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Para escribir, probar y fallar también es la estrategia más efectiva

¿Qué es lo más difícil que intentaste en la vida y al final, a pesar de las dificultades, lo lograste? ¿Cocinar? ¿Aprender un nuevo idioma? ¿Algún deporte? ¿El manejo de un dispositivo digital o de un software específico? No importa en realidad qué haya sido, porque lo único realmente valioso es que lo lograste. Con esfuerzo, con sacrificio, quizás con algo de dolor, pero lo lograste.

Y, de eso estoy seguro, antes de comenzar tenías miedo. Y muchas dudas. Y desconfianza. Sin embargo, ese sueño fue más poderoso y, por eso, las dificultades que enfrentaste en el camino solo fueron eso, dificultades, aprendizajes que te sirvieron para ser más fuerte y seguir adelante. Y estoy seguro, también, de que después de alcanzar ese logro te sientes una mejor persona.

Recuerdo que hace ya casi 15 años, cuando falleció mi santa madre, mis habilidades en la cocina se reducían a preparar huevos (pericos o fritos, sin que se chamuscaran). Una tremenda ironía, porque mi mamá fue una excelente cocinera, al punto que podía descifrar la receta de un plato con solo probarlo y luego cocinarlo. Así, por ejemplo, aprendió a preparar la fanesca ecuatoriana.

¿La probaste al vez? Es deliciosa. Es un guiso a base de granos tiernos y pescado seco, típico de la zona norte de Ecuador, en los límites con Colombia, y que se prepara principalmente durante la cuaresma. Mis padres vivieron en ese país varios años y la señora Elisa, por supuesto, no perdió la oportunidad de aprender a cocinar algunos de los platos autóctonos. Este, una obra de arte.

El caso es que, aunque una cocinera de primera, era muy mala maestra: carecía de paciencia y de tacto para enseñar. Lo único que pude aprender de ella fue la torta de cumpleaños, que una vez le ayudé a cocinar porque a ella no le gustaba la cocina dulce. Por varios años, esta celebración en casa se hizo con mis ponqués, hasta que un día el festejo se transformó en una reunión de amigos.

Por ahí con un amigo alguna vez, de la mano de la cocinera de su casa, la señora Elsa, aprendimos a preparar tostadas francesas (que no es una hazaña) y postre de limón (que ya tenía algo de ciencia). Si mal no recuerdo, ahí terminaba mi sabiduría culinaria. Hasta que mi madre partió a la gloria eterna y me vi cara a cara con un problema inesperado: ¿y ahora qué voy a comer?

En las primeras semanas, la señora Aracely, que nos ayuda con las labores domésticas, me dejaba la comida preparada, pero pronto me cansé de comer recalentado. Pasé, entonces, a la fase de los alimentos congelados, pero no tardé en descubrir que la mayoría tenía un sabor distinto al natural y, por eso, me aburrí. ¿Qué salida quedaba? Domicilio, no. ¡Tenía que aprender a cocinar!

Comencé con platos sencillos, con mezclas normales y luego abordé tareas más retadoras: la lasaña, por ejemplo, que me encanta. La primera versión tenía ingredientes de lasaña, sabía a lasaña, pero su apariencia distaba mucho de una verdadera lasaña. Fue como al cuarto o quinto intento que di en el clavo. Y lo mismo sucedió con otros platos, como la tortilla española.

Hoy, fíjate, preparo toda mi alimentación y mi carta menú incluye varios platillos que jamás creí poder preparar. Mi papá, que por culpa del consentimiento de mi mamá es muy exigente con la comida, disfruta lo que cocino. Ahora, por ejemplo, la cena de celebración de Navidad o Año nuevo corre por mi cuenta (lomo al trapo, lasaña, rollo de carne). ¡Finalmente, aprendí!

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¿A dónde voy con esta historia? La idea de compartir esta experiencia contigo surgió cuando vi en internet la siguiente frase: “No olvides que puedes empezar tarde, comenzar de nuevo, estar inseguro, actuar diferente, probar y fallar y, aun así, tener éxito”. Absolutamente genial, ¿cierto? Y, además, resulta perfecta para rebatir la principal objeción que escucho a la hora de intentar escribir.

“No puedo”, es lo primero que me dicen. Y no es cierto: todos podemos. Lo que sucede es que a veces no sabemos cómo hacerlo, no hemos desarrollado la habilidad necesaria, carecemos del conocimiento requerido o no hemos encontrado la ayuda idónea. Como ves, el mensaje es muy distinto, porque el odioso “no puedo” les cierra la puerta a alternativas que, por supuesto, son viables.

Además, como lo he mencionado en artículos anteriores, dentro de ti hay un buen escritor que, como el oso en el invierno, está hibernando a la espera de que los rayos del sol iluminen su camino. No lo olvides: dentro de mí había un buen cocinero (no un chef) que solo afloró cuando las circunstancias lo exigieron. Si crees que no puedes, este artículo, sin duda es para ti.

