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¿Por qué es tu deber compartir lo que la vida te ha regalado?

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¿Por qué dejar para mañana, cuando te mueras, el legado que puedes compartir y disfrutar desde hoy? Es probable que la pregunta te cause sorpresa, y no me extraña. Cuando me la formulé por primera vez, te lo confieso, no supe qué responder. Durante unos minutos, mi mente divagó silvestre antes de encontrar la primera aproximación a una respuesta.

Que, no sobra decirlo, ya no es la misma. Es decir, en aquel momento, hace un par de años, la situación de mi vida personal y laboral era muy distinta de la actual. No mejor, no peor, solo distinta. La respuesta, entonces, daba cuenta de esa situación específica, pero hoy es distinta porque las circunstancias han cambiado. Unas para bien y otras, para no tan bien.

En el momento en el que escribo este contenido, estoy a poco más de dos semanas de cambiar de bando. ¿Sabes a qué me refiero? Dejo el bando de los asalariados, el de los trabajadores independientes, y paso al de los felizmente jubilados. Eso, sin embargo, no significa de manera alguna que vaya a dejar de trabajar, solo que lo haré de otra manera.

O, como bien lo dice Raphael, a mi manera. Comencé mi carrera profesional a finales de agosto de 1987, hace más de 38 años. No puedo dar crédito a todo lo que viví durante ese tiempo, a las maravillosas experiencias que la vida me dio la oportunidad de disfrutar. Solo puedo decirte que hasta ahora recibí más, mucho más, de lo que pude haber brindado.

El oficio de periodista no es fácil, pero ninguno otro lo es. Cada uno tiene sus afanes, sus dolores, sus problemas. Y cada uno, también, ofrece sus recompensas. Cuando arranqué esta aventura, honestamente, no tenía una obsesión o un camino que me apasionara más que otros. Mi sueño, desde niño, había sido el de ser periodista, así sin más, y lo era.

Sin imaginarlo, comencé como redactor de entretenimiento. Era un proyecto novedoso que para mí significó un aprendizaje inmenso, hermoso. Aficionado a la música desde niño, por cuenta de la radio, tuve la oportunidad de conocer y/o entrevistar a varios de mis ídolos. Por ejemplo, Raphael, Rocío Dúrcal, Franco De Vita o Yordano. Y forjé otros, como Facundo Cabral.

Y también me adentré en las profundidades humanas de seres maravillosos como Raquel Ércole, María Eugenia Dávila, Yamid Amat, Hernán Peláez Restrepo o Jota Mario Valencia. Todos ellos dejaron una huella indeleble en la historia de la radio y la televisión en Colombia, fueron referentes y también modelo para varias generaciones de actores y periodistas.

Tuve, después, un breve paso por una sección que se llamaba Suplementos Especiales. Se redactaban temas empresariales, económicos y de ocasiones especiales. Me enseñó que tenía la capacidad de escribir sobre cualquier temática y me sirvió para desarrollar habilidades, justo en un momento en que necesitaba aprender más, forjar un estilo.

La siguiente escala marcó mi carrera: me convertí en periodista deportivo. Si bien desde que me conozco fue fanático de los deportes, nunca pasó por mi mente la idea de especializarme en ese campo. No lo busqué, fue la vida, en su caprichosa sabiduría, la que me puso allí. Y se lo agradezco, por supuesto, porque descubrí la felicidad de trabajar en lo que te apasiona.

Viajé, conocí a otros ídolos, forjé nuevos y desarrollé un estilo que me permitió sobresalir en un ámbito en el que ser auténtico no solo te hace distinto, sino, a veces, incómodo. Escribí de ciclismo, pero era la época de las vacas flacas y nunca fui a un Tour de Francia o una Vuelta a España. Y, como redactor de fútbol, ser parte de un Mundial tampoco se dio.

Con la mano en el corazón, sin embargo, te confieso que no siento frustración alguna. Son avatares de la profesión. Si bien estoy seguro de que vivir una experiencia de esas me habría servido en lo profesional y en lo personal, lo que recibí de otras oportunidades lo compensó con creces. Nada que reprocharle a la vida o a la profesión, que me llevaron por otros caminos.

