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¿Cuánto de ti, de tu experiencia, debe haber en tus textos?

Una de las razones por las que a tantas personas les resulta difícil escribir es porque les cuesta tomar decisiones. No importa si son escritores profesionales o aficionados, si escriben un reporte para la junta directiva de su empresa, un ensayo o un libro. No importa si son novatos o, más bien, experimentados que publicaron anteriormente. No importa: todos estamos expuestos al riesgo.

¿Cuál riesgo? El de tomar las decisiones equivocadas. Escribir es una habilidad incorporada en todos los seres humanos, pero solo unos cuantos nos damos a la tarea de desarrollarla, de potenciarla, de sacarle el máximo provecho. Que, por supuesto, no significa ser un escritor profesional, sino estar en capacidad de transmitir un mensaje poderoso que cause impacto.

Una habilidad que, valga recalcarlo, no vale por sí misma, no es suficiente. Es como aprender a montar en bicicleta, a cocinar, a pintar, a cantar o a bailar: todos, absolutamente todos, podemos hacerlo. Algunos, con gran maestría; otros, apenas para divertirnos y pasar un rato agradable. ¿De qué depende? De cuánto trabajemos en desarrollar esa habilidad y de cómo la rodeemos.

Por supuesto, cada habilidad significa un nivel de aprendizaje distinto al del resto. Por ejemplo, aprender a montar en bicicleta puede tomarte tan solo unos minutos, quizás un par de horas. Cuando ya puedes mantener el equilibrio y la coordinación, estás listo para comenzar la aventura de pedalear, de sentir el golpe de la brisa en tu cara, de llevar tu cuerpo al límite del esfuerzo.

Ahora, si quieres ser un ciclista siquiera recreativo, necesitas complementar con una rutina de ejercicios que te permitan fortalecer los músculos y una de estiramientos para evitar dolores y lesiones. Así mismo, debes aprender a hidratarte adecuadamente y no puedes descuidar la alimentación. También es importante que descanses bien y procures no fumar o beber alcohol.

¿Entiendes? No es solo comprar la mejor bicicleta del mercado y salir a pedalear. De esa forma, pones en riesgo tu salud y, entonces, consigues el efecto contrario al esperado. Otro aspecto que es bueno considerar es cuáles son tus expectativas: cuanto más altas sean, más habilidades debes desarrollar, más tiempo debes dedicar, más esfuerzo debes realizar. Si no, jamás las alcanzarás.

Como ves, son diversas las decisiones que debes adoptar. De cuán acertadas sean estas dependerá el resultado que obtengas. Esa, créeme, es una ley de la vida, una premisa que se aplica a todas las actividades que emprendemos. Una de ellas, por supuesto, la de escribir. Decidir bien, tomar las adecuadas para cada momento, es una habilidad de los buenos escritores, ¿lo sabías?

Decisiones que a veces son simples y que a veces son complicadas. Decisiones que marcan el rumbo y, sobre todo, el impacto de tu texto. Esto es válido para periodismo, literatura o alguna otra área. La decisiones, además, están estrechamente relacionadas tanto con el conocimiento del tema que nos ocupa como con el criterio, una cualidad que lamentablemente no abunda por ahí.

¿Qué es el criterio? De acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, “juicio o discernimiento”. A su vez, juicio es la “Facultad por la que el ser humano puede distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso”, el “Estado de sana razón opuesto a locura o delirio”, la “Acción y efecto de juzgar” y la “Cordura o sensatez”. Y discernimiento es “Distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas”.

En otras palabras, el criterio es (debería ser) tu mejor aliado a la hora de tomar decisiones cuando vas a escribir. Ahora, la mejor forma de poner en práctica el criterio, de tomar buenas decisiones, es partir no de las certezas o de las afirmaciones, (como hace casi todo el mundo), sino de la duda, de la incertidumbre. Eso significa que debes partir de una serie de preguntas que de ten luz.

