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Descubre y activa tu ‘héroe interno’ para saber qué clase de escritor eres

Todos los seres humanos, absolutamente todos, llevamos dentro un héroe que se manifiesta de diversas formas. Por ejemplo, la fortaleza que exhibimos en situaciones dolorosas como una pérdida o una ruptura sentimental. También, esa dosis adicional de resistencia que aparece cuando las fuerzas están a punto de extinguirse, cuando estamos a punto de tirar la toalla.

En virtud del poder ilimitado de la mente, cada ser humano es un arsenal interminable de recursos, de herramientas. El problema, porque siempre hay un problema, es que nos acostumbramos a utilizar unas pocas, las básicas, y nos olvidamos del resto. Es lo mismo que sucede cuando compras un nuevo teléfono celular: aprovechamos muy pocas de sus funciones.

¿Por qué? En esencia, porque los seres humanos somos muy cómodos y, tanto por lo que nos enseñan como por el ejemplo que recibimos, tendemos a realizar el menor esfuerzo posible. En todo, absolutamente en todo lo que hacemos. Nos cuesta salir de la zona de confort porque entendemos que significa un esfuerzo adicional, adquirir conocimiento o desarrollar una habilidad.

“No tengo tiempo”, “Ahora estoy ocupado”, “Quizás más tarde”, “La próxima semana”, “En este momento tengo otros intereses” y otras más son las disculpas que esgrimimos. Lo hacemos de manera automática, sin caer en cuanta que carecen de peso o, peor, de lo que nos perdemos por haber asumido esa actitud de comodidad. Lo hacemos para no ser desaprobados por los demás.

Todos los seres humanos, absolutamente todos, llevamos dentro un héroe, un superhéroe. Que es distinto del de otras personas porque está condicionado especialmente por nuestros principios y valores, por nuestros dones y talentos y, también, por el ambiente en el que crecimos y en el que vivimos. Está siempre ahí, aunque no lo percibas, a la espera de que lo llames a actuar.

Ese superhéroe interior es una fuerza que, tristemente, fruto de la enseñanza que recibimos, solo utilizamos en momentos de aprieto, en circunstancias negativas. Lo invocamos cuando ya no nos queda otra opción, cuando sentimos que estamos perdidos. Así mismo, creemos que es algo que está fuera de nosotros, como un ser superior, un ser querido fallecido o, por ejemplo, un ángel.

Y ese, sin duda, es un grave error. ¿Por qué? Porque debes entender que todo lo que necesitas para ser exitoso, para ser feliz, para conseguir lo que deseas (cualquier cosa que esto signifique) está dentro de ti. Ya viene incorporado en ti cuando naces, en la configuración por defecto. Sin embargo, lo dejamos oculto, lo menospreciamos porque desconocemos sus grandes poderes.

Ahora, es menester saber, así mismo, que todo superhéroe incorpora un antihéroe. Recuerda que todas las monedas, absolutamente todas, tienen dos caras y los seres humanos no somos la excepción de la regla. El antihéroe, a diferencia del superhéroe, está más presente a través de las creencias, de los pensamientos, de las emociones: se manifiesta, en especial, con los miedos.

El antihéroe que hay en ti es esa voz interior que te frena, que te condiciona, que te convence de no entrar en acción, de no salir de tu zona de confort, de no hacer nada. También, y de manera muy especial, son todos aquellos pensamientos y mensajes que están grabados en nuestra mente y que nos dicen “No puedes”, “Eso no es para ti”, “No te lo mereces” y otros por el estilo.

La vida, entonces, es una incesante lucha entre el superhéroe y el antihéroe. Una lucha que, no sobra recalcarlo, solo termina el día en que dejas este mundo. ¿Cuál resulta vencedor? Aquel que tú elijas, aquel rol que prefieras protagonizar. El resultado de tu vida, lo que obtengas de ella en cada una de las actividades que realices, está condicionado por el quién triunfa en esa batalla.

 

 

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El superhéroe, como mencioné, está estrechamente ligado a quien eres, a cómo eres, a lo que te enseñaron, a la clase de mensajes con que fue programado tu cerebro en la niñez. Algunos nacimos para ser Supermán; otros, para encarnar a Batman; algunos, para ser el Hombre Araña y otros, para personificar a la Mujer Maravilla. Su propósito, su misión y sus poderes son diferentes.

¿Cómo saber, entonces, qué tipo de superhéroe hay dentro de ti? La clave está en el autoconocimiento, en saber cuáles son tus fortalezas y tus debilidades. Esta es una premisa que se aplica a todas las actividades en la vida, porque si bien los seres humanos en esencia tenemos las mismas capacidades, también es cierto que algunas habilidades se nos dan más fácil que otras.

Por ejemplo, todos podemos cantar. Sin embargo, no todos podemos ser cantantes profesionales porque no desarrollamos la habilidad. Todos podemos practicar el tenis, pero no todos podemos ser competitivos porque no tenemos la disciplina y la constancia para entrenar. Todos podemos escribir, pero no todos somos escritores porque la mayoría solo escribe cuando es indispensable.

