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¿Piensas que no eres creativo? Todo lo que necesitas está en ti

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Hay quienes me dicen que tengo “mucha imaginación”. No sé qué tan cierto sea, porque prefiero creer que poseo “mucha información, buena información”. Al fin y al cabo, como cualquier periodista, más allá de que mi trabajo se ha transformado, sé que el insumo básico, el indispensable, es la información. A partir de ella, estoy seguro, surge “mucha imaginación”.

La mayoría de las personas piensan que la imaginación y la creatividad son un don. O, también, un privilegio concedido a unos pocos. Sin embargo, no es así. De hecho, todos los seres humanos, absolutamente todos, poseemos imaginación y somos creativos. Es decir, todos disponemos del potencial necesario para sacar provecho de estas características.

La imaginación es la capacidad a través de la cual el cerebro puede formar imágenes, ideas o sensaciones que no están presentes en la realidad. Así, entonces, imaginamos que vamos a ganarnos la lotería y hacemos planes. O imaginamos que nuestra pareja nos traiciona porque le sonrió a un compañero de trabajo y, celosos, armamos la de Troya.

La creatividad, mientras, es la habilidad que nos permite transformar esas imágenes, esas ideas, esas sensaciones, en algo tangible y útil. Imaginamos un bodegón y lo dibujamos, lo creamos sobre el lienzo. Imaginamosuna historia de ficción y luego creamos un libro. Nos imaginamos en la playa durante las vacaciones y luego creamosuna galería de fotos allí.

¿Está clara la diferencia? Ojalá. En especial, si eres de aquellas personas que aseguran eso de “no tengo imaginación”, “a mí no se me ocurre ninguna idea buena” o “yo no nací para eso”. Son meras excusas para justificar lo que en últimas quizás no sea más que pereza. Porque, además, la vida nos ofrece cada día millones de estímulos para la imaginación.

¿Por ejemplo? Un libro, una canción, el canto y el vuelo de los pájaros en tu jardín, las ocurrencias de tu mascota, el aroma de la comida que se cocina, el mensaje que te envió tu hijo por WhatsApp, el azul del cielo sin nubes… Son ilimitados esos estímulos y, además, provienen de distintas fuentes y, lo mejor, los percibimos a través de los diferentes sentidos.

Porque, seguro coincidirás conmigo, no es lo mismo escuchar una canción que leer un libro. Son diferentes las zonas del cerebro que se activan de acuerdo con el estímulo recibido. Lo mismo sucede con las conversaciones que sostienes con tus padres: la experiencia es bien distinta a través del teléfono o en vivo y en directo, mientras compartes la comida con ellos.

Honestamente, me resulta insólito escuchar a las personas que se autoproclaman “negadas” para eso de la imaginacióny de la creatividad. Son características que vienen incluidas en la configuración original, de fábrica, de cualquier ser humano. La diferencia radica en lo que cada uno hace con esas características: las usan, las desechan, las potencian, las menosprecian…

¿Ahora entiendes por qué no estoy convencido de eso de que tengo “mucha imaginación”? Lo que sucede es que soy más perceptivo, más receptivo, que la mayoría. Soy más abierto a atender esos estímulos y lo más importante es que los aprovecho de manera consciente. ¿Cómo? Son fuente de primaria de la imaginación que luego se transforma gracias a la creatividad.

Otra consideración necesaria es que los seres humanos somos diversos tanto en lo que imaginamos como en la forma en que utilizamos las creatividad. Es la razón por la cual hay talentos superlativos para la música; otros, para un deporte determinado; unos más, para el cuidado de los demás (médicos, enfermeras) y otros, para el arte de escribir.

En tanto la capacidad de la imaginación está incorporada en todos y la creatividad es una habilidad y, por ende, cualquiera la puede desarrollar, ¡se acabaron las excusas! No hay una justificación válida para esgrimir esa patética disculpa. Que no es más que una práctica evasiva, un subterfugio para salir del paso y eludir la responsabilidad, para no tomar acción.