Por ejemplo, ¿cómo se llamará mi protagonista? ¿Cuál es el asunto sobre el que girará mi historia? ¿Cuál es el contexto en el que esta se desarrollará? ¿Cómo será el antagonista? ¿Quiénes serán los otros actores de tu historia? ¿Cuál es el conflicto principal que se desarrollará? ¿Cuál será el punto bisagra, el antes y después de la historia? ¿Cuál será la moraleja, en mensaje que vas a transmitir?

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Estas y otras más son preguntas que cualquier persona, no solo un escritor profesional, debería formularse y responder antes de sentarse frente al computador a escribir. De hecho, la información que surge de esas respuestas le ayudará a darle forma a su historia, a establecer la estructura. Y, seguro ya lo sabes (si no, te recomiendo que leas esto), la estructura es la clave del éxito.

Una de las preguntas más importantes, una de las decisiones de mayor peso, es aquella de determinar qué tanto de ti vas a incorporar en tu texto. Lo primero que puedo decirte es que no hay una medida ideal o una fórmula perfecta. Es potestad de cada autor. Tampoco se trata de buscar un equilibrio, porque no solo es una tarea harto difícil, sino que a veces no es bueno.

Lo que me interesa es que comprendas que, a diferencia de lo que puedas leer o escuchar por ahí, siempre (¿SIEMPRE!) tiene que haber parte de ti en tu texto. De hecho, quizás no lo sabías, es eso, justamente, lo que lo hace diferente y único: tu visión de la situación que abordas, lo que piensas acerca de ella y, en especial, tus experiencias, lo que has vivido, las lecciones que aprendiste.

Aunque quieras, aunque hagas tu mayor esfuerzo, es imposible escribir al ciento por ciento basados en la realidad. Nadie, absolutamente nadie, lo puede hacer. Siempre, absolutamente siempre, tus textos tendrán algo de ti, mucho de ti. Cuánto, por supuesto, es tu decisión. Lo que sí debes tener en cuenta es que a casi nadie le interesará que el texto exprese tan solo tu versión.

Sin embargo, dado que se supone que escribes de un tema del que posees un nivel de conocimiento superior al promedio, y entonces estás en capacidad de ayudar o enseñar a otros, tu aporte, el aprendizaje surgido de tus errores y experiencias, es valioso. Pero, no te puedes quedar en eso. ¿Por qué? Porque si solo escribes de lo que has vivido, de tus experiencias, el tema se agotará.

Es, entonces, el momento del criterio, de tomar buenas decisiones: hasta dónde aportas desde tu experiencia y cuándo comienzas a partir de tu conocimiento y, por supuesto, de la otra fuente de valiosa información: la realidad externa, que es muy importante. Salvo que seas especialista en ciencia ficción, tus textos deben incorporar tanto tu visión como tu mirada al mundo real.

Ahora, es conveniente hacer hincapié en algo fundamental: cuando te digo que escribir a partir de tus experiencias no significa que te limites a tus vivencias, a los sucesos que te ocurrieron. De lo que se trata es de aportar tus reflexiones, tus aprendizajes, que han sido enriquecidos también por las experiencias de otros, lo que otros te enseñaron, así como de lo que leíste acerca del tema.

Cuando decides escribir, asumes un rol fascinante, apasionante: abordar el tema en perspectiva, como si estuvieras fuera del planeta, en el espacio, como si fueras un dios. Ves, percibes, vives, aprendes, incorporas, experimentas; mezclas lo tuyo con lo ajeno, el pasado con el presente (y, claro, con el futuro). Escribir, de muchas formas, es como armar un gran rompecabezas.

Tomar distancia de la realidad (el presente) y mezclarla adecuadamente con el pasado (lo que has vivido, tus experiencias, tu conocimiento, lo que otros te enseñaron) es la fórmula para lograr un impacto con tus textos. Por supuesto, también debes echar mano de tus emociones, que son un ingrediente indispensable, pero sin permitir que se desborden, que tomen el control.