“Estoy viejo para eso” (una versión de es tarde para empezar) no pasa de ser una excusa fácil. El actor estadounidense Morgan Freeman tenía 50 años cuando, por fin, interpretó un papel que fue aclamado por el público y la crítica. El escritor portugués José Saramago saboreó las mieles del éxito a los 58 años y el compositor italiano Giuseppe Verdi estrenó su obra cumbre a los 74.

“Viejo el viento y todavía sopla”, reza un popular refrán. Si eres de los que acuñaron la creencia de que es tarde para empezar, te recomiendo esta nota: 4 poderosas razones para comenzar hoy (nunca es tarde). Cualquier día es bueno para empezar, pero, sin duda, el mejor es hoy. Y, algo que no puedes pasar por alto, lo peor es quedarte con la incertidumbre, no comprobar que eres capaz.

“Comenzar de nuevo”, mientras tanto, te permite borrar de tu mente la ideal del fracaso. ¿Ya lo intentaste y no funcionó? ¿No resultó como esperabas? Está bien, así es la vida. No siempre a la primera conseguimos lo que deseamos, quizás por falta de conocimiento, porque deseamos llegar a la meta en un solo paso, porque carecemos de paciencia. Que hayas fallado no significa que no puedas.

El único fracaso consiste en renunciar a tus sueños, en dejar que el miedo asuma el control de tus acciones y decisiones y, de esta manera, privarte del privilegio de disfrutar lo que la vida preparó para ti. “Comenzar de nuevo” significa que tienes la disposición necesaria para intentarlo otra vez y que ahora te sientes mejor preparado para recorrer ese camino, para volver a experimentar.

Que estés inseguro es normal, porque toda aquella situación en la que nos vemos vulnerables nos transmite esa sensación. Sin embargo, tan pronto te despojes de las prevenciones, cuando creas en ti y en tus cualidades, en tus capacidades, la inseguridad desaparecerá. Será, entonces, cuando puedas actuar diferente a como lo haces habitualmente, cuando te des cuenta de tus poderes.

Probarás y fallarás, sin duda, porque esa es la secuencia lógica del proceso, porque así es que se aprende. Pero, créeme, si persistes, si no abandonas, vas a tener éxito. Que quizás no significa convertirte en un escritor laureado, pero sí en una persona feliz porque cristalizó un sueño. Y ese será un momento sublime, inolvidable. Y solo lamentarás no haber comenzado mucho antes.

¿Qué es lo más difícil que intentaste en la vida y al final, a pesar de las dificultades, lo lograste? La próxima vez que dudes, “No olvides que puedes empezar tarde, comenzar de nuevo, estar inseguro, actuar diferente, probar y fallar y, aun así, tener éxito”. No importa cuántas veces lo intentaste y cuántas fallaste: si haces lo necesario, escribir dejará de ser un anhelo y se convertirá en una realidad.

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5 malos hábitos que debes desaprender si quieres escribir

Escribir, lo sabemos, es una habilidad innata del ser humano. De cualquier ser humano, sin excepción. Y esto es importante recalcarlo porque son muchas las personas que creen todavía que se trata de un don con el que han sido bendecidos unos pocos. Por supuesto, no es así. Es una habilidad que cualquiera puede desarrollar, siempre y cuando haga lo que es necesario.

Escribir bien, lo sabemos, es el producto de un hábito, de uno complejo. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua (DRL) define este término como “Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas”. En otras palabras, es hacer algo de la misma forma de manera durante un período determinado.

¿Cuánto tiempo se requiere para crear un hábito? Bueno, la respuesta exacta a esa pregunta no existe. Hay diversas teorías, pero no una verdad revelada. Por supuesto, también depende de qué hábito deseamos incorporar, porque hay algunos que son realmente sencillos y otros, como este de escribir, que son complejos. Y, claro, está condicionado por tu persistencia, tu disciplina.

En 1960, el cirujano plástico estadounidense Maxwell Maltz determinó que se requerían 21 días, pero estudios posteriores establecieron que ese tiempo es insuficiente. ¿Por qué? Porque las neuronas no consiguen asimilar completamente un comportamiento en este período y, entonces, se corre el riesgo de abandonar. De nuevo, depende de qué hábito es el que deseas incorporar.

Más cerca en el tiempo, en 2015, un grupo de científicos de la University College de Londres (Inglaterra), comandado por Jane Wardle, estableció que se requieren 66 días, es decir, poco más de dos meses. Un avance de esta teoría radica en que asegura que tras este tiempo la nueva conducta se mantiene. Una premisa que, lamentablemente, no se aplica al hábito de escribir.