Te comparto una historia personal: durante ocho años fui parte de la redacción deportiva del periódico El Tiempo, por aquellos años 90 el medio de comunicación más importante e influyente de Colombia. Me destaqué, entre otras razones, porque les presté atención a disciplinas que eran transparentes, es decir, de las que poco o nada se publicaba.

¿Por ejemplo? Bicicrós, bolos, triatlón, patinaje y esquí náutico, hípica. Durante ese tiempo, escribí sobre prácticamente todos los deportes, pero nunca sobre golf. ¿Por qué? No se dio la oportunidad. Había un colaborador externo que proporcionaba la información y para los jefes eso era suficiente. Tras salir de esa empresa, sin embargo, se me abrió la puerta del golf.

En 1999, la Federación Colombiana de Golf buscaba un “periodista con experiencia” para que se encargara de la jefatura de prensa de la entidad. Un amigo de El Tiempo, al que le solicitaron ayuda, me postuló. “¿Le interesa?”, me preguntó. “Sí, pero debe quedarles claro que puedo aportar la experiencia periodística, aunque no sé absolutamente nada de golf”.

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente (toca para dar vuelta).
Todo, absolutamente todo lo que necesitas para ayudar a otros, para producir un impacto positivo en su vida, ya lo tienes. ¡Está dentro de ti! Compártelo y disfrútalo.

La historia corta: me contrataron y hoy soy considerado el especialista número uno de golf en el país. Desde hace ocho años hago los comentarios en transmisiones de torneos del PGA Tour en un canal privado de TV. ¿Cómo lo logré? Desarrollé la habilidad, pregunté (una y mil veces) estudié, leí, consulté cientos de páginas web y me nutro de información valiosa cada día.

Así como yo lo hice, cualquier persona puede hacerlo. En el tema del golf o de lo que sea. Más en estos tiempos en los que hay abundante conocimiento e información a la mano, a solo unos clics de distancia. Hay miles de cursos gratuitos de lo que quieras aprender. Y no solo eso: hay una gran cantidad de personas con la capacidad y el deseo de enseñarte.

El mensaje que quiere transmitirte con esta reflexión es que no existe ninguna razón válida para decir que “no se me ocurre nada”, “no tengo buenas ideas” o “no soy creativo”. Son simples excusas a partir de las cuales, tristemente, te niegas el privilegio de compartir lo que eres, lo que la vida te ha brindado y, sobre todo, el de producir un impacto positivo en la vida de otros.

Por la experiencia de los últimos 9 años dedicados a trabajar en el ámbito del marketing, como creador y consultor de contenidos, sé cuáles son los frenos que impiden avanzar (o al menos comenzar). El miedo a ser desaprobado, que a nadie le interese, que te critiquen, que destines mucho tiempo a producir y publicar contenidos que luego no producen impacto…

Hay más opciones, claro, pero estas son las principales, las más comunes. Y, como en el caso de la imaginación y de la creatividad, son excelentes excusas. También, obstáculos autoimpuestos, barreras que están más en la mente que en la realidad (fíjate el poder de la imaginación). Porque en la realidad la vida te ha dado todo lo que necesitas. ¿Lo sabías?

Me refiero a que en la tarea de crear contenido trabajo bajo una premisa sencilla: lo que no se comparte, no se disfruta. La vida me dio el privilegio de vivir experiencias increíbles, de conocer lugares y personas maravillosas, de ser testigo de momentos inolvidables… Además, de aprender cosas que me han nutrido en lo intelectual y en lo espiritual.

Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que aquello que compartes es una semilla que luego puedes cosechar. El fruto es la recompensa que la vida te brinda por haberte permitido ayudar a otros a través de tu conocimiento y experiencias, de tus dones y talentos. Para eso te fue concedido y tu deber, tu responsabilidad, es proporcionárselo a otros que lo necesiten.

