tú puedes aprender a escribir como lo deseas, puedes desarrollar la habilidad y sobresalir del promedio, puedes construir mensajes poderosos que, en virtud de tu conocimiento y de tus experiencias, ayude a otros a transformar su vida. Tú también puedes perder la virginidad

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