¿Por qué? Porque, como lo mencioné en los primeros párrafos, este de escribir es un hábito complejo. ¿Eso qué quiere decir? Que no es un solo hábito el que debes incorporar para lograr los resultados que te propones, sino varios. ¿Por ejemplo? Establecer un horario en el que eres más productivo, hallar estrategias para activar tu creatividad y tu imaginación y crear un método.

Esos y otros más, pero convengamos en que estos tres son, para comenzar, los más importantes. Son ingredientes imprescindibles de la receta, los que tienen que estar sí o sí para alcanzar los resultados esperados. Y, por supuesto, son también los que marcan la diferencia, los que pueden hacer de tu texto algo sobresaliente, digno de leer, o simplemente algo que no vale la pena.

Ahora bien, recuerda que todas las monedas tienen dos caras y el hábito de escribir es una de ellas. ¿A qué me refiero? A que los benditos hábitos son buenos o malos, positivos o negativos, convenientes o perjudiciales. Los primeros te ayudan y los segundos te frenan. Los primeros los debes incorporar en tu rutina y los segundos, por el contrario, debes evitarlos a toda costa.

Estos son cinco hábitos negativos que tienes que erradicar de tu vida si quieres escribir:

1.- Las distracciones. Asúmelo como un beneficio, no como un sacrificio (que no lo es, por supuesto). En especial cuando eres un escritor novato, una persona que comienza el proceso de establecer una rutina, de adquirir un método de trabajo y de romper con esas creencias limitantes que entorpecen el avance, acabar con las distracciones es una necesidad imperiosa, innegociable.

Haz de cuenta que vas a nadar a la piscina: allí no puedes consultar el celular. O que, más bien, estás en la iglesia, en misa: allí tampoco es posible consultar los mensajes que te llegan. O, quizás, estás en el trabajo en una reunión con los socios estratégicos y eres el responsable de la presentación. El mundo no se va a acabar porque te aísles 20, 30 o 45 minutos, o más de una hora.

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2.- El perfeccionismo. Nadie, absolutamente nadie, escribe perfecto. Ni tú, ni yo, ni un Premio Nobel. Nadie. Escribir, no me canso de repetirlo, es un aprendizaje constante, permanente. Nunca se deja de aprender, nunca se deja de evolucionar. ¿Por qué? Porque hoy no eres la misma persona que fuiste ayer, y dentro de dos meses serás distinto a como eres hoy. ¿Entiendes?

Cambia tu estado de ánimo, tus prioridades, el enfoque acerca de lo que ocurre en tu vida, en fin. Entonces, no te lapides, no te exijas más de lo que en realidad puedes dar: cuando comienzas a escribir, ya lo mencioné en una nota anterior, no lo vas a hacer bien. De hecho, es probable que lo hagas decididamente mal. No importa, es parte del proceso: si persistes, cada vez lo harás mejor.

3.- La tal inspiración. Que no existe, ya te lo dije en esta nota. Es una invento para venderte, una excusa de quienes no tienen un método y un plan a la hora de escribir. Entonces, no pierdas tu tiempo, que es lo más valioso que tienes, esperando que llegue la musa. ¡No va a llegar! En cambio, tú puedes aprender a desarrollar y activar la imaginación y la creatividad.

El problema con la tal inspiración surge de las benditas expectativas: nunca has escrito y quieres que sea una gran obra que te lance a la fama y te haga reconocido y multimillonario. Eso solo ocurre en las películas, acéptalo. En la vida real, y menos si no tienes pretensiones de ser un escritor profesional, debes comenzar con ejercicios sencillos y avanzar poco a poco. Así funciona.

4.- No tienes un ritual (rutina). Producto de lo anterior, de apostarle todo a la inspiración, te sientas frente al computador, ante la hoja en blanco, y no sabes qué escribir. El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que no tienes una rutina adecuada establecida o, de otro modo, que esa rutina no es la conveniente. Por lo general, sucede que quieres comenzar por el final.

¿A qué me refiero? Sentarte frente al computador es lo último que debes hacer antes de comenzar a escribir. ¡Lo último! Antes, debes haber definido el tema, haber investigado lo que fuera menester, haber establecido la estructura y debes haber preparado tu mente con la disposición adecuada. Esto, por supuesto, incluye el ambiente, al que me referí en esta nota.

5.- Las excusas. Sí, amigo mío, las excusas son un hábito adquirido, aprendido, cultivado. Igual que cuando dices que vas a ir al gimnasio, y hasta pagas el primer mes, pero luego no tienes tiempo, o estás demasiado cansado o tienes trabajo. O cuando aplazas el propósito de aprender inglés porque no tienes el dinero, porque este año tienes otras prioridades. Excusas siempre hay.