Mi invitación, entonces, es que por una vez, aunque sea solo por una vez, te des la oportunidad de compartir con otros ese tesoro que guardas dentro de ti. Todo lo que la vida te dio, lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, lo alegre y lo doloroso. Eres la sumatoria de estos factores, sin excepción, y pensar que a nadie le importa es otra buena excusa.

Todos, absolutamente todos, necesitamos de los otros, del conocimiento y las experiencias de otros. Y no solo eso: también, de los principios y valores de otros, de sus dones y talentos, porque a través de ellos nos identificamos, nos conectamos, y establecemos relaciones. Si no sabes qué tipo de contenidos puedes comenzar a compartir, te dejo unas propuestas:

1.- Cuenta tu porqué. Para conectar contigo, para entablar una relación, la gente necesita saber qué te moviliza, cuál es esa poderosa razón por la que cada mañana te levantas. Sé auténtico y compártela, di cómo la descubriste y eso cómo cambió tu vida. Esta información generará confianza y credibilidad, al tiempo que te conectará con las emociones de otros

2.- Derriba mitos y falsedades. Eres sobresaliente en algo, en un tema específico. No importa cuál sea, solo aporta valor a quienes saben menos que tú. Demuestra con ejemplos cuáles creencias populares no son ciertas o son dañinas. Relata cómo las identificaste y, lo más importante, cómo las solucionaste. No olvides incluir tus miedos y tus aprendizajes

3.- Haz referencia a los problemas de tu audiencia. Para que tu mensaje tenga el impacto que esperas, requieres que esas personas se identifiquen contigo. Quieren saber cómo les hiciste frente a esos problemas, cómo los superaste, cómo cambió tu vida para mejor. El objetivo es que quien reciba tu mensaje sepa que hay solución y que tú se la puedes proporcionar

4.- Refiere casos de éxito. Si con lo que sabes, con lo que haces, ayudaste a otros, cuéntalo. Explica qué hiciste, el método, los elementos y, claro, el resultado. Todos, sin excepción, estamos en la búsqueda de una transformación positiva en nuestra vida. Que no siempre es ganar más dinero o ser famoso: el componente espiritual es muy poderoso. ¡Aprovéchalo!

5.- Di cuál es tu solución. Es decir, cómo ayudas a otros con tu conocimiento y experiencias. Lo ideal es que ya tengas un producto o un servicio probado y validado, que le haya dado resultado a alguien. No te distraigas en las características y enfócate en los beneficios, en la transformación que esa solución proporciona. Ah, no prometas algo que no puedes cumplir.

Todo, absolutamente todo lo que necesitas para ayudar a otros, para producir un impacto positivo en su vida, ya lo tienes. ¡Está dentro de ti! Compártelo y disfrútalo. Una vez conectes con tu esencia, la imaginación volará silvestre y las buenas ideas abundarán. Será, entonces, cuando descubrirás que tu modo creativo es una maravillosa faceta para explorar y explotar.

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Te comparto la clave de mi éxito como escritor (y no es talento)

Comenzar a escribir sin que el proceso termine en una rápida frustración o que se convierta en una tortura es una de las tareas más difíciles para cualquier persona. Algo que, en términos normales, no debería ocurrir, en virtud de que a todos, absolutamente a todos, nos enseñan a escribir en la escuela primaria. Y, además, porque escribimos todos los días de nuestra vida.

Mi amigo y mentor Álvaro Mendoza suele decir que una vez que aprendes a montar en bicicleta, jamás se te olvida. Aunque pasen años sin pedalear, cuando retomas es como la primera vez: después de unos cuantos metros de recorrido, eres un experto”. Con la escritura sucede exactamente lo mismo: una vez que aprendiste, nunca vas a olvidar cómo hacerlo.