Escribí de muchos deportes, asistí a torneos importantes como Juegos Panamericanos, a finales de Copa Libertadores, a Mundiales de Ciclismo o patinaje. Lo mejor, ¿sabes qué fue lo mejor? Hice muchos amigos, grandes amigos. Colegas, deportistas, dirigentes, familiares de los deportistas o fanáticos del deporte que conectaron con mis relatos, con mis crónicas.

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente (posa el 'mouse' para continuar)
Lo que la vida te dio, maravillosas bendiciones, carece de sentido si no lo compartes con otros. Ese es tu legado y transmitirlo es tu responsabilidad.

Mucho más allá del ego, una asignatura que no es fácil dejar atrás, mi profesión me brindó el privilegio y el placer de conectar emociones, de tocar vidas. Generar impacto a través de tus escritos es muy distinto de como la gente se lo imagina, porque estableces un fuerte vínculo con personas que, a veces, nunca conoces. Más que admiradores, son almas gemelas.

Un privilegio y un placer que, por supuesto, van de la mano con una gran responsabilidad. No defraudarlos, no engañarlos, no traicionarlos, ser fiel a tu esencia, ser auténtico, ser tú mismo. Hacer tu trabajo tan bien como puedas, dar lo mejor de ti, ser un aprendiz constante. No se trata de ser perfecto, sino de ser humano: aceptarte íntegro, con lo bueno y lo malo.

Después, la vida me dirigió hacia el camino de la independencia, que es tan solo otra forma de decir desempleado. De las ligas mayores a la guerra del centavo. De la figuración mediática al ostracismo. Una ruta en la que, además, estás obligado a ser autosuficiente. Te conviertes en un pulpo multitarea para dar abasto con el estándar que pide el mercado.

En ese tránsito, a mi vida llegó el golf. Curiosamente, aunque había escrito de una variedad de deportes, mis caminos no se habían cruzado con los del golf. Nada sabía y mucho he aprendido. No es fácil, no es cómodo porque hay demasiada gente tóxica, pero me dio muchas satisfacciones. Hoy, es la disciplina que me mantiene activo como periodista.

También di un paso que me generaba una gran expectativa: escribí tres libros. Sin duda, una experiencia maravillosa que me enseñó mucho y que me mostró otras caras de la relación con el mercado, con los lectores. Es una de las actividades a las que dedicaré tiempo en esta nueva vida y un formato con el que me identifico plenamente en esta era de lo digital.

¿Por qué te comparto esta historia personal? Porque, quizás, tú te identificas con algunas de las situaciones de mi vida, quizás viviste algo parecido. Pero, sobre todo, porque quiero que entiendas que tienes la responsabilidad de compartir con otros lo que la vida te dio. Si no lo haces, si lo guardas solo para ti, se extinguirá, se marchitará y todo carecerá de sentido.

“Ahora que me pensiono voy a descansar”, es lo que escucho con frecuencia. Es una de las opciones y, por supuesto, es respetable. No es lo que he elegido para mí en esta etapa. Mi propósito es compartir conocimiento, experiencias y aprendizajes a través de las múltiples formas en que me lo permite mi profesión. Es una misión que me tracé hace años.

¿Sabes por qué? Porque la vida ha sido excesivamente generosa conmigo. Tanto en lo profesional como en lo personal. No hay de qué quejarse, no puedo quejarme. Por el contrario, le agradezco a la vida tantas maravillosas bendiciones y me concentro en devolver algo de lo que recibí. Cuanto más pueda compartir, cuanto más personas impacte, ¡mejor!

Compartir lo que eres, lo que sabes, lo que tienes, es regalar una parte de ti. De manera desinteresada, sin esperar nada a cambio, solo porque sientes que es tu propósito. O, quizás, porque entiendes que estás en capacidad de ayudar a otros. Es el mayor acto de generosidad y desprendimiento y el comienzo de una cadena de intercambio de beneficios.