Tu mundo interior, la riqueza que hay en él (tus valores, tus principios, tus dones y talentos, tu pasión y tu propósito) son fundamentales a la hora de escribir. También, lo que sucede a tu alrededor, lo que lee y ves, lo que aprendes de otros, tus reflexiones y pensamientos. La clave, no lo olvides, está en encontrar la justa medida para que tu texto sea interesante y valioso para tus lectores.

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El contexto es la respuesta correcta a la pregunta del millón

Es la pregunta del millón, pero también puede ser la última de un millón de preguntas que las personas se hacen antes de comenzar a escribir un texto: “¿Qué es lo más importante?”. Como podrás imaginarlo, para la pregunta del millón hay un millón de respuestas posibles, en virtud de que nadie, absolutamente nadie, tiene la verdad completa acerca del arte de escribir.

De hecho, no hay una respuesta única, lo cual no significa que sea un tema complejo. Se trata de establecer prioridades, de tomar decisiones, como en cualquier actividad de la vida. Aunque, en este caso hay que considerar algo que con frecuencia se pasa por alto y que, en verdad, es el factor que marca la enorme diferencia entre un contenido de valor y el resto, puro bla, bla, bla.

¿A qué me refiero? Al contexto. Hace años, por allá en las décadas de los 80 y 90, en la época en la que cursé mis estudios universitarios y comencé mi carrera profesional, los profesores y los jefes, además de los compañeros de experiencia, que por lo general eran empíricos, eran enfáticos a la hora de pedirnos contexto en las notas que escribíamos. Nota sin contexto no sirve, era la norma.

Por supuesto, la primera tarea es entender qué es contexto. El portal Definición.de nos dice que “es un término que deriva del vocablo latino ‘contextus’ y que se refiere a todo aquello que rodea, ya sea física o simbólicamente, a un acontecimiento. A partir del contexto, por lo tanto, se puede interpretar o entender un hecho. La clave: información que nos ayuda a entender el hecho.

Wikipedia, mientras, afirma que es el conjunto de circunstancias (materiales o abstractas) que se producen alrededor de un hecho, situación o evento dado, que están fiablemente comprobadas;​ en los testimonios de personas de reputación comprobada por medio de la voz humana, mensaje hablado, escrito, cartas, documentos, libros, periódicos, internet, tv, radio o medios audiovisuales”.

Cuando tú vas a cocinar una paella, por ejemplo, el arroz es solo el comienzo. Es el ingrediente más importante, pero no llegará a ser paella sin el resto de los componentes: pollo, tomate, judías verdes, pimiento, caracoles, aceite, azafrán, romero, sal y agua. Todos estos son el contexto, los que le dan sabor a la paella, los que enriquecen la preparación y la convierten en un plato único.

¿Entiendes? En aquella vieja época, cuando todavía no había llegado la histeria mediática para apoderarse de los medios de comunicación, la calidad del trabajo no era algo que se discutiera: era la premisa fundamental. Y, como mencioné antes, esa calidad estaba determinada por el contexto, por la información adicional que cada periodista, cada medio, estaba en capacidad de aportar.

De hecho, el contexto era el factor diferencial, el que marcaba el estilo del medio y del periodista y el que provocaba que el lector (o televidente, o radioyente) te eligiera a ti y no a la competencia. Sin embargo, la meteórica irrupción de las herramientas tecnológicas y la transformación de los medios en esclavos de la inmediatez acabó con el contexto: dicen que no hay tiempo para eso.

Esta es la razón por la cual hoy, tristemente, la herramienta más poderosa del periodismo es el copy+paste. Cada vez que se produce una noticia importante, todos los medios, absolutamente todos, publican el comunicado oficial sin siquiera cambiarle el título. No agregan nada, no aportan nada, no cambian nada. Se limitan a ser simples cajitas de resonancia, dóciles borregos.