¿Entiendes? Todos incorporamos un buen escritor, pero eso no significa, de manera alguna, que vayamos a ser profesionales de la escritura. Quizás, nada más, aficionados o recreativos, pero hacerlo bien y, sobre todo, estar en capacidad de transmitir un mensaje poderoso, de generar un impacto positivo en la vida de otras personas con nuestro conocimiento y experiencias.

Una de las dificultades que enfrentamos cuando queremos comenzar a escribir es que desconocemos cuál es nuestra personalidad, a qué superhéroe personificamos. Pensamos que tenemos la capacidad de ser novelistas, pero quizás estamos hechos para escribir cuentos cortos; le apuntamos a la poesía, pero nuestros dones y talentos nos conducen a los relatos románticos.

Por supuesto, cualquier ser humano está en capacidad de escribir lo que le plazca, cualquier género o estilo. Por supuesto, así mismo, habrá algunos que se le den más fácil y otros que van a requerir mayor esfuerzo y, sobre todo, preparación. Como dice el dicho “Si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos”: identifica cuál es tu personalidad como escritor y aprovéchala.

Saber qué superhéroe hay dentro de ti, conocer sus poderes y sus debilidades, su propósito y misión, te ayudará a comenzar a escribir y a definir tu estilo. ¿Cómo? Aprovechando tus fortalezas, entendiendo cuáles son tus limitaciones, estableciendo cuáles son tus enemigos y, algo crucial, qué espera el mundo de ti. Además, sabrás cómo debes actuar en cada situación que enfrentes.

Descubrir y activar tu héroe interno es uno de los primeros pasos que debes dar cuando vas a escribir. De esa forma, podrás desarrollar tu estilo, entender cuál es el tipo de escrito que mejor va contigo, con tus dones y talentos, con tu personalidad. Además, y por supuesto que no es un dato menor, te permitirá disfrutar más la escritura y te ayudará a transmitir un mensaje de impacto.

El peor error que cualquier persona puede cometer a la hora de escribir es pretender copiar a otro, por más exitoso que este sea. Ser únicos y diferentes nos hace valiosos, de ahí que sea una necedad renegar de los dones y talentos que poseemos por imitar un modelo ajeno. Es a partir del autoconocimiento de las fortalezas y debilidades que nuestro mensaje tiene poder e impacto.

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Cuando quieres escribir como ‘profesional’, pero eres un ‘amateur’

Desde la niñez, a todos los seres humanos nos programan para que seamos los mejores en todo lo que hagamos: el estudio, el trabajo, las relaciones, los negocios o, inclusive, en los pasatiempos. No basta con disfrutarlo, no basta con sacar algún provecho: tenemos que ser los mejores. El resultado es que esta creencia se convierte en el principal obstáculo, uno a veces insalvable.

Una de las experiencias más tóxicas a las que el ser humano se somete es aquella de asumir la vida como una competencia. Sí, esa mentalidad de “tienes que ser el mejor, el número uno”. Por supuesto, casi nunca logramos ese objetivo. Quizás en alguna actividad, sí, pero no en las demás. Entonces, el resultado es que nos frustramos, nos autoflagelamos, nos llenamos de resentimiento.

Lo peor, sin embargo, es que nos convencemos de que somos unos perdedores. Dejamos que el miedo nos invada, permitimos que la mente se llene de pensamientos tóxicos y negativos que, a su vez, condicionan nuestras acciones y decisiones y entramos en una especie de espiral sin fin y la vida se nos convierte en algo insufrible. Entonces, nos rendimos ante la patética sentencia: “¡No puedo!”.

Es algo que vemos con frecuencia en los niños que practican deporte o que realizan alguna actividad artística, como tocar un instrumento musical. Están tan condicionados por aquella idea de ser los mejores, que la mayoría de las veces sucumben a la presión. No porque no sean buenos, porque carezcan de talento o porque no puedan hacerlo mejor, sino porque no están preparados.

Exactamente lo mismo ocurre con las personas que quieren escribir. Comunicarse es una habilidad incorporada en todos los seres humanos. Todos, absolutamente todos, estamos en capacidad de comunicarnos a través del lenguaje verbal (hablar, cantar), del no verbal y del escrito (escribir, pintar). La diferencia, lo sabemos, es que solo algunos desarrollamos esas habilidades.

En otras palabras, algunos desarrollamos unas habilidades y otros, unas diferentes, cuando en realidad deberíamos aprovecharlas todas. Por lo general, desarrollamos aquellas que son necesarias en el ámbito en el que nos desenvolvemos o, de otra forma, solo las desarrollamos cuando son indispensables. La verdad es que siempre son necesarias, siempre son indispensables.

Pero, claro, somos muy hábiles para hacerles el quite, para pasar de agache. Por supuesto, lo más fácil es hablar, entonces desarrollamos parcialmente esa habilidad del lenguaje verbal. Y digo parcialmente porque cuando tenemos que hablar en público, así sean unas pocas personas, o cuando debemos hacer una presentación formal o ir a una entrevista, descubrimos la verdad.