“Cuando deje de trabajar voy a…” es una frase que casi todos decimos alguna vez en la vida. Tristemente, sin embargo, la mayoría nunca cumple, se va de este mundo con la asignatura pendiente. Y esta maravillosa etapa se convierte, entonces, en una pesada carga. Y la vida se transforma en un lacónico día a día, en un tránsito cansino hacia el final inevitable.

Estoy completamente seguro de que tú, que lees estas líneas, también tienes mucho para compartir. Y, además, algo que es valioso. No importa en qué etapa de la vida estás, porque el mejor momento siempre es hoy. Transmitir a otros lo que sabes, lo que eres, es la forma de retribuir las bendiciones recibidas o de cumplir con la tarea suprema de “dejar un legado”.

¿Crear un canal de YouTube? ¿Escribir un blog? ¿Un pódcast? ¿Plasmar tu esencia en las páginas de un libro? ¿Dar charlas presenciales o virtuales para transferir tu conocimiento y experiencias? ¿Crear cursos en internet? Estas son solo algunas de las opciones: elige tú la que más te guste, con la que pienses que puedes generar mayor impacto positivo.

La vida es hoy y no sabemos si habrá un mañana para nosotros. Y nada de lo que se te ha otorgado es para ti, ¿lo sabías? Solo somos intermediarios, mensajeros del universo a los que se nos encomienda la tarea de ayudar a otros, de servir a otros. Todo aquello que te fue concedido tendrá sentido solo si, después de enriquecerlo, lo compartes con los demás.

¿Por qué dejar para mañana, cuando te mueras, el legado que puedes compartir y disfrutar desde hoy? Quizás hoy no tengas una respuesta, pero cuanto más pronto la definas, mejor. Recuerda: todo lo relacionado con la vida terrenal se queda aquí y la única razón por la que alguien te recordará será por lo que compartiste con otros, lo que les regalaste a otros…

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La música, un manantial inagotable de geniales ideas

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Celia Cruz tenía razón: ¡la vida es un carnaval! Luces, alegría, color, sabor y, claro, música. Un carnaval que cada uno disfruta a su manera. O lo sufre, también. Puedes ser el héroe de una ranchera, el villano de un tango, el enamorado empedernido de una balada. O el frenético guitarrista de una banda de rock, el parrandero de un vallenato o el fiestero de la salsa…

Cada uno escribe su propia historia, su propia canción. Lo que se me antoja genial es que cada día puede vivirse al tenor de un ritmo distinto. No hay limitaciones, más allá de las que te imponen tu creatividad, las circunstancias y tus emociones. En un mismo día, inclusive, puedes bailar varios ritmos, al vaivén de los acontecimientos. ¡La vida es un carnaval!

Cuando reveo el carrete de mi vida, siempre hay un radio a mi lado. Tenía uno grande, de esos que para funcionar necesitaban conectarse a la corriente eléctrica y el dial se movía de manera manual. Luego tuve un transistor, de batería, que llevaba conmigo a todos lados. Más adelante llegaron el walkman (¡qué maravilla de invento!) y, claro, los dispositivos digitales.

Siempre he creído que la radio es la mejor compañía. Es una especie de caja de Pandora que esconde miles de sorpresas. Las emociones del deporte, el impacto de las noticias diarias, el entretenimiento de las entrevistas y la magia de las canciones. Y más. Durante muchos años, lo primero que hacía al despertar era prender la radio y solo la apagaba antes de ir a dormir.

Sin duda, mi vocación por el periodismo responde a la influencia que la radio tuvo en mi vida en esos años de infancia y adolescencia. No en vano, mis primeros ídolos surgieron de esa cajita mágica: narradores deportivos, periodistas, deportistas y cantantes. Pedro Vargas, José Alfredo Jiménez, Raphael, Armando Moncada Campuzano, Yamid Amat, Hernán Peláez…

Aprendí que había un ritmo musical que se conectaba directamente con cada estado emocional. Quizás por eso mis gustos musicales siempre fueron diversos: ranchera, balada, bolero, vallenato, tango, salsa… Más adelante, en la adolescencia, música latinoamericana (en algún momento, de protesta), bailable (cumbia, merengue). Una colección interminable.