Sin embargo, créeme, ninguna es válida. Sin en verdad deseas aprender a escribir, aunque no tengas la intención de publicar o de vivir de ello, el mejor día para comenzar es hoy. No hay otro mejor, ¡hoy! Entonces, ¿por qué no cambiar la tendencia? ¿Por qué no dejar atrás las excusas y darte una oportunidad? ¿Qué tal que ahora sí puedas hacer realidad el sueño de escribir?

Moraleja: escribir es tanto una habilidad que todos los seres humanos tenemos y podemos activar y desarrollar como un hábito que necesitamos aprender, cultivar e incorporar en nuestra vida. Para conseguir ese objetivo, sin embargo, es necesario desaprender los malos hábitos que se convierten en los obstáculos que nos impiden avanzar. ¡Pruébalo, sé que tú puedes lograrlo!

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Cómo una idea, inclusive mediocre, puede ser un texto digno de leer

Una idea puede ser el comienzo de tu escrito, de una historia genial o tristemente el final del proceso. Así de sencillo, así de terrible. La de requerir una idea brillante para escribir es una de las creencias limitantes más comunes y más paralizantes que existen, en especial en aquellos que se dejaron convencer de que escribir es un don, algo que los dioses reservaron para unos pocos.

Y, no, no es así. Para nada. Escribir, y no me hartaré de repetirlo, es una habilidad. Y, como tal, es algo que cualquier ser humano puede desarrollar, que tú puedes desarrollar. Por supuesto, no se trata solamente de querer hacerlo, sino de hacer lo necesario para lograrlo. Y entre una y otra hay un largo trecho, pero al final del camino también una recompensa maravillosa. ¿Tú la quieres?

Si el oficio de escribir dependiera de una buena idea, de una idea brillante, prácticamente nadie escribiría. ¿Por qué? Porque la mayoría de las ideas que pasan por nuestra mente son ideas normales, ideas comunes y corrientes. Que, valga aclararlo, no significa que sean malas ideas o ideas desechables. Son ideas, simplemente, ideas que requieren trabajo para cobrar forma.

Por decirlo de una forma sencilla y fácil de entender, una idea es una semilla. No es el árbol, no son los frutos, no son las flores. Es, nada más, la semilla, el comienzo. Una semilla, para germinar y desarrollarse, necesita que la cuides, que la protejas, que le riegues agua y que, especialmente, le des tiempo para madurar. Porque, si no se lo permites, si quieres acelerar el proceso, se va a secar.

Y eso es, precisamente, lo que ocurre con la mayoría de las ideas que pasan por nuestra cabeza. Como estamos convencidos de que solo las buenas ideas, las ideas geniales, pueden convertirse en una buena historia, en un relato digno de leer, en un artículo al que vale la pena dedicarle unos minutos, entonces abortamos el proceso. Y nos quedamos con la duda: “¿Esa era una buena idea?”.

El origen de este mal es el cuento de la tal inspiración, de ese chispazo mágico del que hablan tantos artistas, escritores o, inclusive, deportistas. Que, por supuesto, en el caso del oficio de escribir es una gran mentira, una estrategia de marketing para darles realce a las obras que acaban de salir del horno. Porque, repito, si fuera por la tal inspiración, muy pocos podríamos escribir.

¿Por qué? Porque la inspiración, en realidad, es un instante de iluminación, como un fogonazo, una chispa que se prende, ilumina lo que está a su alrededor y se apaga. En esas condiciones, entonces, ¿cómo escribir una novela, por ejemplo? Se requerirían cientos de instantes de inspiración, miles o millones de esos chispazos, y así no funciona, porque nadie los puede provocar.

Lo que tú (o cualquier ser humano) si puedes provocar es que una idea común y corriente se transforme en una historia brillante, en un gran relato, en un artículo encantador. La idea es como la pasta cuando quieres preparar una lasaña: es el punto de partida. Sin embargo, para que sea una lasaña necesitas carne, pollo, queso, tomate, quizás champiñones y otros condimentos.

Y tienes que saber cómo combinarlos, cómo prepararlos. Y tienes que saber también cómo se debe alistar el molde, a qué temperatura debe estar preparado el horno y cuánto tiempo se demora la cocción. Lo mismo sucede con una idea: ella solita no es nada. Necesita que tú la acompañes, que la rodees de los elementos requeridos, que la cultives y le permitas madurar.

¿Y eso cómo se hace?, te preguntarás. Con paciencia y método, mi querido amigo. Inclusive un avezado periodista de medios, que recibe el dato de un hecho importante y en segundos debe convertirlo en una noticia de primera plana, necesita algunos minutos para digerir la idea, para entender su dimensión, para determinar qué elementos requiere para escribir algo impactante.

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Por supuesto, esa es otra habilidad que se desarrolla con la práctica, con la repetición. Nadie nace aprendido. Algunos lo hacen más fácil y más rápido que otros, pero no porque posean un don o porque sean más inteligentes. Después de un tiempo, además, esa habilidad se convierte en algo automático que se puede llevar a cabo en segundos, pero está lejos de la tal inspiración.

