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Lees, ¿pero no escribes? Te estás privando de la mitad de la diversión

Quizás no lo aprecias como deberías porque es algo que nació en ti, que nació contigo, y entonces lo ves como algo natural. Sin embargo, créeme, es algo extraordinario. De hecho, es un privilegio del ser humano, la única especie del planeta que puede leer y escribir. Lo mejor es qué puedes hacer con ese privilegio, qué impacto recibes y provocas con lo que lees, con lo que escribes.

Si me conoces o has leído algunas de mis publicaciones, sabrás que me gusta llevar la contraria, ir en contravía de lo que hace la mayoría. Y no por capricho (no siempre), sino porque siempre fui así y no solo lo disfruto, sino que además obtengo los resultados que espero. Y mi oficio, por supuesto, es una clara manifestación de esta forma de ser.

¿A qué me refiero? Soy un pésimo lector (podría ser el peor del mundo) y, en cambio, soy un prolífico escritor (escribo casi todos los días). Lo común es que una persona sea buena lectora, pero que le cueste trabajo escribir. No debería ser así, puesto todos, absolutamente todos, aprendemos a leer y a escribir en la escuela primaria y lo hacemos el resto de la vida.

Sí, lo hacemos todo el tiempo. La mayoría de las veces, tristemente, por obligación, es decir, leemos o escribimos para cumplir con los deberes del estudio o del trabajo y muy poco, casi nada, para regocijo propio, por el placer de disfrutar de esas habilidades únicas que nos dio la naturaleza. Y está mal, porque nada de lo que se hace por obligación nos genera felicidad.

Porque felicidad, precisamente, es lo que damos y recibimos cuando escribimos, cuando leemos. Como escritor, es maravillosa la experiencia de saber que hay una persona, tan solo una, que disfruta tu producción. Y más maravillosa aún cuando son miles o millones las que aprecian y agradecen tu escrito. Irónicamente, es algo imposible de describir con palabras.

Como lector, es increíble la experiencia de conectarte con un autor al que no conoces, al que quizás nunca conocerás, pero que a través de sus textos sientes muy cercano. Y no solo eso: se establece una poderosa conexión emocional a través de la empatía, de la identificación, al punto que llegas a vivir sus tramas, a sentirte protagonista de tus historias, de sus relatos.

No sabes, no puedes entender (y no hay forma de explicarlo, tampoco), cómo alguien que no te conoce es capaz de escribir un texto, un libro, que parece hecho especialmente para ti. Como si te hubiera preguntado qué historia querrías leer o cuáles son las emociones que más te conmueven para agitarlas. No sabes por qué conoce a la perfección tus puntos débiles.

Cuando escribes, eres Dios (y perdóname que lo ponga en esos términos). Estás en capacidad de crear el mundo que quieres, los personajes que quieras, las historias que quieras. No hay un límite, porque tu imaginación y tu creatividad no tienen límites. Inclusive, puedes tomar una historia ya escrita y reformarla tantas veces como quieras, de tantas formas como quieras.

Cuando lees, te transportas a increíbles mundos imaginarios que no solo despiertan tu imaginación, sino que te producen emociones diversas. Puedes reír, puedes llorar, puedes enamorarte, puedes sufrir, puedes sentir lástima, puedes ser parte de una celebración. No hay límites, tampoco, en especial cuando puede establecer una conexión con el autor.

Nos dicen que solo puedes escribir si antes has leído mucho, pero no es cierto. Lamento si ataco una creencia tan arraigada. Mi caso particular es clara muestra de ello (y no soy la excepción que confirma la regla). La verdad es que para necesitas estar informado y la información no solo proviene de la lectura: también, de las experiencias, de la observación.

Es algo que me gusta repetir no solo porque es verdad, sino porque derriba uno de los grandes temores del común de las personas: todo lo que necesitas para comenzar a escribir está en ti, dentro de ti. Conocimiento, experiencias, miedos, ilusiones, pasión, imaginación, creatividad y, especialmente, dos habilidades poderosas: observar y escuchar (te recomiendo esta nota).