Por eso, resulta insólito y prácticamente inaceptable que alguna persona, un adulto que cursó la primaria, la secundaria, que se formó en la universidad y que eventualmente tiene un título de un grado superior (maestría, diplomado, especialización) te diga “yo no sé escribir”. Cuando escucho esas cuatro palabras, de inmediato viene a mi cabeza la pregunta obvia. ¿Sabes cuál?

¿Cómo hiciste, entonces, para aprobar todas las materias en ese recorrido? ¿Cómo hiciste para estudiar?Porque una buena parte del estudio consiste en tomar notas, en escribir ensayos o informes, en responder exámenes o pruebas (las orales son menos frecuentes). ¿Si en verdad no sabes escribir, cómo aprobaste? Ahora, algo distinto es que no eres un escritor profesional.

Y no necesitas serlo, vamos a dejarlo claro. De la misma manera que, por ejemplo, no tienes que ser profesional del tenis y vencer a Roger Federer para disfrutar el juego los fines de semana con la familia o los amigos. Ni tienes que ser un chef laureado con estrellas Michelin para preparar un delicioso asado, un lomo al trapo o un rico arroz para tus invitados.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que nos han metido en la cabeza la idea de que “tienes que escribir muy bien”. Y ese “muy bien” es mejor que Gabriel García Márquez. Y no, no lo vas a conseguir. Aunque te esfuerces mucho, aunque trabajes mucho, aunque dediques mucho tiempo, no lo vas a conseguir. Esa es la cruda realidad.

Sin embargo, eso no quiere decir, de manera alguna, que no puedas ser un buen escritor o que, simplemente, no puedas escribir bien. Puedes hacerlo, eventualmente puedes hacerlo bastante bien, mucho mejor que el promedio de las personas. Claro, necesitas algún aprendizaje especializado y, en especial, práctica, mucha práctica, de la que hace al maestro.

Te confieso algo: por allá en el año 1998, cuando hacía mis primeros pinitos como periodista integrante del equipo de la Revista ALÓ, recién salido de la universidad (no graduado), recibí cálidos elogios por mi trabajo. De hecho, me asignaban con frecuencia los temas más importantes, las entrevistas de personajes como Raphael, Rocío Dúrcal o María Eugenia Dávila.

Y fueron esos escritos los que, además, me abrieron las puertas del periódico El Tiempo, por aquel entonces el más importante del país, el paraíso para un aprendiz de periodista. Hoy, sin embargo, veo esos artículos que me publicaron y siento pena. ¡Me parecen terribles! La redacción es enredada, se nota la inexperiencia y temo haber desaprovechado a los personajes.

Por supuesto, sé que era parte de un proceso. Hoy, cuando me aproximo a los 35 años de trayectoria, he mejorado mi estilo un millón por ciento, me he convertido en un escritor profesional y mis textos despiertan cálidos elogios. Que no me obnubilan, pero que sí me motivan y me indican que algo se ha avanzado en este difícil proceso de ser un escritor.

Algunas personas me dicen que tengo mucho talento (gentileza que les agradezco) y otras más arriesgadas me dicen que hago magia con las palabras (algo que, discúlpenme, no creo posible). Honestamente, creo que mi éxito es haberle hecho caso a Gabo: “Escribir es un 99 por ciento de transpiración y un uno por ciento de inspiración”. Y sí, llevo casi 35 años transpirando.

Casi todos los días, porque casi todos los días escribo. Hasta podría decir que un día sin escribir es un día incompleto. No solo que es mi trabajo, que vivo de ello, sino que, especialmente, lo disfruto. Y mucho. Esta, sin duda, es la clave del éxito: que escribir, para mí, no es un trabajo, no es una obligación, sino un placer, una actividad que me permite expresar lo que soy.

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¿Talento? Todos, absolutamente todos, tenemos el talento. ¿Aprendizaje? Como mencioné al principio, todos, absolutamente todos, aprendemos a escribir en la niñez. Claro, hay un factor determinante que es la práctica continua, pero créeme que no es suficiente. Y tampoco, aunque lo parezca, es lo más importante: este es un rubro reservado para el método.