Por lo general, cuando un cliente me pide que escriba un artículo, un correo electrónico o el libreto de un video, puedo demorarme hasta dos días en sentarme frente al computador para escribir. ¿Por qué? Es el tiempo que requiere la idea básica para germinar, para madurar, para transformarse en algo que valga la pena escribir y leer. Terminado ese proceso, ya puedo escribir.

Y lo hago sin bloqueos, en un envión. Funciona así porque, además, en ese tiempo previo hice la investigación que se requería, determiné cuáles son los elementos adicionales que me van a servir para plasmar el mensaje adecuado y, sobre todo, recreé en mi mente esa situación de la que voy a escribir. En otras palabras, les di rienda suelta a la imaginación y a la creatividad para que me ayudaran.

Claro, también están el plan y la estructura. Recuerda las 8 preguntas que te ayudarán a darle estructura a tu texto: debes saber cuáles vas a responder, en qué orden, cuáles no vas a tener en cuenta para ese texto en particular. Así mismo, debes saber cuál será el recorrido de tu relato, es decir, el comienzo, la trama, el conflicto, los personales, el punto bisagra, la transformación y el final.

Podrás decirme que se antoja bastante complejo, pero no es así. Es cuestión de práctica: cuanto más practiques, mejor y más rápido lo harás. No hay otro libreto, no hay fórmulas, no hay magia. A la postre, es algo que se convierte en una rutina, en un paso a paso consciente. Es por lo que una persona común y corriente, con ideas comunes y corrientes pude escribir textos maravillosos.

Recapitulemos:

1.- No necesitas LA GRAN IDEA para comenzar a escribir. Puedes hacerlo, inclusive, a partir de una idea normal o de una idea mediocre

2.- La idea es simplemente el comienzo, el punto de partida, pero es insuficiente. Requieres sumar el resto de elementos, en especial el contexto (al que me referiré en una próxima nota)

3.- Una buena idea sin una buena estructura no llega a ninguna parte. Se necesitan la una a la otra, son complementarias. Sin una buena estructura, una buena idea se marchita

4.- De la misma manera, el plan es indispensable: ¿qué mensaje quieres transmitir?, ¿con qué elementos cuentas para hacerlo?, ¿qué tan profundo será el escrito?…

5.- Así como una semilla no se convierte en árbol y da frutos de la noche a la mañana, de un día para otro, una idea requiere tiempo de maduración para germinar y florecer

6.- Para que una idea se transforme en una gran idea, en una gran historia, requiere que la acompañen otras ideas. Las ideas son como las hormigas: el trabajo en equipo es su poder

7.- Una idea solo te servirá si crees en ella, si la adoptas con convicción. Si tú eres el primero que duda de ella, quizás nunca puedas escribir a partir de esa idea o tu escrito será mediocre

8.- Para el escritor, una idea es como una hija: hay que mimarla, cuidarla, ayudarla, darle soporte, rodearla bien. Si cumples ese objetivo, ella sabrá agradecértelo

9.- Olvídate de la idea de las ideas novedosas: la rueda ya fue inventada, al igual que el agua tibia. Lo que cambia, lo que hace única una idea es lo que haces con ella, cómo la transmites

10.- Recuerda que muchas de las creaciones maravillosas de la humanidad partieron de una idea normal o, inclusive, de un error: no mates tu idea sin haberle dado una oportunidad…

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¿Conocías estos 10 beneficios de escribir un diario?

Comenzar a escribir es un proceso que a la mayoría de las personas les resulta complicado. El miedo a la hoja en blanco, la certeza de que no podrá hacerlo bien y el pánico a la crítica son, entre otras, las razones que las impiden arrancar. Además, está aquella popular falacia del “tienes que leer mucho antes de poder escribir bien”, que actúa como un freno de mano, un impedimento.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchos quieren empezar por el final. ¿A qué me refiero? Quieren estrenarse con la novela que les permita ganarse el Premio Nobel, una obra maestra que, además, llene sus cuentas bancarias y los convierta en personajes famosos. Es por cuenta de esa idea falsa que nos venden los medios y los vendehúmo que pululan por ahí.

Para mí, escribir es un acto de liberación, de gratitud a la vida por haberme dado el privilegio de desarrollar esta habilidad que disfruto tanto. En años anteriores publiqué tres libros, todos sobre fútbol, y no voy a negarte que ese cuarto de hora de fama fue agradable. El contacto con los lectores, la pasión de los hinchas, su retroalimentación, son una recompensa inconmensurable.

Sin embargo, a lo largo de mi trayectoria aprendí a disfrutar también los pequeños éxitos diarios. Que son anónimos, que no se traducen en entrevistas en los medios, ni en sesiones de firma de libros en una feria. Son escritos que parten de dos objetivos: nutrir de conocimiento a otros, por un lado, y brindar unos minutos de entretenimiento, por otro. Y, créeme, también es maravilloso.