Con el tiempo, me convertí en periodista y, vaya ironía, qué alegría, mi primer trabajo me dio el privilegio de disfrutar de algunos de mis ídolos. Era redactor de una revista de espectáculo y entretenimiento y entrevisté a Raphael, Rocío Dúrcal, Facundo Cabral, Franco De Vita, Yordano, Timbiriche (Thalía, Edith Márquez, Paulina Rubio) y me hice amigo del Binomio de Oro.

Con ellos, Rafael Orozco (qepd) e Israel Romero, disfruté parrandas inolvidables, hasta amanecer, haciendo gala del título de uno de sus primeros éxitos. Creé una biblioteca musical que hoy es tanto uno de mis más valiosos tesoros y un orgullo. Tengo unos 300 acetatos y más de mil discos compactos. ¿Lo mejor? Toda la música está digitalizada en un dispositivo.

Y va conmigo a todas partes. Son más de 15.000 canciones que en conjunto resumen mi vida. Son como un maravilloso viaje al pasado, a esos recuerdos imborrables, a esos momentos inolvidables. También, a los amigos y circunstancias que sirvieron de excusa perfecta para escuchar música, para compartir. Para mí, antes y ahora, la música es felicidad pura.

Lo insólito es que muchos años después, cuando el oficio de narrar historias se convirtió en mi sello como periodista, primero, y como creador de contenidos digitales, después, me di cuenta de que todo había comenzado con la música. No fue algo planeado, sino casual, un capricho de la vida que agradezco infinitamente y procuro disfrutar y aprovechar cada día.

Te explico: siempre tuve problemas para memorizar. En el colegio, claro, esa dificultad me enfrentó a serios retos. En la música, así escuchara la canción decenas de veces, no podía aprenderme la letra. Entonces, decidí darme a la tarea de transcribir la letra de las canciones y tenía varios cuadernos a los que acudía cuando quería cantar. Así aprendí las letras.

Pero no fue solo eso. Dado que cada ritmo musical incorpora una estructura específica y distinta de los demás, sin querer queriendo mi cerebro las incorporó y aprendí a contar historias. Cuando comencé a escribir como periodista, esa habilidad afloró y me permitió diferenciarme de mis colegas: me convertí en storyteller a partir de cantar canciones.

Puede parecerte increíble, o quizás una mentira. Sin embargo, es la verdad. Jamás leí algún texto relacionado con la creación de historia, con copywriting o algo por el estilo. Tampoco me lo enseñaron en la universidad. Fue un aprendizaje espontáneo que adquirí de escuchar distintos ritmos, de aprenderme la letra, de cantarlas a grito herido una y otra vez, y una más.

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La música siempre ha ocupado un lugar importante en mi vida. Como compañía, como aliento, como paño de lágrimas y, en especial, como vínculo. En esas parrandas conocí a personas que luego fueron amigos por mucho tiempo con los que compartí momentos que no olvido. Experiencias sin filtros, en las que cada uno se mostraba tal como es.

Diversos estudios científicos, de antes y de ahora, han demostrado que la música le encanta al cerebro. De hecho, está comprobado que al nacer los bebés reconocen la música que escucharon mientras estaban en el vientre de mamá. Y también se sabe que a través de la música, de las canciones, nos relacionamos con el mundo exterior y aprendemos sobre él.

Una influencia muy importante proviene del entorno. En mi caso, por ejemplo, el gusto por las rancheras fue heredado de mi padre; por las baladas, de mi madre; por el vallenato, de mis amigos. Otra característica especial es que adquirimos nuevos gustos musicales a medida que crecemos, que tenemos contacto con más personas, que vivimos más experiencias.

Según el músico y periodista científico canadiense Michel Rochon, experto en el tema, “los científicos creen que el Homo sapiens empezó a hacer música hace cien mil años para comunicarse. Y no solo eso: “También, para aprovechar sus poderes con fines de supervivencia”. Todas las civilizaciones y todas las culturas crearon y disfrutaron la música.