Esta es la razón por la cual, también, el ciudadano común y corriente está tan desinformado: los mensajes que recibe son distorsionados, amañados, tendenciosos. Dado que carecen de contexto, no permiten la interpretación adecuada, la comprensión real y total del hecho en cuestión. Por eso, así mismo, son mensajes de corto vuelo: a las pocas horas expira su vigencia.

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Si tú deseas escribir, bien sea un diario, un blog personal, un reporte de tu trabajo o cualquier otro texto, no solo debes elegir un tema que sea de interés de tu audiencia. También debes establecer una estructura que te permita componer un mensaje poderoso, impactante y, sobre todo, atractivo. El estilo también es importante, así como el tono que eliges para conectar con tu receptor.

Todo esto, sin embargo, no te servirá si te falta el contexto. Ahora, entonces, lo que debes saber es cómo aportar un buen contexto a tu escrito: la clave es más sencilla de lo que crees, pero es muy poderosa. Se trata de responder las siete preguntas básicas (qué, quién, cómo, cuál, dónde, por qué y cuándo), además del ingrediente secreto que le da el toque especial: la moraleja.

Como mencioné en alguna nota anterior, sentarse a escribir es el último paso de proceso. A este punto debes llegar con todo lo necesario, con todas las asignaturas previas aprobadas. Una idea clara del mensajes que quieres transmitir, una estructura coherente y lógica y un final establecido. Pero, también, la información requerida para facilitar la interpretación del hecho, el contexto.

Cualquier noticia, cualquier historia, cualquier relato, tiene un qué, un quién, un cómo, un cuál, un dónde, un por qué y un cuándo. Tu trabajo como escritor consiste en discernir cuáles de estas preguntas son necesarias en el texto que vas a escribir. Es posible que todas, es posible que solo algunas. Eso lo determinas tú, de acuerdo con el mensaje que desees transmitir a tu audiencia.

De la misma manera, tienes que establecer una escala de valor: la jerarquía de esas preguntas, desde la más importante (la imprescindible) hasta la de menor relevancia o la que es suprimible. La clave del contexto se puede resumir en una pregunta: ¿qué provocó que se produjera ese hecho en particular? Una vez tengas la respuesta correcta, puedes sentarte a escribir. No antes.

Para entender la importancia del contexto basta este ejemplo: tú, como persona, eres producto de las acciones y de las decisiones que tomaste en el pasado. En tu niñez, en la adolescencia, hace 5 años y en la mañana de hoy. Así mismo, el contexto de tu vida está determinado por tus creencias, por tus principios y valores, por tus aficiones, por lo que lees, por las personas de las que te rodeas.

Es imposible entenderte o valorarte sin ese contexto, sin esos hechos y circunstancias que te han marcado, que han dejado huella en ti, que te han brindado aprendizajes valiosos. Los negativos y los positivos, los que significaron éxitos y también los fracasos, los que tú elegiste o los que estaban fuera de tu control, no importa. Todos, sin embargo, componen el contexto de tu vida.

Ah, antes de que me olvide: la moraleja, la carta secreta. Así como el contexto es el que ubica tu historia o tu texto (mensaje) en un espacio, en un tiempo, en unas circunstancias determinadas, es la moraleja la que nos permite dar la conclusión, la lección que quieres transmitir. Es el recurso que le pone la frutilla al pastel. Es la otra cara del otro sello de calidad de tu escrito, de tu estilo.

Esta la pregunta del millón, pero también puede ser la última de un millón de preguntas que las personas se hacen antes de comenzar a escribir un texto: “¿Qué es lo más importante?”. Al escribir un texto, sin importar el formato o el medio a través del cual lo vas a transmitir, me la juego una y mil veces por el contexto: es la diferencia entre un contenido de valor y el resto, puro bla, bla, bla.

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