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Si no escribes, cualquiera que sea la razón que te detiene, no imaginas de cuántas experiencias maravillosas te privas, de cuánto impacto positivo estás en capacidad de provocar en la vida de otros. Cuando escribes y le brindas un poco de felicidad a alguien, tan solo un poco, la vida te recompensa de mil y una formas increíbles. Te lo digo con conocimiento de causa, lo he vivido.

Si no lees, sin necesidad de ser un devorador de libros o cualquier otro tipo de textos, te pierdes la posibilidad de acceder a conocimiento valioso; a experiencias que no has vivido y que te sirven, te permiten conocer algo del mundo y de la vida que no estaba a tu alcance. Te pierdes también la posibilidad de ingresar a universos imaginarios que hacen mejor tu vida.

Te comparto un dato que vi en una nota en internet: la venta de libros impresos, una especie a la que habían declarado en extinción, a la que le habían aplicado los santos óleos, solo cayó un 4 % durante 2020, en plena pandemia. Una sorpresa, en especial para las editoriales, que ya se veían condenadas a desaparecer. Sin embargo, el mercado se pronunció y dictó su sentencia.

¿Por qué te menciono esto? Para que disfrutes el paquete completo. ¿A qué me refiero? A que si te gusta leer, no te quedes solo con el 50 por ciento del privilegio que nos fue concedido a los seres humanos: aprovecha el otro 50 por ciento y escribe. Lo ocurrido en los últimos meses nos enseña lo que podemos recibir y lo que estamos en capacidad de dar a través de estas dos habilidades.

Leer y escribir son un acto de rebeldía, la máxima expresión de libertad del ser humano. Además, es una terapia, un hábito liberador. Durante la pandemia, en medio de la soledad y de la incertidumbre, agobiados por el miedo, acorralados por la muerte, leer y escribir nos permitieron sobrevivir, mantenernos a salvo. Sin leer y escribir, no lo habríamos logrado.

El ocio, en cualquiera de sus manifestaciones, y leer y escribir forman parte de ese universo, nos liberan del estrés, de la tensión y nos permiten soltar las cargas negativas. Así lo han comprobado diversos estudios. El escritor argentino Jorge Luis Borges dijo que de todos los inventos creados por el hombre el libro era el más asombroso, el de mayor impacto en la vida.

Mientras, el sicólogo social estadounidense James Pennebaker determinó que hay efectos positivos en escribir, en especial si lo hacemos acerca de las experiencias traumáticas que hemos vivido. Desde las más insignificantes hasta las que nos provocaron grandes traumas, en especial sobre estas últimas. La escritura es una forma de combatir y vencer a tus miedos.

La argentina Silvia Adela Kohan, filóloga y autora del libro La escritura terapéutica (2013), afirma que “escribir un diario para luchar contra la cobardía, vaya si es un ejercicio saludable para mí. Soy mi propia interlocutora. Me atrevo a escucharme y tomo nota. Desato nudos. Deshago grumos. Me impulsa el deseo irrefrenable de dar un nuevo significado al mundo”.

Hoy, el mundo necesita más personas que se atrevan a aceptar el reto de escribir no solo para compartir su conocimiento y experiencias, sino para hacer más llevadera la vida de quienes no son tan afortunados, de quienes han sido duramente golpeados. Lo mejor de escribir, ¿sabes qué es lo mejor? Que nunca sabes qué impacto puedes generar, pero siempre provocas algo.

Si eres un buen lector, te felicito. Sin embargo, te invito a que termines la tarea, a que te des la oportunidad de escribir y transmitir a otros el poderoso mensaje que hay en ti. No necesitas convertirte en un escritor profesional o algo por el estilo, pues hoy disponemos de increíbles y varias herramientas y oportunidades para comunicarnos con otros, para dejar huella positiva.