“Es nuestra mejor amiga”, dice Rochon. “Lo mejor es que podemos elegir la música que mejor se adapta a la emoción del momento”. Todos tenemos una canción que nos hace reír, o llorar, o reflexionar, o bailar, o recordar viejos amores, o añorar la juventud. Según el experto, esa es la razón por la cual la música es crucial para la cohesión social y la felicidad personal.

Cada etapa de la vida está acompañada de música. Que, por supuesto, cambia a medida que crecemos, que evolucionamos. Música que, además, nos ayuda a forjar una identidad, una mentalidad. Que, también, y esto se me antoja maravilloso, nos permite ir y venir en el tiempo, regresar a la infancia o la juventud, revivir momentos que disfrutamos con personas que ya no están.

“Cuando escuchamos la música 20 o 30 años después, nos trae recuerdos importantes sobre quiénes éramos y las batallas que libramos para construir nuestra identidad. Esto demuestra el poder y la importancia de la música en nuestra vida”, dice Rochon. Tan importante, que es posible contar la historia de nuestra vida a través de las canciones que nos han marcado.

No sé qué sería de mi vida sin música. O, de otro modo, no concibo mi vida sin música. Y no concibo, tampoco, mi trabajo sin la influencia de la música. Tanto que, quizás lo sabes, me atrevo a catalogar a José Alfredo Jiménez como el copywriter más brillante que conocí. Y otros autores, como Juan Gabriel, Armando Manzanero o Marco Antonio Solís, son fuente de inspiración.

Y ese es, precisamente, el mensaje que te quiero transmitir en este contenido. Para cada situación de tu vida, positiva o negativa, siempre hay una canción ideal. Una que encaja perfectamente para permitirte gestionar las emociones del momento. Y esas canciones, esos recuerdos, esas experiencias, esos aprendizajes, son ideas para crear contenidos.

Sí, muchos de los contenidos que comparto contigo a través de canales digitales, en múltiples formatos, están inspirados en canciones que son parte de la historia de mi vida. Escuchar música es uno de los consejos que doy a quienes me dicen que están bloqueados o que no se les ocurre una buena idea. ¿La clave? Elegir bien la canción que conecte con la emoción del momento.

Hay quienes, por otro lado, me dicen que no se animan a contar su historia personal. ¿El motivo? Se sienten vulnerables, piensan que otros se van a aprovechar de esas debilidades. ¿La solución? La música. Si no me crees, te propongo un ejercicio, uno sencillo. Uno que no tienes que compartir con nadie, uno que te servirá como una profunda introspección.

¿Te animas? Solo tienes que elegir diez canciones (o 5, las que tú quieras) que representen momentos importantes de tu vida en diferentes etapas. Por ejemplo, alguna de la niñez, otra de la adolescencia, una de la universidad, la que le dedicabas a la que hoy es tu pareja, la que coreabas con tu familia en el cumpleaños del abuelo o en Navidad, y así sucesivamente.

Tienes dos opciones: o utilizas las canciones elegidas para contar tu historia, para escribir tu historia, o haces una historia independiente a partir de cada canción. O las dos, ¿por qué no? Ponle buena onda, escucha las canciones varias veces antes de sentarte a escribir. También es conveniente que establezcas un libreto, una estructura, para evitar que la improvisación te estorbe.

Celia Cruz tenía razón: ¡la vida es un carnaval! Luces, alegría, color, sabor y, claro, música. Y a mí lo que más me gusta del carnaval, lo que más disfruto, es la música. La música me lo ha dado todo: momentos inolvidables con seres queridos, amigos, experiencias imborrables, además de ser un ilimitado manantial de ideas para crear contenido de valor, de impacto.

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“Inspiración, ven a mí (por favor…)”: no te lo creas, ¡ella ya está en ti!

Ese es un clamor que escuchamos sin cesar, en especial cuando vamos a comenzar un proceso creativo. Que no se limita a la escritura, sino que abarca también la música, la pintura, la escultura y hasta la cocina. Es decir, todos aquellos en los que la creatividad es un ingrediente básico, el que le da el toque original a tu producción, el que te diferencia del resto.