¿Qué es método? Para comenzar, es mucho más que la rutina, que es indispensable. Nadie, absolutamente nadie, puede escribir si carece de una rutina. Escribir, lo he mencionado antes, es una habilidad incorporada en todos los seres humanos, pero explotada por unos pocos. Una habilidad que exige una rutina que se manifiesta en disciplina, constancia, responsabilidad.

En este apartado, hay varios problemas comunes. Para comenzar, el tema de la tal inspiración, que no existe. Existen, sí, la imaginación y la creatividad, dos poderosos recursos que seguro tú tienes. Sin embargo, son muchos los que se quedan a la espera de la llegada de la musa, que no aparece ni en sueños. Esta, créeme, es tan solo una excusa fácil para justificar los miedos.

En segunda instancia, estos, los miedos. “No puedo hacerlo”, “No sé escribir”, “No tengo tiempo” y otros tantos. Miedos que son muy fáciles de disipar, porque su origen es casi siempre el mismo: que nunca lo intentas. Cuando en verdad le pongas interés, trabajes y te des una oportunidad, verás cómo cambian los resultados. Pero, ¡tienes que comenzar!

En tercer lugar, las benditas expectativas. Que son exageradas, que carecen de sustento. Porque si no has desarrollado la habilidad, si no tienes una rutina establecida, sino has creado tu propio método, más temprano que tarde te vas a frenar, te vas a bloquear. Pero, no porque te falten imaginación o creatividad, sino porque abordas la situación de manera equivocada.

No puedes pretender ser un campeón de tenis después de la primera clase, es claro. Escribir es, de muchas formas, algo similar al golf. ¿Alguna vez lo jugaste? Yo lo hago a nivel recreativo, con un nivel muy discreto, pero lo disfruto. Por eso, justamente por eso: porque es similar al proceso de escribir. Sobre todo, porque es un reto personal, porque el rival eres tú.

En una ronda de golf, puedes dar entre 65 y 140 golpes, si eres muy bueno o muy malo. Sin embargo, cada golpe es distinto, una nueva experiencia. Y pegarás algunos sobresalientes, de esos que no se olvidan, que justifican el tiempo invertido y que hacen olvidar los demás (los malos). Escribir es así: a veces lo haces muy bien y otras, sincera y tristemente mal.

Lo importante es que no te desanimes por los malos golpes (que, por supuesto, no son agradables y es difícil aprender a digerirlos), como tampoco por los malos escritos. En la medida en que perseveres, en que practiques, en que desarrolles la habilidad y tengas una rutina y un método propio, mejorarás. Quizás no llegues a ser un buen jugador, pero mejorarás.

Ah, y no olvides el último componente, que es indispensable: el mentor o el profesor, como prefieras llamarlo. Aunque no quiera ser competitivo, un golfista necesita de vez en cuando tomar unas clases, atender los consejos del profesional. Si eliges hacerlo por tu cuenta y riesgo, de manera intuitiva, te demorarás mucho en avanzar y disfrutarás mucho menos.

Comenzar a escribir sin que el proceso termine en una rápida frustración o que se convierta en una tortura es posible, créeme. Cualquiera lo puede hacer, ¡tú lo puedes hacer!, sin duda. Dejar atrás los miedos, aceptar el reto de escribir, de adentrarme en nuevos géneros y probar formatos distintos me ha permitido ser mejor escritor y, también, una mejor persona.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que a través de la escritura, de mi trabajo como escritor, como periodista, como copywriter, puedo cumplir el propósito de mi vida. No era el único camino para conseguir el objetivo, pero no me cabe duda de que es el más acertado y, como ya lo mencioné, el que más disfruto. Y al fin de cuentas de eso se trata la vida, ¿no?

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