Porque, al final, se trata de eso, ¿no? De aprovechar el don de la comunicación para compartir lo que somos, lo que sabemos, lo que sentimos, lo que nos gusta, lo que nos preocupa, lo que nos apasiona. El beneficio es doble: por un lado, sacar conocimientos y emociones que guardamos y que solo tienen valor si son compartidos; por otro, el privilegio de interactuar con otras personas.

El primer consejo que les doy a mis alumnos del curso A escribir se aprende escribiendo es que, si no lo hacen, comiencen a escribir un diario. Que conste que jamás lo hice, por dos motivos. Primero, porque me enseñaron que era algo propio de una etapa de la vida, la adolescencia, y que estaba relacionado con las mujeres. Segundo, porque en esa época no sabía que quería escribir.

Y tampoco conocía los increíbles beneficios que este hábito aporta. Hay diversos estudios que dan cuenta de los efectos positivos de escribir un diario: se trata de un ejercicio saludable y terapéutico. En su libro La escritura terapéutica, la escritora Silvia Adela Kohan, nacida en Buenos Aires (Argentina) y radicada en Barcelona (España), consigna una gran variedad de argumentos.

“Escribir un diario es un compromiso con la realidad interna y con el fuero externo”, explica, es decir, nos ayuda a conocernos mejor, a explorar en nuestro interior y, también, a relacionarnos con el exterior. “Es una buena herramienta de autoexploración y un maravilloso o un doloroso recordatorio”, agrega. ¿Qué significa? Que escribir nos ayuda a reconciliarnos con la vida.

“Escribo un diario para luchar contra la cobardía, vaya si es un ejercicio saludable para mí. Soy mi propia interlocutora. Me atrevo a escucharme y tomo nota. Desato nudos. Deshago grumos. Me impulsa el deseo irrefrenable de dar un nuevo significado al mundo”, asegura. Cuando escribes, descubres facetas que desconocías, te das cuenta de que eres más valioso de lo que creías.

Mientras, Patricia Fagúndez, sicóloga y escritora también oriunda de Argentina, afirma: El diario íntimo tradicional, que consiste básicamente en contar los acontecimientos y las experiencias cotidianas, favorece sobre todo un proceso catártico, es una escritura que te trae alivio inmediato”. Además, dice, “esta escritura terapéutica incluye una elaboración sicológica, una reflexión”.

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Pero, volvamos al punto que originó este artículo: ¿por qué llevar un diario te ayuda a desarrollar la habilidad de escribir? Las razones son múltiples y estoy seguro de que cuando acabes de leer estas líneas tendrás ganas de comenzar tu diario. Ojalá lo hagas, porque también puedo decirte que ese es, apenas, el primer paso para que despiertes al escritor que hay en ti. Veamos:

1.- Crea un hábito. La escritura, lo he mencionado en otros artículos del blog, es tanto una habilidad como un hábito. Si bien hay una versión popular en internet según la cual un hábito se adquiere en 21 días, los especialistas indican que se requieren al menos tres meses. ¿Qué tal si pruebas? Escribes algo en tu diario durante 90 días y quizás ya no puedas dejar de hacerlo.

2.- Inculca la disciplina. La razón por la cual la mayoría de las personas fracasa en su intento por escribir es que no lo hace con disciplina. Escriben hoy un poquito y retoman tres o cuatro días más tarde, o un mes después. Y así no funciona. Tienes que hacerlo todos los días, ojalá a la misma hora, sin distracciones. Entiende que este es un tiempo para ti, un privilegio que te da la vida.

3.- Organiza el pensamiento. Puedes comenzar a escribir una sola idea y luego otra, y otra más, hasta que llenas una página. Pronto te darás cuenta de que tu cerebro te pide que organices las ideas, de que establezcas una jerarquía, un plan. Si lo haces, verás cómo cada vez es más fácil escribir, cómo las ideas fluyen de manera natural sin que tengas que acudir a las musas.

4.- Te conoces a ti mismo. Este, créeme, es el gran secreto del buen escritor. Cuanto mejor te conozcas, más capacitado estarás para enfrentar tus fantasmas, tus miedos, estarás más en control de la situación. Escribir te permite reconciliarte con tu pasado, perdonar tus errores y aceptarte tal y como eres. Luego, solo luego, será una poderosa herramienta para escribir.

5.- Cultiva la memoria. La vida es una sucesión de momentos, de instantes que quedan grabados en la mente y que no se borran. Quedan ahí guardados, a la espera de que los evoquemos, hasta que nos demos la oportunidad de recordar, de volver a disfrutar aquellos sucesos. Escribir ayuda a rescatarlos, con una increíble opción: podemos recrearlos, mejorarlos, hacer que sean felices.