Los seres humanos, quizás por nuestra naturaleza, también porque es lo que nos enseñan en la niñez y lo que reforzamos durante el resto de la vida, nos obsesionamos con buscar lo que ya poseemos. La versión más perversa es que nos obsesionamos con comprar algo inmaterial que nadie puede ofrecernos: la salud, la felicidad, el amor, la paz, la imaginación y la creatividad.

Todos nacemos saludables, en esencia. Inclusive, las personas con algún tipo de discapacidad pueden vivir una vida normal si consiguen adaptarse. Lo demás, la conservación de esa salud, depende de cada uno: de los hábitos que adquirimos, de nuestro comportamiento, de cuánto amamos y respetamos nuestro cuerpo, de cuánto lo cuidamos, lo cultivamos, lo potenciamos.

Todos tenemos mil y un motivos cada día para ser felices. Sin embargo, son muy pocos los que aseguran ser felices. El problema es que nos dicen que la felicidad es un destino, y no es así; nos dicen que la felicidad es un estado, y no es así. La verdad (al menos, así lo creo), es que la felicidad es una actitud que nos permite disfrutar la vida, inclusive en los momentos difíciles.

Todos nacemos rodeados de amor, fruto del amor. Y tenemos la posibilidad de brindar amor. De mil y una forma, en todas y cada una de las situaciones de la vida. Amor de padres, amor de hijos, amor de hermanos, amor de amigos, amor de cuidadores (de nuestras mascotas, por ejemplo), amor en general, que se disfraza de caridad, de generosidad, de solidaridad.

Todos tenemos tanta paz como deseemos. Por supuesto, hay circunstancias que no es posible controlar, que se presentan como aprendizajes camuflados que encierran alguna lección para nosotros. Luego, esa paz dependerá de la calidad de personas las que te rodees, de que te alejes de personas y ambientes tóxicos que nada te aportar, que seas tu propia prioridad.

Y, ya lo supondrás, todos tenemos imaginación y creatividad. Y no una dosis limitada, ¡sino toda la que es posible atesorar! La imaginación y la creatividad están ahí, son parte de la configuración de origen de todos los seres humanos, pero cada uno tiene que encontrar cómo se manifiesta, cuál es la habilidad que te permitirá generar un impacto positivo con ellas.

¿Entiendes? No tienes que salir a buscarlas en ninguna parte. Nadie te venderá imaginación o creatividad, nadie te las transferirá, porque ya están en ti. De hecho, y esto es importante que lo comprendas, nadie te enseñará a ser imaginativo o creativo: tú, solo tú, podrás descubrir para qué te sirven, cómo utilizarlas. La premisa es que sea en beneficio de otros.

Cuando una persona me pide que le ayude a escribir, lo primero que me interesa que esté claro es que ya sabe escribir. Es decir, no vamos a partir de cero, sino que vamos a identificar en qué punto del proceso se encuentra, cuáles son las virtudes que tiene y, por supuesto, las dificultades que le impiden avanzar. Por lo general, más que dificultades se trata de miedos.

Miedo a fracasar, miedo a quedarse a mitad del camino, miedo a que lo que escribes no le guste a nadie, miedo a la crítica negativa, miedo a que a nadie le interese… Lo primero que hay que entender es que escribir es una aventura llena de riesgos: solo los que están en capacidad de asumir, de vencerlos, pueden escribir textos, contenidos u obras dignas de leer y recordar.

Pero, volvamos al comienzo: la inspiración no llega a ti porque ya está en ti. No necesitas ir a buscarla en ningún lado, porque ya la tienes. Está en todos y cada uno de los gratos recuerdos de tu niñez, en los momentos inolvidables que has vivido con tus amigos, en los instantes felices que experimentaste con tu familia, en las risas que compartes cada día con tus hijos.

