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Cuando te miras al espejo, ¿a quién ves? Cuando escuchas a otros hablar de ti, ¿qué dicen? Cuando miras el espejo retrovisor de tu vida, ¿qué observas? Cuando haces un balance de la vida que has construido, ¿estás satisfecho? Estos interrogantes, que para algunos pueden ser incómodos, deberíamos responderlos con seguridad, recitarlos casi de memoria.
La realidad, sin embargo, nos muestra algo distinto: la mayoría de las personas rehúye la respuesta. O se aleja tan pronto escucha las preguntas. ¿Por qué? Por el consabido temor a ser rechazados, cuestionados o criticados, a recibir la desaprobación de otros. A mi juicio es una idea equivocada, porque son interrogantes para formularse y responder uno mismo.
Es decir, se trata de un ejercicio de introspección. Sí, esa apasionante aventura que muy pocos nos atrevemos a experimentar: el viaje a nuestro interior. A las insondables profundidades de nuestro ser, allí donde reposa nuestra esencia en su estado más puro. A ese baúl de recuerdos y experiencias en el que también reposan los miedos y los fracasos.
Una realidad patética de las redes sociales, de los canales digitales en general, es que en ellas todos intentamos posar de perfectos. En mayor o menor medida, en una u otra actividad. No solo exageramos lo que consideramos es bueno, sino que, en especial, nos esmeramos en tratar de ocultar lo malo. O lo que nos desagrada o nos produce vergüenza.
Dentro y fuera de las redes sociales, dentro y fuera de internet, en la vida real, la autenticidad es un bien escaso. Quizás porque lo asociamos con la vulnerabilidad y nos da temor que los demás se aprovechen. Entonces, erigimos muros para protegernos, nos ponemos una armadura, nos resguardamos en una trinchera para evitar un eventual daño.
El problema, porque siempre hay un problema, es que así no se puede vivir. Así no es la vida. Nadie, absolutamente nadie, es perfecto. De hecho, nadie, absolutamente nadie, está cerca de serlo. La vida consiste en aceptar lo que somos, cómo somos, y aprender a lidiar con esas características. Que, no sobra recordarlo, nos convierten en algo único y especial.
Además, seguro ya lo sabes, la vida nunca se da, nunca resulta como la esperamos. A veces, muchas veces, se da mejor, resulta mucho mejor. Sin embargo, nos enfocamos en lo que no se dio, en lo que no llegó, en lo que se fue, en lo que nunca sucederá, en lo que no se presentará. Es algo que aprendemos de otros, de nuestro entorno, y que replicamos con gran disciplina.
Dicho en otras palabras, nos pasamos la vida aparentando lo que no somos, intentando ser quienes no somos. Y así se nos va la vida, la desperdiciamos. Por suerte, siempre recibimos una segunda oportunidad. Una a través de la cual la vida nos brinda la posibilidad de mirarla de otra manera, de vivirla de otra manera. Y, sobre todo, de agradecerla, de disfrutarla.
De hecho, no es una oportunidad, sino cientos de ellas, miles de ellas. Cada nuevo día es una oportunidad. Algunas las aprovechamos, pero la mayoría la dejamos pasar en vano. Quizás porque estamos convencidos de que vendrán más, muchas más, cuando la verdad irrefutable de la vida, la realidad insoslayable, es que no sabemos cuánto tiempo nos queda.
Asumimos, porque así nos lo enseñan, que llegamos a este mundo en la búsqueda de respuestas. Sin embargo, es justo lo contrario. ¿Eso que significa? Que estamos acá para brindar respuestas a los interrogantes de otros, a los miedos de otros, a los sueños de otros. Esa es la razón por la cual cada día la vida riega maravillosas bendiciones en nuestra vida.
El conocimiento, las experiencias, el aprendizaje de tus errores; el contacto con otros, con la naturaleza, con otras especies. Todo, absolutamente todo lo que nos es concedido, solo tiene un fin: ayudarnos en la misión que nos ha sido encomendada, la de construir nuestra mejor versión, una marca inspiradora, y compartirla con los demás. De eso trata la vida.
Si bien el concepto de marca personal es relativamente nuevo, poco menos de tres décadas, se instaló con rapidez en todos los ámbitos. En especial, en el laboral. Por cierto, es un grave error pensar, como tantos, que la marca personal es exclusiva del trabajo y que todos los demás ámbitos se excluyen. En verdad, la marca personal es el ciento por ciento de tu vida.
O, si lo prefieres, tu vida es tu marca y tu marca es tu vida. Si has leído alguno de los artículos que he publicado sobre este tema (que seguro lo sabes me apasiona) sabrás que entiendo que la marca no se construye o se crea. ¿Entonces? Se vive. Desde el momento en que naces hasta el instante en el que agotas el último suspiro. Vivimos en modo marca personal.