¿Cuál verdad? Que no sabemos comunicarnos bajo presión, en aquellos ambientes o situaciones en las que nos sentimos a la defensiva. Eso, en pocas palabras, significa que aún no desarrollamos esa habilidad, no al máximo. Y si nos referimos al lenguaje escrito, peor. Acaso aprendemos a tomar notas, pero que no nos digan que escribamos una carta, un ensayo o un artículo.

De nuevo, nos enfrentamos a una realidad decepcionante: el dominio que tenemos de esa habilidad es precario. Y, claro, nos vamos por el atajo, por el camino fácil: “¡No puedo!”. Y sí, todos podemos, absolutamente todos. La cuestión, no me canso de repetirlo, es que no sabemos cómo hacerlo, es que no tenemos un método establecido o, peor, tenemos una idea equivocada.

¿Cuál idea? Que debemos escribir perfecto. Y perfecto, lo repito a cada rato, no escribe nadie. Y mucho menos alguien que escribe de manera esporádica, que no tiene un estilo propio, que no ha diseñado un método de trabajo, que no ha determinado una estructura. El problema es que casi todos somos escritores aficionados, pero queremos escribir mejor que un escritor profesional.

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Y, no, así no funciona. Ni para escribir, ni para cualquier otra actividad en la vida. Profesional no es solo aquel al que le pagan por lo que hace, sino especialmente alguien que hace eso todo el tiempo, que todo lo que hace está relacionado con esa actividad específica. Por ejemplo, un deportista: no solo practica su especialidad, sino que va al gimnasio, se alimenta bien, descansa, en fin.

Por mucho que te guste el tenis, por más que practiques una o dos horas tres o cuatro veces a la semana y compitas con tus amigos el fin de semana o en alguna liga o club, jamás llegarás al nivel de Roger Federer o Rafael Nadal. Y no porque carezcas del talento, que seguro lo tienes, sino porque tienes rutina de amateur y ellos son profesionales. Viven para el tenis las 24 horas del día.

Escribir es una habilidad que todos podemos desarrollar, es cierto. Sin embargo, para ser un buen escritor no solo hay que desarrollar la habilidad y practicar constantemente, sino que además debes pagar un precio. ¿Cuál? El de cumplir el proceso. ¿Cuál proceso? El de escribir mal al comienzo y requerir preparación, disciplina, perseverancia y ayuda para aprender a hacerlo bien.

La gran diferencia entre un amateur y un profesional, en cualquier actividad en la vida, radica en que el profesional hace lo que sea necesario para conseguir el objetivo que se propone. Lo que sea necesario. Aunque implique sacrificio y mucho esfuerzo. Aunque signifique renunciar a otras cosas para enfocarse en eso que desea conseguir. Aunque le cueste sudor y lágrimas, muchas lágrimas.

Si en verdad quieres escribir, pero no quieres llegar a ser un profesional, no te exijas como si lo fueras. ¡Olvídate de las benditas expectativas!, a las que me refiero en esta nota. Ser un escritor aficionado no significa, de ninguna manera, estar condenado a ser un mal escritor. Sácate esa creencia limitante de la cabeza, porque es una gran mentira, simplemente una excusa.

Recuerda: hay un buen escritor dentro de ti y solo tienes que hallarlo, activarlo y disfrutarlo. Y tampoco olvides que el talento viene incorporado, pero que además de la habilidad de escribir debes desarrollar estas otras 10, que son complementarias. Lo que sucede es que es más fácil excusarse con el patético “¡No puedo!” que salir de la zona de confort y hacer lo necesario.

Detrás de esa excusa lo que hay es una gran comodidad. Prefieres jugar con el celular, ver una serie en la televisión, dormir una siesta o irte a charlas con los amigos en vez de hacer lo necesario para descubrir, activar y disfrutar el buen escritor que hay en ti. Y, por supuesto, está bien, nadie puede juzgarte por eso, es tu elección y es respetable. Pero, si quieres escribir, debes cambiar tu mentalidad.

Escribir, créeme, es un inmenso privilegio exclusivo de los seres humanos. Ninguna otra especie de la naturaleza puede hacerlo. Además de ser un placer hacerlo bien, escribir es una terapia que nos cura de la mayoría de los males modernos de la humanidad: estrés, depresión, angustia, soledad o miedo. Y, no lo olvides, es una apasionante aventura de creación y de autoconocimiento.

Desde la niñez, a todos los seres humanos nos programan para que seamos los mejores en todo lo que hagamos. A la hora de escribir, sin embargo, ese calificativo de ser mejores no existe, no se aplica. Puedes escribir para ti, sin compartirlo con nadie, sin publicarlo en ninguna parte, solo por el gusto de crear, porque te diviertes, porque es un reto, porque te ayuda a ser tu mejor versión.

Si no desarrollaste la habilidad, si no tienes un método, si no encontraste tu estilo, si no practicas, jamás escribirás como un profesional. Entonces, no te lapides, no te autocensures: acepta el reto, vive la aventura sin prevenciones y comienza a escribir. Es un proceso que exige paciencia y una alta dosis de disciplina, pero las recompensas son maravillosas. ¡No te las niegues, disfrútalas!