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Está, así mismo, en esos logros que tanto te costaron y de los cuales te sientes muy orgulloso, o en el conocimiento que has adquirido gracias a tu disciplina y disposición para aprender. O en los maravillosos libros que has leído desde la niñez, o en las canciones que escuchas y que te transportan a escenarios increíbles o en las series y películas que has visto una y otra vez

El problema con la imaginación y la creatividad es que creemos, porque así nos lo enseñan, que están ligadas a algo extraordinario. Y la verdad es distinta: las mejores ideas, aquellas que marcan la diferencia y que atraen la atención, son aquellas que están ligadas a lo que tantas veces pasamos por alto: los pequeños detalles y las emociones. ¿Habías caído en cuenta?

Todo, absolutamente todo lo que está a tu alrededor, lo que sucede a tu alrededor, es una inagotable fuente de imaginación y creatividad. Sin embargo, lo más valioso se encuentra en los detalles y en las emociones. Para apreciar y aprovechar los detalles debes usar estas dos habilidades: observar y escuchar. Te ayudarán a activar tu imaginación y tu creatividad.

Las emociones son tan poderosas que condicionan lo que pensamos y lo que creemos, en consecuencia, también lo que hacemos. Cuando estamos alegres y confiados, nos sentimos invencibles; mientras, en medio de la tristeza y la confusión somos vulnerables. Cuando la vida nos sonríe con salud, bienestar y prosperidad, los miedospasan a un segundo plano.

Mentiría si te dijera que es posible dominar las emociones: nadie lo hace. Sin embargo, sí es posible aprender a tomar distancia de ellas, abstraerte de su entorno. Así, les quitarás el poder que ejercen sobre ti, evitarás que jueguen contigo. Esa, créeme, es una de las habilidades que un buen escritor (o cualquier otro creativo, sin importar la especialidad) debe aprender.

Las emociones que experimentas en las diferentes circunstancias de tu vida son una increíble e ilimitada fuente de inspiración y creatividad, siempre y cuando no te dejes llevar por ellas. Si puedes verlas en perspectiva, te servirán para ver esos pequeños detalles que los demás omiten, para descubrir los secretos que esconden esas situaciones debajo de lo obvio.

No pretendas que la inspiración, la musa o como la quieras llamar, llegue a ti y te ilumine. Eso no va a ocurrir. Es una mentira que se ha propagado con el fin de venderte productos que, en teoría, te van a permitir inspirarte. Sin embargo, repito: es una mentira. La inspiración está dentro de y solo tienes que descubrir cómo activarla, tomar control de ella y aprovecharla.

Tu tarea consiste en saber qué te inspira: ¿la música? ¿La lectura? ¿El deporte? ¿El cine? ¿Una actividad al aire libre? ¿Jugar con tu mascota? ¿Salir con tus amigos a tomar cerveza? ¿Estar con tu pareja? ¿Caminar solo por un parque? ¿Meditar? ¿Conversar con tus padres o con tus abuelos? ¿Ayudar a tus hijos con las tareas escolares? ¿Qué es, en últimas, lo que te inspira?

La buena noticia es que no es una sola actividad, no hay una sola fuente. De hecho, lo más probable es que sea una combinación de varios o, por qué no, de todas las anteriores (y, claro, de algunas más que solo tú conoces). Una vez lo hayas identificado, enfócate en las emociones que experimentas en esas situaciones, en los pequeños detalles que la mayoría omite.

Una pista: eso que tantos llaman inspiración no es más que una oportunidad. Si la dejas ir, tienes que crear una nueva, propiciar otra. Pero, por favor, no olvides lo importante: la imaginación y la creatividad están en ti, así que cuanto mayor sea tu autoconocimiento, mayor será la información que obtendrás de ese apasionante viaje a lo más profundo de tu interior.

La próxima vez que te den ganas de invocar a la tal inspiración (que no existe), más bien despójate de los miedos y acepta la aventura de explorar en tu vida (pasado y presente) y en tus sueños e ilusiones (futuro). Profundiza tanto en lo doloroso, como en lo que te produjo placer, en lo que te hizo llorar y lo que te provocó felicidad. Luego, deja correr la imaginación

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