La vida me enseñó que “aquello que no se comparte, no se disfruta” y lo compruebo cada día, con cada texto que publico. Me honra y me hace muy feliz saber que al menos hay una persona, tan solo una, que lo aprovecha, que lo valora, que lo agradece. Termina de cerrar el círculo, haz el otro 50 %: descubre y activa el buen escritor que hay en ti: ¡no te arrepentirás!

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Las 10 preguntas que ayudarán a saber por dónde comenzar tu texto

La cuestión no es que no puedas hacerlo, sino que no sabes cómo hacerlo o, en su defecto, no sabes por dónde comenzar. Esta premisa, que quizás ya la experimentaste, se aplica a todas las actividades de la vida. Desde las más sencillas hasta las más complejas. Una de ellas es la escritura, una asignatura que para muchos significa un objetivo inalcanzable, como escalar el Everest.

Lo realmente difícil es realizar el cambio de chip que se requiere. ¿Por qué? Porque tienes que desaprender las creencias limitantes que grabaron en tu mente y abrirla para desarrollar esa habilidad que es innata en todos los seres humanos. Porque, no me canso de repetirlo, escribir no es un don reservado para unos pocos, sino una habilidad que solo unos pocos desarrollamos.

La primera de esas creencias, la más arraigada, es aquella de que debes ser (en imperativo) un lector voraz. Pero, la realidad nos demuestra que esa no es una ecuación perfecta, es decir, que en ese tema 1+1 no es igual a 2. ¿Por qué? Leer mucho te ayuda de dos formas: te enseña, te nutre de contenido, por un lado, y te ayuda a determinar tu estilo y la temática de la que vas a escribir.

Por ejemplo, si lo que te ilusiona es escribir una novela romántica, de poco o de nada te sirve devorar libros sobre ciencia ficción o asuntos policiacos. No es que no te sirvan nada, cero, sino que su aporte va a ser escaso porque son narrativas diferentes, escenarios diferentes y, sobre todo, lectores diferentes. Para sacarle provecho, tiene que haber afinidad y coherencia.

Veamos un ejemplo: todos los deportistas de alto rendimiento realizan sesiones de gimnasio. Sin embargo, la intensidad y las características de la rutina varían de acuerdo con la disciplina. Algunos ejercicios son similares, pero otros, la mayoría, son específicos de cada deporte. Algunos son de equilibro, de flexibilidad, de resistencia (aeróbicos) o de fuerza, entre otras modalidades.

Lo mismo ocurre en la música: las habilidades requeridas y las rutinas de práctica son distintas para el que toca guitarra, el que interpreta el piano o la trompeta, y así sucesivamente. Por eso, entonces, si tu objetivo es nutrirte para escribir debes elegir bien qué leer: algo que se relacione con tu temática, con el tipo de escrito que vas a realizar, que te aporte conocimiento específico.

Un conocimiento específico que puedes adquirir a través de la lectura y que te servirá como marco teórico, como sustento de tu mensaje. Sin embargo, y esta es otra situación que se repite, no es suficiente. ¿Por qué? Porque no puedes convertirte en repetidor de lo que leíste por ahí, pues eso a nadie le va a interesar. En cambio, tu opinión, tu perspectiva y tu visión sí pueden ser valiosas.

Un conocimiento que, además, te permite delimitar tu mensaje, saber en qué debes enfocarte. Porque no puedes pretender agotar todo tu tema en un solo libro, o artículo. En especial en estos tiempos modernos en los que el frenesí de la rutina diarios nos deja poco tiempo para cultivar el intelecto y en los que las personas privilegian el consumo de lo ligero, de lo rápido.

El proceso de escribir es como aquel de alistar un viaje: para que salga bien debes cumplir un proceso. Primero determinas el rumbo, el lugar al que quieres ir. Fijas las fechas de salida y de regreso y compras el tiquete aéreo. Te aseguras de reservar una habitación en un buen hotel, donde además, puedas disfrutar de la comida y las bebidas, así como de otras comodidades.