Moraleja
En algún momento, todos nos inquietamos por lo que nos sucede en la vida. “¿Por qué a mí?”, “¿Por qué esto?”, pensamos, en especial en eventos negativos o traumáticos. Estamos tan absortos en el frenesí, en la histeria colectiva, que perdemos la capacidad de mirar la vida en perspectiva, de alejarnos un poco de los hechos para aceptarlos y comprenderlos.
Es la razón por la cual a veces, muchas veces, no nos damos cuenta del porqué de las situaciones que vivimos. Que no se dan por casualidad, por supuesto. Que tienen un sentido, un propósito. Que incorporan una valiosa lección que en ocasiones no logramos descifrar porque la vida utiliza mensajes encriptados. Que son pepitas de oro que la vida nos regala.
Retomo: llegamos a este mundo porque nos ha sido encomendada la misión de proporcionar respuestas a las inquietudes de otros. De los que no han disfrutado de los mismos privilegios que nosotros, de los que no poseen los mismos dones y talentos que nosotros, de los que no han desarrollado las mismas habilidades que nosotros. Es un deber brindar buenas respuestas.
Para cumplir con ese objetivo, debemos ser conscientes del impacto que producimos como marca personal. ¿Eso qué quiere decir? Que todo lo que hacemos, cómo lo hacemos, así como lo que dejamos de hacer, lo que omitimos, transmite nuestra marca personal. Es decir, les da cuenta a los demás de quiénes somos. Forja la percepción que los demás tienen de nosotros.
Tu marca personal es la música que escuchas, la ropa que vistes y los libros que lees. Es la forma en que tratas a los demás, cómo reaccionas cuando te agreden verbalmente y cómo te comportas cuando tienes autoridad. Es también tu silencio ante las injusticias, tu complacencia a las burlas, tu actitud explosiva cuando la vida y el universo se ríen de ti.
Por eso, justamente por eso, la marca personal ni se crea ni se construye. ¡Se vive, se es! El problema es que la vivimos de manera inconsciente, sin darnos cuenta del impacto que producimos en la vida de otros. Y como casi nunca miramos hacia adentro, como evitamos vivir la aventura de viajar a nuestras profundidades interiores, vivimos y morimos engañados.
¿Cuáles son, entonces, las claves para vivir tu marca personal, para ser una marca personal?
1.- La autenticidad. Eres único e irrepetible y eres perfecto dentro de la imperfección de la naturaleza. Esa condición es la que te da valor, la que te hace útil para otros. Eres tanto tus fortalezas como tus debilidades. Tus aciertos como tus errores. Tu conocimiento como todo lo que ignoras. Nadie es igual que tú y, asúmelo, nunca serás del agrado de todos
2.- El diferencial. Si bien los seres humanos no somos un producto común y corriente, todos poseemos un diferencial por el que otros nos eligen. ¿Cuál es el tuyo? Descúbrelo, cultívalo y poténcialo. Ese diferencial suele ser la forma en que los demás se sienten cuando están contigo: ¿felices?, ¿atendidos?, ¿apreciados?, ¿valorados?, ¿ignorados?, ¿menospreciados?
3.- El enfoque. ¿En qué eres muy bueno, mejor que la mayoría? Es esa actividad por la que se te reconoce más allá del ámbito profesional. Esta habilidad está estrechamente relacionada con tus dones y talentos, tus pasiones, y limitada por tus defectos y tus errores. El enfoque permite que los otros te identifiquen con claridad, más allá de las percepciones
4.- La coherencia. Es el hilo conductor que une lo que piensas, lo que crees, lo que dices, lo que sientes y, en especial, lo que haces. Si la cadena se rompe en algún punto, la coherencia desaparece. La forma más auténtica de ser coherente es el ejemplo: tu comportamiento dice de ti mucho más que las palabras. Además, las acciones son una fuente de inspiración
5.- La credibilidad. Es el resultado del impacto que tus acciones producen en la vida de otros. Esta cualidad se construye a partir de la sumatoria de los cuatro factores anteriores. Si alguno falta, el castillo de naipes de derrumba. En un mundo en el que nada es como parece, la credibilidad es un valor apreciado. Es, también, el poderoso blindaje de tu marca personal
Cuando te miras al espejo, ¿a quién ves? Cuando escuchas a otros hablar de ti, ¿qué dicen? Cuando miras el espejo retrovisor de tu vida, ¿qué observas? Cuando haces un balance de la vida que has construido, ¿estás satisfecho? La respuesta, ya lo sabes, es tu marca personal. Por fortuna, siempre es posible corregir, dar marcha atrás, buscar otros caminos.
La mayoría de los seres humanos nos preocupamos por el legado que dejaremos el día que ya no estemos aquí. Una preocupación sin sentido, porque ese legado ya está, siempre está: es la marca personal. Entonces, dependerá del impacto que estemos en capacidad de producir en la vida de otros a través de nuestras acciones. Preocúpate, más bien, por ellas.