6.- Estimula la creatividad. Como posiblemente ya leíste en alguna nota publicada, y leerás en otras más, la inspiración es una fábula, un recurso del marketing para vender. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que no la necesitamos porque contamos con algo más poderoso: la creatividad, la imaginación. Tu mente es infinitamente más poderosa que un instante de lucidez: ¡utilízala!

7.- Es una terapia. Si estás triste, escribe; si estás solo, escribe; si estás enfadado, escribe; si estás alegre, escribe; si estás agradecido, escribe. También puedes cantar o bailar, pero para mí no hay terapia más sanadora que escribir. Y quizás lo sea también para ti. Es un ejercicio catártico, un acto de rebeldía, de independencia y libertad: cuando escribes, eres el ser más poderoso del universo.

8.- Es íntimo. No tienes que compartirlo con nadie si no lo deseas, no necesitas la aprobación de nadie para escribir lo que deseas. Puedes hacerlo mal, inclusive, y no importa: nadie te juzgará. Te ayudará a reforzar la autoestima, a entender cómo eres y por qué eres así. Esa aceptación, lo digo por experiencia, tiene una increíble propiedad curativa que te permite ser una mejor persona.

9.- Aprendes a gestionar las emociones. Este, sin duda, es uno de los beneficios más positivos. Porque la gran tragedia de la vida moderna es que el ser humano está supeditado a las emociones, a la histeria colectiva, a los miedos impuestos. Escribir, mientras, te permite luchar con ellos y vencerlos. Recuerda que el papel lo aguanta todo: ira, llanto, dolor, felicidad, amor, odio…

10.- Pierdes el miedo. Como mencioné antes, si quieres escribir, comienza por el principio. ¿Qué es? Lo fácil, lo sencillo, lo que puedas controlar. Hazlo entre 5-15 minutos durante una o dos semanas y luego incrementa a 20-30 minutos. Pronto te darás cuenta de que necesitas escribir, de que te gusta hacerlo y, sobre todo, de que PUEDES HACERLO. ¡Habrás ganado una batalla!

Si finalmente te decides a intentarlo, por favor, cuéntame cómo te va…

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Las ‘excusas fáciles’ que te impiden escribir y cómo superarlas

Una de las principales razones por las cuales una persona quiere comenzar a escribir, pero no lo hace, es porque se escuda en lo que llamo el arsenal de excusas fáciles. ¿Sabes a qué me refiero? “Ay, es que ahora no tengo tiempo”, “Ay, es que tengo mucho trabajo”, “Ay, es que ya lo intenté y descubrí que escribir no es lo mío”, “Ay, es que nunca me gusta lo que escribo, es horrible”

¿Las escuchaste alguna vez? ¿Las utilizaste alguna vez? Seguro que sí, en ambos casos. Es producto de ese síndrome de declarase derrotado inclusive antes de haber comenzado, un atajo directo a la zona de confort. Porque las excusas fáciles comienzan justo cuando esa persona se da cuenta de que escribir requiere tiempo, trabajo, dedicación, disciplina, constancia y, sobre todo, un método.

Mi amigo y mentor Álvaro Mendoza utiliza con frecuencia una frase que me gusta mucho: “Roma no se construyó en un día”. Un buen escritor tampoco se hace de la noche a la mañana, de un día para otro. Es un proceso. Y puede ser un largo proceso, de hecho, dependiendo de cuáles sean tus objetivos. Eso, sin embargo, no puede constituirse en un obstáculo para comenzar a escribir.

Por allá en 1987, cuando comencé mi carrera periodística como redactor de Aló, la primera revista nacional de farándula y espectáculo en Colombia, creía que tenía todo para ser exitoso. De hecho, pronto recibí cálidos elogios que reforzaron esa creencia. Hoy, sin embargo, cuando me atrevo a releer esos artículos siento un poco vergüenza y me doy cuenta de cuánto necesitaba aprender.

Por fortuna, he aprendido. Tuve grandes maestros que me lo enseñaron todo, que me compartieron sus secretos, que me criticaron con dureza, pero con honestidad. Por fortuna, sigo aprendiendo, porque hace mucho entendí que este proceso, como la vida misma, nunca termina. Siempre puedes mejorar, siempre puedes explorar nuevos terrenos, siempre puedes corregir.

Que, por supuesto, de ninguna manera significa caer en manos de la obsesión por la perfección, que es otra de las excusas fáciles. Y es un obstáculo muy fácil de derrumbar: nadie, absolutamente nadie, ni siquiera un autor laureado con el premio Nobel, alcanza la perfección. Y a mi juicio esa es una buena noticia, porque significa que no hay un techo, que cada día se puede aprender y mejorar.