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Debes contar con un pasaporte (si viajas al extranjero), eventualmente con una visa, saber qué moneda puedes utilizar en ese país y también qué ropa es la conveniente para ese lugar. Y te presentas en el aeropuerto el día previsto, no antes ni después, con suficiente antelación para evitar inconvenientes en los trámites de abordaje. Por último, disfrutas tu viaje al máximo.

Si alguna tarea no se cumple, te vas a enfrentar a serias dificultades que van a echar a perder la experiencia. Trasladado al ámbito de la escritura, esto significa que antes de sentarte a escribir debes trazar en detalle el mapa de tu texto, el paso a paso de tu mensaje. Sentarse a escribir, no lo olvides, es el último paso del proceso, pero está condicionado por todos los anteriores.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchas personas abordan la escritura de un texto, de cualquier índole, sin siquiera saber qué mensaje van a transmitir, confiados en esa tonta idea de que en algún momento llegará la tal inspiración. A veces, por el conocimiento que tienen del tema o porque partieron de una idea concreta, logran escribir algo digno de leer.

Otra veces, la mayoría, sin embargo, se traban a mitad del camino o, peor aún, se van por entre las ramas y al final el que transmiten es un mensaje confuso, vago, de poco interés. Pensamientos o conjeturas personales que no aportan valor y que no logran captar la atención de los lectores. Por supuesto, no consiguen convertirse en autores best-seller y terminan frustradas, decepcionadas.

Algunas de las preguntas fundamentales que tienes que resolver antes de sentarte a escribir son las siguientes:

1.- ¿Cuál es la idea central de mi texto (artículo, libro)?

2.- ¿Cuál es el mensaje que quiero transmitir, el aprendizaje que quiero compartir?

3.- ¿Cuál es el contexto que ayudará a mi lector a entender la problemática?

4.- ¿Cuáles son los antecedentes del problema (idea central) del texto?

5.- ¿Cuál es tu visión acerca del tema central?

6.- ¿Cuáles son los argumentos que sustentan tu opinión sobre el tema?

7.- ¿Por qué esta problemática (idea central) es de interés para tus lectores?

8.- ¿Cuál es el aporte fundamental de tu texto para tus lectores? ¿Qué van a aprender?

9.- ¿Cuál es la moraleja (reflexión final) que le dará fuerza a tu mensaje?

10.- ¿Este es un tema del que valga la pena escribir o solo es un capricho?

El que establezcas un plan claro, preciso y específico no coarta, de manera alguna, tu creatividad o tu imaginación. Por el contrario, y esto es algo que muchos desconocen, las impulsa, las despierta. Cuando tienes un plan diseñado paso a paso, la mayor ganancia es que te puedes enfocar en lo que es realmente importante: tu historia, tu mensaje. Así, creatividad e imaginación volarán solas.

Y, por supuesto, no tendrás que depender de la tal inspiración, que no existe, y tampoco necesitarás invocar a las musas que andan perdidas en el túnel del tiempo. Cuando una persona dice que tiene problemas para escribir, lo que en realidad nos revela es que carece de una metodología de trabajo o, dicho en otras palabras, que ni siquiera sabe por dónde comenzar.

Se escribe porque se tiene algo que contar, algo que a tu juicio es valioso para otras personas. Entonces, lo primero es definir qué vas a decir y cómo lo vas a decir. Crea la historia (texto) en tu cabeza antes de sentarte frente al computador y escribe, escribe tanto como puedas, sin que se convierta en una rutina o en una exigencia incómoda. Recuerda: la práctica hace al maestro.

Si bien escribir es una actividad eminentemente creativa, requiere un soporte específico: el método, el plan definido paso a paso. El resto, eso que muchos creen que es inspiración, va a llegar por añadidura, pero siempre y cuando ejercites tu memoria, la exijas, la retes. Y, como en cualquier proceso de aprendizaje, el crecimiento y la evolución van de la mano del trabajo…

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