La primera cualidad que debe poseer un aspirante a escritor (sin pensar en que sea una profesión) es curiosidad. ¿Y sabes cuál es la buena noticia? Todos, absolutamente todos los seres humanos somos curiosos. El problema es que muchos ponen en segundo plano esa cualidad a medida que crecen. Solo se duerme, hiberna, pero siempre está ahí, lista para cuando quieras utilizarla.

Y la curiosidad implica un irreprimible deseo de descubrir, de probar, de conseguirlo y, además, la férrea voluntad de hacerlo a pesar de los miedos. Que siempre están ahí, pero que no pueden controlarte si tú lo impides. Solo se requiere empezar sin más expectativas que disfrutarlo e ir paso a paso. El aprendizaje vendrá del hábito y de la retroalimentación de tus lectores.

Perder el miedo, o por lo menos aprender a gestionarlo para que no te impida comenzar, significa aceptar que quizás no lo vas a hacer también como esperas. En otras palabras, que vas a escribir mal. Y está bien: así funciona. Pero, no solo para la escritura, sino para cualquier actividad de la vida: al mejor chef se le ahumó el arroz, o se le quemó un huevo. Así es como funciona el proceso.

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Para aprender, primero debes errar. Lo importante, en todo caso, es que descubras el aprendizaje que hay detrás de cada error y lo aproveches para hacerte más fuerte y avanzar. Si aprendes, esa equivocación desaparecerá pronto como por arte de magia y te darás cuenta de que cada vez lo haces mejor, tus lectores notarán la diferencia y te lo harán saber. ¡Ese es el proceso!

Ahora, permíteme que te haga una pregunta: ¿cuál fue la última vez que pensaste que no podías hacer algo y después, cuando te despojaste de los miedos y de las creencias limitantes, lo lograste? Esa, amigo mío, es la actitud que requieres para que comenzar a escribir deje de ser uno de tantos propósitos de Año Nuevo que nunca se cumple, para que sea un sueño hecho realidad.

Comienza por el principio. Ese es, sin duda, el consejo más sabio y más poderoso que puedo darte. ¿Y cuál es el principio? Lo fácil, lo sencillo, lo que ya dominas. Si lo que quieres es que tu primera producción escrita sea una obra que te haga famoso, millonario y por la cual te otorguen el Nobel, estás equivocado. Ni siquiera pienses en publicar o en que otros lean: ¡escribe primero para ti!

La escritura, lo diré y lo escribiré muchas veces, es una habilidad y un hábito. En cuanto habilidad, cualquiera la puede desarrollar. Cualquiera, tú la puedes desarrollar. Puedes hacerlo por tu cuenta, de manera autodidacta, o puedes apoyarte en alguien que posea el conocimiento, la experiencia y la capacidad para guiarte en el camino. Me encantaría, claro, si me eliges a mí.

En cuanto hábito, se trata de crear un método que se ajuste a tu medida, a tus condiciones, a tu experiencia, a tus necesidades y posibilidades. Y repetirlo una y otra vez, cada día, al menos por 10 minutos. Comienza por un párrafo, por media página, por una página, por un capítulo. Eso sí, por favor, no cometas el error de copiar al pie de la letra el método de otro y creer que te funcionará.

Escribir es un acto creativo y, por lo tanto, es algo único. Necesitas descubrir el tuyo, crear el tuyo, pero eso solo ocurrirá si comienzas, si perseveras. Puedo compartir contigo mi método, enseñártelo paso a paso, y darte también mis recursos y herramientas, pero eso no te hará un escrito y quizás tampoco te ayude a comenzar. Repito: necesitas descubrir el tuyo, crear el tuyo.

Por último, una realidad que a muchos no les agrada: cada día que pasa sin que comiences, sin que escribas, es un día perdido que jamás recuperarás. El día para comenzar es hoy, solo hoy. No permitas que las excusas fáciles sigan impidiendo que el mundo descubra y disfrute ese buen escritor que hay en ti. Tan pronto establezcas el hábito, verás como la habilidad innata aflora.

Algo que no puedo entender y que me cuesta mucho trabajo aceptar es que haya personas que se nieguen la posibilidad de escribir escudadas en las excusas fáciles. La vida pone a disposición de todos, de cualquiera, lo que necesitamos para ser felices, para conseguir lo que deseamos. Al final, sin embargo, cada uno elige lo que quiere, inclusive en contra de sus propios sueños y posibilidades.

Escribir es un acto autónomo, una declaración de libertad, un privilegio exclusivo de los seres humanos. No es un don, no es un talento escaso, no es una cualidad reservada para unos pocos: es un hábito y si tú tienes la capacidad para incorporarlo a tu vida te aseguro que lo vas a disfrutar. No te escudes en las excusas fáciles: si nunca lo hiciste, ¿por qué no pruebas hoy? ¡Inténtalo!

